En opinión del economista norteamericano Alan Blinder, el mundo está entrando en una nueva revolución industrial y ella, al igual que las anteriores, tendrá profundas repercusiones en diferentes aspectos de nuestras vidas.
Un efecto ya evidente es el cambio en las formas de organización de la producción mundial, caracterizado por la segmentación de los procesos productivos y el desplazamiento geográfico de puestos de trabajo. Los adelantos tecnológicos en computación y comunicaciones permiten que las diferentes etapas de un proceso productivo sean desarrolladas de forma independiente en diversas regiones del mundo.
Aun cuando aplica a todos los procesos productivos, el offshoring –como se denomina a este fenómeno– se observa especialmente en la prestación de servicios.
Jeffrey Sachs comenta en su libro más reciente el caso de un hospital de Chicago; un médico examina sus pacientes y en lugar de escribir el informe clínico, graba su voz. Una vez terminada su jornada, la grabación es enviada vía satélite a una empresa ubicada en Chennai (India), en la que mujeres capacitadas en la transcripción de datos médicos en inglés transcriben las opiniones del médico y luego envían los archivos a Chicago. Al día siguiente, el médico de turno encuentra impresas las historias clínicas y va grabando de nuevo sus apreciaciones a partir del examen a cada paciente.
¿Por qué se ‘exportaron’ esos trabajos desde Estados Unidos a la India? En primer lugar, porque los desarrollos tecnológicos lo permiten. En segundo lugar, porque el costo de la mano de obra para ese trabajo cuesta entre US$ 250 y US$ 500 en la India, mientras que en E.U. cuesta diez veces más. Y no se trata de la vilipendiada maquila. Según Sachs, lo que ganan esos técnicos en transcripción más que duplican el ingreso de los obreros industriales de baja calificación y superan en ocho veces el de un trabajador agrícola de la India.
El offshoring está generando debate en las economías desarrolladas. Hay quienes piensan que tendrá repercusiones negativas en el empleo, lo que ha dado argumentos a los sindicatos para hacer mayor oposición a los tratados de libre comercio. Otros opinan que es un fenómeno ya registrado en las anteriores revoluciones industriales, sin causar impactos negativos en el empleo; la evolución de la economía mundial ha mostrado que las actividades que se desplazan desde unos lugares del mundo hacia otros son sustituidas por nuevas industrias que generan empleos más calificados.
Sostienen los analistas, que del offshoring apenas estamos viendo la punta del iceberg. Por tal razón, en el corto plazo se debe pensar en la capacitación de los trabajadores de empleos que se están ‘exportando’ y en el mediano plazo en cambios en la asignación de recursos en educación con el fin de preparar los trabajadores para los puestos que se quedarán y para los nuevos.
La gran duda en este aspecto del debate es cuántos puestos serán ‘exportados’ desde las economías desarrolladas hacia las subdesarrolladas. Los cálculos de Blinder indican que en las próximas décadas, sólo E.U. podría exportar alrededor de 30 millones de empleos, tanto de técnicos como de profesionales.
Bonita cifra para que nos quedemos quietos. En Colombia deberíamos comenzar a analizar la otra cara de la moneda: ¿Qué tipo de empleos podemos ‘importar’? ¿Cuántos de esos puestos podrían ser atraídos hacia el país? ¿Cuáles son los cambios necesarios en la educación para tener mano de obra más calificada? ¿Qué avances en infraestructura de comunicaciones son imperativos? ¿Cuáles regiones tienen ventajas para ‘importar’ más puestos de trabajo?
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