Publicado en el diario La República el 30 de noviembre de 2007
En pocos años Irlanda pasó de ser una de las economías más pobres de la Unión Europea a ser una de las más ricas del mundo. Mientras que en 1975 su ingreso per cápita a precios de paridad de poder adquisitivo lo ubicaba en el puesto 14 en la Europa de los 15, apenas superando a Portugal, en 2006 llegó a US$ 44.500 y ocupó el segundo lugar en el plano mundial, después de Luxemburgo.
El desempeño de la economía de Irlanda muestra la necesidad de complementar las políticas de integración a la economía mundial con políticas que permitan aprovechar las oportunidades que se crean con el libre comercio. Aun cuando Irlanda adoptó políticas de liberalización de su comercio desde la década de los sesenta y en 1973 ingresó a la Comunidad Económica Europea, sólo inició una fase de alto crecimiento con el acuerdo de un pacto social y el establecimiento de una visión de país.
Son múltiples los factores que contribuyeron al despegue de Irlanda. Habitualmente se mencionan la corrección de los graves desequilibrios fiscales –llegó a tener la tasa de tributación más alta de Europa y su endeudamiento externo llegó al 116% del PIB–, los incentivos a la inversión extranjera, una política macroeconómica creíble, la formulación de una política industrial y el flujo de fondos estructurales comunitarios. Pero con escasa frecuencia se señalan el pacto social y la visión de país.
Irlanda no sólo era la economía más pobre de Europa, sino que estaba aquejada por conflictos entre el gobierno, los empresarios y los trabajadores que bloqueaban las posibilidades de crecer, reducir el elevado desempleo y beneficiarse de su incorporación a la Unión Europea. Con el pacto social de finales de los ochenta los trabajadores aceptaron incrementos de sus remuneraciones muy por debajo de la inflación, el gobierno redujo las tasas de impuestos y los empresarios aceptaron adoptar medidas que mejoraran el bienestar de los trabajadores. Los resultados fueron evidentes: Irlanda registra una de las tasas de desempleo más bajas del mundo (4.6% en 2006), tiene un balance fiscal superavitario y transformó notablemente su estructura productiva; de ser un exportador de ganado en pie, leche y papas, pasó a ser exportador de bienes de alta tecnología.
La visión fue otro elemento importante. Ella planteó convertir a Irlanda en una economía de pleno empleo, basada en sectores de alta tecnología y líder en el mercado global. Para el economista David Lovegrove, uno de los forjadores de la transformación del país, no es aceptable la interpretación de un “milagro irlandés” pues no fue el resultado de algo sobrenatural o no explicable por el conocimiento humano y no ocurrió de la noche a la mañana. Fue el resultado de 15 años de sólido compromiso con una visión compartida y aceptada por toda la población.
En términos coloquiales, tener la visión del país que querían puso a todos a empujar hacia el mismo lado, para que dieran fruto todos los esfuerzos. Así lo afirmó Lovegrove en una conferencia reciente a los funcionarios del Mincomercio: “cuando comenzamos no había un modelo a seguir. Creamos el nuestro mediante innovación, asociada con buenas políticas, trabajo duro, mucha paciencia y numerosos ensayos y errores”.
Varias lecciones quedan para Colombia. Una es que no hay modelos que se puedan calcar; es importante la creatividad y la innovación en la solución de nuestros problemas. Otra es que los milagros no existen; se requieren una visión y el compromiso de toda la ciudadanía. Por último, pasar de pobres a ricos no es una utopía: sí se puede.
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