Cisnes negros
Los ataques de Trump a Huawei representan una nueva dimensión de la guerra comercial. Prohibió a las empresas de Estados Unidos venderle insumos y “sugirió” a sus aliados seguir el ejemplo; esto plantea interrogantes sobre el trasfondo de la decisión y el riesgo de quiebra de la empresa.
Sobre el primer tema, parece que el rezago tecnológico de los Estados Unidos frente a la empresa china pudo ser un detonante. Huawei es el líder indiscutido en la carrera por la tecnología 5G, en la cual se fundamentan los desarrollos de internet de las cosas, la robótica y los vehículos autónomos. Pero, en opinión de algunos analistas, la decisión de Trump podría demorar más el desarrollo de 5G en Estados Unidos, mientras tomarían ventaja China y otros países.
Menos evidente, aun cuando no carente de indicios, es la justificación por ciberespionaje. Australia ya había tomado la decisión de restringir las contrataciones con Huawei por temor al espionaje para el gobierno chino. La presunción se fortalece porque en las empresas chinas debe existir una célula del partido comunista y Xi Jinping quiere que el partido aumente su injerencia en los cargos de administración. Además, la Ley de Inteligencia Nacional de China de 2017 establece que “cualquier organización… debe apoyar, ayudar y cooperar con el trabajo de inteligencia del Estado”.
Sobre el segundo tema, cabe destacar la figura de los cisnes negros. Según Nassim Taleb, los cisnes negros son episodios de casi nula probabilidad de ocurrencia, por lo que la gran mayoría de los analistas no los tienen en cuenta. Pero cuando ocurren, generan enormes impactos.
El tema viene a cuento porque la sede principal de la empresa en Shenzhen tiene un lago artificial con cisnes negros. El mensaje para los trabajadores es que, al verlos, todos los días recuerden la importancia de prepararse para lo inesperado.
La curiosidad surge en torno a cómo va Huawei a afrontar el enorme problema que genera el ataque de Trump. No hay nada cierto sobre el tema, pero se especula que ya tiene un sistema operacional que reemplazaría el Android de Google. De igual forma se asevera que tiene existencias de componentes esenciales para un año de fabricación (I. Hilton “The Huawei dilemma”). Es importante tener en cuenta que la empresa es el mayor vendedor mundial de tecnología, destina USD$14 mil millones a I+D (más que Apple, Microsoft e Intel) y tiene alrededor de 70.000 patentes.
La probabilidad de supervivencia de la empresa aumenta con los altibajos en las decisiones de Trump. Los anuncios recientes de permitir por tres meses las ventas de componentes fabricados por empresas estadounidenses y la posible moderación de la prohibición en el marco de la negociación con China, hacen pensar que no se llegará al peor de los escenarios. Quizás algo incida en eso el hecho de que unas 1.200 empresas de los Estados Unidos facturan más de USD$11 mil millones anuales con Huawei.
El mundo queda a la expectativa sobre los dos temas. Uno es la compleja combinación de una guerra comercial con una guerra tecnológica. El otro es si la capacidad de la empresa de prever escenarios extremos y altamente improbables le permitirá sobrevivir. El tiempo nos dará respuestas sobre los dos y sobre su impacto global.
América Latina y la incertidumbre global
En el periodo reciente aparecieron diversos factores exógenos que pueden afectar la dinámica de crecimiento de las economías de América Latina. Ante ellos, los gobiernos solo pueden adoptar medidas para mitigar sus impactos, pero no es una tarea fácil.
Migración venezolana
El desastre económico ocasionado por la dictadura de Venezuela originó la migración masiva de residentes que buscan escapar de la penuria que los agobia. Según la firma Consultores 21, la diáspora, que en los últimos años supera los cuatro millones de personas, se orienta especialmente hacia países de América y Europa; Colombia y Chile aparecen como los principales destinos, con el 17% cada uno, seguidos de EE.UU. (10%), Perú (10%), Ecuador (8%), Panamá (7%) y Argentina (4%).
Al principio, migraron los empresarios afectados por la pérdida de estabilidad jurídica en el país; luego salieron muchos trabajadores calificados, bien sea por el cierre de empresas o porque los áulicos de la revolución bolivariana se apoderaron de los cargos gerenciales (como en el caso de PDVSA). Ahora están migrando familias de clase media y baja, castigadas por la escasez de alimentos y medicinas, la erosión de los ingresos que ocasiona la hiperinflación y la represión de la dictadura a cualquier forma de protesta contra el régimen.
Para los países receptores de la región, esa masiva llegada de migrantes en pésimas condiciones económicas y sanitarias tiene serias repercusiones: crecimiento de la informalidad; presión sobre los sistemas de salud para la atención gratuita; entrada de enfermedades como la difteria y el sarampión, que estaban erradicadas de América Latina; atención en el sistema educativo a niños sin recursos; incremento de la delincuencia y prostitución; y riesgo de aparición de problemas de xenofobia, debido a que los residentes se sienten desplazados de sus empleos y del acceso a servicios esenciales, por los migrantes.
Además del malestar social, es evidente que los costos económicos son elevados y afectan las ya debilitadas finanzas nacionales y municipales de los países receptores.
Comercio internacional
Aun cuando el comercio internacional está en proceso de recuperación, hay serias amenazas a la institucionalidad que ha regido durante décadas.
En la última Conferencia Ministerial de la OMC, el presidente del Consejo General afirmó que «los ciudadanos de todo el mundo… cuestionan cada vez más los beneficios del comercio internacional y los acuerdos comerciales, y ponen a prueba el multilateralismo».
Esos sentimientos han sido alimentados por los pobres resultados del largo periodo de la Ronda de Doha y por el aumento del proteccionismo en numerosas economías durante la Gran Recesión.
A esto se suman las posiciones del presidente Trump contra los acuerdos comerciales, incluyendo la OMC; según el mandatario, este organismo no beneficia a los EE.UU. y los jueces están en su contra, lo que explica el predominio de fallos adversos.
En consecuencia, EE.UU. optó por bloquear el órgano de apelaciones de la OMC; actualmente tres de los siete cargos están vacantes porque ese país no ha dado su voto para suplirlos. Como cada apelación debe ser atendida por tres jueces, en poco tiempo se puede paralizar este órgano, que es parte esencial del mecanismo de solución de diferencias.
«Trumponomics»
La presidencia de Trump plantea riesgos para la economía mundial por sus erráticas decisiones. Dos de ellas merecen especial atención, por los efectos sobre el comercio y la economía.
Sobre comercio, desde que asumió el cargo, retiró a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, congeló la negociación de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, forzó la renegociación del Nafta, mantiene amenazas continuas contra las importaciones de China y México, e impuso mayores gravámenes a las lavadoras y los paneles solares. Más grave, sin embargo, es la decisión de imponer aranceles del 25% y del 10% a las importaciones de acero y aluminio, respectivamente.
Con esto, puso al mundo al borde de una guerra comercial. Trump y sus asesores olvidaron o desconocen la experiencia de 2002, que mostró cómo ese tipo de barreras comerciales castigan a los consumidores, vía mayores precios, y a los fabricantes de EE.UU. que utilizan esos productos como insumos, vía pérdida de competitividad. Además, el efecto sobre las cadenas globales de valor puede ser desastroso y, paradójicamente, el mayor impacto lo sufrirían las empresas y la población estadounidenses.
Sobre la economía, resulta difícil entender que, en un entorno de posible recalentamiento de la economía, se impulse una reforma tributaria que generará incrementos adicionales de la demanda y aumento del déficit fiscal. Algunos analistas cuestionan si realmente era necesaria. Brookings Institution señala que, si bien la tarifa corporativa de impuestos estaba en el 35%, la mayor parte de las empresas pagaban una mucho menor por exenciones y tratamientos especiales; además, en las últimas décadas, las empresas perdieron participación en el recaudo impositivo. El interrogante es qué harán las empresas con los recursos adicionales que les genera el menor pago de impuestos y cómo financiará el Gobierno el aumento del déficit fiscal.
Con el escenario hipotético de mayor gasto, aumento de la inflación y creciente endeudamiento del Gobierno, crece la probabilidad de incremento de las tasas de interés por parte de la FED, con más celeridad y en mayor magnitud a las previstas inicialmente, fortalecimiento del dólar y un déficit comercial de mayor cuantía. Esto pone en riesgo la reciente recuperación de la economía mundial y puede repercutir en dificultades de acceso de las economías emergentes a los mercados financieros.
Petróleo
El repunte de los precios del petróleo desde finales de 2017 es un alivio para las economías productoras y exportadoras. Pero no se debe perder de vista la alta volatilidad del mercado del hidrocarburo y los grandes márgenes de error de las proyecciones de sus precios a mediano plazo.
En ese contexto, es relevante la pregunta sobre la sostenibilidad de los precios alrededor de los USD 70 por barril. El reciente aumento se explica por el crudo invierno en el hemisferio norte, la reactivación de las economías desarrolladas y emergentes, y el acuerdo flexible entre la OPEP y Rusia. Es claro que el primer factor se agota en poco tiempo, pero el segundo se puede sostener por el resto del año; en el caso del tercero, es más compleja cualquier predicción.
Los precios más altos están incentivando la entrada en producción de pozos de hidrocarburos no convencionales, que fueron sellados por la caída de los precios. Es evidente que la unidad de la OPEP se ha resquebrajado en los últimos años y que su acuerdo de reducción de la producción se puede romper en cualquier momento. Aun cuando Arabia Saudita y Rusia están diseñando estrategias para fortalecer el acuerdo y vincular a más países no-OPEP, la debilidad mencionada aumentará en un escenario de mayor oferta de EE.UU.
China y la geopolítica
En enero de 2017, mientras Trump tomaba posesión de su cargo como presidente de EE.UU. con un discurso que glorifica el proteccionismo, Xi Jimping intervenía en Davos postulando a China como el líder mundial de la globalización.
China está desarrollando una estrategia diplomática global que Trump no percibe; solo eso explica que haya retirado a EE.UU. del TPP, sin valorar que el objetivo de Obama era hacer contrapeso al creciente poderío de esa nación en el Pacífico.
Los últimos gobiernos de EE.UU. no han manifestado gran interés por América Latina. Entre tanto, los chinos iniciaron una paciente labor de fortalecimiento de las relaciones diplomáticas y económicas, y lograron una notable presencia en la región: son el segundo socio comercial de América Latina y el primero de Brasil, Chile y Perú; han adquirido más de un millón de hectáreas de tierras, con la visión de producir productos básicos para exportar a China; la inversión extranjera directa se calcula en USD 90.000 millones entre 2005 y 2017 (5% del total); y, los préstamos a los gobiernos de la región, en el mismo periodo, superan los USD 140.000 millones. Además, han manifestado su intención de apoyar la construcción de obras estratégicas de infraestructura para varios países, como el corredor del Trópico de Capricornio (Chile, Brasil y Argentina) y el tren bioceánico (Uruguay, Bolivia y Perú o Chile).
En este escenario, América Latina puede ser víctima de una nueva colonización que perpetuará la función de proveedores de bienes de bajo valor agregado y sin opciones claras de desarrollo.
Síntesis
En el mundo siempre habrá amenazas y oportunidades para cada país. Pero en la situación reciente están confluyendo diversas fuerzas exógenas de gran magnitud que pueden limitar la recuperación económica de América Latina y ante las cuales es muy escaso el margen de maniobra.
No obstante, es importante que los gobiernos y los empresarios tengan plena conciencia de ellos y adopten oportunamente medidas que puedan mitigar los impactos. Por ejemplo, evitar una nueva enfermedad holandesa; diseñar estrategias de aprovechamiento del capital humano migrante y allegar recursos de organismos internacionales para afrontar la crisis humanitaria; fortalecer los acuerdos comerciales en un escenario de guerra comercial; y adoptar estrategias activas frente a China, para vincular empresas a las cadenas globales de valor y desarrollar programas de cooperación para diversificar las exportaciones hacia bienes y servicios de mayor sofisticación.
Opciones existen, pero hay que anticiparlas y fortalecer la construcción de puentes, en lugar de muros.
Proteccionismo improvisado
El proteccionismo de Trump carece de argumentos técnicos. Aun cuando él enfatiza en el déficit de la balanza comercial, la variable relevante en economía es el saldo de la cuenta corriente, que además del comercio de bienes, incluye el de servicios y la renta de los factores.
Si esa balanza es deficitaria (importaciones mayores que las exportaciones de bienes), puede tratarse de un problema de competitividad, pero también puede obedecer a un exceso de gasto que es financiado con ahorro externo. Ninguna de estas dos causas se soluciona con medidas proteccionistas ni con guerras comerciales; la primera, demanda mejorar la competitividad y, la segunda, aumentar el ahorro doméstico.
Además, el déficit comercial y el de cuenta corriente se deben analizar en términos relativos y no solo absolutos. El primero aumentó hasta un máximo del 6.0% del PIB en 2006; desde ahí se redujo a 4.0% en 2016. El segundo llegó a 5.8% del PIB y luego disminuyó a 2.4% en los mismos años. Los niveles y las tendencias de ambos son considerados de bajo riesgo en el contexto internacional.
Paradójicamente, la reforma tributaria de 2017 aumentará el déficit comercial que Trump pretende reducir. Se calcula que en los próximos años el déficit fiscal crecerá más de 1.7 billones de dólares; como el ahorro nacional es bajo, el gobierno dependerá de los capitales del exterior para financiarlo. Esos flujos apreciarán más el dólar, debilitarán las exportaciones, fortalecerán las importaciones y ampliarán el déficit de la cuenta corriente.
Los efectos negativos del proteccionismo se acentúan cuando las medidas adoptadas carecen de precisión en sus objetivos, como ocurre con los aranceles a los paneles solares y a las lavadoras y sus componentes. Funcionarios gubernamentales afirmaron que “las tarifas están dirigidas principalmente a… fabricantes chinos de paneles solares y productores surcoreanos de lavadoras” (Wall Street Journal).
En el caso de los paneles solares, Stephen Roach señala que su producción se desplazó de China a Malasia, Corea del Sur y Vietnam, países desde los cuales Estados Unidos importa dos tercios del total de estos productos. Respecto a las lavadoras, Samsung abrió en enero una fábrica de electrodomésticos en Carolina del Sur, con una inversión de US$380 millones; con el arancel, las autoridades del Estado temen que se frenen la producción y los empleos proyectados.
Otra medida reciente de Trump fue la imposición de aranceles sobre el acero y el aluminio. Pero China ya paga unos sobre-aranceles por el 94% de sus exportaciones de acero a Estados Unidos; por esto, según Chad Bown, del Peterson Institute, el impacto esperado para los demás proveedores será mayor que para los chinos. De hecho, aun cuando China es el principal productor mundial, la mayoría de las importaciones estadounidenses provienen de la Unión Europea, Canadá, Corea del Sur, México y Brasil.
En aluminio ocurre algo parecido, pues China solo provee el 10% de las importaciones de Estados Unidos y el 96% de ellas tiene gravámenes adicionales.
Visto así, es más que justificado el severo juicio del nobel de economía Paul Krugman sobre el presidente de EEUU: “Siempre hemos sabido que Donald Trump es beligerantemente ignorante sobre economía (y muchas otras cosas)”.
Por esto, sigue creciendo el riesgo de una guerra comercial; otro efecto del proteccionismo improvisado.

La era Trump
Donald Trump asume hoy la presidencia de los Estados Unidos y el mundo está expectante por sus decisiones de política económica.
En líneas generales, Trump prometió bajar los impuestos de las empresas desde más del 30% al 15% y aumentar la inversión en infraestructura en US$500.000 millones. Adicionalmente, “reindustrializar” el país forzando el retorno de las empresas que se marcharon a otros países; para lograrlo, impondrá un arancel del 45% a los productos chinos y uno del 35% a los mexicanos.
Algunos analistas aseveran que la política fiscal expansiva impulsará el crecimiento y el empleo, a costa de aumentar el déficit fiscal y la deuda pública; este impulso de la demanda agregada estadounidense también dinamizará el comercio internacional y la economía mundial. Esperan que esos resultados moderen la amenaza contra China y México, pero desestiman que el mayor fortalecimiento de la tasa de cambio puede aumentar el déficit comercial.
Hay dos estudios que estiman los impactos esperados de esa combinación de políticas. Uno de Moody’s (“The Macroeconomic Consequences of Mr. Trump’s Economic Policies”) y otro del Peterson Institute for International Economics (PIIE) (“Assessing Trade Agendas in the US Presidential Campaign”).
Los resultados muestran que, en efecto, puede ocurrir inicialmente una aceleración del crecimiento económico, pero en 2019 la economía entraría en recesión: -1.5% y -0.1%, para Moody’s y PIIE, respectivamente. Para el periodo 2016-2026 el primer estudio estima un crecimiento promedio del 1.4% y el segundo del 2.0%, con lo que se prolongaría el bajo dinamismo registrado desde la crisis mundial.
Según Moody’s, después de alcanzar el pleno empleo, que en buena parte se explicaría por la deportación de 11.3 millones de migrantes ilegales, el desempleo aumenta. El choque de oferta en el mercado laboral induce un incremento de la inflación, a la cual se suma el alza de los precios de los productos importados como consecuencia de los altos aranceles; la FED responderá aumentando la tasa de interés, con el consecuente freno de la demanda agregada. Finalmente, el estudio del PIIE estima que habrá una pérdida de 4.8 millones de empleos.
Si bien se espera una reducción tanto de las exportaciones como de las importaciones, no son claros los impactos por países ni las magnitudes (Moody’s señala que en el punto pico las exportaciones de Estados Unidos caerán en US$85 mil millones, alrededor del 6%).
Aun cuando el PIIE incluye un escenario de “guerra comercial plena”, en el que China y México responden a la política de Trump imponiendo aranceles de igual magnitud a los productos de Estados Unidos, destaca la dificultad de modelar los efectos por países dada la existencia de cadenas globales de valor. Cada empresa conoce el detalle de su cadena, la forma en que los mayores aranceles le impactarán y la probabilidad de relocalizarse en otro país o retornar a Estados Unidos, como lo anhela Trump. Pero esa no es información disponible para los analistas.
El balance esperado no luce muy positivo. Se pueden perder más empleos que los atribuidos a la globalización, es factible una guerra comercial de grandes proporciones –cuya magnitud aún no ha sido medida por las dificultades para modelar las cadenas globales de valor–, y el alto crecimiento será flor de un día. Comenzó la era Trump.

Economía a la Trump
Los analistas señalan que el malestar de la clase media en Estados Unidos (EEUU) explica los sorprendentes resultados de la votación en la que fue elegido Donald Trump como presidente.
Arianna Huffington, desde 2010 llamó la atención sobre el notorio descontento de ese grupo en su libro Traición al sueño americano. Cómo los políticos han abandonado a la clase media. En él demuestra la pérdida de bienestar por recortes del gasto social en muchos estados, especialmente desde la crisis de 2008-2009.
Además, varios economistas, como Joseph Stiglitz, habían revelado la creciente concentración del ingreso. Señaló Stiglitz, en el libro El precio de la desigualdad (2012), que el uno por ciento de los más ricos es dueño de un tercio de la riqueza total de la economía de EEUU. “Mientras que al 1 por ciento más alto las cosas le iban fabulosamente, la mayoría de los estadounidenses en realidad estaba empobreciéndose”.
Ese empobrecimiento aumentó con la crisis; millones de familias perdieron sus viviendas y sus empleos y muchas se vieron precisadas a consumir su ahorro pensional.
En el mercado laboral se perdió la estabilidad del empleo y aumentó la población con desempleo de largo plazo, lo que, sugiere Huffington, repercutió en cambios en la percepción sobre la democracia en los grupos sociales afectados.
Para completar, la globalización indujo la relocalización o la quiebra de muchas industrias. Según Huffington, “en algunos casos, poblaciones enteras caen en una depresión permanente cuando desaparecen sus industrias principales”. Para ilustrarlo relata el caso de Mount Airy (Carolina del Norte), un pueblito de 9.500 habitantes en el que la industria textil y de confecciones generaba más de 3.000 empleos. Entre 1999 y 2010 las empresas quebraron y se perdieron esos trabajos; eran personas que no estaban preparadas para otro tipo de labores o, por la edad, era difícil su contratación o su capacitación para otras actividades.
El creciente descontento en el país se canalizó contra los migrantes, las élites que gobiernan el país y la globalización. Esta última se identifica claramente con la relocalización de empresas en países con mano de obra más barata, y con el aumento de productos importados que compiten o sustituyen la producción nacional.
Este fue el público al que Trump cautivó. De ahí que parte de sus promesas van contra la globalización: volver a traer las empresas que se fueron a otros países; renegociar el NAFTA o salirse de él; salirse del Acuerdo Transpacífico (TPP), que aún no ha sido ratificado; y reducir el enorme déficit comercial, que casi en un 50% es explicado por el comercio con China. En este último caso, Trump dijo expresamente: “Yo pondría impuestos a los productos que vienen de China... Y el impuesto debe ser del 45%” (New York Times, 7 de enero de 2016).
En el mundo hay temor por las consecuencias de implementar esas promesas contra la globalización. No obstante, la lógica da pocas posibilidades de aplicación, como lo muestra el caso con China.
En primer lugar, en el marco de la OMC imponer aranceles a solo un país miembro va contra el principio de Nación más Favorecida (NMF); no se puede discriminar a un país, pues este principio obliga a extender a todos los miembros de la OMC el mejor trato que ofrezca a uno de ellos.
En segundo lugar, es erróneo sancionar a China porque genera la mayor parte del déficit comercial de EEUU. La organización de la producción mundial en cadenas globales de valor volvió irrelevantes las mediciones tradicionales de comercio internacional, como la balanza comercial.
A manera de ejemplo, un estudio de la OMC calculó que la balanza comercial de EEUU en iPhones en 2007 fue deficitaria con el mundo en US$1.900 millones, resultado que fue totalmente explicado por China. Pero el comercio medido con la nueva metodología de la OMC y la OCDE basada en el valor agregado, encuentra que el déficit con China apenas llegó a US$73 millones, esto es, el 3.8% del total. En cambio, Japón explica el 36%, Alemania el 18%, Corea el 14% y el resto del mundo el 29%.
Esto evidencia que el uso de aranceles es obsoleto en la economía globalizada. En el mejor de los casos la consecuencia de un arancel del 45% solo a China, sería el aumento del precio de los iPhones a los consumidores de EEUU; en el peor, Apple quebraría, por la pérdida de competitividad frente a los fabricantes de otros países; otra opción sería el traslado del ensamble a terceros países, mejorando la balanza comercial con China, pero no la global.
En tercer lugar, la experiencia de la Gran Depresión demuestra que los obstáculos al comercio internacional generan reacciones en cadena. Con la Ley Smoot-Hawley, que aumentó los aranceles de EEUU, otros países del mundo incrementaron las barreras a las importaciones. El balance fue el deterioro del comercio mundial, con impactos negativos para todas las economías; ese mismo episodio se podría repetir en este hipotético caso.
Es claro que en la actual situación el primer país en reaccionar sería China, que podría imponer barreras a productos sensibles de las exportaciones de EEUU, como las agropecuarias y las de la industria automovilística.
En cuarto lugar, parte de las elevadas reservas internacionales de China están invertidas en bonos del tesoro de los EEUU. En agosto de 2016 su inversión ascendió a US$1.2 billones, que representan el 30% de las tenencias en manos de extranjeros. En un escenario hipotético en el que China resolviera salir rápidamente de sus bonos, propiciaría el desplome del dólar y nefastos efectos en los mercados financieros mundiales.
En síntesis, si el presidente Trump no quiere profundizar el estancamiento de las economías desarrolladas, ni ocasionar una guerra comercial en la que solo habría perdedores, tendrá que revisar sus planes de gobierno y aterrizarlos para reducir o eliminar los temores que hay en el mundo… Si no va contra

Cambios estructurales en el mundo
Los cambios estructurales que está registrando la economía mundial, tendrán profundas repercusiones en los años venideros. Entre ellos cabe destacar la declinación del crecimiento de China, el nuevo mapa petrolero mundial y la tendencia al estancamiento secular de las economías desarrolladas.
El milagro chino terminó, o por lo menos se estancó. La alta dependencia de las exportaciones y, más recientemente, de la inversión no puede seguir siendo su fuente de crecimiento.
Por eso el gobierno busca reequilibrar la economía para aumentar el peso relativo del mercado interno. Esto demanda profundos cambios que incluyen la privatización de empresas estatales, la reforma al sistema financiero, la libre movilidad de mano de obra, el control de la contaminación y el fortalecimiento del imperio de la ley.
El aumento de participación de los servicios en el PIB se interpreta como una señal positiva, pero hay barreras que impiden avanzar más rápido. El consumo interno apenas pasó del 36% al 38% del PIB entre 2010 y 2014; las tasas de ahorro se mantienen en el 30%; la población está envejeciendo y hay problemas de seguridad social para la vejez, lo que sumado al lento aumento de la productividad, repercute en la tendencia al estancamiento secular.
Por todas estas razones, según The Economist Intelligence Unit, la economía China tenderá a desacelerar su crecimiento en las próximas décadas, hasta converger a las tasas que crecerá la economía de Estados Unidos (alrededor del 2%).
En el caso del petróleo es ampliamente conocido el repunte de la producción de crudo en los Estados Unidos y el debilitamiento del cartel de la OPEP. Este organismo se la jugó por una guerra de precios para sacar del mercado la producción de hidrocarburos no convencionales, pero todo indica que no tendrá éxito.
El desplome de los precios apenas sí ha repercutido en la moderación del nivel de la producción mundial. Las empresas tomaron mecanismos de cobertura de precios, recortaron costos, mejoraron técnicas de producción y, según The Wall Street Journal, están por entrar en producción los megaproyectos del Golfo de México, que aumentarán la oferta global.
Por último, la hipótesis del estancamiento secular de Summers sigue tomando fuerza y los hechos parecen darle la razón. Después de la crisis mundial las economías desarrolladas no han recuperado su ritmo de crecimiento, la inversión no crece, y la productividad y el producto potencial siguen declinando. A estos elementos se suma el cambio estructural en la población, que repercute en menores tasas de crecimiento de la población en edad de trabajar.
En ese contexto cabe esperar precios bajos de los productos básicos en los próximos años, pérdida de importancia geopolítica del Medio Oriente (salvo por el posible conflicto con el Estado Islámico), fortalecimiento competitivo de la economía estadounidense y, persistente balanza comercial negativa de Colombia con Estados Unidos.
Ante los profundos efectos de estos cambios cabe preguntarse cuáles serán los impactos en Colombia, qué medidas se podrían adoptar y qué oportunidades surgen. Salta a la vista la urgencia de impulsar una efectiva diversificación de la canasta exportadora, aprovechar al máximo los acuerdos comerciales y adoptar políticas que faciliten la vinculación de las empresas colombianas a las cadenas globales de valor. No son temas nuevos, pero llevan años aplazándose.
Riesgos en la economía mundial. Comentarios a la presentación de Sebastian Edwards
El economista y consultor internacional, Sebastian Edwards presentó un panorama sobre la economía mundial, en el que desatacó algunos de los factores determinantes de su rumbo a corto y mediano plazo. Analizó los probables efectos de esos factores en América Latina y en Colombia.
En este artículo se resumen las apreciaciones de Edwards acerca de los impactos probables de la decisión que tome la Reserva Federal (FED) de los Estados Unidos de subir la tasa de interés, sobre las perspectivas de China y los problemas que puede enfrentar la economía colombiana en ese entorno global.
Tasas de interés en Estados Unidos
En opinión de Edwards, la inminente subida de la tasa de intervención de la FED está más que justificada por varias razones. En primer lugar, porque hay un consenso sobre el exagerado aumento de la liquidez de la economía; la base monetaria se multiplicó por cuatro y esa gran masa monetaria en cualquier momento puede desencadenar procesos inflacionarios difíciles de contener.
En segundo lugar, el nivel de desempleo ha bajado continuamente y puede estar ya en su nivel de pleno empleo; de no actuar oportunamente, pueden aparecer presiones sobre los salarios y por esa vía sobre la inflación.
En tercer lugar, se empiezan a detectar burbujas en algunos activos financieros como consecuencia de las bajas tasas de interés; aún están frescos en la memoria los problemas generados por la burbuja de las subprime, por no ser contenida a tiempo.
Edwards observó que en los últimos 20 años solo hay tres episodios de aumento de las tasas de la FED. En todos ellos, se observó que después del primer aumento vinieron otros; el incremento total más bajo fue de 185 puntos básicos y el máximo fue de 420 puntos.
En los dos primeros episodios, el impacto en América Latina fue muy grande. El aumento de 1994-95 fue uno de los detonantes de la crisis del efecto tequila en México; el de 2004-2006 precipitó la crisis de la caja de conversión en Argentina.
En consecuencia, no solo se puede esperar que la FED tome finalmente la decisión de aumentar la tasa de interés en la reunión de diciembre o en la de marzo del año entrante, sino que en las reuniones posteriores la siga subiendo. Según Edwards, cabría esperar que el aumento total sea del orden de 300 puntos básicos, lo que coincide con lo que han manifestado varios miembros de la junta de la Reserva Federal.
Para los bancos centrales de América Latina, la decisión que tome la FED plantea un dilema: seguirla o no seguirla en su incremento de tasas de interés. Es un dilema porque si aumentan sus tasas de interés, retrasan la recuperación de sus economías, que actualmente se están desacelerando; y si no las aumentan o, por el contrario, las reducen, los tipos de cambio se pueden depreciar más, porque el dólar se seguirá fortaleciendo.
La evidencia empírica muestra que en los episodios de alza las decisiones de los bancos centrales siguen en la misma dirección (coeficiente de correlación de 0.6). De hecho, en el caso de México el banco central no solo anunció su intención de aumentar sus tasas de intervención, sino que resolvió modificar el cronograma de reuniones, y las programó para el día siguiente a las de la FED, con el objetivo de tomar la decisión lo más pronto posible. Edwards llamó la atención sobre el contraste con Colombia, donde la Junta Directiva del Banco de la República se reunirá tres semanas después de una eventual medida de la Reserva Federal.
Sobre este tema caben cuatro comentarios a la exposición de Edwards. El primero se relaciona con la solidez de la reactivación de los Estados Unidos. Los indicadores no respaldan del todo la idea de una recuperación plena de la dinámica económica; cabe recordar que la proyección que hizo el FMI en enero de 2015 era del 3.5 % y, en revisiones sucesivas, la bajó al 2.5 % en julio.
Si bien es claro que la caída de los precios del petróleo ha tenido un impacto importante en la inflación, su descenso a niveles cercanos a cero plantea interrogantes sobre el comportamiento de la demanda interna; existe el riesgo de que el aumento de las tasas de interés golpee esta variable y frene el aumento del PIB.
El segundo comentario es sobre el comportamiento del mercado laboral. La tasa de desempleo se ubicó en el 5.1 %, pero hay debates acerca de si está llegando al nivel de pleno empleo o no, pues no es contundente la información sobre crecimiento de los salarios. Mientras Feldstein afirma que los salarios de profesionales están creciendo, Stiglitz indica que el desempleo de afroamericanos está en el 9 % y esto impide el aumento de los salarios.
El tercer punto se relaciona con la hipótesis de Lawrence Summers sobre el estancamiento secular, que se refleja en reducciones continuas del PIB potencial. Este es un aspecto que también mencionó indirectamente Juan José Echavarría en su presentación en la Convención, al plantear el interrogante de lo que ha ocurrido con la dinámica económica de Japón y sobre la posibilidad de que los Estados Unidos entren en un comportamiento similar. Si la hipótesis fuera cierta, el aumento de las tasas de interés por parte de la FED sería un error.
El cuarto comentario, en el caso de América Latina, es la mayor depreciación esperada, que también se relaciona con las dificultades que pueden enfrentar las economías para acceder al financiamiento, pues la percepción de riesgo en el vecindario viene creciendo, como lo refleja el aumento de los spreads en los meses recientes. Esta es otra razón para aumentar las tasas de interés y para tratar de contener la salida de capitales, especialmente los invertidos en portafolios.
En síntesis, si bien es inminente un aumento de la tasa de intervención en los Estados Unidos, con base en los claros argumentos expuestos por Edwards, hay interrogantes sobre la continuidad de la política.
La incertidumbre china
En sus presentaciones en la Convención, Juan José Echavarría y Sebastian Edwards coincidieron en su percepción sobre los interrogantes que genera China. La opinión de Edwards es que esta economía no va a colapsar, pero sí puede desacelerarse más.
La devaluación del yuan sorprendió a los mercados, cuando, según Edwards, era una situación previsible. Considera que más sorpresiva fue la práctica desaparición del superávit en cuenta corriente, que pasó del 10 % del PIB en el 2008 a menos del 2 % en 2014. Esta fue una señal que la racionalidad de los mercados no interpretó adecuadamente, pero que estaba indicando el fin de la sobrevaluación de esta moneda.
El problema para América Latina es que el menor crecimiento de China y la devaluación de su moneda permiten prever que los precios internacionales de los productos básicos se mantendrán bajos a mediano plazo y que las exportaciones de la región a ese mercado se encarecerán en términos relativos.
Como complemento a las apreciaciones del profesor Edwards, se debe comentar que a los problemas de China hay que ponerles más atención. La experiencia internacional de las últimas décadas ha demostrado que algunos problemas que son considerados marginales, de pronto adquieren dimensiones inimaginables que impactan en la economía mundial. El mejor ejemplo reciente es el de las hipotecas subprime.
A finales de julio, frente a la volatilidad de la bolsa de Shanghái, Krugman afirmó que «en sí mismo, el precio de las acciones chinas no debería importar tanto» (New York Times, 31 de julio de 2015). La percepción del nobel cambió por una manifiesta preocupación después de la devaluación del yuan: «si de verdad no lo comprenden, hay motivos para preocuparse. China es una superpotencia económica, aún no tan grande como Estados Unidos o la Unión Europea, pero lo suficiente para ser muy importante. Y enfrenta tiempos difíciles. De modo que si sus líderes están tan despistados como últimamente parece, es un mal presagio, no solo para China, sino para todo el mundo» (New York Times, 14 de agosto del 2015).
Otro aspecto a tener en cuenta es que la economía china inició una transición que busca fortalecer el mercado interno y depender menos del mercado externo. Inicialmente buscó sustituir la demanda externa aumentando la inversión, pero ese modelo ya se agotó y generó un exceso de capacidad instalada.
Para reequilibrar la economía son necesarias diversas reformas estructurales que abarcan el sistema financiero, el mercado laboral, reforma fiscal y apertura del sector de servicios, entre otros. El problema es que esas agendas se han retrasado y, por lo tanto, dificultan el retorno de China a tasas de crecimiento del 10 %.
Colombia: problemas a la vista
Sebastian Edwards opina que la visión de la política económica que presentó el ministro Cárdenas en la Convención es la correcta. Tener la sostenibilidad fiscal como el ancla de la política significa cerrar de tajo la opción a quienes plantean que un poquito de inflación no es dañina; Edwards sostiene que ella siempre es dañina y puede llevar a una «pendiente resbalosa en que un poquito de inflación lleva a otro poquito de inflación y antes de que nos demos cuenta estamos en niveles del 20 % o 25 % que matan los mercados de rentas vitalicias, el mercado de capitales y el sistema de financiamiento de las empresas».
Pero, a pesar de esa visión y de la consistencia de los mensajes del equipo técnico del Gobierno, la economía colombiana no está exenta de riesgos y hay que prepararse para tiempos complicados. Para el profesor Edwards, la rebaja de la calificación de Brasil a bonos basura y con perspectiva negativa, por parte de la calificadora Standard & Poor’s, es una señal de alarma para América Latina y especialmente para Colombia.
En ocasiones anteriores, cuando una calificadora «pone el dedo en el gatillo y hace el primer disparo», le siguen otros disparos, tanto de ella como de las otras calificadoras. Así se observó en 1997-1998 cuando bajaron de la calificación de las economías asiáticas en forma sistemática, una tras otra. Según los análisis de Standard & Poor’s los próximos candidatos son Malasia, Turquía y Colombia; aun cuando no hay certeza sobre esas decisiones, hay que estar alerta.
En opinión del profesor Edwards, al final volvemos a un tema crucial de toda la vida: la sostenibilidad de la cuenta corriente. Según los cálculos de Merrill Lynch, entre las economías a las que les hace seguimiento, Colombia es el país que requiere de un mayor ajuste en la cuenta corriente para llevarla al nivel que se considera sostenible. Los cálculos de esa agencia también ubican a Colombia como la segunda nación que más tiene de que depreciarse, después de Argentina.
No obstante, Edwards cerró sus comentarios sobre Colombia dando un mensaje de tranquilidad por la confianza que inspira el ministro Cárdenas y el equipo económico del Gobierno, a pesar de que el tema es complejo.
Tomando a Chile como referencia, se debe tener en cuenta que su éxito fue consecuencia de políticas pro competencia, apertura, tarifa uniforme del arancel y reglas de juego claras que permitieron un salto en la productividad de forma nunca vista en América Latina. Ese es un ejemplo para Colombia, según Edwards.
Sin duda, el llamado de atención de Edwards sobre la sostenibilidad de la cuenta corriente es de gran importancia y amerita una discusión amplia en el país. La autoridad monetaria ha dado sus mensajes sobre la inflación, y el Gobierno sobre la acomodación del déficit fiscal a las nuevas circunstancias del mercado mundial. Pero en el caso del déficit en cuenta corriente no es claro el camino que se va a seguir.
El choque externo por la caída de los precios internacionales de los productos básicos ocasionó un gran deterioro de la balanza comercial y de la cuenta corriente. El problema es que no es una caída coyuntural, sino que tenderá a mantenerse a mediano plazo, toda vez que el 50 % de las exportaciones de Colombia hasta 2014 lo aportaba el petróleo.
Las perspectivas petroleras, desafortunadamente, no son las mejores. Por el lado de los precios, en el mercado mundial se está jugando una guerra con profundos intereses geopolíticos y es difícil que alguna de las partes ceda; por eso, en el mejor de los casos, cabe esperar que los precios se mantengan en un rango como el observado en los últimos meses, que equivale al 50 % de los registrados hasta mediados del 2014.
Por el lado de la oferta, Colombia tiene un gran reto, pues las reservas petroleras no dan para más de seis o siete años. Esto significa que difícilmente podrá mantener el volumen de las exportaciones recientes y en los próximos años ellas pueden declinar.
Las esperanzas están puestas en la reacción del comercio a la acelerada depreciación del peso colombiano; por un lado, con el aumento de las exportaciones no minero energéticas y, por otro, con la caída más acelerada de las importaciones, de forma que se cierre el abultado déficit comercial. Pero lo primero difícilmente ocurrirá a corto plazo por el debilitamiento de la demanda mundial que ha llevado a la OMC a revisar nuevamente a la baja el crecimiento proyectado del comercio mundial para el 2015, del 3.3 % al 2.8 %.
Conclusiones
La conferencia del profesor Edwards enriqueció el análisis sobre la economía mundial en la coyuntura actual y mostró aspectos de interés para las economías latinoamericanas, en general, y la colombiana en particular.
El mundo sigue pendiente del aumento de la tasa de interés en los Estados Unidos y, pese a que los mercados aguardan esta decisión, cabe esperar algún grado de volatilidad adicional, mayores depreciaciones de las monedas de las economías emergentes y posibles salidas de capitales. También es posible que las autoridades monetarias de diversos países reaccionen a esto con el incremento de sus tasas de intervención.
China es un tema al que hay que hacer un seguimiento continuo. Otras experiencias muestran que situaciones o inconvenientes que parecen poco importantes se pueden transformar en detonantes de problemas mundiales; en este caso, se trata de la economía emergente más importante, con gran influencia en todos los mercados, como ya lo evidencian los precios de los productos básicos.
Finalmente, la sostenibilidad de la cuenta corriente es un tema al que se debe poner mucha atención y en el que el Gobierno debería explicar con más detalle las bases de sus proyecciones optimistas, con el fin de dar tranquilidad a los mercados y a los analistas internacionales.
Y Latinoamérica ¿para dónde va?
Desde mediados del año anterior las economías en desarrollo se empezaron a desacelerar. Latinoamérica es la región que más rápido redujo su dinámica, al punto que las proyecciones de crecimiento apenas llegan al 1% para el 2014 –la tasa más baja desde la crisis mundial– y al 2% para el 2015.
La desaceleración obedece a diversos factores de la coyuntura internacional y a decisiones de política económica de cada economía. El problema es que los primeros, al parecer, no variarán en el mediano plazo y no dependen de las autoridades económicas de la región. Las segundas, que podrían moderar los impactos del entorno externo, enfrentan un reducido margen de maniobra en varios países por las erráticas decisiones de años recientes.
Entre los factores de la coyuntura internacional cabe destacar la caída de los precios internacionales de los productos básicos, el desplome del precio internacional del petróleo, la desaceleración de China y la normalización de la política monetaria en Estados Unidos. Los precios internacionales de los productos básicos, según el FMI, cayeron 29.2% en 2014. En estos productos se observan tres comportamientos distintos: 1) los que empezaron a caer desde 2012, que incluyen alimentos, metales, carbón y gas; 2) los que demoraron su caída hasta 2014, como el petróleo; y 3) los que siguen registrando notables crecimientos como café, harina de pescado y carne de bovino.
El impacto de los menores precios en la región varía con el peso relativo de cada producto básico en las exportaciones (como la alta participación del cobre en Chile y Perú). Sin duda, el más fuerte será la caída del petróleo, por su efecto directo sobre las economías de Argentina, Brasil, Ecuador, Perú, Venezuela, Colombia y México. Dependiendo de la diversificación de su estructura productiva y sus exportaciones, el impacto negativo sobre la cuenta corriente, las finanzas públicas y el PIB, será diferente en cada país. Los casos más complejos son los de Venezuela y Ecuador, que ya empezaron a adoptar medidas desesperadas para evitar una mayor reducción del crecimiento y el incumplimiento del servicio de la deuda pública.
Aun cuando los países no petroleros se benefician por el menor gasto en importaciones y la reducción de las presiones inflacionarias, enfrentarán, como todas las economías latinoamericanas, el endurecimiento de los mercados financieros internacionales y el riesgo de salidas de capitales que presionen más la depreciación de las monedas.
El cambio en los mercados financieros refleja, de un lado, la terminación de los estímulos monetarios y la expectativa de aumento de la tasa de interés en Estados Unidos y, de otro, la reducción de la oferta de petrodólares por las necesidades de liquidez de las economías exportadoras del hidrocarburo.
La dependencia que algunas economías tienen de la dinámica de China complica el panorama. La Cepal (“Panorama de la Inserción Internacional de América Latina y el Caribe 2013”) menciona una estimación según la cual la reducción de un punto en su crecimiento ocasionará una contracción de 0.5 puntos porcentuales del PIB latinoamericano y afectará especialmente a Brasil y Chile, para los cuales China es el principal socio comercial.
Es probable que la desaceleración de la economía china no sea temporal y que difícilmente retorne a los ritmos del 10% anual, observados en las últimas décadas. The Economist Intelligence Unit, proyecta para China una tasa de crecimiento del 6.3% anual en el periodo 2014-2020 y del 4.1% para 2021-2030.
Este complejo panorama tendrá impactos diferenciados en la región. Un estudio de Brookings y Ceres (Ernesto Talvi (2014) “Macroeconomic Vulnerabilities in an Uncertain World. One Region, Three Latin Americas”) clasifica las principales economías latinoamericanas en tres grupos: 1) las que tienen fundamentos macroeconómicos débiles: Venezuela (con crecimiento proyectado de 1.3% promedio entre 2014-2018) y Argentina (2.0%); 2) fundamentos mixtos: Brasil (2.2%); y 3) fundamentos fuertes: México (3.7%), Chile (4.0%), Colombia (4.7%) y Perú (5.4%).
Este último grupo es el que menos vulnerabilidades macroeconómicas enfrentará en los próximos años: tiene altos niveles de liquidez internacional, sólida posición fiscal y bajas presiones inflacionarias.
Aun cuando los países de la Alianza del Pacífico cuentan con mejores condiciones, no están exentos de riesgos. El ejemplo de la injustificada salvaguardia que recientemente impuso Ecuador a Colombia y Perú es una muestra de los problemas que se pueden generar por las dificultades macroeconómicas de los vecinos.
En síntesis, terminó el ciclo de auge y, si bien no se ve una crisis latinoamericana en el mediano plazo, sí hay efectos diferenciados que pueden hacer más tortuoso el camino del crecimiento de la región en los próximos años. La calidad de las políticas macroeconómicas en los años recientes y en los venideros será determinante para capotear la volatilidad que ya llegó.
Asia: mirar al pasado y al futuro
En las discusiones contemporáneas sobre la globalización y la creciente importancia de Asia–Pacífico, suele pasarse por alto que esa región del mundo fue la de mayor importancia económica global por muchos siglos y que su aporte fue decisivo para el avance de la ciencia y la cultura occidentales.
El nobel de economía Amartya Sen destaca que gracias a los vínculos comerciales, que él interpreta como una etapa previa de la globalización moderna, muchos conocimientos fluyeron de Asia a Europa: “Alrededor del año mil, la difusión global de la ciencia, la tecnología y las matemáticas cambiaba al viejo mundo pero provenía de una dirección contraria a la actual. Los mapas y la imprenta, la ballesta y la pólvora, el reloj y el puente sostenido con cadenas de hierro, la cometa, la brújula, la carretilla y el ventilador giratorio –todos ellos, ejemplos de la alta tecnología de hace un milenio– se utilizaban comúnmente en China y otros territorios ignotos”. A esto le suma el sistema decimal –desarrollado en la India entre los siglos II y IV y complementado posteriormente con aportes árabes–, que llegó a Europa hacia el siglo X.
Según las mediciones realizadas por Angus Maddison, el famoso economista historiador inglés fallecido el año pasado, entre el año 1 y 1820, en promedio, el 66% del PIB mundial era aportado por Asia, pero esa participación venía declinando desde el año 1600 (los cálculos se basan en una metodología diferente a la usada actualmente en cuentas nacionales, pero permite comparaciones de los resultados de este investigador para toda las series obtenidas). En términos del PIB per cápita, la mayor parte de Asia, especialmente China e India, superaban los niveles de Europa Occidental.
En su obra “La economía mundial: Una perspectiva milenaria”, Maddison atribuye esa declinación a la inexplicada adopción de una política autárquica en China y, posteriormente, al estancamiento inducido por la dominación colonial de buena parte de Asia. Señala Maddison que “en el siglo XV, China renunció a desempeñar un papel activo en el comercio asiático, impuso rígidos controles sobre el comercio privado y un embargo sobre el comercio con Japón”. Estos hechos permitieron a Europa Occidental ampliar la brecha de ingreso per cápita con los pueblos asiáticos, a los cuales había dado alcance en el siglo XIV.
La era moderna del crecimiento económico, que nació con la revolución industrial y la ampliación del comercio mundial desde el siglo XIX, repercutió en la mayor importancia relativa de las economías europeas y de Estados Unidos, mientras que las asiáticas la perdían cada vez más. En el caso de China, una vez suprimida la dominación colonial, empezó el régimen comunista liderado por Mao Tse–Tung, que llevó a esta economía a ser una de las más pobres del mundo a finales de los años setenta del siglo XX.
La notable recuperación de Japón de la destrucción ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, la apertura económica de Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong, el abandono de China de la autarquía comunista desde 1978 y el cambio de modelo de desarrollo en la India a partir de 1991, revirtieron la tendencia descendente de casi dos siglos y pusieron al Asia en la senda de la recuperación de su importancia relativa en el contexto mundial.
La medición más reciente que dejó Maddison muestra que entre 1950 y 2008 la participación de Asia en el PIB mundial aumentó del 18.6% al 43.7%. Esto evidencia que la dinámica de Asia no corresponde al fenómeno de las economías emergentes sino al de economías renaciendo; que la autarquía generó el rezago en su desarrollo; y que estos elementos indican la importancia para Colombia de fortalecer la relación comercial con esa región del mundo.
Lecciones Chinas
Aun cuando es ampliamente conocida la fulgurante trayectoria económica de China desde las reformas iniciadas en 1978, el mundo no deja de sorprenderse a medida que se conocen nuevos logros. Hay muchas lecciones que Colombia puede sacar de esa experiencia.
China ya es la segunda economía del mundo por tamaño del PIB, desplazando a Japón que llevaba más de cinco décadas en esa posición. Aun cuando su PIB per cápita a precios de paridad apenas representa cerca del 15% del de Estados Unidos, el avance registrado ha sido aún más impresionante; entre 1980 y 2009 subió 52 puestos en el escalafón mundial de este indicador. Corea del Sur que es la economía que le sigue en desempeño mejoró en 29 puestos.
Entre tanto, de las economías latinoamericanas sólo Chile registra un desempeño aceptable, al mejorar 15 puestos. Las demás deterioraron su posición relativa en el contexto mundial; Colombia perdió 3, Brasil 11 y Venezuela 18.
Recientemente The Economist publicó en internet un mapa que muestra cómo el éxito de China en crecimiento económico se refleja en diversas provincias, que pasaron de ser regiones muy pobres a tener un PIB de tamaño similar o superior al de muchas naciones (“Comparing Chinese Provinces with Countries”). Cinco de ellas superan el PIB total de Colombia.
La comparación del PIB per cápita también muestra cómo varias provincias, superan el indicador de numerosas economías en desarrollo. Colombia es superada por 12 de ellas.
Son varias las medidas que adoptó China para dar ese enorme salto en poco más de tres décadas. Sin duda la más importante, fue su decisión de romper el modelo autárquico impuesto por Mao y sustituirlo por una inserción activa en la economía globalizada.
Pero hay dos aspectos adicionales que contribuyeron al éxito: la implementación de las zonas económicas especiales (ZEE) y la actitud del sector privado. Para Colombia son importantes, en primer lugar, por la coyuntura de debate sobre el balance del régimen de las zonas francas y la posibilidad de avanzar en figuras similares a las usadas por China; en segundo, por el papel del emprendimiento, que es clave en momentos en que parece despertar un nuevo clamor proteccionista en el país.
Es ampliamente conocido que las ZEE fueron creadas como grandes regiones geográficas con atractivos incentivos para la inversión y el comercio internacional. Pero es menos conocido que ellas se complementaron con instrumentos de la misma familia para impulsar el desarrollo industrial. Un trabajo reciente del Banco Mundial hace un balance de ellos (Douglas Zeng “How Do Special Economic Zones and Industrial Clusters Drive China’s Rapid Development”).
El gobierno aprobó inicialmente cuatro ZEE, con el fin de experimentar y evaluar el impacto de la apertura económica. Comprobado su éxito, en 1984 dio un paso adicional con la constitución de 14 zonas de desarrollo económico y tecnológico (ZDET); ellas son de menor tamaño que las ZEE y se ubican cerca de grandes ciudades. Actualmente hay siete ZEE y 69 ZDET. Adicionalmente, desde 1988 se iniciaron las zonas de desarrollo industrial de alta tecnología (ZDIAT), asociando centros de investigación, universidades y empresas grandes y medianas para el desarrollo de productos de alta tecnología; en 2010 había 54 ZDIAT.
A ellas se suman las zonas de libre comercio y las zonas de procesamiento de exportaciones que son las que más se asimilan a las zonas francas que existen en Colombia. China cuenta hoy con 15 y 61 zonas, respectivamente.
Su impacto económico es notable. Zeng indica que en 2006 las cinco ZEE y las 54 ZDET que entonces existían, generaron 19 millones de empleos (2.5% del total), cerca del 10% del PIB y el 37% de las exportaciones de China. El impacto de los otros instrumentos es difícil de medir por problemas de agregación, pero según los cálculos del investigador todas las zonas aportaron en ese año 18.5% del PIB y cerca del 60% de las exportaciones.
Con relación al otro tema, se acepta que el éxito de esta economía es producto del “capitalismo de Estado” a la China, caracterizado por una alta intervención burocrática. Sin embargo, The Economist destaca que, si bien el Estado ha jugado un papel decisivo en el proceso, mediante la provisión de bienes públicos y la erradicación de obstáculos físicos y tecnológicos, sin el concurso del sector privado quizás los resultados hubieran sido otros.
La publicación destaca la tendencia decreciente que tienen las empresas estatales en la industria y reseña investigaciones que demuestran la menor eficiencia y la menor rentabilidad de estas con relación a las privadas.
Resultan sorprendentes los casos de emprendimientos exitosos que se conocen en China a la luz de la apertura económica, algunos de ellos incluso desde la informalidad. Los cuarenta años de autarquía maoísta con la supresión de la propiedad privada, el adormilamiento del espíritu de innovación y la represión a cualquier intento de desarrollo de la actividad privada no mataron la iniciativa de emprendimiento que despertó con el cambio de modelo de desarrollo.
Contrasta esta historia con la de Colombia, en la que segmentos empresariales se acostumbraron a la comodidad de capturar rentas públicas bajo los esquemas del proteccionismo y, aun dos décadas después de la apertura económica, se niegan a abandonarlas y a reconocer que el mundo cambió. Al paso que vamos, Colombia corre el riesgo de seguir siendo el “Tíbet de América Latina”, como lo sentenció Alfonso López Michelsen.
Estructura productiva y cadenas de valor
La globalización está cambiando la geografía de la producción mundial y la estructura del comercio internacional. Esa realidad plantea interrogantes a la economía colombiana: ¿La estructura productiva permite atender las nuevas corrientes de demanda mundial? ¿Hacia dónde se debe orientar sectorialmente el país?
Hay actividades, como la minería, que seguirán sin mayores cambios, con el fin de atender la creciente demanda de materias primas de los países líderes del crecimiento global; pero ellos difícilmente pueden generar los encadenamientos y los efectos de arrastre para fundamentar una modernización de la economía colombiana y el cierre de las brechas de ingreso con el mundo desarrollado y con los países emergentes de alto crecimiento.
El sector agrícola tiene grandes retos. El país no aprovechó el auge internacional del periodo 2004-2008 por la escasa oferta exportable, la baja productividad y la alta informalidad. Pero el panorama para los próximos años nuevamente es favorable por el riesgo de escasez alimentaria que enfrenta el mundo. Así lo indica el Índice FAO de precios de los alimentos, que en diciembre de 2010 alcanzó el nivel más alto de las últimas décadas.
El gobierno considera el agro como una de las locomotoras de la economía, por lo que cabe esperar su fortalecimiento y el desarrollo de actividades de alta productividad y fundamentadas en la investigación. Esa es una senda con buenas probabilidades de éxito, como lo muestran las experiencias de Chile, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. El reto radica en la velocidad a la que pueda reaccionar la estructura productiva y adaptarse al nuevo entorno.
Con relación a los sectores de manufactura y servicios es imprescindible mejorar la productividad, reducir la informalidad y potenciar las actividades con mayor futuro en la economía globalizada.
Con el fin de aumentar la competitividad, el gobierno viene adelantando el programa de transformación productiva en ocho sectores y se espera la incorporación de al menos otros ocho en los próximos años; el programa comprende sectores establecidos que serán sometidos a un proceso de reingeniería y sectores nuevos y emergentes que registran una creciente demanda internacional.
Aun cuando ese programa llevará a la creación de sectores de clase mundial, se debe buscar su inserción en la nueva “división internacional del trabajo”, definida por la fragmentación geográfica de la producción en el plano mundial. Esto se puede lograr mediante una política explícita o mediante decisiones de los empresarios.
Cada día más y más productos se vuelven globales. De ahí que el “made in” esté perdiendo sentido, mientras que el “design in” gana creciente importancia. Los vehículos, los computadores y la mayoría de los productos de alta tecnología de consumo masivo son el resultado de la integración de partes diseñadas y fabricadas en muchos países y finalmente ensamblados en uno de ellos.
Son múltiples las implicaciones que acarrea ese cambio y es necesario que los empresarios y las autoridades económicas las entiendan y las aprovechen. Por ejemplo, debilitan las mediciones tradicionales del comercio internacional.
Un trabajo reciente de Yuqing Xing and Neal Detert, investigadores del Asian Development Bank Institute (ADBI), titulado “How the iPhone Widens the United States Trade Deficit with the People’s Republic of China”, demuestra esa implicación.
Xing y Detert señalan que en el enfoque tradicional de medición del comercio, Estados Unidos registra un déficit comercial enorme con China, comúnmente explicado por el empeño de éste último en mantener artificialmente depreciada su moneda. Sin embargo, esa perspectiva del problema no tiene en cuenta los cambios estructurales que se han registrado en la integración de cadenas globales de valor y los efectos que ellas ocasionan en la estructura del comercio internacional.
Para ilustrar sus hipótesis, los autores toman el caso del iPhone, un emblemático producto de alta tecnología de consumo masivo, diseñado por la empresa estadounidense Apple. Pero en su fabricación intervienen nueve empresas ubicadas en seis países, incluido Estados Unidos. Todos los componentes son enviados a China en donde se hacen los procesos de ensamble y exportación al resto del mundo.
Las estadísticas de 2009 indican que China exportó a Estados Unidos US$2.023 millones en iPhones; dado que algunas empresas de Estados Unidos exportaron a China insumos para este producto por un monto de US$122 millones, el neto arroja un déficit de US$1.901 millones para los estadounidenses.
Pero los cálculos de los investigadores del ADBI muestran que en China sólo se incorpora el 3.6% del costo total de un iPhone, básicamente por concepto de mano de obra. Por lo tanto la balanza comercial sería superavitaria para Estados Unidos en US$48 millones por concepto de intercambio de este bien entre los dos países; e implícitamente sería deficitaria con los países que fabrican los demás componentes.
Este caso ilustra la forma en que se está articulando la nueva producción global. Y es en esas cadenas de valor en las que el país debe insertase para obtener los beneficios de la globalización. Por lo tanto, hay bienes que el país no tiene que fabricar totalmente, sino especializarse y ser los mejores en el mundo en producir uno o varios componentes de un conjunto de productos o servicios finales.
¿Podremos alcanzar ese objetivo? ¿O nos resignaremos a ver pasar indias y chinas que nos van dejando atrás, porque nos negamos a aceptar la nueva realidad de la organización productiva mundial?
China y América Latina
Desde hace algunos años surgió un debate sobre las implicaciones que tendrá para América Latina el imparable crecimiento de China. Mientras esa economía produjo bienes de bajo valor agregado, no tuvo mayor importancia para la región. Pero las cosas cambiaron cuando se empezó a percibir que su dinámica no era flor de un día, fue aceptada como miembro de la OMC, empezó a inundar el mundo no sólo con bienes de baja tecnología sino también de media y alta, y comenzó a desplazar a las economías latinoamericanas de los mercados internacionales de confecciones.
Entonces aparecieron publicaciones en las que se exponen los temores o en las que, por el contrario, se muestra que no hay razones para ellos; se argumenta que las economías latinoamericanas tienden a ser complementarias con la economía china y la comparación de las canastas exportadoras indica que no se compiten en importantes mercados como el de Estados Unidos.
Algunas de esas publicaciones realizan reflexiones sobre las diferentes sendas de desarrollo que siguieron China y América Latina. Los resultados han sido a la vez sorprendentes y desalentadores.
A mediados de los años setenta el gigante asiático era la tercera economía más pobre del mundo, después de Burundi y Nepal. Su PIB per cápita (US$146 a precios constantes del año 2000) era equivalente al 4.6% del latinoamericano; pero en 2009 ya representaba el 47.7%, y había salido del fondo de la tabla de las más pobres.
China no sólo cerró la brecha de ingreso con América Latina, sino también con el mundo desarrollado. Entre 1975 y 2009 la proporción pasó del 0.7% del PIB per cápita de Estados Unidos al 6.0%; en el mismo lapso el de los países latinos se redujo de 16.1% a 12.6%.
Varios estudios encontraron que la fuente del rezago de América Latina está en el modelo de desarrollo cerrado implementado hasta finales de los ochenta, frente al modelo de inserción en los mercados internacionales que adoptó China desde 1978. El sesgo antiexportador del primero se reflejó en el creciente atraso en el indicador de productividad laboral relativa, mientras que el segundo registró un crecimiento continuo mayor que el de Estados Unidos, que es el país de referencia.
Cada vez es más evidente la complementariedad económica como la base de las relaciones entre las dos regiones: China produce manufacturas y demanda materias primas que son abundantes en América Latina. Aun cuando las exportaciones se han incrementado notablemente, hay un problema por la alta concentración en productos de bajo valor agregado; cerca del 80% de ellas está representado por soya, cobre, hierro, petróleo y pulpa de papel. Además, cerca del 90% de las exportaciones a ese destino son realizadas por cuatro países: Brasil (41%), Chile (23%), Argentina (16%) y Perú (9%).
En ese contexto, el empeño de la región latinoamericana por lograr economías más diversificadas puede irse al traste, por efecto de las bonanzas de productos básicos que aumentarían el riesgo de enfermedad holandesa y forzarían a la “reprimarización” de las estructuras productivas.
¿Cómo contrarrestar esas tendencias? La vía más clara es la de poner el acelerador a las políticas de competitividad, con el fin de recuperar el tiempo perdido; esa puede ser la causa fundamental de la pérdida de mercados de América Latina no sólo frente a China sino a otros países. Como complemento, es vital la inserción en las cadenas globales de valor y la creación de los incentivos que permitan la apropiación de tecnologías; en esa dirección se mueve el mundo globalizado.
No hacerlo, llevaría a América Latina a perpetuar la broma cruel mencionada por el nobel de paz Óscar Arias: “aquella broma que nos dice que somos el continente del mañana… y siempre lo seremos”.