Publicado en el diario La República el 28 de agosto de 2008
Los recientes sucesos de la Ronda Doha han reavivado la discusión sobre regionalismo y multilateralismo. Mientras algunos analistas atribuyen al primero el freno al desarrollo del segundo, hay quienes creen viable el avance hacia el libre comercio con las dos opciones.
Es necesario poner en contexto el debate para enriquecer la discusión, aun a sabiendas de que difícilmente será zanjada.
Para empezar, es crucial reconocer que desde sus propios orígenes en el escenario multilateral se aceptó la convivencia con el regionalismo. Con ese propósito se introdujo el artículo XXIV del GATT de 1947; en él se señala que “las partes contratantes reconocen la conveniencia de aumentar la libertad de comercio, desarrollando, mediante acuerdos libremente concertados, una integración mayor de las economías de los países que participen en tales acuerdos”.
Adicionalmente, como lo señala Monserrat Millet en su libro “La regulación del comercio internacional: Del GATT a la OMC”, la posibilidad de crear uniones aduaneras y zonas de libre comercio fue propuesta tanto por países desarrollados como subdesarrollados; los primeros, con el liderazgo de Bélgica, Holanda y Francia, manifestaron su interés en incluir las uniones aduaneras; los segundos, representados por países latinoamericanos, revelaron su preferencia por la inclusión de las zonas de libre comercio.
De esta forma, el GATT nació con una excepción a uno de sus principios fundamentales: el de Nación Más Favorecida (NMF). Este señala que los beneficios de acceso preferencial que se otorguen a un país miembro de la OMC (y del GATT antes de 1994) se extienden automáticamente a todos los miembros de la organización. Con el artículo XXIV, los países que formen una unión aduanera o una zona de libre comercio, conceden beneficios adicionales sólo a sus socios, con la condición de no desmejorar la situación de los demás miembros de la OMC.
La excepción al principio NMF, posteriormente se amplió con el artículo V del acuerdo de servicios (GATS) y con la Cláusula de Habilitación, que estableció el trato especial y diferenciado a favor de las economías subdesarrolladas.
El economista Jacob Viner enunció en 1950 que las uniones aduaneras generan dos fuerzas contrarias: la creación y la desviación de comercio. El impacto de esta modalidad de integración en el bienestar puede ser positivo si predomina la creación o negativo si es dominante la desviación. Con estos planteamientos surgió el debate sobre la compatibilidad o incompatibilidad de los acuerdos regionales con las negociaciones en el marco de la OMC.
En las décadas siguientes, y especialmente desde 1990, a la par que crecieron los debates se incrementaron las negociaciones regionales. Según las estadísticas de notificaciones a la OMC, actualmente hay 213 acuerdos vigentes y Mongolia es el único país miembro que no forma parte de uno de ellos.
Puestos en ese contexto, ¿cuál debería ser la posición de Colombia? Quienes afirman que el bilateralismo torpedea el multilateralismo obviamente no aceptan la agenda de negociaciones comerciales que se viene adelantando, o, cuando más, enfatizan que ellas deberían concentrarse en los países de América Latina.
Esa es una posición poco realista. Hasta hace poco Colombia era uno de los países con menos acuerdos regionales tanto en el mundo como en América Latina. En cambio, buena parte de los vecinos ha conseguido acceso preferencial permanente para la mayor parte de sus exportaciones. Si tenemos en cuenta que ellos tienen una estructura productiva parecida a la nuestra, que exportan productos similares y a los mismos destinos, es claro el riesgo de perder mercados por desviación de comercio (suponiendo que somos más eficientes que los demás; no siéndolo, el escenario es peor).
Con ese panorama, es mejor parecernos a Chile que a Mongolia y aprovechar las ventajas que ofrece el comercio internacional como palanca del crecimiento económico.
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