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¿Diciembre = bajas tasas de interés?

jueves, 16 de noviembre de 2023

 

Publicado en Portafolio el 16 de noviembre de 202

Se viene consolidando la percepción de que la Junta Directiva del Banco de la República bajará la tasa de política monetaria en su reunión de diciembre. En realidad, varios factores apuntan a mantenerla en su nivel actual por un tiempo más.

Uno de esos factores es la llegada oficial del fenómeno de El Niño. Dependiendo de su intensidad, el impacto sobre el sector agropecuario puede ser grande y reflejarse en la inflación de alimentos. Este rubro, que alcanzó una variación cercana al 28% anual en diciembre de 2022, descendió hasta el 10,4% en octubre de 2023; unas malas cosechas pueden inducir nuevamente su aumento.

Otro factor es el precio de los combustibles. El gobierno tomó la decisión correcta de cerrar la brecha entre los precios internacionales y el precio interno de la gasolina; según el ministro de Hacienda todavía quedan dos incrementos para cerrarla, pero luego empezará el incremento de los precios del diésel, que han estado congelados por cuatro años.

El ministro ha expresado que el ajuste que se viene haciendo en los precios de los combustibles ha hecho más la lenta reducción de la inflación en Colombia en comparación con otros países de la región, en los que los precios se mantuvieron alineados con los internacionales. Ahora que el propósito es cerrar la brecha del diésel, la presión sobre los precios puede ser mayor por el impacto que tiene en los costos del transporte de carga.

Un factor adicional es que el exceso de demanda en la economía no se ha cerrado, pues ha sido alimentado por el notable incremento de las remesas, y por el elevado aumento del salario mínimo en los últimos tres años.

Las remesas se proyectan este año hacia la cifra récord de los USSD 10 mil millones, que equivalen a cerca de $41 billones, es decir, el doble de lo esperado como recaudo de la última reforma tributaria. Estos son ingresos que llegan directamente a las familias y redundan en incrementos de la demanda agregada.

En el caso del salario mínimo se espera que sus incrementos se establezcan con base en la inflación pasada y los cambios en la productividad de la economía. Pero en Colombia existe un factor político que no es previsible y ha sido alto en los últimos tres años, repercutiendo en un sobreajuste acumulado de 8,5 puntos porcentuales, que contribuyeron al exceso de demanda. En la negociación que se avecina, cabe esperar que el gobierno simpatice con una repetición de la experiencia reciente. 

En ese escenario, es difícil que la autoridad monetaria inicie en diciembre un periodo de reducción de las tasas de interés.

¿Bajarán pronto las tasas de interés?

viernes, 21 de julio de 2023

 

Publicado en Portafolio el 21 de julio de 2023.

Algunos analistas, incluido el exministro Ocampo, claman por que así sea. Pero poniendo los pies en la tierra, parece poco probable por la experiencia de otros países y por la evolución de la inflación básica de Colombia.

En Colombia es un hecho que la inflación total lleva tres meses consecutivos en descenso, los indicadores de demanda agregada corroboran su menor dinámica, y las expectativas de inflación también están bajando aun cuando, según las minutas de la Junta Directiva del Banco de la República, “continúan elevadas”.

No obstante, las revisiones del PIB van al alza, no a la baja, lo que podría indicar una caída de la demanda menor a la proyectada inicialmente; el incremento de los salarios en los dos últimos años estuvo por encima de la inflación (10,07% en 2022 y 16,00% en 2023); y el desempleo no ha aumentado.

Lo que acontece en otros países es que la inflación total y la básica llevan varios meses bajando, y lo máximo que han hecho sus bancos centrales es detener las alzas de sus tasas de política monetaria; pero no las han reducido. Así ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos, la Eurozona, Brasil, Chile y México.

La pregunta es por qué las autoridades monetarias no han bajado las tasas de intervención y en algunos casos dejan entrever posibles incrementos adicionales. Al parecer, prima la cautela frente a la incertidumbre por el fenómeno de El Niño, eventos climáticos extremos (como las altas temperaturas en Europa en estas semanas), y el riesgo de que Rusia cierre nuevamente el Mar Negro para el cruce de cargueros; a ellos habría que sumar en Colombia el reajuste de los precios de los combustibles y los problemas de estabilidad financiera en algunos sectores, entre otros.

El otro tema son los indicadores de inflación básica de Colombia. Los de inflación sin alimentos y sin alimentos y regulados siguen subiendo a niveles récord; el de servicios ha bajado un mes y Núcleo 15 tres. El Banco de la República señala que “estas medidas proveen información de la tendencia de largo plazo de los precios, y es la inflación que está directamente afectada por las decisiones de política monetaria”. Así, la mencionada mezcla de resultados indica que no es tan claro que hayan desaparecido las presiones de demanda sobre los precios.

En ese escenario global y nacional, más vale no confiarse en prontos descensos de la tasa de intervención del Banco de la República; mejor esperar del gobierno una pronta acción de choque contra los problemas de oferta y la solución de los cuellos de botella generados en varios sectores por regulaciones erráticas.

La inflación y el FMI

viernes, 21 de abril de 2023

 

Publicado en Portafolio el 21 de abril de 2023

La evolución de la inflación en Colombia desde mediados del 2021 tiene tres características comunes con el resto del mundo: las más altas variaciones en décadas, las dificultades para reducirla a los niveles prepandemia a pesar de las elevadas tasas de interés, y la confluencia de choques de oferta y de demanda.

Los informes del FMI de la reciente revisión de políticas de Colombia resaltan dos importantes aspectos de la inflación en el país. El primero es que su aceleración empezó más tarde que en Brasil, Chile, México y Perú. Esto implica que la crítica a la Junta Directiva del Banco de la República por no reaccionar oportunamente carece de sentido; es difícil tratar un cáncer antes de detectarlo.

El segundo es un ejercicio que calcula el impacto de los diversos choques. Los resultados muestran que en el cuarto trimestre de 2021 el 41,2% de la inflación total fue ocasionado por choques externos, asociados con el petróleo, los alimentos y los costos de los fletes marítimos; en promedio, en 2022 el componente externo aportó alrededor del 32% de la total y el 27% de la básica.

Sin embargo, los choques domésticos aportaron más que los externos. En promedio, explican el 36% de la inflación total y el 35% de la básica del 2022. Por la magnitud de su aporte, el FMI divide los domésticos en choques de demanda, de tasa de cambio y de oferta; en ellos se incluyen los eventos climáticos, los efectos duraderos de las protestas sociales, los mecanismos de indexación y la depreciación.

En ese contexto se entiende por qué ha resultado tan difícil “quebrarle el espinazo” a la inflación. El peso relativo de los choques externos es alto y ellos no se pueden doblegar con la política monetaria o con las políticas del gobierno. Cuando hay un choque interno de oferta, por ejemplo cosechas que se dañan por inundaciones, el gobierno puede mitigar el impacto mediante importaciones de alimentos; pero sus decisiones son estériles cuando los precios internacionales suben por la invasión rusa a Ucrania.

Por fortuna, los precios internacionales están disminuyendo desde mediados del 2022 y la demanda se está debilitando por las altas tasas de interés. Si no ocurre algo extraordinario con el conflicto ruso-ucraniano o con choques internos, pronto veremos el punto de inflexión de la inflación en Colombia; no obstante, todos los analistas prevén que el retorno al rango meta entre 2,0% y 4,0% será lento.

En síntesis, Colombia enfrenta uno de los más complejos episodios de inflación en la historia económica del país y lamentablemente los costos de controlarla pueden ser altos en términos de crecimiento y empleo.

Espiral de tasas de interés

jueves, 22 de septiembre de 2022

 

Publicado en Portafolio el jueves 22 de septiembre de 2022

La economía mundial se complicó de una forma que nadie esperaba y los hacedores de la política económica de muchos países enfrentan grandes dilemas.

En este año coinciden la crisis de la pandemia, la inflación desbordada y la guerra de Ucrania por la invasión rusa; algunos analistas suman a ellas los problemas derivados del cambio climático que se observan en diversas regiones.

Desde 2021 la inflación inició una tendencia alcista que al principio fue interpretada como un fenómeno temporal; solo hacia finales de ese año se empezó a tomar conciencia de que era un problema persistente, por lo que los bancos centrales reaccionaron tardíamente.

El problema se acentuó con la invasión a Ucrania, que ocasionó un choque de oferta de productos agropecuarios, de insumos como abonos y de energía, que indujo una mayor presión al alza de los precios de los productos básicos. Para completar, los brotes de la Covid-19 en China y su política “Cero-Covid” no han permitido la superación de los problemas de operación de las cadenas de suministro.

La respuesta a la escalada inflacionaria ha sido el tradicional aumento de las tasas de interés de política monetaria. Pero esa decisión que luce razonable cuando se mira una economía de forma aislada, en un mundo globalizado tienen unos efectos que inducen nuevos incrementos de las tasas. Como lo destaca Shang Jin Wei, profesor de la Universidad de Columbia, cuando un banco central como la FED incrementa su tasa de interés tiene un efecto de exportación de parte de la inflación a otros países, por la vía de la depreciación de las monedas; para mitigarlo, los bancos centrales de esos países se ven forzados a incrementar sus tasas de intervención en montos superiores a los requeridos (“The Risk of Competitive Interest-Rate Hikes”). El resultado es una espiral de tasas de interés que desacelera el crecimiento de las economías más de lo deseado y aumenta el riesgo de una recesión global.

Una dificultad adicional es que la política fiscal no puede mitigar los impactos de las mayores tasas de interés en el crecimiento, pues la enorme expansión del gasto público para afrontar la pandemia repercutió en aumento del déficit fiscal y del endeudamiento en muchos países. Por eso, a la vez que hay un freno a la demanda por la política monetaria, hay otro por la política de consolidación fiscal.

En este contexto deberían operar acuerdos internacionales para reducir la probabilidad de una innecesaria recesión; el problema es que el mundo está huérfano de líderes y la institucionalidad global está debilitada. Al parecer, estamos frente a un caso de “tragedia de los comunes”.

Inflación de debates

jueves, 23 de junio de 2022

 

Publicado en Portafolio el jueves 23 de junio de 2022

La inflación, además de ser uno de los problemas más acuciantes del mundo, es fuente de múltiples debates. Un tema es si es inevitable aumentar la tasa de interés. Christine Lagarde anunció que el BCE hará el primer incremento de su tasa en julio, pero economistas como Paul Krugman consideran que no es necesario, pues Europa enfrenta “un shock de oferta puro” y no un exceso de demanda.

No obstante, la inflación básica pasó de menos del 1% a mediados de 2021 a cerca del 4% actual, que es la más alta de este siglo. Además, los incrementos de la tasa de la FED generan depreciaciones de las demás monedas, encareciendo más las importaciones ya afectadas por los altos precios internacionales de productos básicos y bienes intermedios. Esto se está reflejando en la práctica en una especie de “competencia” entre bancos centrales por aumentar sus tasas de interés.

Otro tema es la magnitud del ajuste. Se afirma que las tasas de intervención de los países desarrollados deben subir hasta su “tasa neutral” (aquella consistente con un nivel de inflación cercano a la meta de largo plazo y con un crecimiento de la economía cercano a su potencial). Otros piensan que debido al atraso en la toma de decisiones se requieren ajustes mayores, para ubicarse por encima de ese nivel y evitar que se desanclen las expectativas de inflación.

Según Olivier Blanchard (“Why I worry about inflation, interest rates, and unemployment”, marzo 2022), en Estados Unidos la brecha entre la inflación básica y la tasa real de la FED está alrededor de 12 puntos por lo que el ajuste necesario podría ser mayor al previsto hasta ahora. Adicionalmente, según las estimaciones de Bolhuis, Cramer y Summers (“Comparing Past and Present Inflation”, junio 2022), la inflación actual corregida por los cambios en las metodologías del IPC es cercana a la de los setenta y la brecha es prácticamente igual, de donde se reafirma la idea de que se requiere un ajuste grande.

Otro tema es el riesgo de crisis de la deuda en economías en desarrollo. Paradójicamente los incrementos en la tasa de la FED impactaron más rápido a algunas economías desarrolladas que a las más pobres; los spreads de las deudas de Grecia, Italia y España se incrementaron activando las alarmas globales. El BCE anunció su intención de comprar deuda de esos países hasta por $200 mil millones de euros; sin embargo, los mercados no se han calmado.

En este contexto, los problemas de los banqueros centrales son enormes y sus decisiones se dificultan más aún si les sumamos los debates sobre riesgos de recesión e incluso de estanflación.

¿Inflación para rato?

viernes, 25 de marzo de 2022

 

Publicado en Portafolio el viernes 25 de marzo de 2022

La inflación se “disparó” de 1,49% en noviembre de 2020 a 8,01% en febrero de 2022. Los datos son preocupantes; el nivel actual es el tercero más alto en lo corrido de este siglo, el acumulado de los dos primeros meses (3,33%) solo es superado por el del año 2000 y el incremento de precios de los alimentos (23,3%) es el más alto en 24 años.

Este es un problema global que está alcanzando niveles insospechados. La inflación de Estados Unidos en febrero es la más alta en 40 años; la de Alemania, Reino Unido, España y Canadá es la mayor en 30 años.

En Colombia hay quienes creen que, al ser un problema internacional, la política monetaria local es ineficaz. Cierto es que las cadenas de suministro tienen dificultades igual que la oferta de algunos productos básicos, pero también hay factores locales. Las restricciones por la pandemia, los programas de transferencias monetarias y otros apoyos directos generaron “excesos de ahorro”. Con la “reapertura” de la economía se desató la demanda de los hogares, que en 2021 creció el 14,6% en términos reales, mientras el PIB lo hizo al 10,6%. 

Los debates internacionales giran en torno a si las expectativas inflacionarias se desanclaron, y si los precios retornarán pronto a sus niveles de largo plazo o sí, por el contrario, habrá inflación para rato. Recientemente Olivier Blanchard afirmó que la elevada inflación en Estados Unidos puede persistir por buen tiempo (“Why I worry about inflation, interest rates, and unemployment”; March 14, 2022). Destaca la actual brecha de 12% entre la inflación básica y la tasa real de interés de la FED y la compara con el episodio inflacionario de mediados de los setenta, con una brecha de 17%; recalca que en este caso fueron necesarios ocho años y el aumento de 1.300 puntos básicos en la tasa de interés real para bajar la inflación a niveles del 4%. Además, hay incertidumbre sobre la duración de los efectos de la guerra en Ucrania en los precios de la energía, los alimentos, los insumos agrícolas y el funcionamiento de las cadenas de suministro.

En Colombia la brecha entre la inflación básica (núcleo 15) y la tasa de política monetaria es cercana al 8%. De esa brecha y de lo expuesto surgen muchos interrogantes: ¿cuánto más subirá la tasa la autoridad monetaria para cerrar la brecha? ¿cuál será su impacto en el crecimiento económico? ¿cuánto tardarán en bajar los precios? ¿qué pasará en un escenario más crítico de la guerra en Ucrania? ¿qué más puede hacer el gobierno para mitigar los efectos internacionales dada su restricción presupuestal y el abultado déficit fiscal?

Venezuela en la olla de presión

martes, 27 de febrero de 2018
Publicado en Portafolio el martes 27 de febrero de 2018

El comandante Chávez comenzó la tarea de acabar con la economía de Venezuela; con una billetera llena de petrodólares, soñó con ser el amo de América Latina y castigar a los que no se alinearan con su “revolución bolivariana”. Por eso arremetió contra la economía colombiana, mediante una absurda decisión que liquidó el comercio entre las dos naciones; en 2017 Colombia apenas le exportó US$319 millones y le compró US$220 millones.

Maduro, como buen discípulo, y siguiendo las instrucciones de Chávez transfigurado en pajarito, continuó la labor destructiva. La economía está en ruinas. El PIB ha caído por cuatro años consecutivos y el FMI proyecta que la crisis seguirá en 2018 y 2019; de cumplirse esas proyecciones, el PIB de 2019 será el 48% inferior al de 2013, último año en que la economía creció; por contraste, a pesar de la desaceleración reciente, el de Colombia será el 19% más alto.

Una de las consecuencias es la masiva migración, que Consultores 21 calcula en cuatro millones de personas en los últimos años; de ellos, al menos 700 mil habrían entrado a Colombia.

Son numerosos los factores que obligan a la población a migrar: La escasez de alimentos y la consecuente desnutrición generalizada; la nula oferta de medicinas y la reaparición de enfermedades como la difteria y el sarampión –que se consideraban erradicadas en América Latina–; la hiperinflación que corroe los ingresos de los asalariados (el salario mínimo no llega a US$10 mensuales, al calcularlo con la tasa de cambio del mercado paralelo); y la violenta represión de la dictadura contra aquellos que osen protestar por la crisis humanitaria que se agudiza día a día.

Ricardo Hausmann destaca la crítica situación de desnutrición. Calcula que el consumo medio de calorías diarias ha caído a 1.400, muy por debajo del mínimo recomendado para llevar una vida sana. El “Dietary Guidelines for Americans, 2015-2020” (U.S. Department of Health and Human Services y U.S. Department of Agriculture), estima “un rango entre 1.600 y 2.400 calorías diarias para una mujer adulta y 2.000 a 3.000 calorías diarias para un hombre adulto, dependiendo de la edad y de la actividad física”; los niveles inferiores son para personas sedentarias.

La dictadura de Maduro dejó de publicar estadísticas, pretendiendo ocultar el sol con las manos. No se conocen mediciones oficiales de inflación, empleo, comercio exterior y situación fiscal. Los analistas han tenido que recurrir a creativos métodos para tratar de cuantificar los problemas.

El “Billion Prices Project”, iniciativa de Roberto Rigobón y Alberto Cavallo, profesores de MIT, empezó a recolectar información de precios en Venezuela en 2017, con la colaboración de un creciente grupo de voluntarios que todas las semanas va al comercio a capturar los datos mediante un aplicativo de sus celulares. Según esa fuente, en enero de 2018 la inflación de alimentos fue del 117.6% , que anualizado equivale a una astronómica variación del 1.130.000%. Esto significa que el aumento de salarios del 40% en ese mes, prácticamente desapareció en 10 días.

En síntesis, la nefasta revolución bolivariana tiene a la economía venezolana en una olla de presión. La pregunta es cuánto más aguantará antes de estallar y cuáles serán las consecuencias para la población no chavista y para la región.

Inflación: ¿Malas nuevas?

viernes, 20 de marzo de 2015
Publicado en Portafolio el 20 de marzo de 2015

Uno de los efectos esperados del desplome de los precios internacionales del petróleo es la reducción de la inflación y el aumento del ritmo de crecimiento económico; menores precios de los combustibles incrementan el ingreso real de las familias, bajan los costos de producción por el rubro de transporte y abaratan los alimentos por la disminución de los precios de los fertilizantes.

En realidad, eso no está ocurriendo en aquellas economías en las que los gobiernos decidieron aprovechar la caída del precio del petróleo para reducir o eliminar los subsidios al consumo. En el caso de Colombia, el complejo cálculo del precio interno de los combustibles y la carga de impuestos han hecho que las disminuciones de sus precios se den a cuentagotas.

Contrario a lo esperado, la inflación se disparó en febrero al 4.4% anual, manteniendo la tendencia al alza por cinco meses consecutivos. Aun cuando hay una estacionalidad marcada en este indicador, también hay efectos preocupantes.

En concreto, mientras que la caída del precio del petróleo de más del 50% solo se transmite marginalmente a los precios de los combustibles, la depreciación del peso del orden del 36.5%, entre junio de 2014 y la primera semana de marzo de 2015, sí se está transmitiendo a la inflación.

Así quedó reconocido en las minutas de la última reunión de la Junta Directiva del Banco de la República: “La variación anual de transables se aceleró de 2,0% en diciembre a 2,3% en enero, reflejando el efecto de la depreciación acumulada del tipo de cambio… Hasta noviembre del año pasado no era evidente el efecto del encarecimiento del dólar sobre los precios de transables (sin alimentos ni regulados), pero a partir de diciembre se empezó a observar dicha trasmisión, la cual deberá extenderse por varios meses más”.

En la página de internet del Banco de la República hay una referencia más explícita a lo que viene por cuenta de la depreciación: “…Existe el riesgo de que la variación anual del grupo de transables sin alimentos ni regulados aumente más de lo proyectado. Una alta transmisión al grupo de transables podría afectar las expectativas y tener efectos más persistentes sobre la inflación”.

Esta percepción torna más compleja la situación de la economía colombiana en el presente año: Las proyecciones de crecimiento económico de los analistas nacionales e internacionales se redujeron a un rango entre 3.5% y 4.0% (solo el Gobierno la mantiene en 4.3%); el déficit en cuenta corriente está aumentando y es posible que supere el 6% del PIB; y el gobierno anunció un recorte de gasto de $6 billones. Aun así, se mantiene un optimismo moderado alimentado por los anuncios de los programas gubernamentales de construcción de vivienda e infraestructura, el potencial impulso de las exportaciones no minero energéticas por la mayor competitividad que les brinda la depreciación del peso, y la expectativa que se había generado sobre el posible descenso de la tasa de intervención del Banco de la República.

Pero si las presiones inflacionarias no son solo estacionales, la autoridad monetaria enfrentará un dilema, pues lo recomendable sería aumentar las tasas de interés; pero si la economía se desacelera más, lo aconsejable sería reducirlas. ¿Cuál será el camino a seguir?

Alimentos por las nubes

jueves, 26 de mayo de 2011
Publicado en el diario La República el jueves 26 de mayo de 2011.


El fantasma de la inflación recorre nuevamente el mundo, como lo indican los precios internacionales de los alimentos y otros productos primarios. El índice FAO de precios de los alimentos de abril de 2011 creció el 36.5% anual, debido a los altos incrementos de los cereales (71.2% anual), los aceites (49.4%) y el azúcar (49.0%).

Pese a que la economía mundial no ha tenido una recuperación plena, el dinamismo de la demanda de las economías emergentes, sumado a situaciones climáticas adversas, explica la presión alcista de los precios de los productos básicos. Si bien los precios de los hidrocarburos y otros minerales no han alcanzado los niveles récord de 2008, los alimentos ya los superaron.

Entre 2007 y 2008 los altos precios de los productos básicos generaron presiones inflacionarias en numerosos países; pero las características del actual aumento, más concentrado en alimentos, han planteado un debate con relación a su impacto en la inflación.

Mientras el nobel de economía Paul Krugman afirma que el efecto de los crecientes precios de los alimentos en la inflación es marginal, el también nobel Gary Becker opina lo contrario. El primero expresó en un blog que “aún si la reciente alza de los precios de los productos básicos es permanente, esto llevará únicamente a un salto temporal en la inflación”; por eso aboga para que la Reserva Federal no endurezca la política monetaria.

En cambio, para Becker el impacto puede ser grande, dependiendo del peso que tengan los alimentos en la canasta de consumo y afectaría especialmente a los más pobres: “Si las familias gastan el 40% de sus ingresos en alimentos y se produjera un aumento del 30% en sus precios, sus ingresos tendrían que aumentar en 12% para que puedan mantener el mismo nivel de consumo. En contraste, una familia que gasta el 15% de sus ingresos en comida, necesitaría solamente un aumento en sus ingresos del 4.5% para mantener su nivel de consumo”.

La experiencia de 2007-2008 mostró que la subida de precios de los alimentos tiene profundas repercusiones no sólo en el bienestar social sino en el comercio mundial. En ese periodo se observaron disturbios en las economías con mayores problemas de abastecimiento; las economías exportadoras de alimentos impusieron barreras a la libre exportación, mientras las importadoras las eliminaron y crecieron su demanda para recomponer inventarios y evitar o controlar el descontento social; también hubo casos en los que impusieron controles a los precios al consumidor o dieron subsidios con el loable propósito de evitar el deterioro de la dieta de los más pobres.

Como señala Becker, estas acciones distorsionan más el mercado, afectan negativamente a los campesinos y a los importadores netos de alimentos y los subsidios, si no están bien focalizados, terminan beneficiando el consumo de los más ricos.

¿Se repetirán estos hechos? Probablemente sí. Autores, como Richard Posner, dicen que la reciente ola de inconformismo y de disturbios en los países árabes, en parte se relaciona con los precios de los alimentos: “los manifestantes que tumbaron los gobiernos de Túnez y Egipto, se quejaban desenfrenadamente por el creciente aumento del precio de la comida”. Y la OMC reporta en lo corrido del año un incremento de las medidas que restringen las exportaciones de alimentos.

El episodio anterior mostró una gran debilidad de Colombia, pues su mentado potencial agropecuario no mostró una capacidad de respuesta para aprovechar la coyuntura. El Banco de la República está elevando las tasas de interés para moderar la demanda, pero el agro debe responder con una oferta adecuada para el mercado interno y para el internacional. ¿Podrá hacerlo ahora que la agricultura está llamada a ser una de las locomotoras de la economía?

Inflación

miércoles, 30 de junio de 2010
Artículo publicado en la revista MisiónPyme No. 34 de junio-julio 2010


Las crisis financieras y económicas suelen tomar por sorpresa a los economistas. Esto se explica por la tendencia a minimizar los riesgos durante las fases de auge.

Así ocurrió con la reciente crisis mundial. Paul Krugman comenta en su libro “De vuelta a la economía de la Gran Depresión”, que a comienzos del 2007 el tema preferido en los foros profesionales era el triunfo de la macroeconomía sobre las recesiones. Se daba por descontado que los avances de la teoría económica permitían a los ejecutores de política anticipar las crisis y adoptar oportunamente las medidas para conjurarlas. Ya vimos que el descalabro fue mayúsculo.

El riesgo es que ese mismo comportamiento puede asumirse con relación a la inflación. El mundo se acostumbró a tasas bajas y, a pesar del sobresalto ocasionado por los precios internacionales de los productos básicos en 2007 y 2008, existe la firme convicción de que la inflación seguirá controlada.

De esta forma lo ratifica el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su reciente revisión de perspectivas de la economía mundial, aun cuando asume cierta cautela con las economías subdesarrolladas: “Se proyecta que las presiones inflacionarias se mantendrán suaves, frenadas por el elevado desempleo y la capacidad excedentaria. La inflación fue más alta y más volátil en las economías emergentes, y por lo tanto las presiones podrían reaparecer allí con más facilidad que en las economías avanzadas”.

Las proyecciones del FMI indican que los precios internacionales de los productos básicos se mantendrán estables en niveles altos, pero por debajo de los alcanzados en 2008.

El problema es que, si bien la crisis dio margen para la recuperación de las existencias de algunos productos alimenticios, se mantienen los demás factores que presionaron al alza los precios internacionales de los productos básicos: producción de biocombustibles, aumento de la demanda en las economías emergentes de rápido crecimiento, efectos adversos del cambio climático, estancamiento de la oferta mundial de petróleo, y creciente escasez de agua, entre otros.

En Colombia tenemos inflación del 2% anual y la reciente reducción en 50 puntos básicos de la tasa de intervención del Banco de la República se fundamentó en la ausencia de presiones alcistas en el corto plazo. No obstante, la autoridad monetaria mantiene su meta en un rango entre el 2% y el 4%, previendo un aumento moderado en lo que resta del año.

Lo que no se puede perder de vista es que la inflación mundial de 2008 subió los precios de Colombia hasta 1.7 veces del techo meta. ¿Qué ocurriría si el Banco de la República se mueve a un escenario de crecientes precios internacionales de los productos básicos? Lo más posible es que generaría el aumento de las tasas de interés y la desaceleración de la demanda interna.

Es importante adquirir conciencia de que el escenario de bajas tasas de interés no es permanente, que se mantiene el riesgo de repunte de la inflación mundial y que ella impactará negativamente en Colombia.

Futuro

martes, 4 de mayo de 2010
Publicado en el diario La República el martes 27 de abril de 2010

En Colombia Compite, un grupo de expertos de la firma 13D Research, dirigidos por Kiril Sokoloff presentó sus perspectivas sobre la senda que seguirá el mundo en las próximas décadas.

Estos temas son fuente de controversia y existen diversas opiniones. No obstante, los aportes de Sokoloff y sus colegas resultan valiosos por provenir de investigadores que llevan décadas estudiando estos fenómenos, lo que les ha dado prestigio internacional.

Según estos investigadores, en los próximos años el escenario se caracterizará, entre otros, por los siguientes elementos:

1. Aceleración de la inflación y altas tasas de interés a nivel global, junto con una burbuja especulativa en los mercados de bonos soberanos. A tal situación contribuirán los déficits fiscales de las economías desarrolladas. Como consecuencia serán cuestionados los esquemas de flotación cambiaria y las políticas de inflación objetivo.

2. El desabastecimiento relativo de combustibles fósiles, ocasionado por la creciente demanda, el estancamiento de las reservas y la reducción de las exportaciones. Las secuelas serán altos precios de las fuentes de energía e impactos negativos en el crecimiento de las economías más vulnerables.

3. El cambio climático tendrá graves repercusiones en la seguridad alimentaria de muchas naciones y el efecto sobre los precios de los alimentos golpeará a las economías más pobres. La productividad agrícola disminuirá como resultado de la creciente escasez de agua y del aumento de la temperatura.

Los escenarios lucen un tanto catastróficos, pero muchos analistas coinciden en mayor o menor medida, al señalar que estos problemas se podrían mitigar o evitar, si la humanidad adopta pronto las acciones correctivas necesarias.

Si bien es claro que Colombia no se podrá aislar, es evidente que tiene sólidas ventajas frente a otras naciones. Aún posee grandes recursos acuíferos; las reservas de petróleo han crecido, asegurando el autoabastecimiento; y cuenta con un amplio margen de crecimiento de la frontera agrícola.

Así, Colombia podría ser un jugador destacado en el comercio mundial como exportador de agua, energía y alimentos. Para hacer realidad ese potencial, se requieren decisiones tanto públicas como privadas, no sólo para amortiguar los impactos negativos, sino para no perder el crecimiento proyectado de las exportaciones de valor agregado.

Los grandes retos están ahí. ¿Cómo aprovechar esas potenciales ventajas sin sacrificar la economía no primaria y sin caer en los efectos negativos de la enfermedad holandesa? ¿Cómo frenar la deforestación indiscriminada que acaba con las fuentes de agua? ¿Cómo racionalizar el uso de las tierras aptas para la agricultura, actualmente subutilizadas en otros tipos de explotación?

¿Quién queda contento?

miércoles, 30 de diciembre de 2009
Publicado en el diario La República el 26 de marzo de 2008


Por décadas se han planteado argumentos sobre el deterioro de los precios de los productos básicos y el consecuente impacto negativo en las economías subdesarrolladas que los producen (recordemos la famosa hipótesis de la tendencia secular al deterioro de los términos de intercambio).

Pero ahora, por una casual suma de factores coyunturales y estructurales, los precios están subiendo de forma pronunciada y las alarmas del mundo se encendieron. Al parecer, los anhelados precios altos de los productos básicos son un problema mayor que el lamentado deterioro de los términos de intercambio.

Los factores coyunturales (que quizás no lo sean tanto) se relacionan con los problemas de sequías en algunas regiones e inundaciones en otros. Suramérica, Australia e Indonesia han sido afectados por la curiosa “equidad de género” de los fenómenos climáticos: El Niño y La Niña se turnan para causar estragos en la producción agropecuaria. El debate sobre la temporalidad o permanencia de estas irregularidades climáticas se basa en los efectos del calentamiento global que ya son evidentes. En consecuencia, pasaríamos de un problema coyuntural a uno estructural con profundas repercusiones, pues revertir sus efectos puede tomar décadas; primero debe calar profundamente en las conciencias de todo el mundo, cosa que evidentemente aún no ha ocurrido.

Los estructurales se relacionan con la producción de biocombustibles y la dinámica demanda de bienes primarios en China e India. El auge de los combustibles biológicos se basa en buena parte en el consumo de una porción creciente de la producción de maíz, azúcar y palma de aceite que antes se destinaban a la agroindustria. Adicionalmente, hay países en los que se observa redistribución de las áreas de cultivo en favor de estos productos y en detrimento de otros alimentos. La esencia del problema radica en la limitada capacidad de las economías desarrolladas para ampliar la frontera agrícola y en la lenta respuesta de las economías que tienen la potencialidad de ampliarla sin sacrificar la producción de otros alimentos o las áreas de reserva natural.

¿Pero si el resultado es un quiebre en la tendencia de los precios por qué no están tan contentos los defensores de la hipótesis del deterioro secular, los países subdesarrollados y los desarrollados que exportan alimentos? Básicamente por sus efectos sobre la inflación y el abastecimiento de los importadores netos de alimentos.

En 2007 crecieron los precios en muchas economías, a lo cual contribuyeron de forma notoria los alimentos. The Economist señala que, según el índice global de inflación de Goldman and Sachs, en 2007 “…los precios se incrementaron en el 80% de los países”. La inflación anual a febrero fue en la Zona Euro la más alta en los últimos 10 años. La registrada en enero fue la mayor en 16 años en Arabia, en 14 años en Suiza, en 25 años en Singapur y una de las mayores en 11 años en China. En éste último los alimentos crecieron en febrero al 23% anual (gran parte en respuesta a una epidemia porcina, que disparó el precio de esta carne al consumidor al 63.4% anual); en Bolivia también aumentaron 23% anual; y en Venezuela 35%.

Según la FAO “36 países están en crisis como resultado de los altos precios de los alimentos y requerirán de asistencia externa”.

Para completar el panorama, las autoridades monetarias están combatiendo los excesos de demanda desacelerando las economías con mayores tasas de interés (excepto Estados Unidos que las bajó para moderar la recesión, mientras la inflación aumenta).

En conclusión, el balance en muchas economías no pinta bien: alimentos más caros, desabastecimiento en algunos casos, mayor desempleo y apreciación cambiaria ¿Así quién queda contento?