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El pesimismo del TLC

viernes, 19 de mayo de 2017
Publicado en Portafolio el 19 de mayo de 2017

Al cumplirse cinco años del TLC Colombia–Estados Unidos, los críticos estarán de jolgorio. Dirán que sus pronósticos fueron acertados, que el TLC es un fracaso y que habían predicho el déficit comercial. Curiosamente, algunos empresarios parecen compartir esa visión.

En una evaluación objetiva del TLC es útil revisar dos aspectos: los factores exógenos que afectaron el comercio mundial y la estructura de las exportaciones colombianas a EE.UU.

Los factores exógenos son bien conocidos. La terminación del superciclo alcista de los precios internacionales de los productos básicos impactó negativamente a las economías emergentes. Además, incidieron la Gran Recesión de las economías desarrolladas, la desaceleración de China y la recesión de Brasil y Rusia. Por último, numerosos países adoptaron medidas proteccionistas; las decisiones de Venezuela y Ecuador, en particular, golpearon a las empresas colombianas.

Todos esos factores repercutieron en la caída del valor del comercio mundial; las exportaciones globales que crecían más del 20% en 2010, registraron variaciones negativas en el periodo 2014-2016. Solo desde finales del año pasado retornaron a tasas positivas, reflejando la recuperación de la demanda agregada.

Con relación al comercio con EE.UU., la canasta exportadora es muy concentrada. El Índice de Herfindahl-Hirschman (IHH) de las exportaciones hacia ese país registra un valor superior a 1.800 durante la mayor parte del periodo 2000-2016, indicando una alta concentración; por contraste, el IHH del total de exportaciones de Colombia solo superó ese nivel en los años de más altos precios internacionales de los productos básicos (2011-2014).

El valor del IHH de las exportaciones hacia EE.UU. es explicado por los minero-energéticos, que en 2014 representaron el 73.2% del total; y siguen pesando, aunque la caída de sus precios redujo la participación al 61.1% en 2016.

El problema de esa concentración es el surgimiento de EE.UU. como potencia energética. Su producción de petróleo está creciendo aceleradamente, lo que le permitió sustituir parte de sus importaciones y entrar nuevamente como exportador. En gas natural se convirtió en el primer productor mundial, de forma que sus precios internos cayeron e impulsaron el creciente uso en la industria, en reemplazo del carbón.

Tener esa alta concentración se reflejó en un superávit comercial de Colombia mientras los precios de los minero-energéticos fueron altos y en un déficit desde que empezaron a caer. La dificultad estriba en que el déficit tenderá a ser estructural, pues, además de que EE.UU. está disminuyendo las compras de petróleo y carbón de numerosos proveedores, las reservas petroleras de Colombia están cayendo.

La alta concentración también oculta los avances que se registran en las demás exportaciones, que son las que realmente se benefician del TLC. La Ministra de Comercio ha señalado que entre 2012 y 2016 ellos crecieron 12.3% y el número de empresas exportadoras aumentó en 17.5%; esos resultados son destacables teniendo en cuenta los factores externos mencionados.

Los beneficios potenciales de los TLC son de largo plazo. Para obtenerlos, Colombia tiene que romper con esa alta concentración de las exportaciones, por lo que es imperativo acelerar ese proceso gradual resaltado por la ministra. También es deseable que ciertos empresarios, en lugar de plegarse a las evaluaciones pesimistas de los críticos, hagan un acto de contrición y tomen decisiones para mejorar su productividad y aprovechar los acuerdos comerciales.

Los gorditos del TLC

viernes, 15 de abril de 2016
Publicado en Portafolio el 15 de abril de 2016

El TLC con EEUU aumenta la obesidad, según la novedosa y exótica hipótesis de un profesor de nutrición de la Universidad Nacional (John Bejarano “TLC aumenta malnutrición en los colombianos”. UN Periódico, No. 197).

Además de sorprendido, el lector queda perdido, pues desde el título en adelante no es claro si el artículo trata sobre hechos probables o realidades comprobadas. Sobre lo primero, el autor señala que la calidad de la dieta y “la composición corporal de los individuos… podría agudizarse con la entrada en vigor, hace cuatro años, del Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos”.

Sobre lo segundo, afirma que “las estadísticas empiezan a comprobarlo”, pues “en el primer semestre de 2013, el DANE registró compras nacionales por valor de 238 millones de dólares en alimentos y bebidas, destinados al consumo de los hogares, y 874,8 millones de dólares en alimentos procesados”.

Esta afirmación carece de rigor académico: 1. Los datos corresponden a importaciones, por lo que no pueden ser “compras nacionales”, dado que no incluyen la producción doméstica. 2. Son datos puntuales desprovistos de valor económico por la ausencia de comparaciones. 3. Son cifras “viejas” y parciales (solo un semestre). Los datos del año pasado, 458 y 1.900 millones de dólares, evidencian caídas de 11.9% y 1.4% anuales, respectivamente. 4. Con las cifras, el autor sugiere implícitamente que “procesados” equivale a nocivos para la salud; es un error, pues el concepto técnico estadístico es “elaborados” y en ellos se incluyen, por ejemplo, arroz semielaborado, maíz dulce congelado, otras legumbres congeladas, aceite refinado de girasol y salmón, atún, arenque y bacalao fresco o refrigerado. 5. Por último, esas no son importaciones desde EE.UU. sino de todo el mundo, luego es imposible concluir algo sobre el TLC.

Dadas las falencias en el manejo de los argumentos económicos, cabría esperar sobrada solvencia en los relativos a nutrición. El autor presenta unas cifras sobre el aumento de la obesidad en Colombia en las décadas recientes, que, razonablemente, no atribuye al TLC.

Su demostración del impacto de los TLC la fundamenta en la experiencia de México, país en el que la obesidad aumentó en las mujeres “de 34% a 73%” y en los niños el 40% (no señala qué pasó con los hombres). Pero no aporta argumentos que demuestren la causalidad entre el tratado con EEUU (Nafta) y esos aumentos de obesidad.

La realidad es que la obesidad es reconocida como un problema de salud pública mundial. Ello porque los cambios estructurales en los hábitos de consumo, movilidad y actividad física están repercutiendo en aumento de la población con enfermedades graves originadas en el sobrepeso.

El International Food Policy Research Institute señala que “entre 2010 y 2014, ningún país [entre 193] registró una disminución del sobrepeso y la obesidad en los adultos”, a pesar de los compromisos internacionales en esa materia. Además, en países de la región, como Argentina, Brasil, Cuba y Uruguay, que no tienen TLC con EEUU, la población obesa aumentó en el periodo más que en Colombia (2.0%) y en Ecuador el incremento fue similar (1.9%).

Conclusión: La sociedad necesita preservar el rigor académico que demanda el prestigio de la Universidad Nacional de Colombia. Yo lo pido en mi calidad de egresado.

La pelotera industrial

viernes, 21 de agosto de 2015
Publicado en Portafolio el viernes 21 de agosto de 2015

Nuevamente saltó a la palestra el tema de la política industrial y retornaron las inevitables imprecisiones.

Se cayó en la vana discusión de si hay o no política industrial en Colombia, cuando fácilmente se pueden enumerar muchos instrumentos que todos los países clasifican como política industrial. Cosa diferente es que no le guste a todos; que unos la quieran llamar moderna; que otros consideren necesarios más instrumentos; o que algunos añoren volver al pasado proteccionista.

¿Debe existir un ministerio exclusivo para la industria? La realidad del mundo es que son escasos los países que lo tienen. En varios de los desarrollados y de los emergentes que nos llevan ventaja, el ministerio responsable de los temas de industria también lo es de los de comercio; incluso hay casos en los que incluyen los de turismo, energía, construcción, innovación, tecnología, minería o formación para el trabajo.

La política industrial engloba múltiples temas transversales, pero un ministerio que los abarque todos no existe; aspectos como infraestructura, educación, impuestos, licencias sanitarias, tarifas de energía, etcétera, son de competencia de otros ministerios. Por lo tanto, lo deseable para la política industrial es un ministerio que tenga a su cargo algunos elementos transversales y los sectoriales clave, complementados con la capacidad gubernamental de articulación y coordinación efectiva de las agencias públicas involucradas en el desarrollo empresarial.

La desindustrialización también se debate, pero hay zonas grises difíciles de despejar. Por ejemplo, qué tan cierto es que en los noventa teníamos una industria promisoria y que los TLCs y la enfermedad holandesa la acabaron. Los datos evidencian que la mayor pérdida de participación de la industria ocurrió en la década de los noventa; si eso fue desindustrialización, cambios metodológicos, o tercerización de actividades industriales, es otro debate. También muestran que en el periodo 2001-2007 la industria creció más que la economía y que, a partir de 2008, coincidiendo con la crisis mundial, entró en recesión y luego en un prolongado periodo de estancamiento.

¿Coincidencia con el ciclo de la economía mundial? Probable; esta es una hipótesis por explorar. ¿Efecto TLCs? Dudoso; en el periodo de la crisis mundial no estaban vigentes los que generan pánico a los críticos; los de EEUU, UE y Canadá entraron en vigencia después de iniciada la contracción industrial. Y es bien sabido que los grandes impactos de los TLCs no son instantáneos sino de mediano y largo plazo.

Pero incluso los analistas más calificados se pifian en estas materias. Un reconocido economista declaró que México es la “muestra palpable de que los TLC afectan la industria”. Las cifras del Banco Mundial dicen lo contrario. Entre 1994 y 2014, el valor agregado industrial de México creció 60%, y el de Brasil 22%, expresados en moneda local a precios constantes; y medidos en dólares corrientes crecieron 150% y 69%, respectivamente.

¿Y Colombia? ¡Sorpresa! La industria creció 46% en moneda local y 249% en dólares; además, mientras que en Brasil perdió 6.5 puntos de participación en el PIB entre 2005 y 2014, en Colombia lo hizo en 2.5 puntos.

Buenos son los debates en estas materias. Pero deben ser constructivos y no pensando que estamos en el primer día de la creación. En ese contexto, el documento técnico de la Andi es un destacado aporte.

TLC Colombia – Estados Unidos: ¿Un fracaso?

viernes, 24 de julio de 2015
Publicado en la revista Fasecolda No. 160, julio de 2015

El comercio internacional de Colombia está en la picota pública por cuenta del enorme déficit comercial que se registra desde al año pasado, explicado básicamente por el comercio con Estados Unidos. Justamente por eso, hay analistas que le achacan ese resultado al presunto fracaso del TLC, que en mayo pasado completó tres años de vigencia.

Esas posiciones pasan por alto el entorno internacional y reflejan lecturas a medias de la información disponible. Un análisis más objetivo de las cifras y de los hechos muestra que no hay tal fracaso.

El comercio internacional no sirve

Al celebrarse el tercer año de vigencia del TLC de Colombia con Estados Unidos aparecieron diferentes críticas, que evidencian, una vez más, una muy particular interpretación del comercio internacional, la debilidad de los argumentos para evaluar los acuerdos comerciales y el desconocimiento de los tiempos en que se deben producir los impactos de este tipo de acuerdos.

Sobre este último aspecto, se sabe que los acuerdos comerciales no producen efectos en el corto, sino en el mediano y en el largo plazos. Esto porque los cambios más importantes provienen de procesos de reasignación de recursos en la economía. Los impactos de corto plazo se fundamentan en la estructura del comercio al momento de entrar en vigencia el acuerdo, es decir, en el aprovechamiento de las ventajas en productos que ya están en los mercados internacionales.

El análisis de Recalca (2015) señala que los efectos negativos son peor de lo esperado por los más pesimistas. Para sostener sus afirmaciones, este organismo elabora su propia visión del comercio internacional:

“El comercio es importante como mecanismo de transmisión de riqueza, pero no de creación de la misma. Si un país fabrica aviones, que otro no puede producir, el comercio libre de estos favorece a ambas naciones. Sin embargo, no se puede perder de vista que la riqueza generada, resultado de la transformación de energía, materiales y mano de obra en una manufactura, es para el país que lo fabrica, no para el que lo compra”.

Semejante argumento desconoce toda la teoría del comercio internacional que desde Adam Smith viene formulando las ganancias del comercio como el eje central del intercambio entre los países (Krugman y Wells, 2012; p. 23). Van al extremo de suponer que la importación de bienes no sirve para producir riqueza al país que los importa. Partiendo del ejemplo de los aviones que menciona Recalca, habría que preguntarse si las empresas aéreas que los compran para prestar los servicios de transporte de pasajeros y de carga no generan riqueza; o si tampoco la crean los servicios de mantenimiento de aeronaves, de los cuales Colombia es exportadora; o cómo se consideran la producción y el empleo de las empresas proveedoras de los bienes y servicios que demandan esas actividades de transporte y mantenimiento.

Contrario a los postulados de la teoría del comercio internacional que interpretan el intercambio como un gana-gana, en la visión de Recalca el intercambio entre países solo debe darse sobre bienes de igual nivel tecnológico o, en su defecto, siempre ganará el país de mayor tecnología. Si este principio se aplicara, no existiría el comercio Norte-Sur. En ese caso, los países en desarrollo no podrían adquirir los bienes de capital que no producen, y en el ejemplo de los aviones, se condenaría a la población a los métodos más arcaicos de transporte.

Lejos de tan fatalistas interpretaciones, autores como Joseph Stigliz, premio nobel de economía y connotado crítico de la globalización, enuncia que el comercio internacional juega un papel preponderante en el crecimiento de las economías. Opina este autor que la difusión de los beneficios de la revolución industrial no se hubiera realizado sin el comercio de Inglaterra con otras naciones, incluidas sus colonias; de igual forma el desarrollo de Japón se hubiera truncado:

“Es difícil imaginar que la industrialización de la era Meiji se hubiera producido si Japón no hubiese podido importar grandes cantidades de maquinaria, equipación (sic) de transporte y otros bienes de producción provenientes de Occidente a cambio de exportaciones de tejidos y juguetes baratos y otros productos que requerían uso intensivo de mano de obra” (Stiglitz y Charlton, 2007; p. 37-38).

El fracaso del TLC

Con esas ideas, Recalca muestra que el comercio de Colombia con Estados Unidos pasó de un superávit de US$8.100 millones en 2011 a un déficit de US$3.300 millones en 2014 y de US$1.200 millones en febrero de 2015; estos resultados son explicados por la caída de las exportaciones, cuyo nivel en 2014 es apenas similar al observado en 2008.

Según Recalca, “para 2014, mientras Colombia exportó 953.000 toneladas de alimentos a Estados Unidos, importó 5.100.000 toneladas desde ese país. Pero más grave es el hecho de que los principales bienes que se están comprando al país del Norte, como maíz, trigo y arroz, son productos que se pueden producir en Colombia y cuyas importaciones están reemplazando producción y empleos locales”.

Estas cifras en apariencia dan la razón al análisis de Recalca. Pero tiene tres grandes problemas. En primer lugar, ignora por completo la caída de los precios internacionales de los productos básicos y especialmente el desplome del precio del petróleo (gráfico 1). En segundo lugar desconoce el impacto de la creciente producción de petróleo en Estados Unidos sobre las importaciones que realiza del resto del mundo. Por último, solo presenta las cifras de volumen de comercio agropecuario de un año, sin contar la historia de los años anteriores.


Los dos primeros aspectos mencionados repercutieron en caídas del volumen exportado de petróleo, desde 19.6 millones de toneladas en 2011 hasta 12.8 millones en 2014; en valores la contracción fue de US$13.700 millones a US$7.600 en el mismo periodo (gráfico 2). Este es el principal factor que explica el deterioro de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos.


Pero ese no es un fenómeno que afecte solo a Colombia, sino a todos los países que exportan el hidrocarburo a ese mercado. Según la Energy Information Administration de Estados Unidos, las importaciones de crudo, que en 2007 promediaron los 305 millones de barriles por mes, bajaron a 223 millones en 2014.

Con relación al volumen de comercio agropecuario, hay que ver lo ocurrido en los años anteriores (gráfico 3). Las cifras muestran que en 2007 Colombia exportó a Estados Unidos 907 mil toneladas e importó 4.3 millones. Pero en los años siguientes las importaciones cayeron hasta 947 mil toneladas en 2012, porque la demora en la aprobación del TLC en el Congreso estadounidense propició el desplazamiento de ese país por productos de Canadá y Argentina. Una vez entró en vigencia el TLC, se observa una recuperación de su participación de mercado. Por lo tanto, las diferencias en volumen de comercio no se originan con el acuerdo, sino que vienen de años anteriores.


La referencia a las importaciones de trigo, maíz y arroz no pasa de ser un discurso sin asidero en la realidad. Desde hace muchas décadas Colombia es un país deficitario en trigo, de forma que al entrar en vigencia el TLC ya se abastecía con importaciones el 97% del consumo nacional.

En el caso del maíz, el país importa dos tercios de su consumo, porque la producción nacional no ha tenido la capacidad de responder a la mayor demanda que ocasionó la modernización de la ganadería, basada en el consumo de alimentos concentrados; pero no significa esto que las importaciones estén acabando con la producción doméstica, pues como lo indican los datos oficiales, entre 2012 y 2014 la producción nacional aumentó de 765 mil a 823 mil toneladas.

En el caso del arroz, los contingentes acordados con Estados Unidos representan el 3.3% de la producción, que equivale a menos de 10 días del consumo del país.

En términos generales, quitando los productos minero-energéticos, el resto de las exportaciones a Estados Unidos aumentaron durante la vigencia del TLC (gráfico 2). Las exportaciones no minero-energéticas crecieron a una tasa media anual del 5.4% entre 2012 y 2014. De ellas, las industriales crecieron al 3.2% anual y las agroindustriales al 6.3% anual.

Aun cuando los impactos más notorios de los acuerdos comerciales se dan en el mediano y en el largo plazos, como ya se anotó, cabe destacar algunos logros en el corto periodo que llevan vigentes. Según ProColombia, 434 nuevos productos colombianos se exportaron a Estados Unidos entre mayo de 2012 y diciembre de 2014. La misma fuente indica que 1.908 empresas exportaron por primera vez a ese mercado y la mayoría de ellas son mipymes.

Conclusiones

En síntesis, atribuir al TLC el deterioro reciente de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos no tiene ningún fundamento. Las cifras, los acontecimientos internacionales, que afectaron los precios de todos los productos básicos, y las nuevas tecnologías de producción de petróleo en ese país explican el resultado comercial.

Lo que sí es objetivo es que la bonanza de productos básicos aumentó la concentración de la canasta exportadora colombiana al mercado estadounidense; en 2012 los minero-energéticos representaron el 84.4% del total y en 2014 el 73.1%. Es hora de retomar la senda de la diversificación y de fortalecer las políticas de fomento a las exportaciones de mayor valor agregado, que son las que en el mediano y largo plazo mostrarán los verdaderos impactos del TLC.

Bibliografía

Krugman, P. y Wells, R. (2007). Macroeconomics. Second Edition. Worth Publishers, New York.

Stiglitz, J. y Charlton, A. (2007). Comercio justo para todos. Cómo el comercio puede promover el desarrollo. Taurus Alfaguara S.A. Bogotá.

Recalca (2015). “Balance de los 3 años del TLC con Estados Unidos”. 15 de mayo. Consultado el 8 de junio de 2015 en: http://www.recalca.org.co/balance-de-los-3-anos-del-tlc-con-estados-unidos/

TLC y agricultura: entre la realidad y la fantasía

jueves, 16 de enero de 2014
Publicado en Portafolio el jueves 16 de enero de 2014


Si la Junta Directiva del Banco de la República aumenta la tasa de interés un viernes, resultaría absurdo que los medios le pregunten el siguiente lunes por los efectos que ha observado en la tasa de inflación. Y sería absurdo porque existen rezagos entre la decisión de la autoridad monetaria y la observación de los resultados esperados.

Algo similar ocurre cuando los acuerdos de libre comercio (ALC) entran en vigencia y a las pocas semanas algunos sesudos analistas pretenden achacarle la culpa de los problemas de un sector, caso que ya se vio con el paro agrario.

La realidad es que el rezago en los ALC es mucho más largo que el de la política monetaria. Como lo enfatiza un documento de la Comisión Europea, que evalúa el acuerdo de ese grupo con Corea del Sur:

“Transcurrido poco más de un año de su funcionamiento, aún es demasiado pronto para evaluar el pleno impacto del ALC, una vez que las disposiciones relativas a las medidas arancelarias y no arancelarias de liberalización, así como las medidas sobre los servicios y las inversiones, entrarán en vigor a lo largo de un período más largo”.

No obstante, esto no implica que no se pueda hacer un seguimiento continuo de la forma en que se van reflejando la reducción arancelaria y otras medidas acordadas sobre el comercio y otras variables. Pero en este caso es imprescindible aplicar el rigor analítico.

Con ese rasero se debe evaluar el reciente estudio de Barberi (“La agricultura, los pequeños productores agropecuarios y el primer año de vigencia del acuerdo de libre comercio suscrito con Estados Unidos”), que pretende evaluar el impacto del primer año de vigencia del ALC de Colombia con los EEUU sobre la “agricultura y los pequeños productores agropecuarios”.

Desde el mismo título hay imprecisiones, pues el autor afirma que “los indicadores… que se estimarán no permiten medir el impacto del Acuerdo sobre un determinado grupo de productores”. En plata blanca, esto significa que no puede medir el efecto sobre la producción campesina que es lo que prometió en el título.

El argumento central del documento es que el crecimiento de las importaciones de alimentos desde EEUU representa una “amenaza para los productos de economía campesina”.

El autor cae en el error habitual de los críticos de las negociaciones comerciales, al desconocer lo que está ocurriendo en el resto del mundo. Por eso no ve que en gran medida el resultado observado en las importaciones de productos agropecuarios desde EEUU refleja una sustitución de proveedores, posiblemente relacionada con los conceptos teóricos de desviación y creación de comercio.

El volumen importado de estos productos desde EEUU en enero-septiembre de 2013 aumentó en 602 mil toneladas con relación al mismo periodo de 2012; con esto se recuperó parcialmente el terreno perdido a septiembre de 2012 (-716 mil toneladas con respecto a septiembre de 2011).

La sustitución es evidente, pues las importaciones agropecuarias del resto del mundo cayeron 615 mil toneladas a septiembre de 2013, mientras que en el periodo anterior habían crecido en 1.5 millones de toneladas.

Barberi seleccionó 14 productos que, según él, reflejan la sensibilidad de la economía campesina a los ALC. En su revisión de las importaciones de los nueve primeros meses de vigencia del TLC (no el año que anuncia en el título), detectó cinco productos con riesgo alto (arroz, lactosuero, leche en polvo, carne de cerdo y maíz blanco), cinco con riesgo medio (trigo, carne de pollo, zanahoria, arveja y tomate) y cuatro con riesgo bajo (fríjol, cebolla, maíz amarillo y sorgo).

Tomando un periodo de 16 meses de vigencia del ALC (que debería mostrar aún más los impactos negativos) y comparándolo con los 16 meses anteriores, se observan datos interesantes. En cinco productos el valor las importaciones desde EEUU registró variaciones absolutas negativas, incluidos dos de los de “riesgo alto”, y en dos de ellos también cayeron las importaciones del resto del mundo. En dos productos el crecimiento de las compras a EEUU se compensa con caídas del resto del mundo; y en cinco crecen las importaciones de ambas fuentes. Por último, la mayor variación corresponde a trigo, producto del cual el país importa el 98% del consumo.


Importaciones de 14 productos agropecuarios desde EEUU y el resto del mundo (US$ millones)
Fuente: Dane, Dian, MinCIT; cálculos del autor.

El análisis debe tener en cuenta que en productos como carne de pollo, lácteos y arroz se negociaron contingentes que en ningún caso superan el equivalente al 3% de la producción anual.

En total los 14 productos importados desde EEUU registraron un incremento de US$20 millones entre los dos periodos, mientras que del resto del mundo aumentaron US$233 millones.

En síntesis, como reza el aforismo atribuido a Patrick Moynihan, “todos tenemos derecho a tener nuestras propias opiniones, pero no nuestros propios hechos”.

El TLC con los Estados Unidos y el paro agrario

lunes, 2 de septiembre de 2013
Publicado en Portafolio el 2 de septiembre de 2013


Achacar al TLC con EEUU, y en general a los acuerdos comerciales, la responsabilidad en la situación del campo que llevó al paro, produce risa y tristeza simultáneamente.

Risa por el oso que hacen quienes, con fines oportunistas, no dudan en repetir cuanto eslogan de crítica van escuchando, sin hacer el menor esfuerzo por verificar los argumentos que lo sustentan. Tristeza, porque reflejan su escasa reflexión sobre los problemas del país; echar culpas por el simple hecho de no compartir la política comercial, desorienta a la ciudadanía, no contribuye a mejorar los diagnósticos y sataniza los instrumentos de política.

El burgomaestre Petro en su tweeter se declara profeta: “Le dije a Uribe que no firmara TLC con EEUU porque iba a destruir el campo de los campesinos”.

El senador Robledo con su palmario pesimismo sentencia: “a punta de TLC aumentan las importaciones y disminuyen las exportaciones, arruinan a los productores y concentran aún más la propiedad de la tierra, a costa del campesinado y de los empresarios pequeños y medianos”.

Y Daniel Samper pretende darle un golpe de gracia al TLC con Estados Unidos, con cifras que no se toma la molestia de poner en contexto: “en el primer año del TLC se dispararon las importaciones agrícolas: la soya subió 467 por ciento, los lácteos, 214, la carne de cerdo, 66, el trigo, 15…”.

Para Estados Unidos el de Colombia no es el primer TLC que firma; además del nuestro tiene vigentes otros 20. La evidencia empírica muestra que en ningún caso ni el campo ni los campesinos se han arruinado; en todos los países el valor agregado agropecuario siguió creciendo; igual pasó con la productividad en el agro; y la balanza comercial agropecuaria ha mantenido su signo y en varios países ha crecido el superávit.

Aun cuando en nuestro medio hay analistas que han hecho eco de supuestas tragedias, como la quiebra de los ganaderos de México, nunca ha aparecido la fuente de tal información.

Como uno de los objetivos de los acuerdos comerciales es crecer el comercio, es normal que aumenten tanto las exportaciones como las importaciones. Estas últimas no tienen que repercutir en la estabilidad de la producción nacional, salvo en los casos teóricos de sustitución de la producción ineficiente de un país por la más eficiente del otro; en tal situación es evidente que habrá una mejora del bienestar de la población, que tendrá acceso a productos de mejor calidad por menor precio.

Pero no es eso lo que está ocurriendo actualmente con las importaciones agropecuarias del país, lo que desvirtúa el argumento de los críticos. El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo ha mostrado que las importaciones de leche en 2012 representan el 3% de la producción nacional y equivalen a 10 días de consumo; y las importaciones de papa en ese año son menos del 1% de la producción y 2.4 días de producción. ¿Estas cifras ponen en riesgo la producción nacional? Dudoso.

Los críticos no han caído en cuenta que sus opiniones sobre los presuntos impactos negativos de los TLC, y en general del comercio internacional, en el campo coinciden con un periodo en el que las importaciones de productos agropecuarios están cayendo. En efecto en el primer semestre de 2013 estas importaciones fueron inferiores en 6.5% a las del primer semestre de 2012, al pasar de 5.0 a 4.6 millones de toneladas.

Pero como las provenientes de Estados Unidos crecieron 94.8% en el mismo periodo, concluyen que nos están inundando. Aparentemente tienen razón quienes eso deducen; pero la realidad es que las importaciones de productos agropecuarios desde ese país cayeron de 1.2 millones a 499 mil toneladas entre el primer semestre de 2011 y el primero de 2012, porque la demora en la vigencia del TLC repercutió en el desplazamiento por parte de otros países con los que ya teníamos acuerdo comercial vigente. El primer semestre de 2013 muestra la recuperación parcial del terreno perdido, al llegar a un monto de 971 mil toneladas.

Un examen detallado de los productos importados desde ese país indica que la variación absoluta anual en el primer semestre fue de 473 mil toneladas y que ella es explicada casi totalmente por cinco productos: tortas de soya, trigo, frijol soya, aceite de soya y lácteos. En todos estos casos las importaciones totales de Colombia registraron variaciones negativas.

En síntesis, toca que los críticos de los TLC busquen otros argumentos; mientras tanto, hay que descontaminar la discusión para llegar a las causas objetivas de la situación del campo y de ahí a las mejores soluciones.

Variación absoluta de las importaciones de productos agropecuarios desde EEUU y el mundo entre el primer semestre de 2012 y el primer semestre de 2013 (miles de toneladas)

Fuente: Dane; cálculos del autor

Los pollos y el teléfono roto

jueves, 28 de marzo de 2013
Publicado en Ámbito Jurídico, Año XVI, No. 366, 25 de marzo al 14 de abril de 2013

Dicen que a un consagrado escritor –posiblemente Ítalo Calvino, Jorge Luis Borges o Ernst Hemingway– le preguntaron qué son los autores clásicos; su respuesta fue: “los clásicos son unos escritores muy famosos de los que todo el mundo habla pero nadie lee”.

Algo similar está ocurriendo con los TLC en Colombia. No hay día en que no se mencionen en los diarios, la radio y la televisión, las revistas de diversa índole, las conversaciones informales y muchos foros gremiales y académicos. Un amplio porcentaje de los colombianos nos formamos ideas y opiniones sobre los tratados comerciales a partir de estas fuentes.

Pero cuando en la mayoría de ellas se pregunta quién ha leído un TLC, generalmente se producen “silencios embarazosos”. Si eso es así, surge el interrogante sobre cómo formamos nuestras opiniones sobre los tratados comerciales y qué tan bien sustentadas están.

Pareciera que las formamos bajo el supuesto de que quienes hacen las afirmaciones en las diversas fuentes han leído y analizado juiciosamente los tratados. Pero si no lo han hecho, como en muchas ocasiones es evidente, estaremos cayendo en la práctica del teléfono roto, aquel juego infantil en el que se empieza a transmitir un mensaje oral de una persona a otra y al final de la cadena se comprueba que se ha distorsionado, por sencillo que sea.

El problema es que ese teléfono roto, aplicado a temas como los TLC es muy perjudicial. Hace que los ciudadanos se creen falsas ideas tanto sobre las bondades como sobre los riesgos que ellos implican. Lo grave es que parte de esa cadena del teléfono roto la integran formadores de opinión con gran influencia en numerosos lectores.

En un caso reciente, Daniel Samper Pizano, prestigioso columnista, hacía un contraste entre la vieja expresión popular “quién pidió pollo” –con la cual se sentenciaba décadas atrás que era un plato de las élites–, y la realidad actual en la que la carne de pollo está al alcance de la mayor parte de los colombianos. Luego, en dos párrafos se despachó contra el TLC de Colombia con EE.UU.

El autor usa la reminiscencia de la mencionada expresión popular para afirmar que ella volverá a ser vigente porque el TLC presuntamente acabará con la avicultura colombiana. ¿Cómo lo demuestra? Da la cifra de importaciones de “gallinas jubiladas” en enero de 2013 (22.672 kilos) y cita de otro artículo de prensa el monto esperado de las importaciones de cuartos traseros para este año: “2.06 millones de kilogramos”; con esos elementos saca su tajante conclusión: “Nos aguarda una avalancha”.

El columnista incurre en el error de retransmitir un mensaje que ya fue mal emitido por el medio del cual tomó el dato. El contingente o cupo de importaciones de cuartos traseros este año no es “2.06 millones de kilos”, sino 28.1 millones; y si con la primera cifra vaticinó una avalancha, ¿qué apocalíptica conclusión habría sacado con la segunda, que es la del texto del TLC?

Afirmar, ´sin ton ni son´, que por “culpa” del TLC las importaciones de cuartos traseros de pollo desde EE.UU. serán de 28.1 millones de kilos, puede generar temor. Pero si se indica que ese volumen equivale al 2.5% de la producción anual de pollo en Colombia, la interpretación es otra.

Una información balanceada sobre la negociación del pollo en este TLC debería indicar como mínimo: 1. Que el arancel aplicado para las importaciones por fuera del contingente es de 164.4% para los cuartos traseros refrigerados y 70.0% para los condimentados. 2. Que esos aranceles se mantienen iguales para los primeros 5 años en el caso de los refrigerados y de 10 años en el caso de los condimentados; solo después de esos plazos comienza su reducción. 3. Que el plazo total para eliminar los aranceles es de 18 años. 4. Que los contingentes de importación de cada año se negociaron de forma que no pongan en riesgo la producción nacional durante el periodo de desgravación; aun suponiendo que la producción no crezca, en el año 17, las 50.645 toneladas asignadas representarían menos del 5% de la producción nacional. Hay varios elementos adicionales, pero estos serían suficientes para brindar al lector una información de mayor calidad.

Quienes se proclaman como voceros, generadores de opinión, analistas, docentes y conferencistas tienen una seria responsabilidad. En el caso que nos ocupa, tienen la obligación de acudir a las fuentes primarias (es decir, los textos oficiales de los TLC), a las secundarias con alta credibilidad técnica, y sopesar las posiciones antagónicas; así, sus opiniones contribuirán realmente con rigurosos argumentos a cuestionar o a elogiar las decisiones económicas de trascendencia nacional y a orientar a la ciudadanía. En caso contrario, seguirán jugando al teléfono roto.

Medicamentos y propiedad intelectual

jueves, 19 de julio de 2012
Publicado en Portafolio el 18 de julio de 2012

En el artículo “Se agudiza el monopolio de los medicamentos” (UN Periódico, No. 157, 8 de julio de 2012) los investigadores Julián López y Edna Sánchez arremeten contra el capítulo de propiedad intelectual del TLC de Colombia con Estados Unidos.

Los debates sobre estos temas son convenientes, en particular cuando surgen desde la academia. En este artículo, justamente por provenir de un centro de investigación, y no cualquiera sino de una de las mejores universidades del país, los análisis deberían caracterizarse por el rigor académico. Lamentablemente no es así y el artículo está viciado de apreciaciones sin sustento técnico y de errores en la lectura de los textos del tratado.

Afirman los autores que el TLC “relaja los criterios de patentabilidad (por ejemplo otorgando patentes a segundos usos), extiende su duración, establece un vínculo entre esta licencia y el registro sanitario y fortalece la protección de los datos con exclusividad”.

Es falso que el tratado contemple la patentabilidad de segundos usos. Hasta un estudio de Ernesto Cortés para Ifarma, basado en una lectura amañada del TLC, cita una reunión del Presidente de Colombia con el USTR en la que ese organismo precisó el tema: “Dentro del marco del tratado quedó claro que Colombia no estaría obligada a patentar métodos de uso o segundos usos”.

La presunta extensión de la duración de las patentes, según los autores, se da por la compensación por demoras injustificadas en su aprobación. Aquí los autores incurren en un error protuberante, pues el texto del protocolo modificatorio excluyó los medicamentos de esa obligación: “Cada Parte proporcionará los medios para compensar… por retrasos irrazonables en la emisión de una patente, con excepción de una patente para un producto farmacéutico…”.

Los autores no comprenden cabalmente la obligación de compensación en productos diferentes a los medicamentos. Supongamos que López y Sánchez solicitan una patente y la autoridad competente, por su ineficiencia, se demora diez años en aprobarla; eso significa que el aprovechamiento efectivo del derecho exclusivo se limitaría a diez años, porque los veinte años cuentan desde la fecha de solicitud de la patente.

¿Si son compensados con cinco años, se está extendiendo el plazo de la patente? Evidentemente no, porque el aprovechamiento efectivo sería de 15 años y no de 25 como lo interpretan quienes confunden compensación con “extender la duración”. También es obvio que si la autoridad competente mejora su eficiencia, no habrá necesidad de compensar.

Además de estas imprecisiones, hay varios juicios de valor. Por ejemplo, en torno a los veinte años de plazo de las patentes dicen: “Se ha demostrado que la inversión se libra, en promedio, en tres años, por lo que el resto del periodo efectivo de la licencia se traduce en utilidades”.

Primero, los autores no citan un solo estudio de respaldo. Segundo, hay un amplio debate sobre el costo de desarrollo de un medicamento innovador, pero ningún acuerdo en torno a una cifra. Tercero, el derecho exclusivo no está limitado a que el innovador recupere sus costos de investigación.

Sobre el linkage, dicen: “Esta medida vulnera en gran medida el acceso a los medicamentos, pues no permite que un competidor ingrese al mercado inmediatamente después del vencimiento de la patente, lo que amplía el monopolio”. Esta afirmación es falsa; contrario a esta percepción, el tratado introduce la “excepción bolar”, que permite adelantar los procesos y los trámites que aseguran el ingreso de los medicamentos genéricos al día siguiente del vencimiento de una patente. El linkage se refiere a un mecanismo de protección del derecho exclusivo del innovador frente a posibles violaciones de él; la aspiración inicial de EEUU era establecer un vínculo entre la autoridad de patentes y la autoridad sanitaria; a cambio se acordó un mecanismo de transparencia.

No hay nada que fortalezca “la protección de los datos con exclusividad”. En este punto los autores se ponen a divagar sobre el decreto 2085 de 2002 sin analizar el contenido del TLC. Deberían partir de indicar al lector que ese es un instrumento orientado a atraer al país medicamentos que no tienen patente en Colombia y que no son fabricados en el territorio nacional.

Adicionalmente deberían señalar que en el tratado se incluyó la figura del “agotamiento”. Esto significa que el periodo de protección de datos corre desde el momento en que un medicamento nuevo obtiene su registro sanitario en EEUU; si la solicitan en el país dos años después, solo tendrán derecho a tres años. Como consecuencia, es posible que lleguen al país productos innovadores que no tienen patente en Colombia con mayor rapidez de lo que ocurriría sin el TLC.

Como suele ocurrir con otros críticos, se enceguecen en su afán de satanizar el capítulo de propiedad intelectual del TLC, pero pierden rigor académico y carecen de propuestas alternativas serias.

Infraestructura

domingo, 24 de junio de 2012
Publicado en el diario La República el viernes 8 de junio de 2012

El rezago de Colombia en infraestructura, especialmente la de transporte terrestre, preocupa al sector público y al privado. Con la entrada en vigencia del TLC con Estados Unidos esta sensación se acentuó en algunos sectores.

Pero cuando la preocupación se convierte en temor, florece la tendencia negativa que nos caracteriza y nos conduce a drásticas autoevaluaciones: según un analista, “en el continente americano el único país más atrasado que Colombia en kilómetros de carreteras por cantidad de habitantes [es] Haití…”.

La costumbre de mirarnos el ombligo y no ver qué pasa en el resto del mundo genera esas percepciones. Por eso, lo aconsejable es evaluar diversas comparaciones internacionales, para llegar a una apreciación más objetiva.

Comencemos con el indicador de densidad de la red vial, definido como los kilómetros de carreteras por kilómetro cuadrado de área del país. Según el World Competitiveness Yearbook de 2010 del IMD, Colombia registró 0.15 km/km2 y ocupó el puesto 45 entre 58 economías que se incluyen en este ranking; superó a Canadá, Islandia, Chile, Tailandia, Australia, Venezuela, Argentina y Perú entre otras. Además, los datos preliminares del estudio de 2011 señalan que Colombia avanzó al puesto 41 y el indicador aumentó a 0.17.

En el indicador de calidad de las vías del World Competitiveness Report 2011-2012 del WEF, Colombia ocupa el lugar 108 entre 142 economías y más atrás quedaron Venezuela, Brasil, Costa Rica, Paraguay y Haití (puesto 140).

Por último, el Logistics Performance Index del Banco Mundial, incluye un pilar de infraestructura en el cual se evalúan puertos, carreteras, aeropuertos, vías férreas y TIC. En la edición de 2012 Colombia se clasificó 68 entre 155 economías en ese pilar, y quedó por delante de Paraguay, Bolivia, Honduras, Venezuela y Haití (puesto 151). En comparación con 2007, cuando se realizó el primer cálculo del índice, el país ha mejorado en 17 puestos.

Con este panorama, cabe preguntarse si en realidad hay que tener “lista” toda la infraestructura de carreteras como condición para poder insertarse en la economía globalizada.

Casos como el de China ilustran que no es necesario. Cuando abandonaron la autarquía maoísta, era una de las economías más pobres del mundo. “El desarrollo de la infraestructura vial tuvo poca importancia en la estrategia china de desarrollo antes de las reformas. Cuando ellas comenzaron en 1978, China tenía una pobre dotación de carreteras y su índice de densidad era inferior al de India” (Kim y Nangia (2008) “Infrastructure Development in India and China. A Comparative Analysis”).

Sólo desde 1985 se inició un plan para fortalecer esta infraestructura, dando prioridad a lo que podríamos denominar “vías nacionales” y dejando para una etapa posterior las vías secundarias y terciarias.

Además de los indicadores, es necesario tener en cuenta que la liberalización del comercio conlleva una reorganización de la producción, de forma que las empresas más enfocadas al mercado mundial tienden a localizarse cerca de los puertos o las fronteras, dependiendo de sus mercados objetivo.

Este es un fenómeno que se empieza a observar en el país, con las inversiones que están llegando a ciudades como Barranquilla, Cartagena y Santa Marta. En estos casos, prima más la modernización de puertos que el cierre de las brechas en la infraestructura vial.

Conclusión: no somos el peor país del mundo en infraestructura vial; países como China muestran que su desarrollo puede ser simultáneo o posterior a la inserción en la economía globalizada; con los procesos de relocalización las empresas amortiguan el impacto de la infraestructura vial en su competitividad; y el nuevo entorno es un acicate para hacer las obras que por décadas se han aplazado.

¿Tragedia mexicana?

miércoles, 30 de mayo de 2012
Publicado en el diario La República el 25 de mayo de 2012

Es muy particular que siempre salga a relucir el caso de México para insinuar las presuntas tragedias que ocasionan los tratados de libre comercio (TLC) en el agro.

Veamos algunos casos. Un excandidato a la alcaldía de Bogotá afirma que “en el transcurso de los [primeros] doce años [del NAFTA] la importación de maíz originario de Estados Unidos sumó 58 millones 635 mil toneladas…” y que “las siembras de maíz en México decayeron de 9,5 millones de hectáreas… a 8,5 millones”. Pero no informa cómo han evolucionado la producción y el consumo en ese periodo.

Varios críticos hacen eco de un estudio de la UNAM, según el cual entre 2006 y 2011 el 72% de los campesinos mexicanos quebró como consecuencia del NAFTA. Pese a que solo se conoce un comunicado de prensa, es evidente que el informe ignora los impactos de la crisis mundial y la abrupta caída de las remesas de los migrantes.

Otro crítico afirmó que en México se quebraron 148 mil ganaderos por el NAFTA, con lo que apenas quedan unos 32 mil. La fuente de la información no se conoce.

Las cifras de los censos agropecuarios de México son contundentes frente a esos argumentos. En un artículo del profesor mexicano Héctor Robles (“Una visión de largo plazo: Comparativo resultados del VII y VIII Censo Agrícola Ganadero 1991-2007”) se resaltan aspectos como los siguientes:

Primero, el minifundio creció, por lo que no ocurrió la trágica desaparición de los pequeños productores como algunos pregonan que ocurrió en México y se repetirá en Colombia; el número de unidades productivas de menos de cinco hectáreas se incrementó en 27.1% entre 1990 y 2007.

Segundo, las tierras ejidales crecieron en área en 23.4% en el mismo periodo y, evidentemente, no se privatizaron.

Tercero, el área cosechada de maíz se redujo en 376 mil hectáreas (4.9%), pero la producción se duplicó entre 1990 y 2007, por el notable incremento en los rendimientos. Por lo tanto, es falso que las importaciones estén acabando el cultivo.

Cuarto, en la ganadería bovina, el número de cabezas se redujo en 2.3%. No obstante, los informes de la Confederación de Ganaderos muestran una tendencia creciente de la producción de carne y leche. Como señala el gremio, “el incremento de la producción proviene más de mejoras en la productividad que del incremento en el número de animales”.

El censo muestra que el hato ganadero está distribuido en 1.129.217 unidades de producción, lo que da un promedio de 20.6 cabezas por unidad. Si el número de ganaderos se redujo, implicaría que cada uno aumentó su hato de un promedio de 157 a 727 cabezas.

Ni las cifras de crecimiento de la producción, ni el número de unidades de producción, ni las publicaciones gremiales dan la idea de un desastre en el cual el número de ganaderos se hubiera reducido en un 82%.

Para cerrar, otra cifra. Una fuente bien informada publicó que en Estados Unidos hay 9 millones de vacas en ordeño con una producción de 88 mil millones de litros de leche por año, mientras que en el país se ordeñan 7.4 millones y producen 6 mil millones. La conclusión que deriva de ahí, es sorprendente: ¡Estados Unidos produce 14 veces más que Colombia! Otra versión de Robledo enfrentado a un edificio de 54 pisos.

Muy interesante, pero lo más relevante de esos datos es que una vaca estadounidense produce en promedio 9.778 litros anuales… ¡y una colombiana 811!

Retornando a México, su producción de leche es de 11 mil millones de litros por año, con 2.4 millones de vacas lecheras (FAO y OECD). Por lo tanto, con un tercio de las vacas que tiene Colombia, produce casi el doble, porque su productividad es seis veces mayor a la nuestra.

Obvia la conclusión. ¡Escudriñar más las cifras, divulgar las fuentes y, por encima de todo, crecer la productividad!

Productos primarios versus mercado interno

jueves, 17 de mayo de 2012
Artículo publicado en el diario La República el 12 de abril de 2012

En el foro sobre el TLC en la Cámara de Comercio de Bogotá, el alcalde Petro planteó la existencia de dos grupos de países en América Latina, según el papel que juegan en su desarrollo la integración al mercado mundial y el mercado interno.

Por un lado están las economías exportadoras de materias primas no renovables que están creciendo por el aumento de los precios internacionales de esos bienes: Ecuador, Perú, Colombia y Venezuela. Por otro, las que hacen énfasis en el mercado interno y desarrollaron sus sectores industriales y agroindustriales: Brasil y Argentina. Mientras el primer grupo depende de la dinámica de la demanda mundial, especialmente de China, los otros están salvaguardados pues tienen una estructura productiva más diversificada y dependen de su propia demanda interna.

La realidad es un poco diferente a lo que plantea el burgomaestre, pues los dos grupos de países son exportadores de productos primarios. Según la Cepal, en 2009 en Argentina representaron 45%, en Brasil 42% y en Colombia 56% del total exportado. En México, que el alcalde no menciona, en 1990 fueron el 47% y en 2009 apenas el 15.8%; y no es un caso de desarrollo volcado exclusivamente al mercado interno, sino uno de integración con el NAFTA a Canadá y Estados Unidos.

Claro, en el caso de Venezuela, Ecuador, Colombia, Perú y Chile, que tampoco mencionó el alcalde, predominan los productos mineros, mientras que en Argentina y Brasil los agropecuarios. Pero como los precios internacionales de los alimentos cambiaron radicalmente su tendencia descendente de largo plazo por una al alza, también han contribuido al crecimiento de los países productores.

El Atlas de Complejidad Económica, elaborado por investigadores de la Universidad de Harvard y el MIT, muestra que la complejidad de las estructuras productivas y de exportaciones de Brasil y Colombia es menos disímil de lo que se piensa. Ocuparon los puestos 52 y 54 entre 128 economías evaluadas (cuarto y quinto lugares entre 21 países de América Latina); México ocupó el puesto 20 en el mundo y el primero en la región, evidenciando de nuevo la compatibilidad entre diversificación de la producción y apalancamiento en el comercio internacional, en este caso mediante un TLC. En la clasificación quedan más atrás Argentina (puesto 57), Chile (78), Perú (89), Ecuador (93) y Venezuela (111).

Con relación al mercado interno, pareciera que se quiere repetir la historia del modelo de desarrollo hacia adentro. ¿Será eso lo que denominan modelo de crecimiento endógeno?

Sobre este tema es ilustrativo el caso de China. Mientras mantuvo su posición de economía “casi autárquica”, como el alcalde enuncia que es Bogotá, y se empeñó en un desarrollo basado en el mercado interno, logró ser la economía más pobre del mundo.

Con las reformas iniciadas en 1978, China se fue al otro extremo, pasando a depender del mercado internacional para su crecimiento. Ahora buscan una relación más equilibrada con el mercado interno; a pesar de ser la economía más poblada del mundo y contar con un ingreso creciente, el consumo es apenas el 35% del PIB, frente al 50% en el promedio de las economías de mercado.

Los argumentos expuestos indican que no es muy razonable empeñarse en un crecimiento basado exclusivamente en el mercado interno; y que algunas economías latinoamericanas han avanzado en la diversificación y complejidad de sus estructuras productivas y de exportaciones, independientemente del peso relativo de las exportaciones agrícolas o mineras.

Estas disquisiciones son vitales para la evaluación del Plan de Desarrollo capitalino, que, en palabras del alcalde, propone centrar el crecimiento económico en el fortalecimiento del mercado interno, “porque Bogotá no exporta”.

Profecías auto-realizadas

Publicado en Ámbito Jurídico No. 342, 26 de marzo al 15 de abril de 2012


A alguien le escuché la historia de una pareja pobre que vivía en un pueblo lejano y tuvo un hijo al que educaron con grandes esfuerzos. Como el muchacho era muy inteligente, usaron todos sus recursos para enviarlo a la capital a cursar la carrera de economía. Una vez graduado, aplicó a una beca y se fue a estudiar el doctorado fuera del país.

Ya liberados de la presión del gasto, pensionados y mayores de edad, compraron un destartalado restaurante que había en el pueblo, con el fin de tener alguna actividad. Fueron levantándolo gradualmente; atendían a la clientela con mucho cariño; compraron nuevas mesas y sillas de madera; más adelante adquirieron manteles que se esmeraban en tener siempre limpios; luego adornaron las mesas con flores; y poco a poco fueron contratando personas del pueblo para las crecientes tareas de atención, mantenimiento y cocina.

En fin, con el correr del tiempo se convirtió en el mejor restaurante del pueblo, la pareja era muy apreciada y ellos disfrutaban atendiendo a la gente y viendo cómo el negocio prosperaba.

Un día llegó a visitarlos el hijo, que hacía poco había regresado al país y estaba vinculado a un importante centro de investigación económica. Los padres le comentaron que estaban gestionando un crédito bancario para adquirir unas neveras grandes, que les permitirían comprar mayor cantidad de alimentos por menor precio y conservarlos más tiempo.

No acababan aún de exponerle la idea, cuando el hijo reaccionó airadamente. “¿Cómo se les ocurre endeudarse en la situación actual? ¿No saben que el mundo va camino a una crisis? Estados Unidos tiene un alto desempleo que se resiste a bajar y la demanda agregada no reacciona; en la Unión Europea la crisis de la deuda soberana amenaza con arrastrar toda a Europa a la recesión y de paso derrumbar la débil demanda de Norteamérica. Por si fuera poco, el PIB de Japón sigue con dinámicas negativas. Así es que más temprano que tarde, nuestro país sentirá los efectos”.

Los padres trataron de indicarle al hijo que las ventas no habían hecho más que crecer continuamente desde que empezaron a mejorar el restaurante y que incluso desde los pueblos vecinos venía mucha clientela los fines de semana.

“¿Es que acaso ustedes saben más economía que yo, que tengo un doctorado? ¿Creen que me gané el título sin estudiar cómo funciona la economía mundial?”.

Un tanto consternados, los viejos cancelaron la compra de las neveras. Siguiendo las indicaciones del hijo, suprimieron las flores en la decoración del negocio, pues, según él, “los clientes no vienen a comer flores”; luego fueron convencidos de cambiar los manteles solo cada dos o tres días, para reducir los gastos de agua y detergente.

Al tiempo que los viejos “racionalizaban” el gasto, siguiendo las indicaciones del hijo, la clientela empezó a alejarse, pues la reducción de empleados, el deterioro de la decoración y la tristeza que fue embargando a la pareja dio un tono lúgubre al local. Finalmente el restaurante se quebró.

Y los viejos concluyeron: “Nuestro hijo tenía razón; no nos podíamos aislar de la crisis mundial y por eso nuestro restaurante se quebró”.

Esta historia ilustra un caso típico de “profecías auto-realizadas”, concepto introducido por el sociólogo Robert Merton para mostrar situaciones falsas o sin fundamento, que inducen comportamientos sociales que las tornan en verdaderas.

Viene al caso en la actual coyuntura de inminente entrada en vigencia del TLC con Estados Unidos, pues hay empresarios de algunas actividades del agro que se están dejando convencer de las aves de mal agüero que les vaticinan la “quiebra por la competencia gringa”. Los agoreros, sin ningún fundamento, van de región en región llevando las malas nuevas del inminente desastre y evangelizando sobre la conveniencia de sustituir la producción de alimentos por materias primas de otra índole.

Ningún TLC se negocia con el propósito de eliminar sectores de la producción nacional que sean eficientes o tengan la posibilidad de serlo. Se espera eso sí que su competitividad mejore para hacer frente a la mayor competencia foránea resultante de la globalización y de los tratados.

Lo que cabe preguntarse es cómo aprovecharon los empresarios la “ñapa” de cinco años de demora en la aprobación del TLC por el Congreso de Estados Unidos, y cómo proyectan aprovechar los periodos de desgravación acordados.

Si, en lugar de cerrar esas brechas de competitividad, abandonan su actividad para pasarse a otra que supuestamente enfrenta menos competencia, no sólo se estarán incurriendo en el uso ineficiente de los recursos propios y del país, sino que perderán la oportunidad de beneficiarse de un mercado mundial que requiere más alimentos.

Además, surgirá un colofón típico de las “profecías auto-realizadas”, pero esta vez en boca de los defensores del proteccionismo a ultranza: “Lo dijimos: los TLCs acabarán con la agricultura”.

De nuevo el mercado interno

domingo, 1 de mayo de 2011
Publicado en el diario La República el 28 de abril de 2011


Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.

Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.

Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.

El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.

Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.

Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.

Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.

Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.

A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.

Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.

Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.

¡Nada como los viejos tiempos!

sábado, 16 de abril de 2011
Artículo publicado en el diario La República el jueves 14 de abril de 2011

En un artículo recientemente publicado en un medio de la Universidad Nacional, un profesor concluye: “solo (sic) nos queda rogar por que (sic) el congreso (sic) de Estados Unidos no apruebe el TLC”.

Puesto que algunos de los postulados a favor de los TLC se relacionan con su efecto en la atracción de inversión extranjera directa (IED) y el funcionamiento del comercio internacional como una palanca de crecimiento, el autor fundamenta su conclusión en la crítica a ellos.

La crítica al primer “mito”, como él lo denomina, se basa en que hay países como Corea del Sur que crecen sin IED y otros como China en el que apenas representa el 2% del PIB, y la economía crece al 9% anual. En cambio en Colombia y México la liberalización al movimiento de capitales redujo la tasa media de crecimiento. Su recomendación implícita es volver a los controles de capitales de la época en que se adelantó la “nacionalización” de empresas (máximo 49% en manos de extranjeros) y se restringió el giro de utilidades y el acceso al crédito.

La palabra ahorro y la relación entre inversión total y crecimiento económico brillan por su ausencia. Pues bien, mientras Corea del Sur y China tienen tasas de ahorro del 35% y el 50% del ingreso nacional bruto (INB), y pueden financiar la inversión que les permite altas tasas de crecimiento, los países como Colombia con una tasa de ahorro del 20% del INB, apenas podrían crecer al 3.5% anual, si no tuvieran acceso al ahorro externo.

Ningún país del mundo menosprecia el ingreso de IED, al punto que las economías desarrolladas son las principales receptoras. Según la Unctad, en el caso de China, en 2008 el flujo de IED fue de 2.5% del PIB y el 5.3% de la inversión total. En Colombia fue el 3.2% del PIB y el 17.6% de la inversión.

Para los especialistas es claro que sin esos recursos la China de hoy no existiría; no estaría creciendo a los ritmos que lo hace ni estaría comenzando a desarrollar tecnologías propias. Seguiría siendo una de las economías más pobres del mundo, como resultado de las políticas autárquicas del modelo comunista.

El segundo “mito” lo critica porque, en su opinión, el libre comercio tiende a generar balanzas comerciales deficitarias y reducir el crecimiento económico y el bienestar. Por lo tanto, añorando el control cambiario, se deberían regular las importaciones para permitir sólo las relacionadas con la inversión en bienes de capital.

Afortunadamente el autor confiesa que no conoce los estudios que se han realizado sobre el TLC (no sabe dónde están). No de otra forma se puede entender esa visión mercantilista del comercio internacional y el rechazo a la IED, cuando en países como Colombia complementa el ahorro doméstico, posibilita un crecimiento mayor y el acceso a tecnologías y conocimientos que no producimos.

Pero el profesor se olvida de los problemas de corrupción, estancamiento, mala calidad de los productos y rezago de productividad generados por las políticas proteccionistas que con nostalgia evoca.

El retorno al proteccionismo marginaría a Colombia de la vinculación a las cadenas globales de valor, que es la dirección que lleva la economía mundial. Más que pretender volver a los viejos tiempos, hay que dejar atrás las visiones pesimistas y tomar conciencia de las oportunidades que hay en la economía globalizada.

Como decía el experto en innovación Amnon Levat, en una entrevista a la revista Dinero: “Las empresas colombianas están más abiertas al aprendizaje, tienen mucha energía y entusiasmo. Pero les falta creer más en sí mismas. Muchas veces, las empresas piensan que no tienen nada que ofrecer al mundo. Una empresa colombiana puede tener mucho éxito aquí, pero le cuesta imaginarse que el mundo necesita algo que ellos pueden ofrecer”.