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Miguel Uribe y los "ninis"

martes, 24 de junio de 2025

 

Publicado en Portafolio el 24 de junio de 2025

Dos días antes del criminal atentado contra su vida, Miguel Uribe participó en el nutrido debate de presidenciables en la Convención Bancaria. Uno de los temas debatidos fue el de los "ninis", la población joven que ni estudia ni trabaja.

Según el dato más reciente del Dane, el número de ninis asciende a 2,5 millones; esta cifra, que es similar al total de desempleados en el país, representa un drama económico y social. No solo implica una carga económica para sus hogares y un desaprovechamiento de recursos en la economía, sino que también refleja el fracaso del sistema educativo del país, los problemas del mercado laboral para absorber esta mano de obra y el aumento de riesgos para los jóvenes; puede inducir problemas sicológicos como la frustración, la depresión y las tendencias al suicidio o llevarlos a la delincuencia y al consumo de drogas, entre otros.

Sobre los "ninis", Miguel Uribe resaltó que el “77% de ellos quieren estudiar. La pregunta es por qué no lo hacen. En buena parte es porque la educación no les ofrece la promesa de valor que se materialice; es decir estudian, pero no consiguen un empleo, no pueden emprender… por eso estamos proponiendo la educación multiformal”. Esta consiste en “poder estudiar sin sesgos ideológicos en instituciones públicas o privadas, virtuales o presenciales, por competencias o por disciplinas, en módulos, por meses o por años…” en una formación para el trabajo y para el emprendimiento. Propone una idea concreta: “Vamos a producir 100.000 programadores al año… Colombia debe ser la potencia en programación, desarrollo de software, análisis de datos, inteligencia artificial; vamos a volver a Colombia la principal exportadora de servicios de software en América Latina”.

Este es un enfoque crucial al cual Colombia llega tarde. En Alemania la educación vocacional surgió a finales del siglo XIX y fue copiada por Estados Unidos y otras economías europeas desde comienzos del siglo XX. El modelo crea una estrecha vinculación entre las empresas y las instituciones educativas con el fin de dar formación técnica a los estudiantes en áreas que necesita el sector productivo.

Hacerlo ahora en Colombia soluciona los problemas de pertinencia que hay en la educación del país. Actualmente, cuando los jóvenes terminan la secundaria y no pueden acceder a la educación superior se chocan con la dura realidad de no contar con alguna habilidad que les permita insertarse en el mercado laboral. Lo que las cifras revelan es que muchos de ellos se volverán "ninis".

Solucionar el problema de los "ninis" es una de las valiosas ideas de la propuesta presidencial de Miguel Uribe. El país lo necesita y por ello esperamos su pronta recuperación. ¡Fuerza Miguel!

La destrucción del agro

jueves, 24 de noviembre de 2022

 

Publicado en Portafolio el 24 de noviembre de 2022

En el lanzamiento del Informe Nacional de Competitividad, el director del DNP afirmó: “Vimos pasar las importaciones de alimentos básicos de un millón de toneladas a 15 millones… El pésimo manejo que hicimos de la bonanza del petróleo y del carbón… nos llevó a destruir el aparato agropecuario del país…”.

Aun cuando no quedó claro si la destrucción del agro es consecuencia de las importaciones y/o de la bonanza, cabe presumir que es por lo primero, pues la bonanza también fue de precios de los productos agropecuarios. Además, culpar a las importaciones es consistente con la hipótesis de soberanía alimentaria, que suscribe el presidente Petro.

Es obvia la necesidad de profundos cambios para sacar el agro del atraso. Pero, según el Dane, este año el sector agropecuario ha generado el 5,9% del PIB; más que la construcción (4,8%), el sector financiero (4,8%), la minería (3,9%) y las comunicaciones (3,2%), y ninguno de ellos está destruido. Además, ese aporte supera al de México (3,4%), Brasil (5,2%) y Chile (3,3%), que son destacados exportadores de productos agropecuarios.

El sector agropecuario aporta el 14,7% del empleo nacional en lo corrido de este año y solo es superado por el comercio (18,1%). Esa contribución es muy superior a la observada en los países mencionados. Las importaciones del ámbito agro (OMC), fueron 13,8 millones de toneladas en 2021. Lo primero que sobresale es que ellas no son solo “alimentos básicos”; hay muchas materias primas que son utilizadas para elaborar insumos de la actividad agropecuaria; por ejemplo, tortas de soja y preparaciones para la fabricación de alimentos para animales.

Lo segundo, es que 10 productos representaron el 83,8% del volumen total; maíz, trigo y cebada fueron el 60,2%. En maíz, la producción nacional ha seguido aumentando; pero sustituir las importaciones, como lo plantea la ministra de agricultura, implica triplicar los rendimientos por hectárea para sustituir el 67% de las importaciones, que es abastecido por Estados Unidos. La alternativa es subir los precios de la carne, al usar solo maíz nacional en la producción de alimentos concentrados.

Lo tercero es que las importaciones de trigo y cebada son prácticamente el 100% del consumo nacional, porque son productos típicos de las zonas templadas y no del trópico. Se podrían sembrar en el país; pero como la productividad sería muy baja, los consumidores tendrían que pagar pan y cerveza a precios muy superiores a los actuales.

El director del DNP es un destacado académico y gran conocedor de los problemas del país. Por eso no debería contagiarse de sus colegas, que lanzan juicios sin evaluar las potenciales consecuencias negativas para el país y para el propio gobierno.

La carta a los candidatos

viernes, 17 de diciembre de 2021

 

Publicado el 17 de diciembre de 2021 en Portafolio

Pese al crecimiento esperado del PIB del 10% en 2021, la situación económica que enfrenta el país es muy compleja y va a requerir un paquete de reformas sólidamente estructuradas por el equipo técnico del nuevo presidente. Hay problemas de fondo que se vienen aplazando, pero el margen de maniobra se está cerrando; entre más se demoren las medidas para superarlos, menos factible será alcanzar una senda de mayor crecimiento, descenso de la pobreza, distribución más equitativa del ingreso y mejora del bienestar.

Ante ese panorama, un amplio grupo de profesionales envió una carta abierta a los candidatos y precandidatos a la Presidencia de la República, que contiene un diagnóstico de la situación y propuestas para una agenda realista de las reformas urgentes que necesita Colombia. El texto completo puede ser consultado en https://www.eltiempo.com/economia/sectores/expertos-presenta-propuestas-a-precandidatos-a-la-presidencia-638811.

La economía colombiana registra una situación fiscal difícil: hay que reducir el alto endeudamiento público, bajar el gasto y enfrentar las presiones sociales, derivadas en parte de la pandemia. El desempleo aumentó notablemente y la recuperación que se viene observando en el mercado laboral, además de ser lenta, se fundamenta en el crecimiento de la informalidad que nuevamente ronda el 63%. La pobreza y la pobreza extrema están en los niveles más altos de los últimos nueve años. La pandemia ha puesto en evidencia los problemas de baja productividad y lento crecimiento del PIB y las vulnerabilidades implícitas en una canasta exportadora altamente concentrada.

La carta propone acciones en materia de seguridad social, con el objetivo de superar las limitaciones del sistema pensional y de salud, reducir las cargas de la nómina y proteger a la población mayor de 70 años que carece de pensión. En el tema tributario se resaltan las propuestas de centros de investigación como Fedesarrollo y el Cede, a los que habría que sumar los excelentes informes técnicos de diversas misiones relacionadas con los temas de la hacienda pública.

El crecimiento económico debería superar el 5% anual, lo que demanda evolucionar hacia una estructura productiva más sofisticada, lograr exportaciones de mayor contenido tecnológico y diseñar la transición energética del país. También se requieren reformas institucionales para combatir la corrupción y superar la inoperancia estatal. En el primer asunto no solo hay que cambiar las percepciones de las personas sino acometer reformas en los entes de control. Sobre el segundo, es muy grave la presencia de agentes ilegales que suplantan al Estado en diversas zonas.

En síntesis, la carta es una invitación al debate de los candidatos con la sociedad sobre unos temas que no son los únicos, pero sí los más apremiantes de cara al futuro de Colombia.

¿Más escolaridad, menos ingresos?

jueves, 21 de octubre de 2021

 

Publicado en Portafolio el jueves 21 de octubre de 2021

Si el país se sorprendió con la noticia de que el 51,1% de los ocupados obtiene ingresos de un salario mínimo (SM) o menos, debería aterrorizarse al enterarse que los niveles de escolaridad de los trabajadores mejoraron notablemente en la última década, pero que el porcentaje de población que devenga salarios bajos está aumentando de forma acelerada.

El análisis de la información del Dane revela que entre 2010 y 2020 la población ocupada con educación básica secundaria, primaria o ningún nivel educativo pasó del 54,7% del total al 39,8%, con una pérdida de 14,9 puntos porcentuales (pps). Simultáneamente los trabajadores con educación media o niveles superiores aumentaron su participación hasta el 60.2% en 2020; el segmento con mayor ganancia fue el de educación media, con un incremento de 7,2 pps, seguido de los técnicos y tecnólogos, que ganaron 4,1 pps.

Esos cambios en solo 11 años son impresionantes y deberían tener repercusiones positivas en el bienestar. La economía postula que la educación es un medio eficaz para la movilidad social ascendente, porque se asume que los trabajadores más educados obtienen mayores ingresos. Por lo tanto, cabría esperar que ese notable salto en la escolaridad de los trabajadores tuviera un impacto en mejores remuneraciones.

Sin embargo, las tendencias de los ingresos revelan otra cosa. El problema no es solo que el 51,1% de los ocupados gane igual o menos que un SM. Lo que está ocurriendo, por un lado, es que ese porcentaje viene creciendo desde 2016. Pero, por otro lado, lo más grave es que son los trabajadores que ganan medio SM o menos los que explican ese incremento (pasan del 21,0% en 2018 a 30.6% en 2020).

Contrario a lo que se espera, esa anomalía no se concentra en la población menos educada, sino que se registra en todos los niveles de educación. Cuando se examina la participación de los ocupados con ingresos de 1,5 SM o más dentro de cada nivel educativo, se observa que pierden 20,7 pps entre los del nivel de tecnología o tecnológico en el periodo 2010-2020, seguidos de los de educación media (-14,3 pps) y los de educación universitaria o posgrados (-13,9 pps). Simultáneamente, los que obtienen medio SM o menos aumentan en todos los niveles educativos.

Surgen muchos interrogantes: ¿Qué explica ese deterioro de los ingresos salariales? ¿Cómo se relacionan estas anomalías con la deficiente calidad de la educación y la inadecuada pertinencia de la formación para el trabajo? ¿Esta situación alimenta el malestar social? ¿Cuánto explica la pandemia y cuánto la baja capacidad de creación de empleo formal? Gobierno, empleadores, analistas y candidatos tienen la palabra.

Migración y empleo

jueves, 17 de octubre de 2019
Publicado en Portafolio el 17 de octubre de 2019

Según el director del Dane “la población venezolana explica solo 10 puntos básicos de la tasa de desempleo total”. Ese es el resultado global de la reciente publicación del módulo de migración de la Encuesta de Hogares del Dane. Sin embargo, en la publicación hay otros aspectos interesantes.

En primer lugar, se calcula que 1.640.000 personas llegaron de Venezuela en los últimos cinco años; esta cifra es superior a la estimada por Acnur.

En segundo lugar, se confirma la aceleración de la migración desde el año pasado. Los migrantes pasaron de 600 mil en enero de 2018 a 1,6 millones en julio de 2019; su peso relativo se incrementó del 1,3% y al 3,4% de la población colombiana total, respectivamente.

La tasa de desempleo permitiría concluir que el impacto de la migración en el mercado laboral colombiano es mínimo, como bien lo resalta el director del Dane. Pero si se tiene en cuenta que de los venezolanos que llegaron en los últimos 12 meses 100 mil se emplearon, mientras que la población total que estaba en el país hace más de 12 meses perdió 147 mil empleos, es claro que la percepción del efecto cambia.

Algo similar ocurre con el desempleo, pues tomando solo los que vivían en el país hace más de 12 meses, esta variable creció en 172 mil personas; pero al incluir los migrantes del último año la cifra fue de 195 mil.

Además, el efecto sobre la oferta laboral es notorio. La variación absoluta de la población en edad de trabajar entre agosto de 2018 y julio de 2019 (148 mil personas) es explicada en 84% por los migrantes que llegaron en los últimos 12 meses.

Con esos datos se podría recalcular la tasa de desempleo a julio de 2018 y 2019, suponiendo que no entraron migrantes de Venezuela en el último año. Con ese supuesto, la ocupación se reduce en los 47 mil empleos calculados por el Dane –de esta forma se mantendría el empleo de 100 mil personas que vivían en Colombia y estaban empleadas hace un año–, y el número de desocupados sería 172 mil, porque no contarían los 24 mil aportados por los migrantes llegados recientemente. El resultado sería una tasa de desempleo del 9,9%, esto es, 30 puntos básicos menor a la registrada en la cifra oficial de 10,2%.

Por último, un aspecto que llama la atención es la estimación de población total usada para las mediciones laborales; si la llegada de migrantes se aceleró desde enero de 2018, las proyecciones de esa variable también debieron sufrir un cambio. Sin embargo, entre ese mes y julio de 2019 las cifras del Dane indican que la población creció en 783 mil personas, mientras que los migrantes se incrementaron en más de un millón; esto significaría que la población colombiana está disminuyendo, lo que carece de sentido.

En síntesis, es positivo que el Dane incorpore en sus encuestas el módulo de migración y trate de capturar la mayor cantidad y variedad de información que sea posible, pues ella fundamenta una mejor toma de decisiones sobre ese fenómeno. Sin embargo, es necesario ajustar la población total con los resultados del censo e incorporar el impacto de los migrantes en esa variable.

¿Cuántos empleados públicos?

viernes, 23 de noviembre de 2018
Publicado en Portafolio el 23 de noviembre de 2018

El presidente Duque anunció su propósito de “empezar por ponerles fin a las nóminas paralelas”. La propuesta encuentra respaldo porque se interpreta como un freno al crecimiento desbordado de una burocracia ineficiente.

Opinaba el físico y matemático inglés William Kelvin (1824-1907), que “lo que no se mide, no se puede mejorar”. Ese es un principio deseable en la gestión pública, que consiste en cuantificar el problema para diseñar una solución adecuada y evaluar el impacto de las políticas.

En ese contexto, para poner fin a las nóminas paralelas se debería partir de su tamaño y de la divulgación de una estadística periódica que informe cómo se va cumpliendo el objetivo de eliminación gradual que ordenó Duque en la Directiva Presidencial 09, del 9 de noviembre de 2018.

Pero hay un problema. Según la Comisión del Gasto, “en Colombia no es tarea fácil identificar el gasto que se destina al pago de la nómina (empleados y contratistas), así como el número de servidores públicos. Determinar el verdadero tamaño de ese gasto, en consecuencia, no es posible”.

Un intento de medición está contenido en el libro recientemente publicado por Fasecolda, “El empleo formal en Colombia. Realidad y retos” (disponible en www.fasecolda.com). A partir de la afiliación al Sistema General de Riesgos Laborales, se calculó que el total de empleados públicos a nivel nacional fue de 1,86 millones en 2017; esa cifra es superior en 29% a la que estimó la Comisión del Gasto. La estimación muestra la siguiente composición: 463 mil son de planta, 412 mil de la fuerza pública, 322 mil maestros y 663 independientes.

En el estudio de Fasecolda no fue posible la discriminación del total de empleos entre el orden nacional y el territorial, por carecer de la identificación de algunas entidades; pero con el 73% de los trabajadores se calculó que el 61% del empleo público es del orden territorial y el restante 39% del nacional (de ese cálculo se excluyen la fuerza pública y los maestros).

De los identificados del orden nacional, el 55% es de planta y el restante 45% son independientes. Como la Directiva Presidencial se refiere a las “las entidades de la rama ejecutiva del orden nacional”, se colige que la población objetivo es una fracción del último dato.

Un elemento complementario para la eliminación de las nóminas paralelas es tener en cuenta por qué surgieron. Cómo lo sugiere la Comisión del Gasto, uno de los determinantes fue la decisión de congelar el crecimiento real del gasto de personal (Ley 617 de 2000); esto llevó al surgimiento de modalidades de contratación clasificadas en rubros de inversión. Otras fuentes del problema fueron la congelación de la planta, el problema que generó la provisionalidad de numerosos cargos, la pérdida de incentivos en la carrera administrativa y la creación de nuevas funciones del gobierno. Estos aspectos no se pueden perder de vista, pues no se trata solo de suprimir cargos, sino de mantener y mejorar la calidad de la gestión pública.

En síntesis, por deseable que sea la eliminación de las nóminas paralelas y la recuperación de esquemas transparentes de vinculación laboral en el sector público, hay que partir de una medición adecuada; la base que tiene Fasecolda puede ser un buen punto de partida. 

Educación técnica: ¿Cuándo?

viernes, 22 de diciembre de 2017
Publicado en Portafolio el 22 de diciembre de 2017

Los niveles de educación de los trabajadores reflejan una grave falencia del sistema educativo colombiano: no hay preparación para el trabajo. En efecto, el 80% de los ocupados informales y el 45% de los formales tienen grado de secundaria o menos.

Como la mayoría de los egresados de secundaria no consigue cupo en la educación superior o no cuenta con financiación, se enfrenta al mercado laboral sin una formación específica. Su destino, igual que el de los no bachilleres, es engancharse en lo que salga, con bajos ingresos: salario mínimo, si se gana la lotería y accede al mercado formal; menos, si entra al informal; uno azaroso en la delincuencia; y cero en el mundo de los “ninis”.

El país tuvo hace varias décadas unas instituciones de educación técnica de alta calidad, con estudiantes que cursaban siete años de secundaria (uno más que en los colegios tradicionales). En algún momento se buscó fomentar y ampliar este tipo de educación mediante la creación de los INEM, aun cuando su calidad era inferior a la de colegios como el Técnico Central. Esa opción sobrevive, pero ha perdido protagonismo y su cobertura es muy baja.

El país debería emular el ejemplo de Alemania. Hoy en día, los muchachos desde los 10 y 11 años de edad cuentan con diversas alternativas de formación. En la secundaria “alta”, los estudiantes tienen la posibilidad de laborar en empresas para practicar los conocimientos que reciben en las aulas de clase; las áreas de formación técnica están en función de los requerimientos de mano de obra de las empresas, lo que hace muy pertinente la formación y bajo el desempleo de los bachilleres.

Cuando terminan la secundaria, además de la vinculación al mercado laboral, pueden ingresar a instituciones de formación de tecnólogos o a la educación universitaria para adquirir una formación teórica.

Las repercusiones económicas de la formación técnica secundaria y terciaria son notables. Ella es una de las bases de la productividad y de la potencia económica de Alemania, lo que llevó a otras economías desarrolladas a adaptar este modelo a sus sistemas educativos, desde el siglo XIX. También fueron evidentes los resultados durante la Gran Recesión que asoló al mundo desarrollado recientemente; mientras en países como España el desempleo juvenil superó el 50%, en Alemania apenas bordeó el 9%.

Estas diferencias indujeron a la OECD a desarrollar investigaciones orientadas a evaluar entre los países miembro las políticas de formación para el trabajo con base en institutos técnicos de educación secundaria y terciaria; las resultantes recomendaciones de política son útiles para países como Colombia.

Habrá quienes se opongan a este tipo de educación aduciendo que castran la creatividad, la sensibilidad hacia las artes y la formación de científicos que impulsen la innovación y el desarrollo. Pues nada más alejado de la realidad; los alemanes se han destacado en los últimos siglos por sus notables aportes al avance de la ciencia y las artes.

Las diferencias saltan a la vista. De los matriculados en educación superior en un año, en Colombia menos del 30% son técnicos o tecnólogos, mientras que en Europa superan el 60%. Con niveles como los europeos en el país habría menos informalidad, menos delincuencia, más productividad y, por qué no, mayor emprendimiento.

¿Adiós resiliencia?

viernes, 21 de julio de 2017
Publicado en Portafolio el viernes 21 de julio de 2017

Los choques externos que impactaron a Colombia en los últimos años han tenido un efecto moderado en el mercado laboral. Aun cuando la tasa de desempleo frenó su tendencia descendente, se mantiene relativamente estable; además, la tasa de informalidad, que empezó a ceder desde la reforma tributaria de 2012, siguió disminuyendo.

Los resultados se dieron en un escenario en el que la tasa media de crecimiento del PIB bajó de 4.8%, en el periodo 2010-2014, al 2.0% en 2015-2016. Estos datos sustentan el atributo de resiliencia del mercado laboral colombiano, al cual se hace referencia con frecuencia en los análisis locales.

Como ocurre con otras variables, es poco habitual la comparación de los resultados del mercado laboral colombiano con la evolución en otros países. En ese contexto, es importante ver qué ha pasado en la región en los años recientes. Al hacerlo, salta a la vista que la resiliencia no es un atributo exclusivo de Colombia, sino de varias economías de América Latina.

En efecto, las estadísticas de desempleo urbano descendieron continuamente en las principales economías y en el conjunto de la región entre 2010 y 2014. La excepción fueron Costa Rica y Brasil, en los cuales se observaron aumentos desde 2011 y 2012, respectivamente; en el caso de Ecuador, la tasa creció desde 2014 por efecto del choque petrolero.

La tasa de desempleo cambió su tendencia para el promedio de América Latina en 2015, con un aumento moderado de 6.9% a 7.3%, y se acentuó en 2016, al ubicarse en 8.9%, superando el nivel de 2010 (8.2%). Comportamiento similar se observa en casi todas las economías, especialmente en 2016, con excepción de México, cuyo indicador sigue descendiendo.

El cambio en la tendencia es atribuido por la Cepal y la OIT a los dos años de crecimiento negativo del PIB regional; según estos organismos, el mencionado aumento de América Latina es el más alto de las últimas décadas. El impacto fue especialmente drástico en Brasil, donde la tasa de desempleo pasó de 7.8% en 2014 a 13.0% en 2016, desplazando a Colombia como el país con la tasa más alta de la región.

Un índice comparativo del desempleo urbano en América Latina pone en evidencia que el mercado laboral colombiano registra la evolución más favorable; es una de las economías con mayor descenso de la tasa de desempleo entre 2010 y 2014 y la de menor incremento desde 2015.

Colombia tiene la segunda tasa de desempleo más alta de la región, pero la brecha con las demás economías se redujo de forma notable. Los casos más llamativos son el de Brasil, ya mencionado, y el de Costa Rica, país con el cual la diferencia en 2016 es apenas el 13% de la que había en 2010. Con relación a la media de América Latina, el mismo indicador fue el 31%.

En síntesis, la resiliencia del mercado laboral se observó en mayor o menor medida en toda la región. El interrogante es si el notable deterioro del empleo en América Latina indica el final de la resiliencia y si Colombia seguirá la misma senda; en este caso, el Gobierno debe fortalecer su empeño en impulsar el crecimiento para evitar incrementos del desempleo y aumento de la pobreza.

Destrucción de empleos en EE.UU.

viernes, 21 de abril de 2017
Publicado en Portafolio el viernes 21 de abril de 2017

Hace algunos años, durante la negociación de los TLC, los críticos aseveraron que generarían desempleos al tornar deficitaria la balanza comercial. Fue necesario demostrarles que tanto las exportaciones como las importaciones generan empleos y crecimiento (Hernán Avendaño “¿Por qué negociar acuerdos comerciales?”. Revista Civilizar de Empresa y Economía, 2011).

Curiosamente, los críticos criollos se deben sentir en su salsa con las posturas de Donald Trump, que satanizan las importaciones y les atribuyen la pérdida de empleos industriales. En “How Imports Boost Employment”, la conocida economista Anne Krueger demuestra la trivialidad de esas posiciones. Afirma que las importaciones generan empleos y que los intentos de reducirlas mediante la imposición de barreras repercutirán en la destrucción de puestos de trabajo en Estados Unidos.

Recuerda los diversos canales por los que las importaciones generan empleos, comenzando por los directamente vinculados a los operadores de los medios de transporte, los estibadores y los comercios que distribuyen los productos importados. Otro canal es el acceso a insumos baratos que permiten a las empresas competir tanto en el mercado local como en el extranjero; si no contaran con los insumos importados tendrían que cerrar, perdiendo empleos.

Adicionalmente, las exportaciones de Estados Unidos son pagadas con las importaciones que hace este y otros países; en términos escuetos, la importancia de exportar consiste en la adquisición del medio de pago internacional para adquirir, mediante importaciones, lo que cada país necesita y no produce en la cantidad, calidad y precio necesarios.

Krueger también destaca que las importaciones suelen generar empleos derivados. En el caso de Colombia, por ejemplo, a pesar de no producir computadores, son miles los empleos que nacen de las empresas que los utilizan y que demandan servicios complementarios.

Todos estos argumentos le permiten a Krueger concluir que “las importaciones de bajo costo, en lugar de “destruir” los empleos de los estadounidenses, realmente los sostienen”.

Aun cuando no existe una medición oficial de los empleos vinculados a las importaciones en Estados Unidos, hay varios estudios que estiman su importancia.

Cabe destacar el análisis auspiciado por U.S. Chamber of Commerce, National Retail Federation, Consumer Electronics Association y American Apparel and Footwear Association en 2013 (Laura Baughman y Joseph Francois “Imports Work for America”). Ahí se concluye que las importaciones soportan 16 millones de empleos; “un gran número de ellos son de empleados sindicalizados, ocupados por minorías y mujeres, y están ubicados en todo Estados Unidos”.

Un documento de investigadores de Heritage Foundation estima que más de medio millón de empleos tienen soporte en las importaciones de ropa y juguetes provenientes de China (D. Scissors, T. Millerand y C. Espinoza “Trade Freedom: How Imports Support U.S. Jobs”).

De igual forma, las exportaciones generan empleos. Las estadísticas oficiales de los Estados Unidos muestran que de ellas dependen más de 11.5 millones de empleos, de los cuales el 18% está asociado a las exportaciones a China y México, los dos países que Trump tiene en la mira para imponerles sanciones comerciales.

Esto demuestra que los bloqueos al comercio internacional y una posible guerra comercial tendrían un impacto muy negativo en el empleo de Estados Unidos y del resto del mundo. ¿Ese será el camino que insisten en proponer a Colombia los críticos de los TLC?

Seguro de desempleo

martes, 18 de noviembre de 2014
Publicado en Ámbito Jurídico, Año XVII – No. 406; 10 al 23 de noviembre de 2014

En la pasada Convención Internacional de Seguros de Fasecolda, Miguel Urrutia, exgerente general del Banco de la República y profesor de la Universidad de los Andes, presentó una propuesta de seguro de desempleo. La propuesta es el resultado de un trabajo de investigación dirigido por él, con la participación de un grupo técnico de la Universidad de los Andes y de Fasecolda.

En ausencia de un seguro de desempleo, la pérdida del empleo ocasiona un drama a las familias: los ingresos caen, la educación de los hijos se suspende, desmejora la calidad de la alimentación, pierden el acceso al sistema de salud, aumentan el endeudamiento, se pone en riesgo el patrimonio y aumenta la probabilidad de entrar a la informalidad.

El Gobierno colombiano ha realizado diferentes intentos de proteger a los trabajadores frente a esa eventualidad, pero con poco éxito. El esquema más antiguo es el de cesantías; los empleadores están obligados a abonar anualmente en un fondo de cesantías, el equivalente a un mes de salario de cada empleado que devengue menos de 10 salarios mínimos legales (SMMLV). Además debe pagarle como intereses al trabajador el 12% del valor abonado.

Teóricamente esa cuenta individual debería constituir una reserva para ser utilizada como ingreso en caso de pérdida del empleo. Sin embargo, en la práctica no funciona así, pues la legislación permite al trabajador retirar total o parcialmente las cesantías para pagos de educación superior y compra o reparaciones de vivienda. Además, cuando un trabajador cambia de empresa, puede disponer del saldo acumulado.

De esta forma, las cesantías se volvieron parte del ingreso corriente de los trabajadores; más del 70% de ellas son retiradas en los meses siguientes al abono, por cualquiera de las razones señaladas. Por eso, si quedan desempleados, no disponen de las reservas suficientes para cubrir sus necesidades básicas mientras logran otro empleo.

En el presente año entró en funcionamiento el Mecanismo de Protección al Cesante (MPC), establecido mediante la Ley 1636 de 2013. El MPC cubre a todos los empleados afiliados a cajas de compensación y consiste en el pago de los aportes a salud y pensiones del trabajador por un periodo de seis meses, sobre la base de un salario mínimo.

De forma complementaria, los trabajadores del régimen de cesantías pueden inscribirse para ahorrar voluntariamente como mínimo el 10% de sus cesantías, en el caso que devenguen hasta dos SMMLV, o el 25% para los de salarios superiores a ese nivel. Cuando el trabajador pierde el empleo, además de los pagos a la seguridad social mencionados, recibe un subsidio del Gobierno del 20% del saldo ahorrado si sus ingresos son inferiores a dos SMMLV; ese porcentaje es decreciente para salarios superiores.

Es claro que el MPC cubre un gasto importante para las familias e incentiva la acumulación de cesantías. Sin embargo, queda abierta la puerta para suspender el ahorro cuando se quiera (perdiendo el derecho al subsidio), lo que, dada la arraigada práctica de retiro, repercutirá en baja acumulación de reservas. Adicionalmente, a pesar de la buena intención, no brinda los ingresos suficientes para cubrir los demás gastos.

La propuesta de Urrutia complementa los dos instrumentos mencionados y opera en sentido estricto como un seguro. Por el pago de una prima, cubierta con parte de los intereses de las cesantías, el trabajador que sea despedido sin justa causa podrá recibir el equivalente a tres salarios mensuales distribuidos de forma decreciente hasta por seis meses; para el efecto se toma como base el salario que devengaba al momento del despido y el seguro se activa después de transcurrido un periodo en el que se supone que el trabajador se debe financiar con sus cesantías.

El seguro y los otros dos instrumentos incentivarán al trabajador a retener sus cesantías de al menos tres periodos. Con ello se garantiza que sus ingresos no caerán a cero al perder el empleo, contará con aportes a pensiones y salud, y con el subsidio del gobierno por un periodo un poco superior al de la duración del desempleo, que Urrutia y sus colaboradores calculan en cerca de seis meses. Además, el decrecimiento de las mensualidades del seguro contribuye a que el trabajador se mantenga activo en la búsqueda de empleo.

En términos macroeconómicos el seguro de desempleo contribuye a retener mano de obra en el sector formal y aumenta los incentivos para reducir la informalidad laboral. Además, en periodos de desaceleración económica ayuda a moderar el ciclo al amortiguar la caída de la demanda agregada.

Cabe esperar que las ideas propuestas sean plasmadas en un proyecto de ley y que se logren poner en práctica. Los beneficiados serán no solo los trabajadores formales y sus familias, sino todo el país.

Sobre la desindustrialización

lunes, 15 de octubre de 2012
Pubicado en Portafolio el jueves 20 de septiembre de 2012

El Informe Semanal de Anif indica que Colombia se sigue desindustrializando. Afirma que la “relación Valor Agregado Industrial/PIB ha venido descendiendo de niveles del 24% hace tres décadas a uno del 15% hace una década y actualmente se perfila hacia tan sólo un 9%-12% en dicha relación en el período 2012-2020”. Además, señala que la participación de la industria en el empleo también ha caído desde 25% al 13%.

En parte la desindustrialización es atribuida a la bonanza minero-energética que Colombia ha vivido “durante el periodo 2003-2012”, lo que “explica que la participación del sector minero-energético dentro del PIB se haya incrementado del 3% a cerca del 8% durante la última década, teniendo como contrapartida el descenso en la participación agroindustrial antes señalada”.

Al respecto, cabe hacer varios comentarios. El primero se relaciona con la medición del PIB. Tal como Anif presenta la información, se colige que la industria ha perdido entre 12 y 15 puntos porcentuales de participación. Pero es ampliamente conocido que los cambios de base en la contabilidad nacional y las mejoras en las fuentes de información ocasionan variaciones en las participaciones de los sectores.

Este es un debate que ya se ha dado en el país con la Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana. Astrid Martínez y José Antonio Ocampo en el libro “Hacia una política industrial de nueva generación en Colombia”, elaborado para la Coalición, realizaron un ejercicio de unificación de las series. Sus resultados indican que la participación máxima de la industria fue de 18.54% en 1974 y la menor de 12.52% en 1999; de esta forma, la pérdida de participación sería de seis puntos porcentuales, es decir, la mitad o menos de lo que sugiere Anif.

Este es un aporte importante para los debates sobre desindustrialización en Colombia, pues por primera vez se trata de descontar el efecto de los cambios metodológicos. Lo que queda pendiente es saber, de esos seis puntos, cuánto corresponde a las tendencias normales del desarrollo y cuánto es atribuible a fenómenos como los sugeridos por Anif.

El segundo comentario se relaciona con la minería. La serie desestacionalizada del PIB a precios constantes de 2005, muestra que este sector aportó el 7.9% del PIB en el año 2000; 6.7% en 2003 y 7.7% en 2011. Por lo tanto, no es cierta la afirmación de Anif sobre un incremento de cinco puntos.

El tercer comentario es sobre la diferencia en la evolución de la minería y de la industria. Anif sugiere que al tiempo que la minería incrementó su participación en el PIB –cosa que no es tan clara, como acabamos de mencionar–, la industria la perdió. Es un hecho indiscutible que hasta finales de los noventa este último sector disminuyó su peso relativo en el PIB; pero es discutible lo que ha ocurrido en el presente siglo.

De acuerdo con las series del Dane, la industria aportó 13.6% del PIB en el 2000 y 12.6% en 2011. Por lo tanto perdió un punto. Pero los extremos no muestran la historia completa de lo ocurrido entre los dos años. La realidad es que su participación creció hasta 14.2% en 2007 (¿reindustrialización?); y a partir de ese año disminuyó hasta la cifra citada.

¿Por qué disminuyó? Pueden surgir múltiples hipótesis, pero la más plausible es la de la crisis del sector como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado de Venezuela; cabe recordar que en 2007 el 38% de las exportaciones industriales iba a ese destino. Este doble impacto ocasionó una caída del valor agregado industrial en cinco trimestres consecutivos, mientras que la minería y el PIB total siguieron registrando tasas positivas.

El examen de las dinámicas de la industria y de la minería durante el presente siglo, muestra que el primer sector tuvo un mejor desempeño que el segundo justamente hasta 2007. De ahí en adelante registra mejor dinámica el segundo. Por lo tanto, no es muy clara la relación de causalidad entre auge minero-energético y “desindustrialización”.

El último comentario es sobre el empleo. De nuevo, es factible que la industria haya perdido participación en la generación de puestos de trabajo hasta finales del siglo pasado. Pero en el presente no es tan claro. La Gran Encuesta Integrada de Hogares muestra que en julio-septiembre de 2001 aportó el 13.0% del total de ocupados y en mayo-julio de 2012 el 12.5% (pero en los otros trimestres móviles del presente año participa con el 13.2% en promedio).

Se concluye que en el presente siglo la industria colombiana ha tenido un comportamiento diferente al de las décadas anteriores y no es evidente que esté sufriendo un proceso de desindustrialización acelerada, ni que esté perdiendo participación en el empleo. Eso lo muestran claramente las cifras oficiales.

Protección efectiva negativa

viernes, 22 de octubre de 2010
Publicado en el diario La República el 14 de octubre de 2010


Es amplio el debate generado por el propósito del gobierno de modificar la estructura arancelaria del país. Se trata de un tema sensible que rápidamente se polariza entre los sectores productivos partidarios de menores aranceles y los que piden mantener los niveles actuales, e incluso elevarlos.

Como suele suceder, hay críticas extremas que pretenden mostrar improvisación y falta de justificación en la anunciada reforma. Se dice, por ejemplo, que no tiene sentido esperar un potencial impacto devaluacionista; opinan que la esperanza de un incremento de la demanda de divisas no puede fundamentarse en el abaratamiento relativo de los insumos y los bienes de capital, porque que la revaluación ya ocasionó una caída de los precios de importación.

Esa crítica parece muy lógica, pero no se ciñe a la argumentación real del gobierno, que debe ser vista en conjunto y no de forma aislada. El fundamento básico de la reforma es la reducción o eliminación de las protecciones efectivas negativas que impiden el desarrollo de sectores de mayor valor agregado en la economía.

Ese problema surge porque los aranceles de los insumos son más onerosos que los de los bienes terminados. Así, si alguien se pregunta por qué en Colombia no existe una industria de ensamble de computadores, que a su vez estimule el desarrollo de sectores que produzcan insumos para ella, la respuesta radica en que los componentes tienen aranceles altos, mientras que los del producto terminado son bajos o nulos. De esta forma, siempre saldrá más barato importar los computadores terminados que sus partes para manufacturarlos en el país.

Esto es lo que se denomina protección efectiva negativa. En términos generales, ella inhibe el desarrollo de los sectores que se ven afectados por la protección que han obtenido algunos sectores ¿Cuántos empleos se dejan de generar por ese motivo?

La situación comentada explica que, a pesar de la revaluación de la moneda, la demanda de importaciones de materias primas y bienes de capital no haya reaccionado en forma más dinámica. No se puede perder de vista que así como se reduce el precio de los insumos, también se reduce el de los bienes terminados, y la distorsión se mantiene.

Es en este contexto que la reducción o eliminación de la protección puede impulsar la demanda de divisas y contribuir a contener las presiones revaluacionistas. Pero el principal impacto esperado es el crecimiento de sectores hoy bloqueados.

Desde luego, el gobierno debe manejar el tema con equilibrio, de forma que no implique la desprotección indiscriminada de la producción nacional que enfrenta una competencia desleal, y evite los costos fiscales excesivos que pueden deteriorar radicalmente las finanzas públicas.

Informalidad y productividad

jueves, 30 de septiembre de 2010
Artículo publicado en el diario La República el 30 de septiembre de 2010

La productividad laboral relativa de Colombia repuntó entre 2003 y 2008. Este indicador, que muestra el valor agregado por trabajador de un país con relación al obtenido por uno de Estados Unidos, cayó de 32 a 24 por ciento entre 1989 y 2003; a partir de ese año se recuperó y llegó a 28 por ciento en 2007, tuvo una ligera corrección a la baja en 2008 y cabe esperar una reducción adicional en 2009, por cuenta de la crisis mundial.

Se deduce, que aún con el repunte reciente, la productividad del país, lejos de converger con la de Estados Unidos, se distanció. Comportamiento similar se registró en las principales naciones de América Latina; sin embargo, Colombia es de los países que menos redujo este indicador.

El contraste son las economías asiáticas en vías de desarrollo. Tanto en los “tigres” antiguos como en los nuevos su productividad laboral relativa ha crecido más que la de Estados Unidos, con lo cual están cerrando la brecha.

Colombia todavía registra una productividad laboral mayor que la de países como China, India, Indonesia, Tailandia y Vietnam. Pero, con los resultados comentados, las distancias se están cerrando aceleradamente.

Con relación a la productividad total de factores, según Fidel Jaramillo, del BID, “mientras que los países de Asia Oriental más que duplicaron su productividad en los últimos 50 años, América Latina la ha reducido y Colombia apenas la ha aumentado”.

Aun cuando son múltiples los factores que explican este rezago y sobre el tema hay una abundante literatura, es aceptado que la informalidad tiene una estrecha relación con la productividad.

El actual ministro de la Protección Social afirmó en un estudio que no es fácil establecer si la relación causal es la alta informalidad explicada por la baja productividad, o ésta como una resultante de la primera (“Informalidad empresarial en Colombia”). No obstante, según Santa María “es evidente que la puerta de entrada al sendero de una mayor productividad es una reducción en la incidencia de la informalidad”.

Los trabajos de la consultora McKinsey & Company apuntan en esa dirección. Estiman que la productividad laboral en Colombia es el 20 por ciento de la de Estados Unidos; pero la del sector formal es del 41 por ciento, mientras la del informal, que absorbe el 58 por ciento de la fuerza laboral, es apenas del seis por ciento.

Dado que el trabajo formal es siete veces más productivo que el informal, es evidente el impacto positivo que tendría el país en competitividad, empleo y crecimiento si logra reducir la informalidad. Se trata de un monstruo de mil cabezas, pero hay que combatirlo para alcanzar e incluso superar las metas del gobierno de 2.4 millones de empleos nuevos y 500 mil informales menos.

Zonas francas ¿para qué?

miércoles, 13 de enero de 2010
Publicado en el diario La República el 15 de mayo de 2009

La nueva legislación colombiana de zonas francas es exitosa en sus objetivos principales: el incentivo a la inversión nueva, la generación de empleos formales y la transformación productiva.

Mientras que en el régimen aplicado entre 1958 y 2007 se crearon 11 zonas francas en el país, desde la reglamentación de la Ley 1004 de 2005, mediante los decretos 383 y 4051 de 2007, se han aprobado 47, con compromisos de inversión por $11 billones, y están en trámite otras 12, con inversiones por $1.1 billones. Adicionalmente, las aprobadas crearán 42 mil empleos directos y 92 mil indirectos.

¿Pero qué son las zonas francas? ¿Qué tan exóticas son en el mundo? ¿Por qué el gobierno las fomenta? ¿Qué hacen otros países? ¿Cuáles son los beneficios?

La zona franca comprende una porción de territorio en la que se establecen unas reglas tributarias y un régimen aduanero especiales. Para el caso de Colombia, las empresas que se ubican en ellas tienen un impuesto de renta del 15% y un arancel del 0%. La producción que estas empresas ingresan al territorio aduanero nacional debe pagar los aranceles correspondientes a cada producto y los demás impuestos vigentes.

La creciente globalización les ha dado mayor relevancia y su crecimiento se viene acelerando en las décadas recientes. En 1975 las utilizaban 73 países y en 2006 ya lo hacían 130. Se calcula que actualmente hay más de 516 mil empresas ubicadas en ellas, generan 66 millones de empleos y explican más del 50% de las exportaciones en la mayoría de los países.

Estas zonas aduaneras especiales datan de varios siglos. En la publicación del Banco Mundial “Special Economic Zones”, se mencionan como las más antiguas las de Gibraltar (1704), Singapur (1819), Hong Kong (1848), Hamburgo (1888) y Copenhague (1891). Hoy en día las hay en países con diferente nivel de desarrollo, como Estados Unidos, China, Vietnam y El Salvador.

Las zonas francas pueden abarcar toda una región, como Guangzhou en China (218 km2); estar ubicadas en un terreno específico en el que se instalan las empresas que tienen el beneficio; y también pueden ser una sola empresa.

Con la modificación reciente de la legislación colombiana, además de las zonas francas ubicadas en un terreno específico, ahora el país cuenta con las uniempresariales. Se trata de empresas de tamaño grande que deben realizar unos montos de inversión mínimos y generar determinado número de empleos, como condiciones para obtener los beneficios tributarios y arancelarios.

Un aspecto importante es que se trata por lo general de empresas nuevas. No obstante, la legislación prevé el caso de empresas existentes que pueden ubicarse en zonas francas, pero deben cumplir con unos requisitos mayores en inversión y tener un efecto neutro sobre la tributación; esto significa que los impuestos que pague deben ser similares a los que venían tributando.

Algunos analistas creen que el número de zonas francas aprobadas en los dos últimos años en Colombia son excesivas. Evidentemente desconocen que en Estados Unidos hay más de 250 (de las cuales 20 son públicas), en México 109, en Costa Rica 139, en Hungría 160, en China 187 y en Vietnam 185.

Además de los beneficios directos ya mencionados en materia de empleo e inversión, las zonas francas tienen otra serie de impactos potenciales que incluyen la generación de empleos indirectos, la diversificación de las exportaciones, la transferencia de tecnología y el desarrollo regional.

Todas las experiencias internacionales muestran que las zonas francas son un instrumento importante que complementa otras herramientas de inserción en la economía global. Y por eso, se están impulsando en Colombia.

BPO… portunidades a la vista

miércoles, 30 de diciembre de 2009
Publicado en la revista MisiónPyme de diciembre de 2008

BPO&O es la sigla en inglés de Business Process Outsourcing and Offshoring. Esas palabrejas se suelen traducir como “tercerización” de servicios de las empresas.

El avance de la tecnología de comunicaciones y de transporte, y la reducción de sus costos, está repercutiendo en el mundo globalizado en un cambio estructural en la forma de producir bienes y servicios: la fragmentación geográfica de los procesos de producción.

Un creciente número de sectores y empresas están separando etapas de sus procesos de producción y concentrándolas en un solo sitio geográfico, al tiempo que algunas de ellas son contratadas con otras empresas (son “tercerizadas”) ubicadas en economías subdesarrolladas. De esta forma, las empresas vuelven más eficientes sus procesos de producción y reducen costos; y en los países receptores se crean nuevas empresas que generan riqueza y empleos de calidad.

Así, por ejemplo, en la India hay empresas que llevan la contabilidad de compañías norteamericanas, o que atienden a los clientes de todo el mundo de una aerolínea o que transcriben datos médicos para un hospital de un país desarrollado.

El economista Alan Blinder calculó para Estados Unidos la cantidad y los tipos de trabajos que podrán moverse en el futuro hacia otras regiones de la tierra. Dividió los trabajos en dos grupos: servicios personalizados y no personalizados. En los primeros, el prestador necesariamente debe ubicarse en el mismo sitio que el consumidor; por ejemplo, los peluqueros y los taxistas. En los segundos, no es necesaria la presencia física del prestador; por ejemplo, interpretación de exámenes médicos y atención al cliente.

Con base en esa taxonomía, Blinder estima que alrededor de 30 millones de trabajos se moverán desde Estados Unidos hacia el resto del mundo. Y McKinsey calcula que las oportunidades de negocios en ese mercado valdrán US$90 mil millones en 2012.

¡Qué tal si lográramos traer a Colombia uno o dos millones de esos trabajos! Hay que atraer los que más se pueda y hay que moverse rápido, pues otros países están en la competencia por ellos.

Colombia ya está dando pasos concretos para hacerlo. En la estrategia de transformación productiva, que lidera el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, uno de sus pilares es el desarrollo de sectores nuevos y emergentes; su implementación se basa en alianzas público-privadas, en las que gobierno, empresas y academia trabajan empujando para el mismo lado.

El BPO es uno de los sectores incluidos en esa estrategia. Actualmente se está construyendo el plan de negocios y se cuenta con una identificación de las tareas necesarias para mejorar el entorno de negocios.

Dado que en el país es incipiente el desarrollo del BPO, el sector se concentra en las tareas de menor complejidad; pero la idea es evolucionar hacia las más complejas y de mayor valor agregado.

Hay campos muy adecuados para las PYMES y buenas oportunidades para crecer.

TLC y desempleo

Publicado en el diario La República el 15 de agosto de 2008


Curiosamente los sindicatos de Estados Unidos y de Colombia y algunos grupos que los respaldan, se oponen al TLC por el temor a la pérdida de empleos. No obstante, pocas son las evidencias que presentan.

La posibilidad de que los TLCs ocasionen desempleo radica en el reacomodamiento de la estructura productiva. Hay sectores que deben realizar procesos de reconversión para cerrar sus brechas de competitividad y otros quizás deban ser sustituidos por actividades con mayores opciones frente a la competencia.

Sin embargo, se ha demostrado que los acuerdos tienen un efecto neto de creación de comercio y, por lo tanto, de aumento de la inversión y del empleo. Esto significa que se podrían registrar situaciones temporales de mayor desempleo, que serán corregidas al efectuarse los ajustes sectoriales.

Así ocurrió en el tratado entre Canadá y Estados Unidos a finales de los ochenta (CUFTA), aun cuando su efecto se mezcló con el de la recesión de 1990-1991. En Canadá el PIB se contrajo en esos años (-0.2 y – 1.8%) y el empleo comenzó a recuperarse cinco años después de la entrada en vigencia del acuerdo y, según Carnegie Endowment for International Peace, “un decenio después de la aprobación de CUFTA, el empleo en el sector de manufacturas se recuperó hasta llegar a los niveles anteriores al tratado de comercio y ha seguido creciendo moderadamente desde entonces”.

En Estados Unidos se había registrado un nivel de desempleo del 6% en 1994. La entrada en vigencia del NAFTA en 1995 consolidó la tendencia descendente observada desde 1992. En abril de 2000 la tasa de desempleo fue 3.8%, la más baja desde enero de 1970. La tendencia cambió con la recesión de 2001, hecho que de ninguna manera se puede atribuir a este acuerdo.

El balance crítico del NAFTA de la mencionada fundación Carnegie reconoció que “el efecto neto del TLCAN sobre los puestos de trabajo en Estados Unidos ha sido minúsculo... Los mejores modelos hasta la fecha indican que el TLCAN no ha producido un cambio neto en el empleo o ha significado una ganancia neta muy pequeña de puestos de trabajo”.

En el caso de México, la vigencia del NAFTA fue contemporánea con la crisis del tequila que ocasionó una notable reducción del empleo. La tasa de desempleo, que fue 3.2% en diciembre de 1994, ascendió a 7.6% en agosto de 1995; con la recuperación de la economía el indicador empezó a descender hasta niveles inferiores a los observados antes del TLC (1.9% en diciembre de 2000).

Se ha detectado que hubo pérdida de empleos en el agro mexicano, pero es un fenómeno simultáneo con un aumento de la migración hacia las ciudades y hacia Estados Unidos. También se reconoce que parte de esa migración fue absorbida por el crecimiento del empleo en las manufacturas.

En los TLCs el periodo de ajuste en el empleo depende de los cronogramas de desgravación previstos. En Canadá fue relativamente largo por la rápida reducción de aranceles, mientras que en México fue más corto, acorde con la gradualidad pactada. Y en ambos casos estos efectos se mezclaron con los de una caída del PIB.

Por lo tanto, la evidencia no respalda los temores de los sindicatos y de otros sectores. Estos parecen ser una reacción frente a la globalización que está ocasionando la fragmentación geográfica de los procesos de producción y el desplazamiento de actividades desde los países desarrollados hacia los subdesarrollados (outsourcing y offshoring).

Pero, como señala Alan Blinder, la historia ha demostrado que el desplazamiento de la producción a otros países del mundo incentiva el surgimiento de nuevas actividades económicas en el país innovador, de forma que los impactos netos sobre el empleo son reducidos.

¿Zonas poco francas?

Publicado en el diario La República el 26 de junio de 2008


Algunos analistas económicos afirman que los escenarios de proyección del PIB deben incluir el impacto negativo de la nueva legislación de zonas francas y de los contratos de estabilidad jurídica. En su opinión, esas normas ocasionarán una reducción de los ingresos tributarios y, por lo tanto, obstaculizarán la superación de los problemas fiscales del país.

En realidad, los efectos esperados serán positivos y las razones son sencillas: 1) El régimen actual de zonas francas aplica a inversiones nuevas que amplían la base de contribuyentes. 2) Los beneficios están vinculados a la generación de empleos formales, lo que reduce la informalidad laboral, aumenta los aportes parafiscales y mejora los recaudos por retenciones sobre ingresos laborales. 3) La normatividad es exigente con las empresas existentes que soliciten su inclusión en el régimen franco.

En el caso de estas últimas empresas la legislación señala montos de inversión en cuantías tales que los impuestos esperados no sean inferiores a los que venían tributando; adicionalmente, para ningún caso se permite la inclusión de activos previamente usados en el país. Así, en el peor escenario, los impuestos recaudados serán similares, pero la capacidad de producción de la economía se incrementará.

Con relación a los contratos de estabilidad jurídica, su objetivo es brindar a las nuevas inversiones un seguro temporal relacionado con las variables a las que sea más sensible el negocio y cuya variación podría ocasionar deterioro de las rentabilidades esperadas del proyecto. Solucionan así uno de los problemas que más afecta las decisiones de inversión: la inestabilidad en las reglas de juego.

Colombia tiene una de las tasas nominales de tributación corporativa más altas del mundo, lo que es insostenible en el contexto de una economía globalizada. Por lo tanto, cabe esperar que las tasas tiendan a disminuir en el mediano plazo, en cuyo caso es inocua la protección mediante contratos de estabilidad jurídica. Aun cuando hay empresas que la han incluido en los contratos, su impacto real en los recaudos será marginal teniendo en cuenta esta tendencia.

Tanto las zonas francas como los contratos de estabilidad son instrumentos efectivos de impulso a la inversión que Colombia necesita, como lo demuestran los resultados logrados en el corto tiempo que llevan vigentes.

Con la anterior regulación, después de 50 años sólo se crearon 11 zonas francas en el país. En el tiempo que lleva la nueva legislación se han aprobado 28 con un monto de inversión de US$ 1.900 millones y un potencial de generación de 26 mil empleos directos y 66 mil indirectos. Además hay seis solicitudes en trámite por un monto de US$ 158 millones que pueden generar 11 mil empleos directos y 13 mil indirectos.

A la fecha hay 14 contratos de estabilidad jurídica firmados para inversiones por US$ 1.480 millones y generación de más de seis mil empleos directos y 20 mil indirectos. Además, hay 11 aprobados con inversiones por US$ 1.300 millones y potencial de 7.000 empleos directos y 5.000 indirectos.

En suma, estos dos instrumentos aseguran al país cuantiosas inversiones en los próximos años y ninguna de ellas significa reducción de los ingresos tributarios. ¿Cuántos impuestos pagarán estas inversiones una vez estén operando las empresas ampliadas o nuevas? Además, ¿cuántos impuestos se generarán en las actividades beneficiadas por la demanda adicional de las nuevas empresas?
Un atributo positivo adicional de estas inversiones es que, con toda seguridad, amplían la capacidad potencial de crecimiento de la economía. Esto contribuye a que el país haga sostenibles tasas de crecimiento superiores al 5% como las que tenemos actualmente. Y, por supuesto, una economía que crece sostenidamente a tasas más altas, genera más ingresos tributarios a la Nación.

Trabajo como barrera no arancelaria

Publicado en Ámbito Jurídico el 3 de diciembre de 2007


Hay una protuberante contradicción entre quienes por criticar el TLC con EE UU no dudan en pasar por encima de otros temas que vienen defendiendo. Tal es el caso del capítulo laboral del tratado y la necesidad de mejorar la calidad del empleo en Colombia.

Los niveles de informalidad bordean el 60% del empleo en el país, con profundas repercusiones negativas tanto en la calidad de vida de los trabajadores y sus familias, como en la productividad del país. Los cálculos de McKinsey indican que la productividad laboral en el sector informal del país equivale al 6% de la productividad laboral de EE UU, mientras que la productividad del sector formal equivale al 41%. El problema es grave pues la brecha entre los dos países se viene ampliando en las últimas décadas.

Las hipótesis de mayor aceptación sobre las causas de la informalidad apuntan a las cargas parafiscales sobre la nómina, los incentivos perversos que generan las políticas asistencialistas (reducen las alicientes a buscar un mejor empleo) y la evasión de impuestos por parte de las empresas. Los empleados informales no cuentan con prestaciones sociales ni protección frente a los riesgos laborales y, con frecuencia, no reciben la remuneración mínima legal. De ahí que tirios y troyanos estén en desacuerdo con estas prácticas y propendan por la formalización de la economía y la mejora en las condiciones laborales de los asalariados.

¿Qué dice el TLC en materia laboral? ¿Va en contra de ese anhelo de un mejor empleo para los colombianos? En términos generales el tratado apunta en su capítulo laboral a tres objetivos: incorporación de los acuerdos de la OIT sobre derechos fundamentales de los trabajadores en la legislación nacional; observancia de la propia legislación laboral; y, compromisos para no deteriorarla con el propósito de obtener ventajas comerciales. Es evidente que su contenido está en armonía con los planteamientos ya señalados sobre eliminación del trabajo informal.

No obstante, en los debates para la aprobación del TLC y del protocolo modificatorio surgió la exótica hipótesis de que el capítulo laboral creará barreras no arancelarias para las exportaciones colombianas hacia los EE UU.

La hipótesis tiene la siguiente secuencia: 1. El protocolo modificatorio suprimió el mecanismo de consulta en el capítulo laboral para la solución de inconvenientes en la implementación del tratado; por lo tanto, éstos irán directamente al mecanismo general de solución de controversias. 2. Es evidente la carencia de herramientas para que el Gobierno asegure la efectiva aplicación de las leyes. Como ejemplo se menciona que la legislación prohíbe la explotación del trabajo infantil, pero todos los días en cualquier calle de nuestras ciudades se ven niños trabajando. 3. No hay forma de que las mipymes cumplan con la legislación laboral por lo onerosa que es. 4. Las exportaciones de las mipymes serán atacadas por los empresarios de EE UU, argumentando ante el mecanismo de solución de controversias el incumplimiento del capítulo laboral. 5. Se impondrán sanciones pecuniarias o comerciales a Colombia, lo que impedirá las exportaciones de las mipymes a los EE UU. Conclusión, el capítulo laboral es una barrera no arancelaria al comercio.

Varios problemas hay con la hipótesis de marras. En primer lugar, no es cierto que se hayan eliminado las consultas en el capítulo laboral; siguen existiendo las consultas cooperativas y las decisiones del Consejo de Asuntos Laborales –integrado por los ministros del ramo– como un paso obligado antes de ir al órgano general de solución de controversias. La lectura cuidadosa del párrafo 7 del artículo 17.7 –como quedó en el protocolo modificatorio– permite comprobarlo: “Ninguna de las Partes podrá recurrir al procedimiento de solución de controversias conforme a este Acuerdo por un asunto que surja en relación con el presente Capítulo sin haber intentado previamente resolverlo de acuerdo con este Artículo”.

En segundo lugar, llegar a una sanción pecuniaria o comercial no es tan sencillo, pues no basta con que una empresa incumpla la legislación; tiene que ser un problema persistente y relativamente ampliado. Así lo señala el artículo 17.3, tal como quedó con el protocolo: “Una Parte no dejará de aplicar efectivamente su legislación laboral… por medio de un curso de acción o inacción sostenido o recurrente, de una manera que afecte el comercio o la inversión entre las Partes, después de la fecha de entrada en vigor de este Acuerdo”.

En tercer lugar, la hipótesis no es consistente con el objetivo de reducir la informalidad. En últimas, la hipótesis dice implícitamente que las mipymes exportadoras no cumplen la legislación laboral y, por lo tanto, son informales. También dice que el Gobierno cometió un error al asumir el compromiso de hacer cumplir la legislación laboral porque pone en riesgo el acceso de las empresas informales al mercado de EE UU. Lo primero es parcialmente cierto, en tanto que lo segundo, además de absurdo, es falso.

Si el Gobierno no tiene herramientas para hacer cumplir la ley y las empresas se escudan en ello para deteriorar las condiciones laborales de los empleados, no se puede concluir que se está creando una barrera no arancelaria. Lo que es importante y urgente es corregir la situación, acudir a mecanismos de cooperación laboral, como los previstos en el tratado, y superar los problemas de informalidad. ¿O es que los autores de la hipótesis piensan que se puede eliminar la informalidad sin forzar el cumplimiento de las leyes?

A importar empleos...

lunes, 28 de diciembre de 2009
Publicado en el diario La República el 4 de mayo de 2007

En opinión del economista norteamericano Alan Blinder, el mundo está entrando en una nueva revolución industrial y ella, al igual que las anteriores, tendrá profundas repercusiones en diferentes aspectos de nuestras vidas.

Un efecto ya evidente es el cambio en las formas de organización de la producción mundial, caracterizado por la segmentación de los procesos productivos y el desplazamiento geográfico de puestos de trabajo. Los adelantos tecnológicos en computación y comunicaciones permiten que las diferentes etapas de un proceso productivo sean desarrolladas de forma independiente en diversas regiones del mundo.

Aun cuando aplica a todos los procesos productivos, el offshoring –como se denomina a este fenómeno– se observa especialmente en la prestación de servicios.
Jeffrey Sachs comenta en su libro más reciente el caso de un hospital de Chicago; un médico examina sus pacientes y en lugar de escribir el informe clínico, graba su voz. Una vez terminada su jornada, la grabación es enviada vía satélite a una empresa ubicada en Chennai (India), en la que mujeres capacitadas en la transcripción de datos médicos en inglés transcriben las opiniones del médico y luego envían los archivos a Chicago. Al día siguiente, el médico de turno encuentra impresas las historias clínicas y va grabando de nuevo sus apreciaciones a partir del examen a cada paciente.

¿Por qué se ‘exportaron’ esos trabajos desde Estados Unidos a la India? En primer lugar, porque los desarrollos tecnológicos lo permiten. En segundo lugar, porque el costo de la mano de obra para ese trabajo cuesta entre US$ 250 y US$ 500 en la India, mientras que en E.U. cuesta diez veces más. Y no se trata de la vilipendiada maquila. Según Sachs, lo que ganan esos técnicos en transcripción más que duplican el ingreso de los obreros industriales de baja calificación y superan en ocho veces el de un trabajador agrícola de la India.

El offshoring está generando debate en las economías desarrolladas. Hay quienes piensan que tendrá repercusiones negativas en el empleo, lo que ha dado argumentos a los sindicatos para hacer mayor oposición a los tratados de libre comercio. Otros opinan que es un fenómeno ya registrado en las anteriores revoluciones industriales, sin causar impactos negativos en el empleo; la evolución de la economía mundial ha mostrado que las actividades que se desplazan desde unos lugares del mundo hacia otros son sustituidas por nuevas industrias que generan empleos más calificados.

Sostienen los analistas, que del offshoring apenas estamos viendo la punta del iceberg. Por tal razón, en el corto plazo se debe pensar en la capacitación de los trabajadores de empleos que se están ‘exportando’ y en el mediano plazo en cambios en la asignación de recursos en educación con el fin de preparar los trabajadores para los puestos que se quedarán y para los nuevos.

La gran duda en este aspecto del debate es cuántos puestos serán ‘exportados’ desde las economías desarrolladas hacia las subdesarrolladas. Los cálculos de Blinder indican que en las próximas décadas, sólo E.U. podría exportar alrededor de 30 millones de empleos, tanto de técnicos como de profesionales.

Bonita cifra para que nos quedemos quietos. En Colombia deberíamos comenzar a analizar la otra cara de la moneda: ¿Qué tipo de empleos podemos ‘importar’? ¿Cuántos de esos puestos podrían ser atraídos hacia el país? ¿Cuáles son los cambios necesarios en la educación para tener mano de obra más calificada? ¿Qué avances en infraestructura de comunicaciones son imperativos? ¿Cuáles regiones tienen ventajas para ‘importar’ más puestos de trabajo?