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Las diferencias en el desarrollo regional

viernes, 13 de octubre de 2017
Publicado en la Revista Fasecolda No. 167, octubre 2017

La nueva geografía económica postula que la distribución espacial de la producción es dinámica; cambia con el modelo de desarrollo económico y con la forma de vinculación de las economías al comercio mundial.

Los empresarios de cualquier actividad económica deberían hacer una revisión periódica de los cambios que se están propiciando en la localización de la producción; con base en ella pueden adoptar las decisiones estratégicas que les permitan no solo la continuidad del negocio en la nueva distribución geográfica, sino el aprovechamiento de oportunidades emergentes.

Competitividad y localización

En el caso colombiano, se escucha todavía el trivial argumento de que estando a mil kilómetros de las costas no somos competitivos, especialmente cuando no contamos con una infraestructura moderna, y que, por eso, los acuerdos comerciales tendrán impactos negativos en la economía.

Ese argumento desconoce que las importaciones también tienen que recorrer esos mismos mil kilómetros para competir con la industria y los servicios locales y que la deficiente infraestructura impacta sus costos de operación como lo hace a los productos nacionales.

En realidad, el problema de competitividad es evidente cuando una empresa localizada en Bogotá, por ejemplo, usa insumos importados que tienen que pagar un arancel y luego atravesar medio país para ser incorporados en un producto destinado al comercio exterior; posteriormente, ese producto debe recorrer los mil kilómetros para salir del país a los mercados internacionales.

Desde hace mucho tiempo, la economía internacional señaló que la distancia actúa como un arancel; entre más kilómetros deba recorrer un producto para llegar a su mercado de destino, más costos de logística incorporará y menos competitivo será frente a los que hacen recorridos menores.

Más elocuentemente lo señaló un estudio del BID titulado Muy lejos para exportar. Su conclusión es tajante: competir en los mercados internacionales cuando la producción se localiza a miles de kilómetros de los puertos es imposible (Mesquita, et al; 2013).

¿A qué lleva todo esto? A que la actual distribución espacial de la producción colombiana es herencia del modelo de sustitución de importaciones. Recordemos que en ese modelo se pregonaba que primero se debía desarrollar el mercado interno y después, cuando el aparato productivo fuera competitivo, se abriría la economía y se lanzarían las empresas a la conquista de la economía mundial.

Ese ideal no fue alcanzado porque las políticas proteccionistas generan sesgos antiexportadores, mala asignación de los recursos en la economía e ineficiencias en la producción, que son pagadas por los consumidores (Little, Scitovsky y Scott, 1975).

Lo anterior significa que en una economía globalizada, si el modelo económico de un país cambia hacia una economía abierta, la distribución espacial de la producción debe cambiar, para no incurrir en el riesgo de desaparecer frente a la competencia internacional.

El caso de Colombia

Colombia intentó inducir el cambio de su geografía económica con la apertura unilateral del presidente Gaviria en 1991. Se bajó el arancel promedio, cercano al 50%, al 11%, se eliminó la licencia previa, se desmontó el control de cambios y se suprimieron las restricciones a la inversión extranjera.

Pero esa política no cambió la distribución espacial de la producción porque la reacción de los empresarios fue la intensificación del cabildeo para sustituir la protección arancelaria por la no arancelaria. Un estudio de investigadores del Banco de la República demostró la explosión de barreras no arancelarias desde la apertura económica: de 1.102 medidas que estaban vigentes en 1991, se llegó en 2007 a 24.357 (García, et al; 2014).

Desde entonces, nominalmente la economía fue clasificada como «abierta», cuando en la práctica siguió siendo cerrada. Como consecuencia, muchos empresarios no adoptaron las decisiones de inversión y modernización que demandaba el nuevo entorno; tampoco relocalizaron las empresas (Fernández, 1998) y menos aún se desarrolló una orientación exportadora que se reflejara en cambios estructurales en la canasta de exportación.

En lo corrido del presente siglo las cosas empiezan a cambiar con la negociación de los tratados de libre comercio (TLC), pues ellos implican compromisos internacionales que hay que cumplir y ante los cuales el cabildeo pierde fuerza. Los TLC tendrán profundas repercusiones sobre el aparato productivo del país: inducen reformas regulatorias y la adopción de los mejores estándares técnicos; los empresarios tienen que incrementar la calidad de los productos y servicios; propician la modernización tecnológica de los procesos de producción; desencadenan la reasignación de recursos desde actividades ineficientes hacia actividades con ventajas comparativas; e incentivan las decisiones de relocalización, si la opción es aprovechar las ventajas de acceso preferencial obtenidas.

Hay quienes tienen afán de juzgar los TLC y aprovechan los resultados deficitarios en la balanza comercial para aseverar que son un fracaso. La realidad es que pocas cosas han cambiado, por un lado, por la inercia de décadas de proteccionismo y, por otro, porque los acuerdos con mayores impactos esperados llevan poco tiempo de vigencia y la reasignación de recursos no se produce de forma inmediata. Por eso, seguimos clasificando como una de las economías más cerradas del mundo en las comparaciones internacionales.

Según el Global Competitiveness Report 2016-2017, en los coeficientes de exportaciones e importaciones sobre PIB quedamos en el puesto 126 entre 138 países; en el arancel, con un nivel nominal promedio del 6.4%, en el puesto 79; y en barreras no arancelarias en el puesto 94 (Schwab, 2016).

Las cifras disponibles muestran que se están registrando algunos cambios en la distribución espacial de la producción nacional, pero no son los esperados.

La evaluación de la participación de los departamentos en el PIB entre 2000 y 2016 indica que 14 departamentos perdieron 5.8 puntos, que fueron ganados por ocho, mientras que los restantes 11 la mantuvieron inalterada. Entre los perdedores están, como se esperaba, Bogotá y Cundinamarca; pero sorprende que hagan parte de ese conjunto el Valle, Atlántico y Magdalena (cuadro 1). Especialmente llama la atención el caso de Atlántico, pues es la región con mayores cambios aparentes en los años recientes y hacia donde es más probable la relocalización de empresas.


Entre los ganadores también hay sorpresas (cuadro 2); lideran Meta y Santander, con tres cuartas partes del incremento mencionado, y solo hay un departamento con puerto marítimo: Bolívar.


De estos, el Meta es un departamento petrolero, lo que explica su repunte de casi tres puntos en la participación en el PIB nacional; su producción de petróleo pasó del 0.4% del PIB nacional en 2000-2004 al 3.0% en el periodo 2013-2016. Pero la tendencia de producción de este hidrocarburo es a la baja, por lo que su importancia relativa viene declinando, igual que la participación del departamento en el valor agregado de Colombia; lamentablemente, la bonanza de precios internacionales del petróleo no se aprovechó para diversificar la estructura productiva departamental.

El caso de Santander es más llamativo, pues está lejos de los puertos. Su mayor participación en el PIB del país es aportada, en orden de magnitud, por la construcción, la industria y la minería. En el sector industrial es fundamental la actividad de refinación, que ha impulsado el desarrollo de la metalmecánica y los servicios empresariales a las petroleras; ellas se suman a la producción tradicional de calzado y confecciones y a los importantes avances en medicina, con particular orientación al turismo de salud, y en avicultura.

Santander también registra un notable incremento de su PIB per cápita, que pasó del cuarto al segundo puesto entre 2000 y 2016, superando el de Bogotá en un 16% en este último año (gráfico 1). Finalmente, excluyendo al Meta, Santander registra la segunda productividad laboral más alta de Colombia, después de Bogotá.


Reflexiones finales

Los cambios que se vienen registrando en la distribución espacial de la producción colombiana no parecen responder a las tendencias de globalización y de aprovechamiento de los TLC.

Con excepción de los servicios que no requieren relocalización –como el turismo de salud en Santander–, la producción de manufacturas de exportación demanda la instalación de plantas cerca a los puertos.

Transcurridos más de 25 años desde la apertura unilateral, es vital entender por qué no están ocurriendo los cambios esperados en la geografía económica del país y qué se debe hacer para incentivar la relocalización. Esperemos que sean preguntas centrales en los debates que se avecinan.

Bibliografía

Fernández, C. (1998). "Agglomeration and Trade: The Case of Colombia". Ensayos sobre Política Económica, No. 33. 

García, J., López, D., Montes, E. y Esguerra, P., (2014), "Una visión general de la política comercial colombiana 1950-2012". Borradores de Economía No. 817.

Little, I., Scitovsky, T. y Scott, M. (1975). Industria y comercio en algunos países en desarrollo. Fondo de Cultura Económica, México.

Mesquita,M., Blyde, J., Volpe, C. y Molina, D. (2013). Muy lejos para exportar. BID, Washington.

Schwab, K., (2016). World Competitiveness Report 2016-2017. World Economic Forum, Geneva.




Zonas francas ¿para qué?

miércoles, 13 de enero de 2010
Publicado en el diario La República el 15 de mayo de 2009

La nueva legislación colombiana de zonas francas es exitosa en sus objetivos principales: el incentivo a la inversión nueva, la generación de empleos formales y la transformación productiva.

Mientras que en el régimen aplicado entre 1958 y 2007 se crearon 11 zonas francas en el país, desde la reglamentación de la Ley 1004 de 2005, mediante los decretos 383 y 4051 de 2007, se han aprobado 47, con compromisos de inversión por $11 billones, y están en trámite otras 12, con inversiones por $1.1 billones. Adicionalmente, las aprobadas crearán 42 mil empleos directos y 92 mil indirectos.

¿Pero qué son las zonas francas? ¿Qué tan exóticas son en el mundo? ¿Por qué el gobierno las fomenta? ¿Qué hacen otros países? ¿Cuáles son los beneficios?

La zona franca comprende una porción de territorio en la que se establecen unas reglas tributarias y un régimen aduanero especiales. Para el caso de Colombia, las empresas que se ubican en ellas tienen un impuesto de renta del 15% y un arancel del 0%. La producción que estas empresas ingresan al territorio aduanero nacional debe pagar los aranceles correspondientes a cada producto y los demás impuestos vigentes.

La creciente globalización les ha dado mayor relevancia y su crecimiento se viene acelerando en las décadas recientes. En 1975 las utilizaban 73 países y en 2006 ya lo hacían 130. Se calcula que actualmente hay más de 516 mil empresas ubicadas en ellas, generan 66 millones de empleos y explican más del 50% de las exportaciones en la mayoría de los países.

Estas zonas aduaneras especiales datan de varios siglos. En la publicación del Banco Mundial “Special Economic Zones”, se mencionan como las más antiguas las de Gibraltar (1704), Singapur (1819), Hong Kong (1848), Hamburgo (1888) y Copenhague (1891). Hoy en día las hay en países con diferente nivel de desarrollo, como Estados Unidos, China, Vietnam y El Salvador.

Las zonas francas pueden abarcar toda una región, como Guangzhou en China (218 km2); estar ubicadas en un terreno específico en el que se instalan las empresas que tienen el beneficio; y también pueden ser una sola empresa.

Con la modificación reciente de la legislación colombiana, además de las zonas francas ubicadas en un terreno específico, ahora el país cuenta con las uniempresariales. Se trata de empresas de tamaño grande que deben realizar unos montos de inversión mínimos y generar determinado número de empleos, como condiciones para obtener los beneficios tributarios y arancelarios.

Un aspecto importante es que se trata por lo general de empresas nuevas. No obstante, la legislación prevé el caso de empresas existentes que pueden ubicarse en zonas francas, pero deben cumplir con unos requisitos mayores en inversión y tener un efecto neutro sobre la tributación; esto significa que los impuestos que pague deben ser similares a los que venían tributando.

Algunos analistas creen que el número de zonas francas aprobadas en los dos últimos años en Colombia son excesivas. Evidentemente desconocen que en Estados Unidos hay más de 250 (de las cuales 20 son públicas), en México 109, en Costa Rica 139, en Hungría 160, en China 187 y en Vietnam 185.

Además de los beneficios directos ya mencionados en materia de empleo e inversión, las zonas francas tienen otra serie de impactos potenciales que incluyen la generación de empleos indirectos, la diversificación de las exportaciones, la transferencia de tecnología y el desarrollo regional.

Todas las experiencias internacionales muestran que las zonas francas son un instrumento importante que complementa otras herramientas de inserción en la economía global. Y por eso, se están impulsando en Colombia.

Competitividad departamental

Publicado en el diario La República el 16 de enero de 2009


¿Las apuestas productivas departamentales mantienen su vigencia? ¿O fueron desplazadas por la política de sectores nuevos y emergentes y la de sectores “más y mejor de lo bueno”? ¿Tienen algún papel los departamentos en la política de competitividad?

El tema de las apuestas productivas departamentales surgió en 2004 como una idea novedosa de construir el desarrollo regional de abajo hacia arriba; desde lo local hacia lo nacional. Su propósito era generar una reflexión local sobre las potencialidades de crecimiento económico de cada departamento.

El resultado de ese ejercicio ha generado debates porque en su mayoría no fueron apuestas novedosas, predominaron los sectores primarios, en servicios se concentraron en turismo y, en algunos casos, se limitaron a un ambicioso listado de productos.

Para poner en contexto esas evaluaciones es importante recordar que la Agenda de productividad y competitividad tenía dos dimensiones: las apuestas productivas departamentales y las cadenas productivas. Por esta razón el sector industrial no figura en la mayoría de las apuestas departamentales. El análisis de la cadena algodón–fibra–textil–confecciones, por ejemplo, se orienta a superar la problemática común que frena su competitividad; esto hace difícil aislar un solo eslabón dentro de una apuesta productiva departamental (aún así, algunas regiones incluyeron las confecciones). En ese contexto, los departamentos sintieron que sus apuestas quedaban limitadas al sector primario y a los servicios.

Como complemento a la Agenda, en los años recientes el gobierno viene implementando políticas orientadas al desarrollo de sectores nuevos y emergentes y al fortalecimiento de sectores ya existentes. Pero esto no significa que la dimensión regional haya perdido importancia. Todo lo contrario; es necesario darle mayor impulso, pero también un redimensionamiento.

Las apuestas basadas en agricultura y ganadería, se deben enfocar hacia la modernización de la producción, priorizando las actividades con mayor potencial. Los éxitos exportadores del agro colombiano están conformados por organizaciones empresariales modernas tanto en la producción como en la comercialización (café, flores, banano, caña de azúcar y aceite de palma). En cambio, la producción en otros sectores es informal, con baja productividad y carente de los mecanismos que aseguren la calidad, la estandarización y los volúmenes que demandan los mercados internacionales.

Aún tratándose de productos agropecuarios, en el mercado mundial existen lo que Chan Kim y Reneé Mauborgue denominan “océanos azules”: nichos en los que los productos se logran diferenciar y la competencia es menos encarnizada. Eso se puede aprender de las experiencias internacionales de desarrollo basadas en el fortalecimiento del sector primario mediante la combinación de investigación y mayor valor agregado; los casos de Chile, Australia y Nueva Zelanda son ilustrativos.

El Ministro de Agricultura tiene el firme propósito de aplicar en el sector agropecuario las metodologías que viene empleando el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo en los sectores nuevos y emergentes y en los sectores “más y mejor de lo bueno”. Esto permitirá el redimensionamiento de las apuestas departamentales basadas en productos agropecuarios, enfocando los esfuerzos con criterios claros y fijando un norte más definido que el reflejado en la versión inicial de las apuestas productivas.

Por último, no se puede perder de vista que el entorno de creciente globalización y el cambio del modelo de desarrollo colombiano hacia un regionalismo abierto acarrearán el surgimiento de nuevos sectores y la relocalización de empresas, que buscarán las regiones del país que cuentan con los mejores entornos para el desarrollo de los negocios. Como lo demostró el Doing Business Colombia 2008, las acciones departamentales sumadas a las nacionales son decisivas en esa materia.

Los anteriores elementos ponen en evidencia por qué las políticas departamentales siguen teniendo relevancia en el plano de la competitividad nacional.