Publicado en el diario La República el 26 de julio de 2007
Entre los presuntos desastres que causará el TLC con los Estados Unidos, los críticos mencionan la pérdida de seguridad alimentaria. Resulta extraño que usen ese concepto, cuando en su argot prefieren hablar de “soberanía alimentaria”.
En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (1996) se definió que “existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida activa y sana”. El concepto de seguridad alimentaria abarca tres dimensiones: disponibilidad de alimentos, estabilidad en la oferta y acceso de la población.
¿Por qué esta definición no gusta a los críticos del TLC? Porque supuestamente no fue elaborada por los países pobres sino por los europeos (!) y porque implícitamente reconoce el comercio internacional como fuente para adecuar la oferta de alimentos a las necesidades de la población (“Convenimos en que el comercio constituye un elemento fundamental para alcanzar la seguridad alimentaria”).
El concepto de “soberanía alimentaria” postula la pretensión de autosuficiencia en la producción de los alimentos que requiere la población. Curiosamente, los defensores del concepto en Colombia, que no aceptan una supuesta definición europea, citan al Presidente Bush como su aliado: “Es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a nuestra población. ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales. Sería una nación vulnerable. Por eso, cuando hablamos de la agricultura americana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional”.
Varios cuestionamientos surgen hasta aquí. Primero, la evidencia empírica refuta contundentemente la hipótesis de la soberanía alimentaria: ningún país del mundo se autoabastece de alimentos (ver los anuarios estadísticos de la Unctad).
Segundo, las importaciones de alimentos en países desarrollados como el Reino Unido, Alemania e Irlanda son superiores al PIB del sector agropecuario, y en otros, como Francia, Italia, España, Canadá, Japón y Estados Unidos, superan el 50%. Por contraste, en Colombia son el 17%.
Tercero, la balanza comercial agropecuaria de Estados Unidos es crecientemente negativa. En 2006 el déficit ascendió a US$ 4.532 millones, con saldos negativos en mariscos, ganado vacuno y carnes, vegetales, frutas, pescados y azúcar, entre otros.
A pesar de la contundente evidencia en contra, los críticos señalan que no tener soberanía alimentaria es grave porque la historia muestra cómo las eventuales interrupciones del comercio internacional ocasionan problemas de abastecimiento de alimentos. Ese riesgo siempre ha existido. En cambio olvidan que la soñada autarquía de los comunistas produjo hambrunas con cerca de 20 millones de muertos en la Unión Soviética de los años veinte y de 30 millones en la China del periodo 1958-1962; en los dos casos las causas no fueron fenómenos naturales ni la interrupción del comercio mundial, sino las equivocadas políticas económicas autárquicas, adoptadas con la pretensión de superar a las economías capitalistas.
En síntesis, la “soberanía alimentaria” no es la categoría relevante y, si lo fuera, no hay elementos que permitan anticipar un cambio estructural en el superávit comercial agropecuario de Colombia como consecuencia de los acuerdos comerciales. Tampoco están en riesgo la autonomía de la política sectorial ni el objetivo de lograr en la OMC un comercio más transparente.
Los críticos criollos deberían leer cuidadosamente la conclusión realista de sus aliados internacionales en la Declaración Final del Foro sobre Soberanía Alimentaria reunido en La Habana en 2001: “La soberanía alimentaria no significa autarquía, autosuficiencia plena o la desaparición del comercio agroalimentario y pesquero internacional”.
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