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La nueva globalización

viernes, 18 de octubre de 2024

 

Publicado en Portafolio el 18 de octubre de 2024

Hay cambios graduales del mundo que no percibimos oportunamente. Lo evidencia el crecimiento de la inconformidad imperante en muchos países, que llevó al resurgimiento del populismo.

Algo similar está ocurriendo con la globalización. Para los expertos, con la crisis financiera mundial de 2008-2009 comenzaron los cambios que están llevando a una nueva globalización caracterizada por su fragmentación. Pero dada la gradualidad del proceso, muchos políticos y analistas se niegan a aceptar esa realidad que tendrá profundas repercusiones económicas, sociales y políticas. De acuerdo con Global Trade Alert, desde noviembre de 2008 se han realizado 57.870 intervenciones que restringen el comercio internacional. Según el FMI en 2023 se impusieron más de 3.000 medidas, triplicando las registradas en 2019. En ese escenario es como si la OMC no existiera, mostrando el desdibujamiento de los organismos multilaterales, que es la otra característica de la nueva globalización.

La pandemia, la guerra Rusia-Ucrania y las tensiones China-EEUU aceleraron la fragmentación de la globalización y la tendencia al “friend-shoring” o “nearshoring” como nueva organización del comercio.

Los gobiernos que han captado esas tendencias se están moviendo para no quedarse atrás. Es el caso de China que decidió poner fábricas por todo el mundo para burlar las barreras discriminatorias de EEUU y la Unión Europea. Muestra de ello es su estrategia con los autos eléctricos; las fábricas chinas se están localizando en países como México, para entrar a EEUU sin aranceles por el TLC, y como Hungría, para anticipar las barreras de la UE. Esto es como un “offshoring” al revés del visto entre 1980 y 2008.

Por contraste, Colombia fue incapaz de aprovechar la globalización que está feneciendo; ni siquiera con la firma de los TLC logró una mayor penetración en los mercados internacionales, no se integró a las cadenas globales de valor, no diversificó su canasta exportadora, ni se registraron procesos de relocalización en la magnitud necesaria para recomponer la geografía económica del país. Ahora, en su proverbial ceguera, sigue sin reaccionar al nuevo entorno.

La senda del actual gobierno diversificará la oferta exportadora en el sentido menos esperado. Dejaremos de exportar hidrocarburos y en cambio seremos importadores netos de petróleo y gas. Se reducirán las exportaciones sin que sean compensadas por otros productos o servicios. La promesa del aguacate se quedó en el partidor pues en 2023 apenas se exportaron USD200 millones y la ilusión del turismo está muy lejos de sustituir al petróleo; además, el creciente dominio territorial de los grupos armados desviará los turistas a destinos más seguros.

Síntesis, mientras la globalización cambia, analistas y políticos en Colombia no se percatan, seremos exportadores más chiquitos y poco integrados y seguiremos alejándonos del tren del desarrollo.

PIB en graves problemas

jueves, 22 de febrero de 2024

 

Publicado en Portafolio el jueves 22 de febrero de 2024 

El mundo está en un proceso de reingeniería de la globalización, cuya principal manifestación es el nearshoring, que consiste en la reubicación de empresas cerca de sus consumidores; para el caso de América, las empresas retornan a Estados Unidos o se establecen en países cercanos. 

En ese contexto, las economías latinoamericanas luchan por atraer la inversión de empresas que produzcan en ellas para exportar a Estados Unidos. Atraerlas implica brindar estabilidad en las reglas de juego, disponibilidad de capital humano de alto nivel, infraestructura adecuada, ventajas competitivas y creciente productividad.

Pareciera que Colombia no quiere subirse a ese tren. Las reglas de juego cambian frecuentemente y la creciente incertidumbre afecta negativamente la inversión; en 2023 la formación bruta de capital cayó en 24,8% anual y el rubro más afectado fue el de maquinaria y equipo (-16,2%), que se considera como un indicador de la inversión privada.

Igual de grave o más es la caída de la inversión en infraestructura, que es básica para la productividad y la competitividad y es un indicador de la inversión pública. El rubro “Otros edificios y estructuras”, que incluye la construcción de carreteras y proyectos de servicio público, no ha recuperado el nivel anterior a la pandemia; su valor total en 2023 fue menor en 36,4% al de 2019.

Por sectores, el Indicador de Seguimiento a la Economía (ISE) revela que el crecimiento prácticamente quedó estancado desde finales de 2021, como consecuencia de la pérdida de dinamismo de minería, construcción, comercio e industria. El valor agregado (PIB) en los dos primeros se mantiene por debajo de los niveles prepandemia, el del comercio se estancó desde el cuarto trimestre de 2021 y el de la industria viene en caída desde el tercer trimestre de 2022.

Colombia no aprovechó el ciclo de precios alcistas del mercado internacional después de la pandemia, lo que se puede explicar por la situación descrita. En esta materia, hay un grave problema estructural de las exportaciones que debería ser tema de gran debate, pero pasa desapercibido: desde 2018 el volumen exportado cayó continuamente tanto en las exportaciones minero-energéticas como en las demás; en los años en que creció el valor de las exportaciones fue por un efecto precio; la canasta exportadora sigue altamente concentrada en minero-energéticos; y el TLC con Estados Unidos no se ha aprovechado.

En síntesis, la economía colombiana parece estar en otra galaxia que no tiene nada que ver con el nearshoring; la productividad no crece y sectores productivos de alto impacto en el PIB y en el empleo lucen estancados o en franco retroceso. ¿Cuándo habrá un programa de reactivación y de solución de los problemas estructurales?

Balance negativo del comercio

jueves, 25 de agosto de 2022

 Publicado en Portafolio el 25 de agosto de 2022

Los acontecimientos de los años recientes están transformando el mundo, lo que repercutirá en cambios de la globalización. Pareciera que muchos empresarios colombianos no se han percatado de las consecuencias que esos hechos puedan tener no solo en sus empresas sino en toda la economía.

En lo corrido del presente siglo los gobiernos colombianos implementaron una política de inserción en la economía globalizada basada en el acceso preferencial para las exportaciones mediante la negociación de TLCs. Esta se complementó con políticas orientadas a mejorar la competitividad empresarial mediante acciones transversales (vías 4G, agilización de trámites como la ventanilla única de comercio exterior VUCE) o sectoriales (programa de transformación productiva). Pero, en cambio, avanzan lentamente o no lo hacen las mejoras en procedimientos, como las inspecciones únicas, o el desmonte de protecciones no arancelarias.

Sin embargo, los datos muestran resultados deplorables. El acelerado crecimiento de las exportaciones entre 2003 y 2014 se explica por los altos precios internacionales de los productos básicos, más que por un cambio estructural en la canasta exportadora, una inserción real en las cadenas globales de valor o el aprovechamiento efectivo del acceso preferencial. Por eso los choques externos que inducen caídas de esos precios, como la crisis mundial de 2008-2009 y el choque petrolero de 2014, frenan el crecimiento y crecen el déficit comercial.

Una rápida mirada al TLC con Estados Unidos lo comprueba. En lo corrido del siglo el 73% de las exportaciones colombianas fueron café, carbón, petróleo, ferroníquel, banano, flores y esmeraldas (en 2011 llegaron a 85%). Con el choque petrolero y la pandemia perdieron participación (55% en 2020), pero este año la están creciendo nuevamente (66%). Unos 25 países tienen acceso preferencial a este mercado, pero los empresarios no aprovechan ese enorme potencial por la escasa oferta colombiana de exportaciones de mayor valor agregado.

La economía mundial está migrando a una nueva organización de la producción mediante lo que se conoce como “nearshoring”, que son empresas que se localizan en países de América Latina para atender el mercado de Estados Unidos. Además, el gobierno Biden está asignando cuantiosos recursos para incentivar la fabricación de productos de alta tecnología (como los procesadores) en su territorio.

Creer que el nivel tecnológico de las empresas colombianas les va a permitir vincularse al “nearshoring” o que de la noche a la mañana pasaremos de vender productos primarios a otros de alta o media tecnología puede ser un poco iluso. Se necesita un polo a tierra y que sector privado y gobierno tomen las decisiones efectivas para que ello sea posible en el mediano plazo. En caso contrario, no olvidar que “camarón que se duerme…”.

La era Trump

viernes, 20 de enero de 2017
Publicado en Portafolio el viernes 20 de enero de 2017

Donald Trump asume hoy la presidencia de los Estados Unidos y el mundo está expectante por sus decisiones de política económica.

En líneas generales, Trump prometió bajar los impuestos de las empresas desde más del 30% al 15% y aumentar la inversión en infraestructura en US$500.000 millones. Adicionalmente, “reindustrializar” el país forzando el retorno de las empresas que se marcharon a otros países; para lograrlo, impondrá un arancel del 45% a los productos chinos y uno del 35% a los mexicanos.

Algunos analistas aseveran que la política fiscal expansiva impulsará el crecimiento y el empleo, a costa de aumentar el déficit fiscal y la deuda pública; este impulso de la demanda agregada estadounidense también dinamizará el comercio internacional y la economía mundial. Esperan que esos resultados moderen la amenaza contra China y México, pero desestiman que el mayor fortalecimiento de la tasa de cambio puede aumentar el déficit comercial.

Hay dos estudios que estiman los impactos esperados de esa combinación de políticas. Uno de Moody’s (“The Macroeconomic Consequences of Mr. Trump’s Economic Policies”) y otro del Peterson Institute for International Economics (PIIE) (“Assessing Trade Agendas in the US Presidential Campaign”).

Los resultados muestran que, en efecto, puede ocurrir inicialmente una aceleración del crecimiento económico, pero en 2019 la economía entraría en recesión: -1.5% y -0.1%, para Moody’s y PIIE, respectivamente. Para el periodo 2016-2026 el primer estudio estima un crecimiento promedio del 1.4% y el segundo del 2.0%, con lo que se prolongaría el bajo dinamismo registrado desde la crisis mundial.

Según Moody’s, después de alcanzar el pleno empleo, que en buena parte se explicaría por la deportación de 11.3 millones de migrantes ilegales, el desempleo aumenta. El choque de oferta en el mercado laboral induce un incremento de la inflación, a la cual se suma el alza de los precios de los productos importados como consecuencia de los altos aranceles; la FED responderá aumentando la tasa de interés, con el consecuente freno de la demanda agregada. Finalmente, el estudio del PIIE estima que habrá una pérdida de 4.8 millones de empleos.

Si bien se espera una reducción tanto de las exportaciones como de las importaciones, no son claros los impactos por países ni las magnitudes (Moody’s señala que en el punto pico las exportaciones de Estados Unidos caerán en US$85 mil millones, alrededor del 6%).

Aun cuando el PIIE incluye un escenario de “guerra comercial plena”, en el que China y México responden a la política de Trump imponiendo aranceles de igual magnitud a los productos de Estados Unidos, destaca la dificultad de modelar los efectos por países dada la existencia de cadenas globales de valor. Cada empresa conoce el detalle de su cadena, la forma en que los mayores aranceles le impactarán y la probabilidad de relocalizarse en otro país o retornar a Estados Unidos, como lo anhela Trump. Pero esa no es información disponible para los analistas.

El balance esperado no luce muy positivo. Se pueden perder más empleos que los atribuidos a la globalización, es factible una guerra comercial de grandes proporciones –cuya magnitud aún no ha sido medida por las dificultades para modelar las cadenas globales de valor–, y el alto crecimiento será flor de un día. Comenzó la era Trump.

Economía a la Trump

martes, 10 de enero de 2017
Publicado en la Revista Misión Pyme No. 94, diciembre 2016 - enero 2017

Los analistas señalan que el malestar de la clase media en Estados Unidos (EEUU) explica los sorprendentes resultados de la votación en la que fue elegido Donald Trump como presidente.

Arianna Huffington, desde 2010 llamó la atención sobre el notorio descontento de ese grupo en su libro Traición al sueño americano. Cómo los políticos han abandonado a la clase media. En él demuestra la pérdida de bienestar por recortes del gasto social en muchos estados, especialmente desde la crisis de 2008-2009.

Además, varios economistas, como Joseph Stiglitz, habían revelado la creciente concentración del ingreso. Señaló Stiglitz, en el libro El precio de la desigualdad (2012), que el uno por ciento de los más ricos es dueño de un tercio de la riqueza total de la economía de EEUU. “Mientras que al 1 por ciento más alto las cosas le iban fabulosamente, la mayoría de los estadounidenses en realidad estaba empobreciéndose”.

Ese empobrecimiento aumentó con la crisis; millones de familias perdieron sus viviendas y sus empleos y muchas se vieron precisadas a consumir su ahorro pensional.

En el mercado laboral se perdió la estabilidad del empleo y aumentó la población con desempleo de largo plazo, lo que, sugiere Huffington, repercutió en cambios en la percepción sobre la democracia en los grupos sociales afectados.

Para completar, la globalización indujo la relocalización o la quiebra de muchas industrias. Según Huffington, “en algunos casos, poblaciones enteras caen en una depresión permanente cuando desaparecen sus industrias principales”. Para ilustrarlo relata el caso de Mount Airy (Carolina del Norte), un pueblito de 9.500 habitantes en el que la industria textil y de confecciones generaba más de 3.000 empleos. Entre 1999 y 2010 las empresas quebraron y se perdieron esos trabajos; eran personas que no estaban preparadas para otro tipo de labores o, por la edad, era difícil su contratación o su capacitación para otras actividades.

El creciente descontento en el país se canalizó contra los migrantes, las élites que gobiernan el país y la globalización. Esta última se identifica claramente con la relocalización de empresas en países con mano de obra más barata, y con el aumento de productos importados que compiten o sustituyen la producción nacional.

Este fue el público al que Trump cautivó. De ahí que parte de sus promesas van contra la globalización: volver a traer las empresas que se fueron a otros países; renegociar el NAFTA o salirse de él; salirse del Acuerdo Transpacífico (TPP), que aún no ha sido ratificado; y reducir el enorme déficit comercial, que casi en un 50% es explicado por el comercio con China. En este último caso, Trump dijo expresamente: “Yo pondría impuestos a los productos que vienen de China... Y el impuesto debe ser del 45%” (New York Times, 7 de enero de 2016).

En el mundo hay temor por las consecuencias de implementar esas promesas contra la globalización. No obstante, la lógica da pocas posibilidades de aplicación, como lo muestra el caso con China.

En primer lugar, en el marco de la OMC imponer aranceles a solo un país miembro va contra el principio de Nación más Favorecida (NMF); no se puede discriminar a un país, pues este principio obliga a extender a todos los miembros de la OMC el mejor trato que ofrezca a uno de ellos.

En segundo lugar, es erróneo sancionar a China porque genera la mayor parte del déficit comercial de EEUU. La organización de la producción mundial en cadenas globales de valor volvió irrelevantes las mediciones tradicionales de comercio internacional, como la balanza comercial.

A manera de ejemplo, un estudio de la OMC calculó que la balanza comercial de EEUU en iPhones en 2007 fue deficitaria con el mundo en US$1.900 millones, resultado que fue totalmente explicado por China. Pero el comercio medido con la nueva metodología de la OMC y la OCDE basada en el valor agregado, encuentra que el déficit con China apenas llegó a US$73 millones, esto es, el 3.8% del total. En cambio, Japón explica el 36%, Alemania el 18%, Corea el 14% y el resto del mundo el 29%.

Esto evidencia que el uso de aranceles es obsoleto en la economía globalizada. En el mejor de los casos la consecuencia de un arancel del 45% solo a China, sería el aumento del precio de los iPhones a los consumidores de EEUU; en el peor, Apple quebraría, por la pérdida de competitividad frente a los fabricantes de otros países; otra opción sería el traslado del ensamble a terceros países, mejorando la balanza comercial con China, pero no la global.

En tercer lugar, la experiencia de la Gran Depresión demuestra que los obstáculos al comercio internacional generan reacciones en cadena. Con la Ley Smoot-Hawley, que aumentó los aranceles de EEUU, otros países del mundo incrementaron las barreras a las importaciones. El balance fue el deterioro del comercio mundial, con impactos negativos para todas las economías; ese mismo episodio se podría repetir en este hipotético caso.

Es claro que en la actual situación el primer país en reaccionar sería China, que podría imponer barreras a productos sensibles de las exportaciones de EEUU, como las agropecuarias y las de la industria automovilística.

En cuarto lugar, parte de las elevadas reservas internacionales de China están invertidas en bonos del tesoro de los EEUU. En agosto de 2016 su inversión ascendió a US$1.2 billones, que representan el 30% de las tenencias en manos de extranjeros. En un escenario hipotético en el que China resolviera salir rápidamente de sus bonos, propiciaría el desplome del dólar y nefastos efectos en los mercados financieros mundiales.

En síntesis, si el presidente Trump no quiere profundizar el estancamiento de las economías desarrolladas, ni ocasionar una guerra comercial en la que solo habría perdedores, tendrá que revisar sus planes de gobierno y aterrizarlos para reducir o eliminar los temores que hay en el mundo… Si no va contra

Trump versus globalización

viernes, 23 de diciembre de 2016
Publicado en Portafolio el viernes 23 de diciembre de 2016

Diversas propuestas del nuevo presidente de los Estados Unidos generan temores por sus impactos en la economía mundial. En general se cree que la globalización no tiene reversa, lo que llevaría a concluir que Donald Trump tiene la batalla perdida.

Pero la historia muestra que la globalización sí tiene reversa; de igual forma evidencia los altos costos que acarrea. El Banco Mundial (Globalization, Growth, and Poverty) muestra que hubo un prolongado periodo de retroceso entre el comienzo de la primera guerra mundial y la terminación de la segunda.

Este episodio permite intuir lo que vendría para el mundo desde enero de 2017. Ante la fuerte contracción de la actividad económica por la Gran Depresión, el proteccionismo floreció; los gobernantes pensaron que, al imponer barreras a las importaciones, podían aumentar las exportaciones para crecer el PIB y el empleo. La ley Smoot-Hawley aumentó los aranceles de Estados Unidos, pero generó una cadena de retaliaciones a nivel global. Como consecuencia, las exportaciones mundiales cayeron del 8% del PIB en 1910, a 5% en 1950; este nivel era similar al registrado en 1870, año en el que comenzó la primera ola de globalización, según el Banco Mundial.

El freno a la globalización tuvo nefastas consecuencias. Según Angus Maddison “Entre 1913 y 1950 la economía mundial creció mucho más lentamente que entre 1870 y 1913, el comercio mundial creció mucho menos que el ingreso mundial, y el grado de desigualdad entre las regiones se incrementó sustancialmente”. Además, la pobreza, que había caído entre 1870 y 1914, volvió a crecer en el periodo de reversión “aproximadamente hasta donde había estado en el período entre 1820 y 1870” (Banco Mundial).

Trump propuso la imposición de un arancel del 45% a las importaciones desde China, otro del 35% a las importaciones de productos fabricados por las compañías estadounidenses que se sigan marchando, y la atracción hacia Estados Unidos de empresas que se fueron a otros países.

Todas esas propuestas chocan con la evolución que ha tenido el mundo desde la segunda posguerra: la fragmentación geográfica de los procesos de producción, el surgimiento de las cadenas globales de valor, la relocalización de empresas y la sustitución de los productos nacionales por los productos globales (“made in X país” por “made in the world”).

En ese contexto, obligar a empresas como Apple para que retornen a Estados Unidos, implicaría desarticular procesos productivos que están dispersos en siete países. Algunos casos de retorno voluntario (“reshoring”) han evidenciado las enormes dificultades que implica tal decisión; no encuentran mano de obra para labores en las que los estadounidenses ya no tienen habilidades o no están dispuestos a hacerlas; no hay fabricación local de las materias primas o de los bienes intermedios requeridos, lo que obliga a importarlos; los costos de la mano de obra son muy elevados con relación a los países a los que habían migrado. Por estas razones, no pueden ser competitivos.

Experiencias como la de Venezuela con Chávez, evidencian que la intransigencia de un mandatario puede forzar decisiones radicales, por irracionales que sean, y sin importar las graves consecuencias para su economía y su población. En el caso de Estados Unidos el desastre sería mayor y de alcance global. Trump ganaría la batalla, pero la perdería el mundo.

Colombia frente a la globalización

viernes, 21 de octubre de 2016
Publicado en la Revista de Fasecolda, No. 164

En el periodo 1976-2016 numerosas economías en desarrollo iniciaron el desmonte del modelo de sustitución de importaciones, caracterizado por el uso intensivo de políticas proteccionistas. Desde la década del setenta adoptaron aperturas unilaterales como aproximaciones al libre comercio, camino por el que las economías desarrolladas y algunas en desarrollo venían avanzando desde finales de los años cuarenta con la creación del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT).

Adicionalmente, la aceleración de la globalización y el surgimiento de las cadenas globales de valor, fortalecieron los procesos de integración económica por la vía de los acuerdos comerciales regionales; con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en 1994, se aceleró el número de acuerdos negociados.

En Colombia comenzaron a soplar débilmente los vientos de cambio desde finales de los años sesenta, cuando se formuló un programa de promoción de exportaciones; fue una respuesta a los problemas de estrangulamiento externo originados en la alta concentración en productos primarios, especialmente café. A mediados de los años setenta se inició un largo y lento camino de liberalización financiera. De igual forma, se emprendió un proceso gradual de reducción de aranceles, finalmente concretado en la apertura unilateral de comienzos de los noventa.

Transcurridas varias décadas, surgen interrogantes sobre la efectividad de esas decisiones en la integración de Colombia a la economía globalizada, la diversificación del comercio y la integración de los empresarios a la nueva organización mundial de la producción. Las respuestas se pueden colegir de la evolución de diversas variables.

• El indicador de apertura económica, medido por la suma de exportaciones e importaciones de bienes y servicios como porcentaje del PIB, revela la forma de relacionarse con la economía global. El coeficiente era del 31% en 1976 y subió al 39% en 2015, con un aumento del 26% entre los dos años. En el mismo periodo el promedio mundial y el de América Latina superaron el nuestro y crecieron 70% y 72% (gráfico 1).


• Según Garay (1998, p. 30): “El arancel nominal promedio pasó del 36% en 1974 al 29.4% en 1979 y 29.3% en 1981, para luego revertir la tendencia y ascender al 47.2% en 1984”. La apertura unilateral del gobierno Gaviria redujo el arancel del 27.0% que registraba en 1990 al 11.8% en 1992. En los años siguientes, se mantuvo alrededor de ese valor hasta la reforma de 2010, cuando bajó a 8.3%. Actualmente está en 6.4% por un diferimiento arancelario temporal para los bienes de capital y materias primas no producidas.

Aun así, según Schwab (2015), con ese arancel Colombia ocupa el puesto 83 entre 140 países. La misma fuente indica que el país se ubicó 109 en la prevalencia de barreras no arancelarias, 135 en el coeficiente de importaciones a PIB y 132 en el de exportaciones a PIB.

• La participación de Colombia en las exportaciones mundiales, que era en 1976 de 0.19%, apenas llegó al 0.22% en 2015. Aun cuando se observó un repunte con el reciente auge de bienes básicos, que elevó la participación hasta el 0.32% en 2012, ella volvió a declinar tan pronto como cayeron los precios internacionales.

• La concentración de las exportaciones se mantiene con escasa modificación. En 1978 los 10 primeros productos representaban el 79.6% del total exportado; en 2014 fueron el 77.6%; no obstante, en unos pocos años el indicador descendió a niveles del 56 o 57% (gráfico 2).


• La composición por intensidad tecnológica también registra pocas variaciones. Los productos primarios y los recursos naturales eran el 84.9% de las exportaciones en 1978 y en 2014 fueron el 81.3%. Los de alta tecnología pasaron del 0.6 al 1.6% en el mismo periodo (gráfico 3).


• Con relación a las cadenas globales de valor, Trujillo, Álvarez y Rodríguez (2014), del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, concluyen que no solo “Colombia muestra un bajo nivel de inserción”, sino que lo viene reduciendo desde 2007.

Un análisis de la Unctad (2013; p. 134) encontró que, entre las 25 principales economías emergentes exportadoras, Colombia ocupó el último lugar por la integración de sus exportaciones en las cadenas globales de valor.

De estos indicadores se tendería a concluir que el modelo de liberalización económica no ha dado los resultados que teóricamente se esperan. La realidad puede ser otra. Stiglitz (2016) señala que en su libro El malestar de la globalización el principal mensaje “fue que el problema no era la globalización, sino cómo se gestionaba el proceso de la misma”.

De forma similar, se puede afirmar que en Colombia se han adoptado medidas en la misma dirección en que se mueve la economía globalizada, pero diversos problemas impiden alcanzar plenamente los resultados esperados. Podrían señalarse al menos tres factores que contribuyen a ese balance.

El primero es la falta de continuidad de las políticas, por cambios en la coyuntura económica. Lo ilustra la bonanza cafetera de finales de los setenta, que frenó las tímidas políticas de liberalización financiera y comercial que se venían implementando. Igualmente, la reciente bonanza de precios internacionales de los productos básicos, bloqueó los avances en la diversificación de exportaciones; la percepción de que el auge sería permanente, impidió la adopción de medidas para evitar el fenómeno de enfermedad holandesa y la pérdida de competitividad de las exportaciones no minero-energéticas.

El segundo es la demora en la toma de decisiones estratégicas. Así lo evidencia el atraso en la infraestructura, el bajo desarrollo de medios de transporte masivo como los metros, la persistencia de los problemas de derechos de propiedad en el sector agropecuario y el limitado aprovechamiento de los esquemas de regionalismo abierto. En este último aspecto, aun cuando el artículo 227 de la Constitución contiene un mandato hacia la integración económica, solo desde 2002 se empezó a desarrollar con la negociación de los TLC.

El tercero es la inercia del proteccionismo; es muy difícil frenarla y su reacción a las políticas de modernización termina neutralizando los efectos buscados. Hommes (2009), destacó un caso en los siguientes términos: “aún después de la Apertura de los años noventa, la protección de los productos industriales de consumo y de los del sector agropecuario es excesiva, como lo es la protección efectiva de esos sectores. La CAN fue el vehículo que utilizaron los proteccionistas colombianos y los de la región andina para echar para atrás parte de lo que se había alcanzado con la Apertura al final del siglo XX”.

En síntesis, las decisiones de Colombia no se reflejan en una adecuada inserción en la economía globalizada, pues el mundo se está moviendo a un ritmo más rápido. Es necesario poner el acelerador en temas como la vinculación empresarial a las cadenas globales de valor, porque ellas son parte esencial de la nueva organización mundial de la producción. De igual forma, urge diversificar la estructura productiva y la canasta exportadora para aprovechar el acceso preferencial permanente que brindan los TLC vigentes.

En este contexto son grandes las expectativas que genera la nueva política de desarrollo productivo, recién anunciada por el Gobierno. Para que ella marque una diferencia real con otras propuestas en el pasado, resulta vital asegurar la continuidad de la política y diseñar los cortafuegos que bloqueen las esperadas reacciones proteccionistas.

Bibliografía

Garay, L. J. (1998). Colombia: Estructura industrial e internacionalización 1967-1996. Departamento Nacional de Planeación y Colciencias.

Hommes, R. (30 de octubre de 2009). “Política, comercio y geopolítica”. El Tiempo.

Stiglitz. J. (5 de agosto de 2016). “La globalización y sus nuevos malestares”. Project Syndicate.

Trujillo, E.; Álvarez, M. y Rodríguez, M. (2014). “Inserción de Colombia en las cadenas globales de valor”. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Febrero.

Unctad (2013). World Investment Report 2013. Global Value Chains: Investment and Trade for Development. United Nations, New York and Geneva.

Schwab, K. (2015). Global Competitiveness Report 2015-2016. World Economic Forum. Geneva.

Economía mundial: Una nueva revolución

viernes, 7 de octubre de 2016
Publicado en la Revista de Fasecolda No. 164.

En los últimos 40 años el mundo registró numerosos acontecimientos económicos, políticos y sociales, que repercutieron en profundas transformaciones (ver cuadro). Aquí se destacan algunos de los que más han contribuido a los cambios en el periodo 1975-2016. 


* A comienzos de los setenta dos terremotos económicos sacudieron la economía mundial y marcaron su evolución hasta hoy: la quiebra del patrón oro y los choques petroleros.

En 1971 se suspendió la convertibilidad del dólar en oro, lo que significó el abandonó del sistema de tasas de cambio fijas que rigió desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944; comenzó así la era de las tasas de cambio flotantes.

Los choques petroleros de 1973-1974 y 1979-1980 ocasionaron recesiones en el mundo desarrollado en 1975 y 1981. En el largo plazo, repercutieron en el desarrollo de automóviles compactos con menor consumo de combustible y la destinación de ingentes recursos a la búsqueda de fuentes alternativas de energía (nuclear, biocombustibles, eólica, etc.). Otra consecuencia fue el impulso a nuevas técnicas de producción de combustibles fósiles, que hoy explican la caída de los precios del petróleo, la creciente debilidad de la OPEP y el surgimiento de Estados Unidos como nueva potencia petrolera.

* Los desarrollos tecnológicos en diversos campos repercutieron en un incremento del comercio internacional y de los flujos de capitales, dando comienzo, hacia 1980, a la tercera ola de globalización (World Bank, 2002; p. 31). Los avances en telecomunicaciones, la revolución de la computación y el internet y la reducción de los costos de transporte transformaron la forma de hacer negocios en el mundo.

A manera de ejemplo, se cita el costo de una llamada telefónica de tres minutos entre Nueva York y Londres, que ascendía en 1931 a US$293 (en dólares de 1991) y cayó a cerca de US$1 en 2001 y a unos pocos centavos hoy en día (World Bank, 2009; p. 180).

Otro ejemplo es el de los computadores: “En 1965, la primera minicomputadora comercialmente exitosa, cuyo precio ajustado por inflación ascendía a US$135.470, era capaz de realizar cómputos básicos, tales como sumar y multiplicar… Hoy, un teléfono inteligente posee una capacidad 3 millones de veces mayor y cuesta menos de US$600” (Kose y Ozturk, 2014; p. 7).

* Estos cambios contribuyeron a la fragmentación geográfica de los procesos de producción (offshoring y outsourcing) y al desarrollo de cadenas globales de valor como nueva forma de organización de la producción mundial. Ahora, los productos nacionales (“made in Colombia”, por ejemplo) tienden a desaparecer, para ser sustituidos por los productos hechos en el mundo (“made in the world”).

Además, el comercio internacional se concentró en bienes y servicios intermedios y las estadísticas tradicionales de la balanza comercial perdieron relevancia, por lo que serán sustituidas por las nuevas cuentas de valor agregado (Ver Unctad, 2013; p. 122-ss y WTO y IDE-JETRO, 2011; p. 103-ss).

* Paralelo a estos cambios, se fortaleció la tendencia a reducir las barreras al comercio internacional, lo que se plasmó en la creación de la OMC para sustituir el GATT y en la proliferación de acuerdos comerciales. Mientras que en 1975 había alrededor de 30 acuerdos regionales vigentes, la cifra ascendió a 419 en 2016.

Estos acuerdos facilitan a los empresarios de los países que los firman la inserción en las cadenas globales de valor y, además, evitan el desplazamiento en los mercados de destino por parte de competidores con acceso preferencial permanente.

* Otro acontecimiento fue el fracaso de los regímenes comunistas. En 1989 cayó el emblemático muro de Berlín y comenzó el final de la guerra fría. Posteriormente se desmanteló la Unión Soviética y se escindieron otras economías de la antigua “cortina de hierro”, como Yugoslavia y Checoslovaquia. El título del famoso libro de Francis Fukuyama, “El fin de la historia”, resumió el efecto de este proceso, que fue interpretado como el fin de la lucha de las ideologías con el triunfo de la democracia liberal.

Según Amartya Sen, “el Muro de Berlín no sólo simbolizaba que había gente que no podía salir de Alemania del Este, sino que era además una manera de impedir que nos formáramos una visión global de nuestro futuro. Mientras estaba ahí el Muro de Berlín no podíamos reflexionar sobre el mundo desde un punto de vista global. No podíamos pensar en él como un todo” (citado en Friedman, 2006; p. 60).

* Las economías en desarrollo (el Sur), adquirieron un peso destacado en el concierto mundial. Según De la Torre (2015; p. 3-ss), la participación del Sur en el PIB mundial se incrementó del 20% en los años setenta al 40% en 2012. De igual forma, pasó de representar el 24% al 51% del comercio global en el mismo periodo. Por último, en la inversión extranjera su peso relativo aumentó del 18% a más del 50%.

Adicionalmente, el Sur fue un motor del crecimiento en el entorno de estancamiento que siguió a la crisis mundial de 2008-2009: “Durante la última década, generaron más del 70% del crecimiento mundial, mientras que la participación de las economías avanzadas cayó a alrededor del 17%” (Kose y Ozturk, 2014; p. 8).

Pero, ese crecimiento está concentrado en un reducido grupo de economías, especialmente asiáticas, con China a la cabeza. En el caso de las exportaciones mundiales de manufacturas en el periodo 2000-2012, solo China aumentó en 10 puntos su participación, mientras que las siguientes 20 economías del Sur lo hicieron en ocho puntos; y otros países, como Malasia, México y Filipinas, perdieron participación. En el caso de América Latina, su participación en las exportaciones de bienes primarios aumentó, pero la perdió en manufacturas.

* A pesar de estos notables hechos, son múltiples los problemas que sigue enfrentando el mundo y que afectarán su desenvolvimiento en las próximas décadas: cambio climático, contaminación, concentración del ingreso, envejecimiento de la población, crisis financieras más frecuentes.

Las diferencias entre los países desarrollados y los más atrasados se siguen ampliando. En 1975 en PIB per cápita promedio a precios de paridad de las cinco primeras economías desarrolladas era 33 veces superior al del promedio de las cinco más pobres; en 2014 esa relación era 72.

Paul Collier (2010) denominó el “Club de la Miseria” a un conjunto de países que se rezagó y vive en condiciones peores a las de la edad media: “…Su realidad es la del siglo XIV: guerras civiles, epidemias, ignorancia”.

El mundo cambió en los últimos 40 años y lo seguirá haciendo con celeridad. Los grandes retos para el siglo XXI consisten en lograr una convivencia más amigable con el planeta y paliar la situación de más de mil millones de personas que, en opinión de Collier, ya se quedaron definitivamente del bus del desarrollo.

Bibliografía

Collier, Paul (2010). El club de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo. Random House Mondadori. Bogotá.

De la Torre, Augusto; Didier, Tatiana; Ize, Alain; Lederman, Daniel y Schmukler, Sergio (2015). América Latina y el ascenso del Sur: Nuevas prioridades en un mundo cambiante. Banco Mundial, Washington, D.C.

Friedman, Thomas (2006). La tierra es plana. Breve historia del mundo globalizado del siglo XXI. Ediciones Martínez Roca, Madrid.

Kose, A. y Ozturk, E. (2014). “Un mundo de cambios. Balance del último medio siglo”. Finanzas y Desarrollo, Vol. 51, No. 3, septiembre.

Unctad (2013). World Investment Report 2013. Global Value Chains: Investment and Trade for Development. United Nations, New York and Geneva.

World Bank (2002). Globalization, Growth, and Poverty. Building an Inclusive World Economy. World Bank and Oxford University Press, Washington.

World Bank (2009). World Development Report 2009. Reshaping Economic Geography. Washington.

WTO & IDE-JETRO (2011). Trade Patterns and Global Value Chains in East Asia: From Trade in Goods to Trade in Tasks. World Trade Organization, Geneva.

Brexit: Un salto al vacío

viernes, 22 de julio de 2016
Publicado en Portafolio, el 22 de julio de 2016

Con el Brexit, la economía mundial quedó sumida en una mayor incertidumbre. Se enfrentan ahora caminos inexplorados y nadie sabe por cuáles rutas optará el nuevo gobierno del Reino Unido (RU), ni a dónde conducirán.

Los impactos económicos, como era de esperarse, arrojan resultados en función de quién defiende cada posición. Así, desde el grupo Economists for Brexit, el profesor Patrick Minford, de la Universidad de Cardiff, asegura que la salida de la Unión Europea (UE) tendrá un impacto positivo y mejorará el bienestar en un 4%, consecuencia del crecimiento esperado del comercio internacional, si el RU baja los aranceles a cero.

Desde otra orilla, un estudio del Tesoro arrojó resultados negativos con el Brexit. La investigación analizó tres de las opciones más probables para sustituir a la UE: entrar al Espacio Económico Europeo (EEE) –conformado por la UE y EFTA sin Suiza–, negociar acuerdos bilaterales y solo enfocarse en la Organización Mundial de Comercio. Los resultados indican que en el primer caso el PIB sería 3.8% inferior al que se registraría si permanece en la UE; en el segundo la reducción sería del 6.2% y en el tercero del 7.5%.

El Tesoro también evaluó los ingresos del gobierno. Puesto que en los diferentes escenarios el crecimiento del PIB sería inferior al de permanecer en la UE, habría una reducción de los recaudos tributarios, que repercutiría en aumento del endeudamiento público y mayores impuestos o recortes del gasto; aun con los ahorros por la eliminación de las contribuciones a la UE, los ingresos serían inferiores en 20 mil millones de libras esterlinas anuales con la adhesión al EEE, en 36 mil millones con los bilaterales y en 45 mil millones con la OMC.

Independientemente de los resultados de los ejercicios técnicos, pocos análisis mencionan como una opción factible la propuesta de Minford. Le dan mayor peso a una negociación para entrar al EEE.

Pero la realidad es que la situación del RU sería inferior a la que tiene en la UE, pues en el EEE también se aplican las cuatro libertades: libre circulación de mercancías, servicios, capitales y personas; esta última, incluye el tema migratorio que fue uno de los detonantes del Brexit. Además, no tendría voto en diferentes decisiones, con lo que pierde la capacidad de influencia que ha tenido en la UE. Por último, tendría que hacer aportes financieros, que fue otro tema sensible esgrimido por los partidarios de la salida.

Peor aún serían los otros dos escenarios, pero especialmente el de los bilaterales, por las dificultades y el tiempo que tomarían las numerosas negociaciones. Con la UE el RU tiene acceso preferencial a los otros 27 miembros y a más de 50 países con los que este bloque tiene acuerdos comerciales vigentes; adicionalmente, están en proceso de ratificación o de negociación más de 20 tratados, de los cuales el más importante es con Estados Unidos.

Con ese panorama, lo más probable es que el RU pierda su relevancia como centro financiero mundial, numerosas entidades bancarias y aseguradoras tenderán a relocalizarse en el continente y la evolución hacia una regulación financiera única en la UE limitará el acceso que se podría lograr desde el EEE. En síntesis, un salto al vacío.

¿Demasiados TLC?

lunes, 15 de octubre de 2012
Publicado en Portafolio el jueves 27 de septiembre de 2012

En los últimos meses el país ha tenido abundantes noticias relacionadas con los tratados de libre comercio: entró en vigencia el de Estados Unidos; fue firmado el de la UE; cerraron las negociaciones con Corea del Sur y con Venezuela; comenzaron las de Israel y Costa Rica; se ratificó la Alianza del Pacífico; fueron presentadas las conclusiones del grupo de estudio para un acuerdo con Japón; y el presidente Santos en su visita al Asia mencionó un probable acuerdo con China.

Es lógico que la opinión pública empiece a preguntarse por qué tantas negociaciones y si son realmente necesarias. Por ello es importante recordar algunas de las razones que han llevado al gobierno a trabajar en esa dirección.

En primer lugar, la creciente globalización originó un cambio estructural en la organización de la producción en el mundo: la fragmentación geográfica de los procesos productivos y la tendencia a la desaparición de los productos nacionales y su sustitución por productos globales: del “made in Colombia”, al “made in the world”.

Como consecuencia de ese fenómeno, en promedio el 56 por ciento del comercio mundial de manufacturas es de bienes intermedios. Son productos que se mueven por el mundo en diferentes etapas de agregación de valor, hasta que llegan a un destino en el que se ensamblan los bienes finales; luego entran en las cadenas de distribución para los consumidores.

En ese contexto, los empresarios modernos se insertan en las cadenas globales de valor, y es mayor la ventaja de los que están ubicados en países que tienen tratados comerciales con los proveedores de materias primas y con los que hacen el ensamble de los bienes finales.

En segundo lugar, los productos que exporta Colombia enfrentan la competencia de otros países que también los producen y los envían a los mismos destinos. Si los competidores tienen TLC con los países importadores, pueden quitar mercado a los productos colombianos y contar con mejores herramientas para mantener su participación.

El caso de las confecciones es ilustrativo. Son numerosos los países de América Latina que compiten con las confecciones colombianas en el mercado de Estados Unidos y varios de ellos tienen TLC con ese país.

El Salvador es un país con un área equivalente a la de Arauca. Pero el año pasado le exportó US$1.738 millones en confecciones a EEUU, mientras que las de Colombia sumaron US$223 millones. Los salvadoreños han logrado mantener el valor de sus exportaciones, a pesar de la mayor competencia de los asiáticos por la terminación del Acuerdo Multifibras (enero 2005); en cambio, los colombianos lo redujeron desde US$589 millones. La vigencia del CAFTA desde 2006 fue clave para ese resultado, al brindar reglas de juego claras y permanentes a los empresarios centroamericanos.

En tercer lugar, hay empresarios colombianos que están sintiendo mayor competencia de otros países de la CAN que tienen acceso a materias primas sin arancel por tener TLC con los países fabricantes. Cumpliendo con las normas de origen, entran a Colombia bienes finales con arancel cero y con menores costos.

En cuarto lugar, el “acercamiento” global, propiciado por los menores costos de transporte y la revolución en las comunicaciones y en internet, ha revelado los enormes potenciales económicos de Asia y África. De ahí que muchas economías estén fortaleciendo las relaciones comerciales con esos bloques, mediante foros como APEC; acuerdos comerciales, como los de Perú y Chile con China, Malasia, Corea e India; y flujos de inversión extranjera directa como la de China en África.

En quinto lugar, el mundo tiende a una mayor integración, como consecuencia de los factores mencionados. En 1990 había alrededor de 60 acuerdos regionales vigentes notificados a la OMC; en 2010 había cerca de 300. Según la Cepal, en 2004 Colombia tenía acceso preferencial para el 23% de sus exportaciones, mientras que el promedio de América Latina estaba en 62%.

Bien podría Colombia optar por no negociar más acuerdos comerciales. Pero, sin duda, los primeros perjudicados serían los empresarios pues no solo tendrían una mayor competencia en el mercado interno, sino también en sus mercados de destino y les sería muy difícil integrarse en las cadenas globales de valor; la permanencia de las barreras arancelarias y no arancelarias les haría muy complejo el enfrentamiento con productos de menores precios.

De esta forma, los TLC son un medio necesario que impulsa a las empresas a ser más competitivas e innovadoras y a aprovechar las ventajas del acceso preferencial permanente. También se convierten en el acicate que induce la realización de obras aplazadas por décadas, el desarme de medidas no arancelarias que se impusieron como reacción a la apertura (y que en la práctica la bloquearon) y el desmonte de los sobrecostos generados por la regulación pública, que pesan en la competitividad de las empresas.

Asia: mirar al pasado y al futuro

viernes, 19 de agosto de 2011
Publicado en el diario La República el 18 de agosto de 2011


En las discusiones contemporáneas sobre la globalización y la creciente importancia de Asia–Pacífico, suele pasarse por alto que esa región del mundo fue la de mayor importancia económica global por muchos siglos y que su aporte fue decisivo para el avance de la ciencia y la cultura occidentales.

El nobel de economía Amartya Sen destaca que gracias a los vínculos comerciales, que él interpreta como una etapa previa de la globalización moderna, muchos conocimientos fluyeron de Asia a Europa: “Alrededor del año mil, la difusión global de la ciencia, la tecnología y las matemáticas cambiaba al viejo mundo pero provenía de una dirección contraria a la actual. Los mapas y la imprenta, la ballesta y la pólvora, el reloj y el puente sostenido con cadenas de hierro, la cometa, la brújula, la carretilla y el ventilador giratorio –todos ellos, ejemplos de la alta tecnología de hace un milenio– se utilizaban comúnmente en China y otros territorios ignotos”. A esto le suma el sistema decimal –desarrollado en la India entre los siglos II y IV y complementado posteriormente con aportes árabes–, que llegó a Europa hacia el siglo X.

Según las mediciones realizadas por Angus Maddison, el famoso economista historiador inglés fallecido el año pasado, entre el año 1 y 1820, en promedio, el 66% del PIB mundial era aportado por Asia, pero esa participación venía declinando desde el año 1600 (los cálculos se basan en una metodología diferente a la usada actualmente en cuentas nacionales, pero permite comparaciones de los resultados de este investigador para toda las series obtenidas). En términos del PIB per cápita, la mayor parte de Asia, especialmente China e India, superaban los niveles de Europa Occidental.

En su obra “La economía mundial: Una perspectiva milenaria”, Maddison atribuye esa declinación a la inexplicada adopción de una política autárquica en China y, posteriormente, al estancamiento inducido por la dominación colonial de buena parte de Asia. Señala Maddison que “en el siglo XV, China renunció a desempeñar un papel activo en el comercio asiático, impuso rígidos controles sobre el comercio privado y un embargo sobre el comercio con Japón”. Estos hechos permitieron a Europa Occidental ampliar la brecha de ingreso per cápita con los pueblos asiáticos, a los cuales había dado alcance en el siglo XIV.

La era moderna del crecimiento económico, que nació con la revolución industrial y la ampliación del comercio mundial desde el siglo XIX, repercutió en la mayor importancia relativa de las economías europeas y de Estados Unidos, mientras que las asiáticas la perdían cada vez más. En el caso de China, una vez suprimida la dominación colonial, empezó el régimen comunista liderado por Mao Tse–Tung, que llevó a esta economía a ser una de las más pobres del mundo a finales de los años setenta del siglo XX.

La notable recuperación de Japón de la destrucción ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, la apertura económica de Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong, el abandono de China de la autarquía comunista desde 1978 y el cambio de modelo de desarrollo en la India a partir de 1991, revirtieron la tendencia descendente de casi dos siglos y pusieron al Asia en la senda de la recuperación de su importancia relativa en el contexto mundial.

La medición más reciente que dejó Maddison muestra que entre 1950 y 2008 la participación de Asia en el PIB mundial aumentó del 18.6% al 43.7%. Esto evidencia que la dinámica de Asia no corresponde al fenómeno de las economías emergentes sino al de economías renaciendo; que la autarquía generó el rezago en su desarrollo; y que estos elementos indican la importancia para Colombia de fortalecer la relación comercial con esa región del mundo.

“Made in the World”

jueves, 23 de junio de 2011
Publicado en el diario La República el 9 de junio de 2011


En la web de la Fundación Universitaria San Martín reseñan una conferencia sobre la política industrial en Colombia. Allí se afirma que “la desindustrialización del país es alarmante y el crecimiento de la importación de productos colombianos fabricados en el exterior es creciente. Prendas de vestir, morrales, camisas y otros productos de firmas nacionales llegan ahora de lejanos centros de producción”.

¿Esto es malo? ¿Alguien ha verificado si esas empresas exportan insumos que se suman a otros del exterior para ser procesados en un tercer país? ¿Este hecho es prueba de la carencia de una política industrial? ¿O constituye una evidencia de un presunto proceso de desindustrialización del país?

Quizás lo que hay en el fondo es el desconocimiento de un fenómeno que no es tan nuevo en el mundo, aun cuando pueda serlo en Colombia: la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Es tan marcada esta tendencia, que en el seno de la OMC y en los medios académicos del mundo se está debatiendo su impacto en la medición de los flujos de comercio; ya no se puede medir la balanza comercial por el país de origen de un bien final, sino por el valor agregado en cada país que participa en el proceso.

En el “Informe sobre el comercio mundial 2008”, la OMC señaló: “los revolucionarios adelantos en la tecnología del transporte y (especialmente) de las comunicaciones han permitido una desintegración histórica del proceso de producción al resultar cada vez más viable y rentable para las empresas llevar a cabo distintas fases de producción en lugares dispares”.

Y en el “Informe Anual 1998”, el mismo organismo afirmó que “un número cada vez menor de productos puede producirse hoy de manera competitiva sólo sobre la base de insumos nacionales”.

En este contexto, lo que el país podría estar presenciando es la inserción de empresarios colombianos de avanzada en esta tendencia de la globalización. Las cadenas globales de valor son la expresión de la forma en que se está organizando la producción, y las empresas que no se incorporen en ellas serán crecientemente marginadas. El problema es que Colombia y la región están rezagadas, como lo evidencian los indicadores de comercio intraindustrial.

En la medida en que los productos finales no se producen integralmente en un solo territorio, sino que necesitan del concurso de empresas de varios países, aumenta el comercio mundial de insumos y bienes en proceso.

El índice de Grubel y Lloyd es utilizado para medir la intensidad del comercio intraindustrial. Cuando su valor está por encima de 0.33 indica que es alto el comercio de este tipo entre dos países y cuando está entre 0.10 y 0.33 muestra que hay un potencial no desarrollado. Las economías desarrolladas y las asiáticas de rápido crecimiento, incluyendo China, registran índices altos con sus principales socios.

En cambio, en el caso de los países de América Latina, son muy pocos los casos en los que hay un alto comercio intraindustrial. Colombia sólo lo tiene con Ecuador, y está en nivel de potencial con Brasil, Chile, Costa Rica, México, Perú, Uruguay y Estados Unidos. Con los demás países de la región el índice es inferior a 0.10.

Esos resultados muestran que aún es muy bajo el aprovechamiento de los acuerdos comerciales en la región y que es escaso el vínculo con las cadenas globales de valor. Esas “nuevas” importaciones que asustan a algunos analistas podrían ser el incipiente comienzo de ese proceso en Colombia.

En todo caso afirmar que es alarmante la desindustrialización o sugerir que esas importaciones son negativas sin aportar pruebas, no contribuye a la superación de las supuestas falencias de la política de desarrollo empresarial que se ha venido construyendo en Colombia en las últimas décadas.

Importación de productos “nacionales”

martes, 17 de mayo de 2011
Artículo publicado en el diario La República, el jueves 12 de mayo de 2011


En la discusión sobre la política industrial, alguien planteó que hay empresas colombianas que están importando los productos que ellas mismas fabrican en otros países. Califica esto como un hecho nocivo para la economía, porque es consecuencia de problemas de estabilidad en las reglas de juego, de formación de capital humano y de estímulos a la productividad.

Esa posición, desconoce las decisiones gubernamentales que están mejorando el entorno de los negocios, justamente con el fin de contar con unas reglas de juego claras y estables que incentiven las decisiones de inversión; a tal fin están orientados los TLC, los acuerdos de inversión y los contratos de estabilidad jurídica. Con relación al capital humano, se fortaleció el papel del Sena y, en general, la formación de tecnólogos; se está proponiendo una reforma educativa que busca una mayor interrelación entre la academia y el sector privado; se está impulsando el bilingüismo; y programas como el de transformación productiva permiten detectar las necesidades laborales específicas de los futuros sectores de clase mundial. Adicionalmente, hace unos pocos meses fue sancionada una ley orientada a incrementar el empleo formal como base para el crecimiento de la productividad del país.

Como contraposición al punto de vista mencionado, cabe aventurar dos hipótesis explicativas: el nivel de aranceles de Colombia y las tendencias de la globalización.

Aun cuando una de las justificaciones de la reforma arancelaria de finales del año pasado fue reducir las desventajas competitivas que la estructura de los aranceles estaba ocasionando, hay sectores productivos y de opinión que no aceptan o no entienden el argumento.

Los altos aranceles que tiene Colombia (puesto 101 entre 135 en el WEF antes de la reforma), incrementan los costos de producción de los empresarios, porque los bienes de capital y las materias primas cuestan más que en otros países competidores.

El punto se puede ilustrar tomando como ejemplo el trigo. Colombia, que importa el 97% del consumo aparente de este producto, le imponía un arancel del 15% (con la reforma quedó en 10%), mientras que en Perú lo importan con arancel cero desde Estados Unidos, por el TLC. Como consecuencia, los empresarios colombianos tienen una desventaja en los costos de fabricación de pastas alimenticias y otros bienes de consumo. ¿En esas condiciones, no resulta razonable que un empresario nacional se sienta tentado a mover parte de su producción al vecindario y luego traer el producto terminado con arancel cero? ¿Y si se eliminaran las diferencias no desaparecería la tentación?

La otra hipótesis hace referencia a la fragmentación geográfica de los procesos de producción en la economía globalizada. Es creciente el número de bienes y servicios que pierden su nacionalidad y las empresas tienden a especializarse en partes de un todo; y ellas se fabrican en las regiones del globo en las que exista ventaja comparativa o en las que los costos de producción sean menores. Automóviles, computadores, celulares y otros productos de alta tecnología son ejemplos de productos globalizados; pero también lo son las confecciones, el calzado, entre otros.

Los empresarios que han entendido este fenómeno saben que no pueden seguir fabricando la totalidad de los productos bajo un mismo techo (¿país?), que tienen que especializarse en lo que puedan ser realmente competitivos, aprovechar las ventajas comparativas de cada país e insertarse en las cadenas globales de valor.

En este contexto, la preocupación debe ser cómo acelerar el desarrollo de sectores de clase mundial, vincularse a las cadenas globales de valor, y atraer más empresas que realicen partes de sus procesos de producción en Colombia.

Estructura productiva y cadenas de valor

martes, 8 de febrero de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico No. 314, 31 de enero al 13 de febrero de 2011


La globalización está cambiando la geografía de la producción mundial y la estructura del comercio internacional. Esa realidad plantea interrogantes a la economía colombiana: ¿La estructura productiva permite atender las nuevas corrientes de demanda mundial? ¿Hacia dónde se debe orientar sectorialmente el país?

Hay actividades, como la minería, que seguirán sin mayores cambios, con el fin de atender la creciente demanda de materias primas de los países líderes del crecimiento global; pero ellos difícilmente pueden generar los encadenamientos y los efectos de arrastre para fundamentar una modernización de la economía colombiana y el cierre de las brechas de ingreso con el mundo desarrollado y con los países emergentes de alto crecimiento.

El sector agrícola tiene grandes retos. El país no aprovechó el auge internacional del periodo 2004-2008 por la escasa oferta exportable, la baja productividad y la alta informalidad. Pero el panorama para los próximos años nuevamente es favorable por el riesgo de escasez alimentaria que enfrenta el mundo. Así lo indica el Índice FAO de precios de los alimentos, que en diciembre de 2010 alcanzó el nivel más alto de las últimas décadas.

El gobierno considera el agro como una de las locomotoras de la economía, por lo que cabe esperar su fortalecimiento y el desarrollo de actividades de alta productividad y fundamentadas en la investigación. Esa es una senda con buenas probabilidades de éxito, como lo muestran las experiencias de Chile, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. El reto radica en la velocidad a la que pueda reaccionar la estructura productiva y adaptarse al nuevo entorno.

Con relación a los sectores de manufactura y servicios es imprescindible mejorar la productividad, reducir la informalidad y potenciar las actividades con mayor futuro en la economía globalizada.

Con el fin de aumentar la competitividad, el gobierno viene adelantando el programa de transformación productiva en ocho sectores y se espera la incorporación de al menos otros ocho en los próximos años; el programa comprende sectores establecidos que serán sometidos a un proceso de reingeniería y sectores nuevos y emergentes que registran una creciente demanda internacional.

Aun cuando ese programa llevará a la creación de sectores de clase mundial, se debe buscar su inserción en la nueva “división internacional del trabajo”, definida por la fragmentación geográfica de la producción en el plano mundial. Esto se puede lograr mediante una política explícita o mediante decisiones de los empresarios.

Cada día más y más productos se vuelven globales. De ahí que el “made in” esté perdiendo sentido, mientras que el “design in” gana creciente importancia. Los vehículos, los computadores y la mayoría de los productos de alta tecnología de consumo masivo son el resultado de la integración de partes diseñadas y fabricadas en muchos países y finalmente ensamblados en uno de ellos.

Son múltiples las implicaciones que acarrea ese cambio y es necesario que los empresarios y las autoridades económicas las entiendan y las aprovechen. Por ejemplo, debilitan las mediciones tradicionales del comercio internacional.

Un trabajo reciente de Yuqing Xing and Neal Detert, investigadores del Asian Development Bank Institute (ADBI), titulado “How the iPhone Widens the United States Trade Deficit with the People’s Republic of China”, demuestra esa implicación.

Xing y Detert señalan que en el enfoque tradicional de medición del comercio, Estados Unidos registra un déficit comercial enorme con China, comúnmente explicado por el empeño de éste último en mantener artificialmente depreciada su moneda. Sin embargo, esa perspectiva del problema no tiene en cuenta los cambios estructurales que se han registrado en la integración de cadenas globales de valor y los efectos que ellas ocasionan en la estructura del comercio internacional.

Para ilustrar sus hipótesis, los autores toman el caso del iPhone, un emblemático producto de alta tecnología de consumo masivo, diseñado por la empresa estadounidense Apple. Pero en su fabricación intervienen nueve empresas ubicadas en seis países, incluido Estados Unidos. Todos los componentes son enviados a China en donde se hacen los procesos de ensamble y exportación al resto del mundo.

Las estadísticas de 2009 indican que China exportó a Estados Unidos US$2.023 millones en iPhones; dado que algunas empresas de Estados Unidos exportaron a China insumos para este producto por un monto de US$122 millones, el neto arroja un déficit de US$1.901 millones para los estadounidenses.

Pero los cálculos de los investigadores del ADBI muestran que en China sólo se incorpora el 3.6% del costo total de un iPhone, básicamente por concepto de mano de obra. Por lo tanto la balanza comercial sería superavitaria para Estados Unidos en US$48 millones por concepto de intercambio de este bien entre los dos países; e implícitamente sería deficitaria con los países que fabrican los demás componentes.

Este caso ilustra la forma en que se está articulando la nueva producción global. Y es en esas cadenas de valor en las que el país debe insertase para obtener los beneficios de la globalización. Por lo tanto, hay bienes que el país no tiene que fabricar totalmente, sino especializarse y ser los mejores en el mundo en producir uno o varios componentes de un conjunto de productos o servicios finales.

¿Podremos alcanzar ese objetivo? ¿O nos resignaremos a ver pasar indias y chinas que nos van dejando atrás, porque nos negamos a aceptar la nueva realidad de la organización productiva mundial?

¿Exportar para crecer?

viernes, 12 de febrero de 2010
Artículo publicado en la revista MisiónPyme No. 32 de febrero de 2010

Las décadas de políticas proteccionistas del modelo sustitutivo de importaciones dejaron en el sector empresarial profundas huellas difíciles de borrar. Una de ellas es la escasa vocación exportadora.

Según el censo económico de 2005 en Colombia hay 1.5 millones de empresas. De ellas, escasamente 11.500 exportaron en 2008; aun cuando el número viene creciendo (en 2000 eran 7.648), sigue siendo bajo para una economía abierta.

Los datos del Dane muestran que sólo 671 empresas (6% del total) registraron exportaciones superiores a US$5 millones y contribuyeron con el 91% del total exportado en 2008. En el otro extremo, 8.842 (79% del total) exportaron menos de US$500 mil por empresa y aportaron escasamente el 2% del valor exportado.

Adicionalmente, la presencia de un buen número de empresas en los mercados internacionales no es estable. Siguiendo la metodología de clasificación de empresas exportadoras de Eaton, Eslava, Kugler y Tybout (“Export Dynamics in Colombia: Firm-Level Evidence”), en promedio, el 44.6% son empresas continuas (exportaron en tres años consecutivos), mientras que el restante 55.4% son entrantes o salientes.

Cabe preguntarse por qué es importante aumentar el número de empresas exportadoras y lograr mayor estabilidad en los mercados internacionales. La respuesta tiene una dimensión macroeconómica y una microeconómica.

En la dimensión macroeconómica, hay un impacto notable en el proceso de producción y de logística para la exportación que contribuye a la generación de valor agregado y empleos. Si, por ejemplo, Colombia produjera café únicamente para consumo interno, habría empleo directo para 50 mil familias en el sector rural; pero con la producción de excedentes para exportación se emplean 500 mil familias.

Y el efecto no para ahí, pues el impacto más importante es servir como vehículo de acceso a las importaciones. Sin exportar, el país no podría comprar bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce; y no acceder a ellos implicaría un creciente rezago frente al resto del mundo.

En la dimensión microeconómica, es crucial tener conciencia del impacto de la globalización en la fragmentación de los procesos de producción. Hoy en día muchos productos son la suma de partes producidas en diferentes regiones del mundo. Los empresarios deben entender que realizar todo el proceso de producción “bajo un mismo techo” es algo que va quedando obsoleto.

En este contexto las mipymes tienen grandes ventajas. Son más flexibles, pueden aprovechar economías de escala y adoptar más rápidamente las nuevas tecnologías.
Para aprovechar esas oportunidades, Bancoldex, Proexport y las cámaras de comercio realizan una labor de formación de exportadores y el gobierno está simplificando los trámites de exportación y asegurando mercados con los TLC. Queda entonces en manos de los empresarios la decisión de insertarse en las cadenas globales de valor, ampliar sus horizontes y crecer más.

Un mundo sin crisis

miércoles, 13 de enero de 2010
Publicado en Ámbito Jurídico de marzo de 2009


Hay críticos que siguen aferrados a viejos dogmas y se niegan a aceptar que los acuerdos comerciales son un instrumento apropiado para insertarse en el mundo de la globalización.

Uno de ellos se refería a la situación actual en los siguientes términos: “El mundo atraviesa la peor crisis de su historia, como consecuencia de la globalización neoliberal, y Uribe insiste en que la salvación del país consiste en aferrarse a ella”.

Esa frase encierra varios mensajes. Uno, es que las políticas económicas se deben diseñar para hoy y no pensando en el futuro. Dos, las crisis evidencian la debilidad del capitalismo. Tres, la globalización es la causa de todos los males.

El primer mensaje es curioso, pues muchas de las críticas que se hacen al gobierno de turno son por actuar con una visión cortoplacista y no pensar en el mañana; basta recordar los abundantes comentarios negativos sobre el papel de los planes de desarrollo y su aplicación real. Esto se parece a una conocida excusa con ropaje nuevo: “esperemos a cuando estemos listos”. ¿Cómo se pueden tomar decisiones de largo plazo si la coyuntura nunca será buena para los críticos?

Justamente uno de los objetivos de la actual administración ha sido el diseño de políticas de Estado, como base para el desarrollo. La Visión 2019, las políticas de integración con el mundo y la política de transformación productiva están diseñadas para tal fin.

Ante una crisis mundial ¿se deben posponer o quizás enterrar esas políticas? ¿Nos debemos limitar a usar políticas de corto plazo y olvidarnos de la necesidad de crecer sostenidamente a tasas más altas?

En el segundo mensaje, subliminalmente se aspira al paraíso. Son críticos del capitalismo, pero lo quisieran sin una de sus características: las fluctuaciones económicas; o quizás lo desean con sólo crisis para justificar su existencia como críticos. Tal vez la frustración del sueño marxista de la destrucción del capitalismo como consecuencia de sus propias contradicciones, sumada al rotundo fracaso de los experimentos socialistas, les lleva a soñar con esa alternativa.

En el tercero, ¿cómo puede la globalización ser culpable de una crisis? Se trata de un fenómeno de alta complejidad, por lo que no es evidente a qué se refieren los críticos. La CEPAL, por ejemplo, la define en los siguientes términos: “La creciente gravitación de los procesos financieros, económicos, ambientales, políticos, sociales y culturales de alcance mundial en los de carácter regional, nacional y local”.

Partamos de recordar lo que hasta ahora el mundo conoce como causa de la crisis. Es ampliamente conocido que ella se gestó en una burbuja especulativa en el mercado de hipotecas en Estados Unidos y que fue inflada mediante créditos de alto riesgo (“subprime”) y una cadena de títulos estructurados con el mismo activo subyacente (viviendas).

Cuando la burbuja explotó por el aumento de la morosidad de la cartera hipotecaria y el consecuente derrumbe de los precios de los títulos, ocasionó grandes pérdidas en los balances de empresas del sector financiero y del sector real en diversos países del mundo.

Por lo tanto, de una crisis de hipotecas se pasó a una financiera, y de un problema de liquidez a uno de solvencia. Las entidades financieras perdieron confianza entre ellas, lo que sumado a la reducción de su capacidad de préstamo –por la contracción del patrimonio–, interrumpió el funcionamiento del canal de crédito y dio paso a una restricción de crédito (“credit crunch”).

El freno al crédito, aunado a la pérdida de confianza de los consumidores y al creciente desempleo, extendió la crisis al sector real; ella se ha venido propagando, hasta ahora, a las economías desarrolladas.

¿Qué hay en este proceso que sea atribuible a la globalización? Como se ve, no hay fugas de capitales, ni han ocurrido episodios de pánico financiero. Aún así podríamos forzar el argumento y decir que son los procesos financieros los causantes de la crisis.

Pues bien. La Gran Depresión –que se originó en el apalancamiento financiero del mercado de acciones–, ocurrió en una época que ningún estudioso considera de globalización. Todo lo contrario. Entre el final de la Primera Guerra y el de la Segunda, el comercio internacional se redujo a un nivel similar al de 1870, según cálculos del Banco Mundial (“Globalization, Growth, and Poverty”).

Aún así, su impacto mundial fue enorme y las economías subdesarrolladas no fueron inmunes. José Antonio Ocampo (“Crisis mundial y cambio estructural 1929-1945”) señala que, a partir de 1929 la caída de los precios internacionales de los principales productos de exportación, especialmente café y petróleo, contrajo los ingresos por exportaciones y ocasionó la reducción de los términos de intercambio; los menores ingresos y el cierre de los mercados financieros propició la declaración de la moratoria de la deuda de Colombia en 1932.

¿A qué llegamos? A algo simple. Las crisis existen porque son parte inmanente del capitalismo. Los esfuerzos de la política económica se orientan a minimizar los efectos de los periodos de recesión y a prolongar los del auge; aún así, no se han podido eliminar las oscilaciones fuertes. Pero achacarle el problema a la globalización no deja de ser más que una frase de cajón apta para discursos, pero con un aporte nulo a la comprensión del problema y mucho menos a la solución.