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Colombia: Mal en comercio

viernes, 26 de febrero de 2021

 

Publicado en Portafolio, el viernes 26 de febrero de 2021 

El Dane publicó recientemente los datos de exportaciones e importaciones de bienes en 2020. Las primeras cerraron con una variación anual de -21,4% y su valor (US$31.057 millones FOB) es el más bajo en 12 años; las segundas cayeron -17,5% y en valor (US$43.489 millones CIF) son las menores desde 2010. Desde luego, estos resultados son atribuibles al responsable de todo lo negativo que está ocurriendo en la economía desde comienzos de 2020: el covid-19.

La pandemia frenó el comercio mundial; el cierre de fronteras, las restricciones a la movilidad, las políticas proteccionistas sobre los bienes médicos esenciales y la confrontación entre Rusia y Arabia Saudita por el recorte de cuotas de producción de petróleo explican la caída del volumen y del valor transado.

Según la Unctad (“Global Trade Update”, February 2021), el comercio de bienes se contrajo en 2020 en -6,0%. De acuerdo con el CPB World Trade Monitor hasta noviembre el volumen de transacciones internacionales registraba una variación de -5,4% y los precios unitarios de -2,5%, calculadas sobre los promedios móviles de orden 12 de los respectivos índices. Por último, los datos acumulados hasta noviembre para las 74 economías a las que la OMC hace seguimiento mensual arrojaban una variación de -7,2% en el valor de las exportaciones y -8,6% en las importaciones.

Pero los resultados de Colombia son más malos. Los cálculos con los datos de la OMC indican que fue el noveno país con peor desempeño en valor de las importaciones (-19,1%) y el segundo peor en exportaciones (-22,6%).

Eso amerita explicaciones adicionales a la pandemia. La Unctad calcula un “índice general de desempeño de las exportaciones”, que tiene en cuenta el crecimiento de las exportaciones, la participación de mercado, la composición de la canasta exportadora y el desempeño de las exportaciones de los competidores directos. La conclusión que saca es contundente: “Venezuela, Arabia Saudita, Colombia y Nigeria obtuvieron los peores resultados”.

Esa percepción de la Unctad de baja competitividad se corrobora al calcular la participación de Colombia en las exportaciones del agregado de 74 economías de la serie de la OMC. En 2014 Colombia participaba con el 0,33% del total y bajó en los años siguientes hasta 0,19% en 2020; por contraste, los tres socios de la Alianza del Pacífico han mantenido su participación en el periodo (Chile) o la incrementaron (Perú y México).

Esto no es más que nueva evidencia de los graves problemas que enfrenta el comercio exterior de Colombia y que demandan una solución urgente. No tiene sentido soñar con cadenas globales de valor, “nearshoring”, o aprovechamiento de los TLC mientras persistan el sesgo antiexportador y las rígidas barreras de siempre. Difícil la tiene la Misión de Internacionalización para proponerle al país un paquete de soluciones efectivas y aplicables.

América Latina y la incertidumbre global

viernes, 4 de mayo de 2018
Publicado en la Revista Fasecolda No. 169

En el periodo reciente aparecieron diversos factores exógenos que pueden afectar la dinámica de crecimiento de las economías de América Latina. Ante ellos, los gobiernos solo pueden adoptar medidas para mitigar sus impactos, pero no es una tarea fácil.

Migración venezolana

El desastre económico ocasionado por la dictadura de Venezuela originó la migración masiva de residentes que buscan escapar de la penuria que los agobia. Según la firma Consultores 21, la diáspora, que en los últimos años supera los cuatro millones de personas, se orienta especialmente hacia países de América y Europa; Colombia y Chile aparecen como los principales destinos, con el 17% cada uno, seguidos de EE.UU. (10%), Perú (10%), Ecuador (8%), Panamá (7%) y Argentina (4%).

Al principio, migraron los empresarios afectados por la pérdida de estabilidad jurídica en el país; luego salieron muchos trabajadores calificados, bien sea por el cierre de empresas o porque los áulicos de la revolución bolivariana se apoderaron de los cargos gerenciales (como en el caso de PDVSA). Ahora están migrando familias de clase media y baja, castigadas por la escasez de alimentos y medicinas, la erosión de los ingresos que ocasiona la hiperinflación y la represión de la dictadura a cualquier forma de protesta contra el régimen.

Para los países receptores de la región, esa masiva llegada de migrantes en pésimas condiciones económicas y sanitarias tiene serias repercusiones: crecimiento de la informalidad; presión sobre los sistemas de salud para la atención gratuita; entrada de enfermedades como la difteria y el sarampión, que estaban erradicadas de América Latina; atención en el sistema educativo a niños sin recursos; incremento de la delincuencia y prostitución; y riesgo de aparición de problemas de xenofobia, debido a que los residentes se sienten desplazados de sus empleos y del acceso a servicios esenciales, por los migrantes.

Además del malestar social, es evidente que los costos económicos son elevados y afectan las ya debilitadas finanzas nacionales y municipales de los países receptores.

Comercio internacional

Aun cuando el comercio internacional está en proceso de recuperación, hay serias amenazas a la institucionalidad que ha regido durante décadas.

En la última Conferencia Ministerial de la OMC, el presidente del Consejo General afirmó que «los ciudadanos de todo el mundo… cuestionan cada vez más los beneficios del comercio internacional y los acuerdos comerciales, y ponen a prueba el multilateralismo». 

Esos sentimientos han sido alimentados por los pobres resultados del largo periodo de la Ronda de Doha y por el aumento del proteccionismo en numerosas economías durante la Gran Recesión.

A esto se suman las posiciones del presidente Trump contra los acuerdos comerciales, incluyendo la OMC; según el mandatario, este organismo no beneficia a los EE.UU. y los jueces están en su contra, lo que explica el predominio de fallos adversos.

En consecuencia, EE.UU. optó por bloquear el órgano de apelaciones de la OMC; actualmente tres de los siete cargos están vacantes porque ese país no ha dado su voto para suplirlos. Como cada apelación debe ser atendida por tres jueces, en poco tiempo se puede paralizar este órgano, que es parte esencial del mecanismo de solución de diferencias.

«Trumponomics»

La presidencia de Trump plantea riesgos para la economía mundial por sus erráticas decisiones. Dos de ellas merecen especial atención, por los efectos sobre el comercio y la economía.

Sobre comercio, desde que asumió el cargo, retiró a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, congeló la negociación de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, forzó la renegociación del Nafta, mantiene amenazas continuas contra las importaciones de China y México, e impuso mayores gravámenes a las lavadoras y los paneles solares. Más grave, sin embargo, es la decisión de imponer aranceles del 25% y del 10% a las importaciones de acero y aluminio, respectivamente.

Con esto, puso al mundo al borde de una guerra comercial. Trump y sus asesores olvidaron o desconocen la experiencia de 2002, que mostró cómo ese tipo de barreras comerciales castigan a los consumidores, vía mayores precios, y a los fabricantes de EE.UU. que utilizan esos productos como insumos, vía pérdida de competitividad. Además, el efecto sobre las cadenas globales de valor puede ser desastroso y, paradójicamente, el mayor impacto lo sufrirían las empresas y la población estadounidenses.

Sobre la economía, resulta difícil entender que, en un entorno de posible recalentamiento de la economía, se impulse una reforma tributaria que generará incrementos adicionales de la demanda y aumento del déficit fiscal. Algunos analistas cuestionan si realmente era necesaria. Brookings Institution señala que, si bien la tarifa corporativa de impuestos estaba en el 35%, la mayor parte de las empresas pagaban una mucho menor por exenciones y tratamientos especiales; además, en las últimas décadas, las empresas perdieron participación en el recaudo impositivo. El interrogante es qué harán las empresas con los recursos adicionales que les genera el menor pago de impuestos y cómo financiará el Gobierno el aumento del déficit fiscal.

Con el escenario hipotético de mayor gasto, aumento de la inflación y creciente endeudamiento del Gobierno, crece la probabilidad de incremento de las tasas de interés por parte de la FED, con más celeridad y en mayor magnitud a las previstas inicialmente, fortalecimiento del dólar y un déficit comercial de mayor cuantía. Esto pone en riesgo la reciente recuperación de la economía mundial y puede repercutir en dificultades de acceso de las economías emergentes a los mercados financieros.

Petróleo

El repunte de los precios del petróleo desde finales de 2017 es un alivio para las economías productoras y exportadoras. Pero no se debe perder de vista la alta volatilidad del mercado del hidrocarburo y los grandes márgenes de error de las proyecciones de sus precios a mediano plazo.

En ese contexto, es relevante la pregunta sobre la sostenibilidad de los precios alrededor de los USD 70 por barril. El reciente aumento se explica por el crudo invierno en el hemisferio norte, la reactivación de las economías desarrolladas y emergentes, y el acuerdo flexible entre la OPEP y Rusia. Es claro que el primer factor se agota en poco tiempo, pero el segundo se puede sostener por el resto del año; en el caso del tercero, es más compleja cualquier predicción.

Los precios más altos están incentivando la entrada en producción de pozos de hidrocarburos no convencionales, que fueron sellados por la caída de los precios. Es evidente que la unidad de la OPEP se ha resquebrajado en los últimos años y que su acuerdo de reducción de la producción se puede romper en cualquier momento. Aun cuando Arabia Saudita y Rusia están diseñando estrategias para fortalecer el acuerdo y vincular a más países no-OPEP, la debilidad mencionada aumentará en un escenario de mayor oferta de EE.UU.

China y la geopolítica

En enero de 2017, mientras Trump tomaba posesión de su cargo como presidente de EE.UU. con un discurso que glorifica el proteccionismo, Xi Jimping intervenía en Davos postulando a China como el líder mundial de la globalización.

China está desarrollando una estrategia diplomática global que Trump no percibe; solo eso explica que haya retirado a EE.UU. del TPP, sin valorar que el objetivo de Obama era hacer contrapeso al creciente poderío de esa nación en el Pacífico.

Los últimos gobiernos de EE.UU. no han manifestado gran interés por América Latina. Entre tanto, los chinos iniciaron una paciente labor de fortalecimiento de las relaciones diplomáticas y económicas, y lograron una notable presencia en la región: son el segundo socio comercial de América Latina y el primero de Brasil, Chile y Perú; han adquirido más de un millón de hectáreas de tierras, con la visión de producir productos básicos para exportar a China; la inversión extranjera directa se calcula en USD 90.000 millones entre 2005 y 2017 (5% del total); y, los préstamos a los gobiernos de la región, en el mismo periodo, superan los USD 140.000 millones. Además, han manifestado su intención de apoyar la construcción de obras estratégicas de infraestructura para varios países, como el corredor del Trópico de Capricornio (Chile, Brasil y Argentina) y el tren bioceánico (Uruguay, Bolivia y Perú o Chile).

En este escenario, América Latina puede ser víctima de una nueva colonización que perpetuará la función de proveedores de bienes de bajo valor agregado y sin opciones claras de desarrollo. 

Síntesis

En el mundo siempre habrá amenazas y oportunidades para cada país. Pero en la situación reciente están confluyendo diversas fuerzas exógenas de gran magnitud que pueden limitar la recuperación económica de América Latina y ante las cuales es muy escaso el margen de maniobra.

No obstante, es importante que los gobiernos y los empresarios tengan plena conciencia de ellos y adopten oportunamente medidas que puedan mitigar los impactos. Por ejemplo, evitar una nueva enfermedad holandesa; diseñar estrategias de aprovechamiento del capital humano migrante y allegar recursos de organismos internacionales para afrontar la crisis humanitaria; fortalecer los acuerdos comerciales en un escenario de guerra comercial; y adoptar estrategias activas frente a China, para vincular empresas a las cadenas globales de valor y desarrollar programas de cooperación para diversificar las exportaciones hacia bienes y servicios de mayor sofisticación.

Opciones existen, pero hay que anticiparlas y fortalecer la construcción de puentes, en lugar de muros.

Economía a la Trump

martes, 10 de enero de 2017
Publicado en la Revista Misión Pyme No. 94, diciembre 2016 - enero 2017

Los analistas señalan que el malestar de la clase media en Estados Unidos (EEUU) explica los sorprendentes resultados de la votación en la que fue elegido Donald Trump como presidente.

Arianna Huffington, desde 2010 llamó la atención sobre el notorio descontento de ese grupo en su libro Traición al sueño americano. Cómo los políticos han abandonado a la clase media. En él demuestra la pérdida de bienestar por recortes del gasto social en muchos estados, especialmente desde la crisis de 2008-2009.

Además, varios economistas, como Joseph Stiglitz, habían revelado la creciente concentración del ingreso. Señaló Stiglitz, en el libro El precio de la desigualdad (2012), que el uno por ciento de los más ricos es dueño de un tercio de la riqueza total de la economía de EEUU. “Mientras que al 1 por ciento más alto las cosas le iban fabulosamente, la mayoría de los estadounidenses en realidad estaba empobreciéndose”.

Ese empobrecimiento aumentó con la crisis; millones de familias perdieron sus viviendas y sus empleos y muchas se vieron precisadas a consumir su ahorro pensional.

En el mercado laboral se perdió la estabilidad del empleo y aumentó la población con desempleo de largo plazo, lo que, sugiere Huffington, repercutió en cambios en la percepción sobre la democracia en los grupos sociales afectados.

Para completar, la globalización indujo la relocalización o la quiebra de muchas industrias. Según Huffington, “en algunos casos, poblaciones enteras caen en una depresión permanente cuando desaparecen sus industrias principales”. Para ilustrarlo relata el caso de Mount Airy (Carolina del Norte), un pueblito de 9.500 habitantes en el que la industria textil y de confecciones generaba más de 3.000 empleos. Entre 1999 y 2010 las empresas quebraron y se perdieron esos trabajos; eran personas que no estaban preparadas para otro tipo de labores o, por la edad, era difícil su contratación o su capacitación para otras actividades.

El creciente descontento en el país se canalizó contra los migrantes, las élites que gobiernan el país y la globalización. Esta última se identifica claramente con la relocalización de empresas en países con mano de obra más barata, y con el aumento de productos importados que compiten o sustituyen la producción nacional.

Este fue el público al que Trump cautivó. De ahí que parte de sus promesas van contra la globalización: volver a traer las empresas que se fueron a otros países; renegociar el NAFTA o salirse de él; salirse del Acuerdo Transpacífico (TPP), que aún no ha sido ratificado; y reducir el enorme déficit comercial, que casi en un 50% es explicado por el comercio con China. En este último caso, Trump dijo expresamente: “Yo pondría impuestos a los productos que vienen de China... Y el impuesto debe ser del 45%” (New York Times, 7 de enero de 2016).

En el mundo hay temor por las consecuencias de implementar esas promesas contra la globalización. No obstante, la lógica da pocas posibilidades de aplicación, como lo muestra el caso con China.

En primer lugar, en el marco de la OMC imponer aranceles a solo un país miembro va contra el principio de Nación más Favorecida (NMF); no se puede discriminar a un país, pues este principio obliga a extender a todos los miembros de la OMC el mejor trato que ofrezca a uno de ellos.

En segundo lugar, es erróneo sancionar a China porque genera la mayor parte del déficit comercial de EEUU. La organización de la producción mundial en cadenas globales de valor volvió irrelevantes las mediciones tradicionales de comercio internacional, como la balanza comercial.

A manera de ejemplo, un estudio de la OMC calculó que la balanza comercial de EEUU en iPhones en 2007 fue deficitaria con el mundo en US$1.900 millones, resultado que fue totalmente explicado por China. Pero el comercio medido con la nueva metodología de la OMC y la OCDE basada en el valor agregado, encuentra que el déficit con China apenas llegó a US$73 millones, esto es, el 3.8% del total. En cambio, Japón explica el 36%, Alemania el 18%, Corea el 14% y el resto del mundo el 29%.

Esto evidencia que el uso de aranceles es obsoleto en la economía globalizada. En el mejor de los casos la consecuencia de un arancel del 45% solo a China, sería el aumento del precio de los iPhones a los consumidores de EEUU; en el peor, Apple quebraría, por la pérdida de competitividad frente a los fabricantes de otros países; otra opción sería el traslado del ensamble a terceros países, mejorando la balanza comercial con China, pero no la global.

En tercer lugar, la experiencia de la Gran Depresión demuestra que los obstáculos al comercio internacional generan reacciones en cadena. Con la Ley Smoot-Hawley, que aumentó los aranceles de EEUU, otros países del mundo incrementaron las barreras a las importaciones. El balance fue el deterioro del comercio mundial, con impactos negativos para todas las economías; ese mismo episodio se podría repetir en este hipotético caso.

Es claro que en la actual situación el primer país en reaccionar sería China, que podría imponer barreras a productos sensibles de las exportaciones de EEUU, como las agropecuarias y las de la industria automovilística.

En cuarto lugar, parte de las elevadas reservas internacionales de China están invertidas en bonos del tesoro de los EEUU. En agosto de 2016 su inversión ascendió a US$1.2 billones, que representan el 30% de las tenencias en manos de extranjeros. En un escenario hipotético en el que China resolviera salir rápidamente de sus bonos, propiciaría el desplome del dólar y nefastos efectos en los mercados financieros mundiales.

En síntesis, si el presidente Trump no quiere profundizar el estancamiento de las economías desarrolladas, ni ocasionar una guerra comercial en la que solo habría perdedores, tendrá que revisar sus planes de gobierno y aterrizarlos para reducir o eliminar los temores que hay en el mundo… Si no va contra

Regionalismo versus multilateralismo

miércoles, 30 de diciembre de 2009
Publicado en el diario La República el 28 de agosto de 2008


Los recientes sucesos de la Ronda Doha han reavivado la discusión sobre regionalismo y multilateralismo. Mientras algunos analistas atribuyen al primero el freno al desarrollo del segundo, hay quienes creen viable el avance hacia el libre comercio con las dos opciones.

Es necesario poner en contexto el debate para enriquecer la discusión, aun a sabiendas de que difícilmente será zanjada.

Para empezar, es crucial reconocer que desde sus propios orígenes en el escenario multilateral se aceptó la convivencia con el regionalismo. Con ese propósito se introdujo el artículo XXIV del GATT de 1947; en él se señala que “las partes contratantes reconocen la conveniencia de aumentar la libertad de comercio, desarrollando, mediante acuerdos libremente concertados, una integración mayor de las economías de los países que participen en tales acuerdos”.

Adicionalmente, como lo señala Monserrat Millet en su libro “La regulación del comercio internacional: Del GATT a la OMC”, la posibilidad de crear uniones aduaneras y zonas de libre comercio fue propuesta tanto por países desarrollados como subdesarrollados; los primeros, con el liderazgo de Bélgica, Holanda y Francia, manifestaron su interés en incluir las uniones aduaneras; los segundos, representados por países latinoamericanos, revelaron su preferencia por la inclusión de las zonas de libre comercio.

De esta forma, el GATT nació con una excepción a uno de sus principios fundamentales: el de Nación Más Favorecida (NMF). Este señala que los beneficios de acceso preferencial que se otorguen a un país miembro de la OMC (y del GATT antes de 1994) se extienden automáticamente a todos los miembros de la organización. Con el artículo XXIV, los países que formen una unión aduanera o una zona de libre comercio, conceden beneficios adicionales sólo a sus socios, con la condición de no desmejorar la situación de los demás miembros de la OMC.

La excepción al principio NMF, posteriormente se amplió con el artículo V del acuerdo de servicios (GATS) y con la Cláusula de Habilitación, que estableció el trato especial y diferenciado a favor de las economías subdesarrolladas.

El economista Jacob Viner enunció en 1950 que las uniones aduaneras generan dos fuerzas contrarias: la creación y la desviación de comercio. El impacto de esta modalidad de integración en el bienestar puede ser positivo si predomina la creación o negativo si es dominante la desviación. Con estos planteamientos surgió el debate sobre la compatibilidad o incompatibilidad de los acuerdos regionales con las negociaciones en el marco de la OMC.

En las décadas siguientes, y especialmente desde 1990, a la par que crecieron los debates se incrementaron las negociaciones regionales. Según las estadísticas de notificaciones a la OMC, actualmente hay 213 acuerdos vigentes y Mongolia es el único país miembro que no forma parte de uno de ellos.

Puestos en ese contexto, ¿cuál debería ser la posición de Colombia? Quienes afirman que el bilateralismo torpedea el multilateralismo obviamente no aceptan la agenda de negociaciones comerciales que se viene adelantando, o, cuando más, enfatizan que ellas deberían concentrarse en los países de América Latina.

Esa es una posición poco realista. Hasta hace poco Colombia era uno de los países con menos acuerdos regionales tanto en el mundo como en América Latina. En cambio, buena parte de los vecinos ha conseguido acceso preferencial permanente para la mayor parte de sus exportaciones. Si tenemos en cuenta que ellos tienen una estructura productiva parecida a la nuestra, que exportan productos similares y a los mismos destinos, es claro el riesgo de perder mercados por desviación de comercio (suponiendo que somos más eficientes que los demás; no siéndolo, el escenario es peor).

Con ese panorama, es mejor parecernos a Chile que a Mongolia y aprovechar las ventajas que ofrece el comercio internacional como palanca del crecimiento económico.

Perfiles arancelarios

martes, 29 de diciembre de 2009
Publicado en el diario La República el 28 de junio de 2007

La OMC, la Unctad y el Centro de Comercio Internacional acaban de publicar la obra “Perfiles arancelarios en el mundo 2006”. La información estadística de 150 países miembros de la OMC es de gran utilidad para las negociaciones comerciales y los análisis comparativos, entre otros.

Desde la apertura de los 90 se dice que Colombia bajó demasiado sus aranceles sin recibir nada a cambio. Esa apreciación no tiene en cuenta que otros países también hicieron aperturas unilaterales. Con los datos de la nueva publicación se puede evaluar de forma amplia qué tanta desventaja arancelaria tiene el país con relación a los principales socios comerciales. Para ello, tomamos los promedios simples de los aranceles NMF aplicados en 2006 en 44 países que representan el 87.6% del comercio total realizado por Colombia en 2006.

Varios puntos se derivan de este análisis. Primero, Colombia registró en 2006 el arancel consolidado más alto de la muestra y el tercer arancel aplicado, sólo superado por México y Venezuela. Para bienes agrícolas también el consolidado de Colombia fue el más alto, pero el aplicado fue el sexto entre los 44 países; en el contexto latinoamericano sólo lo superó México. La tarifa media nominal más baja en agricultura, tanto consolidada como aplicada, correspondió a Estados Unidos.

Segundo, Colombia es uno de los países con menor porcentaje de partidas libres de gravamen (1.7%); únicamente Chile, Venezuela y Perú tienen menores porcentajes. En el otro extremo están las economías desarrolladas, que tienen entre el 20 y el 57% de su universo arancelario libre de derechos, y un grupo de economías subdesarrolladas con el mismo rango: Costa Rica, Guatemala, Honduras, El Salvador y Panamá.

Tercero, las partidas agrícolas libres de derechos están en un rango entre 27 y 58% del universo arancelario sectorial de las economías desarrolladas y cerca del 25% de las centroamericanas. Colombia, Venezuela y Bolivia no tienen partidas agrícolas libres de gravamen.

Cuarto, Colombia aplica tarifas superiores al 15% sobre el 28.1% de las partidas arancelarias, en lo cual sólo es superado por las cuatro economías del Mercosur, con un promedio del 35%. En productos agrícolas lo aplica al 41.6% de las partidas, nivel superado por República Dominicana, Corea y México.

Quinto, los “picos arancelarios” –definidos como aranceles aplicados que son más de tres veces la tarifa media del país– son típicos de las economías desarrolladas. Entre el 3.4 y el 7.5% de las partidas arancelarias son “picos” en esas economías. Colombia, como la mayoría de las economías subdesarrolladas de la muestra, se acerca a cero en este indicador.

Sexto, curiosamente el máximo arancel aplicado corresponde a alguna partida de los países desarrollados (en el caso de Suiza es superior a 1000%). Entre las economías subdesarrolladas Colombia tiene el cuarto gravamen más alto (80%), después de México, Panamá y Costa Rica. La misma estructura se observa en el caso de los productos agrícolas.

Es evidente que Colombia no es el país con mayor liberalización arancelaria; por el contrario, las anteriores observaciones demuestran que los principales socios comerciales tienen menores gravámenes a las importaciones. Surge de ahí un interesante interrogante poco estudiado por la academia: ¿Cuál es el impacto neto de un proceso de apertura unilateral cuando las economías de los principales socios también disminuyen sus aranceles? Quizás una investigación semejante muestre que los pretendidos desastres causados por la apertura económica no sólo son explicados por ella, sino que también obedecen a otros factores. En esa línea avanza, por ejemplo, Carlos Felipe Jaramillo en su libro sobre la crisis de la agricultura en la década de los 90.