Publicado en Ámbito Jurídico el 13 de agosto de 2007
Una de las etapas que se surten para la adopción de medidas de política económica es la revisión de experiencias internacionales. Es un procedimiento válido y útil, salvo en los casos en que el país es el innovador mundial en una política. El proceso tiene en cuenta que no hay países perfectos y que el objetivo no es convertir a Colombia en un clon de otro país. El estudio de experiencias permite aprender de las políticas que han dado buenos resultados, corregir los problemas de implementación y evitar los efectos no deseados.
En los debates sobre el TLC viene ocurriendo algo muy particular, pues algunos contradictores se van lanza en ristre contra las experiencias internacionales que menciona el gobierno, por considerarlas inadecuadas; no obstante, no dudan en acudir a ellas para favorecer sus posiciones. El problema estriba con frecuencia en la debilidad argumental, basada en el discurso político sin sustento en hechos mensurables.
Es el caso de los efectos esperados del TLC sobre el sector de las mipymes (alrededor del 97% de las empresas colombianas). Los opositores no sólo califican de “ridículo” al presidente de Acopi, por afirmar que las pymes son ganadoras en el TLC, sino que vaticinan la “barrida” de este segmento empresarial; su argumento se basa en la experiencia mexicana que ocasionó la presunta desaparición de 250 mil empresas y el crecimiento del empleo únicamente en la actividad de maquila, bajo condiciones de “envilecimiento” de la fuerza laboral.
Cierto es que la evaluación de los impactos del NAFTA en México es fuente de controversia. En parte por la persistencia de diversos problemas estructurales de vieja data, el profundo deterioro de los indicadores macroeconómicos y sociales como resultado de la crisis del tequila, y la carencia de algunas políticas complementarias al proceso de integración –a un Secretario de Hacienda se le atribuye la frase: “La mejor política industrial es no tener política industrial”–. Y en parte porque no se consultan las cifras que ponen en contexto real la experiencia mexicana y que muestran que dista de ser el estruendoso fracaso pregonado por algunos.
En el caso que nos ocupa, las cifras oficiales no avalan los argumentos de los críticos sobre el impacto en las mipymes. Los censos económicos indican que el total de empresas de México aumentó de 2.2 a 3.0 millones entre 1993 y 2003. Lejos de desaparecer 250 mil empresas, su número se incrementó en alrededor de 800 mil; curiosamente la mayor parte de ese crecimiento (78%) se registró entre 1993 y 1998, a pesar del impacto negativo del efecto tequila.
La evaluación por tamaños de empresa revela que entre 1999 y 2003 las grandes empresas perdieron participación (de 0.3% a 0.2% del total) y que, por lo tanto, las mipymes la aumentaron. No se tuvo acceso a los datos desagregados del censo de 1993 para hacer la comparación por tamaños de empresas, pero se puede colegir que las mipymes no fueron “barridas” entre ese año y 1999. Según el censo de 1999, el número de empresas grandes era 8.474; cualquiera que haya sido su crecimiento, es evidente que alrededor del 99% del aumento en el número total de empresas es explicado por las mipymes.
Con relación al empleo, la primera referencia a su evolución es la tasa de desempleo. Su nivel era de 2.4% en 1993; con la crisis del tequila se elevó hasta cerca del 5% y actualmente está 3.3%.
Las cifras para el periodo 1998–2004 muestran que el número total de ocupados se incrementó en 3.6 millones de personas, con una tasa media anual de crecimiento superior a la de la población –los datos más recientes no son directamente comparables con los del periodo mencionado–. Sin incluir el sector agropecuario, que registra una tendencia descendente en la ocupación, el aumento fue de 4.3 millones de empleos; de ellos, el 54% son explicados por las microempresas, el 22% por las empresas grandes y el 13% por las empresas pequeñas.
La actividad de la maquila creció el número de empleos en 448 mil puestos entre 1996 y 2006, de los cuales el 73% correspondió a obreros. Estos niveles, si bien son inferiores a los registrados en el año 2000, vienen creciendo desde 2003. Las variaciones acumuladas reales de las remuneraciones a los obreros de la maquila fueron del 19% durante el periodo mencionado y las de las prestaciones sociales y contribuciones patronales del 20.9%. Aun cuando en algunos años las variaciones reales fueron negativas han sido más que compensadas por los años con variación positiva.
Contrario a lo esperado por los contradictores, los datos anteriores evidencian la utilidad de las experiencias internacionales en el análisis de la política económica. Permiten corroborar que las mipymes no tienen por qué ser “barridas” en los procesos de integración, que su participación en el número de empresas, en el mercado y en la generación de empleo puede aumentar, y que las remuneraciones reales de los sectores vinculados al comercio internacional pueden mejorar. También permiten apreciar lo fácil que es lanzar juicios de valor sin consultar con la realidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario