Publicado en Portafolio el 24 de enero de 2020
Cuando surgió el trabajo asalariado como forma predominante de relación laboral, los marcos legales no incluían tal modalidad; imperaban las relaciones artesano–maestro y siervo–señor feudal.
Esto significa que la relación salarial fue disruptiva y que, a la luz de los debates modernos, “estaba por fuera de la ley”; era una nueva competencia para las formas tradicionales de producción. Si en esa época hubieran existido organismos como la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC), los artesanos y los siervos hubieran podido demandar a los empresarios capitalistas y, probablemente, habrían declarado ilegales esas prácticas y ordenado el cierre de las fábricas. En ese contexto, el capitalismo no habría existido y la humanidad seguiría sumida en la miseria.
Esta hipotética situación se está haciendo realidad en Colombia con el debate originado por la reciente decisión de la SIC sobre Uber y la competencia con los taxistas. En el debate, robustecido por el anuncio de Uber de salir del país, se hace una crítica generalizada al gobierno por no haber regulado el tema de las plataformas digitales y las nuevas relaciones laborales. Eso demuestra que muchos analistas de Colombia poco y nada conocen del tema.
La revolución tecnológica está generando negocios y formas de vinculación laboral no previstas por las normas, porque el cambio tecnológico siempre va adelante de los marcos jurídicos. Esos cambios modifican la naturaleza del trabajo y de las empresas, como lo demuestra el Banco Mundial en el libro “The Changing Nature of Work” (2019). Para esas nuevas relaciones laborales aún no hay un nombre aceptado universalmente, pero en la literatura especializada predominan las denominaciones de GIG Work y Crowdwork.
Por lo novedosa que es la vinculación GIG, en el mundo, y muy especialmente en las economías desarrolladas, hay un amplio debate entre gobiernos, centros de investigación, prestigiosos académicos y organismos internacionales como el Banco Mundial, la OCDE y la OIT. Además, prestigiosas universidades crearon áreas de investigación específicas que están aportando publicaciones técnicas para entender estos fenómenos. Los debates y los estudios están orientados a definir conceptos, medir el tamaño del mercado, comprender los cambios de naturaleza, establecer las implicaciones sobre los mercados factoriales, explorar los ajustes en los marcos normativos, y plantear alternativas para mejorar el bienestar de la población bajo esas modalidades de relación laboral.
Hasta ahora ningún país ha adoptado cambios regulatorios de fondo, aun cuando hay diversas decisiones gubernamentales puntuales y algunas sentencias judiciales sobre casos específicos. Por esto, Colombia, país en el que el conocimiento y estas discusiones son marginales, no puede apresurarse a expedir leyes; en buena medida ha predominado la sensatez, pero decisiones como la de la SIC pueden ocasionar trastornos.
Por ahora, se podrían adoptar medidas específicas para favorecer la “reinvención” de algunos sectores; por ejemplo, en el caso de los taxis, definir su vida útil, eliminar los cupos, y establecer mecanismos de tarifación por oferta y demanda.
De no hacerlo, podríamos repetir la historia de los luditas, que optaron por romper máquinas; ese es el camino que anuncian los taxistas: “llegaremos a la capital de la república los 480 mil taxis y los tiraremos en toda la capital”. Así, cerraremos las puertas a la innovación y quedaremos en riesgo de volver al mundo de las cavernas.
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Cisnes negros
Publicado en Portafolio el 18 de julio de 2019
Los ataques de Trump a Huawei representan una nueva dimensión de la guerra comercial. Prohibió a las empresas de Estados Unidos venderle insumos y “sugirió” a sus aliados seguir el ejemplo; esto plantea interrogantes sobre el trasfondo de la decisión y el riesgo de quiebra de la empresa.
Sobre el primer tema, parece que el rezago tecnológico de los Estados Unidos frente a la empresa china pudo ser un detonante. Huawei es el líder indiscutido en la carrera por la tecnología 5G, en la cual se fundamentan los desarrollos de internet de las cosas, la robótica y los vehículos autónomos. Pero, en opinión de algunos analistas, la decisión de Trump podría demorar más el desarrollo de 5G en Estados Unidos, mientras tomarían ventaja China y otros países.
Menos evidente, aun cuando no carente de indicios, es la justificación por ciberespionaje. Australia ya había tomado la decisión de restringir las contrataciones con Huawei por temor al espionaje para el gobierno chino. La presunción se fortalece porque en las empresas chinas debe existir una célula del partido comunista y Xi Jinping quiere que el partido aumente su injerencia en los cargos de administración. Además, la Ley de Inteligencia Nacional de China de 2017 establece que “cualquier organización… debe apoyar, ayudar y cooperar con el trabajo de inteligencia del Estado”.
Sobre el segundo tema, cabe destacar la figura de los cisnes negros. Según Nassim Taleb, los cisnes negros son episodios de casi nula probabilidad de ocurrencia, por lo que la gran mayoría de los analistas no los tienen en cuenta. Pero cuando ocurren, generan enormes impactos.
El tema viene a cuento porque la sede principal de la empresa en Shenzhen tiene un lago artificial con cisnes negros. El mensaje para los trabajadores es que, al verlos, todos los días recuerden la importancia de prepararse para lo inesperado.
La curiosidad surge en torno a cómo va Huawei a afrontar el enorme problema que genera el ataque de Trump. No hay nada cierto sobre el tema, pero se especula que ya tiene un sistema operacional que reemplazaría el Android de Google. De igual forma se asevera que tiene existencias de componentes esenciales para un año de fabricación (I. Hilton “The Huawei dilemma”). Es importante tener en cuenta que la empresa es el mayor vendedor mundial de tecnología, destina USD$14 mil millones a I+D (más que Apple, Microsoft e Intel) y tiene alrededor de 70.000 patentes.
La probabilidad de supervivencia de la empresa aumenta con los altibajos en las decisiones de Trump. Los anuncios recientes de permitir por tres meses las ventas de componentes fabricados por empresas estadounidenses y la posible moderación de la prohibición en el marco de la negociación con China, hacen pensar que no se llegará al peor de los escenarios. Quizás algo incida en eso el hecho de que unas 1.200 empresas de los Estados Unidos facturan más de USD$11 mil millones anuales con Huawei.
El mundo queda a la expectativa sobre los dos temas. Uno es la compleja combinación de una guerra comercial con una guerra tecnológica. El otro es si la capacidad de la empresa de prever escenarios extremos y altamente improbables le permitirá sobrevivir. El tiempo nos dará respuestas sobre los dos y sobre su impacto global.
Los ataques de Trump a Huawei representan una nueva dimensión de la guerra comercial. Prohibió a las empresas de Estados Unidos venderle insumos y “sugirió” a sus aliados seguir el ejemplo; esto plantea interrogantes sobre el trasfondo de la decisión y el riesgo de quiebra de la empresa.
Sobre el primer tema, parece que el rezago tecnológico de los Estados Unidos frente a la empresa china pudo ser un detonante. Huawei es el líder indiscutido en la carrera por la tecnología 5G, en la cual se fundamentan los desarrollos de internet de las cosas, la robótica y los vehículos autónomos. Pero, en opinión de algunos analistas, la decisión de Trump podría demorar más el desarrollo de 5G en Estados Unidos, mientras tomarían ventaja China y otros países.
Menos evidente, aun cuando no carente de indicios, es la justificación por ciberespionaje. Australia ya había tomado la decisión de restringir las contrataciones con Huawei por temor al espionaje para el gobierno chino. La presunción se fortalece porque en las empresas chinas debe existir una célula del partido comunista y Xi Jinping quiere que el partido aumente su injerencia en los cargos de administración. Además, la Ley de Inteligencia Nacional de China de 2017 establece que “cualquier organización… debe apoyar, ayudar y cooperar con el trabajo de inteligencia del Estado”.
Sobre el segundo tema, cabe destacar la figura de los cisnes negros. Según Nassim Taleb, los cisnes negros son episodios de casi nula probabilidad de ocurrencia, por lo que la gran mayoría de los analistas no los tienen en cuenta. Pero cuando ocurren, generan enormes impactos.
El tema viene a cuento porque la sede principal de la empresa en Shenzhen tiene un lago artificial con cisnes negros. El mensaje para los trabajadores es que, al verlos, todos los días recuerden la importancia de prepararse para lo inesperado.
La curiosidad surge en torno a cómo va Huawei a afrontar el enorme problema que genera el ataque de Trump. No hay nada cierto sobre el tema, pero se especula que ya tiene un sistema operacional que reemplazaría el Android de Google. De igual forma se asevera que tiene existencias de componentes esenciales para un año de fabricación (I. Hilton “The Huawei dilemma”). Es importante tener en cuenta que la empresa es el mayor vendedor mundial de tecnología, destina USD$14 mil millones a I+D (más que Apple, Microsoft e Intel) y tiene alrededor de 70.000 patentes.
La probabilidad de supervivencia de la empresa aumenta con los altibajos en las decisiones de Trump. Los anuncios recientes de permitir por tres meses las ventas de componentes fabricados por empresas estadounidenses y la posible moderación de la prohibición en el marco de la negociación con China, hacen pensar que no se llegará al peor de los escenarios. Quizás algo incida en eso el hecho de que unas 1.200 empresas de los Estados Unidos facturan más de USD$11 mil millones anuales con Huawei.
El mundo queda a la expectativa sobre los dos temas. Uno es la compleja combinación de una guerra comercial con una guerra tecnológica. El otro es si la capacidad de la empresa de prever escenarios extremos y altamente improbables le permitirá sobrevivir. El tiempo nos dará respuestas sobre los dos y sobre su impacto global.
Multitasking y productividad
Publicado en la Revista MisiónPyme No. 93, octubre - noviembre de 2016
Un creciente número de economistas se plantea interrogantes sobre el impacto de la revolución tecnológica de las últimas décadas en la productividad. En general se esperaba un notable incremento, pero no ha ocurrido.
Diversas interpretaciones al fenómeno han surgido. Algunos mencionan el problema de la contabilidad nacional que no captura el abaratamiento o incluso el costo nulo que tiene para los usuarios el acceso a las nuevas tecnologías, como ocurre en el caso de las comunicaciones. Otros formulan la hipótesis del rezago que se da entre las innovaciones y el impacto en la productividad; lo ilustran con el ejemplo de la introducción de los automóviles y la tecnología del vapor, que tardaron varias décadas en reflejar su impacto en las mediciones de productividad.
Puede haber una explicación complementaria que se mueve lejos de los ámbitos de la academia económica, y se encuentra en el mundo académico de la sicología. Se trata del “multitasking”. El siquiatra Edward Hallowell lo definió como “la actividad mítica en la que las personas creen que pueden realizar dos o más tareas al mismo tiempo”.
Su relación con la productividad surge cuando en el trabajo se utilizan computadores, tabletas y celulares, mezclados con diferentes actividades, creyendo que aumentan la eficiencia, cuando en realidad pueden reducirla. Entre esas actividades están “chatear” durante las reuniones, revisar correos mientras se asiste a una conferencia, participar en las redes sociales a la vez que se elabora un informe técnico, navegar en internet mientras se atiende la llamada de un cliente, etc.
Todo nace de un mito alrededor del multitasking. Se pensó hace algunas décadas que las nuevas tecnologías permitían el desarrollo de habilidades del ser humano, hasta ahora ocultas. Pero ya hace un tiempo que los sicólogos reaccionaron y, con base en numerosos experimentos, demostraron que el cerebro humano está diseñado para realizar una sola tarea a la vez.
Por lo tanto, es imposible hacer varias labores simultáneamente, salvo que una de ellas no exija una actividad intelectual compleja; por ejemplo, caminar y hablar por teléfono, o conducir el automóvil y escuchar música. En los casos que demandan un esfuerzo intelectual no hay simultaneidad, sino una secuencia de cambios de actividad; se suspende temporalmente la redacción de un informe técnico para atender la llamada de un cliente o responder un correo electrónico. Señalan los expertos que esas interrupciones reducen la productividad, por el tiempo necesario para volver a concentrarse en la tarea que fue suspendida.
Un análisis publicado en Harvard Business Review (“The Multitasking Paradox”), detectó, mediante un programa especial, el uso que hacen del tiempo en el computador los trabajadores que cambian poco su foco de trabajo y aquellos que lo cambian con frecuencia (no incluyeron el uso de celular). Los resultados muestran que alrededor del 85% de la jornada laboral del primer trabajador fue trabajo productivo, en tanto que la del segundo apenas alcanzó un 33%.
Esos resultados comprueban el enunciado de la American Psychological Association (APA): “Hacer más de una tarea a la vez, sobre todo más de una tarea compleja, tiene un costo en la productividad” (“Multitasking: Switching costs”).
Christine Rosen comenta que “un estudio realizado por investigadores de la Universidad de California en Irvine monitoreó las interrupciones entre los trabajadores de oficina; se encontró que gastaron en promedio veinticinco minutos para recuperarse de interrupciones tales como llamadas telefónicas o responder correo electrónico y volver a su tarea original”.
Jonathan Spira y Joshua Feintuch estiman que, con una pérdida del 28% de la jornada diaria por interrupciones, las pérdidas en productividad para una empresa de 10 mil trabajadores ascenderían a US$400 millones anuales. Calculan que para Estados Unidos las pérdidas en 2005 habrían ascendido a US$588 mil millones.
Los efectos también se observan en actividades diferentes a las laborales. Se ha comprobado que la combinación inadecuada de tecnología y educación reduce la calidad de la formación académica en las universidades que son permisivas con esas prácticas. Mediante experimentos se evidenció que los estudiantes a los que se les restringe el uso del computador en clase tienen mejor rendimiento que los que no tienen restricción; en ese y en otros estudios se fundamentan algunas propuestas para prohibir su uso en clases en Estados Unidos. Otros estudios han comprobado que el multitasking genera más cansancio, aumenta el estrés, ocasiona accidentes de tránsito e incluso puede afectar la capacidad cognoscitiva.
Hoy vemos que la tendencia al multitasking invadió los sitios de trabajo, las reuniones de amigos, los entornos académicos, los restaurantes y los espacios familiares. En general, en esos ambientes es creciente el aislamiento relativo entre personas que físicamente comparten el mismo espacio.
Al parecer, la tecnología le está jugando una mala pasada a la humanidad. Presuntamente su desarrollo aumentaría la productividad y liberaría tiempo para el ocio. Hoy, todos estamos más ocupados que nunca; no tenemos tiempo disponible porque siempre hay tareas atrasadas. Incluso, lo normal es que los trabajadores tiendan a alargar sus jornadas laborales para proyectar la imagen de lo atareados y comprometidos que están con la empresa. Para colmo de males, en las entrevistas laborales los aspirantes destacan su capacidad para el multitasking, como si fuera un atributo positivo.
¿Significa lo anterior que se debe rechazar la tecnología? Evidentemente, no. Pero sí hay que reeducar a los trabajadores, a los estudiantes, a los conductores y, en general a todos los usuarios sobre su adecuado uso. El paso inicial para las empresas es medir la eficiencia del multitasking y acudir a la creciente literatura que sugiere alternativas para reducir sus nocivos efectos.
Un creciente número de economistas se plantea interrogantes sobre el impacto de la revolución tecnológica de las últimas décadas en la productividad. En general se esperaba un notable incremento, pero no ha ocurrido.
Diversas interpretaciones al fenómeno han surgido. Algunos mencionan el problema de la contabilidad nacional que no captura el abaratamiento o incluso el costo nulo que tiene para los usuarios el acceso a las nuevas tecnologías, como ocurre en el caso de las comunicaciones. Otros formulan la hipótesis del rezago que se da entre las innovaciones y el impacto en la productividad; lo ilustran con el ejemplo de la introducción de los automóviles y la tecnología del vapor, que tardaron varias décadas en reflejar su impacto en las mediciones de productividad.
Puede haber una explicación complementaria que se mueve lejos de los ámbitos de la academia económica, y se encuentra en el mundo académico de la sicología. Se trata del “multitasking”. El siquiatra Edward Hallowell lo definió como “la actividad mítica en la que las personas creen que pueden realizar dos o más tareas al mismo tiempo”.
Su relación con la productividad surge cuando en el trabajo se utilizan computadores, tabletas y celulares, mezclados con diferentes actividades, creyendo que aumentan la eficiencia, cuando en realidad pueden reducirla. Entre esas actividades están “chatear” durante las reuniones, revisar correos mientras se asiste a una conferencia, participar en las redes sociales a la vez que se elabora un informe técnico, navegar en internet mientras se atiende la llamada de un cliente, etc.
Todo nace de un mito alrededor del multitasking. Se pensó hace algunas décadas que las nuevas tecnologías permitían el desarrollo de habilidades del ser humano, hasta ahora ocultas. Pero ya hace un tiempo que los sicólogos reaccionaron y, con base en numerosos experimentos, demostraron que el cerebro humano está diseñado para realizar una sola tarea a la vez.
Por lo tanto, es imposible hacer varias labores simultáneamente, salvo que una de ellas no exija una actividad intelectual compleja; por ejemplo, caminar y hablar por teléfono, o conducir el automóvil y escuchar música. En los casos que demandan un esfuerzo intelectual no hay simultaneidad, sino una secuencia de cambios de actividad; se suspende temporalmente la redacción de un informe técnico para atender la llamada de un cliente o responder un correo electrónico. Señalan los expertos que esas interrupciones reducen la productividad, por el tiempo necesario para volver a concentrarse en la tarea que fue suspendida.
Un análisis publicado en Harvard Business Review (“The Multitasking Paradox”), detectó, mediante un programa especial, el uso que hacen del tiempo en el computador los trabajadores que cambian poco su foco de trabajo y aquellos que lo cambian con frecuencia (no incluyeron el uso de celular). Los resultados muestran que alrededor del 85% de la jornada laboral del primer trabajador fue trabajo productivo, en tanto que la del segundo apenas alcanzó un 33%.
Esos resultados comprueban el enunciado de la American Psychological Association (APA): “Hacer más de una tarea a la vez, sobre todo más de una tarea compleja, tiene un costo en la productividad” (“Multitasking: Switching costs”).
Christine Rosen comenta que “un estudio realizado por investigadores de la Universidad de California en Irvine monitoreó las interrupciones entre los trabajadores de oficina; se encontró que gastaron en promedio veinticinco minutos para recuperarse de interrupciones tales como llamadas telefónicas o responder correo electrónico y volver a su tarea original”.
Jonathan Spira y Joshua Feintuch estiman que, con una pérdida del 28% de la jornada diaria por interrupciones, las pérdidas en productividad para una empresa de 10 mil trabajadores ascenderían a US$400 millones anuales. Calculan que para Estados Unidos las pérdidas en 2005 habrían ascendido a US$588 mil millones.
Los efectos también se observan en actividades diferentes a las laborales. Se ha comprobado que la combinación inadecuada de tecnología y educación reduce la calidad de la formación académica en las universidades que son permisivas con esas prácticas. Mediante experimentos se evidenció que los estudiantes a los que se les restringe el uso del computador en clase tienen mejor rendimiento que los que no tienen restricción; en ese y en otros estudios se fundamentan algunas propuestas para prohibir su uso en clases en Estados Unidos. Otros estudios han comprobado que el multitasking genera más cansancio, aumenta el estrés, ocasiona accidentes de tránsito e incluso puede afectar la capacidad cognoscitiva.
Hoy vemos que la tendencia al multitasking invadió los sitios de trabajo, las reuniones de amigos, los entornos académicos, los restaurantes y los espacios familiares. En general, en esos ambientes es creciente el aislamiento relativo entre personas que físicamente comparten el mismo espacio.
Al parecer, la tecnología le está jugando una mala pasada a la humanidad. Presuntamente su desarrollo aumentaría la productividad y liberaría tiempo para el ocio. Hoy, todos estamos más ocupados que nunca; no tenemos tiempo disponible porque siempre hay tareas atrasadas. Incluso, lo normal es que los trabajadores tiendan a alargar sus jornadas laborales para proyectar la imagen de lo atareados y comprometidos que están con la empresa. Para colmo de males, en las entrevistas laborales los aspirantes destacan su capacidad para el multitasking, como si fuera un atributo positivo.
¿Significa lo anterior que se debe rechazar la tecnología? Evidentemente, no. Pero sí hay que reeducar a los trabajadores, a los estudiantes, a los conductores y, en general a todos los usuarios sobre su adecuado uso. El paso inicial para las empresas es medir la eficiencia del multitasking y acudir a la creciente literatura que sugiere alternativas para reducir sus nocivos efectos.
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