Publicado en el diario La República el 29 de mayo de 2007
En los debates sobre el TLC, un congresista afirmó que la recuperación del cultivo de trigo en Colombia es posible si el gobierno quiere; bastaría con aumentar los aranceles. Sin esa decisión, en su opinión, el cereal desaparecerá.
Con esas añoranzas del pasado, los críticos sugieren que el gobierno seleccionó a dedo cuáles sectores de la actividad productiva permanecen y cuáles desaparecen; así se condenó al trigo y a las familias que lo cultivan.
Como consigna suena bien y es fácil de vender. Como argumento ejemplifica la superficialidad de muchos ataques al TLC. Los críticos olvidan que actualmente Colombia importa 97% del trigo que consume o lo aceptan afirmando que la apertura de los 90 dejó herida de muerte esta actividad y que el TLC le dará el tiro de gracia.
La historia demuestra algo distinto. Desde hace varias décadas Colombia “descubrió” que no tiene las condiciones para producir eficiente y competitivamente el cereal. En su Memoria al Congreso, el Ministro de Economía Aurelio Arango destacó que, a pesar de la fuerte protección aduanera al trigo ($0,08 por kilo), las importaciones fueron cuantiosas en 1940. En ese año había licencia previa, cuota máxima de importación (16 mil toneladas), un arancel equivalente al 106% y cierre de los mercados internacionales por la guerra mundial. Aún así, entre 1939 y 1944 las importaciones representaron el 24% del consumo nacional de harina de trigo.
Alejandro Escobar, Ministro de Agricultura en 1950, afirmó en su Memoria al Congreso: “El trigo se cultiva en Colombia en las zonas frías especialmente en Cundinamarca, Boyacá y Nariño. Como se trata de una planta originaria de la Zona Templada, las variedades, las calidades y los rendimientos no son satisfactorios en estas tierras en donde el clima es determinado principalmente por la altura y no existen regímenes estacionales sino simplemente una periodicidad de las lluvias, muy poco regular.
“La producción nacional de trigo ha sido siempre escasa y el país ha tenido que importar grandes cantidades para atender las necesidades de la industria harinera. En Colombia se destinan 187.000 hectáreas al cultivo del trigo y se producen escasamente 130.000 toneladas anuales al paso que, por ejemplo, en Bélgica en 153.000 hectáreas la producción llega a 600.000 toneladas –año…”.
Este diagnóstico, de hace más de 50 años, se confirma con datos recientes para todos los países del hemisferio. Las importaciones de trigo abastecieron, en promedio, 95.6% del consumo aparente de los países tropicales de América en el año 2004-2005, mientras que los de la zona templada fueron exportadores netos.
Kalmanovitz y López aseguran que el trigo fue desplazado por la valorización de las tierras y el fortalecimiento de cultivos más intensivos en mano de obra y de mayor rentabilidad, como la papa, la ganadería lechera y las flores. En 1960 las importaciones del grano fueron el 53% del consumo y en 1990 el 80%. En ese periodo imperó la protección arancelaria, el sistema de licencias previas y el monopolio estatal en la importación de alimentos.
Con base en esa realidad, el gobierno diseñó acciones recientes en favor de las familias que dependen del cultivo: garantía de compra de la cosecha por 5 años, asesoría para la reconversión a otras actividades y capacitación en la fabricación de productos de mayor valor agregado, entre otras.
Puesto el tema en este contexto, es evidente que los aranceles no son una solución mágica. Décadas de protección y de subsidios al cultivo y a la investigación no lograron desarrollar una producción competitiva; sólo acarrearon un precio más oneroso al consumidor. ¿Por qué ahora podría ser diferente?
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