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Inteligencia migratoria

viernes, 22 de agosto de 2025

 

Publicado en Portafolio el 22 de agosto de 2025.

La migración enfrenta dos corrientes contrapuestas: la floreciente xenofobia del mundo desarrollado y la creciente emigración desde países en desarrollo por la violencia y la falta de oportunidades.

En ambos casos hay factores comunes: el ascenso del populismo, la pasividad de los gobiernos para apaciguar la antimigración y el menosprecio a los impactos económicos; además, algunos países aplican políticas autoritarias. El Peterson Institute estima una reducción del PIB de EE.UU. de 1,2% en 2028 si deportan 1,3 millones de personas (“Mass Deportations Would Harm the US Economy”, 2024).

La inmigración tiene efectos positivos en crecimiento económico, oferta de empleo, consumo, mayor orientación al emprendimiento respecto a la población local y amortiguamiento de las tasas negativas de natalidad y de envejecimiento poblacional. Según el McKinsey Global Institute los migrantes generaron el 9,4% del PIB mundial en 2015, aun cuando solo representaron el 3% de la población mundial (“People on the Move: Global Migration’s Impact and Opportunity”, 2016).

El Migration Policy Institute afirma que en EE.UU. “los inmigrantes participaron en el desarrollo del 30% de las patentes en industrias estratégicas en los últimos años, y más del 40% de las empresas de la lista Fortune 500 fueron fundadas por inmigrantes” (“Immigrants and the U.S. Economy”, 2024).

Para la Zona Euro, el FMI estima que los migrantes contribuirán con un aumento del 0,5% al PIB potencial en 2030; esto equivale a cerca del 50% del incremento total estimado (“Migration into the EU: Stocktaking of Recent Developments and Macroeconomic Implications”, 2024).

Por contraste, escasean los estudios sobre los costos de la emigración para las economías en desarrollo. Se resaltan los beneficios de las remesas, pero no se miden los efectos negativos de la pérdida de capital humano en el crecimiento económico; tampoco se tienen en cuenta las tendencias de envejecimiento ni las inminentes caídas absolutas de la población, como se anticipa que ocurrirá en Colombia en los próximos años.

El caso colombiano es dramático y demanda medidas urgentes. Según el Internal Displacement Monitoring Centre, en los años 2022 y 2023 se registraron los números más altos de personas desplazadas forzosamente por el conflicto y la violencia de los últimos 15 años (338.665 y 293.191, respectivamente). Como contraparte, no tiene el país una política migratoria y, hasta antes de la masiva migración venezolana, éramos uno de los países más cerrados del mundo a esos flujos.

Conclusión: es evidente la poca inteligencia de los países desarrollados con la inmigración y de los países como Colombia tanto en la emigración como la inmigración; la violencia expulsa miles de familias y no hay una política de atracción de personas con alta formación que permitan amortiguar los efectos del envejecimiento y la reducción de la población.

Trump y el mundo que viene

viernes, 22 de noviembre de 2024

 

Publicado en Portafolio el 2 de noviembre de 2024

La incertidumbre debería ser menor en este segundo periodo de Trump y muchos de los interrogantes de los analistas sobre lo que viene para el mundo en los próximos años ya deberían tener respuesta. Sin embargo, como anota Peter Feaver, profesor de Duke University, “debido a la imprevisibilidad de Trump, su estilo errático y su pensamiento poco coherente, algunas de esas mismas preguntas siguen abiertas hoy en día”.

Por eso son muy preocupantes los potenciales impactos de sus políticas extremistas en el mundo, en un escenario de fragmentación de la globalización, malestar social y ascenso del populismo.

China enfrenta dificultades con la amenaza de Trump de un arancel del 60% a los productos chinos. La reacción anticipada de esta nación al cambio de entorno ha sido la ubicación de fábricas en varios países. En el caso de Estados Unidos, China busca beneficiarse del nearshoring con inversiones en América Latina; el problema es que Trump puede bloquear esta “filtración” impactando negativamente a los países de la región que exporten productos chino-latinoamericanos con las preferencias de los TLCs.

En la Unión Europea hay un creciente fraccionamiento con el ascenso del populismo de derecha y de izquierda, que dificulta la toma de decisiones comunitarias para afrontar los nuevos escenarios. Es probable que Trump reduzca el apoyo a Ucrania, incrementando los riesgos que representa Rusia para Europa; además, es posible que retome su decisión de reducir el respaldo a la OTAN. Esto obligará a la UE a un mayor gasto militar, agravando los altos niveles de endeudamiento y forzando el sacrificio de las políticas sociales.

América Latina seguirá siendo el patio trasero, salvo quizás por los problemas migratorio y de narcotráfico. China está aprovechando ese vacío con inversiones y créditos, ejemplo de lo cual es la reciente inauguración del megapuerto de Chancay en Perú, con la presencia de Xi Jimping.

Ese contexto pilla a Colombia en malas condiciones. El actual gobierno mostró su incapacidad para implementar políticas de reactivación y, por el contrario, se ha empeñado en políticas y reformas que mantienen deprimida la inversión, deterioran sectores como el de la minería, los servicios públicos y la salud, ponen en entredicho la sostenibilidad fiscal y desincentivan la generación de empleos formales. Así, el país está condenado a mediocres tasas de crecimiento que, en el mejor de los casos, serán del 3% según las propias proyecciones del gobierno. Las políticas de Trump le darán una mano al gobierno Petro con el anuncio de imponer un arancel del 10% a todas las importaciones y deportar a Colombia muchos de los más de 200 mil migrantes ilegales que huyeron del país en busca de un mejor porvenir.

Mal en productividad

jueves, 18 de abril de 2024

 

Publicado en Portafolio el 18 de abril de 2024

Según el FMI, “la productividad total de los factores (PTF) de Colombia cayó y luego se estancó durante las últimas tres décadas” (“Colombia Selected Issues”; March 2024). La PTF disminuyó más del 10% desde 1990 hasta 2019 y sus estimaciones indican que en los años siguientes no ha crecido.

El FMI muestra que la PTF sectorial registra grandes diferencias. Solo el sector de construcción y el de comercio y transporte tienen una evolución positiva, aun cuando su tendencia es descendente en los años más recientes; en los demás casos, es notable el estancamiento y la caída con relación al año base. En el caso de la minería, se registró una reducción del 30% en su productividad hasta 2014 y en el sector manufacturero su caída fue del 7% entre 2005 y 2019.

Las mediciones del FMI preocupan por dos razones. Primera, porque uno de los principales determinantes del crecimiento sostenido de una economía es el incremento de la productividad. Segunda, porque es un problema conocido en Colombia desde hace varias décadas y no se ha solucionado. Es evidente que hay graves fallas de implementación de políticas y que algo se está haciendo mal.

Según el FMI un factor determinante de la baja productividad en Colombia es la mala asignación de recursos. Aun cuando no ahonda en la explicación de las razones de la mala asignación, sugiere que “podrían ser obstáculos específicos de la industria y de las empresas, como impuestos, incentivos adversos, acceso al financiamiento, rigideces del mercado laboral, burocracia o incertidumbre política”. 

Eduardo Lora (“Economía esencial de Colombia”) resalta varias formas de mala utilización de los recursos: 1. Recursos no utilizados, como lo refleja el alto nivel de desempleo. 2. Empleos inadecuados; por ejemplo, ingenieros que se ganan la vida en Uber. 3. Recursos utilizados en actividades socialmente improductivas (corrupción, narcotráfico). 4. Falta de inversión en bienes públicos; lo ilustran los altos costos de transporte. 5. Mala administración de las empresas: se tolera “el mal desempeño de sus trabajadores y no incentivan la productividad laboral”. 6. La producción no está orientada a las actividades con ventajas comparativas. 7. Mala asignación intertemporal de los recursos; es el caso de la preferencia por la producción para el consumo actual, sacrificando la inversión.

Colombia debería tener un gran debate sobre este tema, teniendo como norte la sentencia de Paul Krugman que destaca su crucial importancia: “La productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo. La capacidad de un país de mejorar su nivel de vida a lo largo del tiempo depende casi que por entero de su capacidad de aumentar su producción por trabajador”.

PIB en graves problemas

jueves, 22 de febrero de 2024

 

Publicado en Portafolio el jueves 22 de febrero de 2024 

El mundo está en un proceso de reingeniería de la globalización, cuya principal manifestación es el nearshoring, que consiste en la reubicación de empresas cerca de sus consumidores; para el caso de América, las empresas retornan a Estados Unidos o se establecen en países cercanos. 

En ese contexto, las economías latinoamericanas luchan por atraer la inversión de empresas que produzcan en ellas para exportar a Estados Unidos. Atraerlas implica brindar estabilidad en las reglas de juego, disponibilidad de capital humano de alto nivel, infraestructura adecuada, ventajas competitivas y creciente productividad.

Pareciera que Colombia no quiere subirse a ese tren. Las reglas de juego cambian frecuentemente y la creciente incertidumbre afecta negativamente la inversión; en 2023 la formación bruta de capital cayó en 24,8% anual y el rubro más afectado fue el de maquinaria y equipo (-16,2%), que se considera como un indicador de la inversión privada.

Igual de grave o más es la caída de la inversión en infraestructura, que es básica para la productividad y la competitividad y es un indicador de la inversión pública. El rubro “Otros edificios y estructuras”, que incluye la construcción de carreteras y proyectos de servicio público, no ha recuperado el nivel anterior a la pandemia; su valor total en 2023 fue menor en 36,4% al de 2019.

Por sectores, el Indicador de Seguimiento a la Economía (ISE) revela que el crecimiento prácticamente quedó estancado desde finales de 2021, como consecuencia de la pérdida de dinamismo de minería, construcción, comercio e industria. El valor agregado (PIB) en los dos primeros se mantiene por debajo de los niveles prepandemia, el del comercio se estancó desde el cuarto trimestre de 2021 y el de la industria viene en caída desde el tercer trimestre de 2022.

Colombia no aprovechó el ciclo de precios alcistas del mercado internacional después de la pandemia, lo que se puede explicar por la situación descrita. En esta materia, hay un grave problema estructural de las exportaciones que debería ser tema de gran debate, pero pasa desapercibido: desde 2018 el volumen exportado cayó continuamente tanto en las exportaciones minero-energéticas como en las demás; en los años en que creció el valor de las exportaciones fue por un efecto precio; la canasta exportadora sigue altamente concentrada en minero-energéticos; y el TLC con Estados Unidos no se ha aprovechado.

En síntesis, la economía colombiana parece estar en otra galaxia que no tiene nada que ver con el nearshoring; la productividad no crece y sectores productivos de alto impacto en el PIB y en el empleo lucen estancados o en franco retroceso. ¿Cuándo habrá un programa de reactivación y de solución de los problemas estructurales?

La inflación y el FMI

viernes, 21 de abril de 2023

 

Publicado en Portafolio el 21 de abril de 2023

La evolución de la inflación en Colombia desde mediados del 2021 tiene tres características comunes con el resto del mundo: las más altas variaciones en décadas, las dificultades para reducirla a los niveles prepandemia a pesar de las elevadas tasas de interés, y la confluencia de choques de oferta y de demanda.

Los informes del FMI de la reciente revisión de políticas de Colombia resaltan dos importantes aspectos de la inflación en el país. El primero es que su aceleración empezó más tarde que en Brasil, Chile, México y Perú. Esto implica que la crítica a la Junta Directiva del Banco de la República por no reaccionar oportunamente carece de sentido; es difícil tratar un cáncer antes de detectarlo.

El segundo es un ejercicio que calcula el impacto de los diversos choques. Los resultados muestran que en el cuarto trimestre de 2021 el 41,2% de la inflación total fue ocasionado por choques externos, asociados con el petróleo, los alimentos y los costos de los fletes marítimos; en promedio, en 2022 el componente externo aportó alrededor del 32% de la total y el 27% de la básica.

Sin embargo, los choques domésticos aportaron más que los externos. En promedio, explican el 36% de la inflación total y el 35% de la básica del 2022. Por la magnitud de su aporte, el FMI divide los domésticos en choques de demanda, de tasa de cambio y de oferta; en ellos se incluyen los eventos climáticos, los efectos duraderos de las protestas sociales, los mecanismos de indexación y la depreciación.

En ese contexto se entiende por qué ha resultado tan difícil “quebrarle el espinazo” a la inflación. El peso relativo de los choques externos es alto y ellos no se pueden doblegar con la política monetaria o con las políticas del gobierno. Cuando hay un choque interno de oferta, por ejemplo cosechas que se dañan por inundaciones, el gobierno puede mitigar el impacto mediante importaciones de alimentos; pero sus decisiones son estériles cuando los precios internacionales suben por la invasión rusa a Ucrania.

Por fortuna, los precios internacionales están disminuyendo desde mediados del 2022 y la demanda se está debilitando por las altas tasas de interés. Si no ocurre algo extraordinario con el conflicto ruso-ucraniano o con choques internos, pronto veremos el punto de inflexión de la inflación en Colombia; no obstante, todos los analistas prevén que el retorno al rango meta entre 2,0% y 4,0% será lento.

En síntesis, Colombia enfrenta uno de los más complejos episodios de inflación en la historia económica del país y lamentablemente los costos de controlarla pueden ser altos en términos de crecimiento y empleo.

Egipto, Turquía y Colombia

viernes, 20 de mayo de 2022


Publicado en Portafolio el 20 de mayo de 2022

Los gobiernos colombianos suelen solucionar numerosos temas cruciales por tres vías: expedir leyes y decretos que poco se cumplen; contratar “misiones de estudio” para diagnosticar lo que, con frecuencia, ya está diagnosticado; o “patear la pelota hacia adelante”, heredando los costos políticos de las reformas estructurales a los sucesores. Así, el país cuenta con magníficas normas jurídicas, excelentes recomendaciones técnicas en muchos campos y montones de decisiones postergadas mientras los problemas se agravan.

No vemos que el país se entretiene alimentando inextricables marcos jurídicos, gastando recursos en “misionitis” y “pateando la pelota”, mientras el mundo avanza y cada vez nos rezagamos más; no solo no hemos podido cerrar las brechas de ingreso con las economías desarrolladas, sino que las que iban detrás nos alcanzan y nos superan.

En mis recientes vacaciones viajé a Turquía y Egipto. No son economías desarrolladas, pero los contrastes de esos países con Colombia son impactantes. Es interesante la comparación, pues si bien estamos mejor en algunos aspectos, ellos nos aventajan en otros que son centrales en la aceleración del desarrollo y por eso registran una dinámica de largo plazo mejor que la colombiana. El primero tiene un ingreso per cápita que duplica el colombiano; el del segundo es la mitad del nuestro. Pero en 1960 el de Colombia era el 404% del de Egipto y el 74% del de Turquía; en 2020 esas relaciones fueron del 236% y del 48%, respectivamente.

Aun cuando en el índice de competitividad del Foro Económico Mundial de 2019 estamos en un rango similar, esos dos países nos llevan gran ventaja en infraestructura (puestos 52 y 49 frente al 81 de Colombia) y en la calidad de las instituciones (puestos 82 y 71 frente a 92).

Adicionalmente, sus indicadores de seguridad son mejores. En el índice de crimen organizado Colombia fue el segundo entre 196 países en 2021, mientras que Turquía fue el 12 y Egipto el 79. En seguridad vial, la tasa de mortalidad de Colombia fue 15,4 por 100.000 habitantes en 2018; la de Turquía 8,4 y la de Egipto 10,1, a pesar de su caótico tráfico y la indisciplina de los peatones.

Múltiples factores explican las diferencias de desarrollo entre países, pero salta a la vista que nos están tomando la delantera los que sí adoptan decisiones estratégicas para proveer bienes públicos de calidad, brindar mayor seguridad a su población y buscar la superación de los problemas de distribución del ingreso. En Colombia nos vanagloriamos de enunciar que tenemos potencial en todo, pero no reflexionamos por qué sigue siendo una esperanza de futuro y no se toman las decisiones para convertirlo en realidad.

¿Inflación para rato?

viernes, 25 de marzo de 2022

 

Publicado en Portafolio el viernes 25 de marzo de 2022

La inflación se “disparó” de 1,49% en noviembre de 2020 a 8,01% en febrero de 2022. Los datos son preocupantes; el nivel actual es el tercero más alto en lo corrido de este siglo, el acumulado de los dos primeros meses (3,33%) solo es superado por el del año 2000 y el incremento de precios de los alimentos (23,3%) es el más alto en 24 años.

Este es un problema global que está alcanzando niveles insospechados. La inflación de Estados Unidos en febrero es la más alta en 40 años; la de Alemania, Reino Unido, España y Canadá es la mayor en 30 años.

En Colombia hay quienes creen que, al ser un problema internacional, la política monetaria local es ineficaz. Cierto es que las cadenas de suministro tienen dificultades igual que la oferta de algunos productos básicos, pero también hay factores locales. Las restricciones por la pandemia, los programas de transferencias monetarias y otros apoyos directos generaron “excesos de ahorro”. Con la “reapertura” de la economía se desató la demanda de los hogares, que en 2021 creció el 14,6% en términos reales, mientras el PIB lo hizo al 10,6%. 

Los debates internacionales giran en torno a si las expectativas inflacionarias se desanclaron, y si los precios retornarán pronto a sus niveles de largo plazo o sí, por el contrario, habrá inflación para rato. Recientemente Olivier Blanchard afirmó que la elevada inflación en Estados Unidos puede persistir por buen tiempo (“Why I worry about inflation, interest rates, and unemployment”; March 14, 2022). Destaca la actual brecha de 12% entre la inflación básica y la tasa real de interés de la FED y la compara con el episodio inflacionario de mediados de los setenta, con una brecha de 17%; recalca que en este caso fueron necesarios ocho años y el aumento de 1.300 puntos básicos en la tasa de interés real para bajar la inflación a niveles del 4%. Además, hay incertidumbre sobre la duración de los efectos de la guerra en Ucrania en los precios de la energía, los alimentos, los insumos agrícolas y el funcionamiento de las cadenas de suministro.

En Colombia la brecha entre la inflación básica (núcleo 15) y la tasa de política monetaria es cercana al 8%. De esa brecha y de lo expuesto surgen muchos interrogantes: ¿cuánto más subirá la tasa la autoridad monetaria para cerrar la brecha? ¿cuál será su impacto en el crecimiento económico? ¿cuánto tardarán en bajar los precios? ¿qué pasará en un escenario más crítico de la guerra en Ucrania? ¿qué más puede hacer el gobierno para mitigar los efectos internacionales dada su restricción presupuestal y el abultado déficit fiscal?

La carta a los candidatos

viernes, 17 de diciembre de 2021

 

Publicado el 17 de diciembre de 2021 en Portafolio

Pese al crecimiento esperado del PIB del 10% en 2021, la situación económica que enfrenta el país es muy compleja y va a requerir un paquete de reformas sólidamente estructuradas por el equipo técnico del nuevo presidente. Hay problemas de fondo que se vienen aplazando, pero el margen de maniobra se está cerrando; entre más se demoren las medidas para superarlos, menos factible será alcanzar una senda de mayor crecimiento, descenso de la pobreza, distribución más equitativa del ingreso y mejora del bienestar.

Ante ese panorama, un amplio grupo de profesionales envió una carta abierta a los candidatos y precandidatos a la Presidencia de la República, que contiene un diagnóstico de la situación y propuestas para una agenda realista de las reformas urgentes que necesita Colombia. El texto completo puede ser consultado en https://www.eltiempo.com/economia/sectores/expertos-presenta-propuestas-a-precandidatos-a-la-presidencia-638811.

La economía colombiana registra una situación fiscal difícil: hay que reducir el alto endeudamiento público, bajar el gasto y enfrentar las presiones sociales, derivadas en parte de la pandemia. El desempleo aumentó notablemente y la recuperación que se viene observando en el mercado laboral, además de ser lenta, se fundamenta en el crecimiento de la informalidad que nuevamente ronda el 63%. La pobreza y la pobreza extrema están en los niveles más altos de los últimos nueve años. La pandemia ha puesto en evidencia los problemas de baja productividad y lento crecimiento del PIB y las vulnerabilidades implícitas en una canasta exportadora altamente concentrada.

La carta propone acciones en materia de seguridad social, con el objetivo de superar las limitaciones del sistema pensional y de salud, reducir las cargas de la nómina y proteger a la población mayor de 70 años que carece de pensión. En el tema tributario se resaltan las propuestas de centros de investigación como Fedesarrollo y el Cede, a los que habría que sumar los excelentes informes técnicos de diversas misiones relacionadas con los temas de la hacienda pública.

El crecimiento económico debería superar el 5% anual, lo que demanda evolucionar hacia una estructura productiva más sofisticada, lograr exportaciones de mayor contenido tecnológico y diseñar la transición energética del país. También se requieren reformas institucionales para combatir la corrupción y superar la inoperancia estatal. En el primer asunto no solo hay que cambiar las percepciones de las personas sino acometer reformas en los entes de control. Sobre el segundo, es muy grave la presencia de agentes ilegales que suplantan al Estado en diversas zonas.

En síntesis, la carta es una invitación al debate de los candidatos con la sociedad sobre unos temas que no son los únicos, pero sí los más apremiantes de cara al futuro de Colombia.

Crecimiento versus bienestar

viernes, 19 de noviembre de 2021

 

Publicado en Portafolio el viernes 19 de noviembre de 2021

Sin duda, el crecimiento económico es muy importante. Pero más relevante es cómo se distribuyen sus beneficios entre las personas de un país y contribuyen a mejorar el bienestar.

Esa es una preocupación de la economía y por décadas ha generado amplios debates sobre cómo medir las ganancias en el bienestar de la población. En 2008 el presidente francés Nicolás Sarkozy convocó una comisión de alto nivel para “la medición del desarrollo económico y del progreso social”, liderada por Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi.

A partir de la literatura que surgió del informe de esa comisión, la OCDE diseñó e implementó lo que denomina el “Marco de bienestar de la OCDE”, que tiene cuatro características relevantes: 1. Se concentra en las personas y no en el sistema económico. 2. Se enfoca en dos dimensiones denominadas el bienestar actual y recursos para el bienestar futuro. 3. El análisis de la distribución del bienestar en la población. 4. La incorporación de aspectos objetivos y subjetivos.

Un ejemplo de aplicación de la segunda es la educación. Se suele dar importancia al gasto en educación o al número de estudiantes que se gradúan; en la dimensión actual se considera más relevante el desempeño de los estudiantes. Esto no significa desechar las primeras variables, sino complementarlas con el enfoque en las personas.

Esa metodología es aplicada por la OCDE a sus países miembro y los resultados son publicados (How’s Life?) para orientar decisiones de política. Ahora propone a los países latinoamericanos desarrollar indicadores para que puedan aplicar un “enfoque de bienestar en la política”. En octubre del 2021 la OCDE publicó un interesante libro titulado “How’s Life in Latin America?: Measuring Well-being for Policy Making”. Ahí se plantean enfoques participativos y multidimensionales que “pueden contribuir a reforzar el contrato social entre gobierno y ciudadanos”.

Los recursos para el bienestar futuro abarcan el capital económico, el capital humano, el capital social y el capital natural. El análisis de los planes de desarrollo de 15 países de la región evidencia que los dos últimos prácticamente no se toman en cuenta. Pero, como destaca la OCDE, “las recientes revueltas son un indicio de la fragilidad del contrato social en la región, que presenta un apoyo cada vez menor a la democracia electoral, escasa confianza en el gobierno, y altos niveles de percepción de la corrupción, discriminación y sensación de que la distribución de los ingresos es injusta”.

El enfoque de bienestar para las políticas públicas es una excelente propuesta de la OCDE que deberían incorporar los candidatos a la presidencia de Colombia en sus discursos, en especial cuando la inconformidad está asociada a problemas del contrato social.

Paz y crecimiento económico

viernes, 17 de junio de 2016
Publicado en Portafolio el 17 de junio de 2016

Una de las esperanzas generadas por las negociaciones de paz es un mayor crecimiento económico. La teoría pareciera sustentarla, pues enuncia que una guerra civil reduce el PIB per cápita y su terminación lo incrementa. No obstante, hay matices a considerar para no sobredimensionar el efecto esperado de la paz en Colombia.

Según un estudio del PNUD (Post-Conflict Economic Recovery. Enabling Local Ingenuity; 2008), los impactos económicos de las guerras civiles dependen de la proporción de la población involucrada en el conflicto, la duración, la extensión geográfica y el grado de debilitamiento del gobierno.

Casos como el de Uganda, en el que las zonas en conflicto fueron periféricas, afectaron poco la actividad económica, mientras que en Afganistán, Camboya y Mozambique los efectos fueron devastadores al abarcar todo el territorio.

El mismo estudio indica que la duración puede tener efectos dispares: entre más prolongado el conflicto, mayores serán los impactos negativos esperados; pero también puede generar resiliencia del crecimiento, por la adaptación de la población al entorno.

El PNUD encontró que 26 de las 29 economías analizadas registraron variaciones negativas del PIB per cápita durante el conflicto, con las únicas excepciones de Bosnia (3.6%), Papúa Nueva Guinea (1.7%) y Guatemala (0.9%). Colombia supera dos de ellas, pues su tasa media anual de crecimiento del PIB per cápita fue 2.2% en los últimos 55 años.

En ese contexto, el caso colombiano (que no estudió el PNUD) se clasificaría, como marginal –por su cobertura geográfica y por la proporción de la población involucrada–, y como un conflicto de larga duración que generó resiliencia del crecimiento.

Según Paul Collier (“On the Economic Consequences of Civil War”; 1998), la caída del PIB per cápita “es explicada en parte porque la guerra reduce directamente la producción y en parte porque ella causa una gradual pérdida del stock de capital, debido a la destrucción, el desahorro y la migración de recursos al exterior”.

Cabría esperar, por lo tanto, que el crecimiento de la economía en el postconflicto proviniera en buena parte de la recuperación de la inversión. Pero, como señala Collier, “a pesar de los graves efectos de la guerra civil, la restauración de la paz no produce necesariamente un dividendo”, porque las condiciones económicas no vuelven a su normalidad de manera automática y, por el contrario, en los primeros años es alto el riesgo de recaer en el conflicto.

Por contraste, en Colombia, pese al conflicto, la inversión creció al 5.0% anual promedio en el periodo 1960-2014, y el coeficiente de inversión a PIB bordea el 30%, uno de los más altos de la región.

Hay estudios que atribuyen a la paz en Colombia un crecimiento del PIB que va entre 0.4 y 4.0 puntos porcentuales adicionales, pero varios de ellos no toman en cuenta los aspectos señalados. De igual forma, la comparación con otros conflictos pasa por alto que, en la mayoría, los acuerdos involucraron a todos los actores de la confrontación. En Colombia, después de cuatro años de negociación, es probable un acuerdo con las Farc; entre tanto, el Eln y las bacrim se enfrentan para “adueñarse” de los territorios hasta ahora dominados por las Farc.

Todos anhelamos la paz y esperamos impactos económicos positivos. Pero hay que aterrizar las expectativas.

Brasil: ¡qué mal ejemplo!

viernes, 12 de febrero de 2016
Publicado en Portafolio el 12 de febrero de 2016

Con la flaca memoria que nos caracteriza, pocos recordarán que aquellos que vienen sosteniendo que en Colombia no hay política industrial proponían a Brasil como el ejemplo a seguir.

Aun cuando nunca lo aceptaron abiertamente, lo que en el fondo deseaban era fortalecer las políticas proteccionistas, pues esa es la base de la política industrial brasileña. Hoy, los resultados de tales políticas están a la vista. Según The Economist: “Brasil ha protegido a sus empresas de la competencia internacional. Esa es una razón por la cual, entre 41 países cuyo desempeño fue medido por la Ocde, su productividad manufacturera es la cuarta más baja”.

La economía brasileña viene enfrentando la recesión más prolongada de su historia (The Economist); la variación del PIB en el 2015 fue -3,8 por ciento y para el 2016 se proyecta en -3,5 por ciento. Aun cuando hay factores coyunturales, como la caída de los precios internacionales de los productos básicos y la depreciación del real, estos fueron acentuados por problemas de fondo, como la calidad de las políticas macroeconómicas y la corrupción que recientemente se empezó a ventilar.

En el frente fiscal hay serios problemas. El déficit fiscal aumentó de 2,0 a 10 por ciento del PIB entre el 2010 y el 2015, la deuda pública es el 70 por ciento del PIB, y su servicio alcanza al 7 por ciento del PIB. En su afán por reducir este desbalance, el gobierno viene aumentando la carga tributaria de las empresas, a costa de su competitividad.

Según el Doing Business 2016, Brasil tiene la décima primera tasa efectiva de tributación empresarial más alta del mundo (69,2 por ciento), ligeramente menor a la de Colombia (69,7 por ciento) que es la décima. Según la Ocde, el 88,4 por ciento del recaudo de impuestos directos proviene de las empresas y solo el 11,6 por ciento de las personas.

Por si fuera poco, Brasil es el país del mundo en el que los empresarios gastan más tiempo para pagar sus tributos: ¡2.600 horas/año! En comparación, la media de América Latina es 360 horas, y en Colombia, 239 horas.

La inflación está en 11,3 por ciento anual, por lo que el banco central subió la tasa de interés al 14,25 por ciento. Pero, dado que el banco no es autónomo, el ajuste de su tasa de intervención a los niveles requeridos le plantea un dilema, por sus impactos sobre el servicio de la deuda pública.

El sistema pensional es una bomba de tiempo. The Economist destaca cómo Brasil, con una población joven, gasta más recursos en pensiones (cerca del 12 por ciento del PIB) que Japón, que tiene una población más vieja y es una economía más rica. Las edades de retiro son bajas, los trabajadores públicos, los militares y los políticos pueden acumular varias pensiones y, como en Colombia, la pensión mínima es igual al salario mínimo.

Para completar ese complejo panorama macroeconómico, según The Economist, alrededor del 90 por ciento del gasto público está protegido contra los recortes, por la Constitución y las leyes.

En ese contexto, es muy complejo realizar los ajustes que la economía necesita para retornar a la senda de crecimiento que registró a comienzos del siglo. Por eso las calificadoras le quitaron el grado de inversión.

En síntesis, es evidente que Brasil no es un modelo de desarrollo económico para seguir en Colombia.

Venezuela: ¡Qué desastre!

viernes, 18 de septiembre de 2015
Publicado en Portafolio el 18 de septiembre de 2015

“Los líderes populistas como Chávez… coinciden en tomar una parte de la población y volverla el enemigo interno, que junto con el enemigo externo se convierten en lo que los populistas llaman «antipueblo». En cada discurso el populista busca insertar odio en la sociedad; hacer que el pueblo odie al «antipueblo». Una vez así, logra que parte del pueblo se enamore de él, le perdone todos los robos, actos de corrupción, cambios de Constitución, falta de justicia; porque supuestamente todo lo que el populista hace es en nombre del pueblo. Y cualquier cosa que vaya mal, siempre será culpa del «antipueblo»”.

Esta descripción que la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez hace del populismo de Chávez, también aplica a la perfección a Maduro, su heredero. Ahí están claras las razones por las que Maduro la tomó contra los migrantes colombianos. Los convirtió en el «antipueblo» externo para disimular el gran desastre económico al que el pomposamente denominado “Socialismo del siglo XXI” llevó a Venezuela; también los usa ahora que ve el riesgo de perder las elecciones del próximo diciembre, como una forma de acallar al «antipueblo» interno.

Los problemas de la frontera llevan décadas sin que se adopten las medidas correctivas. En su columna de Semana (“Conversaciones con Maduro y Santos”), el analista León Valencia comenta que el libro “La frontera caliente”, publicado en 2011 con Ariel Ávila, evidenció los crecientes problemas de contrabando, narcotráfico y presencia de “grupos ilegales que en complicidad con sectores de la fuerza pública y con líderes políticos de los dos lados controlaban negocios jugosos”. Por eso, es ridículo que Maduro saque a relucir esos problemas como si fueran nuevos y que, adicionalmente, aduzca el ataque a militares venezolanos por parte de paramilitares colombianos como el detonante del cierre de la frontera.

Por lo primero, debería jalarse las orejas por la pasividad frente a un problema de tantos años. Con relación a lo segundo, la revista Semana (“¿Cuál fue “el florero de Llorente” de la crisis en la frontera”?) afirma que el ataque es un hecho oscuro, que posiblemente está relacionado con un choque entre militares de ese país, a raíz de la intromisión de un grupo de inteligencia en asuntos del llamado cartel de los soles.

En materia económica pocos gobernantes se pueden vanagloriar de haber causado un desastre económico tan grande como el de Chávez y Maduro. Venezuela, la economía con las mayores reservas de petróleo en el mundo, desperdició la bonanza de precios que le significó la entrada de más de US$800 mil millones en el presente siglo.

Su “modelo de desarrollo endógeno” tiene totalmente desabastecido el mercado y los consumidores enfrentan el racionamiento y las largas filas del socialismo ruso y cubano para adquirir bienes básicos. La pobreza aumentó del 25.4% en 2012 al 32.1% en 2013. La inflación es la más alta del mundo (145.5% según Latin American Consensus Forecasts). El FMI estima que el PIB caerá 7% este año. Su tasa de homicidios (53.7 por cada 100 mil habitantes) es de las más altas del planeta y la de Caracas (134) es ocho veces superior a la de Bogotá.

No podemos darle papaya a Maduro, que con sus payasadas busca en Colombia los pretextos para aplazar las elecciones.

TLC Colombia – Estados Unidos: ¿Un fracaso?

viernes, 24 de julio de 2015
Publicado en la revista Fasecolda No. 160, julio de 2015

El comercio internacional de Colombia está en la picota pública por cuenta del enorme déficit comercial que se registra desde al año pasado, explicado básicamente por el comercio con Estados Unidos. Justamente por eso, hay analistas que le achacan ese resultado al presunto fracaso del TLC, que en mayo pasado completó tres años de vigencia.

Esas posiciones pasan por alto el entorno internacional y reflejan lecturas a medias de la información disponible. Un análisis más objetivo de las cifras y de los hechos muestra que no hay tal fracaso.

El comercio internacional no sirve

Al celebrarse el tercer año de vigencia del TLC de Colombia con Estados Unidos aparecieron diferentes críticas, que evidencian, una vez más, una muy particular interpretación del comercio internacional, la debilidad de los argumentos para evaluar los acuerdos comerciales y el desconocimiento de los tiempos en que se deben producir los impactos de este tipo de acuerdos.

Sobre este último aspecto, se sabe que los acuerdos comerciales no producen efectos en el corto, sino en el mediano y en el largo plazos. Esto porque los cambios más importantes provienen de procesos de reasignación de recursos en la economía. Los impactos de corto plazo se fundamentan en la estructura del comercio al momento de entrar en vigencia el acuerdo, es decir, en el aprovechamiento de las ventajas en productos que ya están en los mercados internacionales.

El análisis de Recalca (2015) señala que los efectos negativos son peor de lo esperado por los más pesimistas. Para sostener sus afirmaciones, este organismo elabora su propia visión del comercio internacional:

“El comercio es importante como mecanismo de transmisión de riqueza, pero no de creación de la misma. Si un país fabrica aviones, que otro no puede producir, el comercio libre de estos favorece a ambas naciones. Sin embargo, no se puede perder de vista que la riqueza generada, resultado de la transformación de energía, materiales y mano de obra en una manufactura, es para el país que lo fabrica, no para el que lo compra”.

Semejante argumento desconoce toda la teoría del comercio internacional que desde Adam Smith viene formulando las ganancias del comercio como el eje central del intercambio entre los países (Krugman y Wells, 2012; p. 23). Van al extremo de suponer que la importación de bienes no sirve para producir riqueza al país que los importa. Partiendo del ejemplo de los aviones que menciona Recalca, habría que preguntarse si las empresas aéreas que los compran para prestar los servicios de transporte de pasajeros y de carga no generan riqueza; o si tampoco la crean los servicios de mantenimiento de aeronaves, de los cuales Colombia es exportadora; o cómo se consideran la producción y el empleo de las empresas proveedoras de los bienes y servicios que demandan esas actividades de transporte y mantenimiento.

Contrario a los postulados de la teoría del comercio internacional que interpretan el intercambio como un gana-gana, en la visión de Recalca el intercambio entre países solo debe darse sobre bienes de igual nivel tecnológico o, en su defecto, siempre ganará el país de mayor tecnología. Si este principio se aplicara, no existiría el comercio Norte-Sur. En ese caso, los países en desarrollo no podrían adquirir los bienes de capital que no producen, y en el ejemplo de los aviones, se condenaría a la población a los métodos más arcaicos de transporte.

Lejos de tan fatalistas interpretaciones, autores como Joseph Stigliz, premio nobel de economía y connotado crítico de la globalización, enuncia que el comercio internacional juega un papel preponderante en el crecimiento de las economías. Opina este autor que la difusión de los beneficios de la revolución industrial no se hubiera realizado sin el comercio de Inglaterra con otras naciones, incluidas sus colonias; de igual forma el desarrollo de Japón se hubiera truncado:

“Es difícil imaginar que la industrialización de la era Meiji se hubiera producido si Japón no hubiese podido importar grandes cantidades de maquinaria, equipación (sic) de transporte y otros bienes de producción provenientes de Occidente a cambio de exportaciones de tejidos y juguetes baratos y otros productos que requerían uso intensivo de mano de obra” (Stiglitz y Charlton, 2007; p. 37-38).

El fracaso del TLC

Con esas ideas, Recalca muestra que el comercio de Colombia con Estados Unidos pasó de un superávit de US$8.100 millones en 2011 a un déficit de US$3.300 millones en 2014 y de US$1.200 millones en febrero de 2015; estos resultados son explicados por la caída de las exportaciones, cuyo nivel en 2014 es apenas similar al observado en 2008.

Según Recalca, “para 2014, mientras Colombia exportó 953.000 toneladas de alimentos a Estados Unidos, importó 5.100.000 toneladas desde ese país. Pero más grave es el hecho de que los principales bienes que se están comprando al país del Norte, como maíz, trigo y arroz, son productos que se pueden producir en Colombia y cuyas importaciones están reemplazando producción y empleos locales”.

Estas cifras en apariencia dan la razón al análisis de Recalca. Pero tiene tres grandes problemas. En primer lugar, ignora por completo la caída de los precios internacionales de los productos básicos y especialmente el desplome del precio del petróleo (gráfico 1). En segundo lugar desconoce el impacto de la creciente producción de petróleo en Estados Unidos sobre las importaciones que realiza del resto del mundo. Por último, solo presenta las cifras de volumen de comercio agropecuario de un año, sin contar la historia de los años anteriores.


Los dos primeros aspectos mencionados repercutieron en caídas del volumen exportado de petróleo, desde 19.6 millones de toneladas en 2011 hasta 12.8 millones en 2014; en valores la contracción fue de US$13.700 millones a US$7.600 en el mismo periodo (gráfico 2). Este es el principal factor que explica el deterioro de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos.


Pero ese no es un fenómeno que afecte solo a Colombia, sino a todos los países que exportan el hidrocarburo a ese mercado. Según la Energy Information Administration de Estados Unidos, las importaciones de crudo, que en 2007 promediaron los 305 millones de barriles por mes, bajaron a 223 millones en 2014.

Con relación al volumen de comercio agropecuario, hay que ver lo ocurrido en los años anteriores (gráfico 3). Las cifras muestran que en 2007 Colombia exportó a Estados Unidos 907 mil toneladas e importó 4.3 millones. Pero en los años siguientes las importaciones cayeron hasta 947 mil toneladas en 2012, porque la demora en la aprobación del TLC en el Congreso estadounidense propició el desplazamiento de ese país por productos de Canadá y Argentina. Una vez entró en vigencia el TLC, se observa una recuperación de su participación de mercado. Por lo tanto, las diferencias en volumen de comercio no se originan con el acuerdo, sino que vienen de años anteriores.


La referencia a las importaciones de trigo, maíz y arroz no pasa de ser un discurso sin asidero en la realidad. Desde hace muchas décadas Colombia es un país deficitario en trigo, de forma que al entrar en vigencia el TLC ya se abastecía con importaciones el 97% del consumo nacional.

En el caso del maíz, el país importa dos tercios de su consumo, porque la producción nacional no ha tenido la capacidad de responder a la mayor demanda que ocasionó la modernización de la ganadería, basada en el consumo de alimentos concentrados; pero no significa esto que las importaciones estén acabando con la producción doméstica, pues como lo indican los datos oficiales, entre 2012 y 2014 la producción nacional aumentó de 765 mil a 823 mil toneladas.

En el caso del arroz, los contingentes acordados con Estados Unidos representan el 3.3% de la producción, que equivale a menos de 10 días del consumo del país.

En términos generales, quitando los productos minero-energéticos, el resto de las exportaciones a Estados Unidos aumentaron durante la vigencia del TLC (gráfico 2). Las exportaciones no minero-energéticas crecieron a una tasa media anual del 5.4% entre 2012 y 2014. De ellas, las industriales crecieron al 3.2% anual y las agroindustriales al 6.3% anual.

Aun cuando los impactos más notorios de los acuerdos comerciales se dan en el mediano y en el largo plazos, como ya se anotó, cabe destacar algunos logros en el corto periodo que llevan vigentes. Según ProColombia, 434 nuevos productos colombianos se exportaron a Estados Unidos entre mayo de 2012 y diciembre de 2014. La misma fuente indica que 1.908 empresas exportaron por primera vez a ese mercado y la mayoría de ellas son mipymes.

Conclusiones

En síntesis, atribuir al TLC el deterioro reciente de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos no tiene ningún fundamento. Las cifras, los acontecimientos internacionales, que afectaron los precios de todos los productos básicos, y las nuevas tecnologías de producción de petróleo en ese país explican el resultado comercial.

Lo que sí es objetivo es que la bonanza de productos básicos aumentó la concentración de la canasta exportadora colombiana al mercado estadounidense; en 2012 los minero-energéticos representaron el 84.4% del total y en 2014 el 73.1%. Es hora de retomar la senda de la diversificación y de fortalecer las políticas de fomento a las exportaciones de mayor valor agregado, que son las que en el mediano y largo plazo mostrarán los verdaderos impactos del TLC.

Bibliografía

Krugman, P. y Wells, R. (2007). Macroeconomics. Second Edition. Worth Publishers, New York.

Stiglitz, J. y Charlton, A. (2007). Comercio justo para todos. Cómo el comercio puede promover el desarrollo. Taurus Alfaguara S.A. Bogotá.

Recalca (2015). “Balance de los 3 años del TLC con Estados Unidos”. 15 de mayo. Consultado el 8 de junio de 2015 en: http://www.recalca.org.co/balance-de-los-3-anos-del-tlc-con-estados-unidos/

¿Economías desarrolladas estancadas?

viernes, 22 de mayo de 2015
Publicado en Portafolio el 22 de mayo de 2015

Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, planteó en noviembre de 2013 la hipótesis del estancamiento secular de las economías desarrolladas, retomando los argumentos formulados por Alvin Hansen en 1939.

Según esa hipótesis, las economías desarrolladas vienen enfrentando un problema estructural que repercute en baja dinámica del PIB y disminución del producto potencial, como consecuencia de la caída en la inversión, el estancamiento de la productividad total de los factores y restricciones en la oferta laboral; estas últimas, asociadas al continuo descenso en la tasa de crecimiento de la población en edad de trabajar.

Summers observa que seis años después del inicio de la crisis mundial, las economías desarrolladas no han retornado a las tasas de crecimiento precrisis. La demanda agregada no ha reaccionado a las políticas monetarias heterodoxas, que bajaron a cero las tasas de intervención de los bancos centrales y, en el caso de Estados Unidos, indujeron un crecimiento sin precedentes de la base monetaria, mediante la compra masiva de bonos públicos y privados (flexibilización cuantitativa).

En ese contexto, las pocas opciones de crecimiento son no sostenibles, pues se basan en aumentos de la inflación o en la generación de burbujas financieras, que incrementan el riesgo de crisis y el retorno a los bajos ritmos de crecimiento. Esto explicaría las fases de auge de la economía de Estados Unidos en la década de los noventa y la primera del presente siglo, por las burbujas de las puntocom y las hipotecas subprime, respectivamente.

La ineficacia de la política monetaria se asocia al problema conocido como “límite inferior cero”, pues los bancos centrales no pueden bajar la tasa nominal de interés de ese nivel. Para reactivar la inversión serían necesarias tasas reales de interés más negativas, pero en la práctica es difícil lograrlas con la actual tendencia deflacionaria.

Otra opción es el impulso de las exportaciones mediante los acuerdos comerciales, la relajación de controles a las exportaciones, la oposición a políticas proteccionistas de otros países y el fortalecimiento de políticas de promoción.

La mejor alternativa, de acuerdo con Summers, es el incremento del gasto público. Su recomendación para Estados Unidos es mantener la tasa de interés cero por un periodo más prolongado, al tiempo que el déficit fiscal se incrementa en un punto porcentual durante cinco años.

El debate académico que siguió a la interpretación de Summers ha involucrado a los más connotados economistas de las economías desarrolladas. Pero un hecho trascendental es la incorporación de la hipótesis del estancamiento secular en los análisis de la economía mundial y en las recomendaciones de política que hace el FMI; en el estudio de abril de 2015 se afirma que este fenómeno también afecta economías emergentes como China.

Dados el bajo dinamismo de las economías desarrolladas y la desaceleración de algunas emergentes, si el argumento del estancamiento secular es válido, la economía mundial quedaría atrapada en una situación de bajo crecimiento en caso de no adoptarse medidas como las recomendadas por Summers y por el FMI.

Si se adoptan, se moderarían las expectativas de aumento de las tasas de interés por parte de la FED, y mejorarían las posibilidades de lograr un mayor crecimiento global. ¿Sí estará dispuesta la FED a comprar esta hipótesis, como la compró el FMI?

¿Qué es el estancamiento secular?

miércoles, 22 de abril de 2015
Publicado en la edición digital de la revista MisiónPyme de abril de 2015

Este término es la fuente de amplios debates en las economías desarrolladas desde noviembre de 2013, cuando Larry Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, lo resucitó en un foro del FMI.

El concepto de estancamiento secular (ES), fue acuñado por el economista Alvin Hansen en 1938, cuando todavía se sentían los impactos negativos de la Gran Depresión. Para Hansen, el menor crecimiento de la población y los escasos avances tecnológicos quitaban incentivos a la inversión y, por lo tanto, la economía tendería a perpetuar la recesión. Esta visión sobre el crecimiento económico fue relegada al olvido a partir del auge que siguió a la Segunda Guerra Mundial.

Según Robert Solow “El término estancamiento secular… denota una tendencia persistente de una economía nacional (o un grupo de economías) no solo a crecer con lentitud, sino más concretamente a encontrarse parcial o totalmente incapacitada para aprovechar al máximo su potencial productivo”.

Summers formuló el interrogante de si el ES se puede considerar como la “nueva normalidad” de las economías avanzadas. A pesar del tiempo transcurrido desde la quiebra de Lehman Brothers, el PIB potencial sigue disminuyendo y las tasas de crecimiento se mantienen bajas.

En una economía con exceso de ahorro y debilidad de la demanda, las bajas tasas de interés no son suficientes para estimular el crecimiento; se cae en lo que Keynes denominó la “trampa de liquidez” y ahora llaman el “problema del límite inferior cero”, en los debates sobre ES. Para incentivar la inversión serían necesarias tasas reales negativas, pero es difícil lograrlas porque la debilidad de la demanda repercute en menores tasas de inflación.

En ese contexto, los periodos de auge y pleno empleo podrían serían logrados por burbujas, como la tecnológica de los noventa o la más reciente de construcción de viviendas. Pero serían efectos temporales, pues una vez terminadas, la economía volvería al bajo crecimiento.

Como lo anotó Hansen, el ES se acentúa con la disminución de las tasas de crecimiento de la oferta laboral, asociadas al envejecimiento de la población y a menores tasas de natalidad. También incide el menor crecimiento de la productividad del trabajo y del capital. Consecuencia de los anteriores factores, se reduce el crecimiento de la inversión, porque al contar con menos mano de obra se requiere menos capital y, adicionalmente, la demanda agregada no tiene la dinámica necesaria para incentivarla.

Pese a que los debates sobre el ES han involucrado a los más connotados economistas del planeta, en América Latina, en general, y en Colombia, en particular, poco eco han tenido. Tal vez la relativa indiferencia se sustente en el presunto “desacople” (decoupling) entre la dinámica de crecimiento de las economías emergentes y la de las economías desarrolladas, a partir de la pasada crisis mundial.

Tradicionalmente se aceptaba que la dinámica de las economías en desarrollo estaba “acoplada” a la de las economías desarrolladas. Esto se expresaba coloquialmente enunciando que “cuando Estados Unidos estornudaba, el mundo se resfriaba”.

Pero la crisis mundial no solo se originó en las economías desarrolladas, sino que las golpeó más fuerte. Entre tanto, el mundo en desarrollo adoptó políticas contracíclicas que le permitieron amortiguar el impacto; esta resistencia a los choques exógenos se conoce como resiliencia de las economías.

Consecuencia de la resiliencia es que en los años siguientes a la crisis mundial, mientras las economías desarrolladas se estancaron, las economías emergentes se convirtieron en el principal motor de la economía mundial. A ello contribuyeron especialmente los llamados BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica. Esta situación de alto crecimiento de las emergentes y estancamiento del mundo desarrollado fortaleció la idea del “desacople”.

La pregunta que surge es si ha ocurrido algo para que el ES, que se veía como un problema de economías desarrolladas, ahora sí pueda despertar algún interés entre los analistas de América Latina y de Colombia.

Lo que ha ocurrido es evidente: la región se está desacelerando de forma muy rápida. Brasil, el único país latinoamericano miembro de los BRICS, prácticamente no ha crecido en los dos últimos años y para el presente se proyecta una tasa negativa. Chile, la estrella de la región en las últimas décadas, crece a menos de la mitad de su anterior tasa de crecimiento. Argentina y Venezuela, en términos de Panagariya, se podrían calificar como casos de “desastres de crecimiento económico”. Incluso las economías de Perú y Colombia, que se mostraron como las más sólidas, han visto continuas revisiones a la baja de sus proyecciones para 2015 y 2016. Las cifras de la Cepal lo dicen todo: la economía latinoamericana creció 1.2% en 2014 y apenas se proyecta en 1.0% para 2015.

Como lo destaca un estudio reciente del FMI, el menor ritmo de crecimiento de América Latina está asociado con la reducción de las tasas de participación laboral, el envejecimiento de la población, y la baja productividad del capital y de la mano de obra.

Pero, como lo señala el FMI, hay decisiones de política que se pueden adoptar para aumentar el nivel del PIB potencial y mejorar la productividad laboral y del capital. Ellas incluyen la mejora en la calidad y en la cobertura de la educación, el desarrollo de obras de infraestructura, crecer el gasto en investigación y desarrollo para impulsar la innovación, e incentivar la participación femenina en la oferta laboral, entre otras.

Lo esencial es adquirir conciencia de la magnitud del problema que representa el ES y aprovechar los amplios debates que se han dado desde finales de 2013, para conocer metodologías, identificar causas y reorientar las políticas. Magnifico si Colombia ha escapado a ese fenómeno; pero si no, mejor actuar pronto aprovechando que se están implementando varias de las políticas recomendadas.

Turismo: motor de crecimiento

jueves, 17 de mayo de 2012
Publicado en la revista MisiónPyme No. 52 de mayo ed 2012

El turismo es una actividad económica con fuertes encadenamientos con otras actividades productivas, demanda mucha mano de obra directa e indirecta y tiene un impacto macroeconómico importante.

Para tener una idea de su importancia, basta observar que, de acuerdo con la OMT, representa el 9% del PIB mundial y, según la OIT, ocupa 235 millones de personas, el 8% del empleo global.

Mientras que en el mundo hay países con una o dos vocaciones turísticas, Colombia tiene potencial en muchas de ellas, como sol y playa, cultural, de naturaleza, y de negocios, entre otras. No obstante, su desarrollo relativo es bajo, pues apenas representa el 2.8% del PIB, si se aproxima por la contabilidad nacional, y alrededor del 2.0%, si es medido por la cuenta satélite de turismo.

El atraso del sector tiene como explicación la compleja situación de violencia que se recrudeció en el país entre mediados de los años noventa y comienzos del presente siglo. La actividad perdió dinamismo y la infraestructura requerida para competir en el plano internacional se rezagó.

Con la gradual recuperación de la seguridad el turismo ha repuntado en los años recientes. Los incentivos tributarios a la inversión en hotelería, el impulso desde al gobierno a obras de infraestructura, la mejora en la imagen internacional del país, las campañas de promoción nacional e internacional, la gestión pública para mejorar la conectividad aérea y la política de atracción de inversión extranjera, que ha repercutido en la llegada de las principales cadenas hoteleras mundiales al país, han puesto a Colombia nuevamente en la senda para aprovechar su potencial como motor de crecimiento.

Aún así, es grande el camino que queda por recorrer. Por eso, en el “Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014”, se enuncia que: los productos turísticos hacia los cuales Colombia dirigirá sus esfuerzos de oferta son turismo de naturaleza, cultural, de aventura, de sol y playa, náuticos, de congresos, eventos e incentivos, y de salud y bienestar”.

Adicionalmente los segmentos de turismo de salud y bienestar, y turismo de naturaleza, hacen parte del Programa de Transformación Productiva, con el objetivo de convertirse en sectores de clase mundial. Esto significa que están entre los 16 sectores que actualmente trabajan en una alianza público–privada orientada a mejorar la competitividad sectorial, y crecer las exportaciones y el empleo formal.

Como ocurre con otros sectores, el peso relativo de las mipymes es elevado. En el subsector de alojamiento, que es uno de los componentes centrales de la actividad turística, el 98.9% de los establecimientos tiene menos de 50 trabajadores, según el censo económico de 2005. De igual forma, en el subsector de transporte de pasajeros nacionales e internacionales, el 96.4% son empresas en ese mismo rango de empleo.

Y lo mismo ocurre con otras actividades estrechamente vinculadas al turismo, como es el caso de los restaurantes, las agencias de viajes, y los guías turísticos, entre otros. Estos datos evidencian la importancia del turismo en la generación de empleo en el país.

Por esto, para que Colombia pueda desarrollar más el potencial del turismo, aumentar la participación del sector en el PIB y aprovechar sus encadenamientos productivos, hay que seguir realizando notables esfuerzos en la formalización de todos los eslabones de la cadena y en el aumento de la productividad.

2011: un año para recordar

viernes, 13 de enero de 2012
Publicado en el diario La República el jueves 12 de enero de 2012


El crecimiento económico de 2011, que se estima en 5.5%, no es el más alto del periodo reciente (en 2007 fue del 6.9%). Pero el difícil entorno en el que se logró este resultado, junto con lo observado en diversas variables, hacen que sea un año para recordar.

El entorno mundial se caracterizó por la alta incertidumbre inducida por tres factores: la crisis japonesa ocasionada por el terremoto, el tsunami, y el accidente nuclear; la compleja situación de la eurozona, vinculada al problema de la deuda soberana; y la lenta recuperación de la economía norteamericana, por la poca efectividad de las políticas de generación de empleo.

Esas presiones se vieron compensadas en parte por la sostenida dinámica de las economías asiáticas, en especial China, que mantuvieron una elevada demanda de productos básicos y altos sus precios internacionales.

En ese entorno, la economía colombiana logró significativos reconocimientos. El más sobresaliente fue la recuperación del grado de inversión, después de once años, por parte de las calificadoras Standard & Poors, Fitch y Moodys. En la sustentación de esa mejora en la calificación, destacaron la solidez de las políticas macroeconómicas, especialmente en el campo fiscal, y la capacidad de la economía para afrontar choques externos.

En el escalafón del Doing Business, Colombia siguió avanzando; por cuarto año se reconoció como una de las 10 economías del mundo que más reformas adelantaron para mejorar el ambiente de los negocios y por sexto año como la primera de América Latina.

En un estudio de J.P.Morgan que realizó una encuesta entre inversionistas internacionales, Colombia fue destacada como la segunda economía más atractiva de la región para invertir, después de Brasil.

Adicionalmente, el estudio Atlas of Economic Complexity, investigación conjunta del MIT y la Universidad de Harvard, destacó a Colombia como la quinta economía entre 21 de la región, con mayor complejidad en su estructura productiva y más alto potencial de crecimiento en esta década.

Con relación a los resultados de variables diferentes al crecimiento, sobresalen los desempeños en comercio internacional, inversión extranjera directa y desempleo.

Tanto las exportaciones como las importaciones alcanzaron niveles sin precedentes en la historia económica de Colombia. En las exportaciones se estima que su monto al final del año estará alrededor de US$55 mil millones; en gran parte, ese resultado se explica por los altos precios internacionales de los productos básicos, aun cuando también aumentaron en volumen las exportaciones de petróleo, carbón y ferroníquel.

En el caso de las exportaciones no minero energéticas también hubo un buen desempeño y se calcula que alcanzarán los US$16 mil millones, cifra similar al récord obtenido en 2008.

La inversión extranjera directa se estima que cerrará el 2011 con un monto del orden de US$13 mil millones, que es la más alta en la historia de esta variable en el país. De nuevo es el sector minero energético el que explica la mayor parte de los flujos netos de entrada (64% del total). En el resto de sectores los ingresos ascenderán a US$4.700 millones, con un crecimiento del 86% anual.

Por último, la tasa de desempleo se ubicó en un dígito, después de muchos años de mantenerse en dos dígitos, con la excepción temporal de dos meses de 2007. En esta evolución se destaca el aporte de la industria que contribuyó con el 24% del crecimiento del número de ocupados en el último año.

Todos estos aspectos hacen del 2011 un año para recordar. Cabe esperar que ellos sean un sólido fundamento para enfrentar un 2012 en el que la incertidumbre mundial puede tener mayores repercusiones en la dinámica de las economías en desarrollo.

China y Latinoamérica

viernes, 20 de agosto de 2010
Artículo publicado el 19 de agosto de 2010 en el diario La Repúlica.


En el documento "La República Popular China y América Latina y el Caribe: hacia una relación estratégica", la CEPAL muestra la creciente importancia de esa nación tanto en el contexto mundial como en el latinoamericano.

China salió fortalecida de la crisis mundial y se consolidó como una potencia económica. Ahora es el primer exportador mundial de mercancías, superando a Alemania; por tamaño es la segunda economía del planeta; y, además, se convirtió en un importante exportador de capitales hacia América Latina.

China es para América Latina un socio comercial cada vez más importante. A ese destino iba el uno por ciento de las exportaciones latinoamericanas en 2000, mientras que en 2009 fue el 6,9 por ciento. Para países como Chile y Perú es el primer comprador, desplazando a Estados Unidos, y en los casos de Brasil y Argentina es el segundo. De igual forma, aumentó su peso relativo como proveedor de las importaciones de la región (alrededor del 12 por ciento).

América Latina es la región más dinámica del comercio de China. En el periodo 2005-2009, las exportaciones y las importaciones crecieron más que con cualquier otra región del mundo (26.1 y 22.8 por ciento anual, respectivamente).

Estos resultados suscitan varios comentarios. En primer lugar, es paradójico, que la consolidación de China como potencia económica coincida con una fuerte evidencia de la vulnerabilidad de su crecimiento por la alta dependencia del comercio internacional. Su reto es fortalecer en el mediano plazo el mercado interno como factor dinamizador de la demanda.

En segundo lugar, el alto crecimiento económico induce el aumento de la demanda mundial de alimentos y productos energéticos, lo que a su vez presiona al alza los precios internacionales. Ya, por ejemplo, en los años recientes China se volvió importador neto de lácteos.

En ese panorama América Latina, puede ver amenazados diferentes sectores de la manufactura, a la vez que se fortalece como exportador de bienes básicos, que son la mayoría de las exportaciones hacia China. Esto último encarna el riesgo de generación de enfermedad holandesa, lo que puede acarrear el retroceso hacia la producción de bajo valor agregado. En 2008 alrededor del 85 por ciento de las exportaciones a ese país fueron bienes primarios y manufacturas basadas en recursos naturales; en casos como el de Chile representaron el 99 por ciento, y en Venezuela, Colombia y Brasil el 98, 97 y 90 por ciento, respectivamente.

El reto para América Latina es aprovechar los altos precios de los productos básicos, sin bajar la guardia en materia de tecnología y producción de valor agregado. No hacerlo implicará para muchos países ser superados por China y rezagarse aún más en competitividad.

Demanda interna y crecimiento económico

martes, 2 de febrero de 2010
Publicado en Ámbito Jurídico el 1 de febrero de 2010



En las recientes negociaciones del salario mínimo dos profesores universitarios que asesoraron a los sindicatos, argumentaron que la demanda interna es el principal componente del PIB y que el consumo de los hogares, que es el componente más importante de ella, viene perdiendo participación (El Tiempo, 14 de diciembre de 2009).

En su opinión, estos hechos justifican el incremento del salario mínimo del 8% solicitado por los representantes de los sindicatos, pues no sólo permitiría recuperar la participación del consumo de los hogares en el PIB sino que contribuiría a la reactivación de la economía por el mayor dinamismo de la demanda interna. También afirman que las exportaciones no pueden ser el motor que dinamice la economía por la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano.

Este último punto refuerza las críticas de algunos sectores a la política de internacionalización que adelanta el gobierno. Aseveran que el énfasis de la política económica está en las exportaciones y no en el mercado interno, lo cual consideran erróneo por las diferencias que hay en su peso relativo dentro del PIB.

El argumento es aparentemente sólido. Sin embargo, un análisis cuidadoso muestra que no hay mayor novedad en él y que es errada la interpretación de los supuestos que orientan la política de internacionalización.

En primer lugar, la demanda interna, conformada por el consumo final de los hogares, el consumo del gobierno y la inversión, es el grueso del PIB en casi todas las economías del mundo. En Colombia representó el 102% del PIB en 2006, el 105% en Estados Unidos, 95% en Alemania, 99% en Japón, 97% en Brasil, 101% en México y 95% en Argentina.

En segundo lugar, el actual nivel de participación del consumo de los hogares en el PIB de Colombia (65.7% en 2008) no es atípico respecto a otras economías. Fue el 70.5% en Estados Unidos en 2006, 64.1% en Inglaterra, 58.4% en Alemania, 57.2% en Japón, 59.0% en Argentina, 55% en Chile y 60.4% en Brasil.

En tercer lugar, es cierto que el consumo de los hogares perdió participación, pero ello no significa que en términos reales haya caído, como lo insinúa el argumento de los asesores académicos de los sindicatos. Entre 1994 y 2007 este consumo pasó de $1.20 millones por habitante, en pesos constantes de 1994, a $1.45 millones, lo que equivale a un incremento del 20.3%.

El menor peso relativo responde a la mayor participación del gasto de consumo del gobierno a partir de la reforma constitucional de 1991 y más recientemente a la recuperación de la inversión; el primero pasó del 10% del PIB en 1993 al 23% en 1999, mientras que la segunda aumentó su participación hasta 27% en 2008, a partir del 13% que tenía en 1999.

En cuarto lugar, la política de internacionalización no busca sustituir la demanda interna por las exportaciones. El planteamiento de los críticos nace de una interpretación errada de la relación entre el comercio internacional y el crecimiento económico.

El papel del comercio en el crecimiento se percibe claramente a partir del concepto de los encadenamientos productivos, formulado por Albert Hirschman hace más de 50 años. Más importante que la magnitud de las exportaciones son los efectos que desencadena. No sólo hay unos efectos directos de generación de valor agregado y empleos en la producción y la logística de la exportación, sino unos indirectos que empiezan con la provisión de los medios de pago internacionales que brindan al país el acceso a bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce. Esto abre a su vez una nueva cadena de creación de valor agregado y de empleos que no se darían en igual medida sin el comercio internacional.

El caso de China es un ejemplo contundente. En 1970 la suma de exportaciones más importaciones de bienes y servicios (indicador de apertura comercial) representaba el 5.3% del PIB. Las reformas realizadas a partir de 1978 impulsaron el crecimiento de las exportaciones y, de forma paralela, de las importaciones; entre ese año y 2006 las primeras se multiplicaron por 30, y las segundas por 33. Como consecuencia, hoy en día el comercio equivale a más del 72% del PIB. Pero no por ello se sacrificó la demanda interna; ella es el 92% del PIB, y el saldo neto de exportaciones menos importaciones aporta un 8% del PIB. ¿Podría la economía china crecer al 10% anual con un nivel de apertura del 5%? Pocos economistas en el mundo responderían afirmativamente.

De igual forma, la negociación de tratados de libre comercio que viene realizando el gobierno colombiano busca fortalecer los efectos dinamizadores del comercio internacional a partir del acceso preferencial permanente de nuestras exportaciones en los mercados de los principales socios comerciales.

En síntesis, la alta participación de la demanda interna en el PIB no es una característica exclusiva de Colombia, no es atípico el peso relativo del consumo final de los hogares y no hay evidencia de reducción del valor del consumo expresado en términos reales per cápita. Es razonable concluir que la política económica debe actuar sobre la demanda interna para reactivar la economía, y así viene ocurriendo con el plan contracíclico. Pero no se puede menospreciar el papel del comercio internacional como palanca de crecimiento por el hecho de estar atravesando por una coyuntura adversa.