Publicado en Portafolio el 18 de julio de 2014
En días pasados el presidente de la ANDI se refirió nuevamente a la propuesta de un “Ministerio de Industria”.
Muy bueno plantear debates, pero poniéndolos en contexto. Por ejemplo, insinuar que no hay apoyos del Estado a la industria y que no hay política industrial –como lo sostienen desde hace tres años algunos analistas–, no es un buen punto de partida.
En cambio, sin ser exhaustivos, se pueden mencionar numerosas acciones de los últimos años que, además de ser “apoyos” a ese sector, en cualquier lugar del mundo se denominan “política industrial”:
1. Exenciones tributarias a las zonas francas. 2. Diferimiento arancelario para bienes de capital y materias primas no producidos. 3. Eliminación de la sobretasa a la energía. 4. Reducción de sobrecostos a la nómina con la eliminación de parafiscales. 5. Subsidio a la tasa de interés de viviendas nuevas, con repercusión en la demanda de más de 25 sectores industriales. 6. Negocios impulsados por Compre Colombiano para fortalecer el mercado interno. 7. Oportunidades de negocios abiertas por Proexport Colombia. 8. Creación del Instituto Nacional de Metrología. 9. Creación del Centro de Aprovechamiento de los Acuerdos Comerciales, con el objetivo de identificar y remover los obstáculos al desarrollo del potencial de exportación. 10. Incentivos tributarios de la Ley de Formalización y Generación de Empleo. 11. Imposición de aranceles mixtos a las importaciones de calzado y confecciones. 12. Desembolsos de créditos de Bancoldex para modernización, por más de 11 billones de pesos en los últimos cuatro años. 13. Establecimiento del Profia, para el fortalecimiento del sector de autopartes. 14. El programa Bancoldex Capital para la promoción de los fondos de capital. 15. Créditos garantizados por el Fondo Nacional de Garantías por más de 25 billones de pesos para las mipymes en cuatro años.
Además, hay políticas enfocadas en el mediano y largo plazo, como el Programa de Transformación Productiva que persigue el desarrollo de sectores de clase mundial; los acuerdos comerciales, que abren mercados en condiciones preferenciales para las exportaciones; la formalización empresarial que busca eliminar el lastre de la informalidad sobre la productividad; iNNpulsa Colombia, que estimula el emprendimiento dinámico innovador; la política de emprendimiento, orientada a enriquecer el tejido empresarial.
Como parte de la política industrial, se destinan recursos a la contratación de estudios especializados, que luego se plasman en decisiones de tipo transversal o sectorial; por ejemplo, la reforma a la ley de Habeas Data, el proyecto de ley anticontrabando que cursa en el Congreso y el estudio de costos de energía, que es parte de la política de reducción de costos de producción de las empresas.
Es hora de bajar la discusión de las ramas y comenzar debates puntuales sobre dónde se requieren ajustes y cuáles son las justificaciones, cuáles programas y políticas se deben fortalecer y cuáles suprimir. También sería deseable medir cuánto nos cuesta la política industrial a todos los ciudadanos.
En síntesis, más que un ministerio de industria, lo que hace falta en Colombia es una presentación integral y periódica de los objetivos de la política industrial, sus múltiples programas, los costos de cada uno, la evaluación de sus impactos, etcétera. La propuesta es emular el libro blanco de la política industrial de países como Japón, Taiwán, Corea y la Unión Europea.
Mostrando entradas con la etiqueta Sector industrial. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sector industrial. Mostrar todas las entradas
Desindustrialización: mitos y realidades
Publicado en Revista Fasecolda No. 156, julio 2014
Una interpretación errada de la reciente pérdida de participación de la industria en el PIB puede conducir a decisiones equivocadas de política económica. Por eso es importante entender el concepto de desindustrialización y sus alcances.
La desindustrialización puede ser un fenómeno real o natural. Pero no es correcto usarlo como una herramienta para descalificar la gestión económica de un gobierno y como presunta prueba de que no hay política industrial en Colombia.
La discusión debería servir para evaluar el modelo de desarrollo industrial que ha tenido el país y trazar los correctivos adecuados si, como es deseable, se quiere una “reindustrialización”.
El concepto y los hechos
No hay una forma única de definir la desindustrialización, pero en la literatura económica se hace énfasis en la reducción del empleo sectorial, la contracción de las exportaciones industriales y la pérdida de participación en el PIB. En nuestro medio, la mayor parte de los análisis se concentran en el último indicador.
En el gráfico 1 se observa que la participación de la industria en el PIB alcanzó un máximo de 23.5% en 1974 y en 2013 el mínimo (11.3%). Esta pérdida de 12.2 puntos porcentuales de participación es lo que se identifica como la desindustrialización de Colombia.
Los indicadores de empleo no corroboran esa hipótesis pues, como se observa en el gráfico 2, a pesar de la reducción en la coyuntura reciente, el nivel es superior al de 2001. De igual forma, las exportaciones industriales registran una tendencia creciente, interrumpida por los efectos de la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano (gráfico 3); al quitar este último, se observa que las exportaciones ya superaron el nivel que tenían antes de la crisis mundial.
El gráfico 4 muestra que la caída en la participación de la industria en el PIB no es exclusiva de Colombia, sino que es un fenómeno generalizado para América Latina. Incluso la base de datos del Banco Mundial permite colegir que es un fenómeno global. Salta a la vista que economías como la de Brasil, cuya política industrial es vista por analistas colombianos como el modelo a seguir, registran una contracción muy superior a la colombiana.
Problemas metodológicos
Parte de los 12.2 puntos de menor participación de la industria en el PIB se originan en los cambios de metodología de medición del PIB.
En el gráfico 1 se resalta que en 1994 el peso es inferior en 4.8 puntos porcentuales cuando se usa la base 1994 y no la base 1975. Y con la base 2005 la participación es inferior en 0.8 puntos en el 2000 y en 1.6 puntos en 2007, que la obtenida con base 1994. Esto significa que casi el 50% de la pérdida de participación es explicada por cambios en la metodología el PIB.
Esas alteraciones en los pesos relativos de los sectores son hasta cierto punto normales, como lo resaltó el Dane (2010; p. 105) al explicar las diferencias ocasionadas al cambiar la base del 2000 al 2005:
"Comparando los resultados arrojados por las dos bases, se observan algunas modificaciones de la estructura productiva sectorial del año 2005, explicadas por los cambios en la importancia relativa en el valor de la producción (determinada por los volúmenes producidos y los correspondientes precios al productor) y por el comportamiento de las relaciones técnicas de producción de las actividades económicas, en particular del coeficiente técnico del consumo intermedio (C.I./Producción). En efecto, mientras ciertas actividades cobran mayor importancia relativa (servicios financieros, de seguros y servicios a las empresas, por ejemplo), otras ceden terreno en la estructura del PIB total (como es el caso de la agricultura)".
El argumento de la metodología no le gusta a algunos de los analistas que han participado en el debate, pero, como se deduce de lo anterior, sería erróneo menospreciarlo. En cambio, Martínez y Ocampo (2012; p. 110) tratan de corregir la distorsión con una reconstrucción de las series y calculan que la participación industrial se redujo en seis puntos porcentuales entre 1974 y 1999 (en el gráfico 1 que muestra el cambio en la metodología del PIB, la reducción es de diez puntos en este mismo periodo).
Desintegración vertical
El trabajo reciente de Carranza y Moreno (2013) aporta una explicación alternativa, partiendo de observar que a medida que un sector se desarrolla, se va concentrando en su actividad central y terceriza aquellas que no son de la esencia del negocio.
De esta forma, actividades como la vigilancia, el aseo, y la contabilidad, por ejemplo, ahora son desarrolladas por empresas especializadas en ese tipo de servicios. En la medición del PIB, la tercerización se refleja como un mayor valor agregado del sector de servicios y una contracción del industrial.
Carranza y Moreno (2013; p. 18) realizaron un ejercicio de medición de la cadena industrial, agregando a la industria aquellas actividades de servicios necesarias para la producción industrial. Su conclusión es que:
"Actualmente la cadena de producción industrial colombiana absorbe alrededor del 35% de la actividad económica. Notablemente, no existe ninguna evidencia de que la actividad industrial haya perdido importancia en la economía durante la última década y mucho menos evidencia hay de que su tamaño se haya reducido".
El argumento básico de desintegración vertical de la producción industrial encuentra respaldo en los análisis sobre las cadenas globales de valor en el contexto de la economía globalizada. Feenstra (1998) y Stephenson (2012) señalan que la nueva organización mundial de la producción induce la tercerización tanto de procesos productivos como de servicios, que favorecen especialmente a las pymes.
Evolución reciente
Las dos secciones anteriores describen posibles explicaciones a la reducción de la participación de la industria en el PIB en el largo plazo. Pero en la coyuntura reciente pueden haber incidido otros factores.
En 2006 la autoridad monetaria inició una política de aumento de las tasas de interés de intervención, con el propósito de frenar las presiones inflacionarias en la economía. Es conocido que esta política frena la demanda agregada y desacelera la actividad económica.
El valor real de la producción industrial, que alcanzó una tasa de crecimiento del 12.9% anual en junio de 2007, se empezó a desacelerar rápidamente. Para septiembre de 2008, cuando comenzó la crisis mundial con la quiebra de Lehman Brothers, ya la producción industrial colombiana se estaba contrayendo.
Por lo tanto, la industria colombiana se encontraba debilitada al comenzar la crisis mundial. Cabe recordar que la transmisión de la crisis desde las economías desarrolladas a las subdesarrolladas se dio por el canal comercial y que, en el caso de Colombia, el impacto se acentuó con el cierre del mercado de Venezuela. En 2009 las exportaciones industriales al mercado venezolano cayeron el 38.2% anual y al resto del mundo en 13.3%.
A estos dos factores, hay que sumar el lento crecimiento del comercio internacional después de la crisis mundial de 2008-2009, por efecto de la crisis de la deuda soberana de las economías de la zona euro; la débil y lenta recuperación de la economía de Estados Unidos; la desaceleración de las principales economías emergentes en 2012 y 2013; la persistente apreciación del peso; y la imposición de barreras al comercio industrial por parte de Argentina y Ecuador.
A manera de conclusión
Es un hecho que la participación de la industria en el PIB se redujo en los últimos 40 años. Pero no se puede concluir que toda la reducción se pueda clasificar como desindustrialización o que ella sea consecuencia de políticas industriales erradas, especialmente cuando el empleo y las exportaciones industriales no son consistentes con esa hipótesis.
La mitad de la pérdida de participación es directamente atribuible a cambios en la metodología de las cuentas nacionales. También hay un fenómeno de desintegración vertical de la industria y la confluencia reciente de múltiples factores que han tenido impacto negativo transitorio en la producción industrial.
Qué tanto de la menor participación industrial en el PIB es atribuible a cada uno de los factores mencionados y qué tanto es coyuntural o estructural, son temas pendientes de estudios técnicos.
Bibliografía
Carranza, E. y Moreno S. (2013). “Tamaño y estructura vertical de la cadena de producción industrial colombiana desde 1990”. Borradores de Economía, No. 751. Banco de la República.
Dane (2010) “Cuentas Nacionales base 2005. Principales cambios metodológicos y resultados”. Noviembre. Recuperado el 26 de mayo de 2014.
Feenstra, R. (1998). “Integration of Trade and Disintegration of Production in the Global Economy”. Journal of Economic Perspectives. Volume 12, Number 4.
Martínez A. y Ocampo J. A. (2011). Hacia una política industrial de nueva generación para Colombia. Coalición para la promoción de la industria colombiana. D’vinni Impresores. Bogotá.
Stephenson (2012) “Global Value Chains: The New Reality of International Trade”. E15 Expert Group discussion on Global Value Chains. Geneva, November. Recuperado el 26 de mayo de 2014.
Una interpretación errada de la reciente pérdida de participación de la industria en el PIB puede conducir a decisiones equivocadas de política económica. Por eso es importante entender el concepto de desindustrialización y sus alcances.
La desindustrialización puede ser un fenómeno real o natural. Pero no es correcto usarlo como una herramienta para descalificar la gestión económica de un gobierno y como presunta prueba de que no hay política industrial en Colombia.
La discusión debería servir para evaluar el modelo de desarrollo industrial que ha tenido el país y trazar los correctivos adecuados si, como es deseable, se quiere una “reindustrialización”.
El concepto y los hechos
No hay una forma única de definir la desindustrialización, pero en la literatura económica se hace énfasis en la reducción del empleo sectorial, la contracción de las exportaciones industriales y la pérdida de participación en el PIB. En nuestro medio, la mayor parte de los análisis se concentran en el último indicador.
En el gráfico 1 se observa que la participación de la industria en el PIB alcanzó un máximo de 23.5% en 1974 y en 2013 el mínimo (11.3%). Esta pérdida de 12.2 puntos porcentuales de participación es lo que se identifica como la desindustrialización de Colombia.
Los indicadores de empleo no corroboran esa hipótesis pues, como se observa en el gráfico 2, a pesar de la reducción en la coyuntura reciente, el nivel es superior al de 2001. De igual forma, las exportaciones industriales registran una tendencia creciente, interrumpida por los efectos de la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano (gráfico 3); al quitar este último, se observa que las exportaciones ya superaron el nivel que tenían antes de la crisis mundial.
El gráfico 4 muestra que la caída en la participación de la industria en el PIB no es exclusiva de Colombia, sino que es un fenómeno generalizado para América Latina. Incluso la base de datos del Banco Mundial permite colegir que es un fenómeno global. Salta a la vista que economías como la de Brasil, cuya política industrial es vista por analistas colombianos como el modelo a seguir, registran una contracción muy superior a la colombiana.
Problemas metodológicos
Parte de los 12.2 puntos de menor participación de la industria en el PIB se originan en los cambios de metodología de medición del PIB.
En el gráfico 1 se resalta que en 1994 el peso es inferior en 4.8 puntos porcentuales cuando se usa la base 1994 y no la base 1975. Y con la base 2005 la participación es inferior en 0.8 puntos en el 2000 y en 1.6 puntos en 2007, que la obtenida con base 1994. Esto significa que casi el 50% de la pérdida de participación es explicada por cambios en la metodología el PIB.
Esas alteraciones en los pesos relativos de los sectores son hasta cierto punto normales, como lo resaltó el Dane (2010; p. 105) al explicar las diferencias ocasionadas al cambiar la base del 2000 al 2005:
"Comparando los resultados arrojados por las dos bases, se observan algunas modificaciones de la estructura productiva sectorial del año 2005, explicadas por los cambios en la importancia relativa en el valor de la producción (determinada por los volúmenes producidos y los correspondientes precios al productor) y por el comportamiento de las relaciones técnicas de producción de las actividades económicas, en particular del coeficiente técnico del consumo intermedio (C.I./Producción). En efecto, mientras ciertas actividades cobran mayor importancia relativa (servicios financieros, de seguros y servicios a las empresas, por ejemplo), otras ceden terreno en la estructura del PIB total (como es el caso de la agricultura)".
El argumento de la metodología no le gusta a algunos de los analistas que han participado en el debate, pero, como se deduce de lo anterior, sería erróneo menospreciarlo. En cambio, Martínez y Ocampo (2012; p. 110) tratan de corregir la distorsión con una reconstrucción de las series y calculan que la participación industrial se redujo en seis puntos porcentuales entre 1974 y 1999 (en el gráfico 1 que muestra el cambio en la metodología del PIB, la reducción es de diez puntos en este mismo periodo).
Desintegración vertical
El trabajo reciente de Carranza y Moreno (2013) aporta una explicación alternativa, partiendo de observar que a medida que un sector se desarrolla, se va concentrando en su actividad central y terceriza aquellas que no son de la esencia del negocio.
De esta forma, actividades como la vigilancia, el aseo, y la contabilidad, por ejemplo, ahora son desarrolladas por empresas especializadas en ese tipo de servicios. En la medición del PIB, la tercerización se refleja como un mayor valor agregado del sector de servicios y una contracción del industrial.
Carranza y Moreno (2013; p. 18) realizaron un ejercicio de medición de la cadena industrial, agregando a la industria aquellas actividades de servicios necesarias para la producción industrial. Su conclusión es que:
"Actualmente la cadena de producción industrial colombiana absorbe alrededor del 35% de la actividad económica. Notablemente, no existe ninguna evidencia de que la actividad industrial haya perdido importancia en la economía durante la última década y mucho menos evidencia hay de que su tamaño se haya reducido".
El argumento básico de desintegración vertical de la producción industrial encuentra respaldo en los análisis sobre las cadenas globales de valor en el contexto de la economía globalizada. Feenstra (1998) y Stephenson (2012) señalan que la nueva organización mundial de la producción induce la tercerización tanto de procesos productivos como de servicios, que favorecen especialmente a las pymes.
Evolución reciente
Las dos secciones anteriores describen posibles explicaciones a la reducción de la participación de la industria en el PIB en el largo plazo. Pero en la coyuntura reciente pueden haber incidido otros factores.
En 2006 la autoridad monetaria inició una política de aumento de las tasas de interés de intervención, con el propósito de frenar las presiones inflacionarias en la economía. Es conocido que esta política frena la demanda agregada y desacelera la actividad económica.
El valor real de la producción industrial, que alcanzó una tasa de crecimiento del 12.9% anual en junio de 2007, se empezó a desacelerar rápidamente. Para septiembre de 2008, cuando comenzó la crisis mundial con la quiebra de Lehman Brothers, ya la producción industrial colombiana se estaba contrayendo.
Por lo tanto, la industria colombiana se encontraba debilitada al comenzar la crisis mundial. Cabe recordar que la transmisión de la crisis desde las economías desarrolladas a las subdesarrolladas se dio por el canal comercial y que, en el caso de Colombia, el impacto se acentuó con el cierre del mercado de Venezuela. En 2009 las exportaciones industriales al mercado venezolano cayeron el 38.2% anual y al resto del mundo en 13.3%.
A estos dos factores, hay que sumar el lento crecimiento del comercio internacional después de la crisis mundial de 2008-2009, por efecto de la crisis de la deuda soberana de las economías de la zona euro; la débil y lenta recuperación de la economía de Estados Unidos; la desaceleración de las principales economías emergentes en 2012 y 2013; la persistente apreciación del peso; y la imposición de barreras al comercio industrial por parte de Argentina y Ecuador.
A manera de conclusión
Es un hecho que la participación de la industria en el PIB se redujo en los últimos 40 años. Pero no se puede concluir que toda la reducción se pueda clasificar como desindustrialización o que ella sea consecuencia de políticas industriales erradas, especialmente cuando el empleo y las exportaciones industriales no son consistentes con esa hipótesis.
La mitad de la pérdida de participación es directamente atribuible a cambios en la metodología de las cuentas nacionales. También hay un fenómeno de desintegración vertical de la industria y la confluencia reciente de múltiples factores que han tenido impacto negativo transitorio en la producción industrial.
Qué tanto de la menor participación industrial en el PIB es atribuible a cada uno de los factores mencionados y qué tanto es coyuntural o estructural, son temas pendientes de estudios técnicos.
Bibliografía
Carranza, E. y Moreno S. (2013). “Tamaño y estructura vertical de la cadena de producción industrial colombiana desde 1990”. Borradores de Economía, No. 751. Banco de la República.
Dane (2010) “Cuentas Nacionales base 2005. Principales cambios metodológicos y resultados”. Noviembre. Recuperado el 26 de mayo de 2014.
Feenstra, R. (1998). “Integration of Trade and Disintegration of Production in the Global Economy”. Journal of Economic Perspectives. Volume 12, Number 4.
Martínez A. y Ocampo J. A. (2011). Hacia una política industrial de nueva generación para Colombia. Coalición para la promoción de la industria colombiana. D’vinni Impresores. Bogotá.
Stephenson (2012) “Global Value Chains: The New Reality of International Trade”. E15 Expert Group discussion on Global Value Chains. Geneva, November. Recuperado el 26 de mayo de 2014.
Industria automotriz y pesimismo
Publicado en Ámbito Jurídico, Año XVII, No. 394, 26 de mayo al 8 de junio de 2014
La desaceleración económica y el pesimismo suelen ir de la mano. Eso ha ocurrido con la industria, cuya producción se vio afectada negativamente por múltiples hechos acaecidos en los últimos años: crisis mundial; cierre del mercado de Venezuela; obstáculos a las importaciones en Ecuador y Argentina; crisis de la deuda soberana en la zona euro; débil y lenta recuperación de la economía de EE UU; apreciación de la moneda; y desaceleración de las principales economías emergentes.
Pese a que estos son factores exógenos, muchos analistas aprovecharon para “denunciar” la falta de política industrial y la supuesta “indigestión” de TLC como causas de la caída de la producción. En el caso del sector automotor estas posiciones se vieron exacerbadas por los anuncios de Michellin y Mazda de cerrar sus plantas de producción en Colombia.
Sin desconocer la existencia de problemas de competitividad y de limitaciones o debilidades de política económica que vienen desde hace varias décadas, hay que superar la visión parroquial y explorar la situación del sector automotor más allá de la coyuntura, sin perder de vista lo que está ocurriendo en el resto del mundo.
Es evidente que el sector colombiano de fabricación de equipos de transporte (que incluye autopartes) no está en vía de extinción, según se deduce de las cuentas nacionales. Su participación en el PIB total en el 2013 fue 1,5 veces mayor que la registrada en el 2000. Incluso llegó a ser el doble en el 2007, pero la serie de factores mencionados la redujeron parcialmente.
La participación de este sector en el PIB industrial en el 2013 (2,3%) fue mayor en 1,8 veces a la del 2000 y en el 2012 alcanzó el mayor nivel de los últimos tiempos (2,5%).
Los datos anteriores se confirman con la tasa media anual de crecimiento del sector automotor (7,7%), que supera la del PIB total (4,3%) y la del PIB industrial (2,8%).
Según las cifras de la DIAN (citadas por la Andi), la producción de vehículos automotores se multiplicó por 2,8 entre el 2000 y el 2013. El pico de producción se alcanzó en el 2007 con 183.700 unidades, pero por los factores exógenos mencionados cayó a 91.100; en los dos últimos años se ubicó alrededor de 140.000 unidades.
En esa evolución es claro el impacto del comercio internacional, toda vez que las exportaciones cayeron de 71.000 vehículos en el 2007 a 5.000 en el 2009; luego se recuperaron, pero aún no llegan al nivel precrisis.
Contra las creencias de los pesimistas, la producción nacional de vehículos automotores es más dinámica que la del mundo: mientras que la tasa media anual de crecimiento de Colombia fue de 8,3% en el periodo 2000-2013, la del mundo fue del 3,1%.
Aun cuando la participación de los vehículos ensamblados en el país viene perdiendo participación en el mercado, ello no significa que la producción esté cayendo. La comparación de la dinámica de los nacionales y los importados desde 1997 muestra que se comportan de forma similar, respondiendo a los ciclos económicos; solo en los dos últimos años hay una disociación en detrimento de los nacionales.
El análisis de la composición de las ventas revela aspectos interesantes. Por ejemplo, en el segmento de automóviles, los nacionales mantienen todo el tiempo una cuota de mercado superior al 50%, aun cuando la diferencia se cierra en los dos últimos años. Las camionetas ensambladas en el país, que habían bajado su participación hasta el 13% de las ventas en el 2011, se recuperaron en los dos últimos años con la producción de la Renault Duster, hasta tomar el 52% de ese mercado. No ocurre lo mismo con los camperos y los vehículos de transporte público, donde dominan los importados.
Por último, la presunta invasión coreana no encuentra confirmación en las cifras oficiales de importaciones. La participación de los vehículos provenientes de Corea del Sur, que en el 2000 fue del 12,4% de las importaciones totales, en el 2013 fue del 11,4%.
En síntesis, los pesimistas no han hecho más que magnificar las decisiones de empresas como Mazda o Michellin, que podrían ser mejor entendidas en el contexto de su estrategia global.
Deberían esforzarse en resaltar las decisiones de inversión de General Motors, para superar la etapa de ensamble y avanzar en la fabricación de autos en Colombia; la de Renault de producir nuevos modelos para el mercado nacional y la exportación a países con los que tenemos acceso preferencial; y la inversión de Mercedes Benz para producir buses destinados al mercado nacional y al de la región.
De igual forma podrían leer estudios como los del BBVA que destacan a Colombia como uno de los mercados de “crecimiento explosivo” en el mercado automotor en los próximos años.
La desaceleración económica y el pesimismo suelen ir de la mano. Eso ha ocurrido con la industria, cuya producción se vio afectada negativamente por múltiples hechos acaecidos en los últimos años: crisis mundial; cierre del mercado de Venezuela; obstáculos a las importaciones en Ecuador y Argentina; crisis de la deuda soberana en la zona euro; débil y lenta recuperación de la economía de EE UU; apreciación de la moneda; y desaceleración de las principales economías emergentes.
Pese a que estos son factores exógenos, muchos analistas aprovecharon para “denunciar” la falta de política industrial y la supuesta “indigestión” de TLC como causas de la caída de la producción. En el caso del sector automotor estas posiciones se vieron exacerbadas por los anuncios de Michellin y Mazda de cerrar sus plantas de producción en Colombia.
Sin desconocer la existencia de problemas de competitividad y de limitaciones o debilidades de política económica que vienen desde hace varias décadas, hay que superar la visión parroquial y explorar la situación del sector automotor más allá de la coyuntura, sin perder de vista lo que está ocurriendo en el resto del mundo.
Es evidente que el sector colombiano de fabricación de equipos de transporte (que incluye autopartes) no está en vía de extinción, según se deduce de las cuentas nacionales. Su participación en el PIB total en el 2013 fue 1,5 veces mayor que la registrada en el 2000. Incluso llegó a ser el doble en el 2007, pero la serie de factores mencionados la redujeron parcialmente.
La participación de este sector en el PIB industrial en el 2013 (2,3%) fue mayor en 1,8 veces a la del 2000 y en el 2012 alcanzó el mayor nivel de los últimos tiempos (2,5%).
Los datos anteriores se confirman con la tasa media anual de crecimiento del sector automotor (7,7%), que supera la del PIB total (4,3%) y la del PIB industrial (2,8%).
Según las cifras de la DIAN (citadas por la Andi), la producción de vehículos automotores se multiplicó por 2,8 entre el 2000 y el 2013. El pico de producción se alcanzó en el 2007 con 183.700 unidades, pero por los factores exógenos mencionados cayó a 91.100; en los dos últimos años se ubicó alrededor de 140.000 unidades.
En esa evolución es claro el impacto del comercio internacional, toda vez que las exportaciones cayeron de 71.000 vehículos en el 2007 a 5.000 en el 2009; luego se recuperaron, pero aún no llegan al nivel precrisis.
Contra las creencias de los pesimistas, la producción nacional de vehículos automotores es más dinámica que la del mundo: mientras que la tasa media anual de crecimiento de Colombia fue de 8,3% en el periodo 2000-2013, la del mundo fue del 3,1%.
Aun cuando la participación de los vehículos ensamblados en el país viene perdiendo participación en el mercado, ello no significa que la producción esté cayendo. La comparación de la dinámica de los nacionales y los importados desde 1997 muestra que se comportan de forma similar, respondiendo a los ciclos económicos; solo en los dos últimos años hay una disociación en detrimento de los nacionales.
El análisis de la composición de las ventas revela aspectos interesantes. Por ejemplo, en el segmento de automóviles, los nacionales mantienen todo el tiempo una cuota de mercado superior al 50%, aun cuando la diferencia se cierra en los dos últimos años. Las camionetas ensambladas en el país, que habían bajado su participación hasta el 13% de las ventas en el 2011, se recuperaron en los dos últimos años con la producción de la Renault Duster, hasta tomar el 52% de ese mercado. No ocurre lo mismo con los camperos y los vehículos de transporte público, donde dominan los importados.
Por último, la presunta invasión coreana no encuentra confirmación en las cifras oficiales de importaciones. La participación de los vehículos provenientes de Corea del Sur, que en el 2000 fue del 12,4% de las importaciones totales, en el 2013 fue del 11,4%.
En síntesis, los pesimistas no han hecho más que magnificar las decisiones de empresas como Mazda o Michellin, que podrían ser mejor entendidas en el contexto de su estrategia global.
Deberían esforzarse en resaltar las decisiones de inversión de General Motors, para superar la etapa de ensamble y avanzar en la fabricación de autos en Colombia; la de Renault de producir nuevos modelos para el mercado nacional y la exportación a países con los que tenemos acceso preferencial; y la inversión de Mercedes Benz para producir buses destinados al mercado nacional y al de la región.
De igual forma podrían leer estudios como los del BBVA que destacan a Colombia como uno de los mercados de “crecimiento explosivo” en el mercado automotor en los próximos años.
Y Mazda cerró…
Publicado en Portafolio el viernes 16 de mayo de 2014
Las opiniones que suscitó el reciente cierre de la ensambladora de Mazda en Colombia, son una manifestación más del enfoque parroquial que predomina en ciertos analistas criollos.
Algunos sindicalistas, dirigentes gremiales y empresarios señalaron como presuntos culpables de esa decisión a los TLC, la falta de política industrial y el poco apoyo del gobierno. Pero en el aire quedaron los interrogantes que nunca se hacen quienes estas acusaciones propalan:
¿Por qué cierra una empresa japonesa cuando Colombia está negociando un TLC con Japón?
¿Por qué, si no hay política industrial, empresas como General Motors hacen una inversión de US$200 millones para superar la etapa de ensamble e iniciar la de fabricación de autos en Colombia?
¿Por qué Renault optó por desarrollar la producción de una línea de camionetas para el mercado interno y la exportación a países de la región con los que tenemos TLC, incluido México?
¿Y por qué, si no hay ese apoyo estatal, el gobierno acaba de lanzar el Programa de Fomento para la Industria Automotriz (Profia), que establece un régimen de importación favorable a la mayor productividad en la fabricación de autopartes y el ensamble de vehículos?
La realidad es que desde 2007 el sector automotor colombiano ha sufrido el impacto de varios choques externos, que contribuyen a explicar la decisión de Mazda.
Es el caso de la crisis mundial y el cierre del mercado de Venezuela, que ocasionaron en 2008 una caída del 62% en las exportaciones colombianas de vehículos y del 26% en la producción para el mercado interno; y en 2009 las primeras cayeron 82% adicional, mientras la segunda creció en 2.8%.
Esa combinación golpeó fuertemente a Mazda, haciéndole perder participación en la producción nacional, de 19% en 2007 a 13% en 2009.
La crisis mundial tuvo otro efecto indirecto, pero definitivo, sobre esta empresa. En 2011 Ford terminó la alianza estratégica que tenía con Mazda desde 1992, para atender el mercado estadounidense mediante la fabricación de vehículos de ambas marcas en la planta de Flat Rock, Michigan. Desde 2012 la oferta de la firma japonesa a ese mercado quedó limitada a los productos importados, y con evidente desventaja por los costos de transporte y la apreciación del yen.
Esto forzó a la matriz japonesa a replantear su estrategia global y la decisión fue la construcción de una planta en Salamanca, México, con una inversión de US$770 millones y una capacidad de producción de 230.000 vehículos por año.
Es razonable suponer que en la escogencia de la localización jugó un papel importante el acceso preferencial a los mercados de Norteamérica y Latinoamérica. Como es razonable pensar que con esa planta, inaugurada en marzo de 2014, perdió sentido la de Colombia, con una producción de 10 mil vehículos en 2012 y una participación del 6.7% en la producción nacional.
Estos hechos amplían la visión sobre la determinación de Mazda y, a la vez, perfilan una naciente oportunidad: las fábricas de autopartes que eran proveedoras de esa empresa en Colombia, podrían buscar la integración a la cadena de valor de la nueva planta. También muestran que el mundo no acaba ahí, pues el mercado automotor colombiano tiene un amplio potencial, como lo destaca un estudio del BBVA y lo revelan las decisiones de las otras ensambladoras.
Las opiniones que suscitó el reciente cierre de la ensambladora de Mazda en Colombia, son una manifestación más del enfoque parroquial que predomina en ciertos analistas criollos.
Algunos sindicalistas, dirigentes gremiales y empresarios señalaron como presuntos culpables de esa decisión a los TLC, la falta de política industrial y el poco apoyo del gobierno. Pero en el aire quedaron los interrogantes que nunca se hacen quienes estas acusaciones propalan:
¿Por qué cierra una empresa japonesa cuando Colombia está negociando un TLC con Japón?
¿Por qué, si no hay política industrial, empresas como General Motors hacen una inversión de US$200 millones para superar la etapa de ensamble e iniciar la de fabricación de autos en Colombia?
¿Por qué Renault optó por desarrollar la producción de una línea de camionetas para el mercado interno y la exportación a países de la región con los que tenemos TLC, incluido México?
¿Y por qué, si no hay ese apoyo estatal, el gobierno acaba de lanzar el Programa de Fomento para la Industria Automotriz (Profia), que establece un régimen de importación favorable a la mayor productividad en la fabricación de autopartes y el ensamble de vehículos?
La realidad es que desde 2007 el sector automotor colombiano ha sufrido el impacto de varios choques externos, que contribuyen a explicar la decisión de Mazda.
Es el caso de la crisis mundial y el cierre del mercado de Venezuela, que ocasionaron en 2008 una caída del 62% en las exportaciones colombianas de vehículos y del 26% en la producción para el mercado interno; y en 2009 las primeras cayeron 82% adicional, mientras la segunda creció en 2.8%.
Esa combinación golpeó fuertemente a Mazda, haciéndole perder participación en la producción nacional, de 19% en 2007 a 13% en 2009.
La crisis mundial tuvo otro efecto indirecto, pero definitivo, sobre esta empresa. En 2011 Ford terminó la alianza estratégica que tenía con Mazda desde 1992, para atender el mercado estadounidense mediante la fabricación de vehículos de ambas marcas en la planta de Flat Rock, Michigan. Desde 2012 la oferta de la firma japonesa a ese mercado quedó limitada a los productos importados, y con evidente desventaja por los costos de transporte y la apreciación del yen.
Esto forzó a la matriz japonesa a replantear su estrategia global y la decisión fue la construcción de una planta en Salamanca, México, con una inversión de US$770 millones y una capacidad de producción de 230.000 vehículos por año.
Es razonable suponer que en la escogencia de la localización jugó un papel importante el acceso preferencial a los mercados de Norteamérica y Latinoamérica. Como es razonable pensar que con esa planta, inaugurada en marzo de 2014, perdió sentido la de Colombia, con una producción de 10 mil vehículos en 2012 y una participación del 6.7% en la producción nacional.
Estos hechos amplían la visión sobre la determinación de Mazda y, a la vez, perfilan una naciente oportunidad: las fábricas de autopartes que eran proveedoras de esa empresa en Colombia, podrían buscar la integración a la cadena de valor de la nueva planta. También muestran que el mundo no acaba ahí, pues el mercado automotor colombiano tiene un amplio potencial, como lo destaca un estudio del BBVA y lo revelan las decisiones de las otras ensambladoras.
¿Ministerio de industria?
Publicado en Ámbito Jurídico Año XVII – No. 387; 27 de enero al 9 de febrero de 2014
Los clamores de algunos empresarios y analistas por un “Ministerio de Industria” repicaron hasta las postrimerías del 2013 y no tardan en resurgir en 2014. Sus fundamentos son la supuesta carencia de política industrial y la presunta desindustrialización del país.
La carencia de una política industrial como punto de partida anula cualquier posibilidad de debate sobre el tema. Cosa distinta es discrepar sobre el enfoque, algunos instrumentos, o la forma de implementación.
La Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana, pionera de esa visión, contrató un estudio con José Antonio Ocampo y Astrid Martínez que, curiosamente, en una de sus conclusiones demostró lo contrario de lo que venía formulando esta agrupación:
“En todo caso, en los últimos veinte años se han adoptado políticas de desarrollo productivo que combinan instrumentos verticales y horizontales y que acogen las iniciativas público-privadas para identificar actividades con potencial exportador. El andamiaje institucional se ha perfeccionado y se han superado parcialmente algunas dificultades como la carencia de indicadores y seguimiento. De hecho, en el contexto latinoamericano, Colombia es uno de los países que ha avanzado más en construir dicho andamiaje”.
Conclusión: la afirmación sobre inexistencia de política industrial no tiene fundamento.
La presunta desindustrialización es un debate anacrónico, pues la pérdida de participación de la industria en el PIB viene desde 1973. Para más señas, la caída empezó en plena aplicación del modelo sustitutivo de importaciones o de “industrialización dirigida por el Estado”, como optan por denominarlo Bértola y Ocampo (2013).
Cabe recordar que después de 35 años de políticas de “industrialización dirigida por el Estado” (1945-1980) la industria colombiana no logró una participación en el PIB como la que alcanzó Brasil (35% en 1982) o Corea (31% en 1988). Si supuestamente estábamos aplicando las mismas recetas ¿por qué no obtuvimos resultados similares? ¿Y por qué con ese recetario empezó a caer la participación de la industria colombiana antes que en esos otros países? Estas preguntas deberían ser resueltas por los teóricos de la prematura declinación de la industria.
El reciente estudio de Esteban Carranza y Stefany Moreno (2013), del Banco de la República, demuestra que la desintegración vertical es un elemento importante para comprender este asunto; además, ayuda a entender lo que está ocurriendo en el mundo.
Conclusión: las visiones sobre desindustrialización en Colombia adolecen de miopía.
La reducción de costos de transacción, incluyendo la gradual eliminación de barreras al comercio, está generando una creciente fragmentación de los procesos de producción y fortaleciendo las cadenas globales de valor (CGV) como forma óptima de organización de los procesos productivos.
Un efecto notable de estas CGV es la desintegración vertical. “El aumento de la integración de los mercados mundiales ha llevado a la desintegración de los procesos de producción, de forma que la manufactura o los servicios realizados en el extranjero se combinan con procesos locales. Ahora las empresas encuentran rentable la tercerización de parte creciente de su proceso productivo, tanto en el país como en el exterior” (R.Feenstra (1998) “Integration of Trade and Disintegration of Production in the Global Economy”).
Las CGV y la desintegración vertical generaron espacios para el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas productoras de bienes y servicios. “Los bienes y servicios ahora se entrelazan totalmente y son inseparables en su producción” (Sheila Stephenson (2012) “Global Value Chains: The New Reality of International Trade”).
A partir de estos elementos, los círculos académicos y los hacedores de política económica de otras economías discuten los retos y los cambios que deben ocurrir en las políticas comercial e industrial para que las empresas se beneficien de la nueva organización mundial de la producción. Poco y nada se ventilan esos temas por estas latitudes.
Conclusión: un ministerio exclusivo para la industria quedaría cojo e impediría una eficiente vinculación de las empresas a las CGV.
Por último, cabe preguntarse qué hace en otros países su ministerio del tema industrial. En Brasil tiene a su cargo la política industrial, la comercial y la de innovación y tecnología. En México, formula y aplica las políticas de “industria, comercio exterior, interior, abasto” y la minera. En Alemania, responde por las áreas de economía, tecnología, energía, comercio internacional y turismo; en economía se incluyen los temas de competencia, política de pymes, política industrial, industria de servicios y política vocacional.
Conclusión: en los países que valdría la pena tener como modelo, no existe un ministerio especializado en manufactura; por el contrario, abarca una mayor amplitud de áreas que en Colombia.
Solucionar una coyuntura de caída temporal de la producción industrial creando un ministerio de manufacturas, lejos de solucionar los problemas los complicaría; para empezar, serían necesarios esfuerzos adicionales de coordinación, por ejemplo, con el Ministerio del Comercio Exterior. Y el desarrollo seguiría siendo una utopía para Colombia.
La carencia de una política industrial como punto de partida anula cualquier posibilidad de debate sobre el tema. Cosa distinta es discrepar sobre el enfoque, algunos instrumentos, o la forma de implementación.
La Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana, pionera de esa visión, contrató un estudio con José Antonio Ocampo y Astrid Martínez que, curiosamente, en una de sus conclusiones demostró lo contrario de lo que venía formulando esta agrupación:
“En todo caso, en los últimos veinte años se han adoptado políticas de desarrollo productivo que combinan instrumentos verticales y horizontales y que acogen las iniciativas público-privadas para identificar actividades con potencial exportador. El andamiaje institucional se ha perfeccionado y se han superado parcialmente algunas dificultades como la carencia de indicadores y seguimiento. De hecho, en el contexto latinoamericano, Colombia es uno de los países que ha avanzado más en construir dicho andamiaje”.
Conclusión: la afirmación sobre inexistencia de política industrial no tiene fundamento.
La presunta desindustrialización es un debate anacrónico, pues la pérdida de participación de la industria en el PIB viene desde 1973. Para más señas, la caída empezó en plena aplicación del modelo sustitutivo de importaciones o de “industrialización dirigida por el Estado”, como optan por denominarlo Bértola y Ocampo (2013).
Cabe recordar que después de 35 años de políticas de “industrialización dirigida por el Estado” (1945-1980) la industria colombiana no logró una participación en el PIB como la que alcanzó Brasil (35% en 1982) o Corea (31% en 1988). Si supuestamente estábamos aplicando las mismas recetas ¿por qué no obtuvimos resultados similares? ¿Y por qué con ese recetario empezó a caer la participación de la industria colombiana antes que en esos otros países? Estas preguntas deberían ser resueltas por los teóricos de la prematura declinación de la industria.
El reciente estudio de Esteban Carranza y Stefany Moreno (2013), del Banco de la República, demuestra que la desintegración vertical es un elemento importante para comprender este asunto; además, ayuda a entender lo que está ocurriendo en el mundo.
Conclusión: las visiones sobre desindustrialización en Colombia adolecen de miopía.
La reducción de costos de transacción, incluyendo la gradual eliminación de barreras al comercio, está generando una creciente fragmentación de los procesos de producción y fortaleciendo las cadenas globales de valor (CGV) como forma óptima de organización de los procesos productivos.
Un efecto notable de estas CGV es la desintegración vertical. “El aumento de la integración de los mercados mundiales ha llevado a la desintegración de los procesos de producción, de forma que la manufactura o los servicios realizados en el extranjero se combinan con procesos locales. Ahora las empresas encuentran rentable la tercerización de parte creciente de su proceso productivo, tanto en el país como en el exterior” (R.Feenstra (1998) “Integration of Trade and Disintegration of Production in the Global Economy”).
Las CGV y la desintegración vertical generaron espacios para el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas productoras de bienes y servicios. “Los bienes y servicios ahora se entrelazan totalmente y son inseparables en su producción” (Sheila Stephenson (2012) “Global Value Chains: The New Reality of International Trade”).
A partir de estos elementos, los círculos académicos y los hacedores de política económica de otras economías discuten los retos y los cambios que deben ocurrir en las políticas comercial e industrial para que las empresas se beneficien de la nueva organización mundial de la producción. Poco y nada se ventilan esos temas por estas latitudes.
Conclusión: un ministerio exclusivo para la industria quedaría cojo e impediría una eficiente vinculación de las empresas a las CGV.
Por último, cabe preguntarse qué hace en otros países su ministerio del tema industrial. En Brasil tiene a su cargo la política industrial, la comercial y la de innovación y tecnología. En México, formula y aplica las políticas de “industria, comercio exterior, interior, abasto” y la minera. En Alemania, responde por las áreas de economía, tecnología, energía, comercio internacional y turismo; en economía se incluyen los temas de competencia, política de pymes, política industrial, industria de servicios y política vocacional.
Conclusión: en los países que valdría la pena tener como modelo, no existe un ministerio especializado en manufactura; por el contrario, abarca una mayor amplitud de áreas que en Colombia.
Solucionar una coyuntura de caída temporal de la producción industrial creando un ministerio de manufacturas, lejos de solucionar los problemas los complicaría; para empezar, serían necesarios esfuerzos adicionales de coordinación, por ejemplo, con el Ministerio del Comercio Exterior. Y el desarrollo seguiría siendo una utopía para Colombia.
Ocampo y la industria
Publicado en Portafolio el 5 de julio de 2013
Sin duda, José Antonio Ocampo es uno de los economistas más sobresalientes del país, como lo resaltó una encuesta reciente de un periódico nacional y lo evidencia su brillante trayectoria profesional. Con esos antecedentes, sus opiniones en escritos, conferencias y entrevistas suelen tener eco en el país y en América Latina, dependiendo de su temática.
Sus más recientes intervenciones no han dejado de sorprender, especialmente por su visión pesimista sobre el país y por la descalificación que hace del manejo de la política económica.
Si bien es cierto que la política económica por su propia naturaleza nunca deja contentos a todos, las divergencias también surgen de las diversas vertientes de pensamiento económico en su concepción; además aparecen cuando el analista cree que su punto de vista es más razonable y más inteligente que el del gobierno; éste último es el síndrome del director técnico de fútbol que todos llevamos dentro.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que las afirmaciones de Ocampo en la entrevista dejan clara su discrepancia prácticamente con toda la política económica. En el contexto señalado es “normal” que así sea. Sin embargo, hay algunos aspectos que son muy discutibles y la limitación de espacio solo permite hacer referencia a unos pocos.
El entrevistador sintetizó una de las ideas de Ocampo en los siguientes términos: “Ya van tres trimestres de caídas en el crecimiento de la producción industrial, una recesión indiscutible y el peor episodio de 30 años de desindustrialización”.
Sorprendente que Ocampo, que es un distinguido experto en historia económica de Colombia, caiga en una afirmación tan alegre. Sin pretender hacer un ranking de los peores momentos de la industria, cabe recordar que desde el cuarto trimestre de 1980 y hasta el cuarto trimestre de 1982, la dinámica industrial fue negativa: fueron 9 trimestres continuos registrando caídas anuales. Además, en el primer trimestre de 1983 la industria apenas creció 0.2% anual y luego volvió a caer en los dos trimestres siguientes. Y esto ocurrió con el modelo de economía cerrada que tanto añoran algunos analistas del país y no con el actual, que califican de neoliberal, en el que los TLC supuestamente están acabando con la industria nacional.
También habría que mirar las cifras de la crisis de 1998-1999 y las de la crisis mundial de 2008-2009: 6 y 5 trimestres de caídas consecutivas, respectivamente.
Para comparar la magnitud de estos episodios, resulta útil el cambio del peso relativo de la industria en el PIB, medido como la diferencia entre el indicador en el último trimestre de caída y el anterior al comienzo. Esto indica que el primero repercutió en una pérdida de participación de la industria de 2.2 puntos porcentuales, el segundo en 0.9 puntos y el tercero en 1.4 puntos; por contraste en el más reciente la reducción fue de 0.8 puntos.
Adicionalmente, un análisis de la industria colombiana en el periodo reciente queda cojo si no se mira qué está pasando en el mundo. En lo corrido del presente año, el 62% de los 33 países a los que hace seguimiento el MinCIT en sus informes mensuales de industria (disponibles en la web), registró tasas negativas de crecimiento entre enero y marzo; en abril bajó al 40%. Un comportamiento similar se observó en 2012, cuando países como Brasil tuvieron variaciones negativas todos los meses del año. Independientemente del enfoque de la política industrial implementada esto evidencia que el entorno internacional frenó la industria y en varios países ocasionó recesión.
En ese contexto, lo más probable es que las políticas industriales ayudaron a amortiguar los impactos negativos. Aun así, algunos seguirán insistiendo en que es una prueba de los errores de la política o de su ausencia.
Para finalizar, una breve anotación a una afirmación de Ocampo sobre la revaluación del peso, que “ahora se ha corregido porque la Reserva Federal nos ha ayudado un poquito… Ya que el gobierno y el Banco de la República habían hecho tan poco por corregir la revaluación, le agradezco a la FED que esté haciendo el trabajo por nosotros”. Esta frase es una muestra de su buen humor. Ahora le tenemos que dar gracias a la FED por generar la volatilidad de los mercados financieros del mundo, incluyendo las tasas de cambio que se empezaron a depreciar, por anunciar la intención de frenar el chorro de emisión monetaria a que sometieron al mundo en los años recientes; pero, al tiempo, hay que echarle la culpa al gobierno colombiano y a su autoridad monetaria por no controlar la apreciación del tipo de cambio, que en buena medida es consecuencia directa de esa política monetaria flexible de la FED.
Sin duda, José Antonio Ocampo es uno de los economistas más sobresalientes del país, como lo resaltó una encuesta reciente de un periódico nacional y lo evidencia su brillante trayectoria profesional. Con esos antecedentes, sus opiniones en escritos, conferencias y entrevistas suelen tener eco en el país y en América Latina, dependiendo de su temática.
Sus más recientes intervenciones no han dejado de sorprender, especialmente por su visión pesimista sobre el país y por la descalificación que hace del manejo de la política económica.
Si bien es cierto que la política económica por su propia naturaleza nunca deja contentos a todos, las divergencias también surgen de las diversas vertientes de pensamiento económico en su concepción; además aparecen cuando el analista cree que su punto de vista es más razonable y más inteligente que el del gobierno; éste último es el síndrome del director técnico de fútbol que todos llevamos dentro.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que las afirmaciones de Ocampo en la entrevista dejan clara su discrepancia prácticamente con toda la política económica. En el contexto señalado es “normal” que así sea. Sin embargo, hay algunos aspectos que son muy discutibles y la limitación de espacio solo permite hacer referencia a unos pocos.
El entrevistador sintetizó una de las ideas de Ocampo en los siguientes términos: “Ya van tres trimestres de caídas en el crecimiento de la producción industrial, una recesión indiscutible y el peor episodio de 30 años de desindustrialización”.
Sorprendente que Ocampo, que es un distinguido experto en historia económica de Colombia, caiga en una afirmación tan alegre. Sin pretender hacer un ranking de los peores momentos de la industria, cabe recordar que desde el cuarto trimestre de 1980 y hasta el cuarto trimestre de 1982, la dinámica industrial fue negativa: fueron 9 trimestres continuos registrando caídas anuales. Además, en el primer trimestre de 1983 la industria apenas creció 0.2% anual y luego volvió a caer en los dos trimestres siguientes. Y esto ocurrió con el modelo de economía cerrada que tanto añoran algunos analistas del país y no con el actual, que califican de neoliberal, en el que los TLC supuestamente están acabando con la industria nacional.
También habría que mirar las cifras de la crisis de 1998-1999 y las de la crisis mundial de 2008-2009: 6 y 5 trimestres de caídas consecutivas, respectivamente.
Para comparar la magnitud de estos episodios, resulta útil el cambio del peso relativo de la industria en el PIB, medido como la diferencia entre el indicador en el último trimestre de caída y el anterior al comienzo. Esto indica que el primero repercutió en una pérdida de participación de la industria de 2.2 puntos porcentuales, el segundo en 0.9 puntos y el tercero en 1.4 puntos; por contraste en el más reciente la reducción fue de 0.8 puntos.
Adicionalmente, un análisis de la industria colombiana en el periodo reciente queda cojo si no se mira qué está pasando en el mundo. En lo corrido del presente año, el 62% de los 33 países a los que hace seguimiento el MinCIT en sus informes mensuales de industria (disponibles en la web), registró tasas negativas de crecimiento entre enero y marzo; en abril bajó al 40%. Un comportamiento similar se observó en 2012, cuando países como Brasil tuvieron variaciones negativas todos los meses del año. Independientemente del enfoque de la política industrial implementada esto evidencia que el entorno internacional frenó la industria y en varios países ocasionó recesión.
En ese contexto, lo más probable es que las políticas industriales ayudaron a amortiguar los impactos negativos. Aun así, algunos seguirán insistiendo en que es una prueba de los errores de la política o de su ausencia.
Para finalizar, una breve anotación a una afirmación de Ocampo sobre la revaluación del peso, que “ahora se ha corregido porque la Reserva Federal nos ha ayudado un poquito… Ya que el gobierno y el Banco de la República habían hecho tan poco por corregir la revaluación, le agradezco a la FED que esté haciendo el trabajo por nosotros”. Esta frase es una muestra de su buen humor. Ahora le tenemos que dar gracias a la FED por generar la volatilidad de los mercados financieros del mundo, incluyendo las tasas de cambio que se empezaron a depreciar, por anunciar la intención de frenar el chorro de emisión monetaria a que sometieron al mundo en los años recientes; pero, al tiempo, hay que echarle la culpa al gobierno colombiano y a su autoridad monetaria por no controlar la apreciación del tipo de cambio, que en buena medida es consecuencia directa de esa política monetaria flexible de la FED.
La catástrofe colombiana
Publicado en martes 12 de febrero en Portafolio.
La economía genera algunos comportamientos sociales predecibles. Uno de ellos es el aumento del pesimismo cuando la actividad económica pierde dinamismo; es un sentimiento que tiende a acentuarse por la existencia de “pesimistas profesionales” que ganan figuración en estas coyunturas.
Siempre están afirmando que el país va camino a la catástrofe y que muchos sectores se van a perjudicar porque los gobiernos de turno no hacen caso de sus permanentes admoniciones y de sus valiosas recomendaciones de política económica. Colombia no es la excepción. En los últimos meses hemos visto cómo los “pesimistas profesionales” muy ufanos salen a cobrar sus “acertadas predicciones”.
Como los ciclos económicos existen, porque son una característica inmanente del capitalismo y ningún economista, por iluminado que sea, ha encontrado la forma de evitarlos, estos pesimistas se sienten “realizados” cuando la economía se desacelera. Entonces empiezan las cantilenas sobre las repetidas ocasiones en que sabiamente anunciaron la catástrofe.
Eso sí, son muy cautelosos al delimitar la cancha de juego para neutralizar críticas. Por ejemplo, enfatizan que no es correcto comparar los resultados de nuestra industria con los de otros países de la región que presuntamente también se están “desindustrializando”. ¿Por qué no tiene sentido? Tal vez porque se evidencia que el fenómeno de desaceleración del crecimiento industrial no es un fenómeno exclusivo de Colombia y, por lo tanto, que el entorno global aporta a la explicación.
Las cifras así lo demuestran. De 58 economías a las que la revista The Economist hace seguimiento permanente hay 31 con registros negativos en el último dato disponible de la industria. Es más, la producción acumulada del sector en Brasil, país que siempre nos ponen como paradigma de política industrial, cayó en 2.7% en 2012 y en 11 de los últimos 12 meses tuvo variaciones negativas. ¿Por qué en una economía globalizada Colombia tendría que ser un bicho raro que no se contagiara?
Otros aprovechan para revelar sus posiciones contra los acuerdos comerciales, que son el blanco preferido de muchos en la actual coyuntura.
Se afirma que los TLC que firmó Colombia no están dando los resultados esperados, pues las exportaciones a esos destinos no crecen. En cambio, los sectores de calzado y confecciones son víctimas de las masivas importaciones, consecuencia de abrir rápidamente los mercados y exponerlos a la competencia global.
Con relación al primer aspecto, cabe recordar que los impactos de los TLC son de mediano y largo plazo y que los aprovechamientos de corto plazo provienen fundamentalmente de la oferta exportable existente. Sin embargo, en una coyuntura mundial de desaceleración, en la que las exportaciones mundiales están cayendo, sería utópico esperar que las de Colombia fueran inmunes a esa situación.
Según la OMC, las exportaciones globales cayeron 0.2% en el acumulado a septiembre de 2012 con relación al acumulado de 2011; las de la Unión Europea bajaron 5.6%; y las de nueve países de América Latina también se redujeron. En ese complejo escenario, las de Colombia crecían al 7.6% anual.
Y con relación al segundo aspecto, la forma en que lo enuncian, haciendo una velada alusión a los TLC, confunde a los lectores desprevenidos. No obstante, es evidente que los “pesimistas profesionales” saben que esas importaciones provienen de China y otras economías asiáticas con las que Colombia no tiene tratados comerciales. Los datos a noviembre de 2012 muestran que el 74% de las confecciones viene de Asia y crecen a tasas superiores al 40% anual. En cambio, las provenientes de países con TLC vigente, o decrecen o aportan modestamente a la variación de estas importaciones.
¿Significa lo anterior que las autoridades económicas no tienen nada que hacer, porque los choques son exógenos? Nada más lejano de la realidad. La crisis mundial de 2008-2009 evidenció las falencias de la regulación financiera en las economías desarrolladas y, en consecuencia, ella está siendo revisada. De igual forma, la coyuntura actual saca a flote los diversos problemas de la economía colombiana, especialmente del sector industrial, y señala la importancia de avanzar en una agenda para superarlos.
Pero el diagnóstico de partida tiene que limpiarse de esa contaminación pesimista, para poder adoptar las medidas adecuadas; en caso contrario, ellas podrían ser contraproducentes. Por ejemplo, tenemos que reconocer el avance que representa la resiliencia de la economía a los choques externos, y no ignorar la diferencia que ellos generan en otros países.
Y también conviene examinar la percepción que prestigiosos analistas internacionales como Moisés Naím tienen sobre nuestro país: “Una de las grandes perplejidades de quienes seguimos a Colombia es la brecha que hay entre el progreso de los últimos años y el pesimismo que reina entre sus ciudadanos”.
Por fortuna, también hay análisis serios que aportan para superar la situación.
La economía genera algunos comportamientos sociales predecibles. Uno de ellos es el aumento del pesimismo cuando la actividad económica pierde dinamismo; es un sentimiento que tiende a acentuarse por la existencia de “pesimistas profesionales” que ganan figuración en estas coyunturas.
Siempre están afirmando que el país va camino a la catástrofe y que muchos sectores se van a perjudicar porque los gobiernos de turno no hacen caso de sus permanentes admoniciones y de sus valiosas recomendaciones de política económica. Colombia no es la excepción. En los últimos meses hemos visto cómo los “pesimistas profesionales” muy ufanos salen a cobrar sus “acertadas predicciones”.
Como los ciclos económicos existen, porque son una característica inmanente del capitalismo y ningún economista, por iluminado que sea, ha encontrado la forma de evitarlos, estos pesimistas se sienten “realizados” cuando la economía se desacelera. Entonces empiezan las cantilenas sobre las repetidas ocasiones en que sabiamente anunciaron la catástrofe.
Eso sí, son muy cautelosos al delimitar la cancha de juego para neutralizar críticas. Por ejemplo, enfatizan que no es correcto comparar los resultados de nuestra industria con los de otros países de la región que presuntamente también se están “desindustrializando”. ¿Por qué no tiene sentido? Tal vez porque se evidencia que el fenómeno de desaceleración del crecimiento industrial no es un fenómeno exclusivo de Colombia y, por lo tanto, que el entorno global aporta a la explicación.
Las cifras así lo demuestran. De 58 economías a las que la revista The Economist hace seguimiento permanente hay 31 con registros negativos en el último dato disponible de la industria. Es más, la producción acumulada del sector en Brasil, país que siempre nos ponen como paradigma de política industrial, cayó en 2.7% en 2012 y en 11 de los últimos 12 meses tuvo variaciones negativas. ¿Por qué en una economía globalizada Colombia tendría que ser un bicho raro que no se contagiara?
Otros aprovechan para revelar sus posiciones contra los acuerdos comerciales, que son el blanco preferido de muchos en la actual coyuntura.
Se afirma que los TLC que firmó Colombia no están dando los resultados esperados, pues las exportaciones a esos destinos no crecen. En cambio, los sectores de calzado y confecciones son víctimas de las masivas importaciones, consecuencia de abrir rápidamente los mercados y exponerlos a la competencia global.
Con relación al primer aspecto, cabe recordar que los impactos de los TLC son de mediano y largo plazo y que los aprovechamientos de corto plazo provienen fundamentalmente de la oferta exportable existente. Sin embargo, en una coyuntura mundial de desaceleración, en la que las exportaciones mundiales están cayendo, sería utópico esperar que las de Colombia fueran inmunes a esa situación.
Según la OMC, las exportaciones globales cayeron 0.2% en el acumulado a septiembre de 2012 con relación al acumulado de 2011; las de la Unión Europea bajaron 5.6%; y las de nueve países de América Latina también se redujeron. En ese complejo escenario, las de Colombia crecían al 7.6% anual.
Y con relación al segundo aspecto, la forma en que lo enuncian, haciendo una velada alusión a los TLC, confunde a los lectores desprevenidos. No obstante, es evidente que los “pesimistas profesionales” saben que esas importaciones provienen de China y otras economías asiáticas con las que Colombia no tiene tratados comerciales. Los datos a noviembre de 2012 muestran que el 74% de las confecciones viene de Asia y crecen a tasas superiores al 40% anual. En cambio, las provenientes de países con TLC vigente, o decrecen o aportan modestamente a la variación de estas importaciones.
¿Significa lo anterior que las autoridades económicas no tienen nada que hacer, porque los choques son exógenos? Nada más lejano de la realidad. La crisis mundial de 2008-2009 evidenció las falencias de la regulación financiera en las economías desarrolladas y, en consecuencia, ella está siendo revisada. De igual forma, la coyuntura actual saca a flote los diversos problemas de la economía colombiana, especialmente del sector industrial, y señala la importancia de avanzar en una agenda para superarlos.
Pero el diagnóstico de partida tiene que limpiarse de esa contaminación pesimista, para poder adoptar las medidas adecuadas; en caso contrario, ellas podrían ser contraproducentes. Por ejemplo, tenemos que reconocer el avance que representa la resiliencia de la economía a los choques externos, y no ignorar la diferencia que ellos generan en otros países.
Y también conviene examinar la percepción que prestigiosos analistas internacionales como Moisés Naím tienen sobre nuestro país: “Una de las grandes perplejidades de quienes seguimos a Colombia es la brecha que hay entre el progreso de los últimos años y el pesimismo que reina entre sus ciudadanos”.
Por fortuna, también hay análisis serios que aportan para superar la situación.
La mejor industria
Publicado en el diario La República, el 9 de febrero de 2012
Según The Economist, la industria colombiana fue la de mejor desempeño en el segundo semestre de 2011, entre las siete economías más importantes de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Venezuela y Perú). En cambio, Brasil lleva tres meses consecutivos con variaciones negativas anuales y Perú dos meses.
¿Por qué a pesar de estos resultados y de los obtenidos en crecimiento del empleo y de las exportaciones industriales, se sigue insistiendo en una presunta “acelerada desindustrialización”?
En una columna el exministro Hommes resaltó la ambivalente posición de algunos empresarios frente a los tratados de libre comercio. Cuando esperan beneficios de una negociación, nunca o muy raras veces lo expresan públicamente, pero cuando se sienten afectados sí lo hacen. Así, en la opinión solo queda la percepción negativa.
Con el análisis de los resultados económicos ocurre lo mismo, pues las malas noticias son las que acaparan los titulares. A ello se suma la inclinación a menospreciar lo propio y sobrevalorar lo ajeno. Alabamos la política industrial de otros países, pero no valoramos la que tenemos, ni le reconocemos algún impacto en los resultados positivos.
Habitualmente la sobrevaloración no va más allá de la sesgada comparación, lo que impide ver qué está pasando en el mundo globalizado. Y esto puede tener consecuencias más negativas que las imputadas a los tratados de libre comercio.
Un ejemplo es el mercado mundial de autos, que sufrió un cambio estructural, como ha ocurrido en otros sectores. Hasta hace poco dominaban los países desarrollados; en 1961 Estados Unidos y cuatro países de Europa (Reino Unido, Alemania, Italia y Francia) concentraban el 88% de la producción mundial.
Pero la globalización cambió todo. Aparecieron nuevos competidores como Japón y varias economías emergentes; las grandes multinacionales se “descentralizaron” y fragmentaron sus procesos de producción por el mundo. Hoy en día los autos son “made in the world”; perdieron su nacionalidad y la competencia es por la innovación, la productividad y los menores costos. Ahora esos países desarrollados (no las multinacionales) producen menos del 20% de la oferta mundial y en Estados Unidos solo el 37% de las ventas de 2007 fue de marcas locales; el resto son importados o de plantas extranjeras instaladas en ese mercado.
En ese contexto, no es claro cómo algunos empresarios del sector que más está creciendo en la industria colombiana (20% anual en valor agregado), y con ventas récord en 2011, puedan afirmar que el TLC con México está causando un desastre sectorial y que otros que están en camino los enterrará.
Colombia no es una isla, ni quiere serlo; por el contrario, busca aprovechar las ventajas de la economía globalizada y beneficiar al consumidor, lo que implica mayor exposición a la competencia. Por eso, desde la apertura viene creciendo la oferta de vehículos importados, al punto que actualmente compiten cerca de 50 marcas, sin sacrificar la producción nacional.
De acuerdo con Acolfa, entre 2005 y 2008, cuando sólo desde la Comunidad Andina entraban autos con arancel cero, los importados representaron en promedio el 56% del consumo aparente. Y según Fenalco, hasta octubre de 2011 ellos representaron el 48% de las ventas del país. Por lo tanto, no es atribuible a la desgravación con México ningún desastre, en particular cuando las cifras muestran un año excepcional.
Tenemos la industria con el mejor comportamiento coyuntural en la región; pero hay mucho camino por recorrer en materia de competitividad, con miras a insertarse en las cadenas globales de valor, neutralizar la competencia sin volverse “comercializadores”, y crecer los empleos de calidad. Esos son los retos que plantean la globalización y los TLC.
Según The Economist, la industria colombiana fue la de mejor desempeño en el segundo semestre de 2011, entre las siete economías más importantes de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Venezuela y Perú). En cambio, Brasil lleva tres meses consecutivos con variaciones negativas anuales y Perú dos meses.
¿Por qué a pesar de estos resultados y de los obtenidos en crecimiento del empleo y de las exportaciones industriales, se sigue insistiendo en una presunta “acelerada desindustrialización”?
En una columna el exministro Hommes resaltó la ambivalente posición de algunos empresarios frente a los tratados de libre comercio. Cuando esperan beneficios de una negociación, nunca o muy raras veces lo expresan públicamente, pero cuando se sienten afectados sí lo hacen. Así, en la opinión solo queda la percepción negativa.
Con el análisis de los resultados económicos ocurre lo mismo, pues las malas noticias son las que acaparan los titulares. A ello se suma la inclinación a menospreciar lo propio y sobrevalorar lo ajeno. Alabamos la política industrial de otros países, pero no valoramos la que tenemos, ni le reconocemos algún impacto en los resultados positivos.
Habitualmente la sobrevaloración no va más allá de la sesgada comparación, lo que impide ver qué está pasando en el mundo globalizado. Y esto puede tener consecuencias más negativas que las imputadas a los tratados de libre comercio.
Un ejemplo es el mercado mundial de autos, que sufrió un cambio estructural, como ha ocurrido en otros sectores. Hasta hace poco dominaban los países desarrollados; en 1961 Estados Unidos y cuatro países de Europa (Reino Unido, Alemania, Italia y Francia) concentraban el 88% de la producción mundial.
Pero la globalización cambió todo. Aparecieron nuevos competidores como Japón y varias economías emergentes; las grandes multinacionales se “descentralizaron” y fragmentaron sus procesos de producción por el mundo. Hoy en día los autos son “made in the world”; perdieron su nacionalidad y la competencia es por la innovación, la productividad y los menores costos. Ahora esos países desarrollados (no las multinacionales) producen menos del 20% de la oferta mundial y en Estados Unidos solo el 37% de las ventas de 2007 fue de marcas locales; el resto son importados o de plantas extranjeras instaladas en ese mercado.
En ese contexto, no es claro cómo algunos empresarios del sector que más está creciendo en la industria colombiana (20% anual en valor agregado), y con ventas récord en 2011, puedan afirmar que el TLC con México está causando un desastre sectorial y que otros que están en camino los enterrará.
Colombia no es una isla, ni quiere serlo; por el contrario, busca aprovechar las ventajas de la economía globalizada y beneficiar al consumidor, lo que implica mayor exposición a la competencia. Por eso, desde la apertura viene creciendo la oferta de vehículos importados, al punto que actualmente compiten cerca de 50 marcas, sin sacrificar la producción nacional.
De acuerdo con Acolfa, entre 2005 y 2008, cuando sólo desde la Comunidad Andina entraban autos con arancel cero, los importados representaron en promedio el 56% del consumo aparente. Y según Fenalco, hasta octubre de 2011 ellos representaron el 48% de las ventas del país. Por lo tanto, no es atribuible a la desgravación con México ningún desastre, en particular cuando las cifras muestran un año excepcional.
Tenemos la industria con el mejor comportamiento coyuntural en la región; pero hay mucho camino por recorrer en materia de competitividad, con miras a insertarse en las cadenas globales de valor, neutralizar la competencia sin volverse “comercializadores”, y crecer los empleos de calidad. Esos son los retos que plantean la globalización y los TLC.
Desindustrialización y crecimiento industrial
Publicado en el diario La República el jueves 26 de enero de 2012
Una destacada entidad de análisis afirmó recientemente que la producción industrial de 2012 puede registrar un menor crecimiento que el observado en 2011. Aun cuando hay factores positivos, tendería a predominar un grupo de elementos negativos, “enmarcado en un proceso de desindustrialización acelerado que ha afectado al país en los últimos años”.
No es claro que la presunta desindustrialización sea un marco o un factor causal. Por lo menos, las definiciones tradicionales no coinciden con las mediciones reales.
El análisis de la participación del valor agregado industrial en el PIB total de Colombia durante el presente siglo, muestra que ella aumentó continuamente desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007. Aun cuando la ganancia es modesta, contradice el concepto de desindustrialización.
En 2008 y 2009 la participación industrial se redujo hasta 13.0% y en 2010 fue de 13.1%. Esto se explica por la suma de factores que causó una crisis en el sector industrial y no en otros sectores: la crisis mundial, la política antiinflacionaria que adelantó el Banco de la República desde abril de 2006 y el cierre del mercado venezolano, que llegó a comprar el 40% de las exportaciones manufactureras del país.
Es evidente que la situación de esos dos años debe ser atribuida a problemas coyunturales. Por lo tanto, habrá que esperar a la superación del complejo panorama mundial del presente año para ver si la participación industrial recupera la tendencia de los primeros años del presente siglo; mientras tanto es difícil sustentar la hipótesis de desindustrialización.
Otra variable usada para verificar la existencia de desindustrialización es la menor participación sectorial en la generación de empleo.
El análisis de la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Dane muestra que en el periodo 2001-2011 sólo tres sectores ganaron participación en la población ocupada: construcción; transporte, almacenamiento y comunicaciones; y actividades inmobiliarias. Los demás, o se mantienen relativamente estables o pierden participación.
En el caso de la industria, su peso relativo ha fluctuado en un rango entre el 12% y el 14%, con aumento en los periodos de crecimiento de la producción y reducción en los de desaceleración. El nivel más bajo se registró en junio-agosto de 2010 (12.3%), pero desde entonces ha vuelto a una tendencia ascendente, que ubica su participación en el 13.7% en septiembre-noviembre de 2011, superando levemente la observada a comienzos del siglo (13.1%). Incluso, el último dato disponible indica que en el año completo la industria fue el principal generador de ocupación en el país, con un aporte del 24% del total.
Por lo tanto, los datos de empleo tampoco corroboran la hipótesis de “acelerada desindustrialización” del país.
Un último aspecto que la entidad de análisis considera como manifestación de la desindustrialización es el aumento de participación de los “commodities” en las exportaciones totales (“cerca del 75% de las exportaciones”, según sus cálculos).
La pérdida de participación no implica per se que las exportaciones industriales de Colombia caigan en valores absolutos. Las cifras muestran un crecimiento continuo durante el presente siglo, tanto en volumen como en valores, con excepción del periodo de la crisis o de los episodios de restricción comercial en Venezuela. Excluido este último país, las exportaciones industriales ya superaron los niveles previos a la crisis y lo hicieron en un escenario de revaluación.
No se pretende desconocer los riesgos de enfermedad holandesa, ni los impactos de un probable deterioro de la economía mundial; pero ciertamente no es un problema de desindustrialización lo que podría ocasionar un menor crecimiento de la industria en 2012.
Una destacada entidad de análisis afirmó recientemente que la producción industrial de 2012 puede registrar un menor crecimiento que el observado en 2011. Aun cuando hay factores positivos, tendería a predominar un grupo de elementos negativos, “enmarcado en un proceso de desindustrialización acelerado que ha afectado al país en los últimos años”.
No es claro que la presunta desindustrialización sea un marco o un factor causal. Por lo menos, las definiciones tradicionales no coinciden con las mediciones reales.
El análisis de la participación del valor agregado industrial en el PIB total de Colombia durante el presente siglo, muestra que ella aumentó continuamente desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007. Aun cuando la ganancia es modesta, contradice el concepto de desindustrialización.
En 2008 y 2009 la participación industrial se redujo hasta 13.0% y en 2010 fue de 13.1%. Esto se explica por la suma de factores que causó una crisis en el sector industrial y no en otros sectores: la crisis mundial, la política antiinflacionaria que adelantó el Banco de la República desde abril de 2006 y el cierre del mercado venezolano, que llegó a comprar el 40% de las exportaciones manufactureras del país.
Es evidente que la situación de esos dos años debe ser atribuida a problemas coyunturales. Por lo tanto, habrá que esperar a la superación del complejo panorama mundial del presente año para ver si la participación industrial recupera la tendencia de los primeros años del presente siglo; mientras tanto es difícil sustentar la hipótesis de desindustrialización.
Otra variable usada para verificar la existencia de desindustrialización es la menor participación sectorial en la generación de empleo.
El análisis de la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Dane muestra que en el periodo 2001-2011 sólo tres sectores ganaron participación en la población ocupada: construcción; transporte, almacenamiento y comunicaciones; y actividades inmobiliarias. Los demás, o se mantienen relativamente estables o pierden participación.
En el caso de la industria, su peso relativo ha fluctuado en un rango entre el 12% y el 14%, con aumento en los periodos de crecimiento de la producción y reducción en los de desaceleración. El nivel más bajo se registró en junio-agosto de 2010 (12.3%), pero desde entonces ha vuelto a una tendencia ascendente, que ubica su participación en el 13.7% en septiembre-noviembre de 2011, superando levemente la observada a comienzos del siglo (13.1%). Incluso, el último dato disponible indica que en el año completo la industria fue el principal generador de ocupación en el país, con un aporte del 24% del total.
Por lo tanto, los datos de empleo tampoco corroboran la hipótesis de “acelerada desindustrialización” del país.
Un último aspecto que la entidad de análisis considera como manifestación de la desindustrialización es el aumento de participación de los “commodities” en las exportaciones totales (“cerca del 75% de las exportaciones”, según sus cálculos).
La pérdida de participación no implica per se que las exportaciones industriales de Colombia caigan en valores absolutos. Las cifras muestran un crecimiento continuo durante el presente siglo, tanto en volumen como en valores, con excepción del periodo de la crisis o de los episodios de restricción comercial en Venezuela. Excluido este último país, las exportaciones industriales ya superaron los niveles previos a la crisis y lo hicieron en un escenario de revaluación.
No se pretende desconocer los riesgos de enfermedad holandesa, ni los impactos de un probable deterioro de la economía mundial; pero ciertamente no es un problema de desindustrialización lo que podría ocasionar un menor crecimiento de la industria en 2012.
Balanza comercial industrial
Publicado en Ámbito Jurídico el 19 de septiembre de 2011
Hay inquietudes sobre el creciente déficit comercial del sector industrial. El tema requiere una cuidadosa evaluación para no incurrir en apreciaciones erradas y en la demanda de “paliativos” que pueden resultar inadecuados.
En apariencia las cifras conceden la razón a quienes dan las señales de alarma. Tradicionalmente el sector industrial colombiano ha sido deficitario en materia de comercio internacional, pero el déficit que en 2005 ascendió a US$5.900 millones, en 2010 llegó a US$18.100 millones y en el primer semestre del presente año ya suma US$12.300 millones.
El tema no se registra solo en Colombia. En países como Brasil la situación parece más compleja, pues de un superávit industrial de US$5.400 millones en 2006, se pasó a un déficit de US$71.200 millones en 2010 y a uno proyectado de US$102 mil millones en 2011.
Es evidente, por lo tanto, que hay un crecimiento considerable del déficit comercial del sector industrial, y que no es un fenómeno que afecte de manera exclusiva a Colombia. La explicación no radica en una contracción de las exportaciones industriales, pues las estadísticas muestran ellas crecieron en los últimos años y sólo se redujeron en 2009, como consecuencia de la crisis mundial. Sin embargo, cabe anotar que la recuperación de las importaciones fue más rápida que la de las exportaciones industriales.
Cabe ahora preguntarse si es necesario que cada sector o subsector de la actividad económica de un país sea superavitario en sus relaciones con el resto del mundo. No hay razones para pensar que ello deba ser así. Pero un creciente saldo negativo puede ser un indicio de problemas de competitividad o de desindustrialización, o de rezago en el desarrollo de nuevos sectores.
Surge entonces la necesidad de explicar por qué están creciendo las importaciones industriales. En lo que sigue, se proponen, a manera de hipótesis, algunas líneas de análisis para abordar el tema.
Una explicación posible es que el incremento en la inversión conlleve un mayor componente importado. Así, por ejemplo, en los años recientes la mayor parte de los flujos de inversión extranjera directa se ha orientado a los sectores de hidrocarburos y minería, que demandan bienes de capital e insumos que no se producen en el país; también se debe tener en cuenta que el crecimiento de las obras públicas demanda bienes importados, y ellas fueron un instrumento de la política contracíclica para amortiguar los impactos de la crisis mundial de 2008-2009.
Esta hipótesis parece corroborarse al observar que la importación de bienes de capital aumentó de US$7.300 a US$14.000 millones entre 2005 y 2010, en tanto que sus exportaciones apenas pasaron de US$1.300 a US$1.600 millones. De esta forma se explicaría cerca del 50% del incremento en el déficit comercial industrial en ese periodo.
Otra explicación posible es el aumento en la importación de bienes que no se producen en el país. Para tener una aproximación, se tomaron los registros de producción nacional del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y se calcularon las importaciones de este tipo de productos, presumiendo que la diferencia con el total corresponde a no producidos.
Si a partir de los datos anteriores se calcula una balanza comercial industrial hipotética en la que a las exportaciones solo se le restan las importaciones que compiten con la producción nacional, el resultado es superavitario en el periodo analizado (2005-2010). Se observa que el superávit hipotético fue creciente hasta 2008, cuando llegó a US$9.500 millones y descendió en los dos años siguientes, lo que se explica porque las importaciones recuperaron el nivel pre-crisis en 2010, mientras que las exportaciones no lo han logrado.
La síntesis de este ejercicio hipotético es que alrededor del 67% de las importaciones totales corresponde a bienes no producidos (en el sentido de que no tienen registro de producción nacional).
En este tipo de importaciones quedan comprendidos los bienes de alta tecnología que no tienen producción en el país o que son complementarios con la oferta nacional y que están creciendo su consumo por diferentes razones. Es el caso de las aeronaves, los automotores, los celulares, los televisores, los computadores y los productos farmacéuticos. Ellos representan alrededor del 30% de las importaciones totales de 2010.
Una última forma de analizar el comportamiento de las importaciones industriales es su participación en el consumo del país (medido en la contabilidad nacional). Los cálculos indican que en 2005 representaban el 15,6% del consumo total y su peso relativo creció hasta el 18% en 2008, para luego descender al 16% en 2010.
En este contexto es evidente que el crecimiento de las importaciones puede relacionarse con la inversión en sectores intensivos en capital y con el mayor consumo de bienes de alta tecnología; en muchos de ellos no hay producción nacional o es complementada por las compras al resto del mundo, como ocurre con los automotores y los productos farmacéuticos.
No obstante, no hay un cambio significativo en la participación de las importaciones en el consumo total, lo que da indicios de que ellas no están repercutiendo en un desplazamiento de la industria nacional en la atención del consumo de los hogares y del gobierno.
No se puede descartar que haya un crecimiento de bienes que compiten con la producción nacional, lo cual debe entenderse como normal en una economía crecientemente globalizada. Tal situación plantea un reto de competitividad a los empresarios nacionales, pues es la condición básica para poderse integrar en las cadenas globales de valor, hacia las cuales se está moviendo el mundo.
Hay inquietudes sobre el creciente déficit comercial del sector industrial. El tema requiere una cuidadosa evaluación para no incurrir en apreciaciones erradas y en la demanda de “paliativos” que pueden resultar inadecuados.
En apariencia las cifras conceden la razón a quienes dan las señales de alarma. Tradicionalmente el sector industrial colombiano ha sido deficitario en materia de comercio internacional, pero el déficit que en 2005 ascendió a US$5.900 millones, en 2010 llegó a US$18.100 millones y en el primer semestre del presente año ya suma US$12.300 millones.
El tema no se registra solo en Colombia. En países como Brasil la situación parece más compleja, pues de un superávit industrial de US$5.400 millones en 2006, se pasó a un déficit de US$71.200 millones en 2010 y a uno proyectado de US$102 mil millones en 2011.
Es evidente, por lo tanto, que hay un crecimiento considerable del déficit comercial del sector industrial, y que no es un fenómeno que afecte de manera exclusiva a Colombia. La explicación no radica en una contracción de las exportaciones industriales, pues las estadísticas muestran ellas crecieron en los últimos años y sólo se redujeron en 2009, como consecuencia de la crisis mundial. Sin embargo, cabe anotar que la recuperación de las importaciones fue más rápida que la de las exportaciones industriales.
Cabe ahora preguntarse si es necesario que cada sector o subsector de la actividad económica de un país sea superavitario en sus relaciones con el resto del mundo. No hay razones para pensar que ello deba ser así. Pero un creciente saldo negativo puede ser un indicio de problemas de competitividad o de desindustrialización, o de rezago en el desarrollo de nuevos sectores.
Surge entonces la necesidad de explicar por qué están creciendo las importaciones industriales. En lo que sigue, se proponen, a manera de hipótesis, algunas líneas de análisis para abordar el tema.
Una explicación posible es que el incremento en la inversión conlleve un mayor componente importado. Así, por ejemplo, en los años recientes la mayor parte de los flujos de inversión extranjera directa se ha orientado a los sectores de hidrocarburos y minería, que demandan bienes de capital e insumos que no se producen en el país; también se debe tener en cuenta que el crecimiento de las obras públicas demanda bienes importados, y ellas fueron un instrumento de la política contracíclica para amortiguar los impactos de la crisis mundial de 2008-2009.
Esta hipótesis parece corroborarse al observar que la importación de bienes de capital aumentó de US$7.300 a US$14.000 millones entre 2005 y 2010, en tanto que sus exportaciones apenas pasaron de US$1.300 a US$1.600 millones. De esta forma se explicaría cerca del 50% del incremento en el déficit comercial industrial en ese periodo.
Otra explicación posible es el aumento en la importación de bienes que no se producen en el país. Para tener una aproximación, se tomaron los registros de producción nacional del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y se calcularon las importaciones de este tipo de productos, presumiendo que la diferencia con el total corresponde a no producidos.
Si a partir de los datos anteriores se calcula una balanza comercial industrial hipotética en la que a las exportaciones solo se le restan las importaciones que compiten con la producción nacional, el resultado es superavitario en el periodo analizado (2005-2010). Se observa que el superávit hipotético fue creciente hasta 2008, cuando llegó a US$9.500 millones y descendió en los dos años siguientes, lo que se explica porque las importaciones recuperaron el nivel pre-crisis en 2010, mientras que las exportaciones no lo han logrado.
La síntesis de este ejercicio hipotético es que alrededor del 67% de las importaciones totales corresponde a bienes no producidos (en el sentido de que no tienen registro de producción nacional).
En este tipo de importaciones quedan comprendidos los bienes de alta tecnología que no tienen producción en el país o que son complementarios con la oferta nacional y que están creciendo su consumo por diferentes razones. Es el caso de las aeronaves, los automotores, los celulares, los televisores, los computadores y los productos farmacéuticos. Ellos representan alrededor del 30% de las importaciones totales de 2010.
Una última forma de analizar el comportamiento de las importaciones industriales es su participación en el consumo del país (medido en la contabilidad nacional). Los cálculos indican que en 2005 representaban el 15,6% del consumo total y su peso relativo creció hasta el 18% en 2008, para luego descender al 16% en 2010.
En este contexto es evidente que el crecimiento de las importaciones puede relacionarse con la inversión en sectores intensivos en capital y con el mayor consumo de bienes de alta tecnología; en muchos de ellos no hay producción nacional o es complementada por las compras al resto del mundo, como ocurre con los automotores y los productos farmacéuticos.
No obstante, no hay un cambio significativo en la participación de las importaciones en el consumo total, lo que da indicios de que ellas no están repercutiendo en un desplazamiento de la industria nacional en la atención del consumo de los hogares y del gobierno.
No se puede descartar que haya un crecimiento de bienes que compiten con la producción nacional, lo cual debe entenderse como normal en una economía crecientemente globalizada. Tal situación plantea un reto de competitividad a los empresarios nacionales, pues es la condición básica para poderse integrar en las cadenas globales de valor, hacia las cuales se está moviendo el mundo.
Salud industrial
Publicado en el diario La República el 22 de julio de 2011
El mes anterior “descubrieron” nubes negras que presagiaban el deterioro de la salud del sector industrial. Se enunció que el inusitado crecimiento del comercio minorista entre abril de 2011 y abril de 2010 (23.2%) comparado con la débil variación de la producción industrial (2.0% en el mismo periodo), evidenciaba una situación poco deseable de creciente abastecimiento con importaciones y podría ser un síntoma más de desindustrialización.
En el análisis económico no es aconsejable sacar conclusiones con un solo punto de referencia. Lo deseable hubiera sido preguntarse por qué el cambio, si en marzo los crecimientos de comercio e industria fueron 14.6% y 5.4% anual; usar toda la información de las investigaciones del Dane sobre manufacturas y comercio; y contrastar con las encuestas de opinión de Fedesarrollo y de la Andi.
Así, por ejemplo, la encuesta de la Andi mostró en abril una ligera desaceleración industrial, pero un repunte en mayo, de forma que el crecimiento acumulado en el periodo enero-mayo es del 6.3% anual (hasta abril era del 5.4%). En opinión del gremio “se presentan mayores niveles de producción y ventas, mayor utilización de la capacidad instalada, bajos inventarios, pedidos en aumento y un clima favorable para los negocios”.
Según la encuesta de Fedesarrollo de mayo, los empresarios perciben que la situación económica sigue mejorando, las expectativas de producción para los próximos tres meses mantienen una tendencia al alza y, a pesar de la revaluación, los empresarios exportadores también tienen perspectivas positivas.
Las propias encuestas del Dane para mayo corroboran esas percepciones de los empresarios. La industria creció 4.3% anual (más del doble de la del mes anterior) mientras que el comercio creció 11.5% (la mitad de la del mes de abril).
Pero quienes vieron las nubes negras difícilmente van a aceptar su imprecisión y se “mantendrán en sus trece”, afirmando que el problema persiste porque el comercio crece al doble de la industria.
A los pocos días de publicadas esas opiniones, se divulgaron los resultados del PIB del primer trimestre de 2011. El valor agregado industrial creció el 5.1% con relación al primer trimestre de 2010, mientras que el comercio lo hizo en 8.5%. Pero ocurre que la dinámica de éste último ha sido mayor que la industrial en 24 de los últimos 25 trimestres: ¿síntoma de un desastre industrial?
No es tan claro. El crecimiento de la industria respecto al trimestre anterior (3.5%) superó el del comercio (1.5%), hecho que no se observaba desde el primer trimestre de 2010. Por lo tanto, los nubarrones fueron “descubiertos” justamente cuando el valor agregado industrial registra un mejor dinamismo que el del comercio.
¿Entonces las mayores importaciones explican las diferencias? Difícilmente. Las importaciones de bienes de consumo están creciendo al 34% anual en el promedio enero–mayo, pero las de insumos y bienes de capital crecen más; por eso, mientras los primeros están perdiendo participación en el total (3 puntos porcentuales en lo corrido del año con relación a 2010), los otros la ganan.
Los datos de industria y comercio de mayo corroboran que gran parte de la diferencia entre las dos series se explica por el notable crecimiento de las ventas de autos: 11.5% anual al incluirlos y 4.6% al excluirlos.
Entonces lo que hay que explorar es qué ocurrió en abril con las ventas minoristas de productos diferentes a los automóviles. Las series de producción industrial y ventas minoristas sin automóviles, en general, se comportan de forma muy similar (4.3% versus 4.6% en mayo); pero en abril hay un salto difícil de explicar.
Mientras aparece un culpable, lo mejor es no seguir fabricando hipótesis con un solo árbol; también hay que mirar el bosque.
El mes anterior “descubrieron” nubes negras que presagiaban el deterioro de la salud del sector industrial. Se enunció que el inusitado crecimiento del comercio minorista entre abril de 2011 y abril de 2010 (23.2%) comparado con la débil variación de la producción industrial (2.0% en el mismo periodo), evidenciaba una situación poco deseable de creciente abastecimiento con importaciones y podría ser un síntoma más de desindustrialización.
En el análisis económico no es aconsejable sacar conclusiones con un solo punto de referencia. Lo deseable hubiera sido preguntarse por qué el cambio, si en marzo los crecimientos de comercio e industria fueron 14.6% y 5.4% anual; usar toda la información de las investigaciones del Dane sobre manufacturas y comercio; y contrastar con las encuestas de opinión de Fedesarrollo y de la Andi.
Así, por ejemplo, la encuesta de la Andi mostró en abril una ligera desaceleración industrial, pero un repunte en mayo, de forma que el crecimiento acumulado en el periodo enero-mayo es del 6.3% anual (hasta abril era del 5.4%). En opinión del gremio “se presentan mayores niveles de producción y ventas, mayor utilización de la capacidad instalada, bajos inventarios, pedidos en aumento y un clima favorable para los negocios”.
Según la encuesta de Fedesarrollo de mayo, los empresarios perciben que la situación económica sigue mejorando, las expectativas de producción para los próximos tres meses mantienen una tendencia al alza y, a pesar de la revaluación, los empresarios exportadores también tienen perspectivas positivas.
Las propias encuestas del Dane para mayo corroboran esas percepciones de los empresarios. La industria creció 4.3% anual (más del doble de la del mes anterior) mientras que el comercio creció 11.5% (la mitad de la del mes de abril).
Pero quienes vieron las nubes negras difícilmente van a aceptar su imprecisión y se “mantendrán en sus trece”, afirmando que el problema persiste porque el comercio crece al doble de la industria.
A los pocos días de publicadas esas opiniones, se divulgaron los resultados del PIB del primer trimestre de 2011. El valor agregado industrial creció el 5.1% con relación al primer trimestre de 2010, mientras que el comercio lo hizo en 8.5%. Pero ocurre que la dinámica de éste último ha sido mayor que la industrial en 24 de los últimos 25 trimestres: ¿síntoma de un desastre industrial?
No es tan claro. El crecimiento de la industria respecto al trimestre anterior (3.5%) superó el del comercio (1.5%), hecho que no se observaba desde el primer trimestre de 2010. Por lo tanto, los nubarrones fueron “descubiertos” justamente cuando el valor agregado industrial registra un mejor dinamismo que el del comercio.
¿Entonces las mayores importaciones explican las diferencias? Difícilmente. Las importaciones de bienes de consumo están creciendo al 34% anual en el promedio enero–mayo, pero las de insumos y bienes de capital crecen más; por eso, mientras los primeros están perdiendo participación en el total (3 puntos porcentuales en lo corrido del año con relación a 2010), los otros la ganan.
Los datos de industria y comercio de mayo corroboran que gran parte de la diferencia entre las dos series se explica por el notable crecimiento de las ventas de autos: 11.5% anual al incluirlos y 4.6% al excluirlos.
Entonces lo que hay que explorar es qué ocurrió en abril con las ventas minoristas de productos diferentes a los automóviles. Las series de producción industrial y ventas minoristas sin automóviles, en general, se comportan de forma muy similar (4.3% versus 4.6% en mayo); pero en abril hay un salto difícil de explicar.
Mientras aparece un culpable, lo mejor es no seguir fabricando hipótesis con un solo árbol; también hay que mirar el bosque.
Industria y PIB
Publicado en el diario La República el 7 de julio de 2011
El debate sobre la desindustrialización colombiana aparece y desaparece con alguna frecuencia; y de forma persistente se señala la pérdida de 10 puntos porcentuales en la participación de la industria en el PIB como demostración de la existencia de ese fenómeno.
El debate también está presente en las economías desarrolladas; pero le dan más importancia a la menor participación de la industria en el empleo que en el valor agregado en el PIB.
Por lo tanto, la desindustrialización es un hecho que se registra en cualquier economía y puede ser ocasionado por efectos de la política económica, o por la tendencia natural del desarrollo económico, postulada por economistas como Simon Kuznets, W.W. Rostow y Hollis Chenery. Según Kusnetz “desde hace tiempo se sabe que el crecimiento económico moderno implica cambios en la composición sectorial de la economía”.
De los 9.6 puntos porcentuales que perdió la industria en su participación en el PIB entre 1974 y 2010, el 55% obedece a cambios en la metodología o el periodo base de las cuentas nacionales. Así lo señala el Dane en un documento sobre el cambio de base del 2000 al 2005: “Comparando los resultados arrojados por las dos bases, se observan algunas modificaciones de la estructura productiva sectorial del año 2005, explicadas por los cambios en la importancia relativa en el valor de la producción (determinada por los volúmenes producidos y los correspondientes precios al productor) y por el comportamiento de las relaciones técnicas de producción de las actividades económicas, en particular del coeficiente técnico del consumo intermedio (C.I./Producción)”.
Esto indica dos fuentes de modificación. Cambios en la tecnología de producción, que se reflejan en mayor productividad. Y cambios en los precios relativos, por mejoras en eficiencia y productividad; si el precio de un bien es menor en términos de otros bienes, el mismo volumen de producción “valdrá” menos al expresarse en el nuevo precio.
De igual forma, los elevados precios de la industria durante la implementación del modelo proteccionista, muy superiores a los que se registran en una economía abierta, sobrestiman el valor agregado de este sector.
Por último, la calidad y la disponibilidad de la información afectan la composición sectorial del PIB. Hoy existe mayor oferta de estadísticas y con mejores metodologías que unas décadas atrás; como consecuencia, las mediciones recientes pueden indicar que el valor agregado de un sector es inferior o superior al estimado antes.
Con relación a la política económica, hay estudios que muestran cómo el modelo de sustitución de importaciones, que propendía por la industrialización, paradójicamente la truncó y evitó que siguiera una senda “normal”. Little, Scitovsky y Scott (“Industria y Comercio en algunos países en desarrollo”) señalan varios factores que frenaron el desarrollo industrial: subutilización de la capacidad instalada, por el uso de equipos sobredimensionados al tamaño del mercado; problemas de oferta de insumos importados, por las demoras en los trámites de licencias; escasa dinámica de la demanda por los altos precios resultantes de los elevados aranceles; y falta de financiación a las empresas por la atrofia del sector financiero (efecto “represión financiera”).
En consecuencia, el sector industrial de Colombia no alcanzó la participación esperada en el PIB (como en otras economías de la región), la estrechez del mercado forzó a su prematura declinación y, probablemente, su peso real se sobreestimó por los altos precios.
Esos son interesantes temas de investigación que pueden contribuir a explicar el 45% de la pérdida de participación de la industria en Colombia. Queda el balón en el campo de la academia y de los críticos de la política industrial.
El debate sobre la desindustrialización colombiana aparece y desaparece con alguna frecuencia; y de forma persistente se señala la pérdida de 10 puntos porcentuales en la participación de la industria en el PIB como demostración de la existencia de ese fenómeno.
El debate también está presente en las economías desarrolladas; pero le dan más importancia a la menor participación de la industria en el empleo que en el valor agregado en el PIB.
Por lo tanto, la desindustrialización es un hecho que se registra en cualquier economía y puede ser ocasionado por efectos de la política económica, o por la tendencia natural del desarrollo económico, postulada por economistas como Simon Kuznets, W.W. Rostow y Hollis Chenery. Según Kusnetz “desde hace tiempo se sabe que el crecimiento económico moderno implica cambios en la composición sectorial de la economía”.
De los 9.6 puntos porcentuales que perdió la industria en su participación en el PIB entre 1974 y 2010, el 55% obedece a cambios en la metodología o el periodo base de las cuentas nacionales. Así lo señala el Dane en un documento sobre el cambio de base del 2000 al 2005: “Comparando los resultados arrojados por las dos bases, se observan algunas modificaciones de la estructura productiva sectorial del año 2005, explicadas por los cambios en la importancia relativa en el valor de la producción (determinada por los volúmenes producidos y los correspondientes precios al productor) y por el comportamiento de las relaciones técnicas de producción de las actividades económicas, en particular del coeficiente técnico del consumo intermedio (C.I./Producción)”.
Esto indica dos fuentes de modificación. Cambios en la tecnología de producción, que se reflejan en mayor productividad. Y cambios en los precios relativos, por mejoras en eficiencia y productividad; si el precio de un bien es menor en términos de otros bienes, el mismo volumen de producción “valdrá” menos al expresarse en el nuevo precio.
De igual forma, los elevados precios de la industria durante la implementación del modelo proteccionista, muy superiores a los que se registran en una economía abierta, sobrestiman el valor agregado de este sector.
Por último, la calidad y la disponibilidad de la información afectan la composición sectorial del PIB. Hoy existe mayor oferta de estadísticas y con mejores metodologías que unas décadas atrás; como consecuencia, las mediciones recientes pueden indicar que el valor agregado de un sector es inferior o superior al estimado antes.
Con relación a la política económica, hay estudios que muestran cómo el modelo de sustitución de importaciones, que propendía por la industrialización, paradójicamente la truncó y evitó que siguiera una senda “normal”. Little, Scitovsky y Scott (“Industria y Comercio en algunos países en desarrollo”) señalan varios factores que frenaron el desarrollo industrial: subutilización de la capacidad instalada, por el uso de equipos sobredimensionados al tamaño del mercado; problemas de oferta de insumos importados, por las demoras en los trámites de licencias; escasa dinámica de la demanda por los altos precios resultantes de los elevados aranceles; y falta de financiación a las empresas por la atrofia del sector financiero (efecto “represión financiera”).
En consecuencia, el sector industrial de Colombia no alcanzó la participación esperada en el PIB (como en otras economías de la región), la estrechez del mercado forzó a su prematura declinación y, probablemente, su peso real se sobreestimó por los altos precios.
Esos son interesantes temas de investigación que pueden contribuir a explicar el 45% de la pérdida de participación de la industria en Colombia. Queda el balón en el campo de la academia y de los críticos de la política industrial.
Estructura productiva y cadenas de valor
Publicado en Ámbito Jurídico No. 314, 31 de enero al 13 de febrero de 2011
La globalización está cambiando la geografía de la producción mundial y la estructura del comercio internacional. Esa realidad plantea interrogantes a la economía colombiana: ¿La estructura productiva permite atender las nuevas corrientes de demanda mundial? ¿Hacia dónde se debe orientar sectorialmente el país?
Hay actividades, como la minería, que seguirán sin mayores cambios, con el fin de atender la creciente demanda de materias primas de los países líderes del crecimiento global; pero ellos difícilmente pueden generar los encadenamientos y los efectos de arrastre para fundamentar una modernización de la economía colombiana y el cierre de las brechas de ingreso con el mundo desarrollado y con los países emergentes de alto crecimiento.
El sector agrícola tiene grandes retos. El país no aprovechó el auge internacional del periodo 2004-2008 por la escasa oferta exportable, la baja productividad y la alta informalidad. Pero el panorama para los próximos años nuevamente es favorable por el riesgo de escasez alimentaria que enfrenta el mundo. Así lo indica el Índice FAO de precios de los alimentos, que en diciembre de 2010 alcanzó el nivel más alto de las últimas décadas.
El gobierno considera el agro como una de las locomotoras de la economía, por lo que cabe esperar su fortalecimiento y el desarrollo de actividades de alta productividad y fundamentadas en la investigación. Esa es una senda con buenas probabilidades de éxito, como lo muestran las experiencias de Chile, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. El reto radica en la velocidad a la que pueda reaccionar la estructura productiva y adaptarse al nuevo entorno.
Con relación a los sectores de manufactura y servicios es imprescindible mejorar la productividad, reducir la informalidad y potenciar las actividades con mayor futuro en la economía globalizada.
Con el fin de aumentar la competitividad, el gobierno viene adelantando el programa de transformación productiva en ocho sectores y se espera la incorporación de al menos otros ocho en los próximos años; el programa comprende sectores establecidos que serán sometidos a un proceso de reingeniería y sectores nuevos y emergentes que registran una creciente demanda internacional.
Aun cuando ese programa llevará a la creación de sectores de clase mundial, se debe buscar su inserción en la nueva “división internacional del trabajo”, definida por la fragmentación geográfica de la producción en el plano mundial. Esto se puede lograr mediante una política explícita o mediante decisiones de los empresarios.
Cada día más y más productos se vuelven globales. De ahí que el “made in” esté perdiendo sentido, mientras que el “design in” gana creciente importancia. Los vehículos, los computadores y la mayoría de los productos de alta tecnología de consumo masivo son el resultado de la integración de partes diseñadas y fabricadas en muchos países y finalmente ensamblados en uno de ellos.
Son múltiples las implicaciones que acarrea ese cambio y es necesario que los empresarios y las autoridades económicas las entiendan y las aprovechen. Por ejemplo, debilitan las mediciones tradicionales del comercio internacional.
Un trabajo reciente de Yuqing Xing and Neal Detert, investigadores del Asian Development Bank Institute (ADBI), titulado “How the iPhone Widens the United States Trade Deficit with the People’s Republic of China”, demuestra esa implicación.
Xing y Detert señalan que en el enfoque tradicional de medición del comercio, Estados Unidos registra un déficit comercial enorme con China, comúnmente explicado por el empeño de éste último en mantener artificialmente depreciada su moneda. Sin embargo, esa perspectiva del problema no tiene en cuenta los cambios estructurales que se han registrado en la integración de cadenas globales de valor y los efectos que ellas ocasionan en la estructura del comercio internacional.
Para ilustrar sus hipótesis, los autores toman el caso del iPhone, un emblemático producto de alta tecnología de consumo masivo, diseñado por la empresa estadounidense Apple. Pero en su fabricación intervienen nueve empresas ubicadas en seis países, incluido Estados Unidos. Todos los componentes son enviados a China en donde se hacen los procesos de ensamble y exportación al resto del mundo.
Las estadísticas de 2009 indican que China exportó a Estados Unidos US$2.023 millones en iPhones; dado que algunas empresas de Estados Unidos exportaron a China insumos para este producto por un monto de US$122 millones, el neto arroja un déficit de US$1.901 millones para los estadounidenses.
Pero los cálculos de los investigadores del ADBI muestran que en China sólo se incorpora el 3.6% del costo total de un iPhone, básicamente por concepto de mano de obra. Por lo tanto la balanza comercial sería superavitaria para Estados Unidos en US$48 millones por concepto de intercambio de este bien entre los dos países; e implícitamente sería deficitaria con los países que fabrican los demás componentes.
Este caso ilustra la forma en que se está articulando la nueva producción global. Y es en esas cadenas de valor en las que el país debe insertase para obtener los beneficios de la globalización. Por lo tanto, hay bienes que el país no tiene que fabricar totalmente, sino especializarse y ser los mejores en el mundo en producir uno o varios componentes de un conjunto de productos o servicios finales.
¿Podremos alcanzar ese objetivo? ¿O nos resignaremos a ver pasar indias y chinas que nos van dejando atrás, porque nos negamos a aceptar la nueva realidad de la organización productiva mundial?
La globalización está cambiando la geografía de la producción mundial y la estructura del comercio internacional. Esa realidad plantea interrogantes a la economía colombiana: ¿La estructura productiva permite atender las nuevas corrientes de demanda mundial? ¿Hacia dónde se debe orientar sectorialmente el país?
Hay actividades, como la minería, que seguirán sin mayores cambios, con el fin de atender la creciente demanda de materias primas de los países líderes del crecimiento global; pero ellos difícilmente pueden generar los encadenamientos y los efectos de arrastre para fundamentar una modernización de la economía colombiana y el cierre de las brechas de ingreso con el mundo desarrollado y con los países emergentes de alto crecimiento.
El sector agrícola tiene grandes retos. El país no aprovechó el auge internacional del periodo 2004-2008 por la escasa oferta exportable, la baja productividad y la alta informalidad. Pero el panorama para los próximos años nuevamente es favorable por el riesgo de escasez alimentaria que enfrenta el mundo. Así lo indica el Índice FAO de precios de los alimentos, que en diciembre de 2010 alcanzó el nivel más alto de las últimas décadas.
El gobierno considera el agro como una de las locomotoras de la economía, por lo que cabe esperar su fortalecimiento y el desarrollo de actividades de alta productividad y fundamentadas en la investigación. Esa es una senda con buenas probabilidades de éxito, como lo muestran las experiencias de Chile, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. El reto radica en la velocidad a la que pueda reaccionar la estructura productiva y adaptarse al nuevo entorno.
Con relación a los sectores de manufactura y servicios es imprescindible mejorar la productividad, reducir la informalidad y potenciar las actividades con mayor futuro en la economía globalizada.
Con el fin de aumentar la competitividad, el gobierno viene adelantando el programa de transformación productiva en ocho sectores y se espera la incorporación de al menos otros ocho en los próximos años; el programa comprende sectores establecidos que serán sometidos a un proceso de reingeniería y sectores nuevos y emergentes que registran una creciente demanda internacional.
Aun cuando ese programa llevará a la creación de sectores de clase mundial, se debe buscar su inserción en la nueva “división internacional del trabajo”, definida por la fragmentación geográfica de la producción en el plano mundial. Esto se puede lograr mediante una política explícita o mediante decisiones de los empresarios.
Cada día más y más productos se vuelven globales. De ahí que el “made in” esté perdiendo sentido, mientras que el “design in” gana creciente importancia. Los vehículos, los computadores y la mayoría de los productos de alta tecnología de consumo masivo son el resultado de la integración de partes diseñadas y fabricadas en muchos países y finalmente ensamblados en uno de ellos.
Son múltiples las implicaciones que acarrea ese cambio y es necesario que los empresarios y las autoridades económicas las entiendan y las aprovechen. Por ejemplo, debilitan las mediciones tradicionales del comercio internacional.
Un trabajo reciente de Yuqing Xing and Neal Detert, investigadores del Asian Development Bank Institute (ADBI), titulado “How the iPhone Widens the United States Trade Deficit with the People’s Republic of China”, demuestra esa implicación.
Xing y Detert señalan que en el enfoque tradicional de medición del comercio, Estados Unidos registra un déficit comercial enorme con China, comúnmente explicado por el empeño de éste último en mantener artificialmente depreciada su moneda. Sin embargo, esa perspectiva del problema no tiene en cuenta los cambios estructurales que se han registrado en la integración de cadenas globales de valor y los efectos que ellas ocasionan en la estructura del comercio internacional.
Para ilustrar sus hipótesis, los autores toman el caso del iPhone, un emblemático producto de alta tecnología de consumo masivo, diseñado por la empresa estadounidense Apple. Pero en su fabricación intervienen nueve empresas ubicadas en seis países, incluido Estados Unidos. Todos los componentes son enviados a China en donde se hacen los procesos de ensamble y exportación al resto del mundo.
Las estadísticas de 2009 indican que China exportó a Estados Unidos US$2.023 millones en iPhones; dado que algunas empresas de Estados Unidos exportaron a China insumos para este producto por un monto de US$122 millones, el neto arroja un déficit de US$1.901 millones para los estadounidenses.
Pero los cálculos de los investigadores del ADBI muestran que en China sólo se incorpora el 3.6% del costo total de un iPhone, básicamente por concepto de mano de obra. Por lo tanto la balanza comercial sería superavitaria para Estados Unidos en US$48 millones por concepto de intercambio de este bien entre los dos países; e implícitamente sería deficitaria con los países que fabrican los demás componentes.
Este caso ilustra la forma en que se está articulando la nueva producción global. Y es en esas cadenas de valor en las que el país debe insertase para obtener los beneficios de la globalización. Por lo tanto, hay bienes que el país no tiene que fabricar totalmente, sino especializarse y ser los mejores en el mundo en producir uno o varios componentes de un conjunto de productos o servicios finales.
¿Podremos alcanzar ese objetivo? ¿O nos resignaremos a ver pasar indias y chinas que nos van dejando atrás, porque nos negamos a aceptar la nueva realidad de la organización productiva mundial?
Síntomas de recuperación industrial
Publicado en la revista MisiónPyme de noviembre de 2009
El sector industrial fue el más afectado en Colombia por la crisis mundial. Según la muestra mensual manufacturera, el valor real de la producción de este sector registró una caída del 6.5% anual en julio.
Sin embargo, los datos publicados en The Economist revelan que fuimos la economía latinoamericana con menor caída de la producción real de la industria: en Venezuela se redujo el 12.4% anual en junio, y en Perú y en Brasil, 12.2% y 9.9% en julio, respectivamente.
Si la comparación la hacemos con las economías desarrolladas, la diferencia es aún mayor. En julio, la caída anual de la industria de Japón fue de 22.7%, la de la Zona Euro 15.9% y la de Estados Unidos 10.7%.
Por fortuna, varios indicadores apuntan a la terminación de esta situación. La última edición de “Perspectivas de la economía mundial” del FMI muestra que la producción industrial se está empezando a recuperar tanto en las economías desarrolladas como en las emergentes.
Según el resultado de agosto del JPMorgan Global Manufacturing Index, que recoge las opiniones de 7.000 empresarios de 27 países, los industriales perciben buenas expectativas para el fin de año.
Estos indicadores se refuerzan con las cifras más recientes del comercio mundial, que reflejan la recuperación de la demanda global. Según la OMC, las importaciones del mundo tocaron fondo en abril y han crecido en los meses siguientes.
En el caso colombiano también parecen dadas las condiciones para la recuperación. Las tasas de interés del Banco de la República han disminuido rápidamente desde el 10% en diciembre pasado hasta el 4%, actualmente. Como consecuencia, los costos de financiación están disminuyendo y hay amplia liquidez en los mercados financieros.
Las obras públicas, que impulsaron el crecimiento del sector de construcción en el primer semestre, y la reacción de la demanda de vivienda nueva por la decisión del gobierno de subsidiar las tasas de interés, impactan positivamente la producción industrial. Esta expectativa se fortalece con la tendencia ascendente que registran en los últimos meses las encuestas de opinión de los industriales, del comercio y de los consumidores.
Adicionalmente, hay varias acciones del gobierno que contribuyen a consolidar la mejora del entorno: el plan de choque exportador –que comprende la oferta de créditos de Bancoldex por $1.5 billones, con especial énfasis en las mipymes, y más cobertura de costos y aumento de los eventos de promoción de Proexport–; la reducción temporal del arancel a cero para 1.750 subpartidas de materias primas industriales no producidas en el país; y el establecimiento de prioridad a las mipymes en las compras públicas por montos inferiores a $372 millones, lo que les abre un mercado exclusivo de cerca de $6 billones.
Con esos síntomas y esas decisiones de política económica, se espera una rápida recuperación de la industria que contribuya a impulsar el crecimiento del PIB y del empleo.
El sector industrial fue el más afectado en Colombia por la crisis mundial. Según la muestra mensual manufacturera, el valor real de la producción de este sector registró una caída del 6.5% anual en julio.
Sin embargo, los datos publicados en The Economist revelan que fuimos la economía latinoamericana con menor caída de la producción real de la industria: en Venezuela se redujo el 12.4% anual en junio, y en Perú y en Brasil, 12.2% y 9.9% en julio, respectivamente.
Si la comparación la hacemos con las economías desarrolladas, la diferencia es aún mayor. En julio, la caída anual de la industria de Japón fue de 22.7%, la de la Zona Euro 15.9% y la de Estados Unidos 10.7%.
Por fortuna, varios indicadores apuntan a la terminación de esta situación. La última edición de “Perspectivas de la economía mundial” del FMI muestra que la producción industrial se está empezando a recuperar tanto en las economías desarrolladas como en las emergentes.
Según el resultado de agosto del JPMorgan Global Manufacturing Index, que recoge las opiniones de 7.000 empresarios de 27 países, los industriales perciben buenas expectativas para el fin de año.
Estos indicadores se refuerzan con las cifras más recientes del comercio mundial, que reflejan la recuperación de la demanda global. Según la OMC, las importaciones del mundo tocaron fondo en abril y han crecido en los meses siguientes.
En el caso colombiano también parecen dadas las condiciones para la recuperación. Las tasas de interés del Banco de la República han disminuido rápidamente desde el 10% en diciembre pasado hasta el 4%, actualmente. Como consecuencia, los costos de financiación están disminuyendo y hay amplia liquidez en los mercados financieros.
Las obras públicas, que impulsaron el crecimiento del sector de construcción en el primer semestre, y la reacción de la demanda de vivienda nueva por la decisión del gobierno de subsidiar las tasas de interés, impactan positivamente la producción industrial. Esta expectativa se fortalece con la tendencia ascendente que registran en los últimos meses las encuestas de opinión de los industriales, del comercio y de los consumidores.
Adicionalmente, hay varias acciones del gobierno que contribuyen a consolidar la mejora del entorno: el plan de choque exportador –que comprende la oferta de créditos de Bancoldex por $1.5 billones, con especial énfasis en las mipymes, y más cobertura de costos y aumento de los eventos de promoción de Proexport–; la reducción temporal del arancel a cero para 1.750 subpartidas de materias primas industriales no producidas en el país; y el establecimiento de prioridad a las mipymes en las compras públicas por montos inferiores a $372 millones, lo que les abre un mercado exclusivo de cerca de $6 billones.
Con esos síntomas y esas decisiones de política económica, se espera una rápida recuperación de la industria que contribuya a impulsar el crecimiento del PIB y del empleo.
La crisis industrial
Publicado en el diario La República el 17 de abril de 2009
Aun cuando la crisis mundial es una amenaza para el crecimiento de la industria en 2009, los resultados observados hasta enero sólo responden a ella de forma marginal. Así lo señalé en mi columna del 2 de abril; en cambio, los factores internos constituyen la principal explicación de la dinámica industrial. Veamos por qué.
En abril de 2006 la Junta Directiva del Banco de la República empezó a aumentar sus tasas de intervención, con el objetivo de conjurar las presiones inflacionarias que no tardarían en aparecer. El excesivo crecimiento de la demanda agregada interna con relación al PIB sustentó esa decisión.
Es sabido que la política monetaria tiene rezagos en la transmisión de sus efectos y que ellos pueden tardar varios meses en hacerse evidentes. Fue así como la dinámica de la demanda agregada interna siguió siendo mayor que la del PIB por varios trimestres después de que el Banco de la República inició su política de alza gradual y continua de las tasas de interés.
La respuesta de la producción real de la industria al excesivo crecimiento de la demanda fue una tendencia ascendente que alcanzó su máximo en el primer semestre de 2007, cuando logró una tasa cercana al 15% anual (en el acumulado de 12 meses). A partir de ese punto se empieza a desacelerar, como consecuencia de la política monetaria y de otros factores puntuales que afectaron algunos subsectores.
Las tasas de intervención del banco central siguieron aumentando hasta llegar al 10% en junio de 2008. Por su parte, la desaceleración de la producción industrial se mantuvo durante todo 2008, y las tasas de crecimiento empezaron a ser negativas desde octubre; en enero de 2009 la producción real registró una variación de -4,8% anual.
La autoridad monetaria mantuvo inmodificada su tasa hasta diciembre pasado, cuando cambió su política. Se había logrado el objetivo de reprimir las presiones inflacionarias, pero ahora había surgido otro reto: fortalecer la demanda interna para moderar los impactos de la crisis mundial.
Con este último objetivo, las tasas de intervención del Banco de la República se han reducido en 300 puntos básicos entre diciembre de 2008 y marzo de 2009. Pero, de nuevo, no se pueden perder de vista los rezagos en el mecanismo de transmisión. Todavía se siguen percibiendo los impactos de la tasa del 10% y sólo en unos meses se empezarán a ver los del reciente descenso.
Lo anterior muestra la estrecha relación que hay entre la dinámica de la producción industrial y la política monetaria de los últimos años. Esto es importante recalcarlo, porque en diversos análisis recientes parece olvidarse el vínculo.
Y no se pretende echar culpas. Sólo recordar que la política antiinflacionaria de por sí tiende a generar recesión. En su último libro, Paul Krugman recuerda cómo se superó el episodio de inflación de Estados Unidos en los años ochenta: “Fue el predecesor de Greenspan, Paul Volcker, quien controló la inflación, logrando ese objetivo con políticas monetarias restrictivas que causaron una recesión económica severa, pero que finalmente rompieron el espinazo de la psicología inflacionaria”.
En la actual coyuntura, la política monetaria tiene margen para actuar contracíclicamente, lo que no ocurre en los países desarrollados; así como ella deprimió la demanda, cabe esperar que la rápida reducción de las tasas de interés tenga un efecto dinamizador. Si ello ocurre, las acciones de la política del gobierno tendrán impactos más efectivos, se amortiguará la caída de la demanda externa y la recuperación del crecimiento industrial se verá más pronto. Esperemos que este sea un escenario viable para lo que resta del año.
Aun cuando la crisis mundial es una amenaza para el crecimiento de la industria en 2009, los resultados observados hasta enero sólo responden a ella de forma marginal. Así lo señalé en mi columna del 2 de abril; en cambio, los factores internos constituyen la principal explicación de la dinámica industrial. Veamos por qué.
En abril de 2006 la Junta Directiva del Banco de la República empezó a aumentar sus tasas de intervención, con el objetivo de conjurar las presiones inflacionarias que no tardarían en aparecer. El excesivo crecimiento de la demanda agregada interna con relación al PIB sustentó esa decisión.
Es sabido que la política monetaria tiene rezagos en la transmisión de sus efectos y que ellos pueden tardar varios meses en hacerse evidentes. Fue así como la dinámica de la demanda agregada interna siguió siendo mayor que la del PIB por varios trimestres después de que el Banco de la República inició su política de alza gradual y continua de las tasas de interés.
La respuesta de la producción real de la industria al excesivo crecimiento de la demanda fue una tendencia ascendente que alcanzó su máximo en el primer semestre de 2007, cuando logró una tasa cercana al 15% anual (en el acumulado de 12 meses). A partir de ese punto se empieza a desacelerar, como consecuencia de la política monetaria y de otros factores puntuales que afectaron algunos subsectores.
Las tasas de intervención del banco central siguieron aumentando hasta llegar al 10% en junio de 2008. Por su parte, la desaceleración de la producción industrial se mantuvo durante todo 2008, y las tasas de crecimiento empezaron a ser negativas desde octubre; en enero de 2009 la producción real registró una variación de -4,8% anual.
La autoridad monetaria mantuvo inmodificada su tasa hasta diciembre pasado, cuando cambió su política. Se había logrado el objetivo de reprimir las presiones inflacionarias, pero ahora había surgido otro reto: fortalecer la demanda interna para moderar los impactos de la crisis mundial.
Con este último objetivo, las tasas de intervención del Banco de la República se han reducido en 300 puntos básicos entre diciembre de 2008 y marzo de 2009. Pero, de nuevo, no se pueden perder de vista los rezagos en el mecanismo de transmisión. Todavía se siguen percibiendo los impactos de la tasa del 10% y sólo en unos meses se empezarán a ver los del reciente descenso.
Lo anterior muestra la estrecha relación que hay entre la dinámica de la producción industrial y la política monetaria de los últimos años. Esto es importante recalcarlo, porque en diversos análisis recientes parece olvidarse el vínculo.
Y no se pretende echar culpas. Sólo recordar que la política antiinflacionaria de por sí tiende a generar recesión. En su último libro, Paul Krugman recuerda cómo se superó el episodio de inflación de Estados Unidos en los años ochenta: “Fue el predecesor de Greenspan, Paul Volcker, quien controló la inflación, logrando ese objetivo con políticas monetarias restrictivas que causaron una recesión económica severa, pero que finalmente rompieron el espinazo de la psicología inflacionaria”.
En la actual coyuntura, la política monetaria tiene margen para actuar contracíclicamente, lo que no ocurre en los países desarrollados; así como ella deprimió la demanda, cabe esperar que la rápida reducción de las tasas de interés tenga un efecto dinamizador. Si ello ocurre, las acciones de la política del gobierno tendrán impactos más efectivos, se amortiguará la caída de la demanda externa y la recuperación del crecimiento industrial se verá más pronto. Esperemos que este sea un escenario viable para lo que resta del año.
Industria y crisis
Publicado por
Hernán Avendaño Cruz
en
12:02
Publicado en el diario La República el 2 de abril de 2009
Los resultados de la industria evidencian las dificultades por las que atraviesa el sector. La variación anual de la producción real entre el mes de enero de 2009 y el mismo mes de 2008 fue negativa en 10.7% y la del acumulado de doce meses indica una caída del 4.8% anual.
Aun cuando la caída anotada coincide con la contracción de la industria a nivel mundial, no es claro que el resultado en Colombia refleje la crisis que está afectando al mundo desarrollado y a un creciente número de economías subdesarrolladas.
The Economist recoge en su última edición los indicadores más recientes de la industria en un grupo de economías. Ellas muestran que en Estados Unidos está cayendo al 11.2% anual, en Japón al 30.8%, y en la Unión Europea al 17.3% (en España cae 23.6% y en Alemania en 19.2%). Entre las economías subdesarrolladas las que más caen son Taiwán (-27.1%) y Corea (-25.6%).
Sin duda, esas caídas son explicadas por la crisis mundial, pues las exportaciones y las importaciones de esos países cayeron vertiginosamente desde septiembre de 2008 y los bienes industriales tienen un peso elevado en su comercio.
En el caso colombiano las exportaciones industriales cayeron en noviembre y diciembre de 2008, con relación a los mismos meses de 2007, y el grueso de ese resultado está relacionado con petróleo, café, confecciones, automotores y ferroníquel. De ellos podría aceptarse una relación parcial con la crisis en el caso de petróleo y confecciones.
En petróleo hay un efecto parcial de la contracción de la demanda. Los precios internacionales alcanzaron un nivel cercano a los US$150 por barril hacia mediados de 2008 y luego se redujeron rápidamente hasta niveles entre US$40 y US$50; no obstante, el volumen exportado sigue aumentando.
En confecciones, las exportaciones hacia Venezuela, principal mercado para Colombia en 2008 con el 55% del total, se afectaron por las dificultades de trámite de los pagos en el Cadivi. En Estados Unidos las importaciones totales de estos productos disminuyeron en los últimos meses de 2008; pero las exportaciones colombianas (21% del total) venían perdiendo terreno de tiempo atrás por la agresiva competencia de productos de China e India.
Las exportaciones colombianas de café disminuyeron a finales de 2008 por la menor producción, consecuencia de la renovación de cultivos, los menores rendimientos por bajo uso de fertilizantes y los efectos negativos del invierno. Entre tanto los precios internacionales se han mantenido estables alrededor de US$1.40 por libra.
Las ventas externas de automotores reflejaron en 2008 la restricción de cuotas que impuso Venezuela. El número de vehículos vendidos a ese mercado pasó de 57 mil en 2007 a 14 mil el año pasado.
Por último, en ferroníquel la demanda internacional perdió dinamismo por la desaceleración del sector automotor y el de electrodomésticos. Pero el valor exportado de Colombia viene cayendo desde comienzos de 2007 por la contracción de la demanda internacional y la caída del precio, originados en la sustitución que viene haciendo la industria por otros productos. Adicionalmente, las ventas al exterior fueron afectadas por la huelga de Cerromatoso en el primer semestre del año y hay problemas de registro en el sistema Muisca en las exportaciones de finales de 2008.
De lo anterior se concluye que si la crisis ha impactado en el desempeño de la industria colombiana, hasta ahora lo ha hecho de forma marginal. En cambio, hay factores puntuales del comercio internacional que afectan productos específicos y explican la caída de sus exportaciones. A ellos habría que sumar factores internos, como el menor dinamismo de la demanda agregada.
Los resultados de la industria evidencian las dificultades por las que atraviesa el sector. La variación anual de la producción real entre el mes de enero de 2009 y el mismo mes de 2008 fue negativa en 10.7% y la del acumulado de doce meses indica una caída del 4.8% anual.
Aun cuando la caída anotada coincide con la contracción de la industria a nivel mundial, no es claro que el resultado en Colombia refleje la crisis que está afectando al mundo desarrollado y a un creciente número de economías subdesarrolladas.
The Economist recoge en su última edición los indicadores más recientes de la industria en un grupo de economías. Ellas muestran que en Estados Unidos está cayendo al 11.2% anual, en Japón al 30.8%, y en la Unión Europea al 17.3% (en España cae 23.6% y en Alemania en 19.2%). Entre las economías subdesarrolladas las que más caen son Taiwán (-27.1%) y Corea (-25.6%).
Sin duda, esas caídas son explicadas por la crisis mundial, pues las exportaciones y las importaciones de esos países cayeron vertiginosamente desde septiembre de 2008 y los bienes industriales tienen un peso elevado en su comercio.
En el caso colombiano las exportaciones industriales cayeron en noviembre y diciembre de 2008, con relación a los mismos meses de 2007, y el grueso de ese resultado está relacionado con petróleo, café, confecciones, automotores y ferroníquel. De ellos podría aceptarse una relación parcial con la crisis en el caso de petróleo y confecciones.
En petróleo hay un efecto parcial de la contracción de la demanda. Los precios internacionales alcanzaron un nivel cercano a los US$150 por barril hacia mediados de 2008 y luego se redujeron rápidamente hasta niveles entre US$40 y US$50; no obstante, el volumen exportado sigue aumentando.
En confecciones, las exportaciones hacia Venezuela, principal mercado para Colombia en 2008 con el 55% del total, se afectaron por las dificultades de trámite de los pagos en el Cadivi. En Estados Unidos las importaciones totales de estos productos disminuyeron en los últimos meses de 2008; pero las exportaciones colombianas (21% del total) venían perdiendo terreno de tiempo atrás por la agresiva competencia de productos de China e India.
Las exportaciones colombianas de café disminuyeron a finales de 2008 por la menor producción, consecuencia de la renovación de cultivos, los menores rendimientos por bajo uso de fertilizantes y los efectos negativos del invierno. Entre tanto los precios internacionales se han mantenido estables alrededor de US$1.40 por libra.
Las ventas externas de automotores reflejaron en 2008 la restricción de cuotas que impuso Venezuela. El número de vehículos vendidos a ese mercado pasó de 57 mil en 2007 a 14 mil el año pasado.
Por último, en ferroníquel la demanda internacional perdió dinamismo por la desaceleración del sector automotor y el de electrodomésticos. Pero el valor exportado de Colombia viene cayendo desde comienzos de 2007 por la contracción de la demanda internacional y la caída del precio, originados en la sustitución que viene haciendo la industria por otros productos. Adicionalmente, las ventas al exterior fueron afectadas por la huelga de Cerromatoso en el primer semestre del año y hay problemas de registro en el sistema Muisca en las exportaciones de finales de 2008.
De lo anterior se concluye que si la crisis ha impactado en el desempeño de la industria colombiana, hasta ahora lo ha hecho de forma marginal. En cambio, hay factores puntuales del comercio internacional que afectan productos específicos y explican la caída de sus exportaciones. A ellos habría que sumar factores internos, como el menor dinamismo de la demanda agregada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)