Publicado en la revista Misión Pyme no. 77, agosto de 2014
El tema de la adhesión a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (Ocde) ha levantado diversas opiniones. A algunos les parece uno más de los TLC que, en opinión de un exministro, nos tienen indigestos; para otros simplemente al gobierno se le metió la pretenciosa idea de “codearse” con las economías desarrolladas; y para los más pesimistas, es otra política neoliberal para seguir entregando el país a los imperialistas.
Es importante que todos los ciudadanos, y especialmente los empresarios, entiendan lo que eso significa y las repercusiones que puede tener para el país. En un mundo crecientemente globalizado, no entender las decisiones que toma un gobierno impide que los beneficios esperados sean aprovechados y, por el contrario, puede impactar negativamente a las empresas y al bienestar de la población.
Lo cierto es que este organismo, el club de las buenas prácticas, como lo denominó el presidente Santos, cuenta con 34 miembros, que incluyen todas las economías desarrolladas, por lo que suelen denominarlo el “club de los países ricos”, y un selecto grupo de economías en transición y emergentes, entre las que están México y Chile.
El objetivo de este organismo es “promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de las personas alrededor del mundo. La Ocde ofrece un foro donde los gobiernos puedan trabajar conjuntamente para compartir experiencias y buscar soluciones a los problemas comunes”.
Colombia ha avanzado en la calidad de sus políticas públicas, hecho que es reconocido internacionalmente. Se han implementado reformas estructurales que mejoraron la estabilidad y la credibilidad de las decisiones en materia económica y social. Es el caso de la creación de la autoridad monetaria independiente y la prohibición de otorgarle créditos al gobierno, la regla fiscal y la ley de responsabilidad fiscal, entre otras.
Pero en otros casos se han adoptado normas que, aunque son deseables, no tienen una aplicación práctica o plena. También hay casos en los que las normas que nacen como una buena iniciativa terminan siendo colchas de retazos por el afán de satisfacer múltiples intereses contradictorios.
La Ocde como foro de discusión de políticas públicas busca mejorar la normatividad en su gestación, construcción e implementación. De igual forma, contrasta las normas vigentes con las mejores prácticas internacionales y sugiere los cambios necesarios para hacerlas operativas y minimizar los efectos no deseados.
El proceso de adhesión
En términos generales, el proceso de adhesión abarca dos elementos. El primero es un memorando del gobierno expresando su posición sobre cada uno de los 250 instrumentos legales de la Ocde. Estos instrumentos son acuerdos o convenios –como el de combate a la corrupción o el de intercambio de información sobre impuestos–, y estándares o recomendaciones –como las de gobierno corporativo.
Las recomendaciones subrayan las buenas prácticas en diferentes campos, con el fin de mejorar la calidad de las políticas. Por ejemplo, para el caso del sector de seguros hay una recomendación sobre la administración de reclamaciones de seguros.
La recomendación incluye un listado de diez buenas prácticas para el proceso de reclamaciones por siniestros. Ellas abarcan las políticas de transparencia e información al asegurado, reclamante o beneficiario desde el mismo momento de suscripción de la póliza; respuestas oportunas, acciones para evitar fraudes, atención de quejas y reclamos, personal idóneo para las labores, creación de bases de datos sobre fraude y sobre eficiencia en los procesos de respuesta, etcétera.
El segundo son los exámenes técnicos realizados por los 23 comités técnicos establecidos en la Ocde. Los comités de expertos no tienen un tiempo establecido para producir su informe. Por ejemplo, en el informe recientemente presentado sobre desarrollo territorial se tomaron 13 meses y realizaron más de 60 entrevistas en diferentes regiones del país.
La tarea de cada comité técnico se orienta a evaluar la compatibilidad que existe entre la normativa de la OMC y las normas del país evaluado. Para ello hacen una revisión exhaustiva de la regulación en sus áreas de competencia, el funcionamiento de los mercados, las tendencias, los productos y servicios ofrecidos a los consumidores, la aplicación del gobierno corporativo, la percepción de los empresarios, las instituciones de defensa de los consumidores, la educación de los agentes relacionados, etcétera.
Adicionalmente, cada comité formula las recomendaciones y modificaciones normativas necesarias para elevar los estándares. En este aspecto, aun cuando Colombia no es miembro, desde el momento mismo en que manifestó su interés de ingresar a la organización, se ha beneficiado de estudios específicos y recomendaciones en temas como la estructura arancelaria, la eliminación de parafiscales y la simplificación de la estructura del IVA.
La membresía de Colombia en la Ocde es de gran trascendencia para el país. Le brinda acceso a la asesoría del más alto nivel para la toma de decisiones de política económica y social, la posibilidad de compararse con las mejores prácticas en el mundo y de mejorar la calidad de la regulación.
El sector empresarial será beneficiado con un Estado más eficiente, lo que redundará en menores costos de transacción de las empresas. Además, el ambiente de negocios será más favorable a la inversión y ayudará a reforzar los logros alcanzados con los TLC y los acuerdos de protección de inversiones.
Finalmente, los consumidores serán favorecidos con las mejores prácticas del gobierno y las empresas en materia de gobierno corporativo, transparencia, defensa del cliente y educación
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¡A cambiar de país!
Publicado en Portafolio el viernes 12 de octubre de 2012
Debo aclarar que no hablo de Colombia… ¡Me refiero a Brasil!
Diversos analistas vienen insistiendo en que hay que mirar a Brasil no solo por su vistoso fútbol; que la política industrial de Brasil debe ser el modelo para Colombia; que Brasil no se ha desindustrializado mientras que Colombia lo está haciendo aceleradamente; que Brasil rompió su dependencia de exportaciones de productos primarios y, en cambio, nosotros dependemos cada vez más de ellos; que Brasil es una economía más desarrollada que Colombia porque su política macroeconómica es mejor; etcétera.
No hay duda; es un país con muchos atributos: es el más extenso de América Latina; la economía de mayor tamaño en la región, al menos mientras no se cumplan las proyecciones del Nomura Equity Research en las que México la desplaza; y fabrica aviones, y nosotros no; y es el líder mundial en la producción de biocombustibles, y nosotros no; y es un gran exportador de pollo, y nosotros no; además, es un país BRIC, aun cuando ya algunos analistas, incluido el propio Jim O’Neill autor del famoso acrónimo, ven su posible exclusión por el pobre desempeño económico de los años recientes (Wall Street Journal “La desaceleración pone en duda el modelo de crecimiento brasileño”).
Con todo esto, no hay más opción; hay que mirar y analizar a Brasil con más detalle… ¡Y qué sorpresas las que se encuentran!
¡Que Brasil tiene riesgos de enfermedad holandesa! ¿Y por qué? ¿No dizque era un país que había diversificado sus exportaciones? Bueno, pues eso lo afirma nada más y nada menos que el renombrado Jim O’niell: "Brasil enfrenta dos desafíos. Uno es reducir su vulnerabilidad a la “enfermedad holandesa”, esto es, ser menos dependiente de la persistente mejora en sus términos de intercambio ocasionada por el aumento de los precios de los commodities… Segundo, necesita deshacerse de la apreciación de su moneda o se volverá más y más dependiente de los commodities”.
Ese diagnóstico, lejos de resultar concordante con las apreciaciones sobre la gran diversificación, es consistente con la percepción del Wall Street Journal: “En los últimos años, Brasil diseñó un salto a la prosperidad basado en un crecimiento acelerado alimentado por sus inmensos recursos naturales”.
Quizás pudieran ser cosas del azar, pues, según el World Economic Forum, Brasil es una economía más competitiva que Colombia. De todos modos es bueno explorar más.
En el libro del BID “La era de la productividad” se incluye un cálculo de la productividad total de los factores con relación a la de Estados Unidos. Pues la de Brasil y la de Colombia son similares (gráfico 2.7). Y en el cálculo de la productividad laboral relativa por sectores, Brasil nos supera en la del sector agropecuario, pero Colombia registra un nivel mayor en industria y en servicios, tanto en 1973 como en 2004 (gráfico 3.5); no obstante, el crecimiento de la productividad total de los factores en el sector de agricultura en 1961-2007 es superior en Colombia que en Brasil (gráfico C recuadro 3.2).
Ya entrados en gastos, por qué no explorar otros indicadores macroeconómicos y sectoriales.
Por ejemplo, el análisis del PIB en dólares constantes de 2000 durante los últimos 50 años muestra que la tasa media de crecimiento anual de Brasil fue superior a la de Colombia en las dos primeras décadas, pero inferior en las tres siguientes. Es más, también la dinámica del PIB colombiano a precios de paridad en dólares internacionales constantes en las últimas tres décadas (que es el periodo disponible en las series del Banco Mundial), es superior al brasileño.
A nivel sectorial, en el valor agregado industrial (que incluye minas, manufacturas, construcción, electricidad, gas y agua) hay información de las últimas cuatro décadas y aquí ha sido intercalado el resultado. Brasil creció más en las décadas de los años setenta y noventa, pero Colombia fue mejor en las de los ochenta y la primera de este siglo. Igual comportamiento se registra en el sector manufacturero, del cual solo hay datos del Banco Mundial para las dos últimas décadas.
¿Qué podemos concluir? Pues básicamente que en las décadas recientes ha sido mejor el desempeño de Colombia que el de Brasil. Las diferencias en el nivel de desarrollo parecen haberse gestado en las décadas de los sesenta y setenta (quizás antes), cuando algunos sectores lograron su desarrollo (aeronáutica y avicultura, por ejemplo). Pero en las siguientes décadas la brecha se ha reducido.
Por lo tanto, lo que nos están vendiendo es un Brasil modelo 60 o 70 del siglo pasado y no uno del siglo XXI. Sin embargo, ese fue el que aplicó Colombia por décadas; lo que deberían preguntarse los vendedores es por qué allá funcionó y aquí no… y buscarse otro país como ejemplo de éxito reciente.
Debo aclarar que no hablo de Colombia… ¡Me refiero a Brasil!
Diversos analistas vienen insistiendo en que hay que mirar a Brasil no solo por su vistoso fútbol; que la política industrial de Brasil debe ser el modelo para Colombia; que Brasil no se ha desindustrializado mientras que Colombia lo está haciendo aceleradamente; que Brasil rompió su dependencia de exportaciones de productos primarios y, en cambio, nosotros dependemos cada vez más de ellos; que Brasil es una economía más desarrollada que Colombia porque su política macroeconómica es mejor; etcétera.
No hay duda; es un país con muchos atributos: es el más extenso de América Latina; la economía de mayor tamaño en la región, al menos mientras no se cumplan las proyecciones del Nomura Equity Research en las que México la desplaza; y fabrica aviones, y nosotros no; y es el líder mundial en la producción de biocombustibles, y nosotros no; y es un gran exportador de pollo, y nosotros no; además, es un país BRIC, aun cuando ya algunos analistas, incluido el propio Jim O’Neill autor del famoso acrónimo, ven su posible exclusión por el pobre desempeño económico de los años recientes (Wall Street Journal “La desaceleración pone en duda el modelo de crecimiento brasileño”).
Con todo esto, no hay más opción; hay que mirar y analizar a Brasil con más detalle… ¡Y qué sorpresas las que se encuentran!
¡Que Brasil tiene riesgos de enfermedad holandesa! ¿Y por qué? ¿No dizque era un país que había diversificado sus exportaciones? Bueno, pues eso lo afirma nada más y nada menos que el renombrado Jim O’niell: "Brasil enfrenta dos desafíos. Uno es reducir su vulnerabilidad a la “enfermedad holandesa”, esto es, ser menos dependiente de la persistente mejora en sus términos de intercambio ocasionada por el aumento de los precios de los commodities… Segundo, necesita deshacerse de la apreciación de su moneda o se volverá más y más dependiente de los commodities”.
Ese diagnóstico, lejos de resultar concordante con las apreciaciones sobre la gran diversificación, es consistente con la percepción del Wall Street Journal: “En los últimos años, Brasil diseñó un salto a la prosperidad basado en un crecimiento acelerado alimentado por sus inmensos recursos naturales”.
Quizás pudieran ser cosas del azar, pues, según el World Economic Forum, Brasil es una economía más competitiva que Colombia. De todos modos es bueno explorar más.
En el libro del BID “La era de la productividad” se incluye un cálculo de la productividad total de los factores con relación a la de Estados Unidos. Pues la de Brasil y la de Colombia son similares (gráfico 2.7). Y en el cálculo de la productividad laboral relativa por sectores, Brasil nos supera en la del sector agropecuario, pero Colombia registra un nivel mayor en industria y en servicios, tanto en 1973 como en 2004 (gráfico 3.5); no obstante, el crecimiento de la productividad total de los factores en el sector de agricultura en 1961-2007 es superior en Colombia que en Brasil (gráfico C recuadro 3.2).
Ya entrados en gastos, por qué no explorar otros indicadores macroeconómicos y sectoriales.
Por ejemplo, el análisis del PIB en dólares constantes de 2000 durante los últimos 50 años muestra que la tasa media de crecimiento anual de Brasil fue superior a la de Colombia en las dos primeras décadas, pero inferior en las tres siguientes. Es más, también la dinámica del PIB colombiano a precios de paridad en dólares internacionales constantes en las últimas tres décadas (que es el periodo disponible en las series del Banco Mundial), es superior al brasileño.
A nivel sectorial, en el valor agregado industrial (que incluye minas, manufacturas, construcción, electricidad, gas y agua) hay información de las últimas cuatro décadas y aquí ha sido intercalado el resultado. Brasil creció más en las décadas de los años setenta y noventa, pero Colombia fue mejor en las de los ochenta y la primera de este siglo. Igual comportamiento se registra en el sector manufacturero, del cual solo hay datos del Banco Mundial para las dos últimas décadas.
¿Qué podemos concluir? Pues básicamente que en las décadas recientes ha sido mejor el desempeño de Colombia que el de Brasil. Las diferencias en el nivel de desarrollo parecen haberse gestado en las décadas de los sesenta y setenta (quizás antes), cuando algunos sectores lograron su desarrollo (aeronáutica y avicultura, por ejemplo). Pero en las siguientes décadas la brecha se ha reducido.
Por lo tanto, lo que nos están vendiendo es un Brasil modelo 60 o 70 del siglo pasado y no uno del siglo XXI. Sin embargo, ese fue el que aplicó Colombia por décadas; lo que deberían preguntarse los vendedores es por qué allá funcionó y aquí no… y buscarse otro país como ejemplo de éxito reciente.
La nueva economía
Publicado en Portafolio el 3 de agosto de 2012
La economía colombiana ha tenido profundas transformaciones en el presente siglo. Aun cuando persisten diversos y complejos problemas cuya solución es requisito indispensable para seguir avanzando en la senda del desarrollo, es importante valorar los cambios.
Al comenzar el siglo Colombia estaba ad portas de ser un “Estado fallido”. Como lo señaló el Presidente Santos, en un discurso en la ONU, “buena parte de nuestro territorio era ingobernable y vivíamos una guerra interna, con grupos terroristas que atemorizaban a los ciudadanos y los desplazaban de sus hogares. De un total de 1.100 alcaldes, cerca de 400 no podían despachar desde sus municipios por razones de seguridad”.
Adicionalmente, la crisis de finales del siglo pasado llevó el desempleo al 20.5% en el 2000, tasa sin precedentes en el país. Y la población viviendo con menos de US$2 diarios, pasó de 22.2% en 1996 a 32.7% en 2002.
Para completar, Colombia había perdido el grado de inversión en 1999; los inversionistas internacionales estaban en alerta por los potenciales problemas de sostenibilidad de la deuda pública bruta, que alcanzó una cota de 59% del PIB en 2002; y los flujos de inversión extranjera directa (IED) se redujeron, igual que la llegada de viajeros internacionales. Incluso dejamos de viajar por carretera, desanimados por las famosas “pescas milagrosas” de la guerrilla.
Hoy vemos el panorama con otra perspectiva. Entre 2001 y 2011 la tasa media de crecimiento de la economía fue del 4.2% anual, superando la observada en las décadas de los noventa (2.7%) y los ochenta del siglo pasado (3.6%). El resultado es notable si tenemos en cuenta que en el periodo sufrimos los impactos de la recesión de Estados Unidos en 2001 y de la crisis mundial en 2008-2009.
Desde luego, a ese resultado contribuyó de manera importante la dinámica de la economía mundial. No obstante, en 10 de los 11 años superamos el crecimiento del PIB global.
Un factor importante para el crecimiento fue el aumento de la inversión. Con la crisis de 1998-1999, ella había caído a los niveles más bajos en cincuenta años (14.5% del PIB); pero en el presente siglo, ha crecido al 10.4% anual promedio, hasta llegar al 27.1% del PIB, uno de los registros históricos más altos.
En el tema fiscal, el país espantó el fantasma de la insostenibilidad y se embarcó en reformas que permitieron la gradual reducción del déficit fiscal, al punto que entre 2005 y 2008 prácticamente se logró el equilibrio; además, la deuda pública bruta descendió al 43.4% del PIB. En esas condiciones el gobierno pudo implementar una política fiscal contracíclica en 2009 y 2010, para mitigar el impacto de la crisis mundial.
El marco normativo se fortaleció recientemente con la ley de regla fiscal, y los actos legislativos de sostenibilidad fiscal y reforma a las regalías. Esto permitirá un manejo prudente del boom minero energético y amortiguar los efectos de la potencial enfermedad holandesa.
En el manejo monetario son evidentes los beneficios de contar con una autoridad monetaria independiente. El país lleva más de una década con inflaciones de un dígito y la Junta Directiva del Banco de la República respondió a la crisis mundial con una rápida reducción de las tasas de interés y la expansión de la liquidez que permitió la adecuada provisión de crédito y contribuyó a la pronta reactivación de la demanda.
A la par con estos avances, el gobierno está implementando una activa política de internacionalización de la economía, orientada a la ampliación y diversificación de la oferta exportable y a la consecución del acceso preferencial permanente en los mercados de mayor interés; así se podrá aprovechar el potencial de crecimiento del comercio internacional.
Aun cuando las exportaciones son el segundo componente de la demanda con mayor dinámica después de la inversión, el país no ha aprovechado plenamente esa fuente de crecimiento; así lo evidencia su participación en el PIB que se mantiene alrededor del nivel registrado a finales de los ochenta.
El buen panorama de Colombia se complementa con la mejora en los indicadores de seguridad, la recuperación del grado de inversión, un sector financiero bien capitalizado y con alto coeficiente de solvencia, crecientes flujos de IED, y tendencias descendentes de la pobreza y las tasas de desempleo.
Colombia aprendió las lecciones de las décadas anteriores. Por eso tiene una nueva economía, menos vulnerable a los choques externos y con una red de TLC que, con un buen aprovechamiento, será un factor adicional de impulso al crecimiento sostenido de la economía.
Todos estos elementos llevaron a los analistas internacionales a calificar a Colombia como “una nueva estrella emergente”. Hay que aprovechar ese cuarto de hora para adelantar las reformas que faltan y avanzar en la solución de los problemas que hoy nos impiden un desarrollo más acelerado.
La economía colombiana ha tenido profundas transformaciones en el presente siglo. Aun cuando persisten diversos y complejos problemas cuya solución es requisito indispensable para seguir avanzando en la senda del desarrollo, es importante valorar los cambios.
Al comenzar el siglo Colombia estaba ad portas de ser un “Estado fallido”. Como lo señaló el Presidente Santos, en un discurso en la ONU, “buena parte de nuestro territorio era ingobernable y vivíamos una guerra interna, con grupos terroristas que atemorizaban a los ciudadanos y los desplazaban de sus hogares. De un total de 1.100 alcaldes, cerca de 400 no podían despachar desde sus municipios por razones de seguridad”.
Adicionalmente, la crisis de finales del siglo pasado llevó el desempleo al 20.5% en el 2000, tasa sin precedentes en el país. Y la población viviendo con menos de US$2 diarios, pasó de 22.2% en 1996 a 32.7% en 2002.
Para completar, Colombia había perdido el grado de inversión en 1999; los inversionistas internacionales estaban en alerta por los potenciales problemas de sostenibilidad de la deuda pública bruta, que alcanzó una cota de 59% del PIB en 2002; y los flujos de inversión extranjera directa (IED) se redujeron, igual que la llegada de viajeros internacionales. Incluso dejamos de viajar por carretera, desanimados por las famosas “pescas milagrosas” de la guerrilla.
Hoy vemos el panorama con otra perspectiva. Entre 2001 y 2011 la tasa media de crecimiento de la economía fue del 4.2% anual, superando la observada en las décadas de los noventa (2.7%) y los ochenta del siglo pasado (3.6%). El resultado es notable si tenemos en cuenta que en el periodo sufrimos los impactos de la recesión de Estados Unidos en 2001 y de la crisis mundial en 2008-2009.
Desde luego, a ese resultado contribuyó de manera importante la dinámica de la economía mundial. No obstante, en 10 de los 11 años superamos el crecimiento del PIB global.
Un factor importante para el crecimiento fue el aumento de la inversión. Con la crisis de 1998-1999, ella había caído a los niveles más bajos en cincuenta años (14.5% del PIB); pero en el presente siglo, ha crecido al 10.4% anual promedio, hasta llegar al 27.1% del PIB, uno de los registros históricos más altos.
En el tema fiscal, el país espantó el fantasma de la insostenibilidad y se embarcó en reformas que permitieron la gradual reducción del déficit fiscal, al punto que entre 2005 y 2008 prácticamente se logró el equilibrio; además, la deuda pública bruta descendió al 43.4% del PIB. En esas condiciones el gobierno pudo implementar una política fiscal contracíclica en 2009 y 2010, para mitigar el impacto de la crisis mundial.
El marco normativo se fortaleció recientemente con la ley de regla fiscal, y los actos legislativos de sostenibilidad fiscal y reforma a las regalías. Esto permitirá un manejo prudente del boom minero energético y amortiguar los efectos de la potencial enfermedad holandesa.
En el manejo monetario son evidentes los beneficios de contar con una autoridad monetaria independiente. El país lleva más de una década con inflaciones de un dígito y la Junta Directiva del Banco de la República respondió a la crisis mundial con una rápida reducción de las tasas de interés y la expansión de la liquidez que permitió la adecuada provisión de crédito y contribuyó a la pronta reactivación de la demanda.
A la par con estos avances, el gobierno está implementando una activa política de internacionalización de la economía, orientada a la ampliación y diversificación de la oferta exportable y a la consecución del acceso preferencial permanente en los mercados de mayor interés; así se podrá aprovechar el potencial de crecimiento del comercio internacional.
Aun cuando las exportaciones son el segundo componente de la demanda con mayor dinámica después de la inversión, el país no ha aprovechado plenamente esa fuente de crecimiento; así lo evidencia su participación en el PIB que se mantiene alrededor del nivel registrado a finales de los ochenta.
El buen panorama de Colombia se complementa con la mejora en los indicadores de seguridad, la recuperación del grado de inversión, un sector financiero bien capitalizado y con alto coeficiente de solvencia, crecientes flujos de IED, y tendencias descendentes de la pobreza y las tasas de desempleo.
Colombia aprendió las lecciones de las décadas anteriores. Por eso tiene una nueva economía, menos vulnerable a los choques externos y con una red de TLC que, con un buen aprovechamiento, será un factor adicional de impulso al crecimiento sostenido de la economía.
Todos estos elementos llevaron a los analistas internacionales a calificar a Colombia como “una nueva estrella emergente”. Hay que aprovechar ese cuarto de hora para adelantar las reformas que faltan y avanzar en la solución de los problemas que hoy nos impiden un desarrollo más acelerado.
Un mundo sin crisis
Publicado en Ámbito Jurídico de marzo de 2009
Hay críticos que siguen aferrados a viejos dogmas y se niegan a aceptar que los acuerdos comerciales son un instrumento apropiado para insertarse en el mundo de la globalización.
Uno de ellos se refería a la situación actual en los siguientes términos: “El mundo atraviesa la peor crisis de su historia, como consecuencia de la globalización neoliberal, y Uribe insiste en que la salvación del país consiste en aferrarse a ella”.
Esa frase encierra varios mensajes. Uno, es que las políticas económicas se deben diseñar para hoy y no pensando en el futuro. Dos, las crisis evidencian la debilidad del capitalismo. Tres, la globalización es la causa de todos los males.
El primer mensaje es curioso, pues muchas de las críticas que se hacen al gobierno de turno son por actuar con una visión cortoplacista y no pensar en el mañana; basta recordar los abundantes comentarios negativos sobre el papel de los planes de desarrollo y su aplicación real. Esto se parece a una conocida excusa con ropaje nuevo: “esperemos a cuando estemos listos”. ¿Cómo se pueden tomar decisiones de largo plazo si la coyuntura nunca será buena para los críticos?
Justamente uno de los objetivos de la actual administración ha sido el diseño de políticas de Estado, como base para el desarrollo. La Visión 2019, las políticas de integración con el mundo y la política de transformación productiva están diseñadas para tal fin.
Ante una crisis mundial ¿se deben posponer o quizás enterrar esas políticas? ¿Nos debemos limitar a usar políticas de corto plazo y olvidarnos de la necesidad de crecer sostenidamente a tasas más altas?
En el segundo mensaje, subliminalmente se aspira al paraíso. Son críticos del capitalismo, pero lo quisieran sin una de sus características: las fluctuaciones económicas; o quizás lo desean con sólo crisis para justificar su existencia como críticos. Tal vez la frustración del sueño marxista de la destrucción del capitalismo como consecuencia de sus propias contradicciones, sumada al rotundo fracaso de los experimentos socialistas, les lleva a soñar con esa alternativa.
En el tercero, ¿cómo puede la globalización ser culpable de una crisis? Se trata de un fenómeno de alta complejidad, por lo que no es evidente a qué se refieren los críticos. La CEPAL, por ejemplo, la define en los siguientes términos: “La creciente gravitación de los procesos financieros, económicos, ambientales, políticos, sociales y culturales de alcance mundial en los de carácter regional, nacional y local”.
Partamos de recordar lo que hasta ahora el mundo conoce como causa de la crisis. Es ampliamente conocido que ella se gestó en una burbuja especulativa en el mercado de hipotecas en Estados Unidos y que fue inflada mediante créditos de alto riesgo (“subprime”) y una cadena de títulos estructurados con el mismo activo subyacente (viviendas).
Cuando la burbuja explotó por el aumento de la morosidad de la cartera hipotecaria y el consecuente derrumbe de los precios de los títulos, ocasionó grandes pérdidas en los balances de empresas del sector financiero y del sector real en diversos países del mundo.
Por lo tanto, de una crisis de hipotecas se pasó a una financiera, y de un problema de liquidez a uno de solvencia. Las entidades financieras perdieron confianza entre ellas, lo que sumado a la reducción de su capacidad de préstamo –por la contracción del patrimonio–, interrumpió el funcionamiento del canal de crédito y dio paso a una restricción de crédito (“credit crunch”).
El freno al crédito, aunado a la pérdida de confianza de los consumidores y al creciente desempleo, extendió la crisis al sector real; ella se ha venido propagando, hasta ahora, a las economías desarrolladas.
¿Qué hay en este proceso que sea atribuible a la globalización? Como se ve, no hay fugas de capitales, ni han ocurrido episodios de pánico financiero. Aún así podríamos forzar el argumento y decir que son los procesos financieros los causantes de la crisis.
Pues bien. La Gran Depresión –que se originó en el apalancamiento financiero del mercado de acciones–, ocurrió en una época que ningún estudioso considera de globalización. Todo lo contrario. Entre el final de la Primera Guerra y el de la Segunda, el comercio internacional se redujo a un nivel similar al de 1870, según cálculos del Banco Mundial (“Globalization, Growth, and Poverty”).
Aún así, su impacto mundial fue enorme y las economías subdesarrolladas no fueron inmunes. José Antonio Ocampo (“Crisis mundial y cambio estructural 1929-1945”) señala que, a partir de 1929 la caída de los precios internacionales de los principales productos de exportación, especialmente café y petróleo, contrajo los ingresos por exportaciones y ocasionó la reducción de los términos de intercambio; los menores ingresos y el cierre de los mercados financieros propició la declaración de la moratoria de la deuda de Colombia en 1932.
¿A qué llegamos? A algo simple. Las crisis existen porque son parte inmanente del capitalismo. Los esfuerzos de la política económica se orientan a minimizar los efectos de los periodos de recesión y a prolongar los del auge; aún así, no se han podido eliminar las oscilaciones fuertes. Pero achacarle el problema a la globalización no deja de ser más que una frase de cajón apta para discursos, pero con un aporte nulo a la comprensión del problema y mucho menos a la solución.
Hay críticos que siguen aferrados a viejos dogmas y se niegan a aceptar que los acuerdos comerciales son un instrumento apropiado para insertarse en el mundo de la globalización.
Uno de ellos se refería a la situación actual en los siguientes términos: “El mundo atraviesa la peor crisis de su historia, como consecuencia de la globalización neoliberal, y Uribe insiste en que la salvación del país consiste en aferrarse a ella”.
Esa frase encierra varios mensajes. Uno, es que las políticas económicas se deben diseñar para hoy y no pensando en el futuro. Dos, las crisis evidencian la debilidad del capitalismo. Tres, la globalización es la causa de todos los males.
El primer mensaje es curioso, pues muchas de las críticas que se hacen al gobierno de turno son por actuar con una visión cortoplacista y no pensar en el mañana; basta recordar los abundantes comentarios negativos sobre el papel de los planes de desarrollo y su aplicación real. Esto se parece a una conocida excusa con ropaje nuevo: “esperemos a cuando estemos listos”. ¿Cómo se pueden tomar decisiones de largo plazo si la coyuntura nunca será buena para los críticos?
Justamente uno de los objetivos de la actual administración ha sido el diseño de políticas de Estado, como base para el desarrollo. La Visión 2019, las políticas de integración con el mundo y la política de transformación productiva están diseñadas para tal fin.
Ante una crisis mundial ¿se deben posponer o quizás enterrar esas políticas? ¿Nos debemos limitar a usar políticas de corto plazo y olvidarnos de la necesidad de crecer sostenidamente a tasas más altas?
En el segundo mensaje, subliminalmente se aspira al paraíso. Son críticos del capitalismo, pero lo quisieran sin una de sus características: las fluctuaciones económicas; o quizás lo desean con sólo crisis para justificar su existencia como críticos. Tal vez la frustración del sueño marxista de la destrucción del capitalismo como consecuencia de sus propias contradicciones, sumada al rotundo fracaso de los experimentos socialistas, les lleva a soñar con esa alternativa.
En el tercero, ¿cómo puede la globalización ser culpable de una crisis? Se trata de un fenómeno de alta complejidad, por lo que no es evidente a qué se refieren los críticos. La CEPAL, por ejemplo, la define en los siguientes términos: “La creciente gravitación de los procesos financieros, económicos, ambientales, políticos, sociales y culturales de alcance mundial en los de carácter regional, nacional y local”.
Partamos de recordar lo que hasta ahora el mundo conoce como causa de la crisis. Es ampliamente conocido que ella se gestó en una burbuja especulativa en el mercado de hipotecas en Estados Unidos y que fue inflada mediante créditos de alto riesgo (“subprime”) y una cadena de títulos estructurados con el mismo activo subyacente (viviendas).
Cuando la burbuja explotó por el aumento de la morosidad de la cartera hipotecaria y el consecuente derrumbe de los precios de los títulos, ocasionó grandes pérdidas en los balances de empresas del sector financiero y del sector real en diversos países del mundo.
Por lo tanto, de una crisis de hipotecas se pasó a una financiera, y de un problema de liquidez a uno de solvencia. Las entidades financieras perdieron confianza entre ellas, lo que sumado a la reducción de su capacidad de préstamo –por la contracción del patrimonio–, interrumpió el funcionamiento del canal de crédito y dio paso a una restricción de crédito (“credit crunch”).
El freno al crédito, aunado a la pérdida de confianza de los consumidores y al creciente desempleo, extendió la crisis al sector real; ella se ha venido propagando, hasta ahora, a las economías desarrolladas.
¿Qué hay en este proceso que sea atribuible a la globalización? Como se ve, no hay fugas de capitales, ni han ocurrido episodios de pánico financiero. Aún así podríamos forzar el argumento y decir que son los procesos financieros los causantes de la crisis.
Pues bien. La Gran Depresión –que se originó en el apalancamiento financiero del mercado de acciones–, ocurrió en una época que ningún estudioso considera de globalización. Todo lo contrario. Entre el final de la Primera Guerra y el de la Segunda, el comercio internacional se redujo a un nivel similar al de 1870, según cálculos del Banco Mundial (“Globalization, Growth, and Poverty”).
Aún así, su impacto mundial fue enorme y las economías subdesarrolladas no fueron inmunes. José Antonio Ocampo (“Crisis mundial y cambio estructural 1929-1945”) señala que, a partir de 1929 la caída de los precios internacionales de los principales productos de exportación, especialmente café y petróleo, contrajo los ingresos por exportaciones y ocasionó la reducción de los términos de intercambio; los menores ingresos y el cierre de los mercados financieros propició la declaración de la moratoria de la deuda de Colombia en 1932.
¿A qué llegamos? A algo simple. Las crisis existen porque son parte inmanente del capitalismo. Los esfuerzos de la política económica se orientan a minimizar los efectos de los periodos de recesión y a prolongar los del auge; aún así, no se han podido eliminar las oscilaciones fuertes. Pero achacarle el problema a la globalización no deja de ser más que una frase de cajón apta para discursos, pero con un aporte nulo a la comprensión del problema y mucho menos a la solución.
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