Colombia frente a la globalización
En el periodo 1976-2016 numerosas economías en desarrollo iniciaron el desmonte del modelo de sustitución de importaciones, caracterizado por el uso intensivo de políticas proteccionistas. Desde la década del setenta adoptaron aperturas unilaterales como aproximaciones al libre comercio, camino por el que las economías desarrolladas y algunas en desarrollo venían avanzando desde finales de los años cuarenta con la creación del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT).
Adicionalmente, la aceleración de la globalización y el surgimiento de las cadenas globales de valor, fortalecieron los procesos de integración económica por la vía de los acuerdos comerciales regionales; con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en 1994, se aceleró el número de acuerdos negociados.
En Colombia comenzaron a soplar débilmente los vientos de cambio desde finales de los años sesenta, cuando se formuló un programa de promoción de exportaciones; fue una respuesta a los problemas de estrangulamiento externo originados en la alta concentración en productos primarios, especialmente café. A mediados de los años setenta se inició un largo y lento camino de liberalización financiera. De igual forma, se emprendió un proceso gradual de reducción de aranceles, finalmente concretado en la apertura unilateral de comienzos de los noventa.
Transcurridas varias décadas, surgen interrogantes sobre la efectividad de esas decisiones en la integración de Colombia a la economía globalizada, la diversificación del comercio y la integración de los empresarios a la nueva organización mundial de la producción. Las respuestas se pueden colegir de la evolución de diversas variables.
• El indicador de apertura económica, medido por la suma de exportaciones e importaciones de bienes y servicios como porcentaje del PIB, revela la forma de relacionarse con la economía global. El coeficiente era del 31% en 1976 y subió al 39% en 2015, con un aumento del 26% entre los dos años. En el mismo periodo el promedio mundial y el de América Latina superaron el nuestro y crecieron 70% y 72% (gráfico 1).
• Según Garay (1998, p. 30): “El arancel nominal promedio pasó del 36% en 1974 al 29.4% en 1979 y 29.3% en 1981, para luego revertir la tendencia y ascender al 47.2% en 1984”. La apertura unilateral del gobierno Gaviria redujo el arancel del 27.0% que registraba en 1990 al 11.8% en 1992. En los años siguientes, se mantuvo alrededor de ese valor hasta la reforma de 2010, cuando bajó a 8.3%. Actualmente está en 6.4% por un diferimiento arancelario temporal para los bienes de capital y materias primas no producidas.
Aun así, según Schwab (2015), con ese arancel Colombia ocupa el puesto 83 entre 140 países. La misma fuente indica que el país se ubicó 109 en la prevalencia de barreras no arancelarias, 135 en el coeficiente de importaciones a PIB y 132 en el de exportaciones a PIB.
• La participación de Colombia en las exportaciones mundiales, que era en 1976 de 0.19%, apenas llegó al 0.22% en 2015. Aun cuando se observó un repunte con el reciente auge de bienes básicos, que elevó la participación hasta el 0.32% en 2012, ella volvió a declinar tan pronto como cayeron los precios internacionales.
• La concentración de las exportaciones se mantiene con escasa modificación. En 1978 los 10 primeros productos representaban el 79.6% del total exportado; en 2014 fueron el 77.6%; no obstante, en unos pocos años el indicador descendió a niveles del 56 o 57% (gráfico 2).
• La composición por intensidad tecnológica también registra pocas variaciones. Los productos primarios y los recursos naturales eran el 84.9% de las exportaciones en 1978 y en 2014 fueron el 81.3%. Los de alta tecnología pasaron del 0.6 al 1.6% en el mismo periodo (gráfico 3).
• Con relación a las cadenas globales de valor, Trujillo, Álvarez y Rodríguez (2014), del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, concluyen que no solo “Colombia muestra un bajo nivel de inserción”, sino que lo viene reduciendo desde 2007.
Un análisis de la Unctad (2013; p. 134) encontró que, entre las 25 principales economías emergentes exportadoras, Colombia ocupó el último lugar por la integración de sus exportaciones en las cadenas globales de valor.
De estos indicadores se tendería a concluir que el modelo de liberalización económica no ha dado los resultados que teóricamente se esperan. La realidad puede ser otra. Stiglitz (2016) señala que en su libro El malestar de la globalización el principal mensaje “fue que el problema no era la globalización, sino cómo se gestionaba el proceso de la misma”.
De forma similar, se puede afirmar que en Colombia se han adoptado medidas en la misma dirección en que se mueve la economía globalizada, pero diversos problemas impiden alcanzar plenamente los resultados esperados. Podrían señalarse al menos tres factores que contribuyen a ese balance.
El primero es la falta de continuidad de las políticas, por cambios en la coyuntura económica. Lo ilustra la bonanza cafetera de finales de los setenta, que frenó las tímidas políticas de liberalización financiera y comercial que se venían implementando. Igualmente, la reciente bonanza de precios internacionales de los productos básicos, bloqueó los avances en la diversificación de exportaciones; la percepción de que el auge sería permanente, impidió la adopción de medidas para evitar el fenómeno de enfermedad holandesa y la pérdida de competitividad de las exportaciones no minero-energéticas.
El segundo es la demora en la toma de decisiones estratégicas. Así lo evidencia el atraso en la infraestructura, el bajo desarrollo de medios de transporte masivo como los metros, la persistencia de los problemas de derechos de propiedad en el sector agropecuario y el limitado aprovechamiento de los esquemas de regionalismo abierto. En este último aspecto, aun cuando el artículo 227 de la Constitución contiene un mandato hacia la integración económica, solo desde 2002 se empezó a desarrollar con la negociación de los TLC.
El tercero es la inercia del proteccionismo; es muy difícil frenarla y su reacción a las políticas de modernización termina neutralizando los efectos buscados. Hommes (2009), destacó un caso en los siguientes términos: “aún después de la Apertura de los años noventa, la protección de los productos industriales de consumo y de los del sector agropecuario es excesiva, como lo es la protección efectiva de esos sectores. La CAN fue el vehículo que utilizaron los proteccionistas colombianos y los de la región andina para echar para atrás parte de lo que se había alcanzado con la Apertura al final del siglo XX”.
En síntesis, las decisiones de Colombia no se reflejan en una adecuada inserción en la economía globalizada, pues el mundo se está moviendo a un ritmo más rápido. Es necesario poner el acelerador en temas como la vinculación empresarial a las cadenas globales de valor, porque ellas son parte esencial de la nueva organización mundial de la producción. De igual forma, urge diversificar la estructura productiva y la canasta exportadora para aprovechar el acceso preferencial permanente que brindan los TLC vigentes.
En este contexto son grandes las expectativas que genera la nueva política de desarrollo productivo, recién anunciada por el Gobierno. Para que ella marque una diferencia real con otras propuestas en el pasado, resulta vital asegurar la continuidad de la política y diseñar los cortafuegos que bloqueen las esperadas reacciones proteccionistas.
Bibliografía
Garay, L. J. (1998). Colombia: Estructura industrial e internacionalización 1967-1996. Departamento Nacional de Planeación y Colciencias.
Hommes, R. (30 de octubre de 2009). “Política, comercio y geopolítica”. El Tiempo.
Stiglitz. J. (5 de agosto de 2016). “La globalización y sus nuevos malestares”. Project Syndicate.
Trujillo, E.; Álvarez, M. y Rodríguez, M. (2014). “Inserción de Colombia en las cadenas globales de valor”. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Febrero.
Unctad (2013). World Investment Report 2013. Global Value Chains: Investment and Trade for Development. United Nations, New York and Geneva.
Schwab, K. (2015). Global Competitiveness Report 2015-2016. World Economic Forum. Geneva.
A la topa tolondra
Aun cuando el país lleva más de ocho años en los que las negociaciones comerciales son tema de debates, noticias, publicaciones periodísticas y académicas, foros y cursos de diverso nivel, hay quienes aún no comprenden las razones de implementación de la política de internacionalización.
Algunos consideran que no hay razones claras para negociar acuerdos con tantos países y que el gobierno está negociando a la topa tolondra. Otros aseveran que los TLC no son necesarios, pues Colombia es una economía abierta desde la implementación de la apertura económica y los sistemas generalizados de preferencias brindan el acceso preferencial.
Una rápida mirada a algunos indicadores permite comprobar que Colombia no es una economía tan abierta como muchos creen. Y un repaso de las tendencias globales mostrará que el país no puede seguir rezagado, so pena de quedarse más y más del tren del desarrollo.
El Global Competitiveness Report 2012-2013, del World Economic Forum, clasifica a Colombia en el puesto 123 entre 144 países en el indicador de prevalencia de barreras al comercio, que tiene en cuenta tanto los aranceles como las medidas no arancelarias.
En la clasificación por nivel de la tarifa arancelaria ponderada por el comercio, Colombia ocupa el puesto 95, aún después de la reforma estructural arancelaria de noviembre de 2010.
Y en los indicadores tradicionales de apertura económica, como los coeficientes de importaciones a PIB y de exportaciones a PIB, nos va todavía más mal. En el primero, el país ocupa el lugar 140 y en el segundo el 132.
Se colige que en el panorama mundial Colombia luce como una economía relativamente cerrada. En un contexto de globalización esto tiene profundas consecuencias, como se deduce del solo hecho de que las materias primas importadas tengan un sobrecosto mayor para los empresarios del país que para los de otros países que compiten a nuestra producción tanto en el mercado local como en el internacional.
Adicionalmente, hay que pensar en las repercusiones de no negociar acuerdos comerciales, mientras que los competidores sí los hacen. Esto impacta de dos formas; una, el desplazamiento de la producción colombiana de los mercados de destino; otra, la baja probabilidad de aprovechar las tendencias globales de la demanda bienes y servicios en los que el país tiene potencial.
Con relación a la primera, consideremos un ejemplo real. El Salvador, que es un país de tamaño similar al departamento de Arauca, exportó confecciones a EEUU por US1.738 millones en 2011; Colombia exportó US$223 millones. Desde la terminación del Acuerdo Multifibras las confecciones colombianas vienen reduciendo el valor exportado, mientras que las salvadoreñas han logrado mantenerlo.
La explicación básica de esa diferencia es que El Salvador cuenta con reglas de juego claras y permanentes desde 2006, con la vigencia del CAFTA; aun cuando Colombia cuenta con las preferencias ATPDEA, sus características de estabilidad inhiben las inversiones necesarias para un aprovechamiento pleno. La vigencia del TLC con Estados Unidos desde mayo pasado, nos nivela en este mercado, pero hay otros donde el riesgo se mantiene.
Con relación a la segunda, hay un elevado número de países que puede enfrentar problemas de desabastecimiento relativo de alimentos, agua y energía en las próximas décadas. Por eso, varios competidores de Colombia en esos bienes y servicios han avanzado en negociaciones comerciales que faciliten su posicionamiento en esos mercados.
Estos aspectos son importantes a la hora de definir con qué países negociar acuerdos comerciales. Pero no son los únicos. Desde 2004, el gobierno definió una metodología para establecer un ranking de las 20 naciones de mayor interés para Colombia. Ella incluye 25 variables agrupadas en cinco criterios generales: Consolidar y proteger mercados; mercados con mayor potencial para las exportaciones colombianas; atraer inversión a Colombia; factibilidad política; y disposición al libre comercio.
Hacen parte de este ejercicio el uso de indicadores como el índice de Herfindahl-Hirschman, para los análisis de concentración de productos y mercados, y los modelos de equilibrio general y el modelo gravitacional para evaluar los impactos de las negociaciones sobre el comercio y las variables de crecimiento y empleo.
Los resultados se consignan en la “Agenda de negociaciones comerciales de Colombia”, aprobada por el Consejo Superior de Comercio Exterior, que es presidido por el Presidente de la República y cuenta con la participación siete ministros, el director del DNP y el gerente del Banco de la República. La agenda está a disposición de toda la sociedad, en la página de internet del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo.
Lo anterior muestra el gobierno toma las decisiones de las negociaciones comerciales con criterios técnicos y con el objetivo de lograr la mejor inserción posible de Colombia en la economía globalizada… Aun así, habrá a quienes la Agenda les parezca exótica o injustificada.
¿Nepal de Suramérica?
Un informe reciente de Anif analizó las características de las exportaciones colombianas. Razón le cabe en varios de sus argumentos; en otros no tanto.
Tiene razón cuando señala que Colombia es una economía relativamente cerrada. El tema forma parte de las presentaciones del Ministro de Comercio, Industria y Turismo en diversos foros y sus archivos están disponibles para todos los ciudadanos en la página www.mincomercio.gov.co.
El Ministro comenta en sus conferencias que, de acuerdo con el último Global Competitiveness Report del World Economic Forum, Colombia se clasifica en el puesto 110 entre 149 países en la variable de prevalencia de barreras al comercio, (Brasil es el 109). De igual forma presenta los coeficientes de exportaciones e importaciones a PIB, con los puestos 131 y 138, respectivamente.
Estos indicadores reflejan la reacción de los rentistas del proteccionismo frente a la apertura económica, como lo han enunciado varios analistas (por ejemplo, Hommes “Política, comercio y geopolítica”; El Tiempo, 30-10-2009). Y una secuela obvia de esa conducta es el bajo nivel de las exportaciones per cápita.
Otras características de las exportaciones colombianas, señaladas por Anif, son la alta participación de las “exportaciones tradicionales de commodities” y la pérdida del esfuerzo “diversificador”. Lo que es discutible es no tener en cuenta el entorno mundial e insinuar que la involución de la estructura exportadora obedece a la falta de acción gubernamental (“funcionarios públicos… que prometen que ya pronto triplicaremos las exportaciones no tradicionales”; una desindustrialización que “no parece preocuparle a nadie”).
La involución comentada, esto es, el mayor peso relativo de los “commodities” en las exportaciones, proviene básicamente de la presión alcista de sus precios en los mercados internacionales. El índice de Herfindhal Hirschman mejoró entre 2000 y 2007, pero el comportamiento de los precios revirtió la tendencia y hoy está en el nivel más alto de las últimas décadas. Este no es un fenómeno exclusivo de Colombia, sino que afecta a todos los países exportadores de bienes básicos.
Aun cuando el informe comentado compara a Colombia con otros países de la región para reafirmar que estamos mal, no evalúa qué está ocurriendo con la estructura de sus exportaciones. Pues bien; las estadísticas oficiales revelan que en Chile las exportaciones mineras y las de productos agropecuarios y pesqueros pasaron del 50% del total en 2003, al 67% en los primeros cuatro meses de 2012: ¡escasos 3 puntos por debajo del 70% que representan en nuestro caso!
Y en Brasil los bienes básicos que eran el 37% del total de las exportaciones en 2008, aumentaron al 48% en 2011. Entre tanto, las manufacturas bajaron del 47% a 36% en el mismo periodo y todavía están por debajo del nivel precrisis, en un país que “sí parece preocuparse” por el peso de la industria en el PIB.
Con relación a la industria colombiana, no se puede olvidar que la caída de sus exportaciones obedeció a un doble choque: la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano al que iba el 39% de estos bienes. Aun cuando hoy no ha recuperado el nivel precrisis, se ha realizado un gran esfuerzo de diversificación de mercados; el valor exportado apenas es inferior en 11% al de 2008 y Venezuela solo representa el 12%.
Justamente con el fin de fortalecer la diversificación (aun con “commodities” a precios altos) se formuló una clasificación diferenciando los minero-energéticos del resto, abandonando la obsoleta de tradicionales y no tradicionales. Ella permite hacer un mejor seguimiento de las exportaciones a las que se les puede incorporar mayor valor agregado. No se trata, por lo tanto, de “romper el termómetro para modificar la temperatura”.
Economía andino–tibetana
Así califica el Alcalde Mayor de Bogotá a la economía bogotana, porque es “casi autárquica”; la producción se orienta a su mercado interno, poco al mercado nacional y nada a exportación, salvo las flores que no produce. Lamenta el infortunio de estar lejos del mar y de ríos navegables, pues los onerosos costos de transporte por carretera y la deficiente estructura vial le quitan cualquier competitividad a la ciudad.
Concluye que el TLC con Estados Unidos exige a Bogotá un salto a una economía vinculada al mercado internacional; pero el Plan Nacional de Desarrollo no incluyó obras de infraestructura como la vía férrea hasta Puerto Salgar para conectarse con el río Magdalena y el mundo.
En realidad, la calificación de andino–tibetana podría aplicarse en general a la economía colombiana y no sólo a la bogotana. Y no por el hecho de estar lejos del mar y de los ríos navegables.
La organización geográfica de la producción colombiana es herencia del modelo de crecimiento hacia adentro, implementada en el país desde la década del cincuenta y hasta bien entrada la del ochenta. Se postulaba que el mercado interno era la base para el desarrollo del país y que, por lo tanto, la producción se debía ubicar cerca de los grandes centros de consumo.
Pero el cambio a un modelo de economía abierta conlleva una nueva organización de la geografía económica. Ahora lo deseable es que la producción exportable se ubique cerca a las fronteras para reducir los costos de transporte hasta los puertos.
La apertura económica de comienzos de los noventa no tuvo esos efectos, porque los rentistas del proteccionismo se las arreglaron para “diseñar” mecanismos sustitutos de protección. Por eso, en el índice de prevalencia de barreras al comercio del World Competitiveness Report Colombia aparece clasificado 110 entre 149 economías.
Veamos lo que dicen los datos sin minería, para quitar la distorsión en las comparaciones: Bogotá exporta en productos no minero–energéticos el 3.8% del PIB no minero, lo que indica que en efecto es una “economía cerrada”; pero departamentos como Valle (6.9%), Antioquia (7.5%) y Atlántico (8.8%), también lo son en términos relativos. Los departamentos con mayor coeficiente de apertura son Caldas (13.8%), Risaralda (13.2%) y Cundinamarca (10.9%), todos ellos lejos del mar.
Las exportaciones no minero–energéticas per cápita de Bogotá en 2010 fueron de US$382, que es una cifra baja, pero similar a la de Antioquia (US$468), Atlántico (US$451) y Valle (US$440).
Sin embargo, Bogotá es la segunda región con menor concentración de las exportaciones (después de Atlántico) y la de mayor número de productos exportados. Mientras que en 2011 exportó 916 productos diferentes, Antioquia exportó 805, Cundinamarca 630 y Valle 626.
Los dos primeros indicadores comprueban que el país es relativamente cerrado, mientras que el de concentración y el de productos exportados indican que Bogotá tiene una posición mucho mejor que la del resto del país en materia de inserción internacional.
En el nuevo contexto de TLCs, es apenas lógico que algunas actividades se muevan a las costas para ganar competitividad, pero otras se quedarán y unas nuevas se desarrollarán. Además, no se puede perder de vista el gran potencial de Bogotá en la exportación servicios: es el primer destino turístico de Colombia y tiene oferta creciente en BPO, TICs y servicios empresariales (arquitectura e ingeniería, en especial).
Contrario a lo que piensa el Alcalde, es grande el potencial que tiene la ciudad para aprovechar los TLCs. Pero si el punto de partida es que Bogotá no exporta nada y que el gobierno nacional no le da las obras de infraestructura que necesita para conectarse al mundo, las perspectivas no son nada halagüeñas.
De nuevo el mercado interno
Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.
Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.
Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.
El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.
Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.
Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.
Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.
Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.
A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.
Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.
Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.
¿20 años de Apertura?
Este año se cumplen 20 años de la famosa “apertura económica”. En realidad el proceso comenzó el 22 de febrero de 1990 cuando fue expedido el documento Conpes No. 2465 “Programa de modernización de la economía colombiana”, mediante el cual se adoptó un cronograma gradual para la reducción unilateral de los aranceles.
Pero, un año y medio después se aceleró la reducción, a partir del documento Conpes No. 2549 “Decisiones sobre el programa de apertura – II”. El gobierno se vio precisado a tomar esta decisión debido a la parálisis de las importaciones; lejos de crecer como se esperaba, los importadores resolvieron aplazar sus compras y apostarle a la suspensión de la gradualidad anunciada.
Muchos escritos se han publicado e innumerables debates han tenido lugar desde entonces. Sin embargo mucho de lo dicho y escrito debería revisarse, pues cada vez es más evidente que la apertura no fue tan profunda como se anunciaba y sus efectos fueron diferentes a los que se le atribuyen y a los que se esperaban.
Diversos datos muestran que la apertura colombiana fue de las más tímidas de la región. Dado que las políticas de exposición a la competencia internacional no se adoptaron al mismo tiempo en todas las economías latinoamericanas, para medir su profundidad, se evalúo el coeficiente de exportaciones más importaciones de bienes y servicios a PIB, calculando la diferencia entre sus valores máximo y mínimo durante el periodo 1960-2009.
Los resultados muestran que la menor diferencia se registró en el caso colombiano; esto significa que fue la economía que menos aumentó su grado de apertura al comercio internacional. Mientras que en economías como Chile el incremento máximo del coeficiente fue de 62 puntos porcentuales y el de México 48 puntos, el de Colombia apenas fue de 18 puntos.
Colombia es hoy una de las economías menos abiertas del mundo. Ese sorprendente hecho se verifica con el indicador de apertura ya mencionado. Según el Banco Mundial, mientras que el país ocupaba el puesto 147 entre 171 economías en 1991, cuando se empezó a adoptar la política de apertura, en 2008 ocupaba el puesto 166 entre 173. ¡Sólo Cuba, Pakistán, la República Centroafricana, Japón, Estados Unidos, Brasil y Eritrea, tienen un indicador más bajo!
Adicionalmente, al analizar el monto de las exportaciones de bienes y servicios per cápita, se observa una tendencia creciente, pero su dinámica ha sido inferior a la de la mayoría de países de la región. En efecto, mientras que en 1990 Colombia ocupaba el puesto 10 entre 18 economías latinoamericanas, en 2008 bajó al puesto 15, superando únicamente a Bolivia, Guatemala y Nicaragua.
Con base en un indicador de apertura, el excodirector del Banco de la República Leonardo Villar concluyó, a comienzos del año 2000, que “la apertura no se dio en Colombia durante la década de los noventa en el sentido de haber conducido a que un mayor porcentaje de la producción nacional quedara expuesto a la competencia externa”.
De ahí que sea tan endeble el argumento del impacto negativo en la producción nacional. Los anteriores indicadores apuntan a algo obvio que desvirtúa ese punto de vista: si la mayor parte de las economías del mundo se abrieron más que Colombia, no es claro por qué la apertura la ha podido afectar más que al resto. Mientras que las importaciones se abarataron en términos relativos, nuestras exportaciones lo hicieron en mayor medida para los compradores.
En síntesis, la culpa de muchos de los males que se le achacan a la apertura hay que buscarlos en otros acontecimientos. El reto, por lo tanto, es superar los obstáculos que neutralizaron los efectos positivos esperados de esa política para emular el éxito de muchas economías que sí hicieron una apertura profunda.
Competitividad y aranceles
La teoría económica y la evidencia empírica aportan sólidas argumentaciones sobre los beneficios del comercio internacional en el crecimiento de las economías. Aún así, los gobiernos suelen imponer obstáculos arancelarios y no arancelarios por diversos motivos, entre los que cabe destacar la amenaza de productos de otros países, el equilibrio de la balanza de pagos, la seguridad nacional, pérdida de ventajas competitivas, el fortalecimiento de los ingresos fiscales, y la protección de la industria naciente.
Como señalan Paul Krugman y Robin Wells en su obra "Macroeconomics", "algunas personas, entre ellos muchos políticos, cuestionan a menudo el comercio internacional, defendiendo que cada país produzca los bienes que consume en lugar de comprarlos en el extranjero. Las empresas reclaman protección ante la competencia extranjera: los agricultores japoneses no quieren que se importe arroz de Estados Unidos; los productores de acero estadounidenses no quieren que se compre acero europeo".
Esas posiciones generan dividendos políticos, pero desconocen la realidad del mundo globalizado y ocasionan problemas de competitividad a las empresas locales. Los aranceles altos las aíslan de la competencia y les reducen los incentivos a la innovación, a la vez que les dan margen para transferir a los consumidores los sobrecostos y las ineficiencias.
El mundo está presenciando una profunda transformación en la organización productiva, con la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Cada vez más y más productos y servicios son el resultado de integrar insumos de diferentes regiones del planeta, lo que da más relevancia al concepto de "design in" que al de "made in".
En concordancia con ese fenómeno, los sectores productivos de todos los países buscan la inserción en las cadenas mundiales de valor en las fases de la producción en las que son más competitivos. En ese contexto, los países que se empeñan en mantener altos aranceles con sus sesgos antiexportadores estarán condenados al atraso; sus aparatos productivos se mantendrán en los obsoletos esquemas de producir "todo en el mismo país".
En el caso de Colombia la apertura económica presuntamente nos convirtió en una economía abierta, lo que, según ciertos críticos, causó la destrucción de una parte del aparato productivo. Ese tipo de análisis desconoce lo que ocurrió más allá de las fronteras del país.
El país entró en la onda de la apertura después de la mayoría de países de la región y redujo los aranceles en menor proporción que otras economías del mundo. Por eso, Colombia registra actualmente el cuarto arancel nominal promedio más alto de América Latina, lo que se constituye en un factor de desventaja competitiva que encarece las materias primas y los bienes de capital a las empresas.
Los diferentes escalafones de competitividad mundial evidencian ese problema. Según el World Economic Forum, en la comparación del arancel promedio ponderado Colombia clasifica en el puesto 101 entre 135 naciones, mientras Perú ocupa el 37.
Colombia ha dado pasos importantes en la dirección correcta mediante las políticas de internacionalización, competitividad y transformación productiva. Pero aún hay grandes barreras por superar, lo que justifica la revisión de la estructura arancelaria que el gobierno se ha propuesto adelantar.
El mundo da vueltas. El proteccionismo que por décadas fue vendido como la panacea, hoy es, sin duda, un lastre para la competitividad de las naciones, por lo que es preciso mantener el objetivo de desmontarlo.
Perlas
En el pasado debate del Senado sobre el TLC de Colombia-UE, los opositores de los tratados no pasaron de repetir sus manidas críticas contra el libre comercio. Entre ellas hay varias "perlas".
Para la muestra un botón. Interpretan los críticos que según el coeficiente de apertura económica (exportaciones más importaciones sobre PIB), los países africanos más pobres y Colombia deberían ser más desarrollados que Estados Unidos. Como esa no es la realidad, concluyen que es falso que el libre comercio contribuya al desarrollo.
Olvidan las restricciones que tienen la mayoría de las mediciones en economía. Una lectura adecuada del coeficiente de apertura no puede desconocer la relación entre ese indicador y el tamaño de las economías. Los análisis básicos del comercio internacional muestran que en las economías grandes el coeficiente es bajo porque el mercado interno permite una mayor diversificación de la producción doméstica, especialmente si el ingreso per cápita es medio o alto; en cambio, las economías pequeñas necesitan más del comercio internacional.
También hay excepciones. Una economía grande como China, luego de "gozar" de 40 años de autarquía socialista, no podía fundamentar su crecimiento en el mercado interno por tener una de las poblaciones más pobres del mundo. Por eso dio un viraje de 180 grados en 1978 abriéndose al mundo parcial y gradualmente.
¿Es en realidad EE.UU. una economía más cerrada que Colombia? La respuesta exige examinar al menos dos indicadores complementarios.
El arancel nominal promedio de EE.UU. al término de la Segunda Guerra Mundial estaba alrededor del 40 por ciento; desde entonces ha disminuido continuamente hasta el 3,5 por ciento actual. El de Colombia era cercano al 30 por ciento en el primer periodo y 12,5 por ciento en el último.
Los módulos de comercio internacional de diversos índices comparan dispersión de aranceles, costo de importar y exportar, barreras no arancelarias, y obstáculos al movimiento de capitales, entre otras. En el Doing Business 2010, EE.UU. ocupa el puesto 18 mientras Colombia tiene el 97; en el del índice de libertad económica de Fraser el puesto de EE.UU. es 28 y el de Colombia 118; y en el de Heritage 37 y 103, respectivamente.
Si los críticos siguen creyendo que Colombia debe reducir su coeficiente de comercio internacional, porque presumen que EE.UU. es una economía cerrada, o que la apertura de los noventa nos volvió una economía abierta y esa es la causa de todos los males del país, no pueden estar más equivocados.
Ojalá recuerden que el abandono de la autarquía en China redujo en más de 500 millones su número de pobres. Según Martin Ravallion, del Banco Mundial: "El éxito de China apunta a un hecho genérico: Los mercados más libres pueden satisfacer los intereses de los pobres".
Relocalización
Con frecuencia se plantea que el rezago en la infraestructura vial es un factor que limita las posibilidades de mejorar la competitividad de Colombia. Se afirma, por ejemplo, que a las empresas ubicadas en Bogotá les resulta difícil competir teniendo que transportar sus productos de exportación más de mil kilómetros por vías que no son las mejores.
Cierto es que la infraestructura colombiana no es la mejor, como también lo es que la enorme distancia de los puertos aumenta los costos de producción. Por eso hay que preguntarse si las empresas exportadoras deben estar ubicadas a miles de kilómetros de las costas o si deben relocalizarse, para ser competitivas en el mundo globalizado. Primero es necesario entender por qué muchas empresas están localizadas al interior del país.
El modelo de sustitución de importaciones postulaba el desarrollo hacia adentro, apoyando el crecimiento de las empresas con base en el mercado interno. Esto repercutió, lógicamente, en su ubicación en las ciudades más pobladas de Colombia, por los menores costos de distribución a la gran masa de consumidores; y, además, generó un sesgo antiexportador. La evidencia es clara: 65 por ciento del valor agregado del sector industrial es generado en Bogotá-Cundinamarca, Valle y Antioquia.
En este aspecto Colombia siguió de cerca el patrón de otras economías subdesarrolladas que implementaron el mismo modelo. Según Livas y Krugman (“Trade Policy and the Third World Metropolis”) las grandes ciudades del Tercer Mundo son un subproducto del modelo de sustitución de importaciones. Ellos explican la ubicación de las industrias en los grandes centros urbanos no sólo por la cercanía de los consumidores, sino por el aprovechamiento de economías de escala y la facilidad de acceso a los productos de otras empresas, utilizados como insumos en la producción o como bienes de la canasta de consumo final.
Livas y Krugman también postulan que la liberalización económica debe ocasionar la moderación del crecimiento poblacional de las grandes ciudades y que la producción exportable tenderá a localizarse cerca de los puertos, como consecuencia de los menores aranceles y los más bajos costos de transporte.
Esa hipótesis se comprueba empíricamente en casos como el de México. Los mencionados autores destacan la alta concentración de población y de producción en la capital; a comienzos de los ochenta se producía allí 50 por ciento del valor agregado industrial, pero esa participación empezó a descender con las políticas de apertura y el montaje de las maquiladoras en la frontera.
Gerardo Esquivel (“Regional Convergence in Mexico Before and After NAFTA”), muestra que los estados con mayor crecimiento del PIB per cápita en el periodo 1940-1993 eran los del centro del país; pero en el periodo1993-2000 los más dinámicos fueron los de la frontera con Estados Unidos.
Curiosamente el caso de Colombia parece ir en contravía del enunciado teórico. La política de apertura de comienzos de los noventa no repercutió en un cambio estructural en la localización de las actividades productivas y la participación de Bogotá-Cundinamarca, Valle y Antioquia en el valor agregado industrial apenas se ha reducido en cinco puntos porcentuales.
Una posible explicación puede ser que el arancel nominal promedio del país es elevado con relación a los del resto de América; es decir, que a pesar de la apertura y el desmonte de diversos instrumentos proteccionistas, Colombia se mantiene como una economía con alta protección relativa.
Pero las cosas deben cambiar con la puesta en vigor de los TLCs negociados en los años recientes, pues hay compromisos de desgravación con nuestros principales socios. Entonces, las empresas orientadas a la exportación y aquellas que usan insumos importados tenderán a relocalizarse en las costas.
Apertura
En el imaginario de algunos políticos y académicos quedó la idea de que el gobierno de Gaviria realizó una apertura unilateral que ha sido la causa de todas las desgracias de la economía colombiana. Todavía pregonan en sus discursos que nuestro aparato productivo quedó expuesto a todos los males del neoliberalismo a cambio de nada. Es así como la crisis de finales de los noventa es atribuida a la apertura, como si con esa decisión hubieran muerto las crisis en el capitalismo.
¿Por qué insistir en este tema? Primero porque los grupos opuestos a la inserción activa en la economía globalizada y a las negociaciones comerciales siguen empeñados en usar la apertura como una evidencia sobre el nefasto futuro que le espera al país con los TLCs. Segundo porque hay información demoledora contra ese argumento, que los críticos se niegan a ver; lo curioso es que también puede sorprender a los defensores a ultranza de la apertura.
En el documento de la CEPAL “Cumbre de las Américas 1994-2009. Indicadores seleccionados”, publicado en abril de 2009, se presenta una comparación de los niveles de apertura comercial de todas las naciones de América en 2007, medidos como el cociente entre el comercio –exportaciones más importaciones– y el PIB. Colombia ocupa el puesto 32 y sólo hay dos economías con un indicador más bajo: Estados Unidos y Brasil.
La CEPAL también muestra que los aranceles han bajado en todos los grupos de economías del continente. A mediados de los noventa, los países Andinos tenían la tarifa arancelaria más alta y a mediados de la actual década sólo eran superados por las del CARICOM. En la publicación de la OMC “Perfiles arancelarios en el mundo 2008” se comprueba que el promedio de ese bloque se mantiene alto por Bahamas y Barbados, pues los demás asociados registran aranceles inferiores al de la CAN.
En 2007 Colombia tenía un arancel nominal promedio del 12.5 por ciento; el cuarto más alto de América, según el documento de la OMC. Además de Bahamas (29.9 por ciento) y Barbados (13.5 por ciento), la superaban Venezuela (13.2 por ciento) y México (12.6 por ciento).
Por otro lado, si tomamos los 20 principales destinos de nuestras exportaciones, que representan el 84 por ciento del total exportado, el arancel nominal ponderado que ellas enfrentan es del 6.9 por ciento. Ese cálculo no tiene en cuenta que una parte significativa se beneficia de aranceles menores o cero, bien sea por los acuerdos comerciales vigentes, como la CAN, o por los sistemas generalizados de preferencias, como el de Estados Unidos y la Unión Europea.
Lo anterior significa que la política de apertura no fue una decisión aislada de Colombia, sino que fue una moda que tocó a las puertas de toda la región. También significa que en términos relativos Colombia es una de las economías con mayor protección nominal en el continente. Por lo tanto, carece de fundamento el argumento sobre la peligrosa exposición de la producción nacional a la competencia internacional.
¿Pudo Colombia haberse quedado con los aranceles promedio de 27 por ciento que tenía en 1989? Sin duda, el temor a la competencia por parte de los rentistas del proteccionismo y sus “lobbistas”, se hubiera seguido guareciendo en toda la parafernalia de barreras arancelarias y no arancelarias.
También tendríamos una economía más rezagada del resto del mundo. El consumidor dispondría de una menor oferta de productos, seguiría resignándose a comprar productos de menos calidad y a precios más elevados.
En síntesis, la apertura no es el “coco” que nos pintan algunos analistas; puesta en el contexto internacional fue más moderada de lo que percibimos cuando sólo miramos para adentro.
Comercio y desarrollo
Hay conceptos de la economía que pese a su utilidad son relegados al baúl de los recuerdos. Tal es el caso de la idea de los eslabonamientos productivos, que postuló Albert Hirschman en su obra “La estrategia del desarrollo económico”, publicada en 1958.
En el foro organizado por la Universidad de los Andes para conmemorar los 50 años de la publicación de esa obra, Miguel Urrutia sintetizó el concepto en los siguientes términos: “El desarrollo se acelera por la inversión en proyectos e industrias con fuertes efectos de enlace hacia delante y hacia atrás. Los enlaces hacia atrás conducen a nueva inversión en instalaciones proveedoras de insumos, y los enlaces hacia delante conducen a la inversión en instalaciones empleadoras de productos”.
La idea de los eslabonamientos productivos puede contribuir a la comprensión del vínculo entre el comercio y el desarrollo económico, especialmente en el caso de los opositores a las negociaciones comerciales.
Las nefastas experiencias autárquicas de Alemania Oriental, China, India y Corea del Norte, entre otros, les ha demostrado que una economía no se puede aislar del comercio internacional. Por eso aceptan que un país no puede ser autosuficiente y necesita relacionarse comercialmente con las demás naciones; no obstante, no creen que éste sea un vehículo de desarrollo económico. Para probarlo señalan que el indicador de apertura económica de Estados Unidos (25% del PIB) es inferior al de Colombia (43%) y Angola (122%); aún así, el primero es una potencia económica mundial y los otros dos son economías subdesarrolladas, con ingreso per cápita nominal a precios de paridad de US$ 6.724 y US$ 5.590, respectivamente (el de E. U. es US$ 45.845).
Esa percepción pasa por alto que Estados Unidos es el primer exportador mundial y que tener un bajo índice de apertura no es sinónimo de economía cerrada. De hecho, el componente de comercio internacional de los índices de libertad económica muestra que es una economía que impone menores restricciones a las exportaciones e importaciones que Colombia y Angola.
La aproximación mediante el concepto de Hirschman permite apreciar que los indicadores simples no miden el impacto del comercio internacional en el desarrollo económico. Para ilustrarlo, nada mejor que un ejemplo.
Si Colombia sólo produjera café para el consumo nacional, la producción sería de apenas dos millones de sacos por año y para ello bastaría el trabajo de unas 60 mil familias. La realidad es que la cosecha anual del país es del orden de los 12 millones de sacos y requiere el trabajo de más de 500 mil familias. El sobrante de 10 millones de sacos queda disponible para exportarlo a otros mercados.
Pasar de producir únicamente para el consumo nacional a hacerlo para el mercado mundial activa eslabonamientos hacia atrás, como el incremento en inversiones para la producción de abonos, la investigación en nuevas semillas, la fabricación de empaques, y la construcción de carreteras, entre otras. De igual forma hay eslabonamientos hacia adelante, como las mayores inversiones en comercializadoras, equipo de transporte y equipos para el control de calidad. Todos estos procesos generan empleos, ingresos y crecimiento de la demanda agregada de la economía.
Además de estos aspectos, la exportación aumenta la disponibilidad de divisas, que permiten adquirir bienes que el país no produce: computadores, tecnología, bienes de capital, etc.
Sin el concepto de eslabonamientos productivos, sólo mediríamos la exportación de 10 millones de sacos de café, porque la producción inducida por el comercio internacional queda registrada en cada industria y en cada sector de servicios. Por esto hay analistas y críticos que no captan el impacto macroeconómico de las exportaciones y menos aún su papel en el desarrollo económico.
Lecciones chinas
China fue la economía más rica del mundo y también la más pobre. Desde 1978 viene recuperando peso relativo y en pocos años será nuevamente la economía más grande, aun cuando no la de mayor ingreso per cápita.
Las investigaciones de Angus Maddison muestran que entre los siglos I y XIV China fue la nación con el ingreso per cápita más alto y en el año 1500 era la economía más grande, con el 24.9% del PIB mundial. Ese éxito se basó en buena medida en su apertura al comercio mundial y en su poderío naval.
Pero, según Maddison, “China volvió la espalda a la economía mundial a principios del siglo XV, época en que su tecnología marítima era superior a la de Europa”. A partir de entonces su PIB per cápita se mantuvo constante y desde el siglo XIX comenzó a caer. En 1950, el PIB per cápita real apenas era el 75% del registrado en 1850 y el PIB total representaba el 4.6% del valor agregado mundial.
El régimen socialista instaurado desde finales de los años cuarenta optó por un modelo autárquico. En las décadas siguientes logró revertir la caída del ingreso per cápita, pero aún así en 1978 China era uno de los países más pobres del mundo.
La decisión de terminar el periodo de autarquía a finales de los setenta y virar hacia un modelo de libre mercado cambió radicalmente el desempeño económico. En las últimas décadas es la economía que más crece en el mundo y la más exitosa en la reducción de la pobreza.
Estas experiencias son una rica fuente de la cual los estudiosos del desarrollo tratan de sacar lecciones para otras naciones. La más obvia, es la relación directa que se observa entre el crecimiento y la inserción activa en la economía mundial.
Con relación al periodo post-reformas de finales de los setenta, un artículo reciente de David Dollar, del Banco Mundial, identifica como las causantes del despegue económico las políticas adoptadas en cuatro frentes.
El primero es el cambio de sistema, que permitió el paso de una economía centralmente planificada a una en la que la producción es realizada en su mayor parte por el sector privado bajo condiciones de mercado. Se incluyen aquí las políticas de incentivos a la inversión extranjera y el mejoramiento del entorno para los negocios.
El segundo, la apertura económica, que incluyó no solo la reducción de aranceles, sino la eliminación de barreras administrativas y la mejora de la eficiencia de los puertos y del sistema de aduanas.
El tercero, el desarrollo de la infraestructura mediante esquemas de financiación privada. A pesar de ser un país de ingresos bajos, ha logrado que las carreteras, la generación de energía, los puertos y los ferrocarriles operen con tarifas que permiten recuperar las inversiones y ser rentables.
El cuarto, las políticas relacionadas con la agricultura. En ese sector se iniciaron las reformas sustituyendo los esquemas de producción colectiva por emprendimiento privado, la liberalización de los mercados y el fortalecimiento de la investigación.
En términos generales Dollar destaca el criterio de temporalidad en varios incentivos, la importancia de hacer “pilotos” antes de generalizar la aplicación de determinadas políticas, el pragmatismo y el papel de las regulaciones regionales en el desarrollo de la infraestructura y la atracción de inversión.
Es evidente que las lecciones no se pueden calcar de una economía a otra. Hay que partir de las características propias, la historia, las dotaciones de recursos y las ventajas en el mundo global. Por eso, la principal lección es: si uno de los países más pobres del mundo pudo, nosotros también podemos.
¿Economía abierta?
El concepto de economía abierta se asocia con la eliminación de las barreras al comercio internacional y la exposición de los sectores productivos a la competencia del resto del mundo. Es un tema que en Colombia se ha discutido por décadas y con especial énfasis desde la apertura unilateral de los 90 y el reciente desarrollo de las negociaciones de TLCs.
Con la apertura del gobierno Gaviria, en la opinión quedó la idea de que Colombia ya era una economía abierta. La verdad es que apenas estábamos empezando a nivelarnos con otros países. Los países desarrollados emprendieron la reducción de sus aranceles desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial; algunos subdesarrollados la iniciaron a mediados de la década del 60 y el resto durante las décadas siguientes. Colombia la adoptó a comienzos de los 90, después de varios ciclos efímeros de liberalización–protección determinados por bonanzas externas. No obstante, el indicador tradicional de comercio como porcentaje del PIB de Colombia apenas pasó de 35% a 43% entre 1990 y 2004; bastante lejos de los niveles de Chile (66%) o Corea (84%).
La comparación de aranceles promedio de Colombia y 11 de los principales socios comerciales, indica que en 1990 teníamos el tercer arancel nominal más alto (27%); en 2003 éramos el cuarto más alto (11.6%). Este, que es un tema poco analizado, indica que la apertura unilateral del país no tendría por qué repercutir en la pérdida de mercados, pues los otros países también redujeron los costos de entrada. Ello se corrobora con las cifras: ese grupo de países representó el 86% de nuestras exportaciones en 1993 y el 79% en 2006, mientras que las importaciones pasaron de 82% a 65% en el mismo periodo.
Otro indicador del grado de apertura de las economías es el porcentaje de las partidas arancelarias con tarifa cero. En Colombia el 1.7% de las partidas está libre de arancel; en el contexto de América Latina y el Caribe apenas supera a Perú (1.4%) y a Chile (0.4%) y queda muy lejos de la Unión Europea (29%) y de Estados Unidos, Japón y los centroamericanos, que tienen libre de arancel alrededor del 50% de las partidas.
En el otro extremo tenemos el porcentaje de partidas con arancel superior al 15%, que en el caso de Colombia corresponde al 28.1%. En América Latina sólo los países del Mercosur tienen un nivel superior. Chile y Bolivia no tienen partidas con esos aranceles.
Hay otros indicadores como el Índice de Libertad Económica, elaborado por Fraser Institute de Canadá. Uno de sus componentes es el comercio internacional que incluye impuestos al comercio exterior, barreras regulatorias, controles a los capitales y determinación del tipo de cambio, entre otras. En 2005, Colombia fue el penúltimo país de América Latina, sólo superado por Venezuela; en 1975 era el 14 entre 18 países.
Por último, una economía puede tener aranceles muy bajos, pero imponer costos administrativos que actúan como barreras al comercio. Por ejemplo, la reciente publicación Doing Business del Banco Mundial muestra que en Colombia el costo de llevar un contenedor hasta el barco ascendía a US$ 1.440 en 2006, mientras que en China apenas llegaba a US$ 390. Es evidente que ese costo, además de restar competitividad a los productos colombianos de exportación, “protege” industrias nacionales.
Estos argumentos muestran que no somos tan abiertos como creemos y que aún queda camino por recorrer en la eliminación de las barreras al comercio. El gobierno sigue trabajando en esa línea y los acuerdos comerciales están entre los instrumentos utilizados para lograrlo.
¿Indicadores desechables?
Es habitual el uso del coeficiente entre exportaciones y PIB para medir el grado de apertura de las economías. Pero ciertos analistas dejan de lado las limitaciones que tiene todo indicador, para sacar conclusiones falsas.
Al observar que el indicador de apertura de Estados Unidos es bajo mientras que el de países como el Congo y Angola es alto, afirman que la primera economía es cerrada y las otras son abiertas; de ahí coligen que es falsa la relación entre exportaciones y desarrollo.
Semejantes argumentaciones llevarían a desechar indicadores como el PIB per cápita, que es el indicador típico del grado de desarrollo. El de los Emiratos Árabes Unidos fue US$ 22.000 en 2004, nivel característico de las economías desarrolladas. No obstante, en el índice de calidad de vida de The Economist ocupó el puesto 69 entre 111 países en 2005 (por debajo de Colombia) ¿Esta excepción a la correspondencia entre ingreso y desarrollo demerita el indicador?
Desde hace tiempo la ciencia económica ha entendido el indicador tradicional de apertura como una buena aproximación para muchos países, pero con limitaciones respecto a cierto tipo de economías. Por eso, dependiendo del objetivo de los estudios técnicos, se utiliza el indicador tradicional, tanto dinámico como estático, o combinaciones de varias variables o métodos de modelación más elaborados. Por ejemplo, Guttmann y Richards, del banco central de Australia, se basan en el modelo gravitacional para concluir que hay cinco factores explicativos del grado de apertura de un país: la población, la localización, el grado de liberalización del comercio, su nivel de desarrollo y su tamaño.
Estos autores corroboran varios aspectos ya conocidos en la economía: “Los países con población pequeña tienen altos niveles de comercio exterior (con relación a su PIB) y viceversa… Los países con poblaciones pequeñas tienen pocas oportunidades de comercio dentro de sus fronteras y por lo tanto es más probable que comercien más en los mercados internacionales”. De forma similar, es negativa la correlación con el tamaño del país; entre más grande, es mayor la dotación de recursos y la variedad de climas, lo que conlleva una estructura productiva más diversificada y una menor necesidad de productos de los mercados internacionales. Estos dos aspectos contribuyen a explicar las aparentes excepciones que plantean los países mencionados.
El grado de liberalización del comercio es otro elemento de gran importancia. Una economía con alto coeficiente de apertura no necesariamente tiene menos barreras al comercio que un país con bajo coeficiente, pues puede aplicar, por ejemplo, controles de cantidades o trámites onerosos. Así lo podemos concluir de dos indicadores: el índice de libertad del comercio internacional de Frazer Institute y el estudio del Banco Mundial “Doing Business”.
El primero toma en cuenta los aranceles y su dispersión, las barreras no arancelarias y las restricciones a la inversión extranjera, entre otras. El escalafón para 2004 ubica a Estados Unidos en el puesto 29 entre 130 países y al Congo en el 115; Colombia se ubicó en el 103.
El segundo se enfoca en los trámites y costos de las operaciones de exportación e importación. En 2006 Estados Unidos se ubicó 11 entre 175 países, mientras que el Congo fue el 166 y Angola el 146. Colombia ocupó el puesto 128.
Con la interrelación de estos elementos resulta simplista considerar cerrada la economía norteamericana, que es la mayor exportadora e importadora del mundo (12% y 18% del total, respectivamente) y cuyas exportaciones per cápita superan en cinco veces las de los países africanos mencionados. Entendido el concepto, es viable abordar la relación comercio internacional-desarrollo.