Publicado en Portafolio el viernes 23 de marzo de 2018
El proteccionismo de Trump carece de argumentos técnicos. Aun cuando él enfatiza en el déficit de la balanza comercial, la variable relevante en economía es el saldo de la cuenta corriente, que además del comercio de bienes, incluye el de servicios y la renta de los factores.
Si esa balanza es deficitaria (importaciones mayores que las exportaciones de bienes), puede tratarse de un problema de competitividad, pero también puede obedecer a un exceso de gasto que es financiado con ahorro externo. Ninguna de estas dos causas se soluciona con medidas proteccionistas ni con guerras comerciales; la primera, demanda mejorar la competitividad y, la segunda, aumentar el ahorro doméstico.
Además, el déficit comercial y el de cuenta corriente se deben analizar en términos relativos y no solo absolutos. El primero aumentó hasta un máximo del 6.0% del PIB en 2006; desde ahí se redujo a 4.0% en 2016. El segundo llegó a 5.8% del PIB y luego disminuyó a 2.4% en los mismos años. Los niveles y las tendencias de ambos son considerados de bajo riesgo en el contexto internacional.
Paradójicamente, la reforma tributaria de 2017 aumentará el déficit comercial que Trump pretende reducir. Se calcula que en los próximos años el déficit fiscal crecerá más de 1.7 billones de dólares; como el ahorro nacional es bajo, el gobierno dependerá de los capitales del exterior para financiarlo. Esos flujos apreciarán más el dólar, debilitarán las exportaciones, fortalecerán las importaciones y ampliarán el déficit de la cuenta corriente.
Los efectos negativos del proteccionismo se acentúan cuando las medidas adoptadas carecen de precisión en sus objetivos, como ocurre con los aranceles a los paneles solares y a las lavadoras y sus componentes. Funcionarios gubernamentales afirmaron que “las tarifas están dirigidas principalmente a… fabricantes chinos de paneles solares y productores surcoreanos de lavadoras” (Wall Street Journal).
En el caso de los paneles solares, Stephen Roach señala que su producción se desplazó de China a Malasia, Corea del Sur y Vietnam, países desde los cuales Estados Unidos importa dos tercios del total de estos productos. Respecto a las lavadoras, Samsung abrió en enero una fábrica de electrodomésticos en Carolina del Sur, con una inversión de US$380 millones; con el arancel, las autoridades del Estado temen que se frenen la producción y los empleos proyectados.
Otra medida reciente de Trump fue la imposición de aranceles sobre el acero y el aluminio. Pero China ya paga unos sobre-aranceles por el 94% de sus exportaciones de acero a Estados Unidos; por esto, según Chad Bown, del Peterson Institute, el impacto esperado para los demás proveedores será mayor que para los chinos. De hecho, aun cuando China es el principal productor mundial, la mayoría de las importaciones estadounidenses provienen de la Unión Europea, Canadá, Corea del Sur, México y Brasil.
En aluminio ocurre algo parecido, pues China solo provee el 10% de las importaciones de Estados Unidos y el 96% de ellas tiene gravámenes adicionales.
Visto así, es más que justificado el severo juicio del nobel de economía Paul Krugman sobre el presidente de EEUU: “Siempre hemos sabido que Donald Trump es beligerantemente ignorante sobre economía (y muchas otras cosas)”.
Por esto, sigue creciendo el riesgo de una guerra comercial; otro efecto del proteccionismo improvisado.
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Proteccionismo improvisado
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La debacle económica
Publicado en Portafolio el viernes 11 de marzo de 2016
La economía colombiana se está desacelerando. Lamentablemente esa coyuntura se está utilizando para endilgar culpas a hechos y decisiones no relacionados con el problema.
Hasta diciembre de 2015 la economía colombiana venía sorteando bien las turbulencias globales. Pero la economía mundial comenzó 2016 con tormentas que aumentaron los spreads de la deuda, depreciaron más las monedas y acentuaron el deterioro de las cuentas fiscales y de comercio exterior de numerosos países.
En Colombia la tasa de cambio nominal alcanzó niveles récord, cayó fuertemente el índice de confianza del consumidor, aumentaron las tasas de desempleo e inflación, y resurgió el fantasma del racionamiento por el incendio de Guatapé.
Algunos analistas retomaron el manido cuento de la apertura de Gaviria y la reforma arancelaria de 2010 para explicar el enorme déficit comercial de 2015.
Está más que demostrado que la apertura de Gaviria se quedó en el nombre; la reacción de los intereses particulares montó a Colombia en un carrusel de medidas no arancelarias que neutralizaron los menores aranceles. Un estudio de investigadores del Banco de la República muestra que en 1989 estaban vigentes 1.102 medidas no arancelarias; en 1995 su número llegó a 4.750 y en 2000 a 9.256. Más que la apertura, el deterioro de la balanza comercial es explicado por la recesión mundial de 1991, el rompimiento del Pacto Cafetero a finales de los ochenta y la revaluación del peso.
Con la reforma arancelaria de 2010, Colombia pasó del puesto 118 al 95 en el escalafón global de aranceles, lo que comprueba que seguimos siendo una economía cerrada. Más que los TLC, el deterioro de la balanza comercial hay que buscarlo en la caída de los precios internacionales de los productos básicos, que no es una variable que controle el Gobierno colombiano.
Otro tema de discusión es el del posible racionamiento en el que vinculan la venta de Isagén (en pesos) con la importación de energía (en dólares). ¿Alguien en el país pronosticó el incendio de Guatapé? Nadie, pues es imposible por tratarse de un hecho fortuito. Por eso, con o sin la venta de Isagén se hubiera tenido que importar energía eléctrica de Ecuador y, obviamente, pagarla en dólares. Por lo tanto, la crítica es infundada.
En los temas tributarios, se sugiere que el Gobierno miente: anuncia un faltante de 30 billones de pesos y luego señala que la presión fiscal aumentará del 15 al 20 por ciento del PIB, con lo que el faltante sería de 40 billones de pesos o más.
Ese argumento mezcla dos propuestas de reforma tributaria: La del informe de la Comisión de Expertos, que generaría recaudos por el 2 por ciento del PIB, y la del reciente estudio del BID de incrementar los recaudos en 5 por ciento del PIB, como uno de los requerimientos para crecer la economía al 6 por ciento anual. Pero, el Gobierno manifiesta que el proyecto que presentará se basa en el informe de la Comisión; y según Anif, quedaría un faltante del 1 por ciento del PIB, que se financiará con mayor austeridad y endeudamiento.
Es útil debatir los problemas actuales de la economía, pero sin desmarcarlos de la compleja coyuntura internacional que está golpeando numerosas economías, y sin generar confusiones mezclando propuestas que nacen de fuentes y propósitos distintos. Tampoco es el momento para añoranzas proteccionistas.
La economía colombiana se está desacelerando. Lamentablemente esa coyuntura se está utilizando para endilgar culpas a hechos y decisiones no relacionados con el problema.
Hasta diciembre de 2015 la economía colombiana venía sorteando bien las turbulencias globales. Pero la economía mundial comenzó 2016 con tormentas que aumentaron los spreads de la deuda, depreciaron más las monedas y acentuaron el deterioro de las cuentas fiscales y de comercio exterior de numerosos países.
En Colombia la tasa de cambio nominal alcanzó niveles récord, cayó fuertemente el índice de confianza del consumidor, aumentaron las tasas de desempleo e inflación, y resurgió el fantasma del racionamiento por el incendio de Guatapé.
Algunos analistas retomaron el manido cuento de la apertura de Gaviria y la reforma arancelaria de 2010 para explicar el enorme déficit comercial de 2015.
Está más que demostrado que la apertura de Gaviria se quedó en el nombre; la reacción de los intereses particulares montó a Colombia en un carrusel de medidas no arancelarias que neutralizaron los menores aranceles. Un estudio de investigadores del Banco de la República muestra que en 1989 estaban vigentes 1.102 medidas no arancelarias; en 1995 su número llegó a 4.750 y en 2000 a 9.256. Más que la apertura, el deterioro de la balanza comercial es explicado por la recesión mundial de 1991, el rompimiento del Pacto Cafetero a finales de los ochenta y la revaluación del peso.
Con la reforma arancelaria de 2010, Colombia pasó del puesto 118 al 95 en el escalafón global de aranceles, lo que comprueba que seguimos siendo una economía cerrada. Más que los TLC, el deterioro de la balanza comercial hay que buscarlo en la caída de los precios internacionales de los productos básicos, que no es una variable que controle el Gobierno colombiano.
Otro tema de discusión es el del posible racionamiento en el que vinculan la venta de Isagén (en pesos) con la importación de energía (en dólares). ¿Alguien en el país pronosticó el incendio de Guatapé? Nadie, pues es imposible por tratarse de un hecho fortuito. Por eso, con o sin la venta de Isagén se hubiera tenido que importar energía eléctrica de Ecuador y, obviamente, pagarla en dólares. Por lo tanto, la crítica es infundada.
En los temas tributarios, se sugiere que el Gobierno miente: anuncia un faltante de 30 billones de pesos y luego señala que la presión fiscal aumentará del 15 al 20 por ciento del PIB, con lo que el faltante sería de 40 billones de pesos o más.
Ese argumento mezcla dos propuestas de reforma tributaria: La del informe de la Comisión de Expertos, que generaría recaudos por el 2 por ciento del PIB, y la del reciente estudio del BID de incrementar los recaudos en 5 por ciento del PIB, como uno de los requerimientos para crecer la economía al 6 por ciento anual. Pero, el Gobierno manifiesta que el proyecto que presentará se basa en el informe de la Comisión; y según Anif, quedaría un faltante del 1 por ciento del PIB, que se financiará con mayor austeridad y endeudamiento.
Es útil debatir los problemas actuales de la economía, pero sin desmarcarlos de la compleja coyuntura internacional que está golpeando numerosas economías, y sin generar confusiones mezclando propuestas que nacen de fuentes y propósitos distintos. Tampoco es el momento para añoranzas proteccionistas.
Balanza comercial industrial
Publicado en Ámbito Jurídico el 19 de septiembre de 2011
Hay inquietudes sobre el creciente déficit comercial del sector industrial. El tema requiere una cuidadosa evaluación para no incurrir en apreciaciones erradas y en la demanda de “paliativos” que pueden resultar inadecuados.
En apariencia las cifras conceden la razón a quienes dan las señales de alarma. Tradicionalmente el sector industrial colombiano ha sido deficitario en materia de comercio internacional, pero el déficit que en 2005 ascendió a US$5.900 millones, en 2010 llegó a US$18.100 millones y en el primer semestre del presente año ya suma US$12.300 millones.
El tema no se registra solo en Colombia. En países como Brasil la situación parece más compleja, pues de un superávit industrial de US$5.400 millones en 2006, se pasó a un déficit de US$71.200 millones en 2010 y a uno proyectado de US$102 mil millones en 2011.
Es evidente, por lo tanto, que hay un crecimiento considerable del déficit comercial del sector industrial, y que no es un fenómeno que afecte de manera exclusiva a Colombia. La explicación no radica en una contracción de las exportaciones industriales, pues las estadísticas muestran ellas crecieron en los últimos años y sólo se redujeron en 2009, como consecuencia de la crisis mundial. Sin embargo, cabe anotar que la recuperación de las importaciones fue más rápida que la de las exportaciones industriales.
Cabe ahora preguntarse si es necesario que cada sector o subsector de la actividad económica de un país sea superavitario en sus relaciones con el resto del mundo. No hay razones para pensar que ello deba ser así. Pero un creciente saldo negativo puede ser un indicio de problemas de competitividad o de desindustrialización, o de rezago en el desarrollo de nuevos sectores.
Surge entonces la necesidad de explicar por qué están creciendo las importaciones industriales. En lo que sigue, se proponen, a manera de hipótesis, algunas líneas de análisis para abordar el tema.
Una explicación posible es que el incremento en la inversión conlleve un mayor componente importado. Así, por ejemplo, en los años recientes la mayor parte de los flujos de inversión extranjera directa se ha orientado a los sectores de hidrocarburos y minería, que demandan bienes de capital e insumos que no se producen en el país; también se debe tener en cuenta que el crecimiento de las obras públicas demanda bienes importados, y ellas fueron un instrumento de la política contracíclica para amortiguar los impactos de la crisis mundial de 2008-2009.
Esta hipótesis parece corroborarse al observar que la importación de bienes de capital aumentó de US$7.300 a US$14.000 millones entre 2005 y 2010, en tanto que sus exportaciones apenas pasaron de US$1.300 a US$1.600 millones. De esta forma se explicaría cerca del 50% del incremento en el déficit comercial industrial en ese periodo.
Otra explicación posible es el aumento en la importación de bienes que no se producen en el país. Para tener una aproximación, se tomaron los registros de producción nacional del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y se calcularon las importaciones de este tipo de productos, presumiendo que la diferencia con el total corresponde a no producidos.
Si a partir de los datos anteriores se calcula una balanza comercial industrial hipotética en la que a las exportaciones solo se le restan las importaciones que compiten con la producción nacional, el resultado es superavitario en el periodo analizado (2005-2010). Se observa que el superávit hipotético fue creciente hasta 2008, cuando llegó a US$9.500 millones y descendió en los dos años siguientes, lo que se explica porque las importaciones recuperaron el nivel pre-crisis en 2010, mientras que las exportaciones no lo han logrado.
La síntesis de este ejercicio hipotético es que alrededor del 67% de las importaciones totales corresponde a bienes no producidos (en el sentido de que no tienen registro de producción nacional).
En este tipo de importaciones quedan comprendidos los bienes de alta tecnología que no tienen producción en el país o que son complementarios con la oferta nacional y que están creciendo su consumo por diferentes razones. Es el caso de las aeronaves, los automotores, los celulares, los televisores, los computadores y los productos farmacéuticos. Ellos representan alrededor del 30% de las importaciones totales de 2010.
Una última forma de analizar el comportamiento de las importaciones industriales es su participación en el consumo del país (medido en la contabilidad nacional). Los cálculos indican que en 2005 representaban el 15,6% del consumo total y su peso relativo creció hasta el 18% en 2008, para luego descender al 16% en 2010.
En este contexto es evidente que el crecimiento de las importaciones puede relacionarse con la inversión en sectores intensivos en capital y con el mayor consumo de bienes de alta tecnología; en muchos de ellos no hay producción nacional o es complementada por las compras al resto del mundo, como ocurre con los automotores y los productos farmacéuticos.
No obstante, no hay un cambio significativo en la participación de las importaciones en el consumo total, lo que da indicios de que ellas no están repercutiendo en un desplazamiento de la industria nacional en la atención del consumo de los hogares y del gobierno.
No se puede descartar que haya un crecimiento de bienes que compiten con la producción nacional, lo cual debe entenderse como normal en una economía crecientemente globalizada. Tal situación plantea un reto de competitividad a los empresarios nacionales, pues es la condición básica para poderse integrar en las cadenas globales de valor, hacia las cuales se está moviendo el mundo.
Hay inquietudes sobre el creciente déficit comercial del sector industrial. El tema requiere una cuidadosa evaluación para no incurrir en apreciaciones erradas y en la demanda de “paliativos” que pueden resultar inadecuados.
En apariencia las cifras conceden la razón a quienes dan las señales de alarma. Tradicionalmente el sector industrial colombiano ha sido deficitario en materia de comercio internacional, pero el déficit que en 2005 ascendió a US$5.900 millones, en 2010 llegó a US$18.100 millones y en el primer semestre del presente año ya suma US$12.300 millones.
El tema no se registra solo en Colombia. En países como Brasil la situación parece más compleja, pues de un superávit industrial de US$5.400 millones en 2006, se pasó a un déficit de US$71.200 millones en 2010 y a uno proyectado de US$102 mil millones en 2011.
Es evidente, por lo tanto, que hay un crecimiento considerable del déficit comercial del sector industrial, y que no es un fenómeno que afecte de manera exclusiva a Colombia. La explicación no radica en una contracción de las exportaciones industriales, pues las estadísticas muestran ellas crecieron en los últimos años y sólo se redujeron en 2009, como consecuencia de la crisis mundial. Sin embargo, cabe anotar que la recuperación de las importaciones fue más rápida que la de las exportaciones industriales.
Cabe ahora preguntarse si es necesario que cada sector o subsector de la actividad económica de un país sea superavitario en sus relaciones con el resto del mundo. No hay razones para pensar que ello deba ser así. Pero un creciente saldo negativo puede ser un indicio de problemas de competitividad o de desindustrialización, o de rezago en el desarrollo de nuevos sectores.
Surge entonces la necesidad de explicar por qué están creciendo las importaciones industriales. En lo que sigue, se proponen, a manera de hipótesis, algunas líneas de análisis para abordar el tema.
Una explicación posible es que el incremento en la inversión conlleve un mayor componente importado. Así, por ejemplo, en los años recientes la mayor parte de los flujos de inversión extranjera directa se ha orientado a los sectores de hidrocarburos y minería, que demandan bienes de capital e insumos que no se producen en el país; también se debe tener en cuenta que el crecimiento de las obras públicas demanda bienes importados, y ellas fueron un instrumento de la política contracíclica para amortiguar los impactos de la crisis mundial de 2008-2009.
Esta hipótesis parece corroborarse al observar que la importación de bienes de capital aumentó de US$7.300 a US$14.000 millones entre 2005 y 2010, en tanto que sus exportaciones apenas pasaron de US$1.300 a US$1.600 millones. De esta forma se explicaría cerca del 50% del incremento en el déficit comercial industrial en ese periodo.
Otra explicación posible es el aumento en la importación de bienes que no se producen en el país. Para tener una aproximación, se tomaron los registros de producción nacional del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y se calcularon las importaciones de este tipo de productos, presumiendo que la diferencia con el total corresponde a no producidos.
Si a partir de los datos anteriores se calcula una balanza comercial industrial hipotética en la que a las exportaciones solo se le restan las importaciones que compiten con la producción nacional, el resultado es superavitario en el periodo analizado (2005-2010). Se observa que el superávit hipotético fue creciente hasta 2008, cuando llegó a US$9.500 millones y descendió en los dos años siguientes, lo que se explica porque las importaciones recuperaron el nivel pre-crisis en 2010, mientras que las exportaciones no lo han logrado.
La síntesis de este ejercicio hipotético es que alrededor del 67% de las importaciones totales corresponde a bienes no producidos (en el sentido de que no tienen registro de producción nacional).
En este tipo de importaciones quedan comprendidos los bienes de alta tecnología que no tienen producción en el país o que son complementarios con la oferta nacional y que están creciendo su consumo por diferentes razones. Es el caso de las aeronaves, los automotores, los celulares, los televisores, los computadores y los productos farmacéuticos. Ellos representan alrededor del 30% de las importaciones totales de 2010.
Una última forma de analizar el comportamiento de las importaciones industriales es su participación en el consumo del país (medido en la contabilidad nacional). Los cálculos indican que en 2005 representaban el 15,6% del consumo total y su peso relativo creció hasta el 18% en 2008, para luego descender al 16% en 2010.
En este contexto es evidente que el crecimiento de las importaciones puede relacionarse con la inversión en sectores intensivos en capital y con el mayor consumo de bienes de alta tecnología; en muchos de ellos no hay producción nacional o es complementada por las compras al resto del mundo, como ocurre con los automotores y los productos farmacéuticos.
No obstante, no hay un cambio significativo en la participación de las importaciones en el consumo total, lo que da indicios de que ellas no están repercutiendo en un desplazamiento de la industria nacional en la atención del consumo de los hogares y del gobierno.
No se puede descartar que haya un crecimiento de bienes que compiten con la producción nacional, lo cual debe entenderse como normal en una economía crecientemente globalizada. Tal situación plantea un reto de competitividad a los empresarios nacionales, pues es la condición básica para poderse integrar en las cadenas globales de valor, hacia las cuales se está moviendo el mundo.
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