Artículo publicado en Misión Pyme No. 50 marzo 2012
El mercado interno es vital para el crecimiento de las mipymes. ¿Pero, por ejemplo, una empresa localizada en Cúcuta cómo puede vender sus productos en Cali? ¿Cómo encontrar distribuidores en el resto del país?
En el “Informe sobre el comercio mundial 2008”, la OMC señala: “El efecto mercado interno establece que un país exportará aquellos productos para los que cuente con un amplio mercado interno. En efecto, ese gran mercado sirve como base para las exportaciones”.
Esto significa que las empresas que logran crecer su producción para atender la demanda interna obtienen economías de escala que les permiten reducir sus costos de producción y ser competitivas en el mercado internacional.
En general, los empresarios de las mipymes no logran tal efecto en Colombia. Este segmento empresarial se enfoca más en el mercado local o en el regional y son escasas las excepciones de empresas que logran presencia amplia en el mercado nacional.
En parte la situación se explica por problemas de información. Muchos empresarios no tienen los mecanismos para establecer los contactos con potenciales compradores de otra región del país, desconocen si los canales de distribución operan de forma similar y cómo insertarse en ellos, no saben cuáles son los gustos de los consumidores en otros departamentos, etc. De esta forma, el tamaño del mercado objetivo es relativamente reducido, lo que limita el crecimiento de las empresas.
Con el fin de solucionar ese problema, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo (MCIT) comenzó a implementar un nuevo instrumento de su política industrial desde mediados de 2011: el programa Compre Colombiano.
Esta iniciativa tiene su antecedente en el cierre del mercado venezolano. Las empresas de los departamentos de frontera empezaron a sufrir el impacto de la abrupta caída de la demanda y la dinámica económica regional se debilitó.
Surgió la idea de reorientar hacia el mercado nacional la producción que antes se exportaba a Venezuela. Entonces el MCIT diseñó una macrorueda de negocios en Cúcuta a mediados de 2010 bajo la coordinación técnica de Proexport, entidad con amplia experiencia en este tipo de eventos aplicados al comercio internacional. La macrorueda fue exitosa y dejó una semilla.
El MCIT resolvió capitalizar esta experiencia y volverla un programa estable. Para ello acordó una alianza con Propaís, Corporación para el Desarrollo de las Microempresas, con el objetivo de utilizar las macroruedas como un instrumento para el desarrollo de las empresas con base en el mercado interno.
Si, a manera de ejemplo, se va a realizar una macrorueda en Manizales, Propaís hace la promoción entre las mipymes de la región e invita compradores de otros departamentos, interesados en la oferta productiva identificada. Los resultados esperados son la formación de redes de contactos, el conocimiento de los productos locales en otras regiones y, de ser posible, la concreción de negocios.
El éxito ha sido impresionante. En los primeros seis meses de vida de Compre Colombiano se realizaron 11 macroruedas, participaron alrededor de 1.400 mipymes, y se concretaron 6.773 citas en las que se propiciaron negocios –entre cerrados y proyectados– por un monto superior a los $40 mil millones. Para 2012 el objetivo de Compre Colombiano es al menos duplicar esos resultados.
Es hora de que las mipymes obtengan el efecto mercado interno, aprovechando este nuevo instrumento de la política industrial.
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De nuevo el mercado interno
Publicado en el diario La República el 28 de abril de 2011
Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.
Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.
Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.
El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.
Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.
Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.
Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.
Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.
A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.
Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.
Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.
Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.
Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.
Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.
El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.
Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.
Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.
Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.
Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.
A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.
Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.
Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.
El mercado interno
Publicado en el diario La República el jueves 22 de julio de 2010
La relación de Colombia con el mundo cambió radicalmente en los últimos ocho años, como consecuencia de la política de internacionalización que implementó el gobierno. Mientras que en 2002 sólo teníamos dos acuerdos comerciales con cinco países (CAN y G3), para finales de 2010 contaremos con 11 TLC negociados con 48 socios comerciales, que en el mediano plazo garantizarán acceso preferencial permanente para el 80 por ciento de las exportaciones.
La decisión de avanzar en las negociaciones comerciales, además de desarrollar el artículo 227 de la Constitución, se fundamenta en la posibilidad de aprovechar el potencial del comercio internacional como palanca de crecimiento.
Este último es un aspecto que los críticos de las negociaciones comerciales se niegan a aceptar, pues consideran que "todos los países que han logrado un grado apreciable de desarrollo lo han hecho basándose en su mercado interno y protegiendo su estructura industrial y agraria. Su crecimiento exportador posterior fue efecto y no causa de su progreso".
El argumento extrema la posición del gobierno, pues la internacionalización de la economía no significa acabar con el mercado interno. En términos generales, la mayoría de los países que se insertaron activamente en la economía globalizada y han sido exitosos, combinaron las ventajas del comercio internacional con el crecimiento del mercado interno.
La posición de los críticos no sólo desconoce la propia historia colombiana, con décadas de proteccionismo que generaron un sesgo anti-exportador, sino la palpable experiencia de otras economías subdesarrolladas que nos cogieron la delantera. ¿Se pueden imaginar a China, que en 1978 tenía un ingreso per cápita de 155 dólares, esperando a desarrollar su mercado interno antes de abrirse al mundo?
Curiosamente China es un ejemplo extremo que muestra la posibilidad de crecer con base en el comercio internacional y posteriormente fortalecer el mercado interno. En la última edición de Finanzas y Desarrollo, la economista Linda Yueh señala que un tercio del crecimiento del PIB de esa nación se explica por las exportaciones, mientras que el consumo interno, que representa el 35 por ciento del PIB, "solo contribuyó alrededor de 4 puntos porcentuales al crecimiento".
Colombia aspira a seguir una senda más balanceada que la de China, pues tiene un mercado interno amplio con un ingreso per cápita de 5.400 dólares y no es una economía autárquica. Los TLC son una oportunidad para crecer más y para cerrar las brechas de ingreso no sólo con el mundo desarrollado sino con las economías emergentes que se integraron antes a la globalización.
Si nos hubiéramos quedado esperando a "que estemos listos", el tren del desarrollo nos hubiera dejado aún más atrás.
La relación de Colombia con el mundo cambió radicalmente en los últimos ocho años, como consecuencia de la política de internacionalización que implementó el gobierno. Mientras que en 2002 sólo teníamos dos acuerdos comerciales con cinco países (CAN y G3), para finales de 2010 contaremos con 11 TLC negociados con 48 socios comerciales, que en el mediano plazo garantizarán acceso preferencial permanente para el 80 por ciento de las exportaciones.
La decisión de avanzar en las negociaciones comerciales, además de desarrollar el artículo 227 de la Constitución, se fundamenta en la posibilidad de aprovechar el potencial del comercio internacional como palanca de crecimiento.
Este último es un aspecto que los críticos de las negociaciones comerciales se niegan a aceptar, pues consideran que "todos los países que han logrado un grado apreciable de desarrollo lo han hecho basándose en su mercado interno y protegiendo su estructura industrial y agraria. Su crecimiento exportador posterior fue efecto y no causa de su progreso".
El argumento extrema la posición del gobierno, pues la internacionalización de la economía no significa acabar con el mercado interno. En términos generales, la mayoría de los países que se insertaron activamente en la economía globalizada y han sido exitosos, combinaron las ventajas del comercio internacional con el crecimiento del mercado interno.
La posición de los críticos no sólo desconoce la propia historia colombiana, con décadas de proteccionismo que generaron un sesgo anti-exportador, sino la palpable experiencia de otras economías subdesarrolladas que nos cogieron la delantera. ¿Se pueden imaginar a China, que en 1978 tenía un ingreso per cápita de 155 dólares, esperando a desarrollar su mercado interno antes de abrirse al mundo?
Curiosamente China es un ejemplo extremo que muestra la posibilidad de crecer con base en el comercio internacional y posteriormente fortalecer el mercado interno. En la última edición de Finanzas y Desarrollo, la economista Linda Yueh señala que un tercio del crecimiento del PIB de esa nación se explica por las exportaciones, mientras que el consumo interno, que representa el 35 por ciento del PIB, "solo contribuyó alrededor de 4 puntos porcentuales al crecimiento".
Colombia aspira a seguir una senda más balanceada que la de China, pues tiene un mercado interno amplio con un ingreso per cápita de 5.400 dólares y no es una economía autárquica. Los TLC son una oportunidad para crecer más y para cerrar las brechas de ingreso no sólo con el mundo desarrollado sino con las economías emergentes que se integraron antes a la globalización.
Si nos hubiéramos quedado esperando a "que estemos listos", el tren del desarrollo nos hubiera dejado aún más atrás.
Exportar o morir
Artículo publicado en Ámbito Jurídico el 29 de marzo de 2010
Los críticos de las negociaciones comerciales afirman que uno de los lemas del gobierno es “exportar o morir”; en su opinión, esto significa echar por la borda el fortalecimiento del mercado interno y condenar a la población a ser una simple consumidora de productos extranjeros ¿De dónde salió ese postulado?. Según ellos, el propio presidente Uribe lo acuñó; así lo afirmaron en un foro reciente en Bogotá.
Una revisión cuidadosa del discurso del presidente Uribe en el inicio de las negociaciones del TLC con Estados Unidos, de la famosa “Maratón del TLC”, de todos los documentos contenidos en la página de la presidencia y de los dos planes de desarrollo, arrojan un resultado nulo a los buscadores de estos términos.
En cambio, en varios documentos hay evidencia que demuestra la ausencia de una tesis tan simplista de la política de internacionalización del gobierno, pues lo que se formula es el necesario complemento. Por ejemplo, el Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006: Hacia un Estado Comunitario (página 283) indica que la recuperación de la dinámica de la industria se basa en el crecimiento de la demanda interna y en el aumento de la participación de las exportaciones en los mercados internacionales. Ideas similares se formulan en el Plan 2006-2010 Estado Comunitario: Desarrollo para todos (página 506).
En una intervención en la Universidad de Santander, en abril de 2006, el Presidente Álvaro Uribe planteó esa relación de forma explícita, haciendo énfasis en su impacto positivo sobre la pobreza:
Esto demuestra que el planteamiento del gobierno no ha sido fortalecer el comercio internacional abandonando el mercado interno. Las relaciones comerciales con el resto del mundo son una palanca de crecimiento con fuertes encadenamientos en la actividad productiva, que genera empleos y fortalece el mercado interno.
Si es tan evidente que el lema de “exportar o morir” no es una invención del gobierno actual, entonces ¿de dónde surgió? Según algunos analistas, la frase fue acuñada en la década de los noventa por Gonzalo Sánchez de Lozada, presidente de Bolivia en dos ocasiones (1993-1997 y 2002-2003), con referencia a la necesidad de vender hidrocarburos a los países vecinos. Mordazmente, un comentarista escribió que “el país meditó mucho, entendió el mensaje y decidió exportarlo a él”.
A partir de ahí, los movimientos de oposición a las negociaciones internacionales se “apropiaron” del eslogan para aplicárselo a cualquier formulación de política económica que haga referencia a la integración a las corrientes del comercio mundial. Una sencilla búsqueda de esa expresión en internet muestra que la mayoría de las referencias corresponde a opositores al libre comercio.
El problema es que no son consecuentes ni consistentes con sus argumentos. Basta que una figura destacada del panorama mundial diga algo que pueda ser utilizado para criticar al gobierno, para que los críticos criollos lo adopten como propio, sin tener en cuenta las contradicciones en que incurren.
En su discurso en la Cámara de Representantes el pasado 27 de enero, el presidente Obama señaló: “Debemos exportar más bienes. Porque, cuantos más productos fabriquemos y vendamos a otros países, más puestos de trabajo tendremos aquí. Por tanto, esta noche, vamos a fijarnos un nuevo objetivo: duplicar nuestras exportaciones durante los próximos cinco años, un incremento que sostendrá dos millones de puestos de trabajo en Estados Unidos”.
Las lecturas rápidas de estos anuncios han proliferado. Como en ese discurso Obama también hizo referencia a la importancia de aprobar el TLC con Colombia, los críticos interpretan la frase citada como evidencia del objetivo de Estados Unidos de invadir de mercancías a nuestro país; y deducen de ahí, que es un error del gobierno su empeño en la aprobación de ese tratado por parte del Congreso estadounidense.
En su afán se olvidan de calificar la propuesta del presidente Obama como una manifestación más del “exportar o morir”. También olvidan su calificación a Estados Unidos como una economía cerrada. Peor aún, no ven que la propuesta destaca los argumentos sobre el impacto que tiene el comercio internacional en el crecimiento económico y en la generación de empleos; son los argumentos que aportan la teoría económica y la evidencia empírica, pero que los críticos se niegan a aceptar porque se quedarían sin discurso.
Los críticos de las negociaciones comerciales afirman que uno de los lemas del gobierno es “exportar o morir”; en su opinión, esto significa echar por la borda el fortalecimiento del mercado interno y condenar a la población a ser una simple consumidora de productos extranjeros ¿De dónde salió ese postulado?. Según ellos, el propio presidente Uribe lo acuñó; así lo afirmaron en un foro reciente en Bogotá.
Una revisión cuidadosa del discurso del presidente Uribe en el inicio de las negociaciones del TLC con Estados Unidos, de la famosa “Maratón del TLC”, de todos los documentos contenidos en la página de la presidencia y de los dos planes de desarrollo, arrojan un resultado nulo a los buscadores de estos términos.
En cambio, en varios documentos hay evidencia que demuestra la ausencia de una tesis tan simplista de la política de internacionalización del gobierno, pues lo que se formula es el necesario complemento. Por ejemplo, el Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006: Hacia un Estado Comunitario (página 283) indica que la recuperación de la dinámica de la industria se basa en el crecimiento de la demanda interna y en el aumento de la participación de las exportaciones en los mercados internacionales. Ideas similares se formulan en el Plan 2006-2010 Estado Comunitario: Desarrollo para todos (página 506).
En una intervención en la Universidad de Santander, en abril de 2006, el Presidente Álvaro Uribe planteó esa relación de forma explícita, haciendo énfasis en su impacto positivo sobre la pobreza:
"La lucha contra la exclusión, la inclusión de los sectores pobres en las
corrientes dinámicas de la economía, es un imperativo nacional. Eso tiene
un contenido social y un efecto económico. El contenido social de reivindicar sectores excluidos, y la consecuencia económica de darles capacidad de demanda, con lo cual se amplían nuestros mercados.
Por eso no es incompatible con estos tratados de comercio. Al contrario, yo creo que se crea allí una convergencia necesaria. ¿Por qué? Porque nosotros solos o solamente en la Comunidad Andina no vamos a captar las inversiones suficientes que se requieren para poder darle a la economía la posibilidad de incorporar a sus corrientes dinámicas a los sectores más pobres".
Entonces ese dilema, que nos han tratado de proponer, entre la tesis económica de reivindicar a los pobres y ampliar el mercado interno por la vía de reivindicar a los pobres, que se opone a la tesis económica de buscar mercados de exportación, es un falso dilema.
A más mercados de exportación, más interés inversionista. A más inversión, mejores posibilidades de reivindicar los sectores pobres
históricamente excluidos".
Esto demuestra que el planteamiento del gobierno no ha sido fortalecer el comercio internacional abandonando el mercado interno. Las relaciones comerciales con el resto del mundo son una palanca de crecimiento con fuertes encadenamientos en la actividad productiva, que genera empleos y fortalece el mercado interno.
Si es tan evidente que el lema de “exportar o morir” no es una invención del gobierno actual, entonces ¿de dónde surgió? Según algunos analistas, la frase fue acuñada en la década de los noventa por Gonzalo Sánchez de Lozada, presidente de Bolivia en dos ocasiones (1993-1997 y 2002-2003), con referencia a la necesidad de vender hidrocarburos a los países vecinos. Mordazmente, un comentarista escribió que “el país meditó mucho, entendió el mensaje y decidió exportarlo a él”.
A partir de ahí, los movimientos de oposición a las negociaciones internacionales se “apropiaron” del eslogan para aplicárselo a cualquier formulación de política económica que haga referencia a la integración a las corrientes del comercio mundial. Una sencilla búsqueda de esa expresión en internet muestra que la mayoría de las referencias corresponde a opositores al libre comercio.
El problema es que no son consecuentes ni consistentes con sus argumentos. Basta que una figura destacada del panorama mundial diga algo que pueda ser utilizado para criticar al gobierno, para que los críticos criollos lo adopten como propio, sin tener en cuenta las contradicciones en que incurren.
En su discurso en la Cámara de Representantes el pasado 27 de enero, el presidente Obama señaló: “Debemos exportar más bienes. Porque, cuantos más productos fabriquemos y vendamos a otros países, más puestos de trabajo tendremos aquí. Por tanto, esta noche, vamos a fijarnos un nuevo objetivo: duplicar nuestras exportaciones durante los próximos cinco años, un incremento que sostendrá dos millones de puestos de trabajo en Estados Unidos”.
Las lecturas rápidas de estos anuncios han proliferado. Como en ese discurso Obama también hizo referencia a la importancia de aprobar el TLC con Colombia, los críticos interpretan la frase citada como evidencia del objetivo de Estados Unidos de invadir de mercancías a nuestro país; y deducen de ahí, que es un error del gobierno su empeño en la aprobación de ese tratado por parte del Congreso estadounidense.
En su afán se olvidan de calificar la propuesta del presidente Obama como una manifestación más del “exportar o morir”. También olvidan su calificación a Estados Unidos como una economía cerrada. Peor aún, no ven que la propuesta destaca los argumentos sobre el impacto que tiene el comercio internacional en el crecimiento económico y en la generación de empleos; son los argumentos que aportan la teoría económica y la evidencia empírica, pero que los críticos se niegan a aceptar porque se quedarían sin discurso.
Relocalización
Publicado en el diario La República el 16 de septiembre de 2009
Con frecuencia se plantea que el rezago en la infraestructura vial es un factor que limita las posibilidades de mejorar la competitividad de Colombia. Se afirma, por ejemplo, que a las empresas ubicadas en Bogotá les resulta difícil competir teniendo que transportar sus productos de exportación más de mil kilómetros por vías que no son las mejores.
Cierto es que la infraestructura colombiana no es la mejor, como también lo es que la enorme distancia de los puertos aumenta los costos de producción. Por eso hay que preguntarse si las empresas exportadoras deben estar ubicadas a miles de kilómetros de las costas o si deben relocalizarse, para ser competitivas en el mundo globalizado. Primero es necesario entender por qué muchas empresas están localizadas al interior del país.
El modelo de sustitución de importaciones postulaba el desarrollo hacia adentro, apoyando el crecimiento de las empresas con base en el mercado interno. Esto repercutió, lógicamente, en su ubicación en las ciudades más pobladas de Colombia, por los menores costos de distribución a la gran masa de consumidores; y, además, generó un sesgo antiexportador. La evidencia es clara: 65 por ciento del valor agregado del sector industrial es generado en Bogotá-Cundinamarca, Valle y Antioquia.
En este aspecto Colombia siguió de cerca el patrón de otras economías subdesarrolladas que implementaron el mismo modelo. Según Livas y Krugman (“Trade Policy and the Third World Metropolis”) las grandes ciudades del Tercer Mundo son un subproducto del modelo de sustitución de importaciones. Ellos explican la ubicación de las industrias en los grandes centros urbanos no sólo por la cercanía de los consumidores, sino por el aprovechamiento de economías de escala y la facilidad de acceso a los productos de otras empresas, utilizados como insumos en la producción o como bienes de la canasta de consumo final.
Livas y Krugman también postulan que la liberalización económica debe ocasionar la moderación del crecimiento poblacional de las grandes ciudades y que la producción exportable tenderá a localizarse cerca de los puertos, como consecuencia de los menores aranceles y los más bajos costos de transporte.
Esa hipótesis se comprueba empíricamente en casos como el de México. Los mencionados autores destacan la alta concentración de población y de producción en la capital; a comienzos de los ochenta se producía allí 50 por ciento del valor agregado industrial, pero esa participación empezó a descender con las políticas de apertura y el montaje de las maquiladoras en la frontera.
Gerardo Esquivel (“Regional Convergence in Mexico Before and After NAFTA”), muestra que los estados con mayor crecimiento del PIB per cápita en el periodo 1940-1993 eran los del centro del país; pero en el periodo1993-2000 los más dinámicos fueron los de la frontera con Estados Unidos.
Curiosamente el caso de Colombia parece ir en contravía del enunciado teórico. La política de apertura de comienzos de los noventa no repercutió en un cambio estructural en la localización de las actividades productivas y la participación de Bogotá-Cundinamarca, Valle y Antioquia en el valor agregado industrial apenas se ha reducido en cinco puntos porcentuales.
Una posible explicación puede ser que el arancel nominal promedio del país es elevado con relación a los del resto de América; es decir, que a pesar de la apertura y el desmonte de diversos instrumentos proteccionistas, Colombia se mantiene como una economía con alta protección relativa.
Pero las cosas deben cambiar con la puesta en vigor de los TLCs negociados en los años recientes, pues hay compromisos de desgravación con nuestros principales socios. Entonces, las empresas orientadas a la exportación y aquellas que usan insumos importados tenderán a relocalizarse en las costas.
Con frecuencia se plantea que el rezago en la infraestructura vial es un factor que limita las posibilidades de mejorar la competitividad de Colombia. Se afirma, por ejemplo, que a las empresas ubicadas en Bogotá les resulta difícil competir teniendo que transportar sus productos de exportación más de mil kilómetros por vías que no son las mejores.
Cierto es que la infraestructura colombiana no es la mejor, como también lo es que la enorme distancia de los puertos aumenta los costos de producción. Por eso hay que preguntarse si las empresas exportadoras deben estar ubicadas a miles de kilómetros de las costas o si deben relocalizarse, para ser competitivas en el mundo globalizado. Primero es necesario entender por qué muchas empresas están localizadas al interior del país.
El modelo de sustitución de importaciones postulaba el desarrollo hacia adentro, apoyando el crecimiento de las empresas con base en el mercado interno. Esto repercutió, lógicamente, en su ubicación en las ciudades más pobladas de Colombia, por los menores costos de distribución a la gran masa de consumidores; y, además, generó un sesgo antiexportador. La evidencia es clara: 65 por ciento del valor agregado del sector industrial es generado en Bogotá-Cundinamarca, Valle y Antioquia.
En este aspecto Colombia siguió de cerca el patrón de otras economías subdesarrolladas que implementaron el mismo modelo. Según Livas y Krugman (“Trade Policy and the Third World Metropolis”) las grandes ciudades del Tercer Mundo son un subproducto del modelo de sustitución de importaciones. Ellos explican la ubicación de las industrias en los grandes centros urbanos no sólo por la cercanía de los consumidores, sino por el aprovechamiento de economías de escala y la facilidad de acceso a los productos de otras empresas, utilizados como insumos en la producción o como bienes de la canasta de consumo final.
Livas y Krugman también postulan que la liberalización económica debe ocasionar la moderación del crecimiento poblacional de las grandes ciudades y que la producción exportable tenderá a localizarse cerca de los puertos, como consecuencia de los menores aranceles y los más bajos costos de transporte.
Esa hipótesis se comprueba empíricamente en casos como el de México. Los mencionados autores destacan la alta concentración de población y de producción en la capital; a comienzos de los ochenta se producía allí 50 por ciento del valor agregado industrial, pero esa participación empezó a descender con las políticas de apertura y el montaje de las maquiladoras en la frontera.
Gerardo Esquivel (“Regional Convergence in Mexico Before and After NAFTA”), muestra que los estados con mayor crecimiento del PIB per cápita en el periodo 1940-1993 eran los del centro del país; pero en el periodo1993-2000 los más dinámicos fueron los de la frontera con Estados Unidos.
Curiosamente el caso de Colombia parece ir en contravía del enunciado teórico. La política de apertura de comienzos de los noventa no repercutió en un cambio estructural en la localización de las actividades productivas y la participación de Bogotá-Cundinamarca, Valle y Antioquia en el valor agregado industrial apenas se ha reducido en cinco puntos porcentuales.
Una posible explicación puede ser que el arancel nominal promedio del país es elevado con relación a los del resto de América; es decir, que a pesar de la apertura y el desmonte de diversos instrumentos proteccionistas, Colombia se mantiene como una economía con alta protección relativa.
Pero las cosas deben cambiar con la puesta en vigor de los TLCs negociados en los años recientes, pues hay compromisos de desgravación con nuestros principales socios. Entonces, las empresas orientadas a la exportación y aquellas que usan insumos importados tenderán a relocalizarse en las costas.
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