Publicado en el diario La República el 12 de diciembre de 2008
…Está condenado a repetirla, dice el adagio popular. No obstante, ese principio no aplica a las crisis financieras. Si aplicara, las lecciones de la crisis de las Saving and Loans de los años ochenta y de la Gran Depresión de finales de los veinte hubieran contribuido a evitar el actual colapso en Estados Unidos. De igual forma, en Colombia no estaríamos viviendo el drama generado por las pirámides, pues en la historia tenemos varios antecedentes.
Todas las crisis financieras tienen dos factores comunes, como enfatiza Charles Kindleberger en el clásico “Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis financieras”: la ambición desenfrenada y la irracionalidad económica. A ellos habría que sumarle dos, que podríamos denominar la pérdida del sentido de realidad y la inteligencia post facto.
Sin duda, el primero fue el combustible de las pirámides en la experiencia colombiana reciente: la ilusión de una riqueza fácil nos torna cándidos frente a los estafadores y a los riesgos que asumimos.
La irracionalidad se evidencia cuando, por ejemplo, los agentes económicos pierden de vista la existencia de los ciclos económicos. No hay auges eternos, pero, aún así, los inversionistas actúan como si lo fueran.
Con la pérdida del sentido de realidad, nadie se percata de la gravedad de los hechos hasta que es demasiado tarde. ¿Por qué las autoridades de supervisión de Estados Unidos, consideradas entre las más sólidas del mundo, no vieron el problema? ¿Por qué la Superfinanciera, que ha dedicado ingentes recursos a la formación técnica y a mejorar la regulación de riesgos financieros después de la crisis de los noventa, no vio venir la tormenta?
Pero los críticos también la sufren. ¿Quién en los Estados Unidos percibió que se estaba fraguando una crisis de magnitudes tan enormes como para borrar del mapa en pocos días la poderosa banca de inversión? ¿Quién en Colombia previó las grandes dimensiones que alcanzarían las pirámides y el complejo problema social que generarían? …Nadie.
Pero siempre hay quienes declaran que ellos si lo anticiparon y llamaron la atención. Si así hubiera sido ¿por qué no echaron mano de todo su poder para propiciar la reacción de la sociedad?
Alguien mencionó que escribió un editorial en un prestigioso medio; otro, que habló del tema en un debate en el Congreso de la República y uno en un medio radial. ¿Por qué se resignaron a una tímida manifestación que se perdió en la avalancha diaria de información? ¿Por qué los pocos privilegiados que veían la realidad, en lugar de armar escándalo, actuaron frente a la sociedad y a los reguladores como un bombero que deja a un niño jugar con fósforos en un polvorín?
Dicen que todos somos inteligentes analizando la historia. Juzgar los hechos ya ocurridos permite a muchos inteligentes pavonearse, criticando la presunta ineptitud de las autoridades, su ceguera y su demora para actuar.
No conformes, se erigen en jueces que señalan a los culpables y los juzgan públicamente. En los medios, por ejemplo, se han visto y oído declaraciones y opiniones que señalan al sector financiero como causa implícita de las pirámides.
Afirmar que las dificultades de acceso al sector financiero y los bajos intereses que pagan por los ahorros forzaron a las personas a poner en riesgo sus recursos es una exageración. Fueron muchos los que tomaron créditos de libre disponibilidad de los bancos para perseguir una ilusoria ganancia mediante el arbitraje. Y no puede forzarse al sector financiero a remunerar el ahorro por encima de lo razonable en las condiciones macroeconómicas del país.
Lo urgente es crear los cortafuegos que aíslen el problema de las pirámides y no echarle más leña al fuego.
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