Publicado en el diario La República el 4 de febrero de 2009
Un desocupado, que se escuda tras el anonimato como “empleado bancario, miembro de la junta directiva de un banco colombiano”, está propalando en internet un libelo en el que anuncia el Apocalipsis en Colombia, por cuenta del sector financiero.
En su opinión, el mundo va hacia una crisis económica sin precedentes; por eso los banqueros decidieron establecer un “corralito” al estilo argentino, para proteger sus millones y evitar que los ahorradores puedan retirar los ahorros. Además, asegura que, bajo su presión, el gobierno ha tomando diversas medidas entre las que se cuentan las sanciones a prestamistas y compraventas y la quiebra de “mecanismos alternativos de ahorro como las cooperativas y las pirámides”. Con esos argumentos, invita al retiro masivo de los depósitos de las entidades financieras e incita al no pago de las deudas.
Cierto es que la economía mundial está atravesando una fase de recesión, pero los economistas no acaban de ponerse de acuerdo sobre su magnitud; mientras que algunos la califican como la más grave desde la Gran Depresión, otros consideran que no será tan profunda ni tan prolongada.
En el caso de Colombia, todas las proyecciones apuntan a una desaceleración de la economía, pero ningún analista está pronosticando una crisis. Este sólo hecho desvirtúa totalmente la sarta de barbaridades del presunto “empleado bancario”.
Queda en evidencia que el autor no tiene ni idea de cómo funcionan los bancos. Si lo supiera, sabría que su invitación puede desatar una crisis de confianza y entendería que sus afirmaciones carecen de asidero en la realidad.
Los bancos no son como las panaderías, en las que el dueño resuelve si abre o no. El sistema financiero tiene unas concesiones que le da el Estado –como la exclusividad en el manejo del ahorro de la sociedad–, pero también tiene obligaciones. Por ejemplo, contar con un capital mínimo; manejar prudentemente los recursos de los ahorradores; medir los riesgos que asume; hacer provisiones para proteger el ahorro frente a potenciales pérdidas de cartera o inversiones; revelar información; y, por supuesto, contar con la liquidez necesaria para entregar los recursos a los depositantes cuando ellos los soliciten.
Sería cosa de locos que todos los banqueros resolvieran cerrar los bancos de la noche a la mañana, en un escenario en el que sus niveles de solvencia están por encima de los estándares internacionales, la calidad de la cartera es buena –a pesar del leve deterioro reciente–, tienen provisiones altas, y las utilidades registran un sólido crecimiento. Hacerlo sería un suicidio, pues no sólo llevaría la banca a la quiebra sino que inmediatamente quedaría paralizada toda la economía.
La historia muestra que los banqueros que cierran un banco lo hacen porque están quebrados y entonces tienen que responder por sus actos, incluso con su patrimonio.
También muestra la historia que la actividad del banquero no siempre es del agrado de todos. Según Jacques Attali, a finales de la edad media la banca era una de las pocas actividades permitidas a los judíos; y no por sus habilidades innatas, sino por “…la presión de los otros a los que les es necesario este oficio, pero que, sabiendo el odio que despiertan quienes se dedican a ello, lo hacen desempeñar a sus enemigos”.
Convertir esos odios en una invitación a boicotear la actividad del sector financiero, además de evidenciar poco sentido común, muestra la proclividad del autor al delito del pánico económico. Es evidente que al pretendido “empleado bancario” no lo guía un “sentido profundo de patria” sino sus viscerales animadversiones. ¿Se trata acaso de uno de los promotores de las pirámides?
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