Publicado en el diario La República el 21 de enero de 2009
Hay conductas económicas que chocan frontalmente contra la pretendida racionalidad del ser humano. Así lo demuestran fehacientemente los episodios de las pirámides financieras.
El economista Xavier Sala i Martin describe la percepción esperada de un consumidor racional ante las ofertas de enriquecimiento rápido: “Si una inversión obtiene una rentabilidad extraordinariamente elevada es porque tiene un riesgo extraordinariamente elevado. Y riesgo quiere decir que el cliente puede ganar mucho... pero también puede perder mucho dinero... Y cuando se prometen retribuciones excesivamente altas y seguras –es decir, sin riesgo–, es que hay gato encerrado”.
Pero aún a sabiendas del altísimo riesgo de las inversiones que ofrecen pajaritos de oro, muchos ciudadanos son víctimas de los cada vez más refinados estafadores. ¿Existe algún colombiano ingenuo que siga creyendo en actividades financieras legales que renten el 200 o el 300%, cuando la tasa de interés de un crédito bancario de consumo –que todos consideramos muy alta– bordea el 30% anual? ¿Podemos presumir que las personas de escasos recursos, que llevaron sus ahorros a las pirámides colombianas no percibían el riesgo al que se estaban exponiendo? ¿Actuaron racionalmente quienes tomaron créditos de los bancos o vendieron activos fijos para “invertir” en las pirámides?
Las explicaciones a este comportamiento no son fáciles y son objeto de estudio de los especialistas en sicología de los consumidores. En un artículo reciente, el sicólogo Stephen Greenspan (“Anatomía de la credulidad”) afirma que “las estafas financieras son sólo una de las muchas formas de ingenuidad humana, junto con la guerra (el Caballo de Troya), la política (las armas de destrucción masiva en Irak), las relaciones sentimentales (seducción sexual), la ciencia patológica (fusión fría) y las modas médicas pasajeras”.
Para Greenspan, la credulidad o ingenuidad genera en el comportamiento social un efecto rebaño: “la tendencia de los humanos es modelar sus acciones (especialmente cuando involucran temas que no comprenden por completo) siguiendo el comportamiento de otros humanos”. Cuando los primeros inversionistas de una pirámide cuentan a sus parientes y amigos los fantásticos rendimientos que han recibido, crean socialmente la impresión de seguridad en la inversión y anestesian las alertas que el consumidor racional dispara ante el riesgo.
Otro comportamiento atípico de los consumidores es la negación a aceptar que fueron estafados y, en cambio, asumir acciones en defensa de sus estafadores. La experiencia más relevante es la de Albania, país en el que las pirámides financieras involucraron los ahorros de dos tercios de la población; el destape de las estafas y la posterior persecución a los estafadores por parte del gobierno –que fue patrocinador de ellas– generaron el rechazo de los estafados; las protestas alcanzaron dimensiones de guerra civil, y entre 1996 y 1997 causaron la muerte de más de 2.000 personas.
En Colombia hemos presenciado múltiples manifestaciones, huelgas de hambre, campañas en los medios de opinión y demandas penales contra las decisiones del gobierno, por ordenar la liquidación de las pirámides y la captura de sus promotores.
Por si no fueran ya raras las conductas mencionadas, los defraudados esperan que las decisiones irracionales en la administración de sus patrimonios sean compensadas por el gobierno con recursos del presupuesto; esto es, que los compensemos los demás colombianos. Lamentablemente, en este objetivo son acompañados por algunos medios y ciertos políticos y analistas que consideran culpable al gobierno por las pérdidas derivadas de tan insensatos comportamientos.
La sicología del consumidor muestra que, en determinadas circunstancias, las personas tienden a creer que el mito del rey Midas es real. ¿Cómo evitar la repetición de los comportamientos ingenuos que periódicamente incentivan el surgimiento del fraude?
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