Publicado en el diario La República el 3 de septiembre de 2009
En el imaginario de algunos políticos y académicos quedó la idea de que el gobierno de Gaviria realizó una apertura unilateral que ha sido la causa de todas las desgracias de la economía colombiana. Todavía pregonan en sus discursos que nuestro aparato productivo quedó expuesto a todos los males del neoliberalismo a cambio de nada. Es así como la crisis de finales de los noventa es atribuida a la apertura, como si con esa decisión hubieran muerto las crisis en el capitalismo.
¿Por qué insistir en este tema? Primero porque los grupos opuestos a la inserción activa en la economía globalizada y a las negociaciones comerciales siguen empeñados en usar la apertura como una evidencia sobre el nefasto futuro que le espera al país con los TLCs. Segundo porque hay información demoledora contra ese argumento, que los críticos se niegan a ver; lo curioso es que también puede sorprender a los defensores a ultranza de la apertura.
En el documento de la CEPAL “Cumbre de las Américas 1994-2009. Indicadores seleccionados”, publicado en abril de 2009, se presenta una comparación de los niveles de apertura comercial de todas las naciones de América en 2007, medidos como el cociente entre el comercio –exportaciones más importaciones– y el PIB. Colombia ocupa el puesto 32 y sólo hay dos economías con un indicador más bajo: Estados Unidos y Brasil.
La CEPAL también muestra que los aranceles han bajado en todos los grupos de economías del continente. A mediados de los noventa, los países Andinos tenían la tarifa arancelaria más alta y a mediados de la actual década sólo eran superados por las del CARICOM. En la publicación de la OMC “Perfiles arancelarios en el mundo 2008” se comprueba que el promedio de ese bloque se mantiene alto por Bahamas y Barbados, pues los demás asociados registran aranceles inferiores al de la CAN.
En 2007 Colombia tenía un arancel nominal promedio del 12.5 por ciento; el cuarto más alto de América, según el documento de la OMC. Además de Bahamas (29.9 por ciento) y Barbados (13.5 por ciento), la superaban Venezuela (13.2 por ciento) y México (12.6 por ciento).
Por otro lado, si tomamos los 20 principales destinos de nuestras exportaciones, que representan el 84 por ciento del total exportado, el arancel nominal ponderado que ellas enfrentan es del 6.9 por ciento. Ese cálculo no tiene en cuenta que una parte significativa se beneficia de aranceles menores o cero, bien sea por los acuerdos comerciales vigentes, como la CAN, o por los sistemas generalizados de preferencias, como el de Estados Unidos y la Unión Europea.
Lo anterior significa que la política de apertura no fue una decisión aislada de Colombia, sino que fue una moda que tocó a las puertas de toda la región. También significa que en términos relativos Colombia es una de las economías con mayor protección nominal en el continente. Por lo tanto, carece de fundamento el argumento sobre la peligrosa exposición de la producción nacional a la competencia internacional.
¿Pudo Colombia haberse quedado con los aranceles promedio de 27 por ciento que tenía en 1989? Sin duda, el temor a la competencia por parte de los rentistas del proteccionismo y sus “lobbistas”, se hubiera seguido guareciendo en toda la parafernalia de barreras arancelarias y no arancelarias.
También tendríamos una economía más rezagada del resto del mundo. El consumidor dispondría de una menor oferta de productos, seguiría resignándose a comprar productos de menos calidad y a precios más elevados.
En síntesis, la apertura no es el “coco” que nos pintan algunos analistas; puesta en el contexto internacional fue más moderada de lo que percibimos cuando sólo miramos para adentro.
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