Publicado en el diario Portafolio el jueves 13 de diciembre de 2012
Algo debe pasar con lo que somos los colombianos, o lo que creemos que somos. Siempre nos hemos vanagloriado de ser los más vivos de la región, de nuestra astucia (¡más que la del Chapulín Colorado!), de tener malicia indígena.
Sin embargo, eso no parece reflejarse en nuestro desempeño económico. Casi por cualquier variable que nos comparemos con la región, nos ubicamos en la mitad, tal vez con las excepciones de la inflación (una de las más bajas) y el desempleo (la más alta). Por lo tanto, somos tan aburridos como los promedios: no registramos el crecimiento más impresionante, pero tampoco las más devastadoras crisis. Simplemente ahí vamos con nuestro nadadito de perro.
Juan Carlos Echeverry cerró su gestión en el Ministerio de Hacienda lanzando al mundo la noticia de que somos la tercera economía de América Latina, pues el valor de nuestro PIB superó el de Argentina. Lo que pocos recuerdan de esa noticia es que el propio Ministro explicó que ese hito no se debía a nuestro espectacular crecimiento (pese a que en el presente siglo tenemos un buen desempeño) sino a los problemas de manejo económico que presionan la devaluación de la moneda de ese país.
Además, somos muy conformes. Nos acomodamos a algo y de ahí no nos queremos mover; cambiar se vuelve algo tortuoso. Y cuando un cambio se anuncia, la reacción es inmediata: ¡No estamos listos!, ¡no estamos preparados!, ¡nos van a acabar! Entonces sacamos toda la artillería que sea necesaria para defender el status quo.
Mientras que un economista como Jagdish Bhagwati desarrolla el concepto de ventaja comparativa caleidoscópica, para describir una realidad mundial, en la que las ventajas competitivas de un sector se desplazan de un país a otro por el surgimiento de nuevos sectores, en Colombia nos aferramos a lo que hemos hecho por décadas.
Nos negamos a aceptar que hay sectores que ya cumplieron su ciclo y que otros países son los que tienen la ventaja. Como resultado tenemos sectores que demandan cada vez más protección (sobre todo no arancelaria), con la amenaza de generar desempleos y nefastos impactos sociales. Con esto cerramos las posibilidades de desarrollar nuevos sectores y nuevas habilidades, a la vez que nos rezagamos en competitividad.
Pasamos fácilmente de la euforia al sentimiento derrotista. No es sino recordar lo contentos que andamos con Falcao. Pero esperemos a verlo en un partido en el que la selección Colombia esté perdiendo o simplemente no logre un gol, para ver cómo se desahoga el técnico de futbol que todos llevamos adentro. ¡Qué le pasa! ¡Se le olvidó jugar fútbol! ¡Claro, es que como aquí no le estamos dando euros o dólares, no suda la camiseta!
Ante cualquier escándalo la primera solución que se nos ocurre es expedir una norma. Lo ilustra el caso reciente de un proyecto de ley para hacer obligatorias las pruebas de alcoholemia porque se desató un escandalo cuando un congresista presuntamente ebrio se negó a hacerla.
Entonces nos ufanamos de ser un país de leyes (santanderistas, dirán algunos). Pero también tenemos un dicho de aplicación generalizada: “hecha la ley hecha la trampa”. Más se demora la expedición de una norma que su incumplimiento. Montones de casos lo ilustran, pero basta con recordar las normas de tránsito y ver el comportamiento de motociclistas, conductores de bus, peatones y hasta las propias autoridades de tránsito. ¿Cuántos peatones sufren accidentes de tránsito debajo de los puentes peatonales? ¿Y cuántos conductores de transporte público adeudan millones de pesos en infracciones y siguen en la jungla (perdón, en las calles) cometiendo atropellos?
Otra característica es “esperemos a ver qué pasa”. Siempre estamos confiados en que las reglas, las obligaciones, las tareas pueden ser aplazadas. Como consecuencia, no nos preparamos como toca. El caso lo ilustran algunos empresarios frente a las negociaciones comerciales ¿Cuántos han emprendido proyectos de reconversión para reducir las brechas de productividad? ¿Cuántos aprovecharon la demora de casi seis años para la entrada en vigencia del TLC con EEUU?
Y, por si fuera poco, tendemos a subvalorar lo que somos y hacemos, mientras endiosamos lo que otros hacen, a pesar de que un análisis sencillo derriba muchas de esas creencias. En el debate sobre la política industrial ponen como modelo las medidas adoptadas por Brasil en los años recientes, justamente cuando el desempeño de la industria colombiana es muy superior al de ese país.
Qué mejor cierre que una cita textual de una entrevista que le hizo Bocas a Luis Alberto Moreno en septiembre pasado: “Revise las carátulas de The Economist de los últimos tres años, de los periódicos de todo el mundo; es posible decir –wow– el mundo se está acabando. Esas mismas revistas hablan maravillas de Colombia y usted lee las de aquí y Colombia es un desastre”.
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