Publicado en el diario La República el jueves 20 de enero de 2011
Desde hace algunos años surgió un debate sobre las implicaciones que tendrá para América Latina el imparable crecimiento de China. Mientras esa economía produjo bienes de bajo valor agregado, no tuvo mayor importancia para la región. Pero las cosas cambiaron cuando se empezó a percibir que su dinámica no era flor de un día, fue aceptada como miembro de la OMC, empezó a inundar el mundo no sólo con bienes de baja tecnología sino también de media y alta, y comenzó a desplazar a las economías latinoamericanas de los mercados internacionales de confecciones.
Entonces aparecieron publicaciones en las que se exponen los temores o en las que, por el contrario, se muestra que no hay razones para ellos; se argumenta que las economías latinoamericanas tienden a ser complementarias con la economía china y la comparación de las canastas exportadoras indica que no se compiten en importantes mercados como el de Estados Unidos.
Algunas de esas publicaciones realizan reflexiones sobre las diferentes sendas de desarrollo que siguieron China y América Latina. Los resultados han sido a la vez sorprendentes y desalentadores.
A mediados de los años setenta el gigante asiático era la tercera economía más pobre del mundo, después de Burundi y Nepal. Su PIB per cápita (US$146 a precios constantes del año 2000) era equivalente al 4.6% del latinoamericano; pero en 2009 ya representaba el 47.7%, y había salido del fondo de la tabla de las más pobres.
China no sólo cerró la brecha de ingreso con América Latina, sino también con el mundo desarrollado. Entre 1975 y 2009 la proporción pasó del 0.7% del PIB per cápita de Estados Unidos al 6.0%; en el mismo lapso el de los países latinos se redujo de 16.1% a 12.6%.
Varios estudios encontraron que la fuente del rezago de América Latina está en el modelo de desarrollo cerrado implementado hasta finales de los ochenta, frente al modelo de inserción en los mercados internacionales que adoptó China desde 1978. El sesgo antiexportador del primero se reflejó en el creciente atraso en el indicador de productividad laboral relativa, mientras que el segundo registró un crecimiento continuo mayor que el de Estados Unidos, que es el país de referencia.
Cada vez es más evidente la complementariedad económica como la base de las relaciones entre las dos regiones: China produce manufacturas y demanda materias primas que son abundantes en América Latina. Aun cuando las exportaciones se han incrementado notablemente, hay un problema por la alta concentración en productos de bajo valor agregado; cerca del 80% de ellas está representado por soya, cobre, hierro, petróleo y pulpa de papel. Además, cerca del 90% de las exportaciones a ese destino son realizadas por cuatro países: Brasil (41%), Chile (23%), Argentina (16%) y Perú (9%).
En ese contexto, el empeño de la región latinoamericana por lograr economías más diversificadas puede irse al traste, por efecto de las bonanzas de productos básicos que aumentarían el riesgo de enfermedad holandesa y forzarían a la “reprimarización” de las estructuras productivas.
¿Cómo contrarrestar esas tendencias? La vía más clara es la de poner el acelerador a las políticas de competitividad, con el fin de recuperar el tiempo perdido; esa puede ser la causa fundamental de la pérdida de mercados de América Latina no sólo frente a China sino a otros países. Como complemento, es vital la inserción en las cadenas globales de valor y la creación de los incentivos que permitan la apropiación de tecnologías; en esa dirección se mueve el mundo globalizado.
No hacerlo, llevaría a América Latina a perpetuar la broma cruel mencionada por el nobel de paz Óscar Arias: “aquella broma que nos dice que somos el continente del mañana… y siempre lo seremos”.
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