Publicado en el diario La República el 26 de febrero de 2012
Las exportaciones colombianas alcanzaron una cifra récord en 2011: US$56.954 millones y su crecimiento anual (43%) fue uno de los más altos del mundo.
Aun cuando gran parte de esa cifra es explicada por los minero-energéticos, los demás productos registraron la nada despreciable tasa de crecimiento del 29% anual. Esta variación es superior a la registrada por las exportaciones totales de 57 de las 70 economías incluidas en las estadísticas mensuales de la OMC.
Esta sería una noticia de primera plana en cualquier economía del mundo. Sin duda, es un excelente resultado en un escenario complejo, con creciente riesgo de crisis económica del mundo desarrollado, presiones revaluacionistas y deterioro de la infraestructura vial por un crudo y prolongado invierno.
No obstante, no faltan redactores o analistas aguafiestas. Puesto que se afirma que “en economía todo es relativo”, es muy fácil encontrar la forma de “demostrar” que un resultado aparentemente bueno, no lo es. Y esto rinde dividendos en términos de lectores en un entorno con fuerte tendencia a menospreciar lo propio.
Un truco usual es la comparación con otros países; por ejemplo, qué importa un crecimiento de la economía colombiana de 5.5% o 6.0% en ese escenario complejo, si Chile, Argentina y Perú crecieron más, y China está creciendo al 9% o 10%.
Con el reciente dato de las exportaciones no resultó fácil usar esta “técnica”. Quizás percibieron que Colombia tuvo uno de los mejores desempeños en el mundo y que no es muy vendedor un titular enunciando que Kazajistán, Estonia y Bielorrusia fueron las pocas economías que crecieron las exportaciones más que las colombianas.
Pero siempre hay otros trucos disponibles: la comparación con la propia historia, tomando el mejor dato posible. Por ahí sí es: 2008 fue el año record en exportaciones “no tradicionales”; y aun cuando 2011 estuvo cerca de ese nivel, no lo alcanzó.
Listo el titular “Baja peso de ventas no tradicionales, pese a record exportador”. Y el desarrollo: “El descenso en la participación de las ventas no tradicionales se produjo de manera simultánea con una reducción de este tipo de exportaciones en términos absolutos (12,3 por ciento, según los datos hasta noviembre)”.
Leídos textualmente, dan a entender que en 2011 esas exportaciones tuvieron un valor en dólares inferior al de 2010; ese es el análisis típico del comercio internacional, en el que las comparaciones se hacen con el año anterior (igual es la práctica con el crecimiento económico, los utilidades de las empresas, la inflación, y muchas más). Pero no. ¡La referencia del redactor es 2008 y no lo compara con todo el año 2011!
Siempre es válido tomar como referencia el año de mejor desempeño. Lo que no es habitual es acudir a él para destacar una caída absoluta cuando se toma el dato parcial del último año (noviembre y no diciembre que ya esta disponible). Tomando los dos años completos, la caída en dólares es el 2.6% y no el 12.3% que sale de comparar el acumulado a diciembre con el acumulado a noviembre.
Además, para “demostrar” la caída relativa de las “no tradicionales” no es necesario devolverse a 2008: ellas pasaron del 36.3% del total exportado en 2010 al 30.1% en 2011. No obstante, en dólares crecieron 18.7% (¿razón para usar 2008?).
Muchas explicaciones se le quedan debiendo a los lectores sobre las exportaciones “no tradicionales”: 1. La caída con relación a 2008 fue ocasionada por la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano. 2. La del año pasado y antepasado se deben al notable repunte de los precios internacionales. 3. Pero en términos absolutos vienen en franca recuperación por las decisiones de los empresarios y el fuerte apoyo del gobierno para diversificar mercados.
… Muchas deudas.
La mejor industria
Publicado en el diario La República, el 9 de febrero de 2012
Según The Economist, la industria colombiana fue la de mejor desempeño en el segundo semestre de 2011, entre las siete economías más importantes de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Venezuela y Perú). En cambio, Brasil lleva tres meses consecutivos con variaciones negativas anuales y Perú dos meses.
¿Por qué a pesar de estos resultados y de los obtenidos en crecimiento del empleo y de las exportaciones industriales, se sigue insistiendo en una presunta “acelerada desindustrialización”?
En una columna el exministro Hommes resaltó la ambivalente posición de algunos empresarios frente a los tratados de libre comercio. Cuando esperan beneficios de una negociación, nunca o muy raras veces lo expresan públicamente, pero cuando se sienten afectados sí lo hacen. Así, en la opinión solo queda la percepción negativa.
Con el análisis de los resultados económicos ocurre lo mismo, pues las malas noticias son las que acaparan los titulares. A ello se suma la inclinación a menospreciar lo propio y sobrevalorar lo ajeno. Alabamos la política industrial de otros países, pero no valoramos la que tenemos, ni le reconocemos algún impacto en los resultados positivos.
Habitualmente la sobrevaloración no va más allá de la sesgada comparación, lo que impide ver qué está pasando en el mundo globalizado. Y esto puede tener consecuencias más negativas que las imputadas a los tratados de libre comercio.
Un ejemplo es el mercado mundial de autos, que sufrió un cambio estructural, como ha ocurrido en otros sectores. Hasta hace poco dominaban los países desarrollados; en 1961 Estados Unidos y cuatro países de Europa (Reino Unido, Alemania, Italia y Francia) concentraban el 88% de la producción mundial.
Pero la globalización cambió todo. Aparecieron nuevos competidores como Japón y varias economías emergentes; las grandes multinacionales se “descentralizaron” y fragmentaron sus procesos de producción por el mundo. Hoy en día los autos son “made in the world”; perdieron su nacionalidad y la competencia es por la innovación, la productividad y los menores costos. Ahora esos países desarrollados (no las multinacionales) producen menos del 20% de la oferta mundial y en Estados Unidos solo el 37% de las ventas de 2007 fue de marcas locales; el resto son importados o de plantas extranjeras instaladas en ese mercado.
En ese contexto, no es claro cómo algunos empresarios del sector que más está creciendo en la industria colombiana (20% anual en valor agregado), y con ventas récord en 2011, puedan afirmar que el TLC con México está causando un desastre sectorial y que otros que están en camino los enterrará.
Colombia no es una isla, ni quiere serlo; por el contrario, busca aprovechar las ventajas de la economía globalizada y beneficiar al consumidor, lo que implica mayor exposición a la competencia. Por eso, desde la apertura viene creciendo la oferta de vehículos importados, al punto que actualmente compiten cerca de 50 marcas, sin sacrificar la producción nacional.
De acuerdo con Acolfa, entre 2005 y 2008, cuando sólo desde la Comunidad Andina entraban autos con arancel cero, los importados representaron en promedio el 56% del consumo aparente. Y según Fenalco, hasta octubre de 2011 ellos representaron el 48% de las ventas del país. Por lo tanto, no es atribuible a la desgravación con México ningún desastre, en particular cuando las cifras muestran un año excepcional.
Tenemos la industria con el mejor comportamiento coyuntural en la región; pero hay mucho camino por recorrer en materia de competitividad, con miras a insertarse en las cadenas globales de valor, neutralizar la competencia sin volverse “comercializadores”, y crecer los empleos de calidad. Esos son los retos que plantean la globalización y los TLC.
Según The Economist, la industria colombiana fue la de mejor desempeño en el segundo semestre de 2011, entre las siete economías más importantes de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Venezuela y Perú). En cambio, Brasil lleva tres meses consecutivos con variaciones negativas anuales y Perú dos meses.
¿Por qué a pesar de estos resultados y de los obtenidos en crecimiento del empleo y de las exportaciones industriales, se sigue insistiendo en una presunta “acelerada desindustrialización”?
En una columna el exministro Hommes resaltó la ambivalente posición de algunos empresarios frente a los tratados de libre comercio. Cuando esperan beneficios de una negociación, nunca o muy raras veces lo expresan públicamente, pero cuando se sienten afectados sí lo hacen. Así, en la opinión solo queda la percepción negativa.
Con el análisis de los resultados económicos ocurre lo mismo, pues las malas noticias son las que acaparan los titulares. A ello se suma la inclinación a menospreciar lo propio y sobrevalorar lo ajeno. Alabamos la política industrial de otros países, pero no valoramos la que tenemos, ni le reconocemos algún impacto en los resultados positivos.
Habitualmente la sobrevaloración no va más allá de la sesgada comparación, lo que impide ver qué está pasando en el mundo globalizado. Y esto puede tener consecuencias más negativas que las imputadas a los tratados de libre comercio.
Un ejemplo es el mercado mundial de autos, que sufrió un cambio estructural, como ha ocurrido en otros sectores. Hasta hace poco dominaban los países desarrollados; en 1961 Estados Unidos y cuatro países de Europa (Reino Unido, Alemania, Italia y Francia) concentraban el 88% de la producción mundial.
Pero la globalización cambió todo. Aparecieron nuevos competidores como Japón y varias economías emergentes; las grandes multinacionales se “descentralizaron” y fragmentaron sus procesos de producción por el mundo. Hoy en día los autos son “made in the world”; perdieron su nacionalidad y la competencia es por la innovación, la productividad y los menores costos. Ahora esos países desarrollados (no las multinacionales) producen menos del 20% de la oferta mundial y en Estados Unidos solo el 37% de las ventas de 2007 fue de marcas locales; el resto son importados o de plantas extranjeras instaladas en ese mercado.
En ese contexto, no es claro cómo algunos empresarios del sector que más está creciendo en la industria colombiana (20% anual en valor agregado), y con ventas récord en 2011, puedan afirmar que el TLC con México está causando un desastre sectorial y que otros que están en camino los enterrará.
Colombia no es una isla, ni quiere serlo; por el contrario, busca aprovechar las ventajas de la economía globalizada y beneficiar al consumidor, lo que implica mayor exposición a la competencia. Por eso, desde la apertura viene creciendo la oferta de vehículos importados, al punto que actualmente compiten cerca de 50 marcas, sin sacrificar la producción nacional.
De acuerdo con Acolfa, entre 2005 y 2008, cuando sólo desde la Comunidad Andina entraban autos con arancel cero, los importados representaron en promedio el 56% del consumo aparente. Y según Fenalco, hasta octubre de 2011 ellos representaron el 48% de las ventas del país. Por lo tanto, no es atribuible a la desgravación con México ningún desastre, en particular cuando las cifras muestran un año excepcional.
Tenemos la industria con el mejor comportamiento coyuntural en la región; pero hay mucho camino por recorrer en materia de competitividad, con miras a insertarse en las cadenas globales de valor, neutralizar la competencia sin volverse “comercializadores”, y crecer los empleos de calidad. Esos son los retos que plantean la globalización y los TLC.
Docentes
Publicado por
Hernán Avendaño Cruz
en
7:00
Publicado en Ámbito Jurídico No. 338 el 30 de enero de 2012
Tremenda polémica suscitó en diciembre pasado el profesor Camilo Jiménez con su renuncia pública a una cátedra universitaria. Unos le dieron toda la razón, otros a medias y algunos rechazaron radicalmente sus argumentos.
Los primeros respaldan la idea de que las tecnologías modernas ocasionan gran daño a la juventud. Los chats no sólo los distraen del aprendizaje sino que estimulan la pésima escritura; la televisión los absorbe y el internet no les sirve como fuente de conocimiento, sino como factor de dispersión.
Los radicales afirman que el problema no es nuevo en la historia de la humanidad, pues siempre las nuevas generaciones son díscolas y van contra las normas; a ellos se les debe la evolución de los idiomas, luego el chat estaría representando solo una nueva modalidad de desarrollo lingüístico que los docentes, por ser de una generación diferente, no entienden. Además piensan que escribir no es lo importante para hacer dinero y tener buenos negocios o empleos.
En medio están quienes descalifican algunos de los elementos del debate –por ejemplo, las razones de la renuncia demuestran la incapacidad del docente para superar los obstáculos habituales en el ejercicio de esta profesión–, pero identifican los bajos niveles de lectura como un entorno inadecuado para la educación en un país.
En mi opinión el problema es más de fondo y las siguientes reflexiones se fundamentan en la experiencia personal.
Para empezar, es evidente que la tecnología está cambiando las actitudes y las habilidades de los estudiantes; el problema pedagógico surge de la contraposición entre los nativos y los migrantes en internet. Además, en nuestro medio tenemos problemas heredados de la famosa promoción automática. Por último, la docencia sigue siendo una profesión mal remunerada.
Las nuevas generaciones tienen la habilidad para desarrollar múltiples actividades de forma simultánea, sin que aparentemente le estén poniendo atención especial a una de ellas. Cuando el docente es un migrante que no ha hecho el esfuerzo de entender esa realidad, se choca contra el mundo; no solo se encuentra con estudiantes que aparentemente no ponen atención, sino que además se aburren con la clase tradicional de tablero y marcador.
Para aprovechar esas habilidades, hay facultades y docentes que están migrando a diferentes técnicas de aprendizaje basadas en la web 2.0; utilizan chats, blogs, wikis, y redes sociales, entre otras, que combinan con materiales tradicionales. Con esto no sólo logran la atención, sino una participación más activa en los procesos de aprendizaje. La limitación es que no es una estrategia generalizada sino el resultado de esfuerzos individuales y aislados.
El problema se complica si agregamos el segundo elemento. Muchos de los bachilleres graduados con la promoción automática tienen grandes falencias. Los resultados están a la vista con las pruebas Pisa de la OECD, que son lamentables y deberían haber generado una “emergencia educativa” en Colombia.
Basta citar los resultados en lectura. En esa prueba el 47.1% de los estudiantes estuvieron por debajo del nivel 2, que se considera el mínimo para comprender lo que se lee. En Shanghai (China) que ocupó el primer lugar, sólo quedan en ese grupo el 4.1% de los estudiantes y en el promedio de la OECD el 18.8%.
Peor aún es al panorama en los dos niveles superiores, donde solo queda el 0.6% de los colombianos, frente a 7.6% en el promedio de la OECD y el 19.5% de Shanghai.
Aquí puede haber una razón para el desánimo de cualquier profesor, pues no hay cómo pedirle que escriba a quien no lee o lee y no entiende.
Por último, está el tema de las remuneraciones. En Colombia la docencia termina siendo un recurso de última instancia para muchos profesionales que no logran emplearse en sus oficios. Esto ocasiona dos problemas; de un lado, no siempre llegan a las cátedras los mejor capacitados ni en docencia ni en sus áreas específicas; de otro, no asumen plenamente el compromiso que implica enseñar.
Esos dos factores contribuyen a deprimir las remuneraciones en muchas instituciones de educación superior; entonces, los docentes se ven forzados a vincularse con varias universidades para mejorar sus ingresos. Y así se completa un círculo de mediocridad, rezago en conocimientos y poco interés en hacer esfuerzos de adaptación a las nuevas tecnologías.
¿Cuántos profesores de estos tienen el tiempo de leer los trabajos de los estudiantes? Esta es una de las razones por las que prolifera el plagio, pues la habilidad del copy-paste de los nativos no puede ser contrarrestada por profesores migrantes que no tienen tiempo de actualizarse o que no saben utilizar siquiera las herramientas simples de búsqueda de internet para detectar plagios.
Quizás eso explique el argumento de una estudiante que terció en el debate, al señalar que de 29 profesores que ha tenido solo hay unos tres que le han enseñado algo.
El debate debería continuar…
Tremenda polémica suscitó en diciembre pasado el profesor Camilo Jiménez con su renuncia pública a una cátedra universitaria. Unos le dieron toda la razón, otros a medias y algunos rechazaron radicalmente sus argumentos.
Los primeros respaldan la idea de que las tecnologías modernas ocasionan gran daño a la juventud. Los chats no sólo los distraen del aprendizaje sino que estimulan la pésima escritura; la televisión los absorbe y el internet no les sirve como fuente de conocimiento, sino como factor de dispersión.
Los radicales afirman que el problema no es nuevo en la historia de la humanidad, pues siempre las nuevas generaciones son díscolas y van contra las normas; a ellos se les debe la evolución de los idiomas, luego el chat estaría representando solo una nueva modalidad de desarrollo lingüístico que los docentes, por ser de una generación diferente, no entienden. Además piensan que escribir no es lo importante para hacer dinero y tener buenos negocios o empleos.
En medio están quienes descalifican algunos de los elementos del debate –por ejemplo, las razones de la renuncia demuestran la incapacidad del docente para superar los obstáculos habituales en el ejercicio de esta profesión–, pero identifican los bajos niveles de lectura como un entorno inadecuado para la educación en un país.
En mi opinión el problema es más de fondo y las siguientes reflexiones se fundamentan en la experiencia personal.
Para empezar, es evidente que la tecnología está cambiando las actitudes y las habilidades de los estudiantes; el problema pedagógico surge de la contraposición entre los nativos y los migrantes en internet. Además, en nuestro medio tenemos problemas heredados de la famosa promoción automática. Por último, la docencia sigue siendo una profesión mal remunerada.
Las nuevas generaciones tienen la habilidad para desarrollar múltiples actividades de forma simultánea, sin que aparentemente le estén poniendo atención especial a una de ellas. Cuando el docente es un migrante que no ha hecho el esfuerzo de entender esa realidad, se choca contra el mundo; no solo se encuentra con estudiantes que aparentemente no ponen atención, sino que además se aburren con la clase tradicional de tablero y marcador.
Para aprovechar esas habilidades, hay facultades y docentes que están migrando a diferentes técnicas de aprendizaje basadas en la web 2.0; utilizan chats, blogs, wikis, y redes sociales, entre otras, que combinan con materiales tradicionales. Con esto no sólo logran la atención, sino una participación más activa en los procesos de aprendizaje. La limitación es que no es una estrategia generalizada sino el resultado de esfuerzos individuales y aislados.
El problema se complica si agregamos el segundo elemento. Muchos de los bachilleres graduados con la promoción automática tienen grandes falencias. Los resultados están a la vista con las pruebas Pisa de la OECD, que son lamentables y deberían haber generado una “emergencia educativa” en Colombia.
Basta citar los resultados en lectura. En esa prueba el 47.1% de los estudiantes estuvieron por debajo del nivel 2, que se considera el mínimo para comprender lo que se lee. En Shanghai (China) que ocupó el primer lugar, sólo quedan en ese grupo el 4.1% de los estudiantes y en el promedio de la OECD el 18.8%.
Peor aún es al panorama en los dos niveles superiores, donde solo queda el 0.6% de los colombianos, frente a 7.6% en el promedio de la OECD y el 19.5% de Shanghai.
Aquí puede haber una razón para el desánimo de cualquier profesor, pues no hay cómo pedirle que escriba a quien no lee o lee y no entiende.
Por último, está el tema de las remuneraciones. En Colombia la docencia termina siendo un recurso de última instancia para muchos profesionales que no logran emplearse en sus oficios. Esto ocasiona dos problemas; de un lado, no siempre llegan a las cátedras los mejor capacitados ni en docencia ni en sus áreas específicas; de otro, no asumen plenamente el compromiso que implica enseñar.
Esos dos factores contribuyen a deprimir las remuneraciones en muchas instituciones de educación superior; entonces, los docentes se ven forzados a vincularse con varias universidades para mejorar sus ingresos. Y así se completa un círculo de mediocridad, rezago en conocimientos y poco interés en hacer esfuerzos de adaptación a las nuevas tecnologías.
¿Cuántos profesores de estos tienen el tiempo de leer los trabajos de los estudiantes? Esta es una de las razones por las que prolifera el plagio, pues la habilidad del copy-paste de los nativos no puede ser contrarrestada por profesores migrantes que no tienen tiempo de actualizarse o que no saben utilizar siquiera las herramientas simples de búsqueda de internet para detectar plagios.
Quizás eso explique el argumento de una estudiante que terció en el debate, al señalar que de 29 profesores que ha tenido solo hay unos tres que le han enseñado algo.
El debate debería continuar…
Desindustrialización y crecimiento industrial
Publicado en el diario La República el jueves 26 de enero de 2012
Una destacada entidad de análisis afirmó recientemente que la producción industrial de 2012 puede registrar un menor crecimiento que el observado en 2011. Aun cuando hay factores positivos, tendería a predominar un grupo de elementos negativos, “enmarcado en un proceso de desindustrialización acelerado que ha afectado al país en los últimos años”.
No es claro que la presunta desindustrialización sea un marco o un factor causal. Por lo menos, las definiciones tradicionales no coinciden con las mediciones reales.
El análisis de la participación del valor agregado industrial en el PIB total de Colombia durante el presente siglo, muestra que ella aumentó continuamente desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007. Aun cuando la ganancia es modesta, contradice el concepto de desindustrialización.
En 2008 y 2009 la participación industrial se redujo hasta 13.0% y en 2010 fue de 13.1%. Esto se explica por la suma de factores que causó una crisis en el sector industrial y no en otros sectores: la crisis mundial, la política antiinflacionaria que adelantó el Banco de la República desde abril de 2006 y el cierre del mercado venezolano, que llegó a comprar el 40% de las exportaciones manufactureras del país.
Es evidente que la situación de esos dos años debe ser atribuida a problemas coyunturales. Por lo tanto, habrá que esperar a la superación del complejo panorama mundial del presente año para ver si la participación industrial recupera la tendencia de los primeros años del presente siglo; mientras tanto es difícil sustentar la hipótesis de desindustrialización.
Otra variable usada para verificar la existencia de desindustrialización es la menor participación sectorial en la generación de empleo.
El análisis de la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Dane muestra que en el periodo 2001-2011 sólo tres sectores ganaron participación en la población ocupada: construcción; transporte, almacenamiento y comunicaciones; y actividades inmobiliarias. Los demás, o se mantienen relativamente estables o pierden participación.
En el caso de la industria, su peso relativo ha fluctuado en un rango entre el 12% y el 14%, con aumento en los periodos de crecimiento de la producción y reducción en los de desaceleración. El nivel más bajo se registró en junio-agosto de 2010 (12.3%), pero desde entonces ha vuelto a una tendencia ascendente, que ubica su participación en el 13.7% en septiembre-noviembre de 2011, superando levemente la observada a comienzos del siglo (13.1%). Incluso, el último dato disponible indica que en el año completo la industria fue el principal generador de ocupación en el país, con un aporte del 24% del total.
Por lo tanto, los datos de empleo tampoco corroboran la hipótesis de “acelerada desindustrialización” del país.
Un último aspecto que la entidad de análisis considera como manifestación de la desindustrialización es el aumento de participación de los “commodities” en las exportaciones totales (“cerca del 75% de las exportaciones”, según sus cálculos).
La pérdida de participación no implica per se que las exportaciones industriales de Colombia caigan en valores absolutos. Las cifras muestran un crecimiento continuo durante el presente siglo, tanto en volumen como en valores, con excepción del periodo de la crisis o de los episodios de restricción comercial en Venezuela. Excluido este último país, las exportaciones industriales ya superaron los niveles previos a la crisis y lo hicieron en un escenario de revaluación.
No se pretende desconocer los riesgos de enfermedad holandesa, ni los impactos de un probable deterioro de la economía mundial; pero ciertamente no es un problema de desindustrialización lo que podría ocasionar un menor crecimiento de la industria en 2012.
Una destacada entidad de análisis afirmó recientemente que la producción industrial de 2012 puede registrar un menor crecimiento que el observado en 2011. Aun cuando hay factores positivos, tendería a predominar un grupo de elementos negativos, “enmarcado en un proceso de desindustrialización acelerado que ha afectado al país en los últimos años”.
No es claro que la presunta desindustrialización sea un marco o un factor causal. Por lo menos, las definiciones tradicionales no coinciden con las mediciones reales.
El análisis de la participación del valor agregado industrial en el PIB total de Colombia durante el presente siglo, muestra que ella aumentó continuamente desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007. Aun cuando la ganancia es modesta, contradice el concepto de desindustrialización.
En 2008 y 2009 la participación industrial se redujo hasta 13.0% y en 2010 fue de 13.1%. Esto se explica por la suma de factores que causó una crisis en el sector industrial y no en otros sectores: la crisis mundial, la política antiinflacionaria que adelantó el Banco de la República desde abril de 2006 y el cierre del mercado venezolano, que llegó a comprar el 40% de las exportaciones manufactureras del país.
Es evidente que la situación de esos dos años debe ser atribuida a problemas coyunturales. Por lo tanto, habrá que esperar a la superación del complejo panorama mundial del presente año para ver si la participación industrial recupera la tendencia de los primeros años del presente siglo; mientras tanto es difícil sustentar la hipótesis de desindustrialización.
Otra variable usada para verificar la existencia de desindustrialización es la menor participación sectorial en la generación de empleo.
El análisis de la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Dane muestra que en el periodo 2001-2011 sólo tres sectores ganaron participación en la población ocupada: construcción; transporte, almacenamiento y comunicaciones; y actividades inmobiliarias. Los demás, o se mantienen relativamente estables o pierden participación.
En el caso de la industria, su peso relativo ha fluctuado en un rango entre el 12% y el 14%, con aumento en los periodos de crecimiento de la producción y reducción en los de desaceleración. El nivel más bajo se registró en junio-agosto de 2010 (12.3%), pero desde entonces ha vuelto a una tendencia ascendente, que ubica su participación en el 13.7% en septiembre-noviembre de 2011, superando levemente la observada a comienzos del siglo (13.1%). Incluso, el último dato disponible indica que en el año completo la industria fue el principal generador de ocupación en el país, con un aporte del 24% del total.
Por lo tanto, los datos de empleo tampoco corroboran la hipótesis de “acelerada desindustrialización” del país.
Un último aspecto que la entidad de análisis considera como manifestación de la desindustrialización es el aumento de participación de los “commodities” en las exportaciones totales (“cerca del 75% de las exportaciones”, según sus cálculos).
La pérdida de participación no implica per se que las exportaciones industriales de Colombia caigan en valores absolutos. Las cifras muestran un crecimiento continuo durante el presente siglo, tanto en volumen como en valores, con excepción del periodo de la crisis o de los episodios de restricción comercial en Venezuela. Excluido este último país, las exportaciones industriales ya superaron los niveles previos a la crisis y lo hicieron en un escenario de revaluación.
No se pretende desconocer los riesgos de enfermedad holandesa, ni los impactos de un probable deterioro de la economía mundial; pero ciertamente no es un problema de desindustrialización lo que podría ocasionar un menor crecimiento de la industria en 2012.
2011: un año para recordar
Publicado en el diario La República el jueves 12 de enero de 2012
El crecimiento económico de 2011, que se estima en 5.5%, no es el más alto del periodo reciente (en 2007 fue del 6.9%). Pero el difícil entorno en el que se logró este resultado, junto con lo observado en diversas variables, hacen que sea un año para recordar.
El entorno mundial se caracterizó por la alta incertidumbre inducida por tres factores: la crisis japonesa ocasionada por el terremoto, el tsunami, y el accidente nuclear; la compleja situación de la eurozona, vinculada al problema de la deuda soberana; y la lenta recuperación de la economía norteamericana, por la poca efectividad de las políticas de generación de empleo.
Esas presiones se vieron compensadas en parte por la sostenida dinámica de las economías asiáticas, en especial China, que mantuvieron una elevada demanda de productos básicos y altos sus precios internacionales.
En ese entorno, la economía colombiana logró significativos reconocimientos. El más sobresaliente fue la recuperación del grado de inversión, después de once años, por parte de las calificadoras Standard & Poors, Fitch y Moodys. En la sustentación de esa mejora en la calificación, destacaron la solidez de las políticas macroeconómicas, especialmente en el campo fiscal, y la capacidad de la economía para afrontar choques externos.
En el escalafón del Doing Business, Colombia siguió avanzando; por cuarto año se reconoció como una de las 10 economías del mundo que más reformas adelantaron para mejorar el ambiente de los negocios y por sexto año como la primera de América Latina.
En un estudio de J.P.Morgan que realizó una encuesta entre inversionistas internacionales, Colombia fue destacada como la segunda economía más atractiva de la región para invertir, después de Brasil.
Adicionalmente, el estudio Atlas of Economic Complexity, investigación conjunta del MIT y la Universidad de Harvard, destacó a Colombia como la quinta economía entre 21 de la región, con mayor complejidad en su estructura productiva y más alto potencial de crecimiento en esta década.
Con relación a los resultados de variables diferentes al crecimiento, sobresalen los desempeños en comercio internacional, inversión extranjera directa y desempleo.
Tanto las exportaciones como las importaciones alcanzaron niveles sin precedentes en la historia económica de Colombia. En las exportaciones se estima que su monto al final del año estará alrededor de US$55 mil millones; en gran parte, ese resultado se explica por los altos precios internacionales de los productos básicos, aun cuando también aumentaron en volumen las exportaciones de petróleo, carbón y ferroníquel.
En el caso de las exportaciones no minero energéticas también hubo un buen desempeño y se calcula que alcanzarán los US$16 mil millones, cifra similar al récord obtenido en 2008.
La inversión extranjera directa se estima que cerrará el 2011 con un monto del orden de US$13 mil millones, que es la más alta en la historia de esta variable en el país. De nuevo es el sector minero energético el que explica la mayor parte de los flujos netos de entrada (64% del total). En el resto de sectores los ingresos ascenderán a US$4.700 millones, con un crecimiento del 86% anual.
Por último, la tasa de desempleo se ubicó en un dígito, después de muchos años de mantenerse en dos dígitos, con la excepción temporal de dos meses de 2007. En esta evolución se destaca el aporte de la industria que contribuyó con el 24% del crecimiento del número de ocupados en el último año.
Todos estos aspectos hacen del 2011 un año para recordar. Cabe esperar que ellos sean un sólido fundamento para enfrentar un 2012 en el que la incertidumbre mundial puede tener mayores repercusiones en la dinámica de las economías en desarrollo.
El crecimiento económico de 2011, que se estima en 5.5%, no es el más alto del periodo reciente (en 2007 fue del 6.9%). Pero el difícil entorno en el que se logró este resultado, junto con lo observado en diversas variables, hacen que sea un año para recordar.
El entorno mundial se caracterizó por la alta incertidumbre inducida por tres factores: la crisis japonesa ocasionada por el terremoto, el tsunami, y el accidente nuclear; la compleja situación de la eurozona, vinculada al problema de la deuda soberana; y la lenta recuperación de la economía norteamericana, por la poca efectividad de las políticas de generación de empleo.
Esas presiones se vieron compensadas en parte por la sostenida dinámica de las economías asiáticas, en especial China, que mantuvieron una elevada demanda de productos básicos y altos sus precios internacionales.
En ese entorno, la economía colombiana logró significativos reconocimientos. El más sobresaliente fue la recuperación del grado de inversión, después de once años, por parte de las calificadoras Standard & Poors, Fitch y Moodys. En la sustentación de esa mejora en la calificación, destacaron la solidez de las políticas macroeconómicas, especialmente en el campo fiscal, y la capacidad de la economía para afrontar choques externos.
En el escalafón del Doing Business, Colombia siguió avanzando; por cuarto año se reconoció como una de las 10 economías del mundo que más reformas adelantaron para mejorar el ambiente de los negocios y por sexto año como la primera de América Latina.
En un estudio de J.P.Morgan que realizó una encuesta entre inversionistas internacionales, Colombia fue destacada como la segunda economía más atractiva de la región para invertir, después de Brasil.
Adicionalmente, el estudio Atlas of Economic Complexity, investigación conjunta del MIT y la Universidad de Harvard, destacó a Colombia como la quinta economía entre 21 de la región, con mayor complejidad en su estructura productiva y más alto potencial de crecimiento en esta década.
Con relación a los resultados de variables diferentes al crecimiento, sobresalen los desempeños en comercio internacional, inversión extranjera directa y desempleo.
Tanto las exportaciones como las importaciones alcanzaron niveles sin precedentes en la historia económica de Colombia. En las exportaciones se estima que su monto al final del año estará alrededor de US$55 mil millones; en gran parte, ese resultado se explica por los altos precios internacionales de los productos básicos, aun cuando también aumentaron en volumen las exportaciones de petróleo, carbón y ferroníquel.
En el caso de las exportaciones no minero energéticas también hubo un buen desempeño y se calcula que alcanzarán los US$16 mil millones, cifra similar al récord obtenido en 2008.
La inversión extranjera directa se estima que cerrará el 2011 con un monto del orden de US$13 mil millones, que es la más alta en la historia de esta variable en el país. De nuevo es el sector minero energético el que explica la mayor parte de los flujos netos de entrada (64% del total). En el resto de sectores los ingresos ascenderán a US$4.700 millones, con un crecimiento del 86% anual.
Por último, la tasa de desempleo se ubicó en un dígito, después de muchos años de mantenerse en dos dígitos, con la excepción temporal de dos meses de 2007. En esta evolución se destaca el aporte de la industria que contribuyó con el 24% del crecimiento del número de ocupados en el último año.
Todos estos aspectos hacen del 2011 un año para recordar. Cabe esperar que ellos sean un sólido fundamento para enfrentar un 2012 en el que la incertidumbre mundial puede tener mayores repercusiones en la dinámica de las economías en desarrollo.
Impacto BRIC
Publicado en el diario La República el 8 de diciembre de 2011
Es ampliamente conocido que el acrónimo BRIC fue propuesto por Jim O’Neill de Goldman Sachs en noviembre de 2001, con el fin de resaltar que las economías en desarrollo con mayor proyección eran Brasil, Rusia, India y China.
Estas economías fueron seleccionadas por su tamaño. Según los cálculos de Goldman Sachs, en el 2000 representaban el 23.3% del PIB mundial, medido a precios de paridad de poder adquisitivo; China ya era la segunda economía más grande del mundo, en tanto que India era la cuarta.
Con mucha anticipación, O’Neill formuló que el peso relativo de los BRIC, los convertía en un jugador global a tener en cuenta: “Estas estimaciones plantean temas importantes sobre la transmisión de las políticas monetarias, fiscales y otras políticas económicas globales” (“Building Better Global Economic BRICs”). Sugería que los cambios en la política fiscal o monetaria de un país como China, tendrían un impacto global mayor que el de economías como Italia. Ese diagnóstico se ha hecho real, con el paso del tiempo.
A medida que se fue agudizando la crisis mundial de 2008-2009, surgió un intenso debate sobre el acople o el desacople, pues inicialmente hubo la percepción de que era un fenómeno aislado de las economías desarrolladas y, mientras estas se desaceleraban, el mundo en desarrollo parecía inmune al problema. Esa percepción se fortaleció cuando se hizo evidente que el principal canal de transmisión de la crisis era el financiero y las cifras indicaban que las economías en desarrollo tenían una baja exposición en títulos subprime o en otros títulos contaminados.
La discusión quedó opacada a medida que los efectos de la crisis se transmitieron a las economías en desarrollo a través del canal comercial. La caída de la demanda agregada de las economías desarrolladas ocasionó una abrupta contracción del comercio internacional y la desaceleración del crecimiento a nivel global. Aparentemente se desvirtuaba así la idea de O’Neill.
Además, con la crisis quedó claro que los BRIC no son un grupo homogéneo, sino que hay dos bloques diferentes; de un lado, China e India, que desaceleraron la economía sin entrar en recesión, y de otro, Brasil y Rusia, que tuvieron tasas de crecimiento negativas en 2009 y en general registran un desempeño menos brillante que el de los dos primeros.
De nuevo, la coyuntura mundial de los dos últimos años hace resurgir los argumentos del desacople, pues mientras las economías desarrolladas siguen postradas, las economías en desarrollo, y especialmente China e India, han funcionado como el motor de la economía y siguen sin registrar señales de contagio. ¿Será la hora de retomar los planteamientos de O’neill sobre el impacto potencial de las decisiones de política económica de los BRIC en el mundo?
Quizás hoy en día los impactos podrían ser mayores que en el 2001, por el creciente protagonismo que han ganado los BRIC en el mundo. Por ejemplo, nadie duda en atribuir a China e India, y en menor medida a Brasil y Rusia, el alto impacto que tienen sobre los precios internacionales de los productos básicos.
Esto implica que el canal comercial es el principal medio de transmisión de los cambios en los BRIC hacia las demás economías en desarrollo y, en general, al resto del mundo. Un estudio reciente del FMI (“New Growth Drivers for Low-Income Countries: The Role of BRICs”), calcula que después de la crisis, la contribución de ese grupo a la variación en las tasas de crecimiento de las economías en desarrollo exportadoras de petróleo es de 37% y en el de las exportadoras de otros productos básicos del 37.4%; en el caso de las economías de América Latina es del 19.1%.
Surge un gran interrogante: ¿A qué tipo de estructura productiva y exportadora llegará América Latina por esta vía?
Es ampliamente conocido que el acrónimo BRIC fue propuesto por Jim O’Neill de Goldman Sachs en noviembre de 2001, con el fin de resaltar que las economías en desarrollo con mayor proyección eran Brasil, Rusia, India y China.
Estas economías fueron seleccionadas por su tamaño. Según los cálculos de Goldman Sachs, en el 2000 representaban el 23.3% del PIB mundial, medido a precios de paridad de poder adquisitivo; China ya era la segunda economía más grande del mundo, en tanto que India era la cuarta.
Con mucha anticipación, O’Neill formuló que el peso relativo de los BRIC, los convertía en un jugador global a tener en cuenta: “Estas estimaciones plantean temas importantes sobre la transmisión de las políticas monetarias, fiscales y otras políticas económicas globales” (“Building Better Global Economic BRICs”). Sugería que los cambios en la política fiscal o monetaria de un país como China, tendrían un impacto global mayor que el de economías como Italia. Ese diagnóstico se ha hecho real, con el paso del tiempo.
A medida que se fue agudizando la crisis mundial de 2008-2009, surgió un intenso debate sobre el acople o el desacople, pues inicialmente hubo la percepción de que era un fenómeno aislado de las economías desarrolladas y, mientras estas se desaceleraban, el mundo en desarrollo parecía inmune al problema. Esa percepción se fortaleció cuando se hizo evidente que el principal canal de transmisión de la crisis era el financiero y las cifras indicaban que las economías en desarrollo tenían una baja exposición en títulos subprime o en otros títulos contaminados.
La discusión quedó opacada a medida que los efectos de la crisis se transmitieron a las economías en desarrollo a través del canal comercial. La caída de la demanda agregada de las economías desarrolladas ocasionó una abrupta contracción del comercio internacional y la desaceleración del crecimiento a nivel global. Aparentemente se desvirtuaba así la idea de O’Neill.
Además, con la crisis quedó claro que los BRIC no son un grupo homogéneo, sino que hay dos bloques diferentes; de un lado, China e India, que desaceleraron la economía sin entrar en recesión, y de otro, Brasil y Rusia, que tuvieron tasas de crecimiento negativas en 2009 y en general registran un desempeño menos brillante que el de los dos primeros.
De nuevo, la coyuntura mundial de los dos últimos años hace resurgir los argumentos del desacople, pues mientras las economías desarrolladas siguen postradas, las economías en desarrollo, y especialmente China e India, han funcionado como el motor de la economía y siguen sin registrar señales de contagio. ¿Será la hora de retomar los planteamientos de O’neill sobre el impacto potencial de las decisiones de política económica de los BRIC en el mundo?
Quizás hoy en día los impactos podrían ser mayores que en el 2001, por el creciente protagonismo que han ganado los BRIC en el mundo. Por ejemplo, nadie duda en atribuir a China e India, y en menor medida a Brasil y Rusia, el alto impacto que tienen sobre los precios internacionales de los productos básicos.
Esto implica que el canal comercial es el principal medio de transmisión de los cambios en los BRIC hacia las demás economías en desarrollo y, en general, al resto del mundo. Un estudio reciente del FMI (“New Growth Drivers for Low-Income Countries: The Role of BRICs”), calcula que después de la crisis, la contribución de ese grupo a la variación en las tasas de crecimiento de las economías en desarrollo exportadoras de petróleo es de 37% y en el de las exportadoras de otros productos básicos del 37.4%; en el caso de las economías de América Latina es del 19.1%.
Surge un gran interrogante: ¿A qué tipo de estructura productiva y exportadora llegará América Latina por esta vía?
Desindustrialización y complejidad
Artículo publicado en La República el 24 de noviembre de 2011
Mucho se ha discutido en el presente año sobre el fenómeno de la desindustrialización, entendido como la tendencia a un menor peso relativo del sector industrial en el PIB.
Sin desconocer la existencia de tal fenómeno en el largo plazo, es necesario controvertir la lectura simple del indicador. No es razonable sacar conclusiones de su magnitud, sin tener en cuenta los aspectos metodológicos de fondo, pues si la desindustrialización es un tema relevante, con más razón hay que medirlo correctamente.
Tampoco es adecuado hacer el análisis tomando los extremos, sin tener en cuenta la historia intermedia. Las cifras del Dane muestran que la participación de la industria creció en el PIB en 0.6 puntos porcentuales entre 2000 y 2007; luego cayó como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado venezolano. Los extremos “comprueban” la desindustrialización, ignorando que obedece a factores coyunturales; pero la historia muestra un reciente proceso de reindustrialización, que podría ser atribuido a las políticas públicas.
Hay analistas que insisten en la necesidad de emular el modelo de política industrial de Brasil. Es posible que sea un caso exitoso, pero deberían reconocer que según el indicador de desindustrialización con el que miden el desempeño industrial de Colombia, no lo es.
Siguiendo la metodología de máximo y mínimo, sin descontar los efectos de metodología, en Brasil el peso de la industria ha caído en 19 puntos porcentuales (34.6% en 1982 y 15.4% en 2007). Por contraste, para Colombia la reducción es de 11 puntos.
Además, en la región hay economías que se “desindustrializan” en mayor medida que Colombia: Argentina pierde 24 puntos porcentuales, Chile 17 puntos, Uruguay 16, Perú 15, y Costa Rica y Bolivia 12. En el otro extremo están El Salvador, Panamá y Paraguay como las economías en las que menos pierde participación la industria. ¿Serán esos los modelos a seguir?
Puesta la discusión en estos términos, no se puede colegir que la política industrial aplicada en el vecindario sea mejor que la de Colombia. Es necesario ser más objetivos y dejar de lado el pesimismo en los análisis de lo que se hace en el país; es válido ensalzar lo que otros dicen y hacen, pero midiéndolos con el mismo rasero, y acudiendo a mediciones externas como referencia para compensar los sesgos internos.
Por ejemplo, se podría empezar a mirar el mundo bajo la óptica del Atlas de Complejidad Económica, liderado por Ricardo Hausmann de la Universidad de Harvard y César Hidalgo del MIT. Según los autores, “es un intento por medir el volumen de conocimiento productivo que cada país tiene”; éste se plasma en la complejidad de su comercio y de su estructura productiva, así como en el potencial de crecimiento.
Es una propuesta creativa para entender la dinámica de las economías con una metodología diferente, que, según los autores, tiene mayor capacidad de predicción del crecimiento futuro que los rankings globales de competitividad.
Los resultados sorprenden, pues en América Latina, después de México, las economías con más alto potencial de crecimiento en la próxima década son Costa Rica y Panamá. En los puestos cuatro y cinco entre los 21 países de la región están Brasil y Colombia, y en el ranking global sólo están separados por dos puestos (52 y 54, entre 128 países, respectivamente).
En términos de los autores, los dos países tienen niveles similares de complejidad económica y de habilidades cognoscitivas. Incluso en el crecimiento esperado del PIB per cápita para 2020 Colombia se ubica mejor que Brasil (36 y 48, respectivamente).
El Atlas es un indicador complejo, pero bien merece un estudio a fondo para ver por qué nos parecemos más a Brasil de lo que en nuestro medio queremos aceptar.
Mucho se ha discutido en el presente año sobre el fenómeno de la desindustrialización, entendido como la tendencia a un menor peso relativo del sector industrial en el PIB.
Sin desconocer la existencia de tal fenómeno en el largo plazo, es necesario controvertir la lectura simple del indicador. No es razonable sacar conclusiones de su magnitud, sin tener en cuenta los aspectos metodológicos de fondo, pues si la desindustrialización es un tema relevante, con más razón hay que medirlo correctamente.
Tampoco es adecuado hacer el análisis tomando los extremos, sin tener en cuenta la historia intermedia. Las cifras del Dane muestran que la participación de la industria creció en el PIB en 0.6 puntos porcentuales entre 2000 y 2007; luego cayó como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado venezolano. Los extremos “comprueban” la desindustrialización, ignorando que obedece a factores coyunturales; pero la historia muestra un reciente proceso de reindustrialización, que podría ser atribuido a las políticas públicas.
Hay analistas que insisten en la necesidad de emular el modelo de política industrial de Brasil. Es posible que sea un caso exitoso, pero deberían reconocer que según el indicador de desindustrialización con el que miden el desempeño industrial de Colombia, no lo es.
Siguiendo la metodología de máximo y mínimo, sin descontar los efectos de metodología, en Brasil el peso de la industria ha caído en 19 puntos porcentuales (34.6% en 1982 y 15.4% en 2007). Por contraste, para Colombia la reducción es de 11 puntos.
Además, en la región hay economías que se “desindustrializan” en mayor medida que Colombia: Argentina pierde 24 puntos porcentuales, Chile 17 puntos, Uruguay 16, Perú 15, y Costa Rica y Bolivia 12. En el otro extremo están El Salvador, Panamá y Paraguay como las economías en las que menos pierde participación la industria. ¿Serán esos los modelos a seguir?
Puesta la discusión en estos términos, no se puede colegir que la política industrial aplicada en el vecindario sea mejor que la de Colombia. Es necesario ser más objetivos y dejar de lado el pesimismo en los análisis de lo que se hace en el país; es válido ensalzar lo que otros dicen y hacen, pero midiéndolos con el mismo rasero, y acudiendo a mediciones externas como referencia para compensar los sesgos internos.
Por ejemplo, se podría empezar a mirar el mundo bajo la óptica del Atlas de Complejidad Económica, liderado por Ricardo Hausmann de la Universidad de Harvard y César Hidalgo del MIT. Según los autores, “es un intento por medir el volumen de conocimiento productivo que cada país tiene”; éste se plasma en la complejidad de su comercio y de su estructura productiva, así como en el potencial de crecimiento.
Es una propuesta creativa para entender la dinámica de las economías con una metodología diferente, que, según los autores, tiene mayor capacidad de predicción del crecimiento futuro que los rankings globales de competitividad.
Los resultados sorprenden, pues en América Latina, después de México, las economías con más alto potencial de crecimiento en la próxima década son Costa Rica y Panamá. En los puestos cuatro y cinco entre los 21 países de la región están Brasil y Colombia, y en el ranking global sólo están separados por dos puestos (52 y 54, entre 128 países, respectivamente).
En términos de los autores, los dos países tienen niveles similares de complejidad económica y de habilidades cognoscitivas. Incluso en el crecimiento esperado del PIB per cápita para 2020 Colombia se ubica mejor que Brasil (36 y 48, respectivamente).
El Atlas es un indicador complejo, pero bien merece un estudio a fondo para ver por qué nos parecemos más a Brasil de lo que en nuestro medio queremos aceptar.
Más sobre desindustrialización
Publicado en Ámbito Jurídico el 14 de noviembre de 2011
Hace unos días se realizó el lanzamiento del libro “Hacia una política industrial de nueva generación para Colombia”, escrito por Astrid Martínez y José Antonio Ocampo, con el auspicio de la Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana.
En el capítulo III revisan el tema de la desindustrialización, que ha vuelto a ser tema de debate desde el primer semestre, cuando se aseveró que este fenómeno era consecuencia de la carencia de una política industrial en el país.
En el capítulo se afirma que la pérdida de participación de la industria en el PIB puede ser el resultado de varios factores: la tendencia estructural del desarrollo, en la que pierden participación la agricultura y la industria y la ganan los servicios; el notable crecimiento del sector minero–energético, que aumenta el peso relativo de la minería; y la tendencia a la tercerización de parte de las actividades de las empresas industriales, que pasan a contabilizarse en el sector de servicios.
A esa enumeración, habría que sumarle factores como el aumento de la competencia internacional, que menciona Dani Rodrik (“The Manufacturing Imperative”) para el caso de Estados Unidos, o hacer explícito el cambio tecnológico dentro de la tendencia estructural, dado que repercute en aumentos de la producción con menos empleo y menor participación en el PIB (caso similar a lo que aconteció con la agricultura).
Aun cuando los autores señalan que el cambio de metodologías o de año base de la contabilidad nacional es un tema secundario, hicieron su propio cálculo unificando series. Encontraron que “esto explica que la participación de la industria en el PIB presentada para 1974 sea 18.54%, y no el 24.47% que se obtendría por el cálculo directo utilizando las Cuentas Nacionales base 1975”. Por lo tanto, la metodología genera cerca de seis puntos porcentuales de diferencia en un solo año.
La desindustrialización que estiman apunta a una caída de seis puntos en la participación de la industria en el PIB si se comparan 1974 y 1999 o cuatro puntos si la comparación se hace con 2007. Este es un gran avance frente a los 10 puntos que tradicionalmente se menciona y muestra que la metodología no es tan secundaria; indica, nada más y nada menos, que ese factor “infla”, en el primer caso, en cerca del 70% el cálculo de la desindustrialización.
Hay un aspecto adicional para comentar sobre el tema: se debe evitar que la coyuntura sea interpretada como un problema estructural. Tal riesgo lo hay en el caso de la comparación que hacen los autores de la desindustrialización de Brasil con la de Colombia durante la última década.
Señalan que la participación de la industria en el PIB de Brasil cayó del 19.2% al 15.8% entre 2004 y 2010 “y representa en la actualidad tan solo el 39% del valor de sus exportaciones, cuando anteriormente era el 55%”. “En Colombia, en el mismo período, la producción industrial pasó del 14.2% en 2004 al 13.7% en 2010 como porcentaje del PIB, y las exportaciones no tradicionales pasaron de 54.2% en 2004 al 33.6% en 2010”.
Lo primero que salta a la vista es la diferencia de magnitudes, pues en el país vecino la reducción es de 3.4 puntos porcentuales, mientras que en el caso colombiano apenas fue de 0.5 puntos porcentuales. Esto es interesante porque se ha tendido a ensalzar la política industrial de Brasil y a sugerirla como el modelo a seguir en Colombia.
Lo segundo, es que en el caso del PIB de Colombia la industria creció su participación desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007 y luego la redujo a 13.7% en 2010. Como se recordará, la crisis mundial ocasionó una drástica caída de la producción industrial del país, mientras que en otros sectores se registró una desaceleración moderada; esto explica su pérdida de participación en el PIB. Por lo tanto, no es posible inferir si esta reducción será permanente o transitoria.
Tercero, con relación a las exportaciones industriales ocurre algo similar, pues además de sufrir un impacto negativo por la crisis mundial, las afectó el cierre del mercado de Venezuela.
Cuarto, las exportaciones industriales han perdido participación por un fuerte efecto precio de los productos primarios. En ese contexto, hay que destacar la dinámica excepcional registrada por las exportaciones industriales en las dos últimas décadas, pues, a pesar del escaso aumento de los precios, mantienen su tendencia ascendente por un efecto volumen.
En síntesis, los autores del libro aportan varios elementos para entender el fenómeno de la desindustrialización en Colombia, y no señalan entre los factores explicativos la ausencia de una política industrial. Es necesario seguir explorando las causas efectivas de la menor participación en el PIB, qué tanto explica cada factor y cuál es el papel de las exportaciones.
Hace unos días se realizó el lanzamiento del libro “Hacia una política industrial de nueva generación para Colombia”, escrito por Astrid Martínez y José Antonio Ocampo, con el auspicio de la Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana.
En el capítulo III revisan el tema de la desindustrialización, que ha vuelto a ser tema de debate desde el primer semestre, cuando se aseveró que este fenómeno era consecuencia de la carencia de una política industrial en el país.
En el capítulo se afirma que la pérdida de participación de la industria en el PIB puede ser el resultado de varios factores: la tendencia estructural del desarrollo, en la que pierden participación la agricultura y la industria y la ganan los servicios; el notable crecimiento del sector minero–energético, que aumenta el peso relativo de la minería; y la tendencia a la tercerización de parte de las actividades de las empresas industriales, que pasan a contabilizarse en el sector de servicios.
A esa enumeración, habría que sumarle factores como el aumento de la competencia internacional, que menciona Dani Rodrik (“The Manufacturing Imperative”) para el caso de Estados Unidos, o hacer explícito el cambio tecnológico dentro de la tendencia estructural, dado que repercute en aumentos de la producción con menos empleo y menor participación en el PIB (caso similar a lo que aconteció con la agricultura).
Aun cuando los autores señalan que el cambio de metodologías o de año base de la contabilidad nacional es un tema secundario, hicieron su propio cálculo unificando series. Encontraron que “esto explica que la participación de la industria en el PIB presentada para 1974 sea 18.54%, y no el 24.47% que se obtendría por el cálculo directo utilizando las Cuentas Nacionales base 1975”. Por lo tanto, la metodología genera cerca de seis puntos porcentuales de diferencia en un solo año.
La desindustrialización que estiman apunta a una caída de seis puntos en la participación de la industria en el PIB si se comparan 1974 y 1999 o cuatro puntos si la comparación se hace con 2007. Este es un gran avance frente a los 10 puntos que tradicionalmente se menciona y muestra que la metodología no es tan secundaria; indica, nada más y nada menos, que ese factor “infla”, en el primer caso, en cerca del 70% el cálculo de la desindustrialización.
Hay un aspecto adicional para comentar sobre el tema: se debe evitar que la coyuntura sea interpretada como un problema estructural. Tal riesgo lo hay en el caso de la comparación que hacen los autores de la desindustrialización de Brasil con la de Colombia durante la última década.
Señalan que la participación de la industria en el PIB de Brasil cayó del 19.2% al 15.8% entre 2004 y 2010 “y representa en la actualidad tan solo el 39% del valor de sus exportaciones, cuando anteriormente era el 55%”. “En Colombia, en el mismo período, la producción industrial pasó del 14.2% en 2004 al 13.7% en 2010 como porcentaje del PIB, y las exportaciones no tradicionales pasaron de 54.2% en 2004 al 33.6% en 2010”.
Lo primero que salta a la vista es la diferencia de magnitudes, pues en el país vecino la reducción es de 3.4 puntos porcentuales, mientras que en el caso colombiano apenas fue de 0.5 puntos porcentuales. Esto es interesante porque se ha tendido a ensalzar la política industrial de Brasil y a sugerirla como el modelo a seguir en Colombia.
Lo segundo, es que en el caso del PIB de Colombia la industria creció su participación desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007 y luego la redujo a 13.7% en 2010. Como se recordará, la crisis mundial ocasionó una drástica caída de la producción industrial del país, mientras que en otros sectores se registró una desaceleración moderada; esto explica su pérdida de participación en el PIB. Por lo tanto, no es posible inferir si esta reducción será permanente o transitoria.
Tercero, con relación a las exportaciones industriales ocurre algo similar, pues además de sufrir un impacto negativo por la crisis mundial, las afectó el cierre del mercado de Venezuela.
Cuarto, las exportaciones industriales han perdido participación por un fuerte efecto precio de los productos primarios. En ese contexto, hay que destacar la dinámica excepcional registrada por las exportaciones industriales en las dos últimas décadas, pues, a pesar del escaso aumento de los precios, mantienen su tendencia ascendente por un efecto volumen.
En síntesis, los autores del libro aportan varios elementos para entender el fenómeno de la desindustrialización en Colombia, y no señalan entre los factores explicativos la ausencia de una política industrial. Es necesario seguir explorando las causas efectivas de la menor participación en el PIB, qué tanto explica cada factor y cuál es el papel de las exportaciones.
Exportaciones industriales
Publicado en el diario La República, el 10 de noviembre de 2011
Ante la probable aparición de enfermedad holandesa en el país, como consecuencia de una bonanza de productos básicos, surge la preocupación sobre lo que puede ocurrir con las exportaciones de bienes industriales. En los agropecuarios los efectos serían menores porque podrían ser beneficiados por los altos precios internacionales en los próximos años.
El gobierno ha sido precavido: tramitó en el Congreso la reforma a las regalías, para crear fondos de ahorro de parte de los recursos de una probable bonanza minero–energética; el país cuenta con una ley de responsabilidad fiscal; y recientemente se aprobó la ley de regla fiscal.
En ese contexto, convine evaluar cómo han evolucionado las exportaciones industriales de Colombia, pues sería de presumir que ya se han empezado a deteriorar por efecto de la presunta desindustrialización, por la revaluación y por la desaceleración de la economía mundial.
Las exportaciones industriales vienen perdiendo participación en el total exportado tanto en volumen como en valores, desde antes de la crisis mundial. El valor exportado (excluyendo los derivados del petróleo) representó un máximo del 42.7% en 2001, y en 2010 apenas fue el 24.4% de las exportaciones totales. En volumen alcanzaron un máximo del 6.7% en 2002 y bajaron al 4.1% en 2010.
¿Estos resultados se relacionan con la desindustrialización? No parece tal, pues si bien pierden participación en el total, tanto el valor como el volumen de las exportaciones de este sector tienen una tendencia creciente que sólo se ve interrumpida por la crisis mundial.
El valor de las exportaciones industriales creció continuamente desde 1991 (6.3% anual) y su ritmo se aceleró en el periodo 2004-2008 (18.2% anual). En los dos años siguientes se redujeron como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado de Venezuela.
Es evidente el impacto de Venezuela tanto en la notable dinámica hasta 2008, como en la caída en los años 2009 y 2010. Sin incluir ese mercado, las exportaciones industriales ya sobrepasaron el monto exportado del 2008, mientras que incluyéndolo apenas lo harán este año.
En términos de volumen las exportaciones muestran un comportamiento diferente al del valor, pues el mayor dinamismo se registró entre 1991 y 2003 (11.1% anual), mientras que en el periodo 2004-2008 fue más moderado (2.9% anual), registrando el máximo en 2007. Posiblemente la reducción refleje el impacto de la apreciación de la tasa de cambio, especialmente cuando se hace el análisis descontando a Venezuela, dado que desde 2006 se empezó observar una caída. En ambos casos, no se ha recuperado el volumen exportado, pero la evolución reciente permite esperar que sin el mercado vecino al cierre del presente año se alcance el nivel precrisis.
En las dos últimas décadas el índice de volumen muestra que desde 1991 las exportaciones industriales han crecido más que las exportaciones primarias, y que productos como el petróleo, los derivados del petróleo y el café.
En cambio el índice de precios implícitos indica que los industriales son precisamente los que menos han crecido, mientras que los de derivados del petróleo registran el mayor aumento.
En síntesis, las exportaciones industriales han tenido un desempeño notable durante las últimas décadas tanto en valores como en volumen. Sin embargo, pierden participación en el total exportado porque hay fuerte efecto precios en los bienes primarios, que no alcanza a ser compensado por el efecto volumen de las exportaciones industriales.
No obstante, es preciso hacer un seguimiento estrecho de su evolución para ver si la tasa de cambio está afectando el volumen exportado y neutralizar los impactos negativos que pueda generar en él una bonanza minero-energética.
Ante la probable aparición de enfermedad holandesa en el país, como consecuencia de una bonanza de productos básicos, surge la preocupación sobre lo que puede ocurrir con las exportaciones de bienes industriales. En los agropecuarios los efectos serían menores porque podrían ser beneficiados por los altos precios internacionales en los próximos años.
El gobierno ha sido precavido: tramitó en el Congreso la reforma a las regalías, para crear fondos de ahorro de parte de los recursos de una probable bonanza minero–energética; el país cuenta con una ley de responsabilidad fiscal; y recientemente se aprobó la ley de regla fiscal.
En ese contexto, convine evaluar cómo han evolucionado las exportaciones industriales de Colombia, pues sería de presumir que ya se han empezado a deteriorar por efecto de la presunta desindustrialización, por la revaluación y por la desaceleración de la economía mundial.
Las exportaciones industriales vienen perdiendo participación en el total exportado tanto en volumen como en valores, desde antes de la crisis mundial. El valor exportado (excluyendo los derivados del petróleo) representó un máximo del 42.7% en 2001, y en 2010 apenas fue el 24.4% de las exportaciones totales. En volumen alcanzaron un máximo del 6.7% en 2002 y bajaron al 4.1% en 2010.
¿Estos resultados se relacionan con la desindustrialización? No parece tal, pues si bien pierden participación en el total, tanto el valor como el volumen de las exportaciones de este sector tienen una tendencia creciente que sólo se ve interrumpida por la crisis mundial.
El valor de las exportaciones industriales creció continuamente desde 1991 (6.3% anual) y su ritmo se aceleró en el periodo 2004-2008 (18.2% anual). En los dos años siguientes se redujeron como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado de Venezuela.
Es evidente el impacto de Venezuela tanto en la notable dinámica hasta 2008, como en la caída en los años 2009 y 2010. Sin incluir ese mercado, las exportaciones industriales ya sobrepasaron el monto exportado del 2008, mientras que incluyéndolo apenas lo harán este año.
En términos de volumen las exportaciones muestran un comportamiento diferente al del valor, pues el mayor dinamismo se registró entre 1991 y 2003 (11.1% anual), mientras que en el periodo 2004-2008 fue más moderado (2.9% anual), registrando el máximo en 2007. Posiblemente la reducción refleje el impacto de la apreciación de la tasa de cambio, especialmente cuando se hace el análisis descontando a Venezuela, dado que desde 2006 se empezó observar una caída. En ambos casos, no se ha recuperado el volumen exportado, pero la evolución reciente permite esperar que sin el mercado vecino al cierre del presente año se alcance el nivel precrisis.
En las dos últimas décadas el índice de volumen muestra que desde 1991 las exportaciones industriales han crecido más que las exportaciones primarias, y que productos como el petróleo, los derivados del petróleo y el café.
En cambio el índice de precios implícitos indica que los industriales son precisamente los que menos han crecido, mientras que los de derivados del petróleo registran el mayor aumento.
En síntesis, las exportaciones industriales han tenido un desempeño notable durante las últimas décadas tanto en valores como en volumen. Sin embargo, pierden participación en el total exportado porque hay fuerte efecto precios en los bienes primarios, que no alcanza a ser compensado por el efecto volumen de las exportaciones industriales.
No obstante, es preciso hacer un seguimiento estrecho de su evolución para ver si la tasa de cambio está afectando el volumen exportado y neutralizar los impactos negativos que pueda generar en él una bonanza minero-energética.
Empresas Visibles
Publicado en el diario La República el viernes 28 de octubre de 2011
Desde hace muchos años en Colombia se publica la clasificación de las empresas del país por diversos criterios: sectores, activos, pasivos, patrimonio, y rentabilidad, entre otros.
En general los rankings son útiles porque muestran la evolución de los sectores en los cuales se registra mayor crecimiento de las empresas, orientan a los inversionistas, permiten compararlas con las de otros países e incluso sirven para dar señales sobre la salud de la economía.
No obstante, teniendo en cuenta que en Colombia hay alrededor de 1.5 millones de empresas y que la inmensa mayoría son mipymes, en casi todos los rankings ellas quedan “sepultadas”, pues no alcanzan a calificar en los indicadores utilizados.
Eso no importaría, si no fuera por los problemas que acarrea a las empresas el hecho de no ser visibles. Acceder al crédito es más difícil, igual que conseguir contratos, participar en una licitación o conseguir la mano de obra calificada que se requiera.
Esta situación ha dado pie a la aparición de clasificaciones especializadas en mipymes, entre las que sobresalen la de las empresas gacelas, elaborada por la revista MisiónPyme a partir de diversos indicadores, y la de las empresas jóvenes más dinámicas, propuesta por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Ambas desempeñan un papel importante para destacar diversos aspectos de los emprendedores menos visibles del país.
En el caso de las empresas jóvenes más dinámicas, la construcción de la clasificación se basa en el crecimiento promedio de los ingresos operacionales e incluye 15 sectores, en parte relacionados con el Programa de Transformación Productiva.
Se adopta el supuesto de que los altos niveles de crecimiento promedio de los ingresos operacionales en los últimos tres años reflejan una excelente gestión gerencial y corresponden a empresas que están ubicadas en sectores o en segmentos de rápido crecimiento y de alta innovación. No de otra forma se puede explicar que obtengan crecimientos de dos dígitos en sus ventas en periodos de desaceleración económica como los vividos en 2008 y 2009.
Las empresas “jóvenes” (con edad entre tres y veinte años, como se definieron para este ranking), ya han logrado establecerse, pero se encuentran en la fase más compleja de su desarrollo. Es una etapa en que son altamente sensibles a problemas, como el acceso al crédito o el prestigio, que les pueden frenar su crecimiento e incluso sacarlas del mercado.
Recientemente se hizo la premiación de las quince empresas jóvenes de 2011, por ser las más destacadas en cada uno de los sectores seleccionados. Hasta esta premiación, que fue la tercera desde que se inició, se trabajó en alianza con la revista Poder, la Superintendencia de Sociedades y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Aun cuando la revista ya no circula, el gobierno se propone mantener vigente el premio, por los resultados observados.
El testimonio de los empresarios ganadores de los dos años anteriores muestra la importancia de continuar. Las vivencias narradas indican el variado impacto que han tenido con el premio; algunas las llamaron a licitaciones, por el prestigio ganado; otras lograron mayor oferta de crédito; y otras se han podido capitalizar gracias a la inyección de recursos de los fondos de inversión.
Eso está ocurriendo porque el premio a las jóvenes, igual que ocurre con las gacelas, cumple con su cometido de hacer visibles a las mipymes más exitosas. Es el calce perfecto con otros instrumentos de política como son el desarrollo de fondos de inversión, fondos de capital de riesgo, ángeles financieros y el Programa de Transformación Productiva.
Esta suma de esfuerzos repercutirá en empresas con mayor proyección, menor mortalidad y sostenimiento de un creciente número de empleos.
Desde hace muchos años en Colombia se publica la clasificación de las empresas del país por diversos criterios: sectores, activos, pasivos, patrimonio, y rentabilidad, entre otros.
En general los rankings son útiles porque muestran la evolución de los sectores en los cuales se registra mayor crecimiento de las empresas, orientan a los inversionistas, permiten compararlas con las de otros países e incluso sirven para dar señales sobre la salud de la economía.
No obstante, teniendo en cuenta que en Colombia hay alrededor de 1.5 millones de empresas y que la inmensa mayoría son mipymes, en casi todos los rankings ellas quedan “sepultadas”, pues no alcanzan a calificar en los indicadores utilizados.
Eso no importaría, si no fuera por los problemas que acarrea a las empresas el hecho de no ser visibles. Acceder al crédito es más difícil, igual que conseguir contratos, participar en una licitación o conseguir la mano de obra calificada que se requiera.
Esta situación ha dado pie a la aparición de clasificaciones especializadas en mipymes, entre las que sobresalen la de las empresas gacelas, elaborada por la revista MisiónPyme a partir de diversos indicadores, y la de las empresas jóvenes más dinámicas, propuesta por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Ambas desempeñan un papel importante para destacar diversos aspectos de los emprendedores menos visibles del país.
En el caso de las empresas jóvenes más dinámicas, la construcción de la clasificación se basa en el crecimiento promedio de los ingresos operacionales e incluye 15 sectores, en parte relacionados con el Programa de Transformación Productiva.
Se adopta el supuesto de que los altos niveles de crecimiento promedio de los ingresos operacionales en los últimos tres años reflejan una excelente gestión gerencial y corresponden a empresas que están ubicadas en sectores o en segmentos de rápido crecimiento y de alta innovación. No de otra forma se puede explicar que obtengan crecimientos de dos dígitos en sus ventas en periodos de desaceleración económica como los vividos en 2008 y 2009.
Las empresas “jóvenes” (con edad entre tres y veinte años, como se definieron para este ranking), ya han logrado establecerse, pero se encuentran en la fase más compleja de su desarrollo. Es una etapa en que son altamente sensibles a problemas, como el acceso al crédito o el prestigio, que les pueden frenar su crecimiento e incluso sacarlas del mercado.
Recientemente se hizo la premiación de las quince empresas jóvenes de 2011, por ser las más destacadas en cada uno de los sectores seleccionados. Hasta esta premiación, que fue la tercera desde que se inició, se trabajó en alianza con la revista Poder, la Superintendencia de Sociedades y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Aun cuando la revista ya no circula, el gobierno se propone mantener vigente el premio, por los resultados observados.
El testimonio de los empresarios ganadores de los dos años anteriores muestra la importancia de continuar. Las vivencias narradas indican el variado impacto que han tenido con el premio; algunas las llamaron a licitaciones, por el prestigio ganado; otras lograron mayor oferta de crédito; y otras se han podido capitalizar gracias a la inyección de recursos de los fondos de inversión.
Eso está ocurriendo porque el premio a las jóvenes, igual que ocurre con las gacelas, cumple con su cometido de hacer visibles a las mipymes más exitosas. Es el calce perfecto con otros instrumentos de política como son el desarrollo de fondos de inversión, fondos de capital de riesgo, ángeles financieros y el Programa de Transformación Productiva.
Esta suma de esfuerzos repercutirá en empresas con mayor proyección, menor mortalidad y sostenimiento de un creciente número de empleos.
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