Publicado en Ámbito Jurídico No. 338 el 30 de enero de 2012
Tremenda polémica suscitó en diciembre pasado el profesor Camilo Jiménez con su renuncia pública a una cátedra universitaria. Unos le dieron toda la razón, otros a medias y algunos rechazaron radicalmente sus argumentos.
Los primeros respaldan la idea de que las tecnologías modernas ocasionan gran daño a la juventud. Los chats no sólo los distraen del aprendizaje sino que estimulan la pésima escritura; la televisión los absorbe y el internet no les sirve como fuente de conocimiento, sino como factor de dispersión.
Los radicales afirman que el problema no es nuevo en la historia de la humanidad, pues siempre las nuevas generaciones son díscolas y van contra las normas; a ellos se les debe la evolución de los idiomas, luego el chat estaría representando solo una nueva modalidad de desarrollo lingüístico que los docentes, por ser de una generación diferente, no entienden. Además piensan que escribir no es lo importante para hacer dinero y tener buenos negocios o empleos.
En medio están quienes descalifican algunos de los elementos del debate –por ejemplo, las razones de la renuncia demuestran la incapacidad del docente para superar los obstáculos habituales en el ejercicio de esta profesión–, pero identifican los bajos niveles de lectura como un entorno inadecuado para la educación en un país.
En mi opinión el problema es más de fondo y las siguientes reflexiones se fundamentan en la experiencia personal.
Para empezar, es evidente que la tecnología está cambiando las actitudes y las habilidades de los estudiantes; el problema pedagógico surge de la contraposición entre los nativos y los migrantes en internet. Además, en nuestro medio tenemos problemas heredados de la famosa promoción automática. Por último, la docencia sigue siendo una profesión mal remunerada.
Las nuevas generaciones tienen la habilidad para desarrollar múltiples actividades de forma simultánea, sin que aparentemente le estén poniendo atención especial a una de ellas. Cuando el docente es un migrante que no ha hecho el esfuerzo de entender esa realidad, se choca contra el mundo; no solo se encuentra con estudiantes que aparentemente no ponen atención, sino que además se aburren con la clase tradicional de tablero y marcador.
Para aprovechar esas habilidades, hay facultades y docentes que están migrando a diferentes técnicas de aprendizaje basadas en la web 2.0; utilizan chats, blogs, wikis, y redes sociales, entre otras, que combinan con materiales tradicionales. Con esto no sólo logran la atención, sino una participación más activa en los procesos de aprendizaje. La limitación es que no es una estrategia generalizada sino el resultado de esfuerzos individuales y aislados.
El problema se complica si agregamos el segundo elemento. Muchos de los bachilleres graduados con la promoción automática tienen grandes falencias. Los resultados están a la vista con las pruebas Pisa de la OECD, que son lamentables y deberían haber generado una “emergencia educativa” en Colombia.
Basta citar los resultados en lectura. En esa prueba el 47.1% de los estudiantes estuvieron por debajo del nivel 2, que se considera el mínimo para comprender lo que se lee. En Shanghai (China) que ocupó el primer lugar, sólo quedan en ese grupo el 4.1% de los estudiantes y en el promedio de la OECD el 18.8%.
Peor aún es al panorama en los dos niveles superiores, donde solo queda el 0.6% de los colombianos, frente a 7.6% en el promedio de la OECD y el 19.5% de Shanghai.
Aquí puede haber una razón para el desánimo de cualquier profesor, pues no hay cómo pedirle que escriba a quien no lee o lee y no entiende.
Por último, está el tema de las remuneraciones. En Colombia la docencia termina siendo un recurso de última instancia para muchos profesionales que no logran emplearse en sus oficios. Esto ocasiona dos problemas; de un lado, no siempre llegan a las cátedras los mejor capacitados ni en docencia ni en sus áreas específicas; de otro, no asumen plenamente el compromiso que implica enseñar.
Esos dos factores contribuyen a deprimir las remuneraciones en muchas instituciones de educación superior; entonces, los docentes se ven forzados a vincularse con varias universidades para mejorar sus ingresos. Y así se completa un círculo de mediocridad, rezago en conocimientos y poco interés en hacer esfuerzos de adaptación a las nuevas tecnologías.
¿Cuántos profesores de estos tienen el tiempo de leer los trabajos de los estudiantes? Esta es una de las razones por las que prolifera el plagio, pues la habilidad del copy-paste de los nativos no puede ser contrarrestada por profesores migrantes que no tienen tiempo de actualizarse o que no saben utilizar siquiera las herramientas simples de búsqueda de internet para detectar plagios.
Quizás eso explique el argumento de una estudiante que terció en el debate, al señalar que de 29 profesores que ha tenido solo hay unos tres que le han enseñado algo.
El debate debería continuar…
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