Impacto BRIC

martes, 20 de diciembre de 2011
Publicado en el diario La República el 8 de diciembre de 2011


Es ampliamente conocido que el acrónimo BRIC fue propuesto por Jim O’Neill de Goldman Sachs en noviembre de 2001, con el fin de resaltar que las economías en desarrollo con mayor proyección eran Brasil, Rusia, India y China.

Estas economías fueron seleccionadas por su tamaño. Según los cálculos de Goldman Sachs, en el 2000 representaban el 23.3% del PIB mundial, medido a precios de paridad de poder adquisitivo; China ya era la segunda economía más grande del mundo, en tanto que India era la cuarta.

Con mucha anticipación, O’Neill formuló que el peso relativo de los BRIC, los convertía en un jugador global a tener en cuenta: “Estas estimaciones plantean temas importantes sobre la transmisión de las políticas monetarias, fiscales y otras políticas económicas globales” (“Building Better Global Economic BRICs”). Sugería que los cambios en la política fiscal o monetaria de un país como China, tendrían un impacto global mayor que el de economías como Italia. Ese diagnóstico se ha hecho real, con el paso del tiempo.

A medida que se fue agudizando la crisis mundial de 2008-2009, surgió un intenso debate sobre el acople o el desacople, pues inicialmente hubo la percepción de que era un fenómeno aislado de las economías desarrolladas y, mientras estas se desaceleraban, el mundo en desarrollo parecía inmune al problema. Esa percepción se fortaleció cuando se hizo evidente que el principal canal de transmisión de la crisis era el financiero y las cifras indicaban que las economías en desarrollo tenían una baja exposición en títulos subprime o en otros títulos contaminados.

La discusión quedó opacada a medida que los efectos de la crisis se transmitieron a las economías en desarrollo a través del canal comercial. La caída de la demanda agregada de las economías desarrolladas ocasionó una abrupta contracción del comercio internacional y la desaceleración del crecimiento a nivel global. Aparentemente se desvirtuaba así la idea de O’Neill.

Además, con la crisis quedó claro que los BRIC no son un grupo homogéneo, sino que hay dos bloques diferentes; de un lado, China e India, que desaceleraron la economía sin entrar en recesión, y de otro, Brasil y Rusia, que tuvieron tasas de crecimiento negativas en 2009 y en general registran un desempeño menos brillante que el de los dos primeros.

De nuevo, la coyuntura mundial de los dos últimos años hace resurgir los argumentos del desacople, pues mientras las economías desarrolladas siguen postradas, las economías en desarrollo, y especialmente China e India, han funcionado como el motor de la economía y siguen sin registrar señales de contagio. ¿Será la hora de retomar los planteamientos de O’neill sobre el impacto potencial de las decisiones de política económica de los BRIC en el mundo?

Quizás hoy en día los impactos podrían ser mayores que en el 2001, por el creciente protagonismo que han ganado los BRIC en el mundo. Por ejemplo, nadie duda en atribuir a China e India, y en menor medida a Brasil y Rusia, el alto impacto que tienen sobre los precios internacionales de los productos básicos.

Esto implica que el canal comercial es el principal medio de transmisión de los cambios en los BRIC hacia las demás economías en desarrollo y, en general, al resto del mundo. Un estudio reciente del FMI (“New Growth Drivers for Low-Income Countries: The Role of BRICs”), calcula que después de la crisis, la contribución de ese grupo a la variación en las tasas de crecimiento de las economías en desarrollo exportadoras de petróleo es de 37% y en el de las exportadoras de otros productos básicos del 37.4%; en el caso de las economías de América Latina es del 19.1%.

Surge un gran interrogante: ¿A qué tipo de estructura productiva y exportadora llegará América Latina por esta vía?

Desindustrialización y complejidad

jueves, 24 de noviembre de 2011
Artículo publicado en La República el 24 de noviembre de 2011

Mucho se ha discutido en el presente año sobre el fenómeno de la desindustrialización, entendido como la tendencia a un menor peso relativo del sector industrial en el PIB.

Sin desconocer la existencia de tal fenómeno en el largo plazo, es necesario controvertir la lectura simple del indicador. No es razonable sacar conclusiones de su magnitud, sin tener en cuenta los aspectos metodológicos de fondo, pues si la desindustrialización es un tema relevante, con más razón hay que medirlo correctamente.

Tampoco es adecuado hacer el análisis tomando los extremos, sin tener en cuenta la historia intermedia. Las cifras del Dane muestran que la participación de la industria creció en el PIB en 0.6 puntos porcentuales entre 2000 y 2007; luego cayó como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado venezolano. Los extremos “comprueban” la desindustrialización, ignorando que obedece a factores coyunturales; pero la historia muestra un reciente proceso de reindustrialización, que podría ser atribuido a las políticas públicas.

Hay analistas que insisten en la necesidad de emular el modelo de política industrial de Brasil. Es posible que sea un caso exitoso, pero deberían reconocer que según el indicador de desindustrialización con el que miden el desempeño industrial de Colombia, no lo es.

Siguiendo la metodología de máximo y mínimo, sin descontar los efectos de metodología, en Brasil el peso de la industria ha caído en 19 puntos porcentuales (34.6% en 1982 y 15.4% en 2007). Por contraste, para Colombia la reducción es de 11 puntos.

Además, en la región hay economías que se “desindustrializan” en mayor medida que Colombia: Argentina pierde 24 puntos porcentuales, Chile 17 puntos, Uruguay 16, Perú 15, y Costa Rica y Bolivia 12. En el otro extremo están El Salvador, Panamá y Paraguay como las economías en las que menos pierde participación la industria. ¿Serán esos los modelos a seguir?

Puesta la discusión en estos términos, no se puede colegir que la política industrial aplicada en el vecindario sea mejor que la de Colombia. Es necesario ser más objetivos y dejar de lado el pesimismo en los análisis de lo que se hace en el país; es válido ensalzar lo que otros dicen y hacen, pero midiéndolos con el mismo rasero, y acudiendo a mediciones externas como referencia para compensar los sesgos internos.

Por ejemplo, se podría empezar a mirar el mundo bajo la óptica del Atlas de Complejidad Económica, liderado por Ricardo Hausmann de la Universidad de Harvard y César Hidalgo del MIT. Según los autores, “es un intento por medir el volumen de conocimiento productivo que cada país tiene”; éste se plasma en la complejidad de su comercio y de su estructura productiva, así como en el potencial de crecimiento.

Es una propuesta creativa para entender la dinámica de las economías con una metodología diferente, que, según los autores, tiene mayor capacidad de predicción del crecimiento futuro que los rankings globales de competitividad.

Los resultados sorprenden, pues en América Latina, después de México, las economías con más alto potencial de crecimiento en la próxima década son Costa Rica y Panamá. En los puestos cuatro y cinco entre los 21 países de la región están Brasil y Colombia, y en el ranking global sólo están separados por dos puestos (52 y 54, entre 128 países, respectivamente).

En términos de los autores, los dos países tienen niveles similares de complejidad económica y de habilidades cognoscitivas. Incluso en el crecimiento esperado del PIB per cápita para 2020 Colombia se ubica mejor que Brasil (36 y 48, respectivamente).

El Atlas es un indicador complejo, pero bien merece un estudio a fondo para ver por qué nos parecemos más a Brasil de lo que en nuestro medio queremos aceptar.

Más sobre desindustrialización

miércoles, 23 de noviembre de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico el 14 de noviembre de 2011

Hace unos días se realizó el lanzamiento del libro “Hacia una política industrial de nueva generación para Colombia”, escrito por Astrid Martínez y José Antonio Ocampo, con el auspicio de la Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana.

En el capítulo III revisan el tema de la desindustrialización, que ha vuelto a ser tema de debate desde el primer semestre, cuando se aseveró que este fenómeno era consecuencia de la carencia de una política industrial en el país.

En el capítulo se afirma que la pérdida de participación de la industria en el PIB puede ser el resultado de varios factores: la tendencia estructural del desarrollo, en la que pierden participación la agricultura y la industria y la ganan los servicios; el notable crecimiento del sector minero–energético, que aumenta el peso relativo de la minería; y la tendencia a la tercerización de parte de las actividades de las empresas industriales, que pasan a contabilizarse en el sector de servicios.

A esa enumeración, habría que sumarle factores como el aumento de la competencia internacional, que menciona Dani Rodrik (“The Manufacturing Imperative”) para el caso de Estados Unidos, o hacer explícito el cambio tecnológico dentro de la tendencia estructural, dado que repercute en aumentos de la producción con menos empleo y menor participación en el PIB (caso similar a lo que aconteció con la agricultura).

Aun cuando los autores señalan que el cambio de metodologías o de año base de la contabilidad nacional es un tema secundario, hicieron su propio cálculo unificando series. Encontraron que “esto explica que la participación de la industria en el PIB presentada para 1974 sea 18.54%, y no el 24.47% que se obtendría por el cálculo directo utilizando las Cuentas Nacionales base 1975”. Por lo tanto, la metodología genera cerca de seis puntos porcentuales de diferencia en un solo año.

La desindustrialización que estiman apunta a una caída de seis puntos en la participación de la industria en el PIB si se comparan 1974 y 1999 o cuatro puntos si la comparación se hace con 2007. Este es un gran avance frente a los 10 puntos que tradicionalmente se menciona y muestra que la metodología no es tan secundaria; indica, nada más y nada menos, que ese factor “infla”, en el primer caso, en cerca del 70% el cálculo de la desindustrialización.

Hay un aspecto adicional para comentar sobre el tema: se debe evitar que la coyuntura sea interpretada como un problema estructural. Tal riesgo lo hay en el caso de la comparación que hacen los autores de la desindustrialización de Brasil con la de Colombia durante la última década.

Señalan que la participación de la industria en el PIB de Brasil cayó del 19.2% al 15.8% entre 2004 y 2010 “y representa en la actualidad tan solo el 39% del valor de sus exportaciones, cuando anteriormente era el 55%”. “En Colombia, en el mismo período, la producción industrial pasó del 14.2% en 2004 al 13.7% en 2010 como porcentaje del PIB, y las exportaciones no tradicionales pasaron de 54.2% en 2004 al 33.6% en 2010”.

Lo primero que salta a la vista es la diferencia de magnitudes, pues en el país vecino la reducción es de 3.4 puntos porcentuales, mientras que en el caso colombiano apenas fue de 0.5 puntos porcentuales. Esto es interesante porque se ha tendido a ensalzar la política industrial de Brasil y a sugerirla como el modelo a seguir en Colombia.

Lo segundo, es que en el caso del PIB de Colombia la industria creció su participación desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007 y luego la redujo a 13.7% en 2010. Como se recordará, la crisis mundial ocasionó una drástica caída de la producción industrial del país, mientras que en otros sectores se registró una desaceleración moderada; esto explica su pérdida de participación en el PIB. Por lo tanto, no es posible inferir si esta reducción será permanente o transitoria.

Tercero, con relación a las exportaciones industriales ocurre algo similar, pues además de sufrir un impacto negativo por la crisis mundial, las afectó el cierre del mercado de Venezuela.

Cuarto, las exportaciones industriales han perdido participación por un fuerte efecto precio de los productos primarios. En ese contexto, hay que destacar la dinámica excepcional registrada por las exportaciones industriales en las dos últimas décadas, pues, a pesar del escaso aumento de los precios, mantienen su tendencia ascendente por un efecto volumen.


En síntesis, los autores del libro aportan varios elementos para entender el fenómeno de la desindustrialización en Colombia, y no señalan entre los factores explicativos la ausencia de una política industrial. Es necesario seguir explorando las causas efectivas de la menor participación en el PIB, qué tanto explica cada factor y cuál es el papel de las exportaciones.

Exportaciones industriales

viernes, 11 de noviembre de 2011
Publicado en el diario La República, el 10 de noviembre de 2011


Ante la probable aparición de enfermedad holandesa en el país, como consecuencia de una bonanza de productos básicos, surge la preocupación sobre lo que puede ocurrir con las exportaciones de bienes industriales. En los agropecuarios los efectos serían menores porque podrían ser beneficiados por los altos precios internacionales en los próximos años.

El gobierno ha sido precavido: tramitó en el Congreso la reforma a las regalías, para crear fondos de ahorro de parte de los recursos de una probable bonanza minero–energética; el país cuenta con una ley de responsabilidad fiscal; y recientemente se aprobó la ley de regla fiscal.

En ese contexto, convine evaluar cómo han evolucionado las exportaciones industriales de Colombia, pues sería de presumir que ya se han empezado a deteriorar por efecto de la presunta desindustrialización, por la revaluación y por la desaceleración de la economía mundial.

Las exportaciones industriales vienen perdiendo participación en el total exportado tanto en volumen como en valores, desde antes de la crisis mundial. El valor exportado (excluyendo los derivados del petróleo) representó un máximo del 42.7% en 2001, y en 2010 apenas fue el 24.4% de las exportaciones totales. En volumen alcanzaron un máximo del 6.7% en 2002 y bajaron al 4.1% en 2010.

¿Estos resultados se relacionan con la desindustrialización? No parece tal, pues si bien pierden participación en el total, tanto el valor como el volumen de las exportaciones de este sector tienen una tendencia creciente que sólo se ve interrumpida por la crisis mundial.

El valor de las exportaciones industriales creció continuamente desde 1991 (6.3% anual) y su ritmo se aceleró en el periodo 2004-2008 (18.2% anual). En los dos años siguientes se redujeron como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado de Venezuela.

Es evidente el impacto de Venezuela tanto en la notable dinámica hasta 2008, como en la caída en los años 2009 y 2010. Sin incluir ese mercado, las exportaciones industriales ya sobrepasaron el monto exportado del 2008, mientras que incluyéndolo apenas lo harán este año.

En términos de volumen las exportaciones muestran un comportamiento diferente al del valor, pues el mayor dinamismo se registró entre 1991 y 2003 (11.1% anual), mientras que en el periodo 2004-2008 fue más moderado (2.9% anual), registrando el máximo en 2007. Posiblemente la reducción refleje el impacto de la apreciación de la tasa de cambio, especialmente cuando se hace el análisis descontando a Venezuela, dado que desde 2006 se empezó observar una caída. En ambos casos, no se ha recuperado el volumen exportado, pero la evolución reciente permite esperar que sin el mercado vecino al cierre del presente año se alcance el nivel precrisis.

En las dos últimas décadas el índice de volumen muestra que desde 1991 las exportaciones industriales han crecido más que las exportaciones primarias, y que productos como el petróleo, los derivados del petróleo y el café.

En cambio el índice de precios implícitos indica que los industriales son precisamente los que menos han crecido, mientras que los de derivados del petróleo registran el mayor aumento.

En síntesis, las exportaciones industriales han tenido un desempeño notable durante las últimas décadas tanto en valores como en volumen. Sin embargo, pierden participación en el total exportado porque hay fuerte efecto precios en los bienes primarios, que no alcanza a ser compensado por el efecto volumen de las exportaciones industriales.

No obstante, es preciso hacer un seguimiento estrecho de su evolución para ver si la tasa de cambio está afectando el volumen exportado y neutralizar los impactos negativos que pueda generar en él una bonanza minero-energética.

Empresas Visibles

viernes, 28 de octubre de 2011
Publicado en el diario La República el viernes 28 de octubre de 2011


Desde hace muchos años en Colombia se publica la clasificación de las empresas del país por diversos criterios: sectores, activos, pasivos, patrimonio, y rentabilidad, entre otros.

En general los rankings son útiles porque muestran la evolución de los sectores en los cuales se registra mayor crecimiento de las empresas, orientan a los inversionistas, permiten compararlas con las de otros países e incluso sirven para dar señales sobre la salud de la economía.

No obstante, teniendo en cuenta que en Colombia hay alrededor de 1.5 millones de empresas y que la inmensa mayoría son mipymes, en casi todos los rankings ellas quedan “sepultadas”, pues no alcanzan a calificar en los indicadores utilizados.

Eso no importaría, si no fuera por los problemas que acarrea a las empresas el hecho de no ser visibles. Acceder al crédito es más difícil, igual que conseguir contratos, participar en una licitación o conseguir la mano de obra calificada que se requiera.

Esta situación ha dado pie a la aparición de clasificaciones especializadas en mipymes, entre las que sobresalen la de las empresas gacelas, elaborada por la revista MisiónPyme a partir de diversos indicadores, y la de las empresas jóvenes más dinámicas, propuesta por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Ambas desempeñan un papel importante para destacar diversos aspectos de los emprendedores menos visibles del país.

En el caso de las empresas jóvenes más dinámicas, la construcción de la clasificación se basa en el crecimiento promedio de los ingresos operacionales e incluye 15 sectores, en parte relacionados con el Programa de Transformación Productiva.

Se adopta el supuesto de que los altos niveles de crecimiento promedio de los ingresos operacionales en los últimos tres años reflejan una excelente gestión gerencial y corresponden a empresas que están ubicadas en sectores o en segmentos de rápido crecimiento y de alta innovación. No de otra forma se puede explicar que obtengan crecimientos de dos dígitos en sus ventas en periodos de desaceleración económica como los vividos en 2008 y 2009.

Las empresas “jóvenes” (con edad entre tres y veinte años, como se definieron para este ranking), ya han logrado establecerse, pero se encuentran en la fase más compleja de su desarrollo. Es una etapa en que son altamente sensibles a problemas, como el acceso al crédito o el prestigio, que les pueden frenar su crecimiento e incluso sacarlas del mercado.

Recientemente se hizo la premiación de las quince empresas jóvenes de 2011, por ser las más destacadas en cada uno de los sectores seleccionados. Hasta esta premiación, que fue la tercera desde que se inició, se trabajó en alianza con la revista Poder, la Superintendencia de Sociedades y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Aun cuando la revista ya no circula, el gobierno se propone mantener vigente el premio, por los resultados observados.

El testimonio de los empresarios ganadores de los dos años anteriores muestra la importancia de continuar. Las vivencias narradas indican el variado impacto que han tenido con el premio; algunas las llamaron a licitaciones, por el prestigio ganado; otras lograron mayor oferta de crédito; y otras se han podido capitalizar gracias a la inyección de recursos de los fondos de inversión.

Eso está ocurriendo porque el premio a las jóvenes, igual que ocurre con las gacelas, cumple con su cometido de hacer visibles a las mipymes más exitosas. Es el calce perfecto con otros instrumentos de política como son el desarrollo de fondos de inversión, fondos de capital de riesgo, ángeles financieros y el Programa de Transformación Productiva.

Esta suma de esfuerzos repercutirá en empresas con mayor proyección, menor mortalidad y sostenimiento de un creciente número de empleos.

Sobre la clasificación de las exportaciones

Publicado en el diario La República el 13 de octubre de 2011

En su más reciente columna, el analista Manuel José Cárdenas se refiere a la necesidad de contar con una clasificación de las exportaciones más adecuada al mundo actual.

Tomando como referencia las discusiones del pasado congreso de exportadores, Cárdenas destaca la obsolescencia de la clasificación de las exportaciones en tradicionales y no tradicionales, atribuye a Analdex la propuesta de sustituirla por una basada en la intensidad tecnológica y critica la sugerida por el Ministro de Comercio, Industria y Turismo de diferenciar las minero-energéticas del resto.

La discusión es importante y por eso es bueno que los comentaristas como Cárdenas llamen la atención sobre el tema. No obstante, es conveniente hacer unas precisiones y poner en contexto la propuesta del Ministro.

Javier Díaz, presidente de Analdex, propuso triplicar las exportaciones “no tradicionales” en nueve años, y no discutió la clasificación de las exportaciones, como se puede comprobar en su artículo de La República del 9 de septiembre.

La discusión sobre la metodología la planteó el Ministro Sergio Diaz-Granados en su intervención (disponible en las páginas de Analdex y del Ministerio). En la presentación señaló las ventajas de la clasificación por intensidad tecnológica: la comparación con otros países, y la posibilidad de hacer seguimiento al grado de complejidad de las exportaciones y a la evolución de la diversificación. Pero así mismo enunció algunas restricciones, como son el poco conocimiento que de ella tienen los analistas, la relativa complejidad para su elaboración y el problema de no tener una base de referencia actualizada, dado que la Cepal y el Dane la siguen trabajando con CUCI 2, cuando ya está disponible la CUCI 4.

La clasificación por intensidad tecnológica se utiliza en los análisis internos del Mincomercio, por lo menos desde 2007. Incluso, en la página web está disponible un documento elaborado por la Oficina de Estudios Económicos en diciembre de ese año (“Exportaciones de Colombia: Un análisis por intensidad tecnológica”), que incluye un anexo con la metodología de cálculo. Adicionalmente, desde marzo de 2008 el Dane publica un cuadro de exportaciones con esta clasificación; sin embargo, comenzó publicándola para las exportaciones totales y desde finales de ese año lo hace sólo para las no tradicionales.

Justamente las restricciones señaladas por el Ministro llevan a pensar en la conveniencia de sustituir la clasificación de tradicionales y no tradicionales, por una que sea de fácil comprensión y cálculo por los analistas, pero que además sea compatible con la de intensidad tecnológica. De ahí surgió la separación entre minero-energéticas y no minero-energéticas.

Con esta clasificación al gobierno no se le “olvida que la meta de Colombia no es convertirse en un país minero”. Justamente lo que permite es destacar el desempeño de las exportaciones industriales y las de productos primarios del agro.

El gobierno aceptó la propuesta de Analdex, pero con el fin de triplicar las exportaciones no minero-energéticas, lo cual desvirtúa esa apreciación del “olvido”. Adicionalmente, la respuesta del Ministro indica la necesidad de complementar la propuesta con el seguimiento a los índices de comercio intraindustrial y a los de concentración por productos y por mercados. Esos tres componentes apuntan a un monitoreo continuo que permita preservar y fortalecer las exportaciones de valor agregado ante el potencial riesgo de enfermedad holandesa.

Los analistas como el doctor Cárdenas tienen razón en la necesidad de modernizar la clasificación de las exportaciones. Ahora es importante su contribución al uso, difusión y comprensión de la agrupación en minero-energéticas y no minero energéticas.

De clase mundial

martes, 11 de octubre de 2011
Publicado en el diario La República el 29 de septiembre de 2011


En el Acuerdo Para la Prosperidad (APP) del pasado 24 de septiembre, se hizo el relanzamiento del Programa de Transformación Productiva (PTP). Este es un programa del gobierno que se inició hace tres años con el objetivo de convertir algunas actividades productivas en sectores de clase mundial.

El fundamento del PTP está en los trabajos de McKinsey Global Institute sobre la competitividad de los países. Las investigaciones de esta entidad demostraron que ningún país es sobresaliente en todos los campos de la actividad productiva. Por el contrario, las economías más competitivas sólo son excepcionalmente buenas en un puñado de sectores.

Japón, por ejemplo, tiene las productividades más altas en los sectores de automóviles, autopartes, acero, electrónica y metalmecánica. Como resultado de los encadenamientos productivos, los sectores vinculados a ellos también aumentan su productividad, aun cuando no necesariamente alcanzan a ser de clase mundial. Pero en conjunto contribuyen a que la economía japonesa se ubique como una de las más competitivas.

En el caso de Colombia no hay ni un solo sector de clase mundial. Los de mayor productividad apenas alcanzan el 50% de la de Estados Unidos, que es el país de referencia. Justamente el objetivo del PTP es incrementar la productividad de la economía en general, sobre la base de desarrollar sectores de clase mundial.

Actualmente hay doce sectores en el PTP, clasificados en tres grupos. Los establecidos, que incluyen energía eléctrica, comunicación gráfica, autopartes y moda. Los nuevos, integrado por cosméticos, turismo de salud, tercerización de procesos de negocio (BPO&O) y software y tecnologías de la información. Y la Ola Agro, que apenas está iniciando actividades, conformado por camaronicultura, ganadería vacuna, chocolatería y confitería, y palma, aceites y grasas vegetales.

En el APP se anunció la entrada de otros dos sectores: lácteos y turismo de naturaleza. A ellos se sumarán dos más, mediante un concurso cuya convocatoria está abierta desde el 26 de septiembre. Como complemento, hay un grupo en “incubación”, conformado por industria aeronáutica, audiovisuales y artes escénicas.

Esto significa que Colombia se la va a jugar con cerca de veinte sectores, para lograr al menos cuatro o cinco sectores de clase mundial. Sólo aquellos que tengan el mayor compromiso, creatividad e innovación lograrán mejorar su competitividad hasta los estándares mundiales, pero se espera que todos los participantes aumenten notablemente sus niveles actuales de competitividad.

Las labores del PTP se orientan a mejorar el entorno en el cual se realiza la actividad productiva de cada sector. Los equipos de trabajo tienen la tarea de detectar los cuellos de botella que restringen su desarrollo en las áreas de capital humano, infraestructura, marco legal y fortalecimiento institucional. No hay subsidios, ni protección arancelaria, ni restricción de la competencia.

Con el relanzamiento reciente, se definieron reglas de juego que llevarán al establecimiento de indicadores de seguimiento de los avances de cada sector en productividad y en las metas establecidas de crecimiento del empleo y de las exportaciones, de forma que puedan ser evaluados públicamente.

De igual manera, cabe esperar que se defina el tiempo de permanencia en el programa. Habrá sectores que logren sus resultados más rápido que otros; pero también puede ocurrir que algunos enfrenten barreras infranqueables para su desarrollo. Lo cierto es que el PTP es la oportunidad para que Colombia logre aumentos sustanciales de su competitividad, que le permitan una mejor inserción en la economía globalizada y sacar mayor provecho del acceso preferencial permanente que brindan los tratados de libre comercio.

Balanza comercial industrial

martes, 27 de septiembre de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico el 19 de septiembre de 2011

Hay inquietudes sobre el creciente déficit comercial del sector industrial. El tema requiere una cuidadosa evaluación para no incurrir en apreciaciones erradas y en la demanda de “paliativos” que pueden resultar inadecuados.

En apariencia las cifras conceden la razón a quienes dan las señales de alarma. Tradicionalmente el sector industrial colombiano ha sido deficitario en materia de comercio internacional, pero el déficit que en 2005 ascendió a US$5.900 millones, en 2010 llegó a US$18.100 millones y en el primer semestre del presente año ya suma US$12.300 millones.

El tema no se registra solo en Colombia. En países como Brasil la situación parece más compleja, pues de un superávit industrial de US$5.400 millones en 2006, se pasó a un déficit de US$71.200 millones en 2010 y a uno proyectado de US$102 mil millones en 2011.

Es evidente, por lo tanto, que hay un crecimiento considerable del déficit comercial del sector industrial, y que no es un fenómeno que afecte de manera exclusiva a Colombia. La explicación no radica en una contracción de las exportaciones industriales, pues las estadísticas muestran ellas crecieron en los últimos años y sólo se redujeron en 2009, como consecuencia de la crisis mundial. Sin embargo, cabe anotar que la recuperación de las importaciones fue más rápida que la de las exportaciones industriales.

Cabe ahora preguntarse si es necesario que cada sector o subsector de la actividad económica de un país sea superavitario en sus relaciones con el resto del mundo. No hay razones para pensar que ello deba ser así. Pero un creciente saldo negativo puede ser un indicio de problemas de competitividad o de desindustrialización, o de rezago en el desarrollo de nuevos sectores.

Surge entonces la necesidad de explicar por qué están creciendo las importaciones industriales. En lo que sigue, se proponen, a manera de hipótesis, algunas líneas de análisis para abordar el tema.

Una explicación posible es que el incremento en la inversión conlleve un mayor componente importado. Así, por ejemplo, en los años recientes la mayor parte de los flujos de inversión extranjera directa se ha orientado a los sectores de hidrocarburos y minería, que demandan bienes de capital e insumos que no se producen en el país; también se debe tener en cuenta que el crecimiento de las obras públicas demanda bienes importados, y ellas fueron un instrumento de la política contracíclica para amortiguar los impactos de la crisis mundial de 2008-2009.

Esta hipótesis parece corroborarse al observar que la importación de bienes de capital aumentó de US$7.300 a US$14.000 millones entre 2005 y 2010, en tanto que sus exportaciones apenas pasaron de US$1.300 a US$1.600 millones. De esta forma se explicaría cerca del 50% del incremento en el déficit comercial industrial en ese periodo.

Otra explicación posible es el aumento en la importación de bienes que no se producen en el país. Para tener una aproximación, se tomaron los registros de producción nacional del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y se calcularon las importaciones de este tipo de productos, presumiendo que la diferencia con el total corresponde a no producidos.

Si a partir de los datos anteriores se calcula una balanza comercial industrial hipotética en la que a las exportaciones solo se le restan las importaciones que compiten con la producción nacional, el resultado es superavitario en el periodo analizado (2005-2010). Se observa que el superávit hipotético fue creciente hasta 2008, cuando llegó a US$9.500 millones y descendió en los dos años siguientes, lo que se explica porque las importaciones recuperaron el nivel pre-crisis en 2010, mientras que las exportaciones no lo han logrado.

La síntesis de este ejercicio hipotético es que alrededor del 67% de las importaciones totales corresponde a bienes no producidos (en el sentido de que no tienen registro de producción nacional).

En este tipo de importaciones quedan comprendidos los bienes de alta tecnología que no tienen producción en el país o que son complementarios con la oferta nacional y que están creciendo su consumo por diferentes razones. Es el caso de las aeronaves, los automotores, los celulares, los televisores, los computadores y los productos farmacéuticos. Ellos representan alrededor del 30% de las importaciones totales de 2010.

Una última forma de analizar el comportamiento de las importaciones industriales es su participación en el consumo del país (medido en la contabilidad nacional). Los cálculos indican que en 2005 representaban el 15,6% del consumo total y su peso relativo creció hasta el 18% en 2008, para luego descender al 16% en 2010.

En este contexto es evidente que el crecimiento de las importaciones puede relacionarse con la inversión en sectores intensivos en capital y con el mayor consumo de bienes de alta tecnología; en muchos de ellos no hay producción nacional o es complementada por las compras al resto del mundo, como ocurre con los automotores y los productos farmacéuticos.

No obstante, no hay un cambio significativo en la participación de las importaciones en el consumo total, lo que da indicios de que ellas no están repercutiendo en un desplazamiento de la industria nacional en la atención del consumo de los hogares y del gobierno.

No se puede descartar que haya un crecimiento de bienes que compiten con la producción nacional, lo cual debe entenderse como normal en una economía crecientemente globalizada. Tal situación plantea un reto de competitividad a los empresarios nacionales, pues es la condición básica para poderse integrar en las cadenas globales de valor, hacia las cuales se está moviendo el mundo.

Triplicar las exportaciones

Publicado en el diario La República el 16 de septiembre de 2011


El gobierno le “cogió la caña” a la propuesta realizada por Analdex en el marco del XXIII Congreso Nacional de Exportadores; como ella se basa en una alianza público-privada, el país quedó embarcado en la meta de triplicar en 10 años las exportaciones no minero-energéticas (para abreviar, en adelante se nombran como no mineras). Esto significa llevarlas desde cerca de US$17 mil millones que se estiman para este año, a una cifra del orden de los US$51 mil millones.

Algunos se preguntaron enseguida por qué excluir las exportaciones mineras, cuando en la producción moderna ya no operan como enclaves y hay actividades industriales que se pueden desarrollar alrededor de ellas.

En apariencia, hay razón en el comentario, pues, a manera de ejemplo, es conocido el desarrollo de la metalmecánica en Barrancabermeja, especialmente por pymes, como consecuencia de la explotación de petróleo y de la actividad de refinación.

Como lo señaló el Ministro Díaz-Granados, no se trata de menospreciar las exportaciones minero-energéticas, cuando son ellas las que están aportando más del 50% de las exportaciones del país. Lo que ocurre es que en un mundo que camina hacia la escasez de este tipo de productos, no son necesarios grandes esfuerzos de comercialización para encontrarle compradores, ni hay que buscar la remoción de barreras de entrada.

No sólo no tienen problemas para crecer el volumen exportado, como lo vienen haciendo, sino que los altos precios internacionales de los minero-energéticos los convierten en la mayor fuente de riesgo de generación de la enfermedad holandesa. Además de los crecientes ingresos por exportaciones, la inversión extranjera orientada a la exploración y explotación, genera presiones adicionales sobre la tasa de cambio.

De esta forma, la combinación de mayor volumen exportado y altos precios permite a las empresas exportadoras compensar la apreciación cambiaria y mantener su estabilidad financiera.

Pero en el caso de los no mineros, el tema es diferente. Son productos que no se “venden solos” y, por el contrario, hay que desplegar importantes esfuerzos comerciales y acciones del gobierno.

Aun cuando en el grupo se incluyen algunos bienes primarios que también pueden obtener compensación parcial por la revaluación vía precios, requieren de bienes públicos para su acceso a otros mercados; tal es el caso de los acuerdos comerciales y de la admisibilidad sanitaria en los productos agropecuarios. De igual forma, estos productos pueden crecer su valor agregado mediante diversos grados de transformación industrial.

Los no mineros también incluyen los productos industriales con diversos grados de complejidad tecnológica; ellos enfrentan una mayor competencia global y están más expuestos a sentir los impactos de la enfermedad holandesa, al perder competitividad por excesivos niveles de apreciación de la moneda.

Es evidente por lo tanto, que, reconociendo la importancia de los productos minero-energéticos por su aporte a las metas de exportación y a la oferta de divisas que el país necesita para importar los bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce, hay que establecer la diferencia con los no mineros. Ella ayudará al seguimiento estrecho de la forma en que una potencial enfermedad holandesa las empiece a afectar y permitirá preservar los avances que el país ha realizado en los últimos años en materia de diversificación.

En síntesis se trata de una buena propuesta de los exportadores, que además tiene dos virtudes. Por un lado, implica un alto compromiso del sector privado para avanzar en el objetivo. Por otro, fortalece la idea de contar con metas de largo plazo, que superen los periodos presidenciales y tiendan a convertirse en políticas de Estado.

Más allá de los TLCs

Publicado en el diario La República el 1 de septiembre de 2011


Recientemente un destacado analista hizo su particular evaluación de la agenda comercial de Colombia. Da a entender que las negociaciones han sido una reacción a la demora en la aprobación del TLC con Estados Unidos y al colapso del comercio con Venezuela. Asegura que los mercados con los que se han firmado acuerdos son pequeños y de bajo potencial y sostiene que el país está rezagado en el logro de acceso preferencial a otros mercados.

No es cierto que la agenda comercial haya sido una respuesta a las dos situaciones mencionadas. Ese argumento se desmorona con un repaso cronológico.

El Consejo Superior de Comercio Exterior aprobó en noviembre de 2004 la “Agenda para la integración dinámica de Colombia en el mundo”; ella estableció una priorización de las economías con las cuales el país podría buscar acuerdos comerciales. El escalafón surgió de una metodología basada en criterios técnicos y no del afán de buscar alternativas por presuntas dificultades en la aprobación del TLC con Estados Unidos, pues la negociación apenas había comenzado seis meses antes.

Como los ejercicios técnicos tomaron varios meses, podemos presumir que la idea de elaborar la “Agenda” fue, por lo menos, contemporánea con el arranque de la negociación con Estados Unidos.

La negociación con ese país terminó en febrero de 2006 y el tratado se firmó en noviembre del mismo año; hizo su trámite en el Congreso colombiano en 2007 y fue declarado exequible por la Corte Constitucional en 2008. Lo que está pendiente para su vigencia es la aprobación en el Congreso estadounidense.

Pero antes de la firma, ya se había negociado el acuerdo con Chile y había comenzado la del Triángulo Norte de Centroamérica (TNC) – conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador–. Y las dificultades comerciales en Venezuela iniciaron en 2009; para esa fecha ya habían terminado las negociaciones de Chile, Canadá, EFTA y Triángulo Norte y había comenzado la de la Unión Europea. Por lo tanto, es evidente que en 2006 no había los problemas que se mencionan.

Salvo que sea un error, no se entiende cómo se pueden considerar pequeños los mercados de países como Canadá, la Unión Europea y EFTA, que son grandes importadores no sólo de bienes no tradicionales intensivos en mano de obra sino también de productos primarios en los que el país tiene que evolucionar en la agregación de valor. Pero incluso en mercados como el del TNC, con importaciones de US$31 mil millones en 2010, de las cuales Colombia apenas participa con cerca del 2%, su importancia radica no sólo en la posibilidad de crecer el peso relativo en comercio, sino en fortalecer los flujos de inversión colombiana bajo reglas de juego claras.

En ese contexto, no es claro cómo se critica al gobierno colombiano por negociar con estos países, pero se alaba a los de Chile y México porque cuentan con 16 y 14 tratados comerciales, respectivamente. Tal vez el analista no revisó que entre los acuerdos de México y Chile están Nicaragua, Costa Rica, TNC, Panamá, y Uruguay, entre otros.

Por último, está la crítica al rezago del país en materia de tratados negociados. En este aspecto tiene razón el analista, pues a pesar del mandato de la reforma constitucional de 1991 pocos avances hubo en la década siguiente. Esa fue una de las justificaciones para diseñar e implementar la agenda de negociaciones.

Según la Cepal, en 2004 Colombia apenas tenía acceso preferencial permanente para el 24% de las exportaciones, mientras que el promedio de América Latina superaba el 60%.

Si se cumple la meta del gobierno de tener 13 TLCs vigentes para 2014, el país exportará alrededor del 85% con acceso preferencial permanente. Entonces se habrá alcanzado lo que un buen número de países de la región logró 10 años antes.