Publicado en el diario La República el 16 de septiembre de 2011
El gobierno le “cogió la caña” a la propuesta realizada por Analdex en el marco del XXIII Congreso Nacional de Exportadores; como ella se basa en una alianza público-privada, el país quedó embarcado en la meta de triplicar en 10 años las exportaciones no minero-energéticas (para abreviar, en adelante se nombran como no mineras). Esto significa llevarlas desde cerca de US$17 mil millones que se estiman para este año, a una cifra del orden de los US$51 mil millones.
Algunos se preguntaron enseguida por qué excluir las exportaciones mineras, cuando en la producción moderna ya no operan como enclaves y hay actividades industriales que se pueden desarrollar alrededor de ellas.
En apariencia, hay razón en el comentario, pues, a manera de ejemplo, es conocido el desarrollo de la metalmecánica en Barrancabermeja, especialmente por pymes, como consecuencia de la explotación de petróleo y de la actividad de refinación.
Como lo señaló el Ministro Díaz-Granados, no se trata de menospreciar las exportaciones minero-energéticas, cuando son ellas las que están aportando más del 50% de las exportaciones del país. Lo que ocurre es que en un mundo que camina hacia la escasez de este tipo de productos, no son necesarios grandes esfuerzos de comercialización para encontrarle compradores, ni hay que buscar la remoción de barreras de entrada.
No sólo no tienen problemas para crecer el volumen exportado, como lo vienen haciendo, sino que los altos precios internacionales de los minero-energéticos los convierten en la mayor fuente de riesgo de generación de la enfermedad holandesa. Además de los crecientes ingresos por exportaciones, la inversión extranjera orientada a la exploración y explotación, genera presiones adicionales sobre la tasa de cambio.
De esta forma, la combinación de mayor volumen exportado y altos precios permite a las empresas exportadoras compensar la apreciación cambiaria y mantener su estabilidad financiera.
Pero en el caso de los no mineros, el tema es diferente. Son productos que no se “venden solos” y, por el contrario, hay que desplegar importantes esfuerzos comerciales y acciones del gobierno.
Aun cuando en el grupo se incluyen algunos bienes primarios que también pueden obtener compensación parcial por la revaluación vía precios, requieren de bienes públicos para su acceso a otros mercados; tal es el caso de los acuerdos comerciales y de la admisibilidad sanitaria en los productos agropecuarios. De igual forma, estos productos pueden crecer su valor agregado mediante diversos grados de transformación industrial.
Los no mineros también incluyen los productos industriales con diversos grados de complejidad tecnológica; ellos enfrentan una mayor competencia global y están más expuestos a sentir los impactos de la enfermedad holandesa, al perder competitividad por excesivos niveles de apreciación de la moneda.
Es evidente por lo tanto, que, reconociendo la importancia de los productos minero-energéticos por su aporte a las metas de exportación y a la oferta de divisas que el país necesita para importar los bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce, hay que establecer la diferencia con los no mineros. Ella ayudará al seguimiento estrecho de la forma en que una potencial enfermedad holandesa las empiece a afectar y permitirá preservar los avances que el país ha realizado en los últimos años en materia de diversificación.
En síntesis se trata de una buena propuesta de los exportadores, que además tiene dos virtudes. Por un lado, implica un alto compromiso del sector privado para avanzar en el objetivo. Por otro, fortalece la idea de contar con metas de largo plazo, que superen los periodos presidenciales y tiendan a convertirse en políticas de Estado.
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