Publicado en Portafolio el 18 de septiembre de 2015
“Los líderes populistas como Chávez… coinciden en tomar una parte de la población y volverla el enemigo interno, que junto con el enemigo externo se convierten en lo que los populistas llaman «antipueblo». En cada discurso el populista busca insertar odio en la sociedad; hacer que el pueblo odie al «antipueblo». Una vez así, logra que parte del pueblo se enamore de él, le perdone todos los robos, actos de corrupción, cambios de Constitución, falta de justicia; porque supuestamente todo lo que el populista hace es en nombre del pueblo. Y cualquier cosa que vaya mal, siempre será culpa del «antipueblo»”.
Esta descripción que la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez hace del populismo de Chávez, también aplica a la perfección a Maduro, su heredero. Ahí están claras las razones por las que Maduro la tomó contra los migrantes colombianos. Los convirtió en el «antipueblo» externo para disimular el gran desastre económico al que el pomposamente denominado “Socialismo del siglo XXI” llevó a Venezuela; también los usa ahora que ve el riesgo de perder las elecciones del próximo diciembre, como una forma de acallar al «antipueblo» interno.
Los problemas de la frontera llevan décadas sin que se adopten las medidas correctivas. En su columna de Semana (“Conversaciones con Maduro y Santos”), el analista León Valencia comenta que el libro “La frontera caliente”, publicado en 2011 con Ariel Ávila, evidenció los crecientes problemas de contrabando, narcotráfico y presencia de “grupos ilegales que en complicidad con sectores de la fuerza pública y con líderes políticos de los dos lados controlaban negocios jugosos”.
Por eso, es ridículo que Maduro saque a relucir esos problemas como si fueran nuevos y que, adicionalmente, aduzca el ataque a militares venezolanos por parte de paramilitares colombianos como el detonante del cierre de la frontera.
Por lo primero, debería jalarse las orejas por la pasividad frente a un problema de tantos años. Con relación a lo segundo, la revista Semana (“¿Cuál fue “el florero de Llorente” de la crisis en la frontera”?) afirma que el ataque es un hecho oscuro, que posiblemente está relacionado con un choque entre militares de ese país, a raíz de la intromisión de un grupo de inteligencia en asuntos del llamado cartel de los soles.
En materia económica pocos gobernantes se pueden vanagloriar de haber causado un desastre económico tan grande como el de Chávez y Maduro. Venezuela, la economía con las mayores reservas de petróleo en el mundo, desperdició la bonanza de precios que le significó la entrada de más de US$800 mil millones en el presente siglo.
Su “modelo de desarrollo endógeno” tiene totalmente desabastecido el mercado y los consumidores enfrentan el racionamiento y las largas filas del socialismo ruso y cubano para adquirir bienes básicos. La pobreza aumentó del 25.4% en 2012 al 32.1% en 2013. La inflación es la más alta del mundo (145.5% según Latin American Consensus Forecasts). El FMI estima que el PIB caerá 7% este año. Su tasa de homicidios (53.7 por cada 100 mil habitantes) es de las más altas del planeta y la de Caracas (134) es ocho veces superior a la de Bogotá.
No podemos darle papaya a Maduro, que con sus payasadas busca en Colombia los pretextos para aplazar las elecciones.
La pelotera industrial
Publicado en Portafolio el viernes 21 de agosto de 2015
Nuevamente saltó a la palestra el tema de la política industrial y retornaron las inevitables imprecisiones.
Se cayó en la vana discusión de si hay o no política industrial en Colombia, cuando fácilmente se pueden enumerar muchos instrumentos que todos los países clasifican como política industrial. Cosa diferente es que no le guste a todos; que unos la quieran llamar moderna; que otros consideren necesarios más instrumentos; o que algunos añoren volver al pasado proteccionista.
¿Debe existir un ministerio exclusivo para la industria? La realidad del mundo es que son escasos los países que lo tienen. En varios de los desarrollados y de los emergentes que nos llevan ventaja, el ministerio responsable de los temas de industria también lo es de los de comercio; incluso hay casos en los que incluyen los de turismo, energía, construcción, innovación, tecnología, minería o formación para el trabajo.
La política industrial engloba múltiples temas transversales, pero un ministerio que los abarque todos no existe; aspectos como infraestructura, educación, impuestos, licencias sanitarias, tarifas de energía, etcétera, son de competencia de otros ministerios. Por lo tanto, lo deseable para la política industrial es un ministerio que tenga a su cargo algunos elementos transversales y los sectoriales clave, complementados con la capacidad gubernamental de articulación y coordinación efectiva de las agencias públicas involucradas en el desarrollo empresarial.
La desindustrialización también se debate, pero hay zonas grises difíciles de despejar. Por ejemplo, qué tan cierto es que en los noventa teníamos una industria promisoria y que los TLCs y la enfermedad holandesa la acabaron. Los datos evidencian que la mayor pérdida de participación de la industria ocurrió en la década de los noventa; si eso fue desindustrialización, cambios metodológicos, o tercerización de actividades industriales, es otro debate. También muestran que en el periodo 2001-2007 la industria creció más que la economía y que, a partir de 2008, coincidiendo con la crisis mundial, entró en recesión y luego en un prolongado periodo de estancamiento.
¿Coincidencia con el ciclo de la economía mundial? Probable; esta es una hipótesis por explorar. ¿Efecto TLCs? Dudoso; en el periodo de la crisis mundial no estaban vigentes los que generan pánico a los críticos; los de EEUU, UE y Canadá entraron en vigencia después de iniciada la contracción industrial. Y es bien sabido que los grandes impactos de los TLCs no son instantáneos sino de mediano y largo plazo.
Pero incluso los analistas más calificados se pifian en estas materias. Un reconocido economista declaró que México es la “muestra palpable de que los TLC afectan la industria”. Las cifras del Banco Mundial dicen lo contrario. Entre 1994 y 2014, el valor agregado industrial de México creció 60%, y el de Brasil 22%, expresados en moneda local a precios constantes; y medidos en dólares corrientes crecieron 150% y 69%, respectivamente.
¿Y Colombia? ¡Sorpresa! La industria creció 46% en moneda local y 249% en dólares; además, mientras que en Brasil perdió 6.5 puntos de participación en el PIB entre 2005 y 2014, en Colombia lo hizo en 2.5 puntos.
Buenos son los debates en estas materias. Pero deben ser constructivos y no pensando que estamos en el primer día de la creación. En ese contexto, el documento técnico de la Andi es un destacado aporte.
Nuevamente saltó a la palestra el tema de la política industrial y retornaron las inevitables imprecisiones.
Se cayó en la vana discusión de si hay o no política industrial en Colombia, cuando fácilmente se pueden enumerar muchos instrumentos que todos los países clasifican como política industrial. Cosa diferente es que no le guste a todos; que unos la quieran llamar moderna; que otros consideren necesarios más instrumentos; o que algunos añoren volver al pasado proteccionista.
¿Debe existir un ministerio exclusivo para la industria? La realidad del mundo es que son escasos los países que lo tienen. En varios de los desarrollados y de los emergentes que nos llevan ventaja, el ministerio responsable de los temas de industria también lo es de los de comercio; incluso hay casos en los que incluyen los de turismo, energía, construcción, innovación, tecnología, minería o formación para el trabajo.
La política industrial engloba múltiples temas transversales, pero un ministerio que los abarque todos no existe; aspectos como infraestructura, educación, impuestos, licencias sanitarias, tarifas de energía, etcétera, son de competencia de otros ministerios. Por lo tanto, lo deseable para la política industrial es un ministerio que tenga a su cargo algunos elementos transversales y los sectoriales clave, complementados con la capacidad gubernamental de articulación y coordinación efectiva de las agencias públicas involucradas en el desarrollo empresarial.
La desindustrialización también se debate, pero hay zonas grises difíciles de despejar. Por ejemplo, qué tan cierto es que en los noventa teníamos una industria promisoria y que los TLCs y la enfermedad holandesa la acabaron. Los datos evidencian que la mayor pérdida de participación de la industria ocurrió en la década de los noventa; si eso fue desindustrialización, cambios metodológicos, o tercerización de actividades industriales, es otro debate. También muestran que en el periodo 2001-2007 la industria creció más que la economía y que, a partir de 2008, coincidiendo con la crisis mundial, entró en recesión y luego en un prolongado periodo de estancamiento.
¿Coincidencia con el ciclo de la economía mundial? Probable; esta es una hipótesis por explorar. ¿Efecto TLCs? Dudoso; en el periodo de la crisis mundial no estaban vigentes los que generan pánico a los críticos; los de EEUU, UE y Canadá entraron en vigencia después de iniciada la contracción industrial. Y es bien sabido que los grandes impactos de los TLCs no son instantáneos sino de mediano y largo plazo.
Pero incluso los analistas más calificados se pifian en estas materias. Un reconocido economista declaró que México es la “muestra palpable de que los TLC afectan la industria”. Las cifras del Banco Mundial dicen lo contrario. Entre 1994 y 2014, el valor agregado industrial de México creció 60%, y el de Brasil 22%, expresados en moneda local a precios constantes; y medidos en dólares corrientes crecieron 150% y 69%, respectivamente.
¿Y Colombia? ¡Sorpresa! La industria creció 46% en moneda local y 249% en dólares; además, mientras que en Brasil perdió 6.5 puntos de participación en el PIB entre 2005 y 2014, en Colombia lo hizo en 2.5 puntos.
Buenos son los debates en estas materias. Pero deben ser constructivos y no pensando que estamos en el primer día de la creación. En ese contexto, el documento técnico de la Andi es un destacado aporte.
TLC Colombia – Estados Unidos: ¿Un fracaso?
Publicado en la revista Fasecolda No. 160, julio de 2015
El comercio internacional de Colombia está en la picota pública por cuenta del enorme déficit comercial que se registra desde al año pasado, explicado básicamente por el comercio con Estados Unidos. Justamente por eso, hay analistas que le achacan ese resultado al presunto fracaso del TLC, que en mayo pasado completó tres años de vigencia.
Esas posiciones pasan por alto el entorno internacional y reflejan lecturas a medias de la información disponible. Un análisis más objetivo de las cifras y de los hechos muestra que no hay tal fracaso.
El comercio internacional no sirve
Al celebrarse el tercer año de vigencia del TLC de Colombia con Estados Unidos aparecieron diferentes críticas, que evidencian, una vez más, una muy particular interpretación del comercio internacional, la debilidad de los argumentos para evaluar los acuerdos comerciales y el desconocimiento de los tiempos en que se deben producir los impactos de este tipo de acuerdos.
Sobre este último aspecto, se sabe que los acuerdos comerciales no producen efectos en el corto, sino en el mediano y en el largo plazos. Esto porque los cambios más importantes provienen de procesos de reasignación de recursos en la economía. Los impactos de corto plazo se fundamentan en la estructura del comercio al momento de entrar en vigencia el acuerdo, es decir, en el aprovechamiento de las ventajas en productos que ya están en los mercados internacionales.
El análisis de Recalca (2015) señala que los efectos negativos son peor de lo esperado por los más pesimistas. Para sostener sus afirmaciones, este organismo elabora su propia visión del comercio internacional:
“El comercio es importante como mecanismo de transmisión de riqueza, pero no de creación de la misma. Si un país fabrica aviones, que otro no puede producir, el comercio libre de estos favorece a ambas naciones. Sin embargo, no se puede perder de vista que la riqueza generada, resultado de la transformación de energía, materiales y mano de obra en una manufactura, es para el país que lo fabrica, no para el que lo compra”.
Semejante argumento desconoce toda la teoría del comercio internacional que desde Adam Smith viene formulando las ganancias del comercio como el eje central del intercambio entre los países (Krugman y Wells, 2012; p. 23). Van al extremo de suponer que la importación de bienes no sirve para producir riqueza al país que los importa. Partiendo del ejemplo de los aviones que menciona Recalca, habría que preguntarse si las empresas aéreas que los compran para prestar los servicios de transporte de pasajeros y de carga no generan riqueza; o si tampoco la crean los servicios de mantenimiento de aeronaves, de los cuales Colombia es exportadora; o cómo se consideran la producción y el empleo de las empresas proveedoras de los bienes y servicios que demandan esas actividades de transporte y mantenimiento.
Contrario a los postulados de la teoría del comercio internacional que interpretan el intercambio como un gana-gana, en la visión de Recalca el intercambio entre países solo debe darse sobre bienes de igual nivel tecnológico o, en su defecto, siempre ganará el país de mayor tecnología. Si este principio se aplicara, no existiría el comercio Norte-Sur. En ese caso, los países en desarrollo no podrían adquirir los bienes de capital que no producen, y en el ejemplo de los aviones, se condenaría a la población a los métodos más arcaicos de transporte.
Lejos de tan fatalistas interpretaciones, autores como Joseph Stigliz, premio nobel de economía y connotado crítico de la globalización, enuncia que el comercio internacional juega un papel preponderante en el crecimiento de las economías. Opina este autor que la difusión de los beneficios de la revolución industrial no se hubiera realizado sin el comercio de Inglaterra con otras naciones, incluidas sus colonias; de igual forma el desarrollo de Japón se hubiera truncado:
“Es difícil imaginar que la industrialización de la era Meiji se hubiera producido si Japón no hubiese podido importar grandes cantidades de maquinaria, equipación (sic) de transporte y otros bienes de producción provenientes de Occidente a cambio de exportaciones de tejidos y juguetes baratos y otros productos que requerían uso intensivo de mano de obra” (Stiglitz y Charlton, 2007; p. 37-38).
El fracaso del TLC
Con esas ideas, Recalca muestra que el comercio de Colombia con Estados Unidos pasó de un superávit de US$8.100 millones en 2011 a un déficit de US$3.300 millones en 2014 y de US$1.200 millones en febrero de 2015; estos resultados son explicados por la caída de las exportaciones, cuyo nivel en 2014 es apenas similar al observado en 2008.
Según Recalca, “para 2014, mientras Colombia exportó 953.000 toneladas de alimentos a Estados Unidos, importó 5.100.000 toneladas desde ese país. Pero más grave es el hecho de que los principales bienes que se están comprando al país del Norte, como maíz, trigo y arroz, son productos que se pueden producir en Colombia y cuyas importaciones están reemplazando producción y empleos locales”.
Estas cifras en apariencia dan la razón al análisis de Recalca. Pero tiene tres grandes problemas. En primer lugar, ignora por completo la caída de los precios internacionales de los productos básicos y especialmente el desplome del precio del petróleo (gráfico 1). En segundo lugar desconoce el impacto de la creciente producción de petróleo en Estados Unidos sobre las importaciones que realiza del resto del mundo. Por último, solo presenta las cifras de volumen de comercio agropecuario de un año, sin contar la historia de los años anteriores.
Los dos primeros aspectos mencionados repercutieron en caídas del volumen exportado de petróleo, desde 19.6 millones de toneladas en 2011 hasta 12.8 millones en 2014; en valores la contracción fue de US$13.700 millones a US$7.600 en el mismo periodo (gráfico 2). Este es el principal factor que explica el deterioro de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos.
Pero ese no es un fenómeno que afecte solo a Colombia, sino a todos los países que exportan el hidrocarburo a ese mercado. Según la Energy Information Administration de Estados Unidos, las importaciones de crudo, que en 2007 promediaron los 305 millones de barriles por mes, bajaron a 223 millones en 2014.
Con relación al volumen de comercio agropecuario, hay que ver lo ocurrido en los años anteriores (gráfico 3). Las cifras muestran que en 2007 Colombia exportó a Estados Unidos 907 mil toneladas e importó 4.3 millones. Pero en los años siguientes las importaciones cayeron hasta 947 mil toneladas en 2012, porque la demora en la aprobación del TLC en el Congreso estadounidense propició el desplazamiento de ese país por productos de Canadá y Argentina. Una vez entró en vigencia el TLC, se observa una recuperación de su participación de mercado. Por lo tanto, las diferencias en volumen de comercio no se originan con el acuerdo, sino que vienen de años anteriores.
La referencia a las importaciones de trigo, maíz y arroz no pasa de ser un discurso sin asidero en la realidad. Desde hace muchas décadas Colombia es un país deficitario en trigo, de forma que al entrar en vigencia el TLC ya se abastecía con importaciones el 97% del consumo nacional.
En el caso del maíz, el país importa dos tercios de su consumo, porque la producción nacional no ha tenido la capacidad de responder a la mayor demanda que ocasionó la modernización de la ganadería, basada en el consumo de alimentos concentrados; pero no significa esto que las importaciones estén acabando con la producción doméstica, pues como lo indican los datos oficiales, entre 2012 y 2014 la producción nacional aumentó de 765 mil a 823 mil toneladas.
En el caso del arroz, los contingentes acordados con Estados Unidos representan el 3.3% de la producción, que equivale a menos de 10 días del consumo del país.
En términos generales, quitando los productos minero-energéticos, el resto de las exportaciones a Estados Unidos aumentaron durante la vigencia del TLC (gráfico 2). Las exportaciones no minero-energéticas crecieron a una tasa media anual del 5.4% entre 2012 y 2014. De ellas, las industriales crecieron al 3.2% anual y las agroindustriales al 6.3% anual.
Aun cuando los impactos más notorios de los acuerdos comerciales se dan en el mediano y en el largo plazos, como ya se anotó, cabe destacar algunos logros en el corto periodo que llevan vigentes. Según ProColombia, 434 nuevos productos colombianos se exportaron a Estados Unidos entre mayo de 2012 y diciembre de 2014. La misma fuente indica que 1.908 empresas exportaron por primera vez a ese mercado y la mayoría de ellas son mipymes.
Conclusiones
En síntesis, atribuir al TLC el deterioro reciente de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos no tiene ningún fundamento. Las cifras, los acontecimientos internacionales, que afectaron los precios de todos los productos básicos, y las nuevas tecnologías de producción de petróleo en ese país explican el resultado comercial.
Lo que sí es objetivo es que la bonanza de productos básicos aumentó la concentración de la canasta exportadora colombiana al mercado estadounidense; en 2012 los minero-energéticos representaron el 84.4% del total y en 2014 el 73.1%. Es hora de retomar la senda de la diversificación y de fortalecer las políticas de fomento a las exportaciones de mayor valor agregado, que son las que en el mediano y largo plazo mostrarán los verdaderos impactos del TLC.
Bibliografía
Krugman, P. y Wells, R. (2007). Macroeconomics. Second Edition. Worth Publishers, New York.
Stiglitz, J. y Charlton, A. (2007). Comercio justo para todos. Cómo el comercio puede promover el desarrollo. Taurus Alfaguara S.A. Bogotá.
Recalca (2015). “Balance de los 3 años del TLC con Estados Unidos”. 15 de mayo. Consultado el 8 de junio de 2015 en: http://www.recalca.org.co/balance-de-los-3-anos-del-tlc-con-estados-unidos/
El comercio internacional de Colombia está en la picota pública por cuenta del enorme déficit comercial que se registra desde al año pasado, explicado básicamente por el comercio con Estados Unidos. Justamente por eso, hay analistas que le achacan ese resultado al presunto fracaso del TLC, que en mayo pasado completó tres años de vigencia.
Esas posiciones pasan por alto el entorno internacional y reflejan lecturas a medias de la información disponible. Un análisis más objetivo de las cifras y de los hechos muestra que no hay tal fracaso.
El comercio internacional no sirve
Al celebrarse el tercer año de vigencia del TLC de Colombia con Estados Unidos aparecieron diferentes críticas, que evidencian, una vez más, una muy particular interpretación del comercio internacional, la debilidad de los argumentos para evaluar los acuerdos comerciales y el desconocimiento de los tiempos en que se deben producir los impactos de este tipo de acuerdos.
Sobre este último aspecto, se sabe que los acuerdos comerciales no producen efectos en el corto, sino en el mediano y en el largo plazos. Esto porque los cambios más importantes provienen de procesos de reasignación de recursos en la economía. Los impactos de corto plazo se fundamentan en la estructura del comercio al momento de entrar en vigencia el acuerdo, es decir, en el aprovechamiento de las ventajas en productos que ya están en los mercados internacionales.
El análisis de Recalca (2015) señala que los efectos negativos son peor de lo esperado por los más pesimistas. Para sostener sus afirmaciones, este organismo elabora su propia visión del comercio internacional:
“El comercio es importante como mecanismo de transmisión de riqueza, pero no de creación de la misma. Si un país fabrica aviones, que otro no puede producir, el comercio libre de estos favorece a ambas naciones. Sin embargo, no se puede perder de vista que la riqueza generada, resultado de la transformación de energía, materiales y mano de obra en una manufactura, es para el país que lo fabrica, no para el que lo compra”.
Semejante argumento desconoce toda la teoría del comercio internacional que desde Adam Smith viene formulando las ganancias del comercio como el eje central del intercambio entre los países (Krugman y Wells, 2012; p. 23). Van al extremo de suponer que la importación de bienes no sirve para producir riqueza al país que los importa. Partiendo del ejemplo de los aviones que menciona Recalca, habría que preguntarse si las empresas aéreas que los compran para prestar los servicios de transporte de pasajeros y de carga no generan riqueza; o si tampoco la crean los servicios de mantenimiento de aeronaves, de los cuales Colombia es exportadora; o cómo se consideran la producción y el empleo de las empresas proveedoras de los bienes y servicios que demandan esas actividades de transporte y mantenimiento.
Contrario a los postulados de la teoría del comercio internacional que interpretan el intercambio como un gana-gana, en la visión de Recalca el intercambio entre países solo debe darse sobre bienes de igual nivel tecnológico o, en su defecto, siempre ganará el país de mayor tecnología. Si este principio se aplicara, no existiría el comercio Norte-Sur. En ese caso, los países en desarrollo no podrían adquirir los bienes de capital que no producen, y en el ejemplo de los aviones, se condenaría a la población a los métodos más arcaicos de transporte.
Lejos de tan fatalistas interpretaciones, autores como Joseph Stigliz, premio nobel de economía y connotado crítico de la globalización, enuncia que el comercio internacional juega un papel preponderante en el crecimiento de las economías. Opina este autor que la difusión de los beneficios de la revolución industrial no se hubiera realizado sin el comercio de Inglaterra con otras naciones, incluidas sus colonias; de igual forma el desarrollo de Japón se hubiera truncado:
“Es difícil imaginar que la industrialización de la era Meiji se hubiera producido si Japón no hubiese podido importar grandes cantidades de maquinaria, equipación (sic) de transporte y otros bienes de producción provenientes de Occidente a cambio de exportaciones de tejidos y juguetes baratos y otros productos que requerían uso intensivo de mano de obra” (Stiglitz y Charlton, 2007; p. 37-38).
El fracaso del TLC
Con esas ideas, Recalca muestra que el comercio de Colombia con Estados Unidos pasó de un superávit de US$8.100 millones en 2011 a un déficit de US$3.300 millones en 2014 y de US$1.200 millones en febrero de 2015; estos resultados son explicados por la caída de las exportaciones, cuyo nivel en 2014 es apenas similar al observado en 2008.
Según Recalca, “para 2014, mientras Colombia exportó 953.000 toneladas de alimentos a Estados Unidos, importó 5.100.000 toneladas desde ese país. Pero más grave es el hecho de que los principales bienes que se están comprando al país del Norte, como maíz, trigo y arroz, son productos que se pueden producir en Colombia y cuyas importaciones están reemplazando producción y empleos locales”.
Estas cifras en apariencia dan la razón al análisis de Recalca. Pero tiene tres grandes problemas. En primer lugar, ignora por completo la caída de los precios internacionales de los productos básicos y especialmente el desplome del precio del petróleo (gráfico 1). En segundo lugar desconoce el impacto de la creciente producción de petróleo en Estados Unidos sobre las importaciones que realiza del resto del mundo. Por último, solo presenta las cifras de volumen de comercio agropecuario de un año, sin contar la historia de los años anteriores.
Los dos primeros aspectos mencionados repercutieron en caídas del volumen exportado de petróleo, desde 19.6 millones de toneladas en 2011 hasta 12.8 millones en 2014; en valores la contracción fue de US$13.700 millones a US$7.600 en el mismo periodo (gráfico 2). Este es el principal factor que explica el deterioro de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos.
Pero ese no es un fenómeno que afecte solo a Colombia, sino a todos los países que exportan el hidrocarburo a ese mercado. Según la Energy Information Administration de Estados Unidos, las importaciones de crudo, que en 2007 promediaron los 305 millones de barriles por mes, bajaron a 223 millones en 2014.
Con relación al volumen de comercio agropecuario, hay que ver lo ocurrido en los años anteriores (gráfico 3). Las cifras muestran que en 2007 Colombia exportó a Estados Unidos 907 mil toneladas e importó 4.3 millones. Pero en los años siguientes las importaciones cayeron hasta 947 mil toneladas en 2012, porque la demora en la aprobación del TLC en el Congreso estadounidense propició el desplazamiento de ese país por productos de Canadá y Argentina. Una vez entró en vigencia el TLC, se observa una recuperación de su participación de mercado. Por lo tanto, las diferencias en volumen de comercio no se originan con el acuerdo, sino que vienen de años anteriores.
La referencia a las importaciones de trigo, maíz y arroz no pasa de ser un discurso sin asidero en la realidad. Desde hace muchas décadas Colombia es un país deficitario en trigo, de forma que al entrar en vigencia el TLC ya se abastecía con importaciones el 97% del consumo nacional.
En el caso del maíz, el país importa dos tercios de su consumo, porque la producción nacional no ha tenido la capacidad de responder a la mayor demanda que ocasionó la modernización de la ganadería, basada en el consumo de alimentos concentrados; pero no significa esto que las importaciones estén acabando con la producción doméstica, pues como lo indican los datos oficiales, entre 2012 y 2014 la producción nacional aumentó de 765 mil a 823 mil toneladas.
En el caso del arroz, los contingentes acordados con Estados Unidos representan el 3.3% de la producción, que equivale a menos de 10 días del consumo del país.
En términos generales, quitando los productos minero-energéticos, el resto de las exportaciones a Estados Unidos aumentaron durante la vigencia del TLC (gráfico 2). Las exportaciones no minero-energéticas crecieron a una tasa media anual del 5.4% entre 2012 y 2014. De ellas, las industriales crecieron al 3.2% anual y las agroindustriales al 6.3% anual.
Aun cuando los impactos más notorios de los acuerdos comerciales se dan en el mediano y en el largo plazos, como ya se anotó, cabe destacar algunos logros en el corto periodo que llevan vigentes. Según ProColombia, 434 nuevos productos colombianos se exportaron a Estados Unidos entre mayo de 2012 y diciembre de 2014. La misma fuente indica que 1.908 empresas exportaron por primera vez a ese mercado y la mayoría de ellas son mipymes.
Conclusiones
En síntesis, atribuir al TLC el deterioro reciente de la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos no tiene ningún fundamento. Las cifras, los acontecimientos internacionales, que afectaron los precios de todos los productos básicos, y las nuevas tecnologías de producción de petróleo en ese país explican el resultado comercial.
Lo que sí es objetivo es que la bonanza de productos básicos aumentó la concentración de la canasta exportadora colombiana al mercado estadounidense; en 2012 los minero-energéticos representaron el 84.4% del total y en 2014 el 73.1%. Es hora de retomar la senda de la diversificación y de fortalecer las políticas de fomento a las exportaciones de mayor valor agregado, que son las que en el mediano y largo plazo mostrarán los verdaderos impactos del TLC.
Bibliografía
Krugman, P. y Wells, R. (2007). Macroeconomics. Second Edition. Worth Publishers, New York.
Stiglitz, J. y Charlton, A. (2007). Comercio justo para todos. Cómo el comercio puede promover el desarrollo. Taurus Alfaguara S.A. Bogotá.
Recalca (2015). “Balance de los 3 años del TLC con Estados Unidos”. 15 de mayo. Consultado el 8 de junio de 2015 en: http://www.recalca.org.co/balance-de-los-3-anos-del-tlc-con-estados-unidos/
Transmilenio: Costos de la inacción
Publicado en Portafolio el 17 de julio de 2015
“Y qué importan 60.000 colados diarios si con eso no se quiebra el sistema… Si los medios vuelven a repicar con el tema, pues se anunciará otra medida que al cabo de unos días será olvidada”. Esa es una hipotética respuesta que puede explicar por qué no se emprenden soluciones de fondo a la problemática del Transmilenio.
El argumento no carece de lógica financiera. Según el Dane, por las troncales de Transmilenio se movilizaron 5.162.000 pasajeros mes en promedio en el primer trimestre de 2015, con lo cual los ingresos por pasajes, suponiendo que todos pagan, ascenderían a $3.3 billones anuales. El costo de los colados equivaldría apenas al 1.2% de esos ingresos.
La misma lógica puede ser aplicada por la policía y la justicia. Ellos se preguntarán si se justifica sancionar la elusión de un pago de $1.800 gastando recursos públicos en poner más agentes en las estaciones, imprimir libretas para poner “partes” que los colados nunca pagarán, y reseñar a los infractores en un juzgado. El argumento se refuerza teniendo en cuenta los problemas de congestión de la justicia, y la necesidad de controlar delitos de mayor impacto, como homicidios, narcotráfico, contrabando, robos y terrorismo.
En síntesis, la visión parece ser que no se justifica gastar pólvora en gallinazos. Pero el problema hay que verlo en otras dimensiones. Por un lado, pensar en cuál es el costo de oportunidad; el dinero no recaudado equivale a reemplazar más de 11.000 lozas dañadas de la troncal de la Caracas, o construir unas 800 viviendas gratis para los más desfavorecidos.
Por otro lado, se deben tomar en cuenta los efectos de la inacción, para lo cual es útil el enfoque de la teoría de la ventana rota. El problema no es solamente el monto de recursos perdidos, sino las consecuencias que se generan en la sociedad por no actuar contra los colados. En esto no se descubre el agua tibia, pues ciudades como Nueva York ya lo vivieron; no controlar los colados generó el efecto rebaño que hizo crecer la cifra como la espuma.
Y detrás de esa actitud permisiva surgen actividades como los vendedores informales; el temor de los usuarios, que a la larga tenderán a abandonar el sistema por otros medios de transporte; el daño de la infraestructura; los robos y el acoso a las mujeres, entre otros.
Además, las soluciones mecánicas con las que se responde a la presión mediática tienen efectos no deseados que, a la larga, pueden generar mayores costos económicos y sociales. Por ejemplo, poner vidrios encima de las barandas que hay entre cada vagón, indujo a los colados a forzar las puertas ocasionando daños que para el 2014 se estimaron en $6.199 millones; peor aún, con ello se eliminó una opción de escape de las estaciones para los pasajeros en casos de emergencia.
Finalmente, el deterioro del Transmilenio va en contravía de las políticas que buscan desincentivar el uso del carro particular. Como lo afirma Anna Matas, experta en economía del transporte, “un transporte público de calidad potencia los resultados del mecanismo de precios mediante la captación de usuarios adicionales. Ello es así porque la demanda de transporte privado es más sensible al precio cuando existe una buena alternativa”.
“Y qué importan 60.000 colados diarios si con eso no se quiebra el sistema… Si los medios vuelven a repicar con el tema, pues se anunciará otra medida que al cabo de unos días será olvidada”. Esa es una hipotética respuesta que puede explicar por qué no se emprenden soluciones de fondo a la problemática del Transmilenio.
El argumento no carece de lógica financiera. Según el Dane, por las troncales de Transmilenio se movilizaron 5.162.000 pasajeros mes en promedio en el primer trimestre de 2015, con lo cual los ingresos por pasajes, suponiendo que todos pagan, ascenderían a $3.3 billones anuales. El costo de los colados equivaldría apenas al 1.2% de esos ingresos.
La misma lógica puede ser aplicada por la policía y la justicia. Ellos se preguntarán si se justifica sancionar la elusión de un pago de $1.800 gastando recursos públicos en poner más agentes en las estaciones, imprimir libretas para poner “partes” que los colados nunca pagarán, y reseñar a los infractores en un juzgado. El argumento se refuerza teniendo en cuenta los problemas de congestión de la justicia, y la necesidad de controlar delitos de mayor impacto, como homicidios, narcotráfico, contrabando, robos y terrorismo.
En síntesis, la visión parece ser que no se justifica gastar pólvora en gallinazos. Pero el problema hay que verlo en otras dimensiones. Por un lado, pensar en cuál es el costo de oportunidad; el dinero no recaudado equivale a reemplazar más de 11.000 lozas dañadas de la troncal de la Caracas, o construir unas 800 viviendas gratis para los más desfavorecidos.
Por otro lado, se deben tomar en cuenta los efectos de la inacción, para lo cual es útil el enfoque de la teoría de la ventana rota. El problema no es solamente el monto de recursos perdidos, sino las consecuencias que se generan en la sociedad por no actuar contra los colados. En esto no se descubre el agua tibia, pues ciudades como Nueva York ya lo vivieron; no controlar los colados generó el efecto rebaño que hizo crecer la cifra como la espuma.
Y detrás de esa actitud permisiva surgen actividades como los vendedores informales; el temor de los usuarios, que a la larga tenderán a abandonar el sistema por otros medios de transporte; el daño de la infraestructura; los robos y el acoso a las mujeres, entre otros.
Además, las soluciones mecánicas con las que se responde a la presión mediática tienen efectos no deseados que, a la larga, pueden generar mayores costos económicos y sociales. Por ejemplo, poner vidrios encima de las barandas que hay entre cada vagón, indujo a los colados a forzar las puertas ocasionando daños que para el 2014 se estimaron en $6.199 millones; peor aún, con ello se eliminó una opción de escape de las estaciones para los pasajeros en casos de emergencia.
Finalmente, el deterioro del Transmilenio va en contravía de las políticas que buscan desincentivar el uso del carro particular. Como lo afirma Anna Matas, experta en economía del transporte, “un transporte público de calidad potencia los resultados del mecanismo de precios mediante la captación de usuarios adicionales. Ello es así porque la demanda de transporte privado es más sensible al precio cuando existe una buena alternativa”.
El Ministerio técnico
Publicado en Portafolio el viernes 19 de junio de 2015
En una columna reciente el exministro Rudolf Hommes elogia la actual administración del MinCIT, porque recupera los “temas técnicos”, y critica las anteriores, porque lo volvieron “un ministerio gremial, más de turismo que de comercio, y proclive a hacer favores”. Varios comentarios ameritan sus opiniones sobre la política comercial.
Cabe recordar que en 2010 esas administraciones “no técnicas” hicieron la primera reforma arancelaria de carácter integral desde 1991. Ella fue diseñada por un equipo técnico del MinCIT y del DNP, parte del cual continúa y, sin duda, tendrá a su cargo la implementación de una nueva reforma.
La reforma bajó el arancel nominal del 12.2% al 8.3%, corrigió en parte la dispersión de tarifas y eliminó algunas protecciones efectivas negativas. Posteriormente un diferimiento arancelario para los bienes de capital y materias primas no producidos, dejó el arancel en el 6.3% actual. Esta reforma preveía una posterior, pero se fue aplazando por las complejidades de la economía política en temas tan sensibles.
Según el exministro, “Colombia es quizás uno de los países con mayor dispersión de sus aranceles, que van desde cero a 400”. Pero, según la OMC (“Perfiles arancelarios en el mundo 2014”), el máximo arancel consolidado del país es 227% (no 400%) y el NMF más alto es el de los cuartos traseros de pollo (164.4%).
A propósito, la misma fuente indica que en Estados Unidos el arancel NMF máximo es 350%, en Canadá 484%, Unión Europea 511%, Japón 736%, Corea de 887% y México 210%.
Con relación a la dispersión, según la OMC el coeficiente de variación (cociente entre la desviación estándar y la media aritmética) del arancel NMF de Colombia es de 89%. El de Estados Unidos es 266%, Japón 400%, Corea 402%, Canadá 470%, México 211%, y Unión Europea 172%. Algunos países de la región con menores aranceles, registran una dispersión cercana a la colombiana: Argentina 71%, Brasil 73%; y otros la superan: Ecuador 117%, Perú 121%.
La historia muestra que desde que la apertura económica bajó los aranceles de cerca del 50% al 11%, ellos “han sido manipulados para ceder a presiones políticas o a lobbies privados”, para utilizar la misma expresión con la que Hommes califica la situación reciente. Por ejemplo, en 1994 se creó el sistema andino de franjas de precios.
Adicionalmente, la historia y la evidencia enseñan que el proteccionismo se nutre no solo de los aranceles, sino también de las medidas no arancelarias.
Así lo demuestra el estudio “Una visión general de la política comercial colombiana entre 1950 y 2012”, elaborado por investigadores del Banco de la República. Los autores encontraron que en 1989 estaban vigentes 1.684 medidas no arancelarias; por increíble que parezca, en los cuatro años del gobierno de la apertura económica que lideró Hommes, fueron expedidas 9.112 medidas adicionales, de forma que a finales de 1994 estaban vigentes 10.796 medidas. Es por este tipo de medidas, más que por los aranceles, que Colombia sigue siendo una economía cerrada.
Todas esas prácticas que distorsionan la política comercial son parte de un arreglo institucional que el país debe abolir. Entre tanto, hasta los ministros y los ministerios más técnicos se verán enfrentados a una realidad descrita por Rubén Blades: “Sorpresas te da la vida…”.
En una columna reciente el exministro Rudolf Hommes elogia la actual administración del MinCIT, porque recupera los “temas técnicos”, y critica las anteriores, porque lo volvieron “un ministerio gremial, más de turismo que de comercio, y proclive a hacer favores”. Varios comentarios ameritan sus opiniones sobre la política comercial.
Cabe recordar que en 2010 esas administraciones “no técnicas” hicieron la primera reforma arancelaria de carácter integral desde 1991. Ella fue diseñada por un equipo técnico del MinCIT y del DNP, parte del cual continúa y, sin duda, tendrá a su cargo la implementación de una nueva reforma.
La reforma bajó el arancel nominal del 12.2% al 8.3%, corrigió en parte la dispersión de tarifas y eliminó algunas protecciones efectivas negativas. Posteriormente un diferimiento arancelario para los bienes de capital y materias primas no producidos, dejó el arancel en el 6.3% actual. Esta reforma preveía una posterior, pero se fue aplazando por las complejidades de la economía política en temas tan sensibles.
Según el exministro, “Colombia es quizás uno de los países con mayor dispersión de sus aranceles, que van desde cero a 400”. Pero, según la OMC (“Perfiles arancelarios en el mundo 2014”), el máximo arancel consolidado del país es 227% (no 400%) y el NMF más alto es el de los cuartos traseros de pollo (164.4%).
A propósito, la misma fuente indica que en Estados Unidos el arancel NMF máximo es 350%, en Canadá 484%, Unión Europea 511%, Japón 736%, Corea de 887% y México 210%.
Con relación a la dispersión, según la OMC el coeficiente de variación (cociente entre la desviación estándar y la media aritmética) del arancel NMF de Colombia es de 89%. El de Estados Unidos es 266%, Japón 400%, Corea 402%, Canadá 470%, México 211%, y Unión Europea 172%. Algunos países de la región con menores aranceles, registran una dispersión cercana a la colombiana: Argentina 71%, Brasil 73%; y otros la superan: Ecuador 117%, Perú 121%.
La historia muestra que desde que la apertura económica bajó los aranceles de cerca del 50% al 11%, ellos “han sido manipulados para ceder a presiones políticas o a lobbies privados”, para utilizar la misma expresión con la que Hommes califica la situación reciente. Por ejemplo, en 1994 se creó el sistema andino de franjas de precios.
Adicionalmente, la historia y la evidencia enseñan que el proteccionismo se nutre no solo de los aranceles, sino también de las medidas no arancelarias.
Así lo demuestra el estudio “Una visión general de la política comercial colombiana entre 1950 y 2012”, elaborado por investigadores del Banco de la República. Los autores encontraron que en 1989 estaban vigentes 1.684 medidas no arancelarias; por increíble que parezca, en los cuatro años del gobierno de la apertura económica que lideró Hommes, fueron expedidas 9.112 medidas adicionales, de forma que a finales de 1994 estaban vigentes 10.796 medidas. Es por este tipo de medidas, más que por los aranceles, que Colombia sigue siendo una economía cerrada.
Todas esas prácticas que distorsionan la política comercial son parte de un arreglo institucional que el país debe abolir. Entre tanto, hasta los ministros y los ministerios más técnicos se verán enfrentados a una realidad descrita por Rubén Blades: “Sorpresas te da la vida…”.
¿Economías desarrolladas estancadas?
Publicado en Portafolio el 22 de mayo de 2015
Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, planteó en noviembre de 2013 la hipótesis del estancamiento secular de las economías desarrolladas, retomando los argumentos formulados por Alvin Hansen en 1939.
Según esa hipótesis, las economías desarrolladas vienen enfrentando un problema estructural que repercute en baja dinámica del PIB y disminución del producto potencial, como consecuencia de la caída en la inversión, el estancamiento de la productividad total de los factores y restricciones en la oferta laboral; estas últimas, asociadas al continuo descenso en la tasa de crecimiento de la población en edad de trabajar.
Summers observa que seis años después del inicio de la crisis mundial, las economías desarrolladas no han retornado a las tasas de crecimiento precrisis. La demanda agregada no ha reaccionado a las políticas monetarias heterodoxas, que bajaron a cero las tasas de intervención de los bancos centrales y, en el caso de Estados Unidos, indujeron un crecimiento sin precedentes de la base monetaria, mediante la compra masiva de bonos públicos y privados (flexibilización cuantitativa).
En ese contexto, las pocas opciones de crecimiento son no sostenibles, pues se basan en aumentos de la inflación o en la generación de burbujas financieras, que incrementan el riesgo de crisis y el retorno a los bajos ritmos de crecimiento. Esto explicaría las fases de auge de la economía de Estados Unidos en la década de los noventa y la primera del presente siglo, por las burbujas de las puntocom y las hipotecas subprime, respectivamente.
La ineficacia de la política monetaria se asocia al problema conocido como “límite inferior cero”, pues los bancos centrales no pueden bajar la tasa nominal de interés de ese nivel. Para reactivar la inversión serían necesarias tasas reales de interés más negativas, pero en la práctica es difícil lograrlas con la actual tendencia deflacionaria.
Otra opción es el impulso de las exportaciones mediante los acuerdos comerciales, la relajación de controles a las exportaciones, la oposición a políticas proteccionistas de otros países y el fortalecimiento de políticas de promoción.
La mejor alternativa, de acuerdo con Summers, es el incremento del gasto público. Su recomendación para Estados Unidos es mantener la tasa de interés cero por un periodo más prolongado, al tiempo que el déficit fiscal se incrementa en un punto porcentual durante cinco años.
El debate académico que siguió a la interpretación de Summers ha involucrado a los más connotados economistas de las economías desarrolladas. Pero un hecho trascendental es la incorporación de la hipótesis del estancamiento secular en los análisis de la economía mundial y en las recomendaciones de política que hace el FMI; en el estudio de abril de 2015 se afirma que este fenómeno también afecta economías emergentes como China.
Dados el bajo dinamismo de las economías desarrolladas y la desaceleración de algunas emergentes, si el argumento del estancamiento secular es válido, la economía mundial quedaría atrapada en una situación de bajo crecimiento en caso de no adoptarse medidas como las recomendadas por Summers y por el FMI.
Si se adoptan, se moderarían las expectativas de aumento de las tasas de interés por parte de la FED, y mejorarían las posibilidades de lograr un mayor crecimiento global. ¿Sí estará dispuesta la FED a comprar esta hipótesis, como la compró el FMI?
Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, planteó en noviembre de 2013 la hipótesis del estancamiento secular de las economías desarrolladas, retomando los argumentos formulados por Alvin Hansen en 1939.
Según esa hipótesis, las economías desarrolladas vienen enfrentando un problema estructural que repercute en baja dinámica del PIB y disminución del producto potencial, como consecuencia de la caída en la inversión, el estancamiento de la productividad total de los factores y restricciones en la oferta laboral; estas últimas, asociadas al continuo descenso en la tasa de crecimiento de la población en edad de trabajar.
Summers observa que seis años después del inicio de la crisis mundial, las economías desarrolladas no han retornado a las tasas de crecimiento precrisis. La demanda agregada no ha reaccionado a las políticas monetarias heterodoxas, que bajaron a cero las tasas de intervención de los bancos centrales y, en el caso de Estados Unidos, indujeron un crecimiento sin precedentes de la base monetaria, mediante la compra masiva de bonos públicos y privados (flexibilización cuantitativa).
En ese contexto, las pocas opciones de crecimiento son no sostenibles, pues se basan en aumentos de la inflación o en la generación de burbujas financieras, que incrementan el riesgo de crisis y el retorno a los bajos ritmos de crecimiento. Esto explicaría las fases de auge de la economía de Estados Unidos en la década de los noventa y la primera del presente siglo, por las burbujas de las puntocom y las hipotecas subprime, respectivamente.
La ineficacia de la política monetaria se asocia al problema conocido como “límite inferior cero”, pues los bancos centrales no pueden bajar la tasa nominal de interés de ese nivel. Para reactivar la inversión serían necesarias tasas reales de interés más negativas, pero en la práctica es difícil lograrlas con la actual tendencia deflacionaria.
Otra opción es el impulso de las exportaciones mediante los acuerdos comerciales, la relajación de controles a las exportaciones, la oposición a políticas proteccionistas de otros países y el fortalecimiento de políticas de promoción.
La mejor alternativa, de acuerdo con Summers, es el incremento del gasto público. Su recomendación para Estados Unidos es mantener la tasa de interés cero por un periodo más prolongado, al tiempo que el déficit fiscal se incrementa en un punto porcentual durante cinco años.
El debate académico que siguió a la interpretación de Summers ha involucrado a los más connotados economistas de las economías desarrolladas. Pero un hecho trascendental es la incorporación de la hipótesis del estancamiento secular en los análisis de la economía mundial y en las recomendaciones de política que hace el FMI; en el estudio de abril de 2015 se afirma que este fenómeno también afecta economías emergentes como China.
Dados el bajo dinamismo de las economías desarrolladas y la desaceleración de algunas emergentes, si el argumento del estancamiento secular es válido, la economía mundial quedaría atrapada en una situación de bajo crecimiento en caso de no adoptarse medidas como las recomendadas por Summers y por el FMI.
Si se adoptan, se moderarían las expectativas de aumento de las tasas de interés por parte de la FED, y mejorarían las posibilidades de lograr un mayor crecimiento global. ¿Sí estará dispuesta la FED a comprar esta hipótesis, como la compró el FMI?
¿Qué es el estancamiento secular?
Publicado en la edición digital de la revista MisiónPyme de abril de 2015
Este término es la fuente de amplios debates en las economías desarrolladas desde noviembre de 2013, cuando Larry Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, lo resucitó en un foro del FMI.
El concepto de estancamiento secular (ES), fue acuñado por el economista Alvin Hansen en 1938, cuando todavía se sentían los impactos negativos de la Gran Depresión. Para Hansen, el menor crecimiento de la población y los escasos avances tecnológicos quitaban incentivos a la inversión y, por lo tanto, la economía tendería a perpetuar la recesión. Esta visión sobre el crecimiento económico fue relegada al olvido a partir del auge que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Según Robert Solow “El término estancamiento secular… denota una tendencia persistente de una economía nacional (o un grupo de economías) no solo a crecer con lentitud, sino más concretamente a encontrarse parcial o totalmente incapacitada para aprovechar al máximo su potencial productivo”.
Summers formuló el interrogante de si el ES se puede considerar como la “nueva normalidad” de las economías avanzadas. A pesar del tiempo transcurrido desde la quiebra de Lehman Brothers, el PIB potencial sigue disminuyendo y las tasas de crecimiento se mantienen bajas.
En una economía con exceso de ahorro y debilidad de la demanda, las bajas tasas de interés no son suficientes para estimular el crecimiento; se cae en lo que Keynes denominó la “trampa de liquidez” y ahora llaman el “problema del límite inferior cero”, en los debates sobre ES. Para incentivar la inversión serían necesarias tasas reales negativas, pero es difícil lograrlas porque la debilidad de la demanda repercute en menores tasas de inflación.
En ese contexto, los periodos de auge y pleno empleo podrían serían logrados por burbujas, como la tecnológica de los noventa o la más reciente de construcción de viviendas. Pero serían efectos temporales, pues una vez terminadas, la economía volvería al bajo crecimiento.
Como lo anotó Hansen, el ES se acentúa con la disminución de las tasas de crecimiento de la oferta laboral, asociadas al envejecimiento de la población y a menores tasas de natalidad. También incide el menor crecimiento de la productividad del trabajo y del capital. Consecuencia de los anteriores factores, se reduce el crecimiento de la inversión, porque al contar con menos mano de obra se requiere menos capital y, adicionalmente, la demanda agregada no tiene la dinámica necesaria para incentivarla.
Pese a que los debates sobre el ES han involucrado a los más connotados economistas del planeta, en América Latina, en general, y en Colombia, en particular, poco eco han tenido. Tal vez la relativa indiferencia se sustente en el presunto “desacople” (decoupling) entre la dinámica de crecimiento de las economías emergentes y la de las economías desarrolladas, a partir de la pasada crisis mundial.
Tradicionalmente se aceptaba que la dinámica de las economías en desarrollo estaba “acoplada” a la de las economías desarrolladas. Esto se expresaba coloquialmente enunciando que “cuando Estados Unidos estornudaba, el mundo se resfriaba”.
Pero la crisis mundial no solo se originó en las economías desarrolladas, sino que las golpeó más fuerte. Entre tanto, el mundo en desarrollo adoptó políticas contracíclicas que le permitieron amortiguar el impacto; esta resistencia a los choques exógenos se conoce como resiliencia de las economías.
Consecuencia de la resiliencia es que en los años siguientes a la crisis mundial, mientras las economías desarrolladas se estancaron, las economías emergentes se convirtieron en el principal motor de la economía mundial. A ello contribuyeron especialmente los llamados BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica. Esta situación de alto crecimiento de las emergentes y estancamiento del mundo desarrollado fortaleció la idea del “desacople”.
La pregunta que surge es si ha ocurrido algo para que el ES, que se veía como un problema de economías desarrolladas, ahora sí pueda despertar algún interés entre los analistas de América Latina y de Colombia.
Lo que ha ocurrido es evidente: la región se está desacelerando de forma muy rápida. Brasil, el único país latinoamericano miembro de los BRICS, prácticamente no ha crecido en los dos últimos años y para el presente se proyecta una tasa negativa. Chile, la estrella de la región en las últimas décadas, crece a menos de la mitad de su anterior tasa de crecimiento. Argentina y Venezuela, en términos de Panagariya, se podrían calificar como casos de “desastres de crecimiento económico”. Incluso las economías de Perú y Colombia, que se mostraron como las más sólidas, han visto continuas revisiones a la baja de sus proyecciones para 2015 y 2016. Las cifras de la Cepal lo dicen todo: la economía latinoamericana creció 1.2% en 2014 y apenas se proyecta en 1.0% para 2015.
Como lo destaca un estudio reciente del FMI, el menor ritmo de crecimiento de América Latina está asociado con la reducción de las tasas de participación laboral, el envejecimiento de la población, y la baja productividad del capital y de la mano de obra.
Pero, como lo señala el FMI, hay decisiones de política que se pueden adoptar para aumentar el nivel del PIB potencial y mejorar la productividad laboral y del capital. Ellas incluyen la mejora en la calidad y en la cobertura de la educación, el desarrollo de obras de infraestructura, crecer el gasto en investigación y desarrollo para impulsar la innovación, e incentivar la participación femenina en la oferta laboral, entre otras.
Lo esencial es adquirir conciencia de la magnitud del problema que representa el ES y aprovechar los amplios debates que se han dado desde finales de 2013, para conocer metodologías, identificar causas y reorientar las políticas. Magnifico si Colombia ha escapado a ese fenómeno; pero si no, mejor actuar pronto aprovechando que se están implementando varias de las políticas recomendadas.
Este término es la fuente de amplios debates en las economías desarrolladas desde noviembre de 2013, cuando Larry Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, lo resucitó en un foro del FMI.
El concepto de estancamiento secular (ES), fue acuñado por el economista Alvin Hansen en 1938, cuando todavía se sentían los impactos negativos de la Gran Depresión. Para Hansen, el menor crecimiento de la población y los escasos avances tecnológicos quitaban incentivos a la inversión y, por lo tanto, la economía tendería a perpetuar la recesión. Esta visión sobre el crecimiento económico fue relegada al olvido a partir del auge que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Según Robert Solow “El término estancamiento secular… denota una tendencia persistente de una economía nacional (o un grupo de economías) no solo a crecer con lentitud, sino más concretamente a encontrarse parcial o totalmente incapacitada para aprovechar al máximo su potencial productivo”.
Summers formuló el interrogante de si el ES se puede considerar como la “nueva normalidad” de las economías avanzadas. A pesar del tiempo transcurrido desde la quiebra de Lehman Brothers, el PIB potencial sigue disminuyendo y las tasas de crecimiento se mantienen bajas.
En una economía con exceso de ahorro y debilidad de la demanda, las bajas tasas de interés no son suficientes para estimular el crecimiento; se cae en lo que Keynes denominó la “trampa de liquidez” y ahora llaman el “problema del límite inferior cero”, en los debates sobre ES. Para incentivar la inversión serían necesarias tasas reales negativas, pero es difícil lograrlas porque la debilidad de la demanda repercute en menores tasas de inflación.
En ese contexto, los periodos de auge y pleno empleo podrían serían logrados por burbujas, como la tecnológica de los noventa o la más reciente de construcción de viviendas. Pero serían efectos temporales, pues una vez terminadas, la economía volvería al bajo crecimiento.
Como lo anotó Hansen, el ES se acentúa con la disminución de las tasas de crecimiento de la oferta laboral, asociadas al envejecimiento de la población y a menores tasas de natalidad. También incide el menor crecimiento de la productividad del trabajo y del capital. Consecuencia de los anteriores factores, se reduce el crecimiento de la inversión, porque al contar con menos mano de obra se requiere menos capital y, adicionalmente, la demanda agregada no tiene la dinámica necesaria para incentivarla.
Pese a que los debates sobre el ES han involucrado a los más connotados economistas del planeta, en América Latina, en general, y en Colombia, en particular, poco eco han tenido. Tal vez la relativa indiferencia se sustente en el presunto “desacople” (decoupling) entre la dinámica de crecimiento de las economías emergentes y la de las economías desarrolladas, a partir de la pasada crisis mundial.
Tradicionalmente se aceptaba que la dinámica de las economías en desarrollo estaba “acoplada” a la de las economías desarrolladas. Esto se expresaba coloquialmente enunciando que “cuando Estados Unidos estornudaba, el mundo se resfriaba”.
Pero la crisis mundial no solo se originó en las economías desarrolladas, sino que las golpeó más fuerte. Entre tanto, el mundo en desarrollo adoptó políticas contracíclicas que le permitieron amortiguar el impacto; esta resistencia a los choques exógenos se conoce como resiliencia de las economías.
Consecuencia de la resiliencia es que en los años siguientes a la crisis mundial, mientras las economías desarrolladas se estancaron, las economías emergentes se convirtieron en el principal motor de la economía mundial. A ello contribuyeron especialmente los llamados BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica. Esta situación de alto crecimiento de las emergentes y estancamiento del mundo desarrollado fortaleció la idea del “desacople”.
La pregunta que surge es si ha ocurrido algo para que el ES, que se veía como un problema de economías desarrolladas, ahora sí pueda despertar algún interés entre los analistas de América Latina y de Colombia.
Lo que ha ocurrido es evidente: la región se está desacelerando de forma muy rápida. Brasil, el único país latinoamericano miembro de los BRICS, prácticamente no ha crecido en los dos últimos años y para el presente se proyecta una tasa negativa. Chile, la estrella de la región en las últimas décadas, crece a menos de la mitad de su anterior tasa de crecimiento. Argentina y Venezuela, en términos de Panagariya, se podrían calificar como casos de “desastres de crecimiento económico”. Incluso las economías de Perú y Colombia, que se mostraron como las más sólidas, han visto continuas revisiones a la baja de sus proyecciones para 2015 y 2016. Las cifras de la Cepal lo dicen todo: la economía latinoamericana creció 1.2% en 2014 y apenas se proyecta en 1.0% para 2015.
Como lo destaca un estudio reciente del FMI, el menor ritmo de crecimiento de América Latina está asociado con la reducción de las tasas de participación laboral, el envejecimiento de la población, y la baja productividad del capital y de la mano de obra.
Pero, como lo señala el FMI, hay decisiones de política que se pueden adoptar para aumentar el nivel del PIB potencial y mejorar la productividad laboral y del capital. Ellas incluyen la mejora en la calidad y en la cobertura de la educación, el desarrollo de obras de infraestructura, crecer el gasto en investigación y desarrollo para impulsar la innovación, e incentivar la participación femenina en la oferta laboral, entre otras.
Lo esencial es adquirir conciencia de la magnitud del problema que representa el ES y aprovechar los amplios debates que se han dado desde finales de 2013, para conocer metodologías, identificar causas y reorientar las políticas. Magnifico si Colombia ha escapado a ese fenómeno; pero si no, mejor actuar pronto aprovechando que se están implementando varias de las políticas recomendadas.
No es solo Transmilenio
Publicado en Portafolio el 17 de abril de 2015
Fracasaron las puertas “anticolados” del Transmilenio. Así calificaron los medios ese experimento, que suscita la atención como parte de la problemática del sistema de transporte masivo.
Es razonable el interés que despiertan los crecientes problemas de Transmilenio, pero no hay que verlos aislados de lo que ocurre en la ciudad: acelerada informalidad, incumplimiento de las frecuencias de las rutas, “raponazos” de celulares, atracos cada vez más frecuentes, intolerancia que ha ocasionado muertos y heridos, miles de colados aplicando la ley del atajo, incapacidad institucional para unificar el sistema de las tarjetas, etcétera.
Por eso es ingenuo pretender que el problema de los colados se va a terminar cambiando las puertas. Es una medida necesaria, sin duda, pero la solución no es convertir las estaciones en cajas fuertes ni ponerles alambrados de púas para evitar esta práctica.
Hay que pensar que los colados, con cifras que oscilan entre los 25 mil y los 70 mil diarios, según la fuente –lo cual indica que las autoridades locales ni siquiera tienen una medición precisa del problema–, tienen una explicación de fondo. Quizás, algunos lo hacen por necesidad, porque $1.700 es un costo elevado que no pueden asumir, pero la inmensa mayoría lo hace por un efecto rebaño: “Si los demás lo hacen y no pasa nada, ¿por qué no lo hago yo?”.
Ese efecto se fundamenta en la pérdida de valores cívicos propiciados por la ausencia de autoridad que haga valer las normas. Es un caso típico de la teoría de las ventanas rotas, cuya idea central exponen Willson y Kelling en los siguientes términos:
“Los psicólogos sociales y la policía tienden a coincidir en que si una ventana en un edificio se rompe y se deja sin reparar, todo el resto de las ventanas pronto estarán rotas. Esto es válido tanto para los barrios prósperos como para los decadentes. Las ventanas rotas a gran escala no ocurren necesariamente porque algunas zonas están habitadas por rompedores de ventanas, y otras por amantes de las ventanas; más bien, una ventana rota no reparada es una señal de que a nadie le importa, y, por lo tanto, romper más ventanas no cuesta nada”.
A partir de un hecho tan simple, empieza una secuencia de comportamientos de indiferencia, imitación, agresividad, vandalismo, violencia y otros delitos. Los ciudadanos terminan cediéndole espacios de forma pasiva a los “rompe vidrios”, o se contagian y engrosan las filas de “rompe vidrios”.
En ese contexto, cabe preguntarse si la decisión de las puertas “anticolados” hace parte de una estrategia más amplia o es una medida aislada; si como complemento hay decisiones sobre erradicación de la informalidad en las estaciones y en los buses; si están en marcha agresivas estrategias de lucha contra la delincuencia; si van a desarrollar campañas intensivas para la recuperación de los valores cívicos; y si todas las anteriores son parte de una política para la ciudad o solo para Transmilenio.
Las políticas del exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, basadas en la teoría de las ventanas rotas, ilustran la importancia de adoptar medidas coherentes, a gran escala y orientadas a fortalecer los valores cívicos para hacer vivible la ciudad. No hacerlo es claudicar al derecho a una mejor calidad de vida.
Fracasaron las puertas “anticolados” del Transmilenio. Así calificaron los medios ese experimento, que suscita la atención como parte de la problemática del sistema de transporte masivo.
Es razonable el interés que despiertan los crecientes problemas de Transmilenio, pero no hay que verlos aislados de lo que ocurre en la ciudad: acelerada informalidad, incumplimiento de las frecuencias de las rutas, “raponazos” de celulares, atracos cada vez más frecuentes, intolerancia que ha ocasionado muertos y heridos, miles de colados aplicando la ley del atajo, incapacidad institucional para unificar el sistema de las tarjetas, etcétera.
Por eso es ingenuo pretender que el problema de los colados se va a terminar cambiando las puertas. Es una medida necesaria, sin duda, pero la solución no es convertir las estaciones en cajas fuertes ni ponerles alambrados de púas para evitar esta práctica.
Hay que pensar que los colados, con cifras que oscilan entre los 25 mil y los 70 mil diarios, según la fuente –lo cual indica que las autoridades locales ni siquiera tienen una medición precisa del problema–, tienen una explicación de fondo. Quizás, algunos lo hacen por necesidad, porque $1.700 es un costo elevado que no pueden asumir, pero la inmensa mayoría lo hace por un efecto rebaño: “Si los demás lo hacen y no pasa nada, ¿por qué no lo hago yo?”.
Ese efecto se fundamenta en la pérdida de valores cívicos propiciados por la ausencia de autoridad que haga valer las normas. Es un caso típico de la teoría de las ventanas rotas, cuya idea central exponen Willson y Kelling en los siguientes términos:
“Los psicólogos sociales y la policía tienden a coincidir en que si una ventana en un edificio se rompe y se deja sin reparar, todo el resto de las ventanas pronto estarán rotas. Esto es válido tanto para los barrios prósperos como para los decadentes. Las ventanas rotas a gran escala no ocurren necesariamente porque algunas zonas están habitadas por rompedores de ventanas, y otras por amantes de las ventanas; más bien, una ventana rota no reparada es una señal de que a nadie le importa, y, por lo tanto, romper más ventanas no cuesta nada”.
A partir de un hecho tan simple, empieza una secuencia de comportamientos de indiferencia, imitación, agresividad, vandalismo, violencia y otros delitos. Los ciudadanos terminan cediéndole espacios de forma pasiva a los “rompe vidrios”, o se contagian y engrosan las filas de “rompe vidrios”.
En ese contexto, cabe preguntarse si la decisión de las puertas “anticolados” hace parte de una estrategia más amplia o es una medida aislada; si como complemento hay decisiones sobre erradicación de la informalidad en las estaciones y en los buses; si están en marcha agresivas estrategias de lucha contra la delincuencia; si van a desarrollar campañas intensivas para la recuperación de los valores cívicos; y si todas las anteriores son parte de una política para la ciudad o solo para Transmilenio.
Las políticas del exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, basadas en la teoría de las ventanas rotas, ilustran la importancia de adoptar medidas coherentes, a gran escala y orientadas a fortalecer los valores cívicos para hacer vivible la ciudad. No hacerlo es claudicar al derecho a una mejor calidad de vida.
La industria aseguradora en el mundo y en Colombia 2014-2015
Publicado en Revista Fasecolda No. 159, marzo de 2015
En 2014 la industria aseguradora mundial se resintió por el débil crecimiento económico y por la incertidumbre que ha imperado en los años recientes. Para 2015 se prevén tiempos mejores.
En el caso de Colombia, la industria aseguradora ha registrado un notable desempeño, interrumpido el año anterior por el efecto estadístico de una cuantiosa conmutación pensional de 2013; pero descontado este hecho atípico, el sector siguió creciendo. El 2015 luce con buenas posibilidades de crecimiento a pesar de la desaceleración de la actividad económica general.
Seguros en el mundo
La debilidad de la economía mundial repercutió en muy bajas tasas de interés en las economías desarrolladas y en varias emergentes. Esta combinación impacta negativamente al sector de seguros; por un lado, el menor dinamismo del PIB reduce la demanda y, por otro, las bajas tasas de interés afectan la valoración y la rentabilidad de los portafolios, especialmente en las empresas de seguros de vida, en razón a la mayor duración de sus pasivos.
De acuerdo con las estimaciones preliminares de Swiss Re (2014), los seguros generales crecieron en 2014 menos que en los dos años anteriores; se estima que la variación de las primas reales fue 2.5%, frente a 3.0% en 2012 y 3.1% en 2013.
A ese resultado contribuyen tanto las economías desarrolladas como las emergentes. Las primeras pasaron de crecer 1.9% a 1.7% entre 2013 y 2014, y las segundas de 8.2% a 5.5%, respectivamente.
El resultado de las economías desarrolladas refleja el débil crecimiento de Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia durante buena parte del año y el estado de postración de las economías del sur de Europa, especialmente Italia. En el caso de las economías emergentes también la desaceleración de las economías contribuyó al menor crecimiento de las primas reales.
Contrario a lo ocurrido con los seguros generales, los de vida registraron un importante repunte en 2014, con un crecimiento de las primas reales del 4.8%. En 2013 habían caído en -0.5% y en 2012 habían crecido 2.6%. El crecimiento mencionado refleja la sólida recuperación de este segmento en las economías desarrolladas (3.9%) y en las emergentes (9.1%).
Con relación a los portafolios, de acuerdo con The International Association of Insurance Supervisors (2014; p. 12 y 14), su rentabilidad vienen disminuyendo, en concordancia con las bajas tasas de interés. “En 2013, el rendimiento promedio de las inversiones de una muestra de 20 aseguradoras globales de no vida fue del 3.6%, frente al 3.7% en 2012, y a un promedio de 4,1% en los años 2000-13… Los rendimientos de inversión promedio de 30 aseguradoras mundiales de vida estaban en 3%, inferiores al 3.8% de 2012”. Aun cuando todavía no hay datos agregados de 2014, es evidente que se mantuvo baja la rentabilidad.
Para el presente año el FMI (2015) proyecta una recuperación de la economía mundial (3.5%), con Estados Unidos como el principal motor del crecimiento (3.6%). Se espera también que la implementación de la flexibilización cuantitativa de la política monetaria del Banco Central Europeo repercuta en la recuperación de las economías de la Zona Euro. No obstante, las tasas de interés se mantendrán bajas tanto en esta región como en Japón y en Estados Unidos, lo cual seguirá planteando retos en la administración de los portafolios de las aseguradoras.
En seguros generales Swiss Re proyecta para el 2015 un crecimiento mundial de las primas reales del 2.8%, ligeramente superior al de 2014; esto será el resultado del debilitamiento de las economías desarrolladas (1.4%) y la consolidación del crecimiento de las economías emergentes (8.1%). Para las primas reales de seguros de vida proyecta un aumento global de 4.3%, con un crecimiento del 3.0% en las economías avanzadas y del 10.4% en las emergentes.
Seguros en Colombia 2014
El monto total de primas emitidas por la industria aseguradora en 2014 ascendió a $19 billones, con un crecimiento nominal del 0.96% anual. Esa cifra, modesta en apariencia, se debe evaluar teniendo en cuenta el efecto estadístico de una conmutación pensional realizada en 2013 con una empresa grande; este es un hecho único que no se repite periódicamente y, por lo tanto, distorsiona el análisis de la industria.
Al descontar las conmutaciones pensionales, para efectos puramente analíticos, el crecimiento nominal de las primas fue 8.9% anual, tasa ligeramente menor a la del año anterior (9.4%). De igual forma, en términos reales la variación, que sería negativa (-2.6%) sin descontar la conmutación pensional, es positiva (5.0%) al descontarla.
A la variación de 8.9% contribuyeron con un 43.7% los seguros de daños, seguidos por los de personas con un aporte del 37.0% y los de seguridad social con el 19.3%. Clasificando los ramos por su carácter de obligatorios y no obligatorios, el 67.3% del crecimiento es explicado por estos últimos y el restante 32.7% por los primeros.
Desde el punto de vista del origen del capital de las empresas aseguradoras, el 55% de las primas fue emitido en 2014 por las de capital nacional y el 45% por las de capital extranjero (gráfico 1).
Los resultados de 2014 sin la conmutación pensional permiten observar que la industria aseguradora sigue aumentando su presencia en la economía del país, como lo evidencia la tendencia ascendente del indicador de penetración. Los cálculos de Fasecolda indican que las primas pasaron de representar el 2.47% del PIB en 2013 al 2.53% en 2014 (gráfico 2).
La mayor profundización del sector asegurador también se comprueba mediante el indicador de densidad; sin embargo, por efecto de la acelerada depreciación del peso durante el segundo semestre de 2014, el indicador en dólares registra una variación marginal. Como se observa en el gráfico 3, las primas per cápita expresadas en pesos aumentaron de $371 mil a $399 mil entre 2013 y 2014, con una variación del 7.6% anual. Pero en dólares apenas aumentan de US$198 a US$199 por persona (gráfico 4).
Colombia 2015: luces y sombras
Para el caso de Colombia, aun cuando las proyecciones de crecimiento de la economía fueron revisadas a la baja, hay elementos que permiten prever un efecto moderado sobre el sector asegurador.
El alto crecimiento de la economía en los años recientes se reflejó en reducción de las tasas de pobreza, incremento del ingreso per cápita y aumento de las clases medias; estos son factores correlacionados con una mayor demanda de seguros. La desaceleración de la actividad económica en 2015, si se ubica en el rango de las proyecciones de 3.5% a 4.2%, no debería tener repercusiones profundas ni en esas variables ni en la industria aseguradora. Varios elementos permiten mantener un moderado optimismo.
Por ahora todo apunta al predominio de las luces sobre las sombras, lo cual va en línea con las proyecciones de Fitch Ratings (2015), que estima un crecimiento de las primas entre 8% y 10% nominal en 2015.
Bibliografía
Fitch Ratings (2015) “Perspectivas 2015: Sector Asegurador Colombiano”. Informe de Perspectiva. Enero. Recuperado el 2 de marzo de 2015 de: http://www.fitchratings.com.co/ArchivosHTML/RepEsp_7295.pdf
Fondo Monetario Internacional (2015). “Perspectivas de la economía mundial. Actualización de las proyecciones centrales”. Washington, 20 de enero. Recuperado el 21 de enero de 2015 de: http://www.imf.org/external/spanish/pubs/ft/weo/2015/update/01/pdf/0115s.pdf
International Association of Insurance Supervisors (2014). “IAIS Global Insurance Market Report (GIMAR) 2014”. Basel, December. Recuperado el 27 de febrero de 2015 de: http://iaisweb.org/index.cfm?event=showPage&nodeId=25308
Swiss Re (2014). “Global Insurance Review 2014 and Outlook 2015/16”. Swiss Re Ltd. Zurich, November. Recuperado el 25 de febrero de 2015 de: http://media.swissre.com/documents/Global_insurance_review_2014_and_outlook_2015_16.pdf
En 2014 la industria aseguradora mundial se resintió por el débil crecimiento económico y por la incertidumbre que ha imperado en los años recientes. Para 2015 se prevén tiempos mejores.
En el caso de Colombia, la industria aseguradora ha registrado un notable desempeño, interrumpido el año anterior por el efecto estadístico de una cuantiosa conmutación pensional de 2013; pero descontado este hecho atípico, el sector siguió creciendo. El 2015 luce con buenas posibilidades de crecimiento a pesar de la desaceleración de la actividad económica general.
Seguros en el mundo
La debilidad de la economía mundial repercutió en muy bajas tasas de interés en las economías desarrolladas y en varias emergentes. Esta combinación impacta negativamente al sector de seguros; por un lado, el menor dinamismo del PIB reduce la demanda y, por otro, las bajas tasas de interés afectan la valoración y la rentabilidad de los portafolios, especialmente en las empresas de seguros de vida, en razón a la mayor duración de sus pasivos.
De acuerdo con las estimaciones preliminares de Swiss Re (2014), los seguros generales crecieron en 2014 menos que en los dos años anteriores; se estima que la variación de las primas reales fue 2.5%, frente a 3.0% en 2012 y 3.1% en 2013.
A ese resultado contribuyen tanto las economías desarrolladas como las emergentes. Las primeras pasaron de crecer 1.9% a 1.7% entre 2013 y 2014, y las segundas de 8.2% a 5.5%, respectivamente.
El resultado de las economías desarrolladas refleja el débil crecimiento de Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia durante buena parte del año y el estado de postración de las economías del sur de Europa, especialmente Italia. En el caso de las economías emergentes también la desaceleración de las economías contribuyó al menor crecimiento de las primas reales.
Contrario a lo ocurrido con los seguros generales, los de vida registraron un importante repunte en 2014, con un crecimiento de las primas reales del 4.8%. En 2013 habían caído en -0.5% y en 2012 habían crecido 2.6%. El crecimiento mencionado refleja la sólida recuperación de este segmento en las economías desarrolladas (3.9%) y en las emergentes (9.1%).
Con relación a los portafolios, de acuerdo con The International Association of Insurance Supervisors (2014; p. 12 y 14), su rentabilidad vienen disminuyendo, en concordancia con las bajas tasas de interés. “En 2013, el rendimiento promedio de las inversiones de una muestra de 20 aseguradoras globales de no vida fue del 3.6%, frente al 3.7% en 2012, y a un promedio de 4,1% en los años 2000-13… Los rendimientos de inversión promedio de 30 aseguradoras mundiales de vida estaban en 3%, inferiores al 3.8% de 2012”. Aun cuando todavía no hay datos agregados de 2014, es evidente que se mantuvo baja la rentabilidad.
Para el presente año el FMI (2015) proyecta una recuperación de la economía mundial (3.5%), con Estados Unidos como el principal motor del crecimiento (3.6%). Se espera también que la implementación de la flexibilización cuantitativa de la política monetaria del Banco Central Europeo repercuta en la recuperación de las economías de la Zona Euro. No obstante, las tasas de interés se mantendrán bajas tanto en esta región como en Japón y en Estados Unidos, lo cual seguirá planteando retos en la administración de los portafolios de las aseguradoras.
En seguros generales Swiss Re proyecta para el 2015 un crecimiento mundial de las primas reales del 2.8%, ligeramente superior al de 2014; esto será el resultado del debilitamiento de las economías desarrolladas (1.4%) y la consolidación del crecimiento de las economías emergentes (8.1%). Para las primas reales de seguros de vida proyecta un aumento global de 4.3%, con un crecimiento del 3.0% en las economías avanzadas y del 10.4% en las emergentes.
Seguros en Colombia 2014
El monto total de primas emitidas por la industria aseguradora en 2014 ascendió a $19 billones, con un crecimiento nominal del 0.96% anual. Esa cifra, modesta en apariencia, se debe evaluar teniendo en cuenta el efecto estadístico de una conmutación pensional realizada en 2013 con una empresa grande; este es un hecho único que no se repite periódicamente y, por lo tanto, distorsiona el análisis de la industria.
Al descontar las conmutaciones pensionales, para efectos puramente analíticos, el crecimiento nominal de las primas fue 8.9% anual, tasa ligeramente menor a la del año anterior (9.4%). De igual forma, en términos reales la variación, que sería negativa (-2.6%) sin descontar la conmutación pensional, es positiva (5.0%) al descontarla.
A la variación de 8.9% contribuyeron con un 43.7% los seguros de daños, seguidos por los de personas con un aporte del 37.0% y los de seguridad social con el 19.3%. Clasificando los ramos por su carácter de obligatorios y no obligatorios, el 67.3% del crecimiento es explicado por estos últimos y el restante 32.7% por los primeros.
Desde el punto de vista del origen del capital de las empresas aseguradoras, el 55% de las primas fue emitido en 2014 por las de capital nacional y el 45% por las de capital extranjero (gráfico 1).
Los resultados de 2014 sin la conmutación pensional permiten observar que la industria aseguradora sigue aumentando su presencia en la economía del país, como lo evidencia la tendencia ascendente del indicador de penetración. Los cálculos de Fasecolda indican que las primas pasaron de representar el 2.47% del PIB en 2013 al 2.53% en 2014 (gráfico 2).
La mayor profundización del sector asegurador también se comprueba mediante el indicador de densidad; sin embargo, por efecto de la acelerada depreciación del peso durante el segundo semestre de 2014, el indicador en dólares registra una variación marginal. Como se observa en el gráfico 3, las primas per cápita expresadas en pesos aumentaron de $371 mil a $399 mil entre 2013 y 2014, con una variación del 7.6% anual. Pero en dólares apenas aumentan de US$198 a US$199 por persona (gráfico 4).
Colombia 2015: luces y sombras
Para el caso de Colombia, aun cuando las proyecciones de crecimiento de la economía fueron revisadas a la baja, hay elementos que permiten prever un efecto moderado sobre el sector asegurador.
El alto crecimiento de la economía en los años recientes se reflejó en reducción de las tasas de pobreza, incremento del ingreso per cápita y aumento de las clases medias; estos son factores correlacionados con una mayor demanda de seguros. La desaceleración de la actividad económica en 2015, si se ubica en el rango de las proyecciones de 3.5% a 4.2%, no debería tener repercusiones profundas ni en esas variables ni en la industria aseguradora. Varios elementos permiten mantener un moderado optimismo.
- El empleo mantiene su tendencia creciente, especialmente en el segmento formal. En el trimestre octubre-diciembre de 2014, mientras los empleos formales (por aportes a pensiones) crecieron el 8.8% anual, los informales se redujeron en -0.7%; son 617 mil empleos formales nuevos en el último año que repercuten en la demanda de seguros.
- La desaceleración de la economía se origina en un choque externo, por lo que la respuesta esperada de política económica es el fortalecimiento de la demanda interna. En tal sentido, la continuidad del programa de vivienda es vital para moderar el impacto de ese choque.
- El desarrollo del programa de autopistas de cuarta generación también contribuirá al fortalecimiento de la demanda interna, además de las repercusiones que tendrá en la competitividad del país. En la primera ola ya fueron adjudicados 10 proyectos y se espera adjudicar hacia mediados del año otros nueve de la segunda ola; ellos sumados a los seis proyectos de iniciativa privada sumarán inversiones por $44.7 billones; todos estos proyectos ya están generando un efecto sobre la industria aseguradora y los ampliarán a medida que entren en la fase de ejecución.
- Una decisión reciente del Gobierno, de interés de la industria aseguradora, fue la expedición del Decreto 036 el 14 de enero de 2015, mediante el cual se mitiga el riesgo del componente político del incremento del salario mínimo sobre el sistema pensional colombiano. Con esta decisión de podrá desarrollar el mercado de rentas vitalicias, lo que contribuirá a moderar el impacto del choque externo en el sector asegurador.
Por ahora todo apunta al predominio de las luces sobre las sombras, lo cual va en línea con las proyecciones de Fitch Ratings (2015), que estima un crecimiento de las primas entre 8% y 10% nominal en 2015.
Bibliografía
Fitch Ratings (2015) “Perspectivas 2015: Sector Asegurador Colombiano”. Informe de Perspectiva. Enero. Recuperado el 2 de marzo de 2015 de: http://www.fitchratings.com.co/ArchivosHTML/RepEsp_7295.pdf
Fondo Monetario Internacional (2015). “Perspectivas de la economía mundial. Actualización de las proyecciones centrales”. Washington, 20 de enero. Recuperado el 21 de enero de 2015 de: http://www.imf.org/external/spanish/pubs/ft/weo/2015/update/01/pdf/0115s.pdf
International Association of Insurance Supervisors (2014). “IAIS Global Insurance Market Report (GIMAR) 2014”. Basel, December. Recuperado el 27 de febrero de 2015 de: http://iaisweb.org/index.cfm?event=showPage&nodeId=25308
Swiss Re (2014). “Global Insurance Review 2014 and Outlook 2015/16”. Swiss Re Ltd. Zurich, November. Recuperado el 25 de febrero de 2015 de: http://media.swissre.com/documents/Global_insurance_review_2014_and_outlook_2015_16.pdf
El desplome del precio del petróleo
Publicado en Ámbito Juridico, Año XVIII – No. 414; 23 de marzo al 12 de abril de 2015
El precio del petróleo es una variable estratégica para la economía mundial. A raíz de su desplome desde niveles de US$110 por barril a menos de US$50 se viene generando una compleja cadena efectos globales, de los cuales Colombia no ha escapado.
La caída del precio internacional se precipitó por la simultánea confluencia de tres factores que generaron un excedente superior al millón de barriles por día (b/d): aumento de la oferta, reducción de la demanda y el juego de intereses geopolíticos.
La oferta creció en esencia por el desarrollo de la producción de hidrocarburos no convencionales en Estados Unidos. La producción que había bajado hasta menos de cuatro millones b/d ha repuntado a niveles que ya superan los nueve millones y se acercan a su máximo histórico de diez millones.
A ello hay que sumar la recuperación de la producción de petróleo de Libia. A raíz del conflicto interno originado con el derrocamiento de Muammar Gaddafi en 2011, la producción cayó de 1.6 millones b/d a 200 mil; pero durante el segundo semestre de 2014 se inició la recuperación hasta bordear el millón b/d, justo en el periodo en que empezó la caída del precio internacional. No obstante, está en duda la permanencia de esta mayor oferta, por la reciente agudización de la lucha interna por el poder.
Por el lado de la demanda el principal impacto proviene de la desaceleración de las economías emergentes, especialmente de China que ahora crece a niveles del 7% anual después de crecer a ritmos del 10% en las últimas décadas. A esto se suma la menor demanda de importaciones de Estados Unidos; estas bajaron desde 13.5 millones b/d en 2005 hasta 9.4 millones en el presente año, por la sustitución con la producción doméstica.
La geopolítica es otro componente importante de la coyuntura petrolera. En la práctica hoy el mundo está enfrentando una “guerra del petróleo” en la que los líderes visibles de cada bando son Arabia Saudita y Estados Unidos.
Arabia Saudita mantiene la férrea posición de no recortar la producción de los países de la OPEP por varias razones. En primer lugar porque busca que el precio se reduzca al punto que no sea rentable la producción de hidrocarburos no convencionales. Pareciera que este propósito lo está logrando parcialmente. La información de la firma Baker Hughes indica que el número de plataformas petroleras activas en el mundo se redujo en 684 entre septiembre de 2014 y febrero de 2015; el 84.4% de ellas las aporta Estados Unidos. No obstante, la producción norteamericana aún sigue creciendo.
En segundo lugar porque no está dispuesta a asumir el costo de ser el “swing producer”, en el que sus sacrificios en reducción de la oferta permiten a los demás productores aumentar su participación de mercado.
En el caso de Estados Unidos es vital posicionarse como el primer productor mundial de petróleo y gas y reducir la importancia estratégica del Medio Oriente. El presidente Obama lo expresó con fuerza en su discurso sobre el estado de la nación el pasado 20 de enero: “Somos más libres de las garras del petróleo extranjero de lo que hemos sido en casi 30 años… Confiamos en nuestra capacidad de reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero y proteger nuestro planeta”.
Al interior de la OPEP se está gestado una creciente división, pues países como Nigeria, Irán y Venezuela no comparten la decisión de no recortar la oferta para frenar la caída de los precios. Además, Irán y Libia están en problemas económicos que los pueden forzar a disentir del cartel.
Otro componente geopolítico de interés es el debilitamiento de Rusia. Este país tiene una alta dependencia del petróleo por lo que la caída de ingresos por exportaciones se suma a los efectos de las sanciones que le impusieron Estados Unidos y la Unión Europea por el conflicto de Ucrania.
Una manifestación clara de la forma en que el desplome del precio está afectando la economía rusa es la drástica decisión de aumentar en 10.5 puntos la tasa de intervención del banco central para frenar la fuerte depreciación del rublo (corregido por error en la versión publicada). Otra es la entrada de la economía en recesión; el FMI bajó recientemente las proyecciones de crecimiento de la economía rusa en 2015 de un crecimiento de 0.5% a una contracción de -3.0%.
Es posible que el cierre de plataformas y la reducción de los presupuestos de inversión en exploración repercutan en una menor oferta, y que la esperada reactivación de la economía europea revitalice la demanda. Pero es evidente que las implicaciones geoestratégicas son las que tienen una mayor preponderancia en la actual coyuntura, lo que hace difícil una previsión sobre el tiempo que se mantendrán bajos los precios del hidrocarburo.
El precio del petróleo es una variable estratégica para la economía mundial. A raíz de su desplome desde niveles de US$110 por barril a menos de US$50 se viene generando una compleja cadena efectos globales, de los cuales Colombia no ha escapado.
La caída del precio internacional se precipitó por la simultánea confluencia de tres factores que generaron un excedente superior al millón de barriles por día (b/d): aumento de la oferta, reducción de la demanda y el juego de intereses geopolíticos.
La oferta creció en esencia por el desarrollo de la producción de hidrocarburos no convencionales en Estados Unidos. La producción que había bajado hasta menos de cuatro millones b/d ha repuntado a niveles que ya superan los nueve millones y se acercan a su máximo histórico de diez millones.
A ello hay que sumar la recuperación de la producción de petróleo de Libia. A raíz del conflicto interno originado con el derrocamiento de Muammar Gaddafi en 2011, la producción cayó de 1.6 millones b/d a 200 mil; pero durante el segundo semestre de 2014 se inició la recuperación hasta bordear el millón b/d, justo en el periodo en que empezó la caída del precio internacional. No obstante, está en duda la permanencia de esta mayor oferta, por la reciente agudización de la lucha interna por el poder.
Por el lado de la demanda el principal impacto proviene de la desaceleración de las economías emergentes, especialmente de China que ahora crece a niveles del 7% anual después de crecer a ritmos del 10% en las últimas décadas. A esto se suma la menor demanda de importaciones de Estados Unidos; estas bajaron desde 13.5 millones b/d en 2005 hasta 9.4 millones en el presente año, por la sustitución con la producción doméstica.
La geopolítica es otro componente importante de la coyuntura petrolera. En la práctica hoy el mundo está enfrentando una “guerra del petróleo” en la que los líderes visibles de cada bando son Arabia Saudita y Estados Unidos.
Arabia Saudita mantiene la férrea posición de no recortar la producción de los países de la OPEP por varias razones. En primer lugar porque busca que el precio se reduzca al punto que no sea rentable la producción de hidrocarburos no convencionales. Pareciera que este propósito lo está logrando parcialmente. La información de la firma Baker Hughes indica que el número de plataformas petroleras activas en el mundo se redujo en 684 entre septiembre de 2014 y febrero de 2015; el 84.4% de ellas las aporta Estados Unidos. No obstante, la producción norteamericana aún sigue creciendo.
En segundo lugar porque no está dispuesta a asumir el costo de ser el “swing producer”, en el que sus sacrificios en reducción de la oferta permiten a los demás productores aumentar su participación de mercado.
En el caso de Estados Unidos es vital posicionarse como el primer productor mundial de petróleo y gas y reducir la importancia estratégica del Medio Oriente. El presidente Obama lo expresó con fuerza en su discurso sobre el estado de la nación el pasado 20 de enero: “Somos más libres de las garras del petróleo extranjero de lo que hemos sido en casi 30 años… Confiamos en nuestra capacidad de reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero y proteger nuestro planeta”.
Al interior de la OPEP se está gestado una creciente división, pues países como Nigeria, Irán y Venezuela no comparten la decisión de no recortar la oferta para frenar la caída de los precios. Además, Irán y Libia están en problemas económicos que los pueden forzar a disentir del cartel.
Otro componente geopolítico de interés es el debilitamiento de Rusia. Este país tiene una alta dependencia del petróleo por lo que la caída de ingresos por exportaciones se suma a los efectos de las sanciones que le impusieron Estados Unidos y la Unión Europea por el conflicto de Ucrania.
Una manifestación clara de la forma en que el desplome del precio está afectando la economía rusa es la drástica decisión de aumentar en 10.5 puntos la tasa de intervención del banco central para frenar la fuerte depreciación del rublo (corregido por error en la versión publicada). Otra es la entrada de la economía en recesión; el FMI bajó recientemente las proyecciones de crecimiento de la economía rusa en 2015 de un crecimiento de 0.5% a una contracción de -3.0%.
Es posible que el cierre de plataformas y la reducción de los presupuestos de inversión en exploración repercutan en una menor oferta, y que la esperada reactivación de la economía europea revitalice la demanda. Pero es evidente que las implicaciones geoestratégicas son las que tienen una mayor preponderancia en la actual coyuntura, lo que hace difícil una previsión sobre el tiempo que se mantendrán bajos los precios del hidrocarburo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)