Publicado en la edición digital de la revista MisiónPyme de abril de 2015
Este término es la fuente de amplios debates en las economías desarrolladas desde noviembre de 2013, cuando Larry Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, lo resucitó en un foro del FMI.
El concepto de estancamiento secular (ES), fue acuñado por el economista Alvin Hansen en 1938, cuando todavía se sentían los impactos negativos de la Gran Depresión. Para Hansen, el menor crecimiento de la población y los escasos avances tecnológicos quitaban incentivos a la inversión y, por lo tanto, la economía tendería a perpetuar la recesión. Esta visión sobre el crecimiento económico fue relegada al olvido a partir del auge que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Según Robert Solow “El término estancamiento secular… denota una tendencia persistente de una economía nacional (o un grupo de economías) no solo a crecer con lentitud, sino más concretamente a encontrarse parcial o totalmente incapacitada para aprovechar al máximo su potencial productivo”.
Summers formuló el interrogante de si el ES se puede considerar como la “nueva normalidad” de las economías avanzadas. A pesar del tiempo transcurrido desde la quiebra de Lehman Brothers, el PIB potencial sigue disminuyendo y las tasas de crecimiento se mantienen bajas.
En una economía con exceso de ahorro y debilidad de la demanda, las bajas tasas de interés no son suficientes para estimular el crecimiento; se cae en lo que Keynes denominó la “trampa de liquidez” y ahora llaman el “problema del límite inferior cero”, en los debates sobre ES. Para incentivar la inversión serían necesarias tasas reales negativas, pero es difícil lograrlas porque la debilidad de la demanda repercute en menores tasas de inflación.
En ese contexto, los periodos de auge y pleno empleo podrían serían logrados por burbujas, como la tecnológica de los noventa o la más reciente de construcción de viviendas. Pero serían efectos temporales, pues una vez terminadas, la economía volvería al bajo crecimiento.
Como lo anotó Hansen, el ES se acentúa con la disminución de las tasas de crecimiento de la oferta laboral, asociadas al envejecimiento de la población y a menores tasas de natalidad. También incide el menor crecimiento de la productividad del trabajo y del capital. Consecuencia de los anteriores factores, se reduce el crecimiento de la inversión, porque al contar con menos mano de obra se requiere menos capital y, adicionalmente, la demanda agregada no tiene la dinámica necesaria para incentivarla.
Pese a que los debates sobre el ES han involucrado a los más connotados economistas del planeta, en América Latina, en general, y en Colombia, en particular, poco eco han tenido. Tal vez la relativa indiferencia se sustente en el presunto “desacople” (decoupling) entre la dinámica de crecimiento de las economías emergentes y la de las economías desarrolladas, a partir de la pasada crisis mundial.
Tradicionalmente se aceptaba que la dinámica de las economías en desarrollo estaba “acoplada” a la de las economías desarrolladas. Esto se expresaba coloquialmente enunciando que “cuando Estados Unidos estornudaba, el mundo se resfriaba”.
Pero la crisis mundial no solo se originó en las economías desarrolladas, sino que las golpeó más fuerte. Entre tanto, el mundo en desarrollo adoptó políticas contracíclicas que le permitieron amortiguar el impacto; esta resistencia a los choques exógenos se conoce como resiliencia de las economías.
Consecuencia de la resiliencia es que en los años siguientes a la crisis mundial, mientras las economías desarrolladas se estancaron, las economías emergentes se convirtieron en el principal motor de la economía mundial. A ello contribuyeron especialmente los llamados BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica. Esta situación de alto crecimiento de las emergentes y estancamiento del mundo desarrollado fortaleció la idea del “desacople”.
La pregunta que surge es si ha ocurrido algo para que el ES, que se veía como un problema de economías desarrolladas, ahora sí pueda despertar algún interés entre los analistas de América Latina y de Colombia.
Lo que ha ocurrido es evidente: la región se está desacelerando de forma muy rápida. Brasil, el único país latinoamericano miembro de los BRICS, prácticamente no ha crecido en los dos últimos años y para el presente se proyecta una tasa negativa. Chile, la estrella de la región en las últimas décadas, crece a menos de la mitad de su anterior tasa de crecimiento. Argentina y Venezuela, en términos de Panagariya, se podrían calificar como casos de “desastres de crecimiento económico”. Incluso las economías de Perú y Colombia, que se mostraron como las más sólidas, han visto continuas revisiones a la baja de sus proyecciones para 2015 y 2016. Las cifras de la Cepal lo dicen todo: la economía latinoamericana creció 1.2% en 2014 y apenas se proyecta en 1.0% para 2015.
Como lo destaca un estudio reciente del FMI, el menor ritmo de crecimiento de América Latina está asociado con la reducción de las tasas de participación laboral, el envejecimiento de la población, y la baja productividad del capital y de la mano de obra.
Pero, como lo señala el FMI, hay decisiones de política que se pueden adoptar para aumentar el nivel del PIB potencial y mejorar la productividad laboral y del capital. Ellas incluyen la mejora en la calidad y en la cobertura de la educación, el desarrollo de obras de infraestructura, crecer el gasto en investigación y desarrollo para impulsar la innovación, e incentivar la participación femenina en la oferta laboral, entre otras.
Lo esencial es adquirir conciencia de la magnitud del problema que representa el ES y aprovechar los amplios debates que se han dado desde finales de 2013, para conocer metodologías, identificar causas y reorientar las políticas. Magnifico si Colombia ha escapado a ese fenómeno; pero si no, mejor actuar pronto aprovechando que se están implementando varias de las políticas recomendadas.
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