La catástrofe colombiana

martes, 12 de febrero de 2013
Publicado en martes 12 de febrero en Portafolio.


La economía genera algunos comportamientos sociales predecibles. Uno de ellos es el aumento del pesimismo cuando la actividad económica pierde dinamismo; es un sentimiento que tiende a acentuarse por la existencia de “pesimistas profesionales” que ganan figuración en estas coyunturas.

Siempre están afirmando que el país va camino a la catástrofe y que muchos sectores se van a perjudicar porque los gobiernos de turno no hacen caso de sus permanentes admoniciones y de sus valiosas recomendaciones de política económica. Colombia no es la excepción. En los últimos meses hemos visto cómo los “pesimistas profesionales” muy ufanos salen a cobrar sus “acertadas predicciones”.

Como los ciclos económicos existen, porque son una característica inmanente del capitalismo y ningún economista, por iluminado que sea, ha encontrado la forma de evitarlos, estos pesimistas se sienten “realizados” cuando la economía se desacelera. Entonces empiezan las cantilenas sobre las repetidas ocasiones en que sabiamente anunciaron la catástrofe.

Eso sí, son muy cautelosos al delimitar la cancha de juego para neutralizar críticas. Por ejemplo, enfatizan que no es correcto comparar los resultados de nuestra industria con los de otros países de la región que presuntamente también se están “desindustrializando”. ¿Por qué no tiene sentido? Tal vez porque se evidencia que el fenómeno de desaceleración del crecimiento industrial no es un fenómeno exclusivo de Colombia y, por lo tanto, que el entorno global aporta a la explicación.

Las cifras así lo demuestran. De 58 economías a las que la revista The Economist hace seguimiento permanente hay 31 con registros negativos en el último dato disponible de la industria. Es más, la producción acumulada del sector en Brasil, país que siempre nos ponen como paradigma de política industrial, cayó en 2.7% en 2012 y en 11 de los últimos 12 meses tuvo variaciones negativas. ¿Por qué en una economía globalizada Colombia tendría que ser un bicho raro que no se contagiara?

Otros aprovechan para revelar sus posiciones contra los acuerdos comerciales, que son el blanco preferido de muchos en la actual coyuntura.

Se afirma que los TLC que firmó Colombia no están dando los resultados esperados, pues las exportaciones a esos destinos no crecen. En cambio, los sectores de calzado y confecciones son víctimas de las masivas importaciones, consecuencia de abrir rápidamente los mercados y exponerlos a la competencia global.

Con relación al primer aspecto, cabe recordar que los impactos de los TLC son de mediano y largo plazo y que los aprovechamientos de corto plazo provienen fundamentalmente de la oferta exportable existente. Sin embargo, en una coyuntura mundial de desaceleración, en la que las exportaciones mundiales están cayendo, sería utópico esperar que las de Colombia fueran inmunes a esa situación.

Según la OMC, las exportaciones globales cayeron 0.2% en el acumulado a septiembre de 2012 con relación al acumulado de 2011; las de la Unión Europea bajaron 5.6%; y las de nueve países de América Latina también se redujeron. En ese complejo escenario, las de Colombia crecían al 7.6% anual.

Y con relación al segundo aspecto, la forma en que lo enuncian, haciendo una velada alusión a los TLC, confunde a los lectores desprevenidos. No obstante, es evidente que los “pesimistas profesionales” saben que esas importaciones provienen de China y otras economías asiáticas con las que Colombia no tiene tratados comerciales. Los datos a noviembre de 2012 muestran que el 74% de las confecciones viene de Asia y crecen a tasas superiores al 40% anual. En cambio, las provenientes de países con TLC vigente, o decrecen o aportan modestamente a la variación de estas importaciones.

¿Significa lo anterior que las autoridades económicas no tienen nada que hacer, porque los choques son exógenos? Nada más lejano de la realidad. La crisis mundial de 2008-2009 evidenció las falencias de la regulación financiera en las economías desarrolladas y, en consecuencia, ella está siendo revisada. De igual forma, la coyuntura actual saca a flote los diversos problemas de la economía colombiana, especialmente del sector industrial, y señala la importancia de avanzar en una agenda para superarlos.

Pero el diagnóstico de partida tiene que limpiarse de esa contaminación pesimista, para poder adoptar las medidas adecuadas; en caso contrario, ellas podrían ser contraproducentes. Por ejemplo, tenemos que reconocer el avance que representa la resiliencia de la economía a los choques externos, y no ignorar la diferencia que ellos generan en otros países.

Y también conviene examinar la percepción que prestigiosos analistas internacionales como Moisés Naím tienen sobre nuestro país: “Una de las grandes perplejidades de quienes seguimos a Colombia es la brecha que hay entre el progreso de los últimos años y el pesimismo que reina entre sus ciudadanos”.

Por fortuna, también hay análisis serios que aportan para superar la situación.

EEUU y UE: determinantes del crecimiento global

martes, 29 de enero de 2013
Publicado en Ámbito Jurídico, Año XVI - No. 362; del 27 de enero al 9 de febrero de 2013


Aun cuando el mundo pareciera ir camino de una recesión en 2013, hay factores que pueden reducir esa probabilidad.

La tendencia a la recesión encuentra sustento en los complejos procesos de adopción de medidas de política económica tanto en la Unión Europea, como en Estados Unidos.

En la zona euro persisten los problemas asociados a la crisis de confianza en la deuda soberana. Las decisiones se dan a cuentagotas y solo cuando el desastre parece inminente, razón por la cual los mercados se mantienen en permanente zozobra y aumenta su volatilidad. El economista español Xavier Sala i Martin resume muy bien este comportamiento: “los reformistas europeos solo se mueven a golpe de pánico y como el pánico ha desaparecido desde hace unos meses, los eurócratas han dejado de tener prisa”.

A diferencia de lo ocurrido con la crisis mundial de 2008-2009, este comportamiento impidió la adopción de medidas rápidas y oportunas para conjurar la recesión. La austeridad fiscal desacelera más las economías de la UE a la vez que impide la reducción de los niveles de la deuda pública. La demora en la negociación y aprobación de paquetes de apoyo para las economías con mayores dificultades y la negativa de los gobiernos a aceptar públicamente la urgencia de los rescates, prolonga el desánimo.

Entre tanto, el desempleo sigue creciendo y la baja actividad relativa del Banco Central Europeo contribuye a la apreciación del euro respecto al dólar. Este hecho sumado a los problemas de competitividad de las economías europeas, impide que el comercio tenga un efecto positivo mayor.

No obstante, hay algunos hechos que permiten prever una moderación de las tendencias recesivas en 2013. Alemania, que ha mantenido las posiciones más duras frente a la crisis de la deuda, las ha flexibilizado gradualmente y transmite a los mercados su firme intención de defender el euro.

Adicionalmente, el solo anuncio de las políticas está contribuyendo a restablecer la confianza en la moneda única y a alejar el fantasma de su quiebra, con todos los efectos negativos que podría desencadenar.

Este resultado se observa, por ejemplo, con las declaraciones de Mario Draghi, gobernador del BCE en julio de 2012, en las que anunció que este organismo haría todo lo que fuera necesario para defender el euro, incluyendo la compra masiva de bonos soberanos de los países con mayores problemas; posteriormente hizo la aclaración de que esa compra se aplicaría en el marco de compromisos de ajuste fiscal por parte de esos gobiernos. Aun cuando no se han realizado compras ni compromisos como los mencionados, las presiones de los mercados sobre esos bonos se redujeron notablemente.

En igual sentido han contribuido tanto el acuerdo para poner en funcionamiento un supervisor financiero único para los bancos más grandes a partir de 2014, como las discusiones y documentos de trabajo en torno a posibles acuerdos para complementar la unión monetaria con la unión fiscal y financiera.

En el caso de los EEUU, hay síntomas de recuperación, como el crecimiento del PIB en el tercer trimestre de 2012, el gradual repunte de los indicadores del mercado de vivienda y la reducción de los indicadores de desempleo, aun cuando en este último caso hay preocupación por el lento descenso.

Pero también son evidentes los problemas de incertidumbre que generan las dificultades para la toma de decisiones de política económica. El caso más sonado es el denominado abismo fiscal. Aun cuando su impacto estaba previsto desde el acuerdo de septiembre de 2011 para aumentar el techo fiscal, apenas en la primera semana de 2013 tuvo una solución a medias: el aumento de ingresos será menor al esperado y quedaron pendientes por definir en los próximos meses los temas de recortes de gastos y aumento del techo fiscal.

Sin embargo, en el manejo de la política monetaria no solo se mantiene la flexibilidad de los dos últimos años, sino que potencialmente se amplía. A finales de 2012, la Reserva Federal adoptó lo que se ha denominado como la “regla de Evans”.

Mientras que el compromiso anterior de la autoridad monetaria era mantener la tasa de interés cerca de cero hasta 2015, la nueva regla implica que la expansión monetaria se mantiene hasta que se logre bajar la tasa de desempleo al 6.5% o hasta que la inflación supere el 2.5% anual.

En síntesis, el efecto esperado de las decisiones de política económica en la UE y en EEUU puede prolongar la débil dinámica de la economía mundial, sin ocasionar una nueva recesión, salvo que la resolución del problema fiscal en EEUU tome algún giro inesperado. La mala noticia para las economías en desarrollo será la persistencia de la tendencia de apreciación de la moneda por las políticas monetarias expansivas en ambas regiones.

Buen año exportador

martes, 8 de enero de 2013
Publicado en Portafolio el 8 de enero de 2013

El título puede sonar un tanto extraño o excesivamente optimista cuando se observa que las exportaciones pasaron de un crecimiento del 43% anual en 2011 a uno que probablemente esté en el 7.5% en 2012.

Pero insisto en que es bueno por varias razones. Una, porque las exportaciones totales sobrepasarán el nivel de 2011, y será la cifra más alta en la historia económica de Colombia. Una proyección reciente del BID (“Estimaciones de las tendencias comerciales de América Latina 2012”) calcula su monto en US$61.200 millones; mientras que las exportaciones del conjunto de América Latina apenas se incrementan el 1.5% anual, las colombianas crecen a un ritmo cinco veces mayor.

Otro aspecto sobresaliente en la proyección del BID es que Colombia y Costa Rica son los únicos países de la región que crecen sus exportaciones a todos los grupos de destinos seleccionados por este organismo: Subregión (CAN en nuestro caso), Resto de América Latina, EEUU y Canadá, Asia, Europa, y Mundo.

Dos, porque las exportaciones no minero-energéticas, superarán los US$16.700 millones, cifra mayor al registro del año anterior y muy cercana a la meta de US$16.800 millones establecida por el gobierno para 2012. Dentro de ellas cabe destacar el continuo crecimiento de las exportaciones industriales tanto en valores como en volúmenes, en contravía de los augures de la catastrófica enfermedad holandesa, que presuntamente ya está sufriendo la economía colombiana.

De hecho, quienes pregonan que Colombia está experimentando la enfermedad holandesa deberían explicar cómo las exportaciones industriales mantienen una tendencia creciente, solamente interrumpida por la crisis mundial de 2008-2009 y el cierre del mercado venezolano, en un escenario con marcada tendencia de apreciación de la moneda.

Tres, porque esos resultados se dan en una coyuntura internacional muy compleja, derivada de las situaciones particulares de la Unión Europea, Estados Unidos y las principales economías emergentes.

Las economías europeas entraron en recesión; pese a que están alejando el fantasma de la quiebra del euro, las proyecciones muestran que la Unión Europea cerró el 2012 con tasas negativas de crecimiento y que ellas se mantendrán durante el 2013.

La economía de Estados Unidos no despegó. Aun cuando las cifras de crecimiento del tercer trimestre de 2012 fueron buenas, el ambiente positivo que generó esa noticia tendió a diluirse en el último trimestre por el problema del abismo fiscal (aumentos automáticos de impuestos y recortes de gastos a partir de enero, que pueden ocasionar una nueva recesión en este país). Los juegos de poder entre demócratas y republicanos no permitieron un acuerdo antes de terminar el 2012, aumentando la incertidumbre sobre la forma en que se afrontará el abismo en el primer mes de 2013 y sobre su potencial impacto en la dinámica del PIB.

China, India y Brasil perdieron ritmo, y los precios internacionales de los productos básicos descendieron, aun cuando se mantienen en niveles altos. En el caso de China, la pérdida de dinamismo de la demanda en las economías desarrolladas no pudo ser compensada por el crecimiento del mercado interno, a pesar del supuesto impulso que se le viene dando, justamente para reducir la vulnerabilidad de esta economía a las fluctuaciones externas.

En el caso de Brasil, a los factores estructurales que limitan su crecimiento, como, por ejemplo, los problemas de competitividad y los bajos niveles de inversión, se suman los problemas que acarrea la coyuntura mundial. Las medidas de reactivación adoptadas por el gobierno han tenido escaso impacto, por lo que a finales de diciembre el Banco Central revisó a la baja el crecimiento estimado de 2012 del 1.6% al 1.0%.

Cuatro, porque el comercio mundial se desaceleró rápidamente. Las estadísticas de la OMC muestran que en el acumulado de los tres primeros trimestres las exportaciones mundiales se contrajeron en 0.2% con relación a igual periodo del año anterior. La evaluación por trimestres muestra la continua pérdida de dinamismo, al punto que en el tercero cayeron en 4.2% anual.

En el caso de Colombia las exportaciones crecieron 7.6% anual en el acumulado de los tres primeros trimestres y se contrajeron en 0.1% en el tercero (pero en octubre crecieron 4.8% anual).

Es notable el contraste con lo registrado en los 27 países de la Unión Europea: –5.6% y -8.5% en los mismos periodos. De igual forma, en América Latina nueve países tuvieron variaciones negativas en ambos periodos. Un comportamiento similar se observó en Japón, India, Indonesia, Nueva Zelanda, Australia, Corea del Sur, Malasia, Singapur, Taiwán y Tailandia.

En síntesis, a pesar de la pérdida de dinamismo de las exportaciones, Colombia se diferencia no solo de países de la región sino de un grupo importante de economías de otras latitudes. Una vez más se comprueba la resiliencia de la economía colombiana a los choques externos… y ella no es producto del azar.

Los árboles y el bosque

viernes, 21 de diciembre de 2012
Publicado en Portafolio el lunes 19 de noveimbre de 2012

Hace unos pocos meses se planteó una discusión sobre la orientación exportadora de las empresas colombianas y se presentaron unas cifras que generaron impacto y preocupación. Se divulgó que solo 8 empresas aportan el 53% del total exportado por el país y que apenas el 0.8% del universo empresarial realizó exportaciones en 2011.

El tema está presente de manera explícita o implícita en casi todos los debates sobre diversificación de las exportaciones y sobre el aprovechamiento del potencial de los acuerdos comerciales. Al parecer es un elemento complementario de todos aquellos que indican que la apertura económica de comienzos de los años noventa no ocasionó mayores cambios en la estructura y la vocación exportadora de Colombia.

Las preguntas obligadas que surgen de estos datos son, primera, si Colombia es un caso atípico en el contexto internacional y, segunda, si ese es uno más de los síntomas del subdesarrollo y del cierre relativo de la economía.

Como anillo al dedo viene una investigación que está adelantando el Banco Mundial y cuyos datos acaban de ser revelados en dos documentos de investigación: Caroline Freund y Martha Denisse Pierola “Export Superstars” y Tolga Cebeci y otros “Exporter Dynamics Database”.

En el primer documento se afirma: “Las empresas grandes definen las exportaciones. Hay ejemplos bien conocidos de empresas como Nokia en Finlandia, Samsung en Corea, e Intel en Costa Rica, cada una de las cuales aporta alrededor de 20% de las exportaciones totales de su país. En promedio, la empresa más importante explica ella sola alrededor del 15% de las exportaciones no petroleras en 32 países en desarrollo entre 2006 y 2008”.

Esos datos son interesantes, pero hay una novedad de mayor impacto: en las economías en desarrollo “el 1% de los mayores exportadores aporta en promedio el 53% de las exportaciones durante el mismo periodo… El 5% contribuye con cerca del 80% de las exportaciones, y el 10% con casi el 90%”.

En el caso de Colombia, el 1% de los exportadores principales contribuyó con el 51.8% del total del valor exportado no minero (el capítulo 27 no se incluye) en 2009; por lo tanto, la concentración es un poco inferior a la media de las economías en desarrollo.

Para el mismo año, el indicador de Brasil fue 56.3%, el de Chile 75.7%, Costa Rica 58.2%, México 66.7% y Perú 77.1%. De la región, solo los datos de Ecuador, El Salvador y Nicaragua son inferiores al colombiano.

También es notable la concentración en economías desarrolladas, como España con un indicador de 63.6% y Bélgica con 60.2%. En Noruega y Suecia fue 72.4% y 73.9%, respectivamente, en 2006 (último año reportado por esos países).

La publicación de la base de datos permite contrastar con otros países que no están incluidos en ella, pero cuentan con amplia información pública. Es el caso de Estados Unidos, que para 2010 identificó 293.131 exportadores (U.S Census Bureau “A Profile of U.S. Importing and Exporting Companies, 2009-2010”).

El cruce de estos datos con el total de empresas de los Estados Unidos indica que las exportadoras representan alrededor del 1.1% del universo empresarial, es decir, 0.3 puntos porcentuales más que Colombia.

Tomando las empresas de menos de 250 trabajadores (para asimilarla a nuestro concepto de pyme), se observa que ellas son el 96.3% de las exportadoras y el 29.7% del valor exportado.

También se puede corroborar que este país sigue una tendencia similar a la de otras economías desarrolladas, pues las 2.000 empresas exportadoras más importantes, que representan el 0.7% del total, exportaron el 76.9% del valor en 2010.

Los resultados de la base de datos del Banco Mundial tendrán profundas repercusiones en muchos de los postulados hasta ahora planteados por estudios tanto empíricos como conceptuales, lo que, sin duda, será fuente de controversia.

A manera de ejemplo, según uno de los enunciados que formulan Freund y Pierolla “la ventaja comparativa revelada es definida en gran medida teniendo unos pocos gigantes y no teniendo muchas empresas”.

En otro afirman que “el crecimiento del comercio y la diversificación dependen esencialmente de la creación de un ambiente en el que las grandes empresas se pueden desarrollar”.

Pero volviendo a nuestro tema, es evidente la diferencia de apreciaciones que surge cuando nos maravillamos de ver un árbol a cuando vemos el bosque y podemos comparar sus diferentes integrantes.

Desde luego, hay que continuar en el empeño de incrementar el número de empresas exportadoras para aprovechar los acuerdos comerciales. Y hay que hacer todos los esfuerzos que sean necesarios para que el valor medio por exportador sea mucho mayor. Pero viendo la estructura empresarial exportadora del mundo, el objetivo, antes que aspirar a cambiar radicalmente su concentración, debe ser más bien crecer las exportaciones de valor agregado.

Eso somos

jueves, 13 de diciembre de 2012
Publicado en el diario Portafolio el jueves 13 de diciembre de 2012

Algo debe pasar con lo que somos los colombianos, o lo que creemos que somos. Siempre nos hemos vanagloriado de ser los más vivos de la región, de nuestra astucia (¡más que la del Chapulín Colorado!), de tener malicia indígena.

Sin embargo, eso no parece reflejarse en nuestro desempeño económico. Casi por cualquier variable que nos comparemos con la región, nos ubicamos en la mitad, tal vez con las excepciones de la inflación (una de las más bajas) y el desempleo (la más alta). Por lo tanto, somos tan aburridos como los promedios: no registramos el crecimiento más impresionante, pero tampoco las más devastadoras crisis. Simplemente ahí vamos con nuestro nadadito de perro.

Juan Carlos Echeverry cerró su gestión en el Ministerio de Hacienda lanzando al mundo la noticia de que somos la tercera economía de América Latina, pues el valor de nuestro PIB superó el de Argentina. Lo que pocos recuerdan de esa noticia es que el propio Ministro explicó que ese hito no se debía a nuestro espectacular crecimiento (pese a que en el presente siglo tenemos un buen desempeño) sino a los problemas de manejo económico que presionan la devaluación de la moneda de ese país.

Además, somos muy conformes. Nos acomodamos a algo y de ahí no nos queremos mover; cambiar se vuelve algo tortuoso. Y cuando un cambio se anuncia, la reacción es inmediata: ¡No estamos listos!, ¡no estamos preparados!, ¡nos van a acabar! Entonces sacamos toda la artillería que sea necesaria para defender el status quo.

Mientras que un economista como Jagdish Bhagwati desarrolla el concepto de ventaja comparativa caleidoscópica, para describir una realidad mundial, en la que las ventajas competitivas de un sector se desplazan de un país a otro por el surgimiento de nuevos sectores, en Colombia nos aferramos a lo que hemos hecho por décadas.

Nos negamos a aceptar que hay sectores que ya cumplieron su ciclo y que otros países son los que tienen la ventaja. Como resultado tenemos sectores que demandan cada vez más protección (sobre todo no arancelaria), con la amenaza de generar desempleos y nefastos impactos sociales. Con esto cerramos las posibilidades de desarrollar nuevos sectores y nuevas habilidades, a la vez que nos rezagamos en competitividad.

Pasamos fácilmente de la euforia al sentimiento derrotista. No es sino recordar lo contentos que andamos con Falcao. Pero esperemos a verlo en un partido en el que la selección Colombia esté perdiendo o simplemente no logre un gol, para ver cómo se desahoga el técnico de futbol que todos llevamos adentro. ¡Qué le pasa! ¡Se le olvidó jugar fútbol! ¡Claro, es que como aquí no le estamos dando euros o dólares, no suda la camiseta!

Ante cualquier escándalo la primera solución que se nos ocurre es expedir una norma. Lo ilustra el caso reciente de un proyecto de ley para hacer obligatorias las pruebas de alcoholemia porque se desató un escandalo cuando un congresista presuntamente ebrio se negó a hacerla.

Entonces nos ufanamos de ser un país de leyes (santanderistas, dirán algunos). Pero también tenemos un dicho de aplicación generalizada: “hecha la ley hecha la trampa”. Más se demora la expedición de una norma que su incumplimiento. Montones de casos lo ilustran, pero basta con recordar las normas de tránsito y ver el comportamiento de motociclistas, conductores de bus, peatones y hasta las propias autoridades de tránsito. ¿Cuántos peatones sufren accidentes de tránsito debajo de los puentes peatonales? ¿Y cuántos conductores de transporte público adeudan millones de pesos en infracciones y siguen en la jungla (perdón, en las calles) cometiendo atropellos?

Otra característica es “esperemos a ver qué pasa”. Siempre estamos confiados en que las reglas, las obligaciones, las tareas pueden ser aplazadas. Como consecuencia, no nos preparamos como toca. El caso lo ilustran algunos empresarios frente a las negociaciones comerciales ¿Cuántos han emprendido proyectos de reconversión para reducir las brechas de productividad? ¿Cuántos aprovecharon la demora de casi seis años para la entrada en vigencia del TLC con EEUU?

Y, por si fuera poco, tendemos a subvalorar lo que somos y hacemos, mientras endiosamos lo que otros hacen, a pesar de que un análisis sencillo derriba muchas de esas creencias. En el debate sobre la política industrial ponen como modelo las medidas adoptadas por Brasil en los años recientes, justamente cuando el desempeño de la industria colombiana es muy superior al de ese país.

Qué mejor cierre que una cita textual de una entrevista que le hizo Bocas a Luis Alberto Moreno en septiembre pasado: “Revise las carátulas de The Economist de los últimos tres años, de los periódicos de todo el mundo; es posible decir –wow– el mundo se está acabando. Esas mismas revistas hablan maravillas de Colombia y usted lee las de aquí y Colombia es un desastre”.

La política industrial

viernes, 16 de noviembre de 2012
Publicado en Ámbito Jurídico Año XV – No. 358; 12 al 25 de noviembre de 2012

La política industrial y la presunta desindustrialización siguen en el centro del debate. Las opiniones, propuestas y deseos abarcan un amplio espectro de posibilidades; en parte esto es “normal” en el campo de la economía, dado que no hay verdades reveladas ni concepciones únicas sobre muchos de los temas de estudio.

El problema tiene como punto de partida la definición misma de la política industrial. Para algunos autores, es cualquier intervención del gobierno que genera condiciones diferentes a las del mercado a un sector productivo. Otros elaboran más los argumentos y consideran que ella debe contar con elementos transversales –que impactan todas las actividades productivas (infraestructura, capital humano, etc.)– y elementos verticales ¬–que afectan sectores específicos–. Algunos proponen una “nueva” política industrial basada en acciones de tipo vertical. Incluso, en visiones como la recientemente planteada por Cepal, solo se considera política industrial la orientada al desarrollo de sectores intensivos en conocimientos.

Adicionalmente, la competitividad se puede entender como una forma específica de la política industrial. Es el caso de la UE, que en múltiples publicaciones la resalta como eje de su política industrial; por ejemplo, en 1994 expidieron el documento “An Industrial Competitiveness Policy for the European Union”.

Para complicar más el tema, la política se nombra de diversas formas. Además del escueto nombre de política industrial, se usan los de política de competitividad, desarrollo empresarial, desarrollo productivo, transformación productiva, innovación, etcétera.

Por último, las opiniones divergen con relación a si la política industrial se diseña solo para las empresas del sector industrial, o si se incluyen los servicios o en general todas las empresas, independientemente de su sector productivo.

Con todos estos elementos, es claro que el debate sobre la política industrial en gran medida radica en la diversidad de criterios, conceptos y formas de aproximación al tema. A algunos les convence lo que se está haciendo y a otros no les gusta nada; o consideran que habría que “modernizar” ciertos componentes; o elevar la jerarquía de esta política.

Lo que no es razonable es sostener a rajatabla que en Colombia no hay política industrial. Incluso la Coalición para la Industria Colombiana, que tuvo como punto de partida esa posición, ha reconocido públicamente que no es así.

Astrid Martínez y José Antonio Ocampo, en el libro “Hacia una nueva política industrial de nueva generación para Colombia”, basado en una investigación realizada para la Coalición, afirman: “En todo caso, en los últimos veinte años se han adoptado políticas de desarrollo productivo que combinan instrumentos verticales y horizontales y que acogen las iniciativas público-privadas para identificar actividades con potencial exportador. El andamiaje institucional se ha perfeccionado y se han superado parcialmente algunas dificultades como la carencia de indicadores y seguimiento. De hecho, en el contexto latinoamericano, Colombia es uno de los países que ha avanzado más en construir dicho andamiaje”.

Tampoco es razonable armar debates sobre una presunta “acelerada” desindustrialización de Colombia. Y no lo es, porque en el presente siglo no ha ocurrido ese fenómeno, a no ser que se califique como tal la pérdida de un punto de participación en el PIB entre 2000 y 2011, en una economía que sufrió los impactos de la recesión de Estados Unidos de 2001, la crisis mundial de 2008-2009 y el cierre del mercado venezolano para los productos colombianos. Además, el comportamiento de las exportaciones industriales y la participación de la industria en el empleo tampoco avalan esta presunción.

En el mejor de los casos el debate sería una reacción demasiado tardía a lo que ocurrió en las tres últimas décadas del siglo pasado. O tendría sentido si la discusión se plantea sobre el riesgo de reprimarización de Colombia, y en general de las economías en desarrollo, debido a las presiones de demanda de alimentos, energía y agua en las próximas décadas.

Lo peor de las discusiones sobre desindustrialización es que varios analistas replican los argumentos de otros sin la más mínima crítica de la información. Es injustificable, por ejemplo, leer críticos repitiendo que la pérdida de participación de la industria en el PIB se debe a que la minería aumentó su participación del 3% al 8% en la última década, cuando en realidad pasó del 7.9% en 2000 a 7.7% en 2011.

Es necesario un llamado para que todos los interesados en el debate tomen como referencia la sentencia de Dani Rodrik: “la forma correcta de pensar la política industrial es verla como un proceso de descubrimiento –un proceso en el que las empresas y el gobierno aprenden sobre los costos y oportunidades subyacentes, en un marco de coordinación estratégica”. Como complemento hay que dejar de lado el fatalismo, ser propositivos y usar cifras ciertas.

A la topa tolondra

Publicado en Portafolio el miércoles 7 de noviembre de 2012

Aun cuando el país lleva más de ocho años en los que las negociaciones comerciales son tema de debates, noticias, publicaciones periodísticas y académicas, foros y cursos de diverso nivel, hay quienes aún no comprenden las razones de implementación de la política de internacionalización.

Algunos consideran que no hay razones claras para negociar acuerdos con tantos países y que el gobierno está negociando a la topa tolondra. Otros aseveran que los TLC no son necesarios, pues Colombia es una economía abierta desde la implementación de la apertura económica y los sistemas generalizados de preferencias brindan el acceso preferencial.

Una rápida mirada a algunos indicadores permite comprobar que Colombia no es una economía tan abierta como muchos creen. Y un repaso de las tendencias globales mostrará que el país no puede seguir rezagado, so pena de quedarse más y más del tren del desarrollo.

El Global Competitiveness Report 2012-2013, del World Economic Forum, clasifica a Colombia en el puesto 123 entre 144 países en el indicador de prevalencia de barreras al comercio, que tiene en cuenta tanto los aranceles como las medidas no arancelarias.

En la clasificación por nivel de la tarifa arancelaria ponderada por el comercio, Colombia ocupa el puesto 95, aún después de la reforma estructural arancelaria de noviembre de 2010.

Y en los indicadores tradicionales de apertura económica, como los coeficientes de importaciones a PIB y de exportaciones a PIB, nos va todavía más mal. En el primero, el país ocupa el lugar 140 y en el segundo el 132.

Se colige que en el panorama mundial Colombia luce como una economía relativamente cerrada. En un contexto de globalización esto tiene profundas consecuencias, como se deduce del solo hecho de que las materias primas importadas tengan un sobrecosto mayor para los empresarios del país que para los de otros países que compiten a nuestra producción tanto en el mercado local como en el internacional.

Adicionalmente, hay que pensar en las repercusiones de no negociar acuerdos comerciales, mientras que los competidores sí los hacen. Esto impacta de dos formas; una, el desplazamiento de la producción colombiana de los mercados de destino; otra, la baja probabilidad de aprovechar las tendencias globales de la demanda bienes y servicios en los que el país tiene potencial.

Con relación a la primera, consideremos un ejemplo real. El Salvador, que es un país de tamaño similar al departamento de Arauca, exportó confecciones a EEUU por US1.738 millones en 2011; Colombia exportó US$223 millones. Desde la terminación del Acuerdo Multifibras las confecciones colombianas vienen reduciendo el valor exportado, mientras que las salvadoreñas han logrado mantenerlo.

La explicación básica de esa diferencia es que El Salvador cuenta con reglas de juego claras y permanentes desde 2006, con la vigencia del CAFTA; aun cuando Colombia cuenta con las preferencias ATPDEA, sus características de estabilidad inhiben las inversiones necesarias para un aprovechamiento pleno. La vigencia del TLC con Estados Unidos desde mayo pasado, nos nivela en este mercado, pero hay otros donde el riesgo se mantiene.

Con relación a la segunda, hay un elevado número de países que puede enfrentar problemas de desabastecimiento relativo de alimentos, agua y energía en las próximas décadas. Por eso, varios competidores de Colombia en esos bienes y servicios han avanzado en negociaciones comerciales que faciliten su posicionamiento en esos mercados.

Estos aspectos son importantes a la hora de definir con qué países negociar acuerdos comerciales. Pero no son los únicos. Desde 2004, el gobierno definió una metodología para establecer un ranking de las 20 naciones de mayor interés para Colombia. Ella incluye 25 variables agrupadas en cinco criterios generales: Consolidar y proteger mercados; mercados con mayor potencial para las exportaciones colombianas; atraer inversión a Colombia; factibilidad política; y disposición al libre comercio.

Hacen parte de este ejercicio el uso de indicadores como el índice de Herfindahl-Hirschman, para los análisis de concentración de productos y mercados, y los modelos de equilibrio general y el modelo gravitacional para evaluar los impactos de las negociaciones sobre el comercio y las variables de crecimiento y empleo.

Los resultados se consignan en la “Agenda de negociaciones comerciales de Colombia”, aprobada por el Consejo Superior de Comercio Exterior, que es presidido por el Presidente de la República y cuenta con la participación siete ministros, el director del DNP y el gerente del Banco de la República. La agenda está a disposición de toda la sociedad, en la página de internet del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo.

Lo anterior muestra el gobierno toma las decisiones de las negociaciones comerciales con criterios técnicos y con el objetivo de lograr la mejor inserción posible de Colombia en la economía globalizada… Aun así, habrá a quienes la Agenda les parezca exótica o injustificada.

¡A cambiar de país!

lunes, 15 de octubre de 2012
Publicado en Portafolio el viernes 12 de octubre de 2012

Debo aclarar que no hablo de Colombia… ¡Me refiero a Brasil!

Diversos analistas vienen insistiendo en que hay que mirar a Brasil no solo por su vistoso fútbol; que la política industrial de Brasil debe ser el modelo para Colombia; que Brasil no se ha desindustrializado mientras que Colombia lo está haciendo aceleradamente; que Brasil rompió su dependencia de exportaciones de productos primarios y, en cambio, nosotros dependemos cada vez más de ellos; que Brasil es una economía más desarrollada que Colombia porque su política macroeconómica es mejor; etcétera.

No hay duda; es un país con muchos atributos: es el más extenso de América Latina; la economía de mayor tamaño en la región, al menos mientras no se cumplan las proyecciones del Nomura Equity Research en las que México la desplaza; y fabrica aviones, y nosotros no; y es el líder mundial en la producción de biocombustibles, y nosotros no; y es un gran exportador de pollo, y nosotros no; además, es un país BRIC, aun cuando ya algunos analistas, incluido el propio Jim O’Neill autor del famoso acrónimo, ven su posible exclusión por el pobre desempeño económico de los años recientes (Wall Street Journal “La desaceleración pone en duda el modelo de crecimiento brasileño”).

Con todo esto, no hay más opción; hay que mirar y analizar a Brasil con más detalle… ¡Y qué sorpresas las que se encuentran!

¡Que Brasil tiene riesgos de enfermedad holandesa! ¿Y por qué? ¿No dizque era un país que había diversificado sus exportaciones? Bueno, pues eso lo afirma nada más y nada menos que el renombrado Jim O’niell: "Brasil enfrenta dos desafíos. Uno es reducir su vulnerabilidad a la “enfermedad holandesa”, esto es, ser menos dependiente de la persistente mejora en sus términos de intercambio ocasionada por el aumento de los precios de los commodities… Segundo, necesita deshacerse de la apreciación de su moneda o se volverá más y más dependiente de los commodities”.

Ese diagnóstico, lejos de resultar concordante con las apreciaciones sobre la gran diversificación, es consistente con la percepción del Wall Street Journal: “En los últimos años, Brasil diseñó un salto a la prosperidad basado en un crecimiento acelerado alimentado por sus inmensos recursos naturales”.

Quizás pudieran ser cosas del azar, pues, según el World Economic Forum, Brasil es una economía más competitiva que Colombia. De todos modos es bueno explorar más.

En el libro del BID “La era de la productividad” se incluye un cálculo de la productividad total de los factores con relación a la de Estados Unidos. Pues la de Brasil y la de Colombia son similares (gráfico 2.7). Y en el cálculo de la productividad laboral relativa por sectores, Brasil nos supera en la del sector agropecuario, pero Colombia registra un nivel mayor en industria y en servicios, tanto en 1973 como en 2004 (gráfico 3.5); no obstante, el crecimiento de la productividad total de los factores en el sector de agricultura en 1961-2007 es superior en Colombia que en Brasil (gráfico C recuadro 3.2).

Ya entrados en gastos, por qué no explorar otros indicadores macroeconómicos y sectoriales.

Por ejemplo, el análisis del PIB en dólares constantes de 2000 durante los últimos 50 años muestra que la tasa media de crecimiento anual de Brasil fue superior a la de Colombia en las dos primeras décadas, pero inferior en las tres siguientes. Es más, también la dinámica del PIB colombiano a precios de paridad en dólares internacionales constantes en las últimas tres décadas (que es el periodo disponible en las series del Banco Mundial), es superior al brasileño.

A nivel sectorial, en el valor agregado industrial (que incluye minas, manufacturas, construcción, electricidad, gas y agua) hay información de las últimas cuatro décadas y aquí ha sido intercalado el resultado. Brasil creció más en las décadas de los años setenta y noventa, pero Colombia fue mejor en las de los ochenta y la primera de este siglo. Igual comportamiento se registra en el sector manufacturero, del cual solo hay datos del Banco Mundial para las dos últimas décadas.

¿Qué podemos concluir? Pues básicamente que en las décadas recientes ha sido mejor el desempeño de Colombia que el de Brasil. Las diferencias en el nivel de desarrollo parecen haberse gestado en las décadas de los sesenta y setenta (quizás antes), cuando algunos sectores lograron su desarrollo (aeronáutica y avicultura, por ejemplo). Pero en las siguientes décadas la brecha se ha reducido.

Por lo tanto, lo que nos están vendiendo es un Brasil modelo 60 o 70 del siglo pasado y no uno del siglo XXI. Sin embargo, ese fue el que aplicó Colombia por décadas; lo que deberían preguntarse los vendedores es por qué allá funcionó y aquí no… y buscarse otro país como ejemplo de éxito reciente.

¿Demasiados TLC?

Publicado en Portafolio el jueves 27 de septiembre de 2012

En los últimos meses el país ha tenido abundantes noticias relacionadas con los tratados de libre comercio: entró en vigencia el de Estados Unidos; fue firmado el de la UE; cerraron las negociaciones con Corea del Sur y con Venezuela; comenzaron las de Israel y Costa Rica; se ratificó la Alianza del Pacífico; fueron presentadas las conclusiones del grupo de estudio para un acuerdo con Japón; y el presidente Santos en su visita al Asia mencionó un probable acuerdo con China.

Es lógico que la opinión pública empiece a preguntarse por qué tantas negociaciones y si son realmente necesarias. Por ello es importante recordar algunas de las razones que han llevado al gobierno a trabajar en esa dirección.

En primer lugar, la creciente globalización originó un cambio estructural en la organización de la producción en el mundo: la fragmentación geográfica de los procesos productivos y la tendencia a la desaparición de los productos nacionales y su sustitución por productos globales: del “made in Colombia”, al “made in the world”.

Como consecuencia de ese fenómeno, en promedio el 56 por ciento del comercio mundial de manufacturas es de bienes intermedios. Son productos que se mueven por el mundo en diferentes etapas de agregación de valor, hasta que llegan a un destino en el que se ensamblan los bienes finales; luego entran en las cadenas de distribución para los consumidores.

En ese contexto, los empresarios modernos se insertan en las cadenas globales de valor, y es mayor la ventaja de los que están ubicados en países que tienen tratados comerciales con los proveedores de materias primas y con los que hacen el ensamble de los bienes finales.

En segundo lugar, los productos que exporta Colombia enfrentan la competencia de otros países que también los producen y los envían a los mismos destinos. Si los competidores tienen TLC con los países importadores, pueden quitar mercado a los productos colombianos y contar con mejores herramientas para mantener su participación.

El caso de las confecciones es ilustrativo. Son numerosos los países de América Latina que compiten con las confecciones colombianas en el mercado de Estados Unidos y varios de ellos tienen TLC con ese país.

El Salvador es un país con un área equivalente a la de Arauca. Pero el año pasado le exportó US$1.738 millones en confecciones a EEUU, mientras que las de Colombia sumaron US$223 millones. Los salvadoreños han logrado mantener el valor de sus exportaciones, a pesar de la mayor competencia de los asiáticos por la terminación del Acuerdo Multifibras (enero 2005); en cambio, los colombianos lo redujeron desde US$589 millones. La vigencia del CAFTA desde 2006 fue clave para ese resultado, al brindar reglas de juego claras y permanentes a los empresarios centroamericanos.

En tercer lugar, hay empresarios colombianos que están sintiendo mayor competencia de otros países de la CAN que tienen acceso a materias primas sin arancel por tener TLC con los países fabricantes. Cumpliendo con las normas de origen, entran a Colombia bienes finales con arancel cero y con menores costos.

En cuarto lugar, el “acercamiento” global, propiciado por los menores costos de transporte y la revolución en las comunicaciones y en internet, ha revelado los enormes potenciales económicos de Asia y África. De ahí que muchas economías estén fortaleciendo las relaciones comerciales con esos bloques, mediante foros como APEC; acuerdos comerciales, como los de Perú y Chile con China, Malasia, Corea e India; y flujos de inversión extranjera directa como la de China en África.

En quinto lugar, el mundo tiende a una mayor integración, como consecuencia de los factores mencionados. En 1990 había alrededor de 60 acuerdos regionales vigentes notificados a la OMC; en 2010 había cerca de 300. Según la Cepal, en 2004 Colombia tenía acceso preferencial para el 23% de sus exportaciones, mientras que el promedio de América Latina estaba en 62%.

Bien podría Colombia optar por no negociar más acuerdos comerciales. Pero, sin duda, los primeros perjudicados serían los empresarios pues no solo tendrían una mayor competencia en el mercado interno, sino también en sus mercados de destino y les sería muy difícil integrarse en las cadenas globales de valor; la permanencia de las barreras arancelarias y no arancelarias les haría muy complejo el enfrentamiento con productos de menores precios.

De esta forma, los TLC son un medio necesario que impulsa a las empresas a ser más competitivas e innovadoras y a aprovechar las ventajas del acceso preferencial permanente. También se convierten en el acicate que induce la realización de obras aplazadas por décadas, el desarme de medidas no arancelarias que se impusieron como reacción a la apertura (y que en la práctica la bloquearon) y el desmonte de los sobrecostos generados por la regulación pública, que pesan en la competitividad de las empresas.

Nueva política industrial

Publicado en la Revista Misión Pyme No. 56, septiembre de 2012

La Cepal, propone una nueva política industrial para América Latina en el documento “Cambio estructural para la igualdad. Una visión integrada del desarrollo”.

Este es un tema que podríamos denominar pendular o cíclico. Durante algunas décadas la política industrial se entendió como la protección estatal para el desarrollo de grandes empresas (“campeones nacionales”); se suponía que ellas, eran las únicas que podían generar economías de escala e impulsar el crecimiento económico. Con diversos matices, esta política se implementó en economías desarrolladas, en desarrollo y en las comunistas.

Con el auge de las políticas de libre mercado, el concepto de política industrial prácticamente desapareció de los debates sobre desarrollo económico, y prosperó la idea de que “la mejor política industrial es no tener política industrial”. Se postuló que los mercados aseguraban la más eficiente asignación de los recursos, mientras que la intervención estatal causaba distorsiones.

A comienzos de los noventa, volvió a aparecer con nuevo ropaje en algunas regiones del mundo. Los grandes avances en comunicaciones, computación e internet, mostraron la importancia de las industrias intensivas en conocimientos. Su desarrollo se fundamentó en empresas innovadoras de tamaño pequeño y mediano, más flexibles que los “campeones nacionales” y generadoras de empleos.

Como consecuencia, las economías desarrolladas, al menos las de Europa, comenzaron a aplicar políticas que llamaron de desarrollo empresarial y, posteriormente políticas de competitividad. A partir de entonces, las políticas se enfocaron en los apoyos a las pyme, con el fin de ayudarlas a superar las fallas de mercado que limitaban su desarrollo. Este es un enfoque diferente al de la política de “campeones”, pues, con el retorno de las políticas de mercado libre, perdieron relevancia los subsidios y muchas de las herramientas típicas del proteccionismo.

En apariencia, no todas las economías desarrolladas hacían abiertamente este tipo de políticas, pues en público las seguían considerando distorsionantes. Pero con la reciente crisis mundial, volvió a salir a la superficie el concepto de política industrial. Justin Lin, ex-economista jefe del Banco Mundial, afirmó: “Uno de los secretos económicos mejor guardados se reconfirmó en 2010: la mayoría de los países, intencionalmente o no, implementa alguna forma de política industrial”.

Hoy en día, tanto los académicos como los hacedores de la política industrial coinciden en que ella tiene dos grandes componentes: uno transversal y uno vertical. El primero abarca todas las herramientas de carácter general que aplican a todos los sectores (capital humano, infraestructura, tarifas de servicios públicos). El segundo las herramientas sectoriales (como los incentivos al desarrollo de los biocombustibles).

La novedad que introduce la CEPAL consiste en que denomina política industrial exclusivamente a la que se enfoca en el desarrollo de sectores nuevos intensivos en conocimientos y ellos son un fundamento del cambio estructural. Todo lo demás, incluidas las políticas para sectores ya existentes, es englobado bajo el concepto de políticas de competitividad.

Es una propuesta interesante, que pone la política industrial en la primera fila de las políticas económicas y debe ir integrada con la política macroeconómica y la política social. Sin duda, será un tema de amplia discusión en Colombia.