Publicado en Portafolio el 20 de marzo de 2015
Uno de los efectos esperados del desplome de los precios internacionales del petróleo es la reducción de la inflación y el aumento del ritmo de crecimiento económico; menores precios de los combustibles incrementan el ingreso real de las familias, bajan los costos de producción por el rubro de transporte y abaratan los alimentos por la disminución de los precios de los fertilizantes.
En realidad, eso no está ocurriendo en aquellas economías en las que los gobiernos decidieron aprovechar la caída del precio del petróleo para reducir o eliminar los subsidios al consumo. En el caso de Colombia, el complejo cálculo del precio interno de los combustibles y la carga de impuestos han hecho que las disminuciones de sus precios se den a cuentagotas.
Contrario a lo esperado, la inflación se disparó en febrero al 4.4% anual, manteniendo la tendencia al alza por cinco meses consecutivos. Aun cuando hay una estacionalidad marcada en este indicador, también hay efectos preocupantes.
En concreto, mientras que la caída del precio del petróleo de más del 50% solo se transmite marginalmente a los precios de los combustibles, la depreciación del peso del orden del 36.5%, entre junio de 2014 y la primera semana de marzo de 2015, sí se está transmitiendo a la inflación.
Así quedó reconocido en las minutas de la última reunión de la Junta Directiva del Banco de la República: “La variación anual de transables se aceleró de 2,0% en diciembre a 2,3% en enero, reflejando el efecto de la depreciación acumulada del tipo de cambio… Hasta noviembre del año pasado no era evidente el efecto del encarecimiento del dólar sobre los precios de transables (sin alimentos ni regulados), pero a partir de diciembre se empezó a observar dicha trasmisión, la cual deberá extenderse por varios meses más”.
En la página de internet del Banco de la República hay una referencia más explícita a lo que viene por cuenta de la depreciación: “…Existe el riesgo de que la variación anual del grupo de transables sin alimentos ni regulados aumente más de lo proyectado. Una alta transmisión al grupo de transables podría afectar las expectativas y tener efectos más persistentes sobre la inflación”.
Esta percepción torna más compleja la situación de la economía colombiana en el presente año: Las proyecciones de crecimiento económico de los analistas nacionales e internacionales se redujeron a un rango entre 3.5% y 4.0% (solo el Gobierno la mantiene en 4.3%); el déficit en cuenta corriente está aumentando y es posible que supere el 6% del PIB; y el gobierno anunció un recorte de gasto de $6 billones. Aun así, se mantiene un optimismo moderado alimentado por los anuncios de los programas gubernamentales de construcción de vivienda e infraestructura, el potencial impulso de las exportaciones no minero energéticas por la mayor competitividad que les brinda la depreciación del peso, y la expectativa que se había generado sobre el posible descenso de la tasa de intervención del Banco de la República.
Pero si las presiones inflacionarias no son solo estacionales, la autoridad monetaria enfrentará un dilema, pues lo recomendable sería aumentar las tasas de interés; pero si la economía se desacelera más, lo aconsejable sería reducirlas. ¿Cuál será el camino a seguir?
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