Publicado en Portafolio el viernes 18 de diciembre de 2015
Los cambios estructurales que está registrando la economía mundial, tendrán profundas repercusiones en los años venideros. Entre ellos cabe destacar la declinación del crecimiento de China, el nuevo mapa petrolero mundial y la tendencia al estancamiento secular de las economías desarrolladas.
El milagro chino terminó, o por lo menos se estancó. La alta dependencia de las exportaciones y, más recientemente, de la inversión no puede seguir siendo su fuente de crecimiento.
Por eso el gobierno busca reequilibrar la economía para aumentar el peso relativo del mercado interno. Esto demanda profundos cambios que incluyen la privatización de empresas estatales, la reforma al sistema financiero, la libre movilidad de mano de obra, el control de la contaminación y el fortalecimiento del imperio de la ley.
El aumento de participación de los servicios en el PIB se interpreta como una señal positiva, pero hay barreras que impiden avanzar más rápido. El consumo interno apenas pasó del 36% al 38% del PIB entre 2010 y 2014; las tasas de ahorro se mantienen en el 30%; la población está envejeciendo y hay problemas de seguridad social para la vejez, lo que sumado al lento aumento de la productividad, repercute en la tendencia al estancamiento secular.
Por todas estas razones, según The Economist Intelligence Unit, la economía China tenderá a desacelerar su crecimiento en las próximas décadas, hasta converger a las tasas que crecerá la economía de Estados Unidos (alrededor del 2%).
En el caso del petróleo es ampliamente conocido el repunte de la producción de crudo en los Estados Unidos y el debilitamiento del cartel de la OPEP. Este organismo se la jugó por una guerra de precios para sacar del mercado la producción de hidrocarburos no convencionales, pero todo indica que no tendrá éxito.
El desplome de los precios apenas sí ha repercutido en la moderación del nivel de la producción mundial. Las empresas tomaron mecanismos de cobertura de precios, recortaron costos, mejoraron técnicas de producción y, según The Wall Street Journal, están por entrar en producción los megaproyectos del Golfo de México, que aumentarán la oferta global.
Por último, la hipótesis del estancamiento secular de Summers sigue tomando fuerza y los hechos parecen darle la razón. Después de la crisis mundial las economías desarrolladas no han recuperado su ritmo de crecimiento, la inversión no crece, y la productividad y el producto potencial siguen declinando. A estos elementos se suma el cambio estructural en la población, que repercute en menores tasas de crecimiento de la población en edad de trabajar.
En ese contexto cabe esperar precios bajos de los productos básicos en los próximos años, pérdida de importancia geopolítica del Medio Oriente (salvo por el posible conflicto con el Estado Islámico), fortalecimiento competitivo de la economía estadounidense y, persistente balanza comercial negativa de Colombia con Estados Unidos.
Ante los profundos efectos de estos cambios cabe preguntarse cuáles serán los impactos en Colombia, qué medidas se podrían adoptar y qué oportunidades surgen. Salta a la vista la urgencia de impulsar una efectiva diversificación de la canasta exportadora, aprovechar al máximo los acuerdos comerciales y adoptar políticas que faciliten la vinculación de las empresas colombianas a las cadenas globales de valor. No son temas nuevos, pero llevan años aplazándose.
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