Publicado en el diario La República el 4 de agosto de 2011
Como suele suceder con la política económica, la reforma arancelaria adoptada a finales del año anterior fue de buen recibo para unos segmentos del empresariado y de la opinión y sometida a una lluvia de críticas por otros.
Entre las críticas, se censuró el uso de la clasificación Cuode como base, porque presuntamente es obsoleta; y se dijo que el déficit fiscal se iba a incrementar en un billón de pesos y que el país se iba a llenar de productos importados que acabarían con la producción nacional.
No existe clasificación perfecta, por lo que siempre hay margen para la crítica; pero los críticos no ofrecen un criterio serio y riguroso que sustituya o mejore el propósito del gobierno de tener un referente técnico lo más objetivo posible. Justamente reconociendo las imperfecciones de la clasificación, se han realizado dos ajustes a la reforma de noviembre de 2010.
Con relación al presunto hueco fiscal que se iba a generar con la reforma, los hechos muestran lo contrario. Por la dinámica de las importaciones, los recaudos, lejos de caer, crecieron 5.7% anual en el acumulado entre noviembre de 2010 y mayo de 2011.
Por lógica elemental, una reducción de aranceles debería ocasionar una caída del recaudo; así lo esperaba el gobierno, aun cuando en menor cuantía a la sugerida por algunos analistas, pues parte de la reducción sería compensada por el impacto positivo del mayor crecimiento del PIB en la tributación. Pero como el recaudo creció, el resultado ahora es interpretado como evidencia de enfermedad holandesa y aceleración de la desindustrialización.
¿Acaso se llenó el país de productos importados? Esta crítica pareciera comprobarse con el notable crecimiento que registran las importaciones. No obstante, basta ver su tendencia durante los últimos años –no sólo en Colombia, sino en cualquier país del mundo–, para entender que ellas van de la mano de las exportaciones. A medida que crecen estas últimas, el país tiene mayor capacidad de compra en los mercados internacionales, lo que permite la adquisición de los bienes, servicios y tecnología que no se producen localmente o que se producen en cantidades insuficientes para atender la demanda interna.
Así, en el acumulado a mayo las exportaciones están creciendo al 36% anual y las importaciones al 41%, a la vez que se registra un superávit de US$1.763 millones en la balanza comercial.
Los análisis periódicos que elabora el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo para hacer seguimiento a la reforma arancelaria no han detectado un cambio estructural en el comportamiento de las importaciones, a partir de noviembre de 2010. Sólo en un tipo de producto se registró un salto atípico entre abril y mayo de 2011, pero es prematuro afirmar si es un cambio estructural; es necesario esperar a los resultados de los meses siguientes para precisarlo.
En cambio se observa que las importaciones de bienes de capital y de insumos crecen más que las de bienes de consumo, de donde resulta endeble el argumento de desindustrialización inducida por la reducción de los aranceles. Esto último lo corrobora el buen crecimiento de la producción industrial y las positivas expectativas de los empresarios en las encuestas de opinión, tanto de la Andi como de Fedesarrollo.
En las decisiones económicas del gobierno los analistas continuamente perciben que “faltó un centavo para el peso”; esto es parte de la naturaleza de la política económica, pues ella no ocasiona los mismos efectos en todos los agentes económicos. En plata blanca eso significa que siempre hay razones para criticar. Desde luego los comentarios y las críticas son parte esencial de la construcción de buenas políticas, pero algunos críticos parecen adoptarlas como profesión y no como contribución.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario