Publicado en Ámbito Jurídico No. 310 del 15 al 28 de noviembre de 2010
El cineasta francés Jean-Claude Carrière recuerda que “durante la cumbre de Davos, en 2008, se le preguntó a un futurólogo sobre los fenómenos que alterarían la humanidad en los próximos quince años y este propuso que se consideraran cuatro, que le parecían seguros… El segundo concernía al agua, destinada a convertirse en un producto comercial de intercambio exactamente como el petróleo; en fin, que veremos las cotizaciones del agua en la Bolsa”.
¿Será posible ese escenario? ¿Podrá ocurrir en un planeta que en un 70% es agua? La realidad es que un número creciente de análisis indica que la humanidad va camino a la escasez de este vital recurso y, como consecuencia, su precio será cada vez más elevado; el crecimiento poblacional, el cambio climático, la deforestación indiscriminada y la contaminación de fuentes de agua son las principales causas del problema.
En el planeta hay grandes cantidades de agua, pero el 97.5% es salada; y del 2.5% que es agua dulce, cerca del 70% está congelada. De esta forma, sólo el 0.75% del agua que hay en la tierra está disponible para la subsistencia de todos los seres vivientes, con excepción de los marinos.
El panorama se complica por la dispar dotación que tienen las naciones. The Economist señala que el 60% de toda la oferta disponible de agua fresca del mundo se concentra en nueve países, entre los cuales está Colombia. Pero en el otro extremo hay numerosas naciones de África, Asia, las Antillas y Europa Central y Oriental que tienen baja oferta; se calcula que mil millones de personas carecen de acceso al agua potable. Incluso en las economías desarrolladas hay crecientes problemas de disponibilidad de agua y enfrentan grandes desafíos por el rápido deterioro de sus fuentes, como lo mostró el World Wildlife Fund (“Rich Countries, Poor Water”).
Adicionalmente, el consumo tampoco es homogéneo en el mundo. Según la National Geographic, mientras que en Estados Unidos el uso por vivienda es de 380 litros por día, “millones de los más pobres del mundo subsisten con menos de 19”.
Varias naciones del mundo dependen de las importaciones de agua para satisfacer las necesidades de su población. Un caso destacado es el de Singapur, que desarrolló sistemas de recolección de aguas lluvias para consumo industrial, realiza procesos de desalinización de agua del mar e importa los faltantes (40% del consumo) desde Malasia. Como complemento a la variedad de fuentes de abastecimiento los consumidores son conscientes de la escasez y usan sistemas de bajo consumo en las viviendas.
Otro caso es el de exportación de agua embotellada de Canadá a los Estados Unidos, debido a los problemas de escasez en varios estados, especialmente del suroeste. En el tratado de libre comercio firmado entre estas dos naciones a finales de los ochenta se clasificó el agua como un “commodity”.
El tema es fuente de debates en Canadá y hay una creciente oposición a la exportación de sus recursos hídricos a gran escala. Los opositores afirman que los efectos ecológicos serán muy grandes y que hay regiones del país que tienen problemas de escasez
Los defensores afirman que teniendo Canadá una de las mayores disponibilidades de agua dulce en el mundo está en posición de vender parte de sus recursos a países que enfrentan graves problemas de abastecimiento. Además, señalan que los precios al consumidor y a la industria están distorsionados y, al no cubrir los costos del servicio, no hay incentivos a un uso más racional. El comercio internacional tendería a forzar unos precios más transparentes.
El desarrollo de un mercado internacional de agua a gran escala depende en parte de la evolución de las tecnologías de desalinización del agua marina. Pese a los avances registrados en las últimas décadas sigue siendo muy costoso el proceso, lo que mantiene las ventajas del agua dulce. Además ha surgido la preocupación por el impacto del uso amplio de esta tecnología sobre los niveles de salinidad del mar y su impacto ambiental.
¿Colombia como pinta en este panorama? De partida, es uno de los países del mundo con mayor disponibilidad de recursos hídricos y la posibilidad de incursionar en los mercados internacionales hay que explorarla. Pero también es necesario seguir de cerca la evolución de las tecnologías de desalinización y los debates en pro y en contra del comercio internacional del agua.
Entre tanto, el país debe seguir velando por preservar la dotación natural de agua. En el último “Informe sobre el desarrollo mundial”, el Banco Mundial plantea la posible desaparición de los glaciares de los Andes, como consecuencia del cambio climático. ¿Cómo se afectaría la disponibilidad de agua en Colombia en tal escenario? ¿Cómo se puede amortiguar su impacto?
Además, es importante frenar la deforestación en las cuencas hidrográficas, especialmente por la presión de la desordenada colonización inducida por el desplazamiento forzoso en varias regiones. Y, desde luego, hay que pensar en el desarrollo de la infraestructura requerida, en la forma de incorporar valor agregado a la potencial exportación, y en establecer los marcos necesarios para que se desarrolle una explotación ordenada del recurso, haciéndola ambientalmente sostenible.
Para diversos analistas, “el agua será el petróleo del siglo XXI”. Si ese mercado se desarrolla y se despejan los interrogantes sobre los impactos ambientales, Colombia debe estar preparada para aprovechar las oportunidades que se generen.
¿Más revaluación?
Artículo publicado en el diario La República el jueves 11 de noviembre de 2010
La dinámica de la economía mundial muestra dos caras. Mientras las economías emergentes crecen a ritmos elevados, las desarrolladas están empantanadas en un lento proceso de recuperación. El problema es que estas últimas pueden frenar a las primeras.
Los enormes recursos fiscales utilizados en el rescate del sector financiero y el impulso de la demanda, parecen haber encontrado un límite en las economías desarrolladas. Esto es especialmente cierto para la Unión Europea. Aun cuando las pruebas de resistencia del sector financiero dieron a los inversionistas elementos para discriminar los riesgos y reducir la probabilidad de un colapso sistémico, se mantiene la incertidumbre por los efectos que pueden ocasionar los ajustes fiscales de países como Grecia, España, Italia, Irlanda y Portugal.
La reactivación europea se complica por dos factores: 1. La apreciación del euro, que le resta competitividad a las exportaciones, limitando su impacto en el crecimiento. 2. El rezago de su productividad laboral con relación a Estados Unidos; como señala el estudio de McKinsey Global Institute “Beyond Austerity: A Path to Economic Growth an Renewal in Europe”, en parte el problema reside en los efectos no deseados de las excesivas regulaciones que restringen los mercados.
En ese contexto, el peso de la recuperación recae en la política monetaria. En Estados Unidos, las pérdidas de riqueza de los hogares y su tendencia al desapalancamiento, así como el aumento del ahorro, frenaron la reanimación de la demanda que se observó hasta el primer trimestre de 2010. Como las expectativas de inflación están controladas, la FED tiene espacio para mantener bajas sus tasas de interés y seguir suministrando liquidez a la economía, dado el limitado margen fiscal. Eso explica la decisión de inyectar 600 mil millones de dólares mediante la compra de títulos del tesoro para “reducir las tasas de interés de largo plazo y estimular el crecimiento” (Wall Street Journal Americas).
La Unión Europea difiere de esa opción de política monetaria y aun cuando mantiene bajas las tasas de interés, está marchitando las medidas heterodoxas implementadas durante la crisis, y, por ahora, no manifiesta disposición a brindar nuevas inyecciones de liquidez, lo que aumenta la incertidumbre sobre la recuperación.
Como algunos analistas lo han comentado, la poca confianza en el ritmo de reactivación de las economías desarrolladas, los impactos esperados del ajuste fiscal y las bajas tasas de interés incentivan el flujo de capitales hacia las economías emergentes en la búsqueda de mejores rentabilidades. En consecuencia, antes que debilitarse, se fortalecen las presiones a la apreciación de las monedas en el resto del mundo.
Esto plantea un reto para las economías emergentes, pues la apreciación afecta la competitividad de las exportaciones diferentes a los productos básicos; además, las economías que han aumentado las tasas de interés –como Brasil, India, Malasia y Perú– generan una mayor atracción de flujos internacionales de capitales y temores sobre la sostenibilidad del crecimiento.
En ese complejo entorno internacional, es evidente la importancia de las medidas que el Banco de la República y el Gobierno adoptaron, en materia de intervención en el mercado cambiario, eliminación del beneficio tributario al endeudamiento externo, reforma arancelaria y monetización de créditos externos. Falta el vital refuerzo de diversas leyes que hacen trámite en el Congreso, especialmente las que apuntan al aumento del ahorro, como son la reforma a las regalías, la regla fiscal y la eliminación de la sobretasa al consumo industrial de energía. Entre más pronto sean aprobadas, de mejor forma podrá Colombia capotear el vendaval de la apreciación.
La dinámica de la economía mundial muestra dos caras. Mientras las economías emergentes crecen a ritmos elevados, las desarrolladas están empantanadas en un lento proceso de recuperación. El problema es que estas últimas pueden frenar a las primeras.
Los enormes recursos fiscales utilizados en el rescate del sector financiero y el impulso de la demanda, parecen haber encontrado un límite en las economías desarrolladas. Esto es especialmente cierto para la Unión Europea. Aun cuando las pruebas de resistencia del sector financiero dieron a los inversionistas elementos para discriminar los riesgos y reducir la probabilidad de un colapso sistémico, se mantiene la incertidumbre por los efectos que pueden ocasionar los ajustes fiscales de países como Grecia, España, Italia, Irlanda y Portugal.
La reactivación europea se complica por dos factores: 1. La apreciación del euro, que le resta competitividad a las exportaciones, limitando su impacto en el crecimiento. 2. El rezago de su productividad laboral con relación a Estados Unidos; como señala el estudio de McKinsey Global Institute “Beyond Austerity: A Path to Economic Growth an Renewal in Europe”, en parte el problema reside en los efectos no deseados de las excesivas regulaciones que restringen los mercados.
En ese contexto, el peso de la recuperación recae en la política monetaria. En Estados Unidos, las pérdidas de riqueza de los hogares y su tendencia al desapalancamiento, así como el aumento del ahorro, frenaron la reanimación de la demanda que se observó hasta el primer trimestre de 2010. Como las expectativas de inflación están controladas, la FED tiene espacio para mantener bajas sus tasas de interés y seguir suministrando liquidez a la economía, dado el limitado margen fiscal. Eso explica la decisión de inyectar 600 mil millones de dólares mediante la compra de títulos del tesoro para “reducir las tasas de interés de largo plazo y estimular el crecimiento” (Wall Street Journal Americas).
La Unión Europea difiere de esa opción de política monetaria y aun cuando mantiene bajas las tasas de interés, está marchitando las medidas heterodoxas implementadas durante la crisis, y, por ahora, no manifiesta disposición a brindar nuevas inyecciones de liquidez, lo que aumenta la incertidumbre sobre la recuperación.
Como algunos analistas lo han comentado, la poca confianza en el ritmo de reactivación de las economías desarrolladas, los impactos esperados del ajuste fiscal y las bajas tasas de interés incentivan el flujo de capitales hacia las economías emergentes en la búsqueda de mejores rentabilidades. En consecuencia, antes que debilitarse, se fortalecen las presiones a la apreciación de las monedas en el resto del mundo.
Esto plantea un reto para las economías emergentes, pues la apreciación afecta la competitividad de las exportaciones diferentes a los productos básicos; además, las economías que han aumentado las tasas de interés –como Brasil, India, Malasia y Perú– generan una mayor atracción de flujos internacionales de capitales y temores sobre la sostenibilidad del crecimiento.
En ese complejo entorno internacional, es evidente la importancia de las medidas que el Banco de la República y el Gobierno adoptaron, en materia de intervención en el mercado cambiario, eliminación del beneficio tributario al endeudamiento externo, reforma arancelaria y monetización de créditos externos. Falta el vital refuerzo de diversas leyes que hacen trámite en el Congreso, especialmente las que apuntan al aumento del ahorro, como son la reforma a las regalías, la regla fiscal y la eliminación de la sobretasa al consumo industrial de energía. Entre más pronto sean aprobadas, de mejor forma podrá Colombia capotear el vendaval de la apreciación.
Competitividad y aranceles
Artículo publicado en el diario La República el jueves 28 de octubre de 2010
La teoría económica y la evidencia empírica aportan sólidas argumentaciones sobre los beneficios del comercio internacional en el crecimiento de las economías. Aún así, los gobiernos suelen imponer obstáculos arancelarios y no arancelarios por diversos motivos, entre los que cabe destacar la amenaza de productos de otros países, el equilibrio de la balanza de pagos, la seguridad nacional, pérdida de ventajas competitivas, el fortalecimiento de los ingresos fiscales, y la protección de la industria naciente.
Como señalan Paul Krugman y Robin Wells en su obra "Macroeconomics", "algunas personas, entre ellos muchos políticos, cuestionan a menudo el comercio internacional, defendiendo que cada país produzca los bienes que consume en lugar de comprarlos en el extranjero. Las empresas reclaman protección ante la competencia extranjera: los agricultores japoneses no quieren que se importe arroz de Estados Unidos; los productores de acero estadounidenses no quieren que se compre acero europeo".
Esas posiciones generan dividendos políticos, pero desconocen la realidad del mundo globalizado y ocasionan problemas de competitividad a las empresas locales. Los aranceles altos las aíslan de la competencia y les reducen los incentivos a la innovación, a la vez que les dan margen para transferir a los consumidores los sobrecostos y las ineficiencias.
El mundo está presenciando una profunda transformación en la organización productiva, con la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Cada vez más y más productos y servicios son el resultado de integrar insumos de diferentes regiones del planeta, lo que da más relevancia al concepto de "design in" que al de "made in".
En concordancia con ese fenómeno, los sectores productivos de todos los países buscan la inserción en las cadenas mundiales de valor en las fases de la producción en las que son más competitivos. En ese contexto, los países que se empeñan en mantener altos aranceles con sus sesgos antiexportadores estarán condenados al atraso; sus aparatos productivos se mantendrán en los obsoletos esquemas de producir "todo en el mismo país".
En el caso de Colombia la apertura económica presuntamente nos convirtió en una economía abierta, lo que, según ciertos críticos, causó la destrucción de una parte del aparato productivo. Ese tipo de análisis desconoce lo que ocurrió más allá de las fronteras del país.
El país entró en la onda de la apertura después de la mayoría de países de la región y redujo los aranceles en menor proporción que otras economías del mundo. Por eso, Colombia registra actualmente el cuarto arancel nominal promedio más alto de América Latina, lo que se constituye en un factor de desventaja competitiva que encarece las materias primas y los bienes de capital a las empresas.
Los diferentes escalafones de competitividad mundial evidencian ese problema. Según el World Economic Forum, en la comparación del arancel promedio ponderado Colombia clasifica en el puesto 101 entre 135 naciones, mientras Perú ocupa el 37.
Colombia ha dado pasos importantes en la dirección correcta mediante las políticas de internacionalización, competitividad y transformación productiva. Pero aún hay grandes barreras por superar, lo que justifica la revisión de la estructura arancelaria que el gobierno se ha propuesto adelantar.
El mundo da vueltas. El proteccionismo que por décadas fue vendido como la panacea, hoy es, sin duda, un lastre para la competitividad de las naciones, por lo que es preciso mantener el objetivo de desmontarlo.
La teoría económica y la evidencia empírica aportan sólidas argumentaciones sobre los beneficios del comercio internacional en el crecimiento de las economías. Aún así, los gobiernos suelen imponer obstáculos arancelarios y no arancelarios por diversos motivos, entre los que cabe destacar la amenaza de productos de otros países, el equilibrio de la balanza de pagos, la seguridad nacional, pérdida de ventajas competitivas, el fortalecimiento de los ingresos fiscales, y la protección de la industria naciente.
Como señalan Paul Krugman y Robin Wells en su obra "Macroeconomics", "algunas personas, entre ellos muchos políticos, cuestionan a menudo el comercio internacional, defendiendo que cada país produzca los bienes que consume en lugar de comprarlos en el extranjero. Las empresas reclaman protección ante la competencia extranjera: los agricultores japoneses no quieren que se importe arroz de Estados Unidos; los productores de acero estadounidenses no quieren que se compre acero europeo".
Esas posiciones generan dividendos políticos, pero desconocen la realidad del mundo globalizado y ocasionan problemas de competitividad a las empresas locales. Los aranceles altos las aíslan de la competencia y les reducen los incentivos a la innovación, a la vez que les dan margen para transferir a los consumidores los sobrecostos y las ineficiencias.
El mundo está presenciando una profunda transformación en la organización productiva, con la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Cada vez más y más productos y servicios son el resultado de integrar insumos de diferentes regiones del planeta, lo que da más relevancia al concepto de "design in" que al de "made in".
En concordancia con ese fenómeno, los sectores productivos de todos los países buscan la inserción en las cadenas mundiales de valor en las fases de la producción en las que son más competitivos. En ese contexto, los países que se empeñan en mantener altos aranceles con sus sesgos antiexportadores estarán condenados al atraso; sus aparatos productivos se mantendrán en los obsoletos esquemas de producir "todo en el mismo país".
En el caso de Colombia la apertura económica presuntamente nos convirtió en una economía abierta, lo que, según ciertos críticos, causó la destrucción de una parte del aparato productivo. Ese tipo de análisis desconoce lo que ocurrió más allá de las fronteras del país.
El país entró en la onda de la apertura después de la mayoría de países de la región y redujo los aranceles en menor proporción que otras economías del mundo. Por eso, Colombia registra actualmente el cuarto arancel nominal promedio más alto de América Latina, lo que se constituye en un factor de desventaja competitiva que encarece las materias primas y los bienes de capital a las empresas.
Los diferentes escalafones de competitividad mundial evidencian ese problema. Según el World Economic Forum, en la comparación del arancel promedio ponderado Colombia clasifica en el puesto 101 entre 135 naciones, mientras Perú ocupa el 37.
Colombia ha dado pasos importantes en la dirección correcta mediante las políticas de internacionalización, competitividad y transformación productiva. Pero aún hay grandes barreras por superar, lo que justifica la revisión de la estructura arancelaria que el gobierno se ha propuesto adelantar.
El mundo da vueltas. El proteccionismo que por décadas fue vendido como la panacea, hoy es, sin duda, un lastre para la competitividad de las naciones, por lo que es preciso mantener el objetivo de desmontarlo.
Protección efectiva negativa
Publicado en el diario La República el 14 de octubre de 2010
Es amplio el debate generado por el propósito del gobierno de modificar la estructura arancelaria del país. Se trata de un tema sensible que rápidamente se polariza entre los sectores productivos partidarios de menores aranceles y los que piden mantener los niveles actuales, e incluso elevarlos.
Como suele suceder, hay críticas extremas que pretenden mostrar improvisación y falta de justificación en la anunciada reforma. Se dice, por ejemplo, que no tiene sentido esperar un potencial impacto devaluacionista; opinan que la esperanza de un incremento de la demanda de divisas no puede fundamentarse en el abaratamiento relativo de los insumos y los bienes de capital, porque que la revaluación ya ocasionó una caída de los precios de importación.
Esa crítica parece muy lógica, pero no se ciñe a la argumentación real del gobierno, que debe ser vista en conjunto y no de forma aislada. El fundamento básico de la reforma es la reducción o eliminación de las protecciones efectivas negativas que impiden el desarrollo de sectores de mayor valor agregado en la economía.
Ese problema surge porque los aranceles de los insumos son más onerosos que los de los bienes terminados. Así, si alguien se pregunta por qué en Colombia no existe una industria de ensamble de computadores, que a su vez estimule el desarrollo de sectores que produzcan insumos para ella, la respuesta radica en que los componentes tienen aranceles altos, mientras que los del producto terminado son bajos o nulos. De esta forma, siempre saldrá más barato importar los computadores terminados que sus partes para manufacturarlos en el país.
Esto es lo que se denomina protección efectiva negativa. En términos generales, ella inhibe el desarrollo de los sectores que se ven afectados por la protección que han obtenido algunos sectores ¿Cuántos empleos se dejan de generar por ese motivo?
La situación comentada explica que, a pesar de la revaluación de la moneda, la demanda de importaciones de materias primas y bienes de capital no haya reaccionado en forma más dinámica. No se puede perder de vista que así como se reduce el precio de los insumos, también se reduce el de los bienes terminados, y la distorsión se mantiene.
Es en este contexto que la reducción o eliminación de la protección puede impulsar la demanda de divisas y contribuir a contener las presiones revaluacionistas. Pero el principal impacto esperado es el crecimiento de sectores hoy bloqueados.
Desde luego, el gobierno debe manejar el tema con equilibrio, de forma que no implique la desprotección indiscriminada de la producción nacional que enfrenta una competencia desleal, y evite los costos fiscales excesivos que pueden deteriorar radicalmente las finanzas públicas.
Es amplio el debate generado por el propósito del gobierno de modificar la estructura arancelaria del país. Se trata de un tema sensible que rápidamente se polariza entre los sectores productivos partidarios de menores aranceles y los que piden mantener los niveles actuales, e incluso elevarlos.
Como suele suceder, hay críticas extremas que pretenden mostrar improvisación y falta de justificación en la anunciada reforma. Se dice, por ejemplo, que no tiene sentido esperar un potencial impacto devaluacionista; opinan que la esperanza de un incremento de la demanda de divisas no puede fundamentarse en el abaratamiento relativo de los insumos y los bienes de capital, porque que la revaluación ya ocasionó una caída de los precios de importación.
Esa crítica parece muy lógica, pero no se ciñe a la argumentación real del gobierno, que debe ser vista en conjunto y no de forma aislada. El fundamento básico de la reforma es la reducción o eliminación de las protecciones efectivas negativas que impiden el desarrollo de sectores de mayor valor agregado en la economía.
Ese problema surge porque los aranceles de los insumos son más onerosos que los de los bienes terminados. Así, si alguien se pregunta por qué en Colombia no existe una industria de ensamble de computadores, que a su vez estimule el desarrollo de sectores que produzcan insumos para ella, la respuesta radica en que los componentes tienen aranceles altos, mientras que los del producto terminado son bajos o nulos. De esta forma, siempre saldrá más barato importar los computadores terminados que sus partes para manufacturarlos en el país.
Esto es lo que se denomina protección efectiva negativa. En términos generales, ella inhibe el desarrollo de los sectores que se ven afectados por la protección que han obtenido algunos sectores ¿Cuántos empleos se dejan de generar por ese motivo?
La situación comentada explica que, a pesar de la revaluación de la moneda, la demanda de importaciones de materias primas y bienes de capital no haya reaccionado en forma más dinámica. No se puede perder de vista que así como se reduce el precio de los insumos, también se reduce el de los bienes terminados, y la distorsión se mantiene.
Es en este contexto que la reducción o eliminación de la protección puede impulsar la demanda de divisas y contribuir a contener las presiones revaluacionistas. Pero el principal impacto esperado es el crecimiento de sectores hoy bloqueados.
Desde luego, el gobierno debe manejar el tema con equilibrio, de forma que no implique la desprotección indiscriminada de la producción nacional que enfrenta una competencia desleal, y evite los costos fiscales excesivos que pueden deteriorar radicalmente las finanzas públicas.
Informalidad y productividad
Artículo publicado en el diario La República el 30 de septiembre de 2010
La productividad laboral relativa de Colombia repuntó entre 2003 y 2008. Este indicador, que muestra el valor agregado por trabajador de un país con relación al obtenido por uno de Estados Unidos, cayó de 32 a 24 por ciento entre 1989 y 2003; a partir de ese año se recuperó y llegó a 28 por ciento en 2007, tuvo una ligera corrección a la baja en 2008 y cabe esperar una reducción adicional en 2009, por cuenta de la crisis mundial.
Se deduce, que aún con el repunte reciente, la productividad del país, lejos de converger con la de Estados Unidos, se distanció. Comportamiento similar se registró en las principales naciones de América Latina; sin embargo, Colombia es de los países que menos redujo este indicador.
El contraste son las economías asiáticas en vías de desarrollo. Tanto en los “tigres” antiguos como en los nuevos su productividad laboral relativa ha crecido más que la de Estados Unidos, con lo cual están cerrando la brecha.
Colombia todavía registra una productividad laboral mayor que la de países como China, India, Indonesia, Tailandia y Vietnam. Pero, con los resultados comentados, las distancias se están cerrando aceleradamente.
Con relación a la productividad total de factores, según Fidel Jaramillo, del BID, “mientras que los países de Asia Oriental más que duplicaron su productividad en los últimos 50 años, América Latina la ha reducido y Colombia apenas la ha aumentado”.
Aun cuando son múltiples los factores que explican este rezago y sobre el tema hay una abundante literatura, es aceptado que la informalidad tiene una estrecha relación con la productividad.
El actual ministro de la Protección Social afirmó en un estudio que no es fácil establecer si la relación causal es la alta informalidad explicada por la baja productividad, o ésta como una resultante de la primera (“Informalidad empresarial en Colombia”). No obstante, según Santa María “es evidente que la puerta de entrada al sendero de una mayor productividad es una reducción en la incidencia de la informalidad”.
Los trabajos de la consultora McKinsey & Company apuntan en esa dirección. Estiman que la productividad laboral en Colombia es el 20 por ciento de la de Estados Unidos; pero la del sector formal es del 41 por ciento, mientras la del informal, que absorbe el 58 por ciento de la fuerza laboral, es apenas del seis por ciento.
Dado que el trabajo formal es siete veces más productivo que el informal, es evidente el impacto positivo que tendría el país en competitividad, empleo y crecimiento si logra reducir la informalidad. Se trata de un monstruo de mil cabezas, pero hay que combatirlo para alcanzar e incluso superar las metas del gobierno de 2.4 millones de empleos nuevos y 500 mil informales menos.
La productividad laboral relativa de Colombia repuntó entre 2003 y 2008. Este indicador, que muestra el valor agregado por trabajador de un país con relación al obtenido por uno de Estados Unidos, cayó de 32 a 24 por ciento entre 1989 y 2003; a partir de ese año se recuperó y llegó a 28 por ciento en 2007, tuvo una ligera corrección a la baja en 2008 y cabe esperar una reducción adicional en 2009, por cuenta de la crisis mundial.
Se deduce, que aún con el repunte reciente, la productividad del país, lejos de converger con la de Estados Unidos, se distanció. Comportamiento similar se registró en las principales naciones de América Latina; sin embargo, Colombia es de los países que menos redujo este indicador.
El contraste son las economías asiáticas en vías de desarrollo. Tanto en los “tigres” antiguos como en los nuevos su productividad laboral relativa ha crecido más que la de Estados Unidos, con lo cual están cerrando la brecha.
Colombia todavía registra una productividad laboral mayor que la de países como China, India, Indonesia, Tailandia y Vietnam. Pero, con los resultados comentados, las distancias se están cerrando aceleradamente.
Con relación a la productividad total de factores, según Fidel Jaramillo, del BID, “mientras que los países de Asia Oriental más que duplicaron su productividad en los últimos 50 años, América Latina la ha reducido y Colombia apenas la ha aumentado”.
Aun cuando son múltiples los factores que explican este rezago y sobre el tema hay una abundante literatura, es aceptado que la informalidad tiene una estrecha relación con la productividad.
El actual ministro de la Protección Social afirmó en un estudio que no es fácil establecer si la relación causal es la alta informalidad explicada por la baja productividad, o ésta como una resultante de la primera (“Informalidad empresarial en Colombia”). No obstante, según Santa María “es evidente que la puerta de entrada al sendero de una mayor productividad es una reducción en la incidencia de la informalidad”.
Los trabajos de la consultora McKinsey & Company apuntan en esa dirección. Estiman que la productividad laboral en Colombia es el 20 por ciento de la de Estados Unidos; pero la del sector formal es del 41 por ciento, mientras la del informal, que absorbe el 58 por ciento de la fuerza laboral, es apenas del seis por ciento.
Dado que el trabajo formal es siete veces más productivo que el informal, es evidente el impacto positivo que tendría el país en competitividad, empleo y crecimiento si logra reducir la informalidad. Se trata de un monstruo de mil cabezas, pero hay que combatirlo para alcanzar e incluso superar las metas del gobierno de 2.4 millones de empleos nuevos y 500 mil informales menos.
A tergiversar, a tergiversar
Publicado en Ámbito Jurídico No. 306 del 20 de septiembre al 3 de octubre de 2010
El Diccionario de la Real Academia Española define “crítica” en los siguientes términos: “juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte”. En ese sentido, es un mal necesario, especialmente cuando de ciencias sociales se trata; frente a un problema o a una propuesta suelen existir diversas interpretaciones y de ahí nace la posibilidad de opiniones alternativas.
Pero en nuestro medio, no siempre las críticas se fundamentan “en los principios de la ciencia”, sino en el deseo de ridiculizar al otro. En ese propósito, con frecuencia se pierde el rigor y se da paso a los juicios de valor que tanto gustan a la galería.
Un artículo reciente se enfoca en criticar lo que el autor denomina “el paraíso de la confianza inversionista: sin controles de ninguna especie a los capitales”.
Para sustentar tal hipótesis, se enuncia que entre 1991 y 2009 los ingresos netos en la cuenta de capital y financiera de la balanza de pagos sumaron 66.180 millones de dólares; a renglón seguido se compara esa cifra con las salidas de recursos por la cuenta corriente, en los siguientes términos: “la renta neta factorial (en esencia ingresos y egresos netos de utilidades) que como en el caso de la cuenta de capitales corresponden en más del 95% a flujos de dinero de las empresas multinacionales, fue para el mismo periodo de 70.602 millones de dólares”.
Las conclusiones que el autor no hace explícitas, pero hábilmente sugiere, son fuertes. Deja en el aire la idea de que la inversión extranjera se llevó por sólo utilidades mucho más de lo que invirtió y, además, mantiene en activos físicos el capital ingresado a la economía.
Entre los errores del análisis mencionado, sobresale el desconocimiento del contenido de las cuentas de capital y de renta de los factores de la balanza de pagos. No se tiene en cuenta que la primera resume todos los movimientos de capital de los residentes en Colombia con el resto del mundo y no exclusivamente los correspondientes a la inversión extranjera; y que la segunda incluye los flujos de intereses, además de los de utilidades y dividendos.
Para el análisis que sigue, se utilizan las cifras acumuladas del periodo 1994-2009, dado que los años anteriores no son comparables por el cambio de metodología de la balanza de pagos.
La base de la crítica es endeble, por la lectura errada del saldo de la renta de los factores. El acumulado neto de esta cuenta asciende a 65.223 millones de dólares; pero el autor no comenta que el 43% de ese monto (28.169 millones de dólares) corresponde a intereses netos por inversiones (como las reservas internacionales) y deudas, tanto del sector público como del sector privado. Es claro que este rubro no tiene nada que ver con la inversión extranjera.
El otro rubro de la renta de los factores es el de utilidades y dividendos, que registró un acumulado neto de 37.172 millones de dólares. Sin embargo hay un detalle que el crítico pasa desapercibido: ese saldo incluye la reinversión de utilidades; la metodología de la balanza de pagos establece que esos recursos se contabilizan como una salida en la cuenta corriente, pero a la vez como un aumento de la inversión extranjera directa en la cuenta de capital. De esta forma, el neto real que salió del país por este rubro es el 42% de la renta de factores.
Con relación a la cuenta de capitales, los 64.098 millones de dólares (entre 1994 y 2009) son el neto de la inversión extranjera y del endeudamiento tanto público como privado. Y la primera, ascendió a 88.461 millones de dólares, de los cuales el 80.4 por ciento fue directa y el resto de cartera.
Lo anterior demuestra que la salida de capitales por dividendos e intereses es 58 por ciento menor a la mencionada por el autor, mientras que la correspondiente a inversión extranjera es superior en 38 por ciento. De esta forma, los dividendos (27.475 millones de dólares) son muy inferiores a la inversión (88.461 millones de dólares).
Para rematar, no se tiene en cuenta que los dividendos y utilidades remitidos están relacionados con un stock de capital. Si el autor de la crítica fuera dueño de un inmueble que arrienda ¿Qué haría cuando el flujo de los ingresos igualara el valor de la inversión? ¿Ya el activo no tendría ningún valor? ¿Por qué un inversionista extranjero no podría obtener en el largo plazo un flujo de ingresos superior al valor que invirtió? ¿Sobre qué bases funcionaría entonces la acumulación de capital?
En síntesis, en cualquier análisis de la inversión extranjera, así se hayan girado todas las utilidades –cosa poco probable por las necesidades de reposición de activos, de ampliación de plantas y mejoras de tecnología–, los críticos deberían tener en cuenta que el país receptor gana en empleos directos e indirectos; en demanda de insumos, productos y servicios a otras empresas; en la potencial transferencia de conocimientos y en el posible aumento de las exportaciones. Además, en un ejercicio estadístico, por simple que sea, no se puede perder el rigor ni olvidar las metodologías de los indicadores.
El Diccionario de la Real Academia Española define “crítica” en los siguientes términos: “juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte”. En ese sentido, es un mal necesario, especialmente cuando de ciencias sociales se trata; frente a un problema o a una propuesta suelen existir diversas interpretaciones y de ahí nace la posibilidad de opiniones alternativas.
Pero en nuestro medio, no siempre las críticas se fundamentan “en los principios de la ciencia”, sino en el deseo de ridiculizar al otro. En ese propósito, con frecuencia se pierde el rigor y se da paso a los juicios de valor que tanto gustan a la galería.
Un artículo reciente se enfoca en criticar lo que el autor denomina “el paraíso de la confianza inversionista: sin controles de ninguna especie a los capitales”.
Para sustentar tal hipótesis, se enuncia que entre 1991 y 2009 los ingresos netos en la cuenta de capital y financiera de la balanza de pagos sumaron 66.180 millones de dólares; a renglón seguido se compara esa cifra con las salidas de recursos por la cuenta corriente, en los siguientes términos: “la renta neta factorial (en esencia ingresos y egresos netos de utilidades) que como en el caso de la cuenta de capitales corresponden en más del 95% a flujos de dinero de las empresas multinacionales, fue para el mismo periodo de 70.602 millones de dólares”.
Las conclusiones que el autor no hace explícitas, pero hábilmente sugiere, son fuertes. Deja en el aire la idea de que la inversión extranjera se llevó por sólo utilidades mucho más de lo que invirtió y, además, mantiene en activos físicos el capital ingresado a la economía.
Entre los errores del análisis mencionado, sobresale el desconocimiento del contenido de las cuentas de capital y de renta de los factores de la balanza de pagos. No se tiene en cuenta que la primera resume todos los movimientos de capital de los residentes en Colombia con el resto del mundo y no exclusivamente los correspondientes a la inversión extranjera; y que la segunda incluye los flujos de intereses, además de los de utilidades y dividendos.
Para el análisis que sigue, se utilizan las cifras acumuladas del periodo 1994-2009, dado que los años anteriores no son comparables por el cambio de metodología de la balanza de pagos.
La base de la crítica es endeble, por la lectura errada del saldo de la renta de los factores. El acumulado neto de esta cuenta asciende a 65.223 millones de dólares; pero el autor no comenta que el 43% de ese monto (28.169 millones de dólares) corresponde a intereses netos por inversiones (como las reservas internacionales) y deudas, tanto del sector público como del sector privado. Es claro que este rubro no tiene nada que ver con la inversión extranjera.
El otro rubro de la renta de los factores es el de utilidades y dividendos, que registró un acumulado neto de 37.172 millones de dólares. Sin embargo hay un detalle que el crítico pasa desapercibido: ese saldo incluye la reinversión de utilidades; la metodología de la balanza de pagos establece que esos recursos se contabilizan como una salida en la cuenta corriente, pero a la vez como un aumento de la inversión extranjera directa en la cuenta de capital. De esta forma, el neto real que salió del país por este rubro es el 42% de la renta de factores.
Con relación a la cuenta de capitales, los 64.098 millones de dólares (entre 1994 y 2009) son el neto de la inversión extranjera y del endeudamiento tanto público como privado. Y la primera, ascendió a 88.461 millones de dólares, de los cuales el 80.4 por ciento fue directa y el resto de cartera.
Lo anterior demuestra que la salida de capitales por dividendos e intereses es 58 por ciento menor a la mencionada por el autor, mientras que la correspondiente a inversión extranjera es superior en 38 por ciento. De esta forma, los dividendos (27.475 millones de dólares) son muy inferiores a la inversión (88.461 millones de dólares).
Para rematar, no se tiene en cuenta que los dividendos y utilidades remitidos están relacionados con un stock de capital. Si el autor de la crítica fuera dueño de un inmueble que arrienda ¿Qué haría cuando el flujo de los ingresos igualara el valor de la inversión? ¿Ya el activo no tendría ningún valor? ¿Por qué un inversionista extranjero no podría obtener en el largo plazo un flujo de ingresos superior al valor que invirtió? ¿Sobre qué bases funcionaría entonces la acumulación de capital?
En síntesis, en cualquier análisis de la inversión extranjera, así se hayan girado todas las utilidades –cosa poco probable por las necesidades de reposición de activos, de ampliación de plantas y mejoras de tecnología–, los críticos deberían tener en cuenta que el país receptor gana en empleos directos e indirectos; en demanda de insumos, productos y servicios a otras empresas; en la potencial transferencia de conocimientos y en el posible aumento de las exportaciones. Además, en un ejercicio estadístico, por simple que sea, no se puede perder el rigor ni olvidar las metodologías de los indicadores.
Offshoring gráfico
Publicado en el diario La República el jueves 16 de septiembre de 2010.
La semana anterior, en el marco de Colombia Gráfica, evento organizado por Andigraf, se analizaron las diversas tendencias del sector de la comunicación gráfica.
Uno de los fenómenos que está afectando esta industria en el mundo es el offshoring, que desplaza la elaboración de algunos productos hacia países con menores costos laborales. ¿Puede la industria colombiana aprovechar la situación y sacar ventaja o, por el contrario, sucumbirá ante la creciente competencia por calidad y precio?
Según el investigador Frank Romano (“The Dichotomies of the Global Printing Industry”), puesto que “el papel y la mano de obra son la mayor parte de los costos de impresión, cualquier impresor en un país con ventaja en esas dos áreas, tendrá una sólida posición tanto a nivel local, como global”.
Con relación al insumo básico, el papel, Colombia produce parte de lo que demanda la industria y exporta al resto del mundo un monto que en 2009 bordeó los 550 millones de dólares.
Pero el país importa otros tipos de papel. En este caso, los TLC contribuirán en un tiempo muy corto a la reducción de los costos de producción. En los tratados con Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea se logró la desgravación inmediata o a cinco años de la mayoría de partidas de papeles y cartones importados, que actualmente tienen aranceles entre el cinco y el veinte por ciento. Adicionalmente las importaciones desde Chile ya no tienen este gravamen.
Con relación al costo laboral, el colombiano es más elevado que el de China, el gran competidor en offshoring, pero las distancias se están acortando. La escasez de mano de obra calificada en ese país, los crecientes cargos de la seguridad social y la revaluación de la moneda contribuyen a esa tendencia. Según J.P. Morgan, los salarios han crecido desde el año 2000 a tasas anuales superiores al doce por ciento, con una inflación promedio inferior al tres por ciento. Mientras que el Bureau of Labor Statistics calculó que el salario por hora en la industria china era de 0.66 dólares en 2002, The Economist lo estimó en 1.89 dólares en 2010. En Colombia, no hay un cálculo reciente, pero puede estar empezando a superar los tres dólares por hora.
A la reducción de la brecha en los costos salariales, hay que adicionarle la ventaja del país en competitividad laboral y el menor número de días que toma un barco en llegar a Estados Unidos.
Con estos elementos, Colombia cuenta con el potencial para atraer una porción importante de los cerca de 500 mil empleos de la industria gráfica que podrían salir desde Estados Unidos por efecto del offshoring. Es una interesante perspectiva que anima a mantener el entusiasmo de esta industria en su objetivo de convertirse en un sector de clase mundial.
La semana anterior, en el marco de Colombia Gráfica, evento organizado por Andigraf, se analizaron las diversas tendencias del sector de la comunicación gráfica.
Uno de los fenómenos que está afectando esta industria en el mundo es el offshoring, que desplaza la elaboración de algunos productos hacia países con menores costos laborales. ¿Puede la industria colombiana aprovechar la situación y sacar ventaja o, por el contrario, sucumbirá ante la creciente competencia por calidad y precio?
Según el investigador Frank Romano (“The Dichotomies of the Global Printing Industry”), puesto que “el papel y la mano de obra son la mayor parte de los costos de impresión, cualquier impresor en un país con ventaja en esas dos áreas, tendrá una sólida posición tanto a nivel local, como global”.
Con relación al insumo básico, el papel, Colombia produce parte de lo que demanda la industria y exporta al resto del mundo un monto que en 2009 bordeó los 550 millones de dólares.
Pero el país importa otros tipos de papel. En este caso, los TLC contribuirán en un tiempo muy corto a la reducción de los costos de producción. En los tratados con Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea se logró la desgravación inmediata o a cinco años de la mayoría de partidas de papeles y cartones importados, que actualmente tienen aranceles entre el cinco y el veinte por ciento. Adicionalmente las importaciones desde Chile ya no tienen este gravamen.
Con relación al costo laboral, el colombiano es más elevado que el de China, el gran competidor en offshoring, pero las distancias se están acortando. La escasez de mano de obra calificada en ese país, los crecientes cargos de la seguridad social y la revaluación de la moneda contribuyen a esa tendencia. Según J.P. Morgan, los salarios han crecido desde el año 2000 a tasas anuales superiores al doce por ciento, con una inflación promedio inferior al tres por ciento. Mientras que el Bureau of Labor Statistics calculó que el salario por hora en la industria china era de 0.66 dólares en 2002, The Economist lo estimó en 1.89 dólares en 2010. En Colombia, no hay un cálculo reciente, pero puede estar empezando a superar los tres dólares por hora.
A la reducción de la brecha en los costos salariales, hay que adicionarle la ventaja del país en competitividad laboral y el menor número de días que toma un barco en llegar a Estados Unidos.
Con estos elementos, Colombia cuenta con el potencial para atraer una porción importante de los cerca de 500 mil empleos de la industria gráfica que podrían salir desde Estados Unidos por efecto del offshoring. Es una interesante perspectiva que anima a mantener el entusiasmo de esta industria en su objetivo de convertirse en un sector de clase mundial.
Efecto Canadá
Publicado en el diario La República el 2 de septiembre de 2010
Canadá está de moda por cuenta del TLC negociado con Colombia. Su aprobación en el Parlamento de ese país; la declaración de exequibilidad de las secciones comercial, laboral y ambiental por parte de la Corte Constitucional; la visita del Ministro de Comercio, Peter Van Loan, la semana anterior; y la posibilidad de que el tratado entre en vigencia a comienzos de 2011, han aumentado las expectativas de los empresarios y de los analistas.
Además de los beneficios previstos, este tratado podría tener unos efectos complementarios para el país. Por ejemplo, inducir al Congreso de Estados Unidos a sacar del congelador los TLC pendientes de su aprobación. El generador de esa reacción puede ser lo que los economistas denominan la desviación de comercio.
La desviación de comercio se genera de la siguiente forma: Supongamos que el país A tradicionalmente ha importando un producto del país C, que ofrece el menor precio del mercado internacional porque es el más eficiente. Pero ahora, en virtud de un acuerdo comercial que firmó con B, prefiere importarlo de este país, que obtiene una ventaja sobre su competidor al no pagar aranceles.
En el caso que nos ocupa, Canadá y Estados Unidos tienen niveles de productividad similares, pero el primero obtendrá una ventaja con la desgravación negociada. Si bien es cierto que Colombia representa una porción minúscula de las exportaciones de los dos países, desde el punto de vista de las empresas, los montos en juego no son despreciables.
Un ejercicio sencillo –tomando únicamente la canasta de desgravación inmediata y excluyendo los productos para los que Colombia ya tiene arancel cero–, indica que la desviación de comercio en el corto plazo podría ser superior al 40 por ciento. Aplicado a las importaciones de 2009, serían 3.800 millones de dólares, monto más que suficiente para estimular a las empresas canadienses a sustituir a las estadounidenses.
¿Funciona la desviación de comercio? La evidencia muestra que sí. Las importaciones colombianas de trigo desde Argentina pasaron del dos por ciento del total en 2002 a 21 por ciento en 2009; las de cebada de cero a 58 por ciento en el mismo periodo; y las de maíz de 10 a 29 por ciento; además en este último caso las provenientes de Brasil aumentaron de cero a 26 por ciento. ¿Causa? Evidente: Can-Mercosur; ¿perdedores? Estados Unidos en trigo y maíz, y Australia en cebada.
En algunas esferas estadounidenses entienden el problema. Un estudio sobre el impacto en la agricultura de ese país destaca que mediante el acuerdo Colombia–Canadá “los exportadores canadienses obtendrán una ventaja competitiva significativa sobre Estados Unidos en productos como el trigo y la carne de cerdo”. ¿Cuándo reaccionará el Congreso?
Canadá está de moda por cuenta del TLC negociado con Colombia. Su aprobación en el Parlamento de ese país; la declaración de exequibilidad de las secciones comercial, laboral y ambiental por parte de la Corte Constitucional; la visita del Ministro de Comercio, Peter Van Loan, la semana anterior; y la posibilidad de que el tratado entre en vigencia a comienzos de 2011, han aumentado las expectativas de los empresarios y de los analistas.
Además de los beneficios previstos, este tratado podría tener unos efectos complementarios para el país. Por ejemplo, inducir al Congreso de Estados Unidos a sacar del congelador los TLC pendientes de su aprobación. El generador de esa reacción puede ser lo que los economistas denominan la desviación de comercio.
La desviación de comercio se genera de la siguiente forma: Supongamos que el país A tradicionalmente ha importando un producto del país C, que ofrece el menor precio del mercado internacional porque es el más eficiente. Pero ahora, en virtud de un acuerdo comercial que firmó con B, prefiere importarlo de este país, que obtiene una ventaja sobre su competidor al no pagar aranceles.
En el caso que nos ocupa, Canadá y Estados Unidos tienen niveles de productividad similares, pero el primero obtendrá una ventaja con la desgravación negociada. Si bien es cierto que Colombia representa una porción minúscula de las exportaciones de los dos países, desde el punto de vista de las empresas, los montos en juego no son despreciables.
Un ejercicio sencillo –tomando únicamente la canasta de desgravación inmediata y excluyendo los productos para los que Colombia ya tiene arancel cero–, indica que la desviación de comercio en el corto plazo podría ser superior al 40 por ciento. Aplicado a las importaciones de 2009, serían 3.800 millones de dólares, monto más que suficiente para estimular a las empresas canadienses a sustituir a las estadounidenses.
¿Funciona la desviación de comercio? La evidencia muestra que sí. Las importaciones colombianas de trigo desde Argentina pasaron del dos por ciento del total en 2002 a 21 por ciento en 2009; las de cebada de cero a 58 por ciento en el mismo periodo; y las de maíz de 10 a 29 por ciento; además en este último caso las provenientes de Brasil aumentaron de cero a 26 por ciento. ¿Causa? Evidente: Can-Mercosur; ¿perdedores? Estados Unidos en trigo y maíz, y Australia en cebada.
En algunas esferas estadounidenses entienden el problema. Un estudio sobre el impacto en la agricultura de ese país destaca que mediante el acuerdo Colombia–Canadá “los exportadores canadienses obtendrán una ventaja competitiva significativa sobre Estados Unidos en productos como el trigo y la carne de cerdo”. ¿Cuándo reaccionará el Congreso?
China y Latinoamérica
Artículo publicado el 19 de agosto de 2010 en el diario La Repúlica.
En el documento "La República Popular China y América Latina y el Caribe: hacia una relación estratégica", la CEPAL muestra la creciente importancia de esa nación tanto en el contexto mundial como en el latinoamericano.
China salió fortalecida de la crisis mundial y se consolidó como una potencia económica. Ahora es el primer exportador mundial de mercancías, superando a Alemania; por tamaño es la segunda economía del planeta; y, además, se convirtió en un importante exportador de capitales hacia América Latina.
China es para América Latina un socio comercial cada vez más importante. A ese destino iba el uno por ciento de las exportaciones latinoamericanas en 2000, mientras que en 2009 fue el 6,9 por ciento. Para países como Chile y Perú es el primer comprador, desplazando a Estados Unidos, y en los casos de Brasil y Argentina es el segundo. De igual forma, aumentó su peso relativo como proveedor de las importaciones de la región (alrededor del 12 por ciento).
América Latina es la región más dinámica del comercio de China. En el periodo 2005-2009, las exportaciones y las importaciones crecieron más que con cualquier otra región del mundo (26.1 y 22.8 por ciento anual, respectivamente).
Estos resultados suscitan varios comentarios. En primer lugar, es paradójico, que la consolidación de China como potencia económica coincida con una fuerte evidencia de la vulnerabilidad de su crecimiento por la alta dependencia del comercio internacional. Su reto es fortalecer en el mediano plazo el mercado interno como factor dinamizador de la demanda.
En segundo lugar, el alto crecimiento económico induce el aumento de la demanda mundial de alimentos y productos energéticos, lo que a su vez presiona al alza los precios internacionales. Ya, por ejemplo, en los años recientes China se volvió importador neto de lácteos.
En ese panorama América Latina, puede ver amenazados diferentes sectores de la manufactura, a la vez que se fortalece como exportador de bienes básicos, que son la mayoría de las exportaciones hacia China. Esto último encarna el riesgo de generación de enfermedad holandesa, lo que puede acarrear el retroceso hacia la producción de bajo valor agregado. En 2008 alrededor del 85 por ciento de las exportaciones a ese país fueron bienes primarios y manufacturas basadas en recursos naturales; en casos como el de Chile representaron el 99 por ciento, y en Venezuela, Colombia y Brasil el 98, 97 y 90 por ciento, respectivamente.
El reto para América Latina es aprovechar los altos precios de los productos básicos, sin bajar la guardia en materia de tecnología y producción de valor agregado. No hacerlo implicará para muchos países ser superados por China y rezagarse aún más en competitividad.
En el documento "La República Popular China y América Latina y el Caribe: hacia una relación estratégica", la CEPAL muestra la creciente importancia de esa nación tanto en el contexto mundial como en el latinoamericano.
China salió fortalecida de la crisis mundial y se consolidó como una potencia económica. Ahora es el primer exportador mundial de mercancías, superando a Alemania; por tamaño es la segunda economía del planeta; y, además, se convirtió en un importante exportador de capitales hacia América Latina.
China es para América Latina un socio comercial cada vez más importante. A ese destino iba el uno por ciento de las exportaciones latinoamericanas en 2000, mientras que en 2009 fue el 6,9 por ciento. Para países como Chile y Perú es el primer comprador, desplazando a Estados Unidos, y en los casos de Brasil y Argentina es el segundo. De igual forma, aumentó su peso relativo como proveedor de las importaciones de la región (alrededor del 12 por ciento).
América Latina es la región más dinámica del comercio de China. En el periodo 2005-2009, las exportaciones y las importaciones crecieron más que con cualquier otra región del mundo (26.1 y 22.8 por ciento anual, respectivamente).
Estos resultados suscitan varios comentarios. En primer lugar, es paradójico, que la consolidación de China como potencia económica coincida con una fuerte evidencia de la vulnerabilidad de su crecimiento por la alta dependencia del comercio internacional. Su reto es fortalecer en el mediano plazo el mercado interno como factor dinamizador de la demanda.
En segundo lugar, el alto crecimiento económico induce el aumento de la demanda mundial de alimentos y productos energéticos, lo que a su vez presiona al alza los precios internacionales. Ya, por ejemplo, en los años recientes China se volvió importador neto de lácteos.
En ese panorama América Latina, puede ver amenazados diferentes sectores de la manufactura, a la vez que se fortalece como exportador de bienes básicos, que son la mayoría de las exportaciones hacia China. Esto último encarna el riesgo de generación de enfermedad holandesa, lo que puede acarrear el retroceso hacia la producción de bajo valor agregado. En 2008 alrededor del 85 por ciento de las exportaciones a ese país fueron bienes primarios y manufacturas basadas en recursos naturales; en casos como el de Chile representaron el 99 por ciento, y en Venezuela, Colombia y Brasil el 98, 97 y 90 por ciento, respectivamente.
El reto para América Latina es aprovechar los altos precios de los productos básicos, sin bajar la guardia en materia de tecnología y producción de valor agregado. No hacerlo implicará para muchos países ser superados por China y rezagarse aún más en competitividad.
Alcanzando el futuro deseado
Publicado en el diario La República el 5 de agosto de 2010
Con este título fue presentado la semana anterior el libro del cual soy coautor con Luis Guillermo Plata, Ministro de Comercio, Industria y Turismo. “Transformación productiva e internacionalización de Colombia", es el subtítulo, y hace referencia al contenido central.
El objetivo es poner al alcance de la sociedad, en términos fáciles de entender, la fundamentación y el proceso de implementación de dos políticas estructurales adoptadas durante el gobierno del presidente Uribe y lideradas por los ministros Jorge Humberto Botero y Luis Guillermo Plata.
Se trata de dos políticas que tendrán profundas repercusiones en la vida económica colombiana y de ahí la importancia de su apropiación por parte de todos los ciudadanos. Los efectos plenos de ellas toman tiempo en transmitirse, pero ya es un hecho que el país ha empezado a cambiar y así lo perciben los analistas internacionales.
Aun cuando el artículo 227 de la Constitución de 1991 señala que el Estado debe promover la integración con las demás naciones, y especialmente con las de América Latina y el Caribe, hasta 2002 no se había avanzado mayor cosa; apenas se negoció el G3 con México y Venezuela. Por eso sólo habíamos logrado acceso preferencial permanente para el 25 por ciento de las exportaciones, mientras que un grupo importante de países de la región ya lo había logrado para cerca del 80 por ciento.
La decisión del presidente Uribe de cerrar esa brecha mediante la política de internacionalización de la economía hace posible que Colombia termine el 2010 con once TLC negociados con 47 países, a los cuales, en el mediano plazo, podremos vender bajo condiciones preferenciales permanentes alrededor del 80 por ciento de las exportaciones. De esta forma estaremos alcanzando lo que otros países de la región lograron desde 2002.
La creciente competencia inmanente a la globalización y el aprovechamiento de los TLC hacen necesaria la modernización de la estructura productiva y la diversificación de la oferta exportadora. Por eso se capitalizaron las experiencias de los gobiernos anteriores y se diseñó una sólida institucionalidad para la política de competitividad; parte de esa política es la transformación productiva, mediante la cual doce sectores se fijaron la meta de convertirse en sectores de clase mundial.
Los sectores de clase mundial se caracterizan por alcanzar niveles de productividad similares o superiores a los del país más productivo, orientar parte de su producción al mercado mundial y registrar altas tasas de crecimiento.
Como lo señala Michael Porter en el prólogo, este libro "es una herramienta obligatoria para entender la impresionante transformación que ha sufrido Colombia, pero también resalta el trabajo que queda por delante".
Con este título fue presentado la semana anterior el libro del cual soy coautor con Luis Guillermo Plata, Ministro de Comercio, Industria y Turismo. “Transformación productiva e internacionalización de Colombia", es el subtítulo, y hace referencia al contenido central.
El objetivo es poner al alcance de la sociedad, en términos fáciles de entender, la fundamentación y el proceso de implementación de dos políticas estructurales adoptadas durante el gobierno del presidente Uribe y lideradas por los ministros Jorge Humberto Botero y Luis Guillermo Plata.
Se trata de dos políticas que tendrán profundas repercusiones en la vida económica colombiana y de ahí la importancia de su apropiación por parte de todos los ciudadanos. Los efectos plenos de ellas toman tiempo en transmitirse, pero ya es un hecho que el país ha empezado a cambiar y así lo perciben los analistas internacionales.
Aun cuando el artículo 227 de la Constitución de 1991 señala que el Estado debe promover la integración con las demás naciones, y especialmente con las de América Latina y el Caribe, hasta 2002 no se había avanzado mayor cosa; apenas se negoció el G3 con México y Venezuela. Por eso sólo habíamos logrado acceso preferencial permanente para el 25 por ciento de las exportaciones, mientras que un grupo importante de países de la región ya lo había logrado para cerca del 80 por ciento.
La decisión del presidente Uribe de cerrar esa brecha mediante la política de internacionalización de la economía hace posible que Colombia termine el 2010 con once TLC negociados con 47 países, a los cuales, en el mediano plazo, podremos vender bajo condiciones preferenciales permanentes alrededor del 80 por ciento de las exportaciones. De esta forma estaremos alcanzando lo que otros países de la región lograron desde 2002.
La creciente competencia inmanente a la globalización y el aprovechamiento de los TLC hacen necesaria la modernización de la estructura productiva y la diversificación de la oferta exportadora. Por eso se capitalizaron las experiencias de los gobiernos anteriores y se diseñó una sólida institucionalidad para la política de competitividad; parte de esa política es la transformación productiva, mediante la cual doce sectores se fijaron la meta de convertirse en sectores de clase mundial.
Los sectores de clase mundial se caracterizan por alcanzar niveles de productividad similares o superiores a los del país más productivo, orientar parte de su producción al mercado mundial y registrar altas tasas de crecimiento.
Como lo señala Michael Porter en el prólogo, este libro "es una herramienta obligatoria para entender la impresionante transformación que ha sufrido Colombia, pero también resalta el trabajo que queda por delante".
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