Salud industrial

viernes, 22 de julio de 2011
Publicado en el diario La República el 22 de julio de 2011


El mes anterior “descubrieron” nubes negras que presagiaban el deterioro de la salud del sector industrial. Se enunció que el inusitado crecimiento del comercio minorista entre abril de 2011 y abril de 2010 (23.2%) comparado con la débil variación de la producción industrial (2.0% en el mismo periodo), evidenciaba una situación poco deseable de creciente abastecimiento con importaciones y podría ser un síntoma más de desindustrialización.

En el análisis económico no es aconsejable sacar conclusiones con un solo punto de referencia. Lo deseable hubiera sido preguntarse por qué el cambio, si en marzo los crecimientos de comercio e industria fueron 14.6% y 5.4% anual; usar toda la información de las investigaciones del Dane sobre manufacturas y comercio; y contrastar con las encuestas de opinión de Fedesarrollo y de la Andi.

Así, por ejemplo, la encuesta de la Andi mostró en abril una ligera desaceleración industrial, pero un repunte en mayo, de forma que el crecimiento acumulado en el periodo enero-mayo es del 6.3% anual (hasta abril era del 5.4%). En opinión del gremio “se presentan mayores niveles de producción y ventas, mayor utilización de la capacidad instalada, bajos inventarios, pedidos en aumento y un clima favorable para los negocios”.

Según la encuesta de Fedesarrollo de mayo, los empresarios perciben que la situación económica sigue mejorando, las expectativas de producción para los próximos tres meses mantienen una tendencia al alza y, a pesar de la revaluación, los empresarios exportadores también tienen perspectivas positivas.

Las propias encuestas del Dane para mayo corroboran esas percepciones de los empresarios. La industria creció 4.3% anual (más del doble de la del mes anterior) mientras que el comercio creció 11.5% (la mitad de la del mes de abril).

Pero quienes vieron las nubes negras difícilmente van a aceptar su imprecisión y se “mantendrán en sus trece”, afirmando que el problema persiste porque el comercio crece al doble de la industria.

A los pocos días de publicadas esas opiniones, se divulgaron los resultados del PIB del primer trimestre de 2011. El valor agregado industrial creció el 5.1% con relación al primer trimestre de 2010, mientras que el comercio lo hizo en 8.5%. Pero ocurre que la dinámica de éste último ha sido mayor que la industrial en 24 de los últimos 25 trimestres: ¿síntoma de un desastre industrial?

No es tan claro. El crecimiento de la industria respecto al trimestre anterior (3.5%) superó el del comercio (1.5%), hecho que no se observaba desde el primer trimestre de 2010. Por lo tanto, los nubarrones fueron “descubiertos” justamente cuando el valor agregado industrial registra un mejor dinamismo que el del comercio.

¿Entonces las mayores importaciones explican las diferencias? Difícilmente. Las importaciones de bienes de consumo están creciendo al 34% anual en el promedio enero–mayo, pero las de insumos y bienes de capital crecen más; por eso, mientras los primeros están perdiendo participación en el total (3 puntos porcentuales en lo corrido del año con relación a 2010), los otros la ganan.

Los datos de industria y comercio de mayo corroboran que gran parte de la diferencia entre las dos series se explica por el notable crecimiento de las ventas de autos: 11.5% anual al incluirlos y 4.6% al excluirlos.

Entonces lo que hay que explorar es qué ocurrió en abril con las ventas minoristas de productos diferentes a los automóviles. Las series de producción industrial y ventas minoristas sin automóviles, en general, se comportan de forma muy similar (4.3% versus 4.6% en mayo); pero en abril hay un salto difícil de explicar.

Mientras aparece un culpable, lo mejor es no seguir fabricando hipótesis con un solo árbol; también hay que mirar el bosque.

Industria y PIB

lunes, 18 de julio de 2011
Publicado en el diario La República el 7 de julio de 2011


El debate sobre la desindustrialización colombiana aparece y desaparece con alguna frecuencia; y de forma persistente se señala la pérdida de 10 puntos porcentuales en la participación de la industria en el PIB como demostración de la existencia de ese fenómeno.

El debate también está presente en las economías desarrolladas; pero le dan más importancia a la menor participación de la industria en el empleo que en el valor agregado en el PIB.

Por lo tanto, la desindustrialización es un hecho que se registra en cualquier economía y puede ser ocasionado por efectos de la política económica, o por la tendencia natural del desarrollo económico, postulada por economistas como Simon Kuznets, W.W. Rostow y Hollis Chenery. Según Kusnetz “desde hace tiempo se sabe que el crecimiento económico moderno implica cambios en la composición sectorial de la economía”.

De los 9.6 puntos porcentuales que perdió la industria en su participación en el PIB entre 1974 y 2010, el 55% obedece a cambios en la metodología o el periodo base de las cuentas nacionales. Así lo señala el Dane en un documento sobre el cambio de base del 2000 al 2005: “Comparando los resultados arrojados por las dos bases, se observan algunas modificaciones de la estructura productiva sectorial del año 2005, explicadas por los cambios en la importancia relativa en el valor de la producción (determinada por los volúmenes producidos y los correspondientes precios al productor) y por el comportamiento de las relaciones técnicas de producción de las actividades económicas, en particular del coeficiente técnico del consumo intermedio (C.I./Producción)”.

Esto indica dos fuentes de modificación. Cambios en la tecnología de producción, que se reflejan en mayor productividad. Y cambios en los precios relativos, por mejoras en eficiencia y productividad; si el precio de un bien es menor en términos de otros bienes, el mismo volumen de producción “valdrá” menos al expresarse en el nuevo precio.

De igual forma, los elevados precios de la industria durante la implementación del modelo proteccionista, muy superiores a los que se registran en una economía abierta, sobrestiman el valor agregado de este sector.

Por último, la calidad y la disponibilidad de la información afectan la composición sectorial del PIB. Hoy existe mayor oferta de estadísticas y con mejores metodologías que unas décadas atrás; como consecuencia, las mediciones recientes pueden indicar que el valor agregado de un sector es inferior o superior al estimado antes.

Con relación a la política económica, hay estudios que muestran cómo el modelo de sustitución de importaciones, que propendía por la industrialización, paradójicamente la truncó y evitó que siguiera una senda “normal”. Little, Scitovsky y Scott (“Industria y Comercio en algunos países en desarrollo”) señalan varios factores que frenaron el desarrollo industrial: subutilización de la capacidad instalada, por el uso de equipos sobredimensionados al tamaño del mercado; problemas de oferta de insumos importados, por las demoras en los trámites de licencias; escasa dinámica de la demanda por los altos precios resultantes de los elevados aranceles; y falta de financiación a las empresas por la atrofia del sector financiero (efecto “represión financiera”).

En consecuencia, el sector industrial de Colombia no alcanzó la participación esperada en el PIB (como en otras economías de la región), la estrechez del mercado forzó a su prematura declinación y, probablemente, su peso real se sobreestimó por los altos precios.

Esos son interesantes temas de investigación que pueden contribuir a explicar el 45% de la pérdida de participación de la industria en Colombia. Queda el balón en el campo de la academia y de los críticos de la política industrial.

América Latina

jueves, 23 de junio de 2011
Publicado en el diario La República, el jueves 23 de junio de 2011


La semana anterior, en el marco del Congreso de la Association of American Chambers of Commerce in Latin America (AACCLA), el empresario chileno Raúl Rivera dio una conferencia, basada en las ideas centrales de su libro recién publicado “Nuestra hora. Los latinoamericanos en el Siglo XX”.

El principal mensaje de Rivera es la importancia de valorizarnos como región, de vernos como un bloque de gran impacto económico y estratégico a nivel global, en lugar de perpetuar una visión fragmentada de países violentos, sumidos en la pobreza y causantes del problema mundial de narcotráfico; esa es una visión de perdedores que no concuerda con la realidad de América Latina y el Caribe.

La idea de combatir la visión pesimista, que frecuentemente invade la región, va en la misma dirección señalada por Óscar Arias, premio nobel de paz y expresidente de Costa Rica: “América Latina tiene todo para dejar de ser el objeto de la broma cruel que nos persigue desde hace ya varias centurias, aquella broma que nos dice que somos el continente del mañana… y siempre lo seremos”.

América Latina y el Caribe (ALC) tiene unas dimensiones de las que no somos plenamente conscientes: Su área geográfica sólo es superada por Asia y África; es dos veces más grande que Estados Unidos o China. Es la quinta economía más grande del mundo, después de Europa, Estados Unidos, Japón y China. Desde un punto de vista estratégico, es una de las principales regiones exportadoras netas de metales, de frutas, de alimentos almacenables (azúcar, miel, cacao, chocolate, té, condimentos, aceites vegetales y animales) y de las más ricas en agua para el consumo. Cuenta con una de las mayores reservas forestales lo que la convierte en un valioso pulmón para el mundo. No somos una región pobre; la población es de clase media, con un ingreso per cápita similar al promedio mundial.

“Más de 300 millones de latinoamericanos han alcanzado un nivel de vida propio de la clase media, con un ingreso de hasta veinte mil dólares anuales. Esta clase media emergente representa entre un 50% y un 60% de la población regional, comparado con un poco más del 40% de los latinoamericanos hace menos de una década y con un 64% en los Estados Unidos” (Rivera, página 135).

Esas características de ALC frente a un panorama mundial en el que predominan los problemas de oferta de energía (por el estancamiento y probable reducción de las reservas de combustibles fósiles), una creciente demanda de alimentos y la tendencia al agotamiento de las fuentes de agua para el consumo humano, generan innumerables oportunidades que, de ser aprovechadas, deberían apalancar y acelerar el desarrollo de la región.

Desde luego, también significan un enorme riesgo de enfermedad holandesa, que puede tirar por la borda los esfuerzos de diversificación de la estructura productiva, enfocada en sectores de más valor agregado.

Pero asimismo existen las alternativas para enfrentar ese problema en la propia región: las exportaciones de valor agregado. Mientras que en Europa el comercio intrarregional representa cerca del 70% de sus exportaciones, en la zona del Nafta el 60% y en Asia Oriental alrededor del 50%, en ALC escasamente llega al 20%. El indicador muestra que la región ha sido poco proclive a la integración real, pues no hay un aprovechamiento pleno de los acuerdos comerciales que se han negociado. Por lo tanto, hay un amplio margen para crecer el comercio, generar cadenas de valor y fortalecer la producción industrial y de servicios.

El gran reto está en pasar de la visión y del potencial a la realidad, para no perpetuar la broma a la que alude Arias. Ello implica romper esa faceta de los latinoamericanos que Albert Hirschman denominó la “fracasomanía” o el “complejo del fracaso”.

“Made in the World”

Publicado en el diario La República el 9 de junio de 2011


En la web de la Fundación Universitaria San Martín reseñan una conferencia sobre la política industrial en Colombia. Allí se afirma que “la desindustrialización del país es alarmante y el crecimiento de la importación de productos colombianos fabricados en el exterior es creciente. Prendas de vestir, morrales, camisas y otros productos de firmas nacionales llegan ahora de lejanos centros de producción”.

¿Esto es malo? ¿Alguien ha verificado si esas empresas exportan insumos que se suman a otros del exterior para ser procesados en un tercer país? ¿Este hecho es prueba de la carencia de una política industrial? ¿O constituye una evidencia de un presunto proceso de desindustrialización del país?

Quizás lo que hay en el fondo es el desconocimiento de un fenómeno que no es tan nuevo en el mundo, aun cuando pueda serlo en Colombia: la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Es tan marcada esta tendencia, que en el seno de la OMC y en los medios académicos del mundo se está debatiendo su impacto en la medición de los flujos de comercio; ya no se puede medir la balanza comercial por el país de origen de un bien final, sino por el valor agregado en cada país que participa en el proceso.

En el “Informe sobre el comercio mundial 2008”, la OMC señaló: “los revolucionarios adelantos en la tecnología del transporte y (especialmente) de las comunicaciones han permitido una desintegración histórica del proceso de producción al resultar cada vez más viable y rentable para las empresas llevar a cabo distintas fases de producción en lugares dispares”.

Y en el “Informe Anual 1998”, el mismo organismo afirmó que “un número cada vez menor de productos puede producirse hoy de manera competitiva sólo sobre la base de insumos nacionales”.

En este contexto, lo que el país podría estar presenciando es la inserción de empresarios colombianos de avanzada en esta tendencia de la globalización. Las cadenas globales de valor son la expresión de la forma en que se está organizando la producción, y las empresas que no se incorporen en ellas serán crecientemente marginadas. El problema es que Colombia y la región están rezagadas, como lo evidencian los indicadores de comercio intraindustrial.

En la medida en que los productos finales no se producen integralmente en un solo territorio, sino que necesitan del concurso de empresas de varios países, aumenta el comercio mundial de insumos y bienes en proceso.

El índice de Grubel y Lloyd es utilizado para medir la intensidad del comercio intraindustrial. Cuando su valor está por encima de 0.33 indica que es alto el comercio de este tipo entre dos países y cuando está entre 0.10 y 0.33 muestra que hay un potencial no desarrollado. Las economías desarrolladas y las asiáticas de rápido crecimiento, incluyendo China, registran índices altos con sus principales socios.

En cambio, en el caso de los países de América Latina, son muy pocos los casos en los que hay un alto comercio intraindustrial. Colombia sólo lo tiene con Ecuador, y está en nivel de potencial con Brasil, Chile, Costa Rica, México, Perú, Uruguay y Estados Unidos. Con los demás países de la región el índice es inferior a 0.10.

Esos resultados muestran que aún es muy bajo el aprovechamiento de los acuerdos comerciales en la región y que es escaso el vínculo con las cadenas globales de valor. Esas “nuevas” importaciones que asustan a algunos analistas podrían ser el incipiente comienzo de ese proceso en Colombia.

En todo caso afirmar que es alarmante la desindustrialización o sugerir que esas importaciones son negativas sin aportar pruebas, no contribuye a la superación de las supuestas falencias de la política de desarrollo empresarial que se ha venido construyendo en Colombia en las últimas décadas.

Desindustrialización

jueves, 2 de junio de 2011
Artículo publicado en Ámbito Jurídico No. 322 el 30 de mayo de 2011


El argumento más reciente de quienes dicen que en Colombia no hay política industrial es la existencia de un fenómeno de desindustrialización en los últimos 40 años, con tendencia a acentuarse por la falta de acciones públicas para el desarrollo de este sector. La evidencia del fenómeno, según ellos, es la caída de participación de la industria en el PIB desde 22% en los años setenta, hasta el 12% actualmente.

Para estos analistas “desde hace varios años no hay una política industrial” en Colombia, luego es lícito deducir que esa es la causa de la presunta desindustrialización.

Esa hipótesis y esas cifras merecen un cuidadoso análisis. En las últimas décadas la contabilidad nacional ha registrado varios cambios metodológicos y de año base, lo que dificulta las comparaciones históricas; por lo tanto, cuando se evalúan series largas del PIB y sus diferentes componentes, los analistas rigurosos tienen en cuenta esas limitaciones.

En el caso particular de la desindustrialización, la forma de medición presentada por los críticos no es rigurosa, al pretender corroborarla con los 10 puntos de participación perdidos por la industria desde mediados de los setenta hasta hoy. No tienen en cuenta que en ese lapso se han realizado al menos cuatro cambios de metodología o de año base en las cuentas nacionales, con la consecuente modificación de los pesos relativos de diferentes sectores.

Pero si su forma de medición fuera la prueba reina de la desindustrialización, las cosas serían peores en otros países como el Brasil, que según estos analistas es el modelo de política industrial a seguir: ¡la participación de la industria en el PIB cayó cerca de 16 puntos entre 1982 y 2009! Y entre máximo y mínimo, en Argentina se redujo 24 puntos, en Chile 17 y en Perú 14.

Si se toman las estadísticas históricas publicadas por el DNP, se observa que a precios constantes de 1975 la participación máxima de la industria fue de 23.5% del PIB en 1974 (no 22%) y luego descendió hasta 19.7% en 1994. Pero con la nueva metodología, que calculó el PIB a precios constantes de 1994, su peso relativo fue sólo de 15% en ese año. Esto significa una reducción de 3.8 puntos en 20 años, mientras que en un solo año cayó en 4.7 puntos, atribuibles a la metodología y al año base. Con el reciente cambio a precios de 2005, el peso relativo es del 13.9% en 2010 (no del 12%), con una diferencia media de 0.5 puntos porcentuales respecto a la base anterior.

Si se observa la importancia relativa de la industria en el PIB total con las dos últimas bases, se concluye que el cambio es marginal. En la base 1994 la participación pasó del 15.0% en 1990 a 15.1% en 2004, con una leve reducción durante la crisis de finales de los noventa. Y con la base 2005, su participación, que era de 13.9% en el 2000, se mantuvo igual en 2010, con un periodo de incremento hasta 14.4% en 2004.

En últimas, al presunto fenómeno de desindustrialización no se le pueden achacar 10 puntos de reducción de la participación de la industria en el PIB, sino a lo sumo cuatro o cinco en 40 años.

Pero como las metodologías de medición de los agregados económicos han mejorado con el correr de los años, se puede presumir mayor calidad en los cálculos recientes que en los de las décadas anteriores. Esto llevaría a una interesante hipótesis: el sector industrial ha tenido en la economía colombiana un menor peso relativo de lo que se creía con las antiguas metodologías de contabilidad nacional.

Y no sería un caso único, sino que podría ser un fenómeno generalizado en América Latina, lo que se refleja en la composición del empleo. El reciente libro del BID “La era de la productividad” menciona que en la región los “…intentos de industrializarse tuvieron un éxito parcial. Resulta muy notorio que la proporción del empleo en el sector industrial es inferior en América Latina que en Asia oriental y en el mundo desarrollado… A diferencia de los países desarrollados, que primero prosperaron con la industria y luego se transformaron en economías de servicios, las economías de la región se volvieron terciarias (productoras de servicios) a mitad de camino entre la pobreza y la prosperidad”.

Otro hecho interesante es que la mayor pérdida de participación se registró en plena vigencia de las políticas proteccionistas implementadas en Colombia bajo el modelo de sustitución de importaciones. Precisamente ese modelo postulaba como su eje central el desarrollo industrial que hoy reclaman los analistas de marras. Y el resultado de esas políticas fue un sector empresarial acostumbrado a capturar rentas, con bajos incentivos a la innovación y la mejora tecnológica y menos aún a la exportación; para completar, las ineficiencias generadas se transferían a los consumidores, vía baja calidad de los productos y precios más altos que los registrados en países con mayores niveles de competencia. Desde luego, también hubo empresarios y sectores que aprovecharon las ventajas de la política y desarrollaron empresas competitivas; pero esa no fue la nota dominante.

En síntesis, nos siguen debiendo un indicador sólido de la desindustrialización de Colombia y una demostración clara de su relación con la carencia de políticas industriales. De paso, debilitan su credibilidad con relación a la supuesta ausencia de política industrial en la actualidad.

Alimentos por las nubes

jueves, 26 de mayo de 2011
Publicado en el diario La República el jueves 26 de mayo de 2011.


El fantasma de la inflación recorre nuevamente el mundo, como lo indican los precios internacionales de los alimentos y otros productos primarios. El índice FAO de precios de los alimentos de abril de 2011 creció el 36.5% anual, debido a los altos incrementos de los cereales (71.2% anual), los aceites (49.4%) y el azúcar (49.0%).

Pese a que la economía mundial no ha tenido una recuperación plena, el dinamismo de la demanda de las economías emergentes, sumado a situaciones climáticas adversas, explica la presión alcista de los precios de los productos básicos. Si bien los precios de los hidrocarburos y otros minerales no han alcanzado los niveles récord de 2008, los alimentos ya los superaron.

Entre 2007 y 2008 los altos precios de los productos básicos generaron presiones inflacionarias en numerosos países; pero las características del actual aumento, más concentrado en alimentos, han planteado un debate con relación a su impacto en la inflación.

Mientras el nobel de economía Paul Krugman afirma que el efecto de los crecientes precios de los alimentos en la inflación es marginal, el también nobel Gary Becker opina lo contrario. El primero expresó en un blog que “aún si la reciente alza de los precios de los productos básicos es permanente, esto llevará únicamente a un salto temporal en la inflación”; por eso aboga para que la Reserva Federal no endurezca la política monetaria.

En cambio, para Becker el impacto puede ser grande, dependiendo del peso que tengan los alimentos en la canasta de consumo y afectaría especialmente a los más pobres: “Si las familias gastan el 40% de sus ingresos en alimentos y se produjera un aumento del 30% en sus precios, sus ingresos tendrían que aumentar en 12% para que puedan mantener el mismo nivel de consumo. En contraste, una familia que gasta el 15% de sus ingresos en comida, necesitaría solamente un aumento en sus ingresos del 4.5% para mantener su nivel de consumo”.

La experiencia de 2007-2008 mostró que la subida de precios de los alimentos tiene profundas repercusiones no sólo en el bienestar social sino en el comercio mundial. En ese periodo se observaron disturbios en las economías con mayores problemas de abastecimiento; las economías exportadoras de alimentos impusieron barreras a la libre exportación, mientras las importadoras las eliminaron y crecieron su demanda para recomponer inventarios y evitar o controlar el descontento social; también hubo casos en los que impusieron controles a los precios al consumidor o dieron subsidios con el loable propósito de evitar el deterioro de la dieta de los más pobres.

Como señala Becker, estas acciones distorsionan más el mercado, afectan negativamente a los campesinos y a los importadores netos de alimentos y los subsidios, si no están bien focalizados, terminan beneficiando el consumo de los más ricos.

¿Se repetirán estos hechos? Probablemente sí. Autores, como Richard Posner, dicen que la reciente ola de inconformismo y de disturbios en los países árabes, en parte se relaciona con los precios de los alimentos: “los manifestantes que tumbaron los gobiernos de Túnez y Egipto, se quejaban desenfrenadamente por el creciente aumento del precio de la comida”. Y la OMC reporta en lo corrido del año un incremento de las medidas que restringen las exportaciones de alimentos.

El episodio anterior mostró una gran debilidad de Colombia, pues su mentado potencial agropecuario no mostró una capacidad de respuesta para aprovechar la coyuntura. El Banco de la República está elevando las tasas de interés para moderar la demanda, pero el agro debe responder con una oferta adecuada para el mercado interno y para el internacional. ¿Podrá hacerlo ahora que la agricultura está llamada a ser una de las locomotoras de la economía?

Importación de productos “nacionales”

martes, 17 de mayo de 2011
Artículo publicado en el diario La República, el jueves 12 de mayo de 2011


En la discusión sobre la política industrial, alguien planteó que hay empresas colombianas que están importando los productos que ellas mismas fabrican en otros países. Califica esto como un hecho nocivo para la economía, porque es consecuencia de problemas de estabilidad en las reglas de juego, de formación de capital humano y de estímulos a la productividad.

Esa posición, desconoce las decisiones gubernamentales que están mejorando el entorno de los negocios, justamente con el fin de contar con unas reglas de juego claras y estables que incentiven las decisiones de inversión; a tal fin están orientados los TLC, los acuerdos de inversión y los contratos de estabilidad jurídica. Con relación al capital humano, se fortaleció el papel del Sena y, en general, la formación de tecnólogos; se está proponiendo una reforma educativa que busca una mayor interrelación entre la academia y el sector privado; se está impulsando el bilingüismo; y programas como el de transformación productiva permiten detectar las necesidades laborales específicas de los futuros sectores de clase mundial. Adicionalmente, hace unos pocos meses fue sancionada una ley orientada a incrementar el empleo formal como base para el crecimiento de la productividad del país.

Como contraposición al punto de vista mencionado, cabe aventurar dos hipótesis explicativas: el nivel de aranceles de Colombia y las tendencias de la globalización.

Aun cuando una de las justificaciones de la reforma arancelaria de finales del año pasado fue reducir las desventajas competitivas que la estructura de los aranceles estaba ocasionando, hay sectores productivos y de opinión que no aceptan o no entienden el argumento.

Los altos aranceles que tiene Colombia (puesto 101 entre 135 en el WEF antes de la reforma), incrementan los costos de producción de los empresarios, porque los bienes de capital y las materias primas cuestan más que en otros países competidores.

El punto se puede ilustrar tomando como ejemplo el trigo. Colombia, que importa el 97% del consumo aparente de este producto, le imponía un arancel del 15% (con la reforma quedó en 10%), mientras que en Perú lo importan con arancel cero desde Estados Unidos, por el TLC. Como consecuencia, los empresarios colombianos tienen una desventaja en los costos de fabricación de pastas alimenticias y otros bienes de consumo. ¿En esas condiciones, no resulta razonable que un empresario nacional se sienta tentado a mover parte de su producción al vecindario y luego traer el producto terminado con arancel cero? ¿Y si se eliminaran las diferencias no desaparecería la tentación?

La otra hipótesis hace referencia a la fragmentación geográfica de los procesos de producción en la economía globalizada. Es creciente el número de bienes y servicios que pierden su nacionalidad y las empresas tienden a especializarse en partes de un todo; y ellas se fabrican en las regiones del globo en las que exista ventaja comparativa o en las que los costos de producción sean menores. Automóviles, computadores, celulares y otros productos de alta tecnología son ejemplos de productos globalizados; pero también lo son las confecciones, el calzado, entre otros.

Los empresarios que han entendido este fenómeno saben que no pueden seguir fabricando la totalidad de los productos bajo un mismo techo (¿país?), que tienen que especializarse en lo que puedan ser realmente competitivos, aprovechar las ventajas comparativas de cada país e insertarse en las cadenas globales de valor.

En este contexto, la preocupación debe ser cómo acelerar el desarrollo de sectores de clase mundial, vincularse a las cadenas globales de valor, y atraer más empresas que realicen partes de sus procesos de producción en Colombia.

De nuevo el mercado interno

domingo, 1 de mayo de 2011
Publicado en el diario La República el 28 de abril de 2011


Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.

Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.

Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.

El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.

Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.

Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.

Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.

Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.

A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.

Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.

Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.

¡Nada como los viejos tiempos!

sábado, 16 de abril de 2011
Artículo publicado en el diario La República el jueves 14 de abril de 2011

En un artículo recientemente publicado en un medio de la Universidad Nacional, un profesor concluye: “solo (sic) nos queda rogar por que (sic) el congreso (sic) de Estados Unidos no apruebe el TLC”.

Puesto que algunos de los postulados a favor de los TLC se relacionan con su efecto en la atracción de inversión extranjera directa (IED) y el funcionamiento del comercio internacional como una palanca de crecimiento, el autor fundamenta su conclusión en la crítica a ellos.

La crítica al primer “mito”, como él lo denomina, se basa en que hay países como Corea del Sur que crecen sin IED y otros como China en el que apenas representa el 2% del PIB, y la economía crece al 9% anual. En cambio en Colombia y México la liberalización al movimiento de capitales redujo la tasa media de crecimiento. Su recomendación implícita es volver a los controles de capitales de la época en que se adelantó la “nacionalización” de empresas (máximo 49% en manos de extranjeros) y se restringió el giro de utilidades y el acceso al crédito.

La palabra ahorro y la relación entre inversión total y crecimiento económico brillan por su ausencia. Pues bien, mientras Corea del Sur y China tienen tasas de ahorro del 35% y el 50% del ingreso nacional bruto (INB), y pueden financiar la inversión que les permite altas tasas de crecimiento, los países como Colombia con una tasa de ahorro del 20% del INB, apenas podrían crecer al 3.5% anual, si no tuvieran acceso al ahorro externo.

Ningún país del mundo menosprecia el ingreso de IED, al punto que las economías desarrolladas son las principales receptoras. Según la Unctad, en el caso de China, en 2008 el flujo de IED fue de 2.5% del PIB y el 5.3% de la inversión total. En Colombia fue el 3.2% del PIB y el 17.6% de la inversión.

Para los especialistas es claro que sin esos recursos la China de hoy no existiría; no estaría creciendo a los ritmos que lo hace ni estaría comenzando a desarrollar tecnologías propias. Seguiría siendo una de las economías más pobres del mundo, como resultado de las políticas autárquicas del modelo comunista.

El segundo “mito” lo critica porque, en su opinión, el libre comercio tiende a generar balanzas comerciales deficitarias y reducir el crecimiento económico y el bienestar. Por lo tanto, añorando el control cambiario, se deberían regular las importaciones para permitir sólo las relacionadas con la inversión en bienes de capital.

Afortunadamente el autor confiesa que no conoce los estudios que se han realizado sobre el TLC (no sabe dónde están). No de otra forma se puede entender esa visión mercantilista del comercio internacional y el rechazo a la IED, cuando en países como Colombia complementa el ahorro doméstico, posibilita un crecimiento mayor y el acceso a tecnologías y conocimientos que no producimos.

Pero el profesor se olvida de los problemas de corrupción, estancamiento, mala calidad de los productos y rezago de productividad generados por las políticas proteccionistas que con nostalgia evoca.

El retorno al proteccionismo marginaría a Colombia de la vinculación a las cadenas globales de valor, que es la dirección que lleva la economía mundial. Más que pretender volver a los viejos tiempos, hay que dejar atrás las visiones pesimistas y tomar conciencia de las oportunidades que hay en la economía globalizada.

Como decía el experto en innovación Amnon Levat, en una entrevista a la revista Dinero: “Las empresas colombianas están más abiertas al aprendizaje, tienen mucha energía y entusiasmo. Pero les falta creer más en sí mismas. Muchas veces, las empresas piensan que no tienen nada que ofrecer al mundo. Una empresa colombiana puede tener mucho éxito aquí, pero le cuesta imaginarse que el mundo necesita algo que ellos pueden ofrecer”.

Lecciones Chinas

lunes, 4 de abril de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico No. 318 del 28 de marzo al 10 de abril de 2011

Aun cuando es ampliamente conocida la fulgurante trayectoria económica de China desde las reformas iniciadas en 1978, el mundo no deja de sorprenderse a medida que se conocen nuevos logros. Hay muchas lecciones que Colombia puede sacar de esa experiencia.

China ya es la segunda economía del mundo por tamaño del PIB, desplazando a Japón que llevaba más de cinco décadas en esa posición. Aun cuando su PIB per cápita a precios de paridad apenas representa cerca del 15% del de Estados Unidos, el avance registrado ha sido aún más impresionante; entre 1980 y 2009 subió 52 puestos en el escalafón mundial de este indicador. Corea del Sur que es la economía que le sigue en desempeño mejoró en 29 puestos.

Entre tanto, de las economías latinoamericanas sólo Chile registra un desempeño aceptable, al mejorar 15 puestos. Las demás deterioraron su posición relativa en el contexto mundial; Colombia perdió 3, Brasil 11 y Venezuela 18.

Recientemente The Economist publicó en internet un mapa que muestra cómo el éxito de China en crecimiento económico se refleja en diversas provincias, que pasaron de ser regiones muy pobres a tener un PIB de tamaño similar o superior al de muchas naciones (“Comparing Chinese Provinces with Countries”). Cinco de ellas superan el PIB total de Colombia.

La comparación del PIB per cápita también muestra cómo varias provincias, superan el indicador de numerosas economías en desarrollo. Colombia es superada por 12 de ellas.

Son varias las medidas que adoptó China para dar ese enorme salto en poco más de tres décadas. Sin duda la más importante, fue su decisión de romper el modelo autárquico impuesto por Mao y sustituirlo por una inserción activa en la economía globalizada.

Pero hay dos aspectos adicionales que contribuyeron al éxito: la implementación de las zonas económicas especiales (ZEE) y la actitud del sector privado. Para Colombia son importantes, en primer lugar, por la coyuntura de debate sobre el balance del régimen de las zonas francas y la posibilidad de avanzar en figuras similares a las usadas por China; en segundo, por el papel del emprendimiento, que es clave en momentos en que parece despertar un nuevo clamor proteccionista en el país.

Es ampliamente conocido que las ZEE fueron creadas como grandes regiones geográficas con atractivos incentivos para la inversión y el comercio internacional. Pero es menos conocido que ellas se complementaron con instrumentos de la misma familia para impulsar el desarrollo industrial. Un trabajo reciente del Banco Mundial hace un balance de ellos (Douglas Zeng “How Do Special Economic Zones and Industrial Clusters Drive China’s Rapid Development”).

El gobierno aprobó inicialmente cuatro ZEE, con el fin de experimentar y evaluar el impacto de la apertura económica. Comprobado su éxito, en 1984 dio un paso adicional con la constitución de 14 zonas de desarrollo económico y tecnológico (ZDET); ellas son de menor tamaño que las ZEE y se ubican cerca de grandes ciudades. Actualmente hay siete ZEE y 69 ZDET. Adicionalmente, desde 1988 se iniciaron las zonas de desarrollo industrial de alta tecnología (ZDIAT), asociando centros de investigación, universidades y empresas grandes y medianas para el desarrollo de productos de alta tecnología; en 2010 había 54 ZDIAT.

A ellas se suman las zonas de libre comercio y las zonas de procesamiento de exportaciones que son las que más se asimilan a las zonas francas que existen en Colombia. China cuenta hoy con 15 y 61 zonas, respectivamente.

Su impacto económico es notable. Zeng indica que en 2006 las cinco ZEE y las 54 ZDET que entonces existían, generaron 19 millones de empleos (2.5% del total), cerca del 10% del PIB y el 37% de las exportaciones de China. El impacto de los otros instrumentos es difícil de medir por problemas de agregación, pero según los cálculos del investigador todas las zonas aportaron en ese año 18.5% del PIB y cerca del 60% de las exportaciones.

Con relación al otro tema, se acepta que el éxito de esta economía es producto del “capitalismo de Estado” a la China, caracterizado por una alta intervención burocrática. Sin embargo, The Economist destaca que, si bien el Estado ha jugado un papel decisivo en el proceso, mediante la provisión de bienes públicos y la erradicación de obstáculos físicos y tecnológicos, sin el concurso del sector privado quizás los resultados hubieran sido otros.

La publicación destaca la tendencia decreciente que tienen las empresas estatales en la industria y reseña investigaciones que demuestran la menor eficiencia y la menor rentabilidad de estas con relación a las privadas.

Resultan sorprendentes los casos de emprendimientos exitosos que se conocen en China a la luz de la apertura económica, algunos de ellos incluso desde la informalidad. Los cuarenta años de autarquía maoísta con la supresión de la propiedad privada, el adormilamiento del espíritu de innovación y la represión a cualquier intento de desarrollo de la actividad privada no mataron la iniciativa de emprendimiento que despertó con el cambio de modelo de desarrollo.

Contrasta esta historia con la de Colombia, en la que segmentos empresariales se acostumbraron a la comodidad de capturar rentas públicas bajo los esquemas del proteccionismo y, aun dos décadas después de la apertura económica, se niegan a abandonarlas y a reconocer que el mundo cambió. Al paso que vamos, Colombia corre el riesgo de seguir siendo el “Tíbet de América Latina”, como lo sentenció Alfonso López Michelsen.