Publicado en Portafolio el viernes 22 de septiembre de 2017
Los principales medios del país citaron la siguiente afirmación del alcalde Peñalosa: “ojalá que los jueces sean especialmente drásticos con los automovilistas que matan y asesinan ciclistas”.
Si no está citado fuera de contexto, pareciera que Peñalosa tiene como asesores de comunicaciones a los contradictores que están impulsando la revocatoria de su mandato.
Según la Real Academia Española, asesinar es “matar a alguien con alevosía, ensañamiento o por una recompensa”. Asesinos son los terroristas del Estado Islámico que utilizan automotores para asesinar inocentes transeúntes en Europa. Pero, salvo casos aislados, no es esa la causal de muerte de los ciclistas en accidentes de tránsito en Bogotá y en resto del país.
Las desatinadas declaraciones del burgomaestre dan pie para debatir algunos temas en torno a los ciclistas y la accidentalidad de tránsito. En primer lugar, la gran mayoría de quienes utilizan la bicicleta carecen de la más mínima cultura ciudadana; si hay quejas permanentes por el irrespeto de los motociclistas de las reglas de tránsito, el problema es aún mayor con los ciclistas.
Con pocas excepciones, los ciclistas no respetan los semáforos; no conocen qué es una contravía; muy pocos utilizan un casco que realmente les brinde alguna protección; en los andenes y en los puentes peatonales son un peligro para los transeúntes; y en las vías no tienen en cuenta los espacios y la velocidad para que un conductor pueda reaccionar ante las piruetas y movimientos intempestivos que hacen para lucirse o para evitar un bache.
Eso evidencia la ausencia de autoridad, empezando por los alcaldes, para hacer cumplir las normas básicas de convivencia en los espacios públicos; también es evidencia de alcaldes que no implementan campañas masivas de educación para cambiar el comportamiento de los ciclistas. Tampoco hay autoridad que les exija un equipo mínimo de protección. Teóricamente los infractores podrían ser multados, pero, como lo reconocen las autoridades de tránsito, poco y nada se aplican estas sanciones y cuando lo hacen es casi nulo el pago que de ellas se hace.
En segundo lugar, es muy bueno, muy sano y positivo para el medio ambiente impulsar el uso de la bicicleta. Pero no tiene por qué hacerse al costo de satanizar a los automovilistas, ni forzar a los peatones a hacer acrobacias para no invadir las ciclo-rutas que se inventaron reduciendo los andenes (ejemplo carrera 11 entre las calles 72 y 76).
En tercer lugar, es útil analizar las pocas cifras disponibles sobre accidentalidad vial. Los datos de Medicina Legal para 2016 indican que en Colombia murieron 379 ciclistas y 2.748 sufrieron lesiones en accidentes de tránsito.
En la revista Forensis, Medicina Legal hace unas precisiones importantes: 43.1% de las muertes fueron ocasionadas por “volcamientos o caídas del ocupante” y 25.5% por “choque con objeto fijo o en movimiento”. Ninguno de los dos conceptos tiene una explicación ampliada en la publicación oficial, pero es claro que el 68.6% de las muertes de ciclistas no fue por automotores que los atropellaron.
La reducción de la mortalidad vial es responsabilidad de todos: conductores, ciclistas, alcaldes y la Agencia Nacional de Seguridad Vial. Pero hay que respetar los derechos de cada uno, no satanizar a nadie y evaluar objetivamente las causas de la accidentalidad.
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