¡Nada como los viejos tiempos!
En un artículo recientemente publicado en un medio de la Universidad Nacional, un profesor concluye: “solo (sic) nos queda rogar por que (sic) el congreso (sic) de Estados Unidos no apruebe el TLC”.
Puesto que algunos de los postulados a favor de los TLC se relacionan con su efecto en la atracción de inversión extranjera directa (IED) y el funcionamiento del comercio internacional como una palanca de crecimiento, el autor fundamenta su conclusión en la crítica a ellos.
La crítica al primer “mito”, como él lo denomina, se basa en que hay países como Corea del Sur que crecen sin IED y otros como China en el que apenas representa el 2% del PIB, y la economía crece al 9% anual. En cambio en Colombia y México la liberalización al movimiento de capitales redujo la tasa media de crecimiento. Su recomendación implícita es volver a los controles de capitales de la época en que se adelantó la “nacionalización” de empresas (máximo 49% en manos de extranjeros) y se restringió el giro de utilidades y el acceso al crédito.
La palabra ahorro y la relación entre inversión total y crecimiento económico brillan por su ausencia. Pues bien, mientras Corea del Sur y China tienen tasas de ahorro del 35% y el 50% del ingreso nacional bruto (INB), y pueden financiar la inversión que les permite altas tasas de crecimiento, los países como Colombia con una tasa de ahorro del 20% del INB, apenas podrían crecer al 3.5% anual, si no tuvieran acceso al ahorro externo.
Ningún país del mundo menosprecia el ingreso de IED, al punto que las economías desarrolladas son las principales receptoras. Según la Unctad, en el caso de China, en 2008 el flujo de IED fue de 2.5% del PIB y el 5.3% de la inversión total. En Colombia fue el 3.2% del PIB y el 17.6% de la inversión.
Para los especialistas es claro que sin esos recursos la China de hoy no existiría; no estaría creciendo a los ritmos que lo hace ni estaría comenzando a desarrollar tecnologías propias. Seguiría siendo una de las economías más pobres del mundo, como resultado de las políticas autárquicas del modelo comunista.
El segundo “mito” lo critica porque, en su opinión, el libre comercio tiende a generar balanzas comerciales deficitarias y reducir el crecimiento económico y el bienestar. Por lo tanto, añorando el control cambiario, se deberían regular las importaciones para permitir sólo las relacionadas con la inversión en bienes de capital.
Afortunadamente el autor confiesa que no conoce los estudios que se han realizado sobre el TLC (no sabe dónde están). No de otra forma se puede entender esa visión mercantilista del comercio internacional y el rechazo a la IED, cuando en países como Colombia complementa el ahorro doméstico, posibilita un crecimiento mayor y el acceso a tecnologías y conocimientos que no producimos.
Pero el profesor se olvida de los problemas de corrupción, estancamiento, mala calidad de los productos y rezago de productividad generados por las políticas proteccionistas que con nostalgia evoca.
El retorno al proteccionismo marginaría a Colombia de la vinculación a las cadenas globales de valor, que es la dirección que lleva la economía mundial. Más que pretender volver a los viejos tiempos, hay que dejar atrás las visiones pesimistas y tomar conciencia de las oportunidades que hay en la economía globalizada.
Como decía el experto en innovación Amnon Levat, en una entrevista a la revista Dinero: “Las empresas colombianas están más abiertas al aprendizaje, tienen mucha energía y entusiasmo. Pero les falta creer más en sí mismas. Muchas veces, las empresas piensan que no tienen nada que ofrecer al mundo. Una empresa colombiana puede tener mucho éxito aquí, pero le cuesta imaginarse que el mundo necesita algo que ellos pueden ofrecer”.
Lecciones Chinas
Aun cuando es ampliamente conocida la fulgurante trayectoria económica de China desde las reformas iniciadas en 1978, el mundo no deja de sorprenderse a medida que se conocen nuevos logros. Hay muchas lecciones que Colombia puede sacar de esa experiencia.
China ya es la segunda economía del mundo por tamaño del PIB, desplazando a Japón que llevaba más de cinco décadas en esa posición. Aun cuando su PIB per cápita a precios de paridad apenas representa cerca del 15% del de Estados Unidos, el avance registrado ha sido aún más impresionante; entre 1980 y 2009 subió 52 puestos en el escalafón mundial de este indicador. Corea del Sur que es la economía que le sigue en desempeño mejoró en 29 puestos.
Entre tanto, de las economías latinoamericanas sólo Chile registra un desempeño aceptable, al mejorar 15 puestos. Las demás deterioraron su posición relativa en el contexto mundial; Colombia perdió 3, Brasil 11 y Venezuela 18.
Recientemente The Economist publicó en internet un mapa que muestra cómo el éxito de China en crecimiento económico se refleja en diversas provincias, que pasaron de ser regiones muy pobres a tener un PIB de tamaño similar o superior al de muchas naciones (“Comparing Chinese Provinces with Countries”). Cinco de ellas superan el PIB total de Colombia.
La comparación del PIB per cápita también muestra cómo varias provincias, superan el indicador de numerosas economías en desarrollo. Colombia es superada por 12 de ellas.
Son varias las medidas que adoptó China para dar ese enorme salto en poco más de tres décadas. Sin duda la más importante, fue su decisión de romper el modelo autárquico impuesto por Mao y sustituirlo por una inserción activa en la economía globalizada.
Pero hay dos aspectos adicionales que contribuyeron al éxito: la implementación de las zonas económicas especiales (ZEE) y la actitud del sector privado. Para Colombia son importantes, en primer lugar, por la coyuntura de debate sobre el balance del régimen de las zonas francas y la posibilidad de avanzar en figuras similares a las usadas por China; en segundo, por el papel del emprendimiento, que es clave en momentos en que parece despertar un nuevo clamor proteccionista en el país.
Es ampliamente conocido que las ZEE fueron creadas como grandes regiones geográficas con atractivos incentivos para la inversión y el comercio internacional. Pero es menos conocido que ellas se complementaron con instrumentos de la misma familia para impulsar el desarrollo industrial. Un trabajo reciente del Banco Mundial hace un balance de ellos (Douglas Zeng “How Do Special Economic Zones and Industrial Clusters Drive China’s Rapid Development”).
El gobierno aprobó inicialmente cuatro ZEE, con el fin de experimentar y evaluar el impacto de la apertura económica. Comprobado su éxito, en 1984 dio un paso adicional con la constitución de 14 zonas de desarrollo económico y tecnológico (ZDET); ellas son de menor tamaño que las ZEE y se ubican cerca de grandes ciudades. Actualmente hay siete ZEE y 69 ZDET. Adicionalmente, desde 1988 se iniciaron las zonas de desarrollo industrial de alta tecnología (ZDIAT), asociando centros de investigación, universidades y empresas grandes y medianas para el desarrollo de productos de alta tecnología; en 2010 había 54 ZDIAT.
A ellas se suman las zonas de libre comercio y las zonas de procesamiento de exportaciones que son las que más se asimilan a las zonas francas que existen en Colombia. China cuenta hoy con 15 y 61 zonas, respectivamente.
Su impacto económico es notable. Zeng indica que en 2006 las cinco ZEE y las 54 ZDET que entonces existían, generaron 19 millones de empleos (2.5% del total), cerca del 10% del PIB y el 37% de las exportaciones de China. El impacto de los otros instrumentos es difícil de medir por problemas de agregación, pero según los cálculos del investigador todas las zonas aportaron en ese año 18.5% del PIB y cerca del 60% de las exportaciones.
Con relación al otro tema, se acepta que el éxito de esta economía es producto del “capitalismo de Estado” a la China, caracterizado por una alta intervención burocrática. Sin embargo, The Economist destaca que, si bien el Estado ha jugado un papel decisivo en el proceso, mediante la provisión de bienes públicos y la erradicación de obstáculos físicos y tecnológicos, sin el concurso del sector privado quizás los resultados hubieran sido otros.
La publicación destaca la tendencia decreciente que tienen las empresas estatales en la industria y reseña investigaciones que demuestran la menor eficiencia y la menor rentabilidad de estas con relación a las privadas.
Resultan sorprendentes los casos de emprendimientos exitosos que se conocen en China a la luz de la apertura económica, algunos de ellos incluso desde la informalidad. Los cuarenta años de autarquía maoísta con la supresión de la propiedad privada, el adormilamiento del espíritu de innovación y la represión a cualquier intento de desarrollo de la actividad privada no mataron la iniciativa de emprendimiento que despertó con el cambio de modelo de desarrollo.
Contrasta esta historia con la de Colombia, en la que segmentos empresariales se acostumbraron a la comodidad de capturar rentas públicas bajo los esquemas del proteccionismo y, aun dos décadas después de la apertura económica, se niegan a abandonarlas y a reconocer que el mundo cambió. Al paso que vamos, Colombia corre el riesgo de seguir siendo el “Tíbet de América Latina”, como lo sentenció Alfonso López Michelsen.
Colombia sin política industrial
Publicado en el diario La República el 31 de marzo de 2011
Eso opina un analista. Otro dice que hace marras que no se hablaba de política industrial (PI) en Colombia hasta que una exministra puso el tema en la palestra. Y otros ponderan a la exministra por retar al gobierno a perderle el miedo a la PI.
La realidad es que la PI se aplica en todas las economías, y Colombia no es la excepción. Una investigación titulada “Industrial Policies in Colombia”, realizada por el exministro Guillermo Perry y Marcela Meléndez para el BID, “revisa y analiza las políticas industriales en Colombia, encontrando un uso extensivo de políticas de desarrollo productivo (PDP), a pesar de los enunciados de moderada intervención gubernamental”.
El informe, elaborado en 2009, se divulgó ampliamente en los círculos de interés; incluso fue el tema de un concurrido Debate de Coyuntura Económica de Fedesarrollo, en mayo de 2010. Para los que no leyeron el “paper” o no se enteraron del debate (ambos disponibles en internet), el documento fue incluido en el libro de Fidel Jaramillo (editor) “Desafíos del crecimiento en Colombia: ¿Políticas deficientes o insuficientes?”.
Está bien que un lego espere que al hablar de PI siempre se tenga que hacer referencia explícita a ese término; en ese caso le cabría algo de razón al pensar que en Colombia no se habla mucho del tema. Pero los especialistas y las personas bien informadas saben que la PI comprende hoy en día un universo de empresas más amplio que el de las industriales. Por eso se utilizan diversos nombres: políticas de desarrollo productivo, de transformación productiva, de desarrollo empresarial y de competitividad, entre otros.
Esto refleja evolución y modernización de las políticas. Así lo indica el libro “La era de la productividad”, publicado por el BID en 2010: “Las políticas industriales se pusieron otra vez de moda pero con un estilo diferente. Hoy se interpretan como un conjunto de instrumentos e instituciones que facilitan la coordinación y generan los insumos públicos específicos que requieren sectores específicos… De hecho, un mejor nombre para estas políticas sería “políticas de desarrollo productivo” para subrayar que no se limitan al sector industrial y vincularlas directamente con la productividad en lugar de promover una actividad económica como un fin en sí mismo”.
De ahí la importancia de las conclusiones de la investigación de Perry y Meléndez, que fueron un insumo para el mencionado libro del BID: “Colombia… ha hecho progresos en estructurar un arreglo institucional para las PDP suficientemente integrado a una red de enlaces con el sector privado, para obtener información sobre las limitaciones y oportunidades que enfrenta y que requieren intervención del Gobierno. Este ha sido un proceso de ensayo error que… aunque aún tiene carencias en muchas dimensiones, se está comenzando a reflejar en nuevos cursos de acción política…”.
La creación de una institucionalidad para la política de competitividad; el programa de transformación productiva que hoy trabaja con 12 sectores que aspiran a convertirse en sectores de clase mundial; la política de formalización laboral y empresarial; los incentivos a la inversión (zonas francas, contratos de estabilidad jurídica, exenciones tributarias); la conversión de Bancoldex en banco de desarrollo; y el fortalecimiento de la promoción de Proexport a las exportaciones y al turismo, son sólo algunos de los desarrollos de la PI de Colombia en los años recientes.
Esto muestra que hay analistas que hace marras que no se enteran de los debates especializados en la PI del país. Y que al gobierno no sólo no le da miedo hablar de PI, sino que está implementando una versión moderna. Con todo esto, afirmar que Colombia no tiene PI no pasa de ser un mal chiste.