Publicado en Portafolio el 20 de marzo de 2020
En medio de la baraúnda de las últimas semanas por cuenta del Covid-19 y la guerra del petróleo, quedó sepultada la noticia de la balanza comercial de Estados Unidos. Vale la pena sacarla a flote, pues se trata del eje central de la visión trumpiana sobre la relación económica entre países y es el fundamento de la guerra comercial que tanto daño le está haciendo al mundo.
El déficit comercial de Estados Unidos en 2019 ascendió a US$853 mil millones, con una reducción del 2,5% respecto al observado en 2018; en términos absolutos disminuyó en US$22 mil millones, después de dos años de altos crecimientos.
El saldo del comercio de bienes que mayor interés suscita es el de Estados Unidos con China, que es el blanco principal de la guerra comercial; con esta nación el déficit fue 17,6% menor que el del año anterior y su caída fue de US$74 mil millones, cifra nada despreciable; este resultado refleja una contracción del 16,2% en las importaciones y una del 11,3% en las exportaciones.
Puestos en esos términos, parecería que Trump salió victorioso de su guerra. Pero la realidad no es tan clara. En primer lugar, por la existencia de cadenas globales de valor, el costo ha sido la pérdida de dinámica del comercio internacional, lo que, sumado a otros hechos, contribuyó a desacelerar el crecimiento económico de numerosos países. Según las estimaciones del Netherlands Bureau for Economic Policy Analysis (CPB World Trade Monitor) durante 2019 el volumen de comercio y los precios unitarios cayeron 0,4% y 2,6%, respectivamente.
En segundo lugar, como consecuencia del “fracking”, Estados Unidos se convirtió en el primer productor mundial de petróleo y, en consecuencia, siguió reduciendo sus compras al mercado internacional. En 2019 disminuyó sus importaciones del hidrocarburo en US$30.000 millones y, según los cálculos del U.S. Census Bureau, el déficit comercial sin petróleo se incrementó en 1,8%.
En tercer lugar, parte de las compras que se hacían a China fueron sustituidas por las realizadas a otros países, lo que se refleja en el aumento del déficit comercial de Estados Unidos con México (26%), Canadá (42%), Vietnam (41%), Corea del Sur (16%) y la Unión Europea (5%).
En cuarto lugar, la esperanza de Trump y de los ideólogos de la guerra comercial, como Peter Navarro, era que la imposición de aranceles a China obligara a las empresas a retornar al país y a crecer la producción nacional. Sin embargo, lo que se está observando es lo contrario: el índice de producción industrial de Estados Unidos creció 4% anual al cierre de 2018 y registró una variación negativa del 1% al cerrar 2019.
En síntesis, la victoria de Trump en la guerra comercial es pírrica, como lo habían anticipado destacados economistas. Ahora en un escenario con coronavirus y guerra petrolera, el dólar se fortalece y hace que las exportaciones estadounidenses se vean perjudicadas por el cambio de los precios relativos, por lo que cabe esperar que esas deleznables ganancias se diluyan.
El problema es que la creciente probabilidad de una recesión mundial que no estaba en el radar de ningún analista hasta hace un par de meses, ocurrirá en una economía mundial debilitada y con un limitado margen de maniobra de las autoridades económicas de muchos países.
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