Publicado en Ámbito Jurídico, Vol. XVI, No. 374, 22 de julio al 4 de agosto de 2013
Algunas sombrías voces pretenden imponer en la opinión pública ideas apocalípticas sobre las perspectivas de la agricultura colombiana con los acuerdos comerciales que están entrando en vigencia.
Al calor de las situaciones recientes en que los cultivadores de algunos productos han realizado movilizaciones de protesta por la reducción de sus ingresos reales –generados por factores de la coyuntura internacional o por problemas específicos de la producción, como plagas, o alteraciones climáticas–, aparecen oportunistas que tratan de aplicar el famoso adagio: “en río revuelto ganancia de pescadores”.
Esas visiones generan actitudes derrotistas que eventualmente originarían casos de profecías autorrealizadas; pueden por ejemplo, inducir a los empresarios de un sector del agro a desistir de su actividad, en lugar de perseverar y buscar la forma de superar los cuellos de botella que los afectan. Con ello, el país desperdiciaría las oportunidades que tiene no solo por su dotación natural sino por la situación proyectada a nivel mundial para los productos del agro y especialmente para los alimentos.
En el tema de alimentos en el mundo el punto de partida ya es complejo: en siete de los últimos ocho años creció más el consumo que la oferta, y el crecimiento de los rendimientos se viene desacelerando.
La creciente demanda de alimentos no solo proviene de las economías más pobres que no tienen una producción suficiente. También hay economías desarrolladas y emergentes de rápido crecimiento, que registran déficits cada vez mayores en estos productos. China, por ejemplo, importa alrededor de 95 millones de toneladas de alimentos por año; Japón, 42 millones; Alemania, 33 millones; Corea del Sur, 24 millones; Italia, 25 millones; Egipto, 23 millones; y Rusia, cerca de 15 millones.
Para las próximas décadas es posible que esa brecha tienda a ampliarse, por la sostenida dinámica de la demanda y la incierta capacidad de reacción de la oferta. La mayor fuente de demanda provendrá del crecimiento de la población y del crecimiento de las clases medias, a medida que se reduce la pobreza en las economías en desarrollo.
Homi Kharas en un estudio para la OECD (“The emerging middle class in developing countries”) estima que las clases medias en el mundo se incrementarán en más de 3.000 millones de personas entre 2009 y 2030. Este crecimiento repercutirá en una mayor demanda de alimentos, toda vez que la población que sale de la pobreza destina un porcentaje alto de sus ingresos a mejorar la dieta alimenticia.
Según la FAO, para el 2050, mientras la población mundial se incrementará en 34% con relación a la de hoy, la producción de alimentos tendrá que aumentar en un 70%, lo que plantea un reto para la agricultura.
La respuesta de la oferta está en función de mejorar los rendimientos, aumentar la frontera agrícola y contar con buena disponibilidad de agua. Con relación al primero, como ya se enunció, su variación viene siendo cada vez menor, lo cual solo puede ser revertido mediante innovaciones tecnológicas.
Sobre el segundo, estima la FAO que las economías en desarrollo deben crecer en 120 millones de hectáreas las tierras en cultivo y que el 50% de ellas están en siete países: Angola, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, República Democrática del Congo y Sudán.
En el caso de Colombia, es conocido que hay disponibilidad de tierras con vocación agrícola y agroforestal, para duplicar las 4 millones de hectáreas que actualmente están en cultivos y las 10 millones en agroforestal. Esto requiere como complemento la reducción de áreas en ganadería extensiva y su mejora tecnológica para reducir costos, mejorar eficiencia y crecer la oferta.
En agua, el mundo afronta una creciente escasez en varias regiones, bien sea por problemas climáticos o por efectos de la destrucción de páramos, la deforestación y la contaminación de fuentes, lo que restringe la expansión de la producción de alimentos, especialmente mediante sistemas de riego. Según la FAO, “hoy, más de 1.200 millones de personas viven en regiones con escasez de agua y para 2025 serán más de 3.000 millones”.
Según este organismo, los recursos totales de agua en el mundo ascienden a 47.750 km3/año, y la región con mayores recursos es Latinoamérica, con el 30.1%. Colombia se clasifica como el séptimo país del globo en riqueza hídrica.
En este contexto, son claras las potencialidades de aprovechamiento que surgen para Colombia, especialmente en aquellos mercados en los que tiene acceso preferencial permanente. Con un uso adecuado de los recursos, el énfasis en la superación de los problemas sanitarios, la destinación de más recursos a investigación y desarrollo, la superación de los problemas de acopio y distribución, y la incorporación de más valor agregado a los productos, los empresarios del campo, en vez de declararse derrotados, tienen la oportunidad de salir beneficiados, y, con ellos, el país.
Aritmética y diversificación de exportaciones
Publicado en Portafolio el 23 de julio de 2013
Por increíble que parezca, numerosas personas con formación profesional, incluidos algunos analistas económicos, se comieron el cuento de que la concentración de las exportaciones colombianas en los productos mineros es una manifestación más de la desindustrialización del país. Creen que ya no tenemos para exportar sino petróleo y carbón, lo que les demuestra que la industria se está acabando.
Vaya y venga que un ciudadano del común concluya eso cuando le dicen que las exportaciones mineras eran el 46% de las exportaciones totales de Colombia en el 2000 y que en el 2012 fueron el 73%; y que, además, las industriales bajaron su participación del 30% al 16%. Pero no es tan razonable que personas con educación superior y algo de lógica traguen entero.
Lamentablemente esa visión errada ha hecho carrera y al que miran como ‘bicho raro’ es al que disiente de esa forma de ver las cosas. A riesgo de entrar en ese colectivo, trataremos de mostrar otra cara de la moneda.
Partamos de un ejemplo hipotético. La empresa Compu-Orange produce dos productos: naranjas y computadores. Inicialmente el 80% de sus ventas se concentra en el segundo producto. Pero las naranjas se ponen de moda intempestivamente, porque así son las modas. Como esa producción no responde automáticamente a los cambios en la demanda, el precio de las naranjas comienza a subir. Y sube hasta tal punto que las naranjas representan ahora el 70% de las ventas de la empresa, aun cuando el volumen de producción de los computadores no cambió.
¿Podemos concluir que la empresa está abandonando la actividad de los computadores y se está ‘primarizando’? La respuesta es claramente negativa. Hay un fenómeno particular de precios que modificó la composición de las ventas, y nada más.
Veamos ahora el caso de Colombia, comparando los años 2000 y 2012, pero teniendo en cuenta que, a diferencia de Compu-Orange, las cantidades también cambian. Entre esos dos años las exportaciones mineras crecieron en volumen dos veces, mientras que los precios implícitos crecieron 3.6 veces. Así, la diferencia entre las exportaciones de 2000 y las de 2012 se explica en un 28% por aumento en el volumen y en 72% por aumento en los precios.
En ese mismo periodo, las exportaciones industriales (sin agroindustria, porque recogen el impacto de los precios internacionales de los productos básicos) crecieron el volumen 1.7 veces y el precio implícito 1.4 veces. En este caso, los precios explican el 28% del aumento entre los dos años, y el volumen el 72% (lo contrario de lo observado con la minería).
Cabe preguntarse qué hubiera pasado con la composición de las exportaciones si los precios de los mineros se hubieran mantenido constantes en los niveles de 2000; en este caso su participación en las exportaciones totales sería del 43% en 2012, es decir, tres puntos menos. Si mantenemos las industriales con el comportamiento observado, representarían actualmente el 34% del total, es decir, habrían ganado cuatro puntos.
Por lo tanto, no hay tal cuento de la ‘reprimarización’ de la economía o que la composición de las exportaciones es una demostración de la presunta desindustrialización. Los defensores de esas exóticas ideas deberían explicar por qué se mantiene la tendencia ascendente en el volumen exportado si, según ellos, la producción industrial se está deteriorando.
Para la economía colombiana podría plantearse un dilema, por absurdo que parezca: ¿Debería Colombia dejar de exportar petróleo, carbón y los demás mineros, para no ser calificados por los analistas nacionales y extranjeros de ‘primario dependientes’? ¿O aprovechar el auge sin descuidar la producción y las exportaciones de los demás transables?
Desde luego, nadie desconoce los riesgos que implica un auge minero-energético para el resto de la producción transable de la economía. El gobierno los reconoce y por eso adoptó medidas estructurales, como el ahorro de parte de las regalías y la regla fiscal, o coyunturales, como la reducción del endeudamiento externo.
Y con el propósito de preservar y fortalecer la tendencia de las exportaciones industriales, el gobierno fijó una meta de triplicar al 2021 las exportaciones diferentes de las minero-energéticas. Para lograrla, la política industrial, cuya existencia algunos se niegan a aceptar, tiene enfiladas sus baterías a la producción de valor agregado.
Aquellos que critican el alto peso de las minero-energéticas en el total exportado son los mismos que ahora critican al gobierno porque las exportaciones están cayendo; pero no reconocen que la caída de petróleo y las mineras, en valores y en volumen, explican tal resultado, mientras que las industriales siguen creciendo. Ese empecinamiento, deja poco margen para pensar que aceptarán los argumentos aquí presentados… Pero, ahí están.
Por increíble que parezca, numerosas personas con formación profesional, incluidos algunos analistas económicos, se comieron el cuento de que la concentración de las exportaciones colombianas en los productos mineros es una manifestación más de la desindustrialización del país. Creen que ya no tenemos para exportar sino petróleo y carbón, lo que les demuestra que la industria se está acabando.
Vaya y venga que un ciudadano del común concluya eso cuando le dicen que las exportaciones mineras eran el 46% de las exportaciones totales de Colombia en el 2000 y que en el 2012 fueron el 73%; y que, además, las industriales bajaron su participación del 30% al 16%. Pero no es tan razonable que personas con educación superior y algo de lógica traguen entero.
Lamentablemente esa visión errada ha hecho carrera y al que miran como ‘bicho raro’ es al que disiente de esa forma de ver las cosas. A riesgo de entrar en ese colectivo, trataremos de mostrar otra cara de la moneda.
Partamos de un ejemplo hipotético. La empresa Compu-Orange produce dos productos: naranjas y computadores. Inicialmente el 80% de sus ventas se concentra en el segundo producto. Pero las naranjas se ponen de moda intempestivamente, porque así son las modas. Como esa producción no responde automáticamente a los cambios en la demanda, el precio de las naranjas comienza a subir. Y sube hasta tal punto que las naranjas representan ahora el 70% de las ventas de la empresa, aun cuando el volumen de producción de los computadores no cambió.
¿Podemos concluir que la empresa está abandonando la actividad de los computadores y se está ‘primarizando’? La respuesta es claramente negativa. Hay un fenómeno particular de precios que modificó la composición de las ventas, y nada más.
Veamos ahora el caso de Colombia, comparando los años 2000 y 2012, pero teniendo en cuenta que, a diferencia de Compu-Orange, las cantidades también cambian. Entre esos dos años las exportaciones mineras crecieron en volumen dos veces, mientras que los precios implícitos crecieron 3.6 veces. Así, la diferencia entre las exportaciones de 2000 y las de 2012 se explica en un 28% por aumento en el volumen y en 72% por aumento en los precios.
En ese mismo periodo, las exportaciones industriales (sin agroindustria, porque recogen el impacto de los precios internacionales de los productos básicos) crecieron el volumen 1.7 veces y el precio implícito 1.4 veces. En este caso, los precios explican el 28% del aumento entre los dos años, y el volumen el 72% (lo contrario de lo observado con la minería).
Cabe preguntarse qué hubiera pasado con la composición de las exportaciones si los precios de los mineros se hubieran mantenido constantes en los niveles de 2000; en este caso su participación en las exportaciones totales sería del 43% en 2012, es decir, tres puntos menos. Si mantenemos las industriales con el comportamiento observado, representarían actualmente el 34% del total, es decir, habrían ganado cuatro puntos.
Por lo tanto, no hay tal cuento de la ‘reprimarización’ de la economía o que la composición de las exportaciones es una demostración de la presunta desindustrialización. Los defensores de esas exóticas ideas deberían explicar por qué se mantiene la tendencia ascendente en el volumen exportado si, según ellos, la producción industrial se está deteriorando.
Para la economía colombiana podría plantearse un dilema, por absurdo que parezca: ¿Debería Colombia dejar de exportar petróleo, carbón y los demás mineros, para no ser calificados por los analistas nacionales y extranjeros de ‘primario dependientes’? ¿O aprovechar el auge sin descuidar la producción y las exportaciones de los demás transables?
Desde luego, nadie desconoce los riesgos que implica un auge minero-energético para el resto de la producción transable de la economía. El gobierno los reconoce y por eso adoptó medidas estructurales, como el ahorro de parte de las regalías y la regla fiscal, o coyunturales, como la reducción del endeudamiento externo.
Y con el propósito de preservar y fortalecer la tendencia de las exportaciones industriales, el gobierno fijó una meta de triplicar al 2021 las exportaciones diferentes de las minero-energéticas. Para lograrla, la política industrial, cuya existencia algunos se niegan a aceptar, tiene enfiladas sus baterías a la producción de valor agregado.
Aquellos que critican el alto peso de las minero-energéticas en el total exportado son los mismos que ahora critican al gobierno porque las exportaciones están cayendo; pero no reconocen que la caída de petróleo y las mineras, en valores y en volumen, explican tal resultado, mientras que las industriales siguen creciendo. Ese empecinamiento, deja poco margen para pensar que aceptarán los argumentos aquí presentados… Pero, ahí están.
Ocampo y la industria
Publicado en Portafolio el 5 de julio de 2013
Sin duda, José Antonio Ocampo es uno de los economistas más sobresalientes del país, como lo resaltó una encuesta reciente de un periódico nacional y lo evidencia su brillante trayectoria profesional. Con esos antecedentes, sus opiniones en escritos, conferencias y entrevistas suelen tener eco en el país y en América Latina, dependiendo de su temática.
Sus más recientes intervenciones no han dejado de sorprender, especialmente por su visión pesimista sobre el país y por la descalificación que hace del manejo de la política económica.
Si bien es cierto que la política económica por su propia naturaleza nunca deja contentos a todos, las divergencias también surgen de las diversas vertientes de pensamiento económico en su concepción; además aparecen cuando el analista cree que su punto de vista es más razonable y más inteligente que el del gobierno; éste último es el síndrome del director técnico de fútbol que todos llevamos dentro.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que las afirmaciones de Ocampo en la entrevista dejan clara su discrepancia prácticamente con toda la política económica. En el contexto señalado es “normal” que así sea. Sin embargo, hay algunos aspectos que son muy discutibles y la limitación de espacio solo permite hacer referencia a unos pocos.
El entrevistador sintetizó una de las ideas de Ocampo en los siguientes términos: “Ya van tres trimestres de caídas en el crecimiento de la producción industrial, una recesión indiscutible y el peor episodio de 30 años de desindustrialización”.
Sorprendente que Ocampo, que es un distinguido experto en historia económica de Colombia, caiga en una afirmación tan alegre. Sin pretender hacer un ranking de los peores momentos de la industria, cabe recordar que desde el cuarto trimestre de 1980 y hasta el cuarto trimestre de 1982, la dinámica industrial fue negativa: fueron 9 trimestres continuos registrando caídas anuales. Además, en el primer trimestre de 1983 la industria apenas creció 0.2% anual y luego volvió a caer en los dos trimestres siguientes. Y esto ocurrió con el modelo de economía cerrada que tanto añoran algunos analistas del país y no con el actual, que califican de neoliberal, en el que los TLC supuestamente están acabando con la industria nacional.
También habría que mirar las cifras de la crisis de 1998-1999 y las de la crisis mundial de 2008-2009: 6 y 5 trimestres de caídas consecutivas, respectivamente.
Para comparar la magnitud de estos episodios, resulta útil el cambio del peso relativo de la industria en el PIB, medido como la diferencia entre el indicador en el último trimestre de caída y el anterior al comienzo. Esto indica que el primero repercutió en una pérdida de participación de la industria de 2.2 puntos porcentuales, el segundo en 0.9 puntos y el tercero en 1.4 puntos; por contraste en el más reciente la reducción fue de 0.8 puntos.
Adicionalmente, un análisis de la industria colombiana en el periodo reciente queda cojo si no se mira qué está pasando en el mundo. En lo corrido del presente año, el 62% de los 33 países a los que hace seguimiento el MinCIT en sus informes mensuales de industria (disponibles en la web), registró tasas negativas de crecimiento entre enero y marzo; en abril bajó al 40%. Un comportamiento similar se observó en 2012, cuando países como Brasil tuvieron variaciones negativas todos los meses del año. Independientemente del enfoque de la política industrial implementada esto evidencia que el entorno internacional frenó la industria y en varios países ocasionó recesión.
En ese contexto, lo más probable es que las políticas industriales ayudaron a amortiguar los impactos negativos. Aun así, algunos seguirán insistiendo en que es una prueba de los errores de la política o de su ausencia.
Para finalizar, una breve anotación a una afirmación de Ocampo sobre la revaluación del peso, que “ahora se ha corregido porque la Reserva Federal nos ha ayudado un poquito… Ya que el gobierno y el Banco de la República habían hecho tan poco por corregir la revaluación, le agradezco a la FED que esté haciendo el trabajo por nosotros”. Esta frase es una muestra de su buen humor. Ahora le tenemos que dar gracias a la FED por generar la volatilidad de los mercados financieros del mundo, incluyendo las tasas de cambio que se empezaron a depreciar, por anunciar la intención de frenar el chorro de emisión monetaria a que sometieron al mundo en los años recientes; pero, al tiempo, hay que echarle la culpa al gobierno colombiano y a su autoridad monetaria por no controlar la apreciación del tipo de cambio, que en buena medida es consecuencia directa de esa política monetaria flexible de la FED.
Sin duda, José Antonio Ocampo es uno de los economistas más sobresalientes del país, como lo resaltó una encuesta reciente de un periódico nacional y lo evidencia su brillante trayectoria profesional. Con esos antecedentes, sus opiniones en escritos, conferencias y entrevistas suelen tener eco en el país y en América Latina, dependiendo de su temática.
Sus más recientes intervenciones no han dejado de sorprender, especialmente por su visión pesimista sobre el país y por la descalificación que hace del manejo de la política económica.
Si bien es cierto que la política económica por su propia naturaleza nunca deja contentos a todos, las divergencias también surgen de las diversas vertientes de pensamiento económico en su concepción; además aparecen cuando el analista cree que su punto de vista es más razonable y más inteligente que el del gobierno; éste último es el síndrome del director técnico de fútbol que todos llevamos dentro.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que las afirmaciones de Ocampo en la entrevista dejan clara su discrepancia prácticamente con toda la política económica. En el contexto señalado es “normal” que así sea. Sin embargo, hay algunos aspectos que son muy discutibles y la limitación de espacio solo permite hacer referencia a unos pocos.
El entrevistador sintetizó una de las ideas de Ocampo en los siguientes términos: “Ya van tres trimestres de caídas en el crecimiento de la producción industrial, una recesión indiscutible y el peor episodio de 30 años de desindustrialización”.
Sorprendente que Ocampo, que es un distinguido experto en historia económica de Colombia, caiga en una afirmación tan alegre. Sin pretender hacer un ranking de los peores momentos de la industria, cabe recordar que desde el cuarto trimestre de 1980 y hasta el cuarto trimestre de 1982, la dinámica industrial fue negativa: fueron 9 trimestres continuos registrando caídas anuales. Además, en el primer trimestre de 1983 la industria apenas creció 0.2% anual y luego volvió a caer en los dos trimestres siguientes. Y esto ocurrió con el modelo de economía cerrada que tanto añoran algunos analistas del país y no con el actual, que califican de neoliberal, en el que los TLC supuestamente están acabando con la industria nacional.
También habría que mirar las cifras de la crisis de 1998-1999 y las de la crisis mundial de 2008-2009: 6 y 5 trimestres de caídas consecutivas, respectivamente.
Para comparar la magnitud de estos episodios, resulta útil el cambio del peso relativo de la industria en el PIB, medido como la diferencia entre el indicador en el último trimestre de caída y el anterior al comienzo. Esto indica que el primero repercutió en una pérdida de participación de la industria de 2.2 puntos porcentuales, el segundo en 0.9 puntos y el tercero en 1.4 puntos; por contraste en el más reciente la reducción fue de 0.8 puntos.
Adicionalmente, un análisis de la industria colombiana en el periodo reciente queda cojo si no se mira qué está pasando en el mundo. En lo corrido del presente año, el 62% de los 33 países a los que hace seguimiento el MinCIT en sus informes mensuales de industria (disponibles en la web), registró tasas negativas de crecimiento entre enero y marzo; en abril bajó al 40%. Un comportamiento similar se observó en 2012, cuando países como Brasil tuvieron variaciones negativas todos los meses del año. Independientemente del enfoque de la política industrial implementada esto evidencia que el entorno internacional frenó la industria y en varios países ocasionó recesión.
En ese contexto, lo más probable es que las políticas industriales ayudaron a amortiguar los impactos negativos. Aun así, algunos seguirán insistiendo en que es una prueba de los errores de la política o de su ausencia.
Para finalizar, una breve anotación a una afirmación de Ocampo sobre la revaluación del peso, que “ahora se ha corregido porque la Reserva Federal nos ha ayudado un poquito… Ya que el gobierno y el Banco de la República habían hecho tan poco por corregir la revaluación, le agradezco a la FED que esté haciendo el trabajo por nosotros”. Esta frase es una muestra de su buen humor. Ahora le tenemos que dar gracias a la FED por generar la volatilidad de los mercados financieros del mundo, incluyendo las tasas de cambio que se empezaron a depreciar, por anunciar la intención de frenar el chorro de emisión monetaria a que sometieron al mundo en los años recientes; pero, al tiempo, hay que echarle la culpa al gobierno colombiano y a su autoridad monetaria por no controlar la apreciación del tipo de cambio, que en buena medida es consecuencia directa de esa política monetaria flexible de la FED.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)