Publicado en Portafolio el jueves 22 de septiembre de 2022
La economía mundial se complicó de una forma que nadie esperaba y los hacedores de la política económica de muchos países enfrentan grandes dilemas.
En este año coinciden la crisis de la pandemia, la inflación desbordada y la guerra de Ucrania por la invasión rusa; algunos analistas suman a ellas los problemas derivados del cambio climático que se observan en diversas regiones.
Desde 2021 la inflación inició una tendencia alcista que al principio fue interpretada como un fenómeno temporal; solo hacia finales de ese año se empezó a tomar conciencia de que era un problema persistente, por lo que los bancos centrales reaccionaron tardíamente.
El problema se acentuó con la invasión a Ucrania, que ocasionó un choque de oferta de productos agropecuarios, de insumos como abonos y de energía, que indujo una mayor presión al alza de los precios de los productos básicos. Para completar, los brotes de la Covid-19 en China y su política “Cero-Covid” no han permitido la superación de los problemas de operación de las cadenas de suministro.
La respuesta a la escalada inflacionaria ha sido el tradicional aumento de las tasas de interés de política monetaria. Pero esa decisión que luce razonable cuando se mira una economía de forma aislada, en un mundo globalizado tienen unos efectos que inducen nuevos incrementos de las tasas. Como lo destaca Shang Jin Wei, profesor de la Universidad de Columbia, cuando un banco central como la FED incrementa su tasa de interés tiene un efecto de exportación de parte de la inflación a otros países, por la vía de la depreciación de las monedas; para mitigarlo, los bancos centrales de esos países se ven forzados a incrementar sus tasas de intervención en montos superiores a los requeridos (“The Risk of Competitive Interest-Rate Hikes”). El resultado es una espiral de tasas de interés que desacelera el crecimiento de las economías más de lo deseado y aumenta el riesgo de una recesión global.
Una dificultad adicional es que la política fiscal no puede mitigar los impactos de las mayores tasas de interés en el crecimiento, pues la enorme expansión del gasto público para afrontar la pandemia repercutió en aumento del déficit fiscal y del endeudamiento en muchos países. Por eso, a la vez que hay un freno a la demanda por la política monetaria, hay otro por la política de consolidación fiscal.
En este contexto deberían operar acuerdos internacionales para reducir la probabilidad de una innecesaria recesión; el problema es que el mundo está huérfano de líderes y la institucionalidad global está debilitada. Al parecer, estamos frente a un caso de “tragedia de los comunes”.