Publicado en Portafolio el viernes 22 de febrero de 2019
El MinCIT informó en enero que revisó las estadísticas de visitantes del extranjero desde 2011 con el fin de adecuarlas a las recomendaciones de la Organización Mundial de Turismo (OMT).
La revisión implicó dos decisiones: Corregir la distorsión ocasionada por la avalancha de venezolanos y eliminar la estimación de viajeros extranjeros por fronteras, que se venía haciendo desde 2011. Esta última, redujo el número de visitantes del extranjero que ingresaron a Colombia en 30% por año, en promedio. No obstante, el MinCIT no dio las explicaciones técnicas para este drástico recorte; simplemente sugirió que todos estarían clasificados como “personas que cruzan con frecuencia la frontera”. Tal decisión implica que las personas que entran por las fronteras terrestres no son visitantes extranjeros si Migración Colombia no les sella el pasaporte.
Para el caso de las “personas que cruzan con frecuencia la frontera”, la OMT recomienda que “el concepto de entorno habitual se utilice y aplique de un modo coordinado con el país que comparte la frontera”. Se debe aclarar entonces si la eliminación está vinculada a un acuerdo con los países vecinos.
Pero la OMT también reconoce que una parte importante de los visitantes entra por las fronteras terrestres. Es un hecho incontestable: los principales visitantes en numerosos destinos provienen de los países vecinos. En Chile, por ejemplo, en 2018 el 57% entró por carretera y el 69% de ellos fueron argentinos. En España, en promedio el 19% entra por la frontera con Francia.
La OMT recomienda usar encuestas para calcular el número de estos visitantes. España, que carece de puestos de control en la frontera, usa cámaras para contar vehículos y calcular un número de ocupantes; esa estimación se fortalece encuestando a pasajeros de vehículos seleccionados aleatoriamente.
La eliminación de los visitantes por fronteras tiene una implicación que pasó desapercibida. Tanto la OMT como el FMI buscan mejorar y hacer consistentes sus datos de visitantes y de flujos de gasto turístico en la balanza de pagos. En este aspecto el gobierno debe resolver un interrogante: ¿por qué el gasto por visitante en Colombia es muy superior al de Francia, Italia y España? Con la metodología anterior, en 2017 el gasto estimado por visitante a Colombia sería de US$888 y con la nueva US$1.459, mientras que el promedio de esos tres países estaría en US$802. A todas luces, carece de lógica.
Es evidente una fuerte subestimación del número de visitantes. Desde 2011 se trató de compaginar el muestreo fronterizo del Banco de la República para el cálculo de la balanza de pagos, con la estimación de un indicador de los visitantes por las fronteras y el gasto por persona. Eso no es manipulación de cifras, como lo calificó un despistado columnista; por el contrario, buscaba mayor consistencia con un criterio técnico.
Ahora que esa cifra desapareció de un plumazo, sigue la incógnita sobre el número real de visitantes y la sobrestimación de valor del consumo por visitante. Es loable el propósito de mejorar la calidad de las estadísticas del sector de turismo que gana importancia como generador de divisas. Pero hay que tener consistencia en todos los indicadores; esa es una tarea pendiente para el Dane, el Banco de la República, Migración Colombia y el MinCIT.
El trabajo en la cuarta revolución industrial
Publicado en la Revista Fasecolda No. 172, 2018
Uno de los temas de mayor debate actual es el de los probables impactos de la tecnología en el empleo. Dos estudios incitaron la discusión en los años recientes: 1. El libro de Klaus Schwab, “The Fourth Industrial Revolution”, publicado en 2016, en el que acuñó el término de la “cuarta revolución industrial”. 2. El artículo de Carl Frey y Michael Osborn (2013) “The Future of Employment. How Susceptible are Jobs to Computerisation”, en el que estimaron que el 47% de los empleos actuales de Estados Unidos están en riesgo por la automatización y la robotización de la producción.
Los solos títulos denotan la relevancia del tema, por sus enormes implicaciones económicas, políticas y sociales. En ese contexto, fue destacada la participación de Xavier Sala i Martin en la Convención Internacional de Seguros 2018, con el fin de exponer algunas de las múltiples aristas del debate. Él es un connotado economista vinculado al Foro Económico Mundial, del cual es presidente ejecutivo Klaus Schwab.
Este artículo tiene como eje central los apuntes tomados durante la conferencia de Sala i Martin y se complementa con los planteamientos de otros autores. A continuación, se aborda el tópico de las revoluciones industriales y en la siguiente sección sus implicaciones sobre el trabajo. Por último, se presentan algunas reflexiones.
Revoluciones industriales
Desde los primeros tiempos, el hombre ha buscado la forma de reducir el esfuerzo del trabajo en la producción y de aumentar la productividad; lo ejemplifican el arado y el uso de animales de labranza. Pero cabe anotar que a la vez que se alcanzan esos objetivos, se reduce el número de trabajadores necesarios para obtener tal producción.
Esa relación es poco relevante, cuando la introducción de innovaciones se hace de forma gradual, lo que se refleja en pequeñas variaciones de la productividad y los ingresos. Como lo señaló Sala i Martin, durante miles de años el ingreso per cápita promedio en el mundo se mantuvo estable alrededor de los US$500 a pesar de los notables inventos que hizo la humanidad.
Un cambio abrupto en esa tendencia ocurrió con el advenimiento de la revolución industrial desde finales del siglo XVIII. A partir de ella el ingreso per cápita aumentó exponencialmente hasta los niveles de US$9.000 que tenemos hoy en día.
Pero el crecimiento exponencial no ocurrió como resultado de una sola revolución industrial, sino de varias. Ellas se caracterizaron por la introducción de una nueva tecnología, alrededor de la cual se gestaron grandes cambios en la producción, la economía y la sociedad. La primera revolución industrial estuvo asociada a la máquina de vapor; la segunda a la electricidad y el motor de combustión interna; y la tercera a la tecnología digital y los celulares.
Ahora estamos en la cuarta revolución industrial, que Sala i Martin califica como “la madre de todas las revoluciones”. Esto, porque a diferencia de las anteriores, se caracteriza por la confluencia de numerosas tecnologías, cada una con el potencial para producir una revolución industrial: robótica, cloud computing, sensores y redes, big data, digital manufacturing, biología sintética, medicina digital, nanomateriales, on demand technologies, e inteligencia artificial, entre otras.
Hay otros autores que enfatizan en el crecimiento exponencial de la tecnología como el elemento diferenciador de la cuarta revolución industrial. Esa percepción se fundamenta en la Ley de Moore, “según la cual la potencia de los ordenadores se duplica cada dos años” (Ford 2016; p. 13). Esto implica que, a diferencia de lo ocurrido durante la mayor parte de la historia de la humanidad, en la actual revolución la innovación y la productividad crecen a un ritmo cada vez mayor, lo que conlleva la acelerada reducción del número de trabajadores requeridos en las actividades que introducen las innovaciones.
El trabajo y la cuarta revolución
Las revoluciones industriales desplazaron millones de trabajadores. En la primera, las máquinas forzaron a los trabajadores del campo a migrar a las ciudades y se registraron protestas violentas contra la tecnología; es célebre el caso de los luditas, en el que los trabajadores textiles destruyeron los telares que les estaban quitando los empleos (Oppenheimer, 2018; p. 51).
Pero, como bien apunta Sala i Martin, en las revoluciones anteriores las innovaciones daban lugar a la generación de nuevas actividades que absorbían la mano de obra desplazada. Puso el ejemplo de la introducción de los automóviles que destruyó los puestos de trabajo de toda la gente que vivía del caballo; pero los trabajos perdidos fueron más que compensados no solo en la producción sino en la distribución, la conducción, el mantenimiento, la construcción de vías, etcétera. Además, al permitir el rápido desplazamiento de las personas en grandes distancias, facilitó la posterior aparición de actividades nuevas que nadie se podía imaginar, como el turismo masivo y los parques de diversión.
Pero la cuarta revolución plantea interrogantes respecto a la repetición de esas experiencias. Hay autores que piensan que esta vez será diferente porque el cambio exponencial que no da el tiempo para la reconversión de la mano de obra. De ahí han surgido dos grandes tendencias: los tecno-pesimistas y los tecno-optimistas (Pérez-Díaz y Rodríguez, 2016).
Los tecno-pesimistas afirman que la actual revolución industrial es diferente a la ocurrida entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX; creen firmemente que la automatización y robotización genera desempleo que no podrá ser compensado por la creación de nuevas actividades, lo que plantea un futuro oscuro para la población trabajadora afectada.
Los tecno-optimistas, por el contrario, sostienen con igual firmeza que la tecnología siempre genera nuevas actividades que ni siquiera nos podemos imaginar. Lo que tienen que hacer gobiernos y trabajadores es estar preparados para los cambios y re-crearse; entender que el conocimiento y las habilidades requeridas están cambiando rápidamente y que es necesario fortalecer la capacidad de reaccionar.
El principal problema, apunta Sala i Martin, es que en la cuarta revolución, por primera vez en la historia, no se va a sustituir el músculo humano sino el cerebro. La inteligencia artificial amenaza a los abogados, economistas, periodistas y médicos, entre otras profesiones; la pérdida de sus empleos implica décadas de estudio, por lo que la reconversión a otras profesiones no es fácil. Por eso, se está observando el empobrecimiento de las clases medias y, como reacción, el surgimiento de movimientos populistas en el mundo desarrollado.
Reflexiones finales
Sin duda son grandes los interrogantes que abre la cuarta revolución industrial sobre el futuro del empleo; en particular, los gobiernos no saben qué decisiones tomar en previsión a los escenarios probables y en el mercado laboral crece la incertidumbre.
Para diversos analistas, la educación tendrá un papel crucial. Pero en unos casos la recomendación es hacia el fortalecimiento de las áreas relacionadas con la tecnología, mientras que en otros se enfocan en el desarrollo de competencias como la creatividad.
También ha resurgido la idea de la renta básica universal, en la que todas las personas recibirían del Estado un ingreso mensual de subsistencia, independientemente de si es empleado o desempleado. Los problemas de financiación son el principal escollo para esta alternativa.
Quizás se repita la historia de la primera revolución, que a veces se olvida en los análisis. Durante décadas, las personas se vieron sometidas a duras condiciones laborales con remuneraciones pírricas por el exceso de oferta; solo con el tiempo fueron surgiendo nuevas actividades que demandaban mayor conocimiento, empezaron a mejorar los ingresos y surgieron las políticas de protección social (Avent, 2017).
Los gobiernos, los centros de investigación y diferentes organizaciones sociales deberían crear escenarios de discusión orientados a anticipar los cambios y hacer las recomendaciones para reaccionar oportunamente. Hay que enfilar las baterías para que esta vez no sea diferente.
Referencias
Avent, R. (2017). La riqueza de los humanos. El trabajo en el siglo XXI. Editorial Ariel, Barcelona.
Ford, M. (2016). El auge de los robots. La tecnología y la amenaza de un futuro sin empleo. Editorial Paidós, Buenos Aires.
Frey, C. y Osborn, M. (2013). “The Future of Employment. How Susceptible are Jobs to Computerisation”. Martin School, University of Oxford.
Oppenheimer, A. (2018). Sálvese quien pueda. El futuro del trabajo en la era de la automatización. Penguin Random House Grupo Editorial. Bogotá.
Pérez-Díaz, V. y Rodríguez, J.C. (2016). “El futuro del trabajo”. Fundación Rafael del Pino, Madrid.
Schwab, K. (2016). La cuarta revolución industrial. Penguin Random House Grupo Editorial. Bogotá.
Uno de los temas de mayor debate actual es el de los probables impactos de la tecnología en el empleo. Dos estudios incitaron la discusión en los años recientes: 1. El libro de Klaus Schwab, “The Fourth Industrial Revolution”, publicado en 2016, en el que acuñó el término de la “cuarta revolución industrial”. 2. El artículo de Carl Frey y Michael Osborn (2013) “The Future of Employment. How Susceptible are Jobs to Computerisation”, en el que estimaron que el 47% de los empleos actuales de Estados Unidos están en riesgo por la automatización y la robotización de la producción.
Los solos títulos denotan la relevancia del tema, por sus enormes implicaciones económicas, políticas y sociales. En ese contexto, fue destacada la participación de Xavier Sala i Martin en la Convención Internacional de Seguros 2018, con el fin de exponer algunas de las múltiples aristas del debate. Él es un connotado economista vinculado al Foro Económico Mundial, del cual es presidente ejecutivo Klaus Schwab.
Este artículo tiene como eje central los apuntes tomados durante la conferencia de Sala i Martin y se complementa con los planteamientos de otros autores. A continuación, se aborda el tópico de las revoluciones industriales y en la siguiente sección sus implicaciones sobre el trabajo. Por último, se presentan algunas reflexiones.
Revoluciones industriales
Desde los primeros tiempos, el hombre ha buscado la forma de reducir el esfuerzo del trabajo en la producción y de aumentar la productividad; lo ejemplifican el arado y el uso de animales de labranza. Pero cabe anotar que a la vez que se alcanzan esos objetivos, se reduce el número de trabajadores necesarios para obtener tal producción.
Esa relación es poco relevante, cuando la introducción de innovaciones se hace de forma gradual, lo que se refleja en pequeñas variaciones de la productividad y los ingresos. Como lo señaló Sala i Martin, durante miles de años el ingreso per cápita promedio en el mundo se mantuvo estable alrededor de los US$500 a pesar de los notables inventos que hizo la humanidad.
Un cambio abrupto en esa tendencia ocurrió con el advenimiento de la revolución industrial desde finales del siglo XVIII. A partir de ella el ingreso per cápita aumentó exponencialmente hasta los niveles de US$9.000 que tenemos hoy en día.
Pero el crecimiento exponencial no ocurrió como resultado de una sola revolución industrial, sino de varias. Ellas se caracterizaron por la introducción de una nueva tecnología, alrededor de la cual se gestaron grandes cambios en la producción, la economía y la sociedad. La primera revolución industrial estuvo asociada a la máquina de vapor; la segunda a la electricidad y el motor de combustión interna; y la tercera a la tecnología digital y los celulares.
Ahora estamos en la cuarta revolución industrial, que Sala i Martin califica como “la madre de todas las revoluciones”. Esto, porque a diferencia de las anteriores, se caracteriza por la confluencia de numerosas tecnologías, cada una con el potencial para producir una revolución industrial: robótica, cloud computing, sensores y redes, big data, digital manufacturing, biología sintética, medicina digital, nanomateriales, on demand technologies, e inteligencia artificial, entre otras.
Hay otros autores que enfatizan en el crecimiento exponencial de la tecnología como el elemento diferenciador de la cuarta revolución industrial. Esa percepción se fundamenta en la Ley de Moore, “según la cual la potencia de los ordenadores se duplica cada dos años” (Ford 2016; p. 13). Esto implica que, a diferencia de lo ocurrido durante la mayor parte de la historia de la humanidad, en la actual revolución la innovación y la productividad crecen a un ritmo cada vez mayor, lo que conlleva la acelerada reducción del número de trabajadores requeridos en las actividades que introducen las innovaciones.
El trabajo y la cuarta revolución
Las revoluciones industriales desplazaron millones de trabajadores. En la primera, las máquinas forzaron a los trabajadores del campo a migrar a las ciudades y se registraron protestas violentas contra la tecnología; es célebre el caso de los luditas, en el que los trabajadores textiles destruyeron los telares que les estaban quitando los empleos (Oppenheimer, 2018; p. 51).
Pero, como bien apunta Sala i Martin, en las revoluciones anteriores las innovaciones daban lugar a la generación de nuevas actividades que absorbían la mano de obra desplazada. Puso el ejemplo de la introducción de los automóviles que destruyó los puestos de trabajo de toda la gente que vivía del caballo; pero los trabajos perdidos fueron más que compensados no solo en la producción sino en la distribución, la conducción, el mantenimiento, la construcción de vías, etcétera. Además, al permitir el rápido desplazamiento de las personas en grandes distancias, facilitó la posterior aparición de actividades nuevas que nadie se podía imaginar, como el turismo masivo y los parques de diversión.
Pero la cuarta revolución plantea interrogantes respecto a la repetición de esas experiencias. Hay autores que piensan que esta vez será diferente porque el cambio exponencial que no da el tiempo para la reconversión de la mano de obra. De ahí han surgido dos grandes tendencias: los tecno-pesimistas y los tecno-optimistas (Pérez-Díaz y Rodríguez, 2016).
Los tecno-pesimistas afirman que la actual revolución industrial es diferente a la ocurrida entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX; creen firmemente que la automatización y robotización genera desempleo que no podrá ser compensado por la creación de nuevas actividades, lo que plantea un futuro oscuro para la población trabajadora afectada.
Los tecno-optimistas, por el contrario, sostienen con igual firmeza que la tecnología siempre genera nuevas actividades que ni siquiera nos podemos imaginar. Lo que tienen que hacer gobiernos y trabajadores es estar preparados para los cambios y re-crearse; entender que el conocimiento y las habilidades requeridas están cambiando rápidamente y que es necesario fortalecer la capacidad de reaccionar.
El principal problema, apunta Sala i Martin, es que en la cuarta revolución, por primera vez en la historia, no se va a sustituir el músculo humano sino el cerebro. La inteligencia artificial amenaza a los abogados, economistas, periodistas y médicos, entre otras profesiones; la pérdida de sus empleos implica décadas de estudio, por lo que la reconversión a otras profesiones no es fácil. Por eso, se está observando el empobrecimiento de las clases medias y, como reacción, el surgimiento de movimientos populistas en el mundo desarrollado.
Reflexiones finales
Sin duda son grandes los interrogantes que abre la cuarta revolución industrial sobre el futuro del empleo; en particular, los gobiernos no saben qué decisiones tomar en previsión a los escenarios probables y en el mercado laboral crece la incertidumbre.
Para diversos analistas, la educación tendrá un papel crucial. Pero en unos casos la recomendación es hacia el fortalecimiento de las áreas relacionadas con la tecnología, mientras que en otros se enfocan en el desarrollo de competencias como la creatividad.
También ha resurgido la idea de la renta básica universal, en la que todas las personas recibirían del Estado un ingreso mensual de subsistencia, independientemente de si es empleado o desempleado. Los problemas de financiación son el principal escollo para esta alternativa.
Quizás se repita la historia de la primera revolución, que a veces se olvida en los análisis. Durante décadas, las personas se vieron sometidas a duras condiciones laborales con remuneraciones pírricas por el exceso de oferta; solo con el tiempo fueron surgiendo nuevas actividades que demandaban mayor conocimiento, empezaron a mejorar los ingresos y surgieron las políticas de protección social (Avent, 2017).
Los gobiernos, los centros de investigación y diferentes organizaciones sociales deberían crear escenarios de discusión orientados a anticipar los cambios y hacer las recomendaciones para reaccionar oportunamente. Hay que enfilar las baterías para que esta vez no sea diferente.
Referencias
Avent, R. (2017). La riqueza de los humanos. El trabajo en el siglo XXI. Editorial Ariel, Barcelona.
Ford, M. (2016). El auge de los robots. La tecnología y la amenaza de un futuro sin empleo. Editorial Paidós, Buenos Aires.
Frey, C. y Osborn, M. (2013). “The Future of Employment. How Susceptible are Jobs to Computerisation”. Martin School, University of Oxford.
Oppenheimer, A. (2018). Sálvese quien pueda. El futuro del trabajo en la era de la automatización. Penguin Random House Grupo Editorial. Bogotá.
Pérez-Díaz, V. y Rodríguez, J.C. (2016). “El futuro del trabajo”. Fundación Rafael del Pino, Madrid.
Schwab, K. (2016). La cuarta revolución industrial. Penguin Random House Grupo Editorial. Bogotá.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)