Publicado en Portafolio el 19 de enero de 2018
La creciente concentración del ingreso en las economías desarrolladas ha suscitado numerosos debates y es una de las presuntas culpables de las manifestaciones de descontento de las clases medias en Estados Unidos y en Europa.
En Colombia el interés por el tema es esporádico; pero debería ser más relevante, dado que tenemos una de las peores distribuciones del ingreso del mundo. El índice de Gini es el octavo más alto, según el PNUD, y solo nos superan Haití y algunas de las economías africanas más pobres del planeta.
El mundo se sorprendió cuando diversas investigaciones mostraron que en Estados Unidos el 1% superior de la distribución aumentó su participación en el ingreso total del 8.9% en 1973 al 20.0% en 2010 y al 22.0% en 2015. Según Facundo Alvaredo y Juliana Londoño (“Altos ingresos e impuesto de renta en Colombia, 1993-2010”), estamos en las mismas, pues ese grupo captó el 20.4% del ingreso colombiano en 2010.
De forma complementaria, con base en el Índice de Multimillonarios de Bloomberg, el diario alemán Welt am Sonntag calculó que en 2017 la fortuna de las cinco personas más adineradas de Estados Unidos (Bezos, Gates, Buffet, Zuckerberg y Page), que están entre los 10 más ricos del mundo, equivale al 2.1% del PIB. Por contraste, los tres con mayor riqueza en Colombia (puestos 77, 107 y 450 en el índice) representan el 11.3% del PIB, es decir, 5.4 veces más que los cinco estadounidenses; esa concentración es mayor que la de nuestros principales socios latinoamericanos: Chile el 9.3%, México el 7.9% y Perú el 2.9%.
Aun cuando estos indicadores reflejan la magnitud del problema en Colombia, no parece que estemos dispuestos a solucionarlo, pues ni se aprovechan las oportunidades del crecimiento y ni se toman las decisiones de política económica para mejorar la distribución del ingreso.
El reciente auge de crecimiento sirvió a la mayoría de las economías de Latinoamérica para mejorar la distribución del ingreso, pero Colombia lo aprovechó en menor medida. Según la Cepal, el Gini de la región se redujo en 13.2% entre 2002 y 2016, mientras que el colombiano lo hizo en 8.2%. Además, según Alvaredo y Londoño la participación del 1% superior de la distribución se mantiene estable.
La reforma tributaria aprobada en 2016 fue una oportunidad desperdiciada. Muy pocas exenciones se eliminaron y el gravamen sobre los dividendos se quedó a la mitad del camino de lo propuesto por la Comisión de Expertos. Esto impidió mejorar la capacidad redistributiva de la política fiscal.
Tampoco se logró avanzar en la aprobación de una ley para racionalizar la asignación de los subsidios y el ambiente para tramitar una reforma pensional que elimine los regresivos subsidios a las pensiones altas luce poco favorable.
Ante este panorama, todos los ciudadanos, en especial los candidatos a la presidencia, deberíamos tener presente la sentencia de François Bourguignon en su libro La globalización de la desigualdad (2017): “Demasiada desigualdad puede conducir indirectamente a grandes daños económicos a través de la política. En efecto, las tensiones sociales, la inestabilidad política, los gobiernos populistas o simplemente las decisiones populistas que surgen de la percepción pública de una desigualdad excesiva son potencialmente perjudiciales para la economía”.
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