Publicado en Ámbito Jurídico No. 378, el 16 de septiembre de 2013
No me refiero al famoso vals de Jorge Villamil, sino al término utilizado en comercio internacional para describir el bloque de economías en desarrollo. La contraparte es el Norte, que comprende el conjunto de economías desarrolladas.
¿Por qué hablar del Sur? Porque está en ebullición; viene cambiando a gran velocidad y esa tendencia se consolidará en las próximas décadas. Y porque los empresarios, los políticos, los académicos y, en general, los ciudadanos de un país como Colombia, que es parte de ese bloque, deben conocer para dónde va el Sur, con el fin de identificar los efectos, las amenazas y las oportunidades que conlleva ese proceso.
Entre 1970 y comienzos de los 2000, el Sur representaba alrededor del 20% del PIB mundial. Pero en los años siguientes la participación se disparó hasta el 34%; esto es, en menos de 10 años su peso relativo en la economía global se incrementó en 14 puntos.
De entrada, hay que decir que el motor de esos cambios del Sur está en Asia. La notable dinámica de economías como China, Corea e India, explican la mayor parte del incremento y lo seguirán explicando. Así se deduce de un documento reciente del BBVA, según el cual, en la actual década (2012-2022), el 56.4% del crecimiento del PIB mundial será explicado por las economías de Asia, excluyendo a Japón.
Otro cambio que se avecina es el del peso relativo del Sur en el comercio mundial. Tradicionalmente el mayor porcentaje del comercio mundial correspondía a los flujos Norte-Norte; pero su participación, que a mediados de los años ochenta representaba el 65% del total, viene declinando y se espera que hacia el 2018 sea superada por los flujos de comercio Sur-Sur.
La consecuencia más significativa del mayor crecimiento ha sido la reducción de la pobreza y el aumento de las clases medias en el Sur. Se espera que estos dos comportamientos se mantengan en las próximas décadas y, de nuevo, con especial concentración en Asia. Un estudio de Homi Kharas para la OECD (“The emerging middle class in developing countries”) estima que en el 2030 el 66% de la población de clase media en el mundo, estará en Asia Pacífico; en América Latina, si bien el número absoluto de personas en este nivel de ingresos pasará de 181 a 313 millones, su participación en el total de la clase media se reducirá de 10% a 6%.
Son evidentes los impactos que el aumento de la clase media tendrá en la demanda global de productos como los alimentos (en una región que ya es deficitaria), en bienes de consumo duradero y en servicios como la educación, la salud y el turismo.
La provisión de estos bienes y servicios se dará en un entorno de menores obstáculos al comercio, como se deriva de la actual tendencia a la negociación de mega-acuerdos.
Los tradicionales TLC están dando paso a la integración de diversos acuerdos regionales, que implicarán la convergencia de disciplinas comerciales. Lo interesante es que en varios de ellos solo participan economías asiáticas, como en el caso del que están negociando Japón, China y Corea o del Regional Comprehensive Economic Partnership, entre 16 países de Asia y Oceanía.
Hay otros en los que se mezclan diversas regiones del Sur con el Norte, como el Trans-Pacific Partnership, con 11 países, y del cual hacen parte México, Perú y Chile. Hay uno del Norte (TLC Unión Europea – Estados Unidos) y uno de América Latina: La Alianza del Pacífico, que la integran Chile, Colombia, México y Perú, y cuenta con 19 países observadores tanto del Sur como del Norte.
Estos mega-acuerdos serán en poco tiempo el canal básico para la inserción en las cadenas globales de valor y el fortalecimiento del comercio intraindustrial.
¿Qué implicaciones tiene esto para Colombia? Que hay que moverse y aprovechar las ventajas de estar en el Sur. Se debe seguir fortaleciendo la inserción en la economía global, impulsar la vinculación de las empresas en las cadenas globales de valor y aumentar el comercio intraindustrial con la región; esto es vital para acelerar el desarrollo de la industria nacional y del sector de servicios.
Finalmente, la Alianza del Pacífico, como mega-acuerdo, es el vehículo para fortalecer las relaciones con Asia y con los otro mega-acuerdos. También hará posible el aprovechamiento de todo el potencial de demanda de bienes alimenticios de valor agregado.
Lo que no puede hacer Colombia frente a este creciente protagonismo del Sur es adoptar la estrategia del avestruz que quieren forzar algunos sectores promotores de paros. No es demandando políticas proteccionistas y generando miedos infundados frente a los TLC como saldremos del atraso. Esa sería la mejor opción para terminar desplumados y quedarnos del tren del desarrollo.
El TLC con los Estados Unidos y el paro agrario
Publicado en Portafolio el 2 de septiembre de 2013
Achacar al TLC con EEUU, y en general a los acuerdos comerciales, la responsabilidad en la situación del campo que llevó al paro, produce risa y tristeza simultáneamente.
Risa por el oso que hacen quienes, con fines oportunistas, no dudan en repetir cuanto eslogan de crítica van escuchando, sin hacer el menor esfuerzo por verificar los argumentos que lo sustentan. Tristeza, porque reflejan su escasa reflexión sobre los problemas del país; echar culpas por el simple hecho de no compartir la política comercial, desorienta a la ciudadanía, no contribuye a mejorar los diagnósticos y sataniza los instrumentos de política.
El burgomaestre Petro en su tweeter se declara profeta: “Le dije a Uribe que no firmara TLC con EEUU porque iba a destruir el campo de los campesinos”.
El senador Robledo con su palmario pesimismo sentencia: “a punta de TLC aumentan las importaciones y disminuyen las exportaciones, arruinan a los productores y concentran aún más la propiedad de la tierra, a costa del campesinado y de los empresarios pequeños y medianos”.
Y Daniel Samper pretende darle un golpe de gracia al TLC con Estados Unidos, con cifras que no se toma la molestia de poner en contexto: “en el primer año del TLC se dispararon las importaciones agrícolas: la soya subió 467 por ciento, los lácteos, 214, la carne de cerdo, 66, el trigo, 15…”.
Para Estados Unidos el de Colombia no es el primer TLC que firma; además del nuestro tiene vigentes otros 20. La evidencia empírica muestra que en ningún caso ni el campo ni los campesinos se han arruinado; en todos los países el valor agregado agropecuario siguió creciendo; igual pasó con la productividad en el agro; y la balanza comercial agropecuaria ha mantenido su signo y en varios países ha crecido el superávit.
Aun cuando en nuestro medio hay analistas que han hecho eco de supuestas tragedias, como la quiebra de los ganaderos de México, nunca ha aparecido la fuente de tal información.
Como uno de los objetivos de los acuerdos comerciales es crecer el comercio, es normal que aumenten tanto las exportaciones como las importaciones. Estas últimas no tienen que repercutir en la estabilidad de la producción nacional, salvo en los casos teóricos de sustitución de la producción ineficiente de un país por la más eficiente del otro; en tal situación es evidente que habrá una mejora del bienestar de la población, que tendrá acceso a productos de mejor calidad por menor precio.
Pero no es eso lo que está ocurriendo actualmente con las importaciones agropecuarias del país, lo que desvirtúa el argumento de los críticos. El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo ha mostrado que las importaciones de leche en 2012 representan el 3% de la producción nacional y equivalen a 10 días de consumo; y las importaciones de papa en ese año son menos del 1% de la producción y 2.4 días de producción. ¿Estas cifras ponen en riesgo la producción nacional? Dudoso.
Los críticos no han caído en cuenta que sus opiniones sobre los presuntos impactos negativos de los TLC, y en general del comercio internacional, en el campo coinciden con un periodo en el que las importaciones de productos agropecuarios están cayendo. En efecto en el primer semestre de 2013 estas importaciones fueron inferiores en 6.5% a las del primer semestre de 2012, al pasar de 5.0 a 4.6 millones de toneladas.
Pero como las provenientes de Estados Unidos crecieron 94.8% en el mismo periodo, concluyen que nos están inundando. Aparentemente tienen razón quienes eso deducen; pero la realidad es que las importaciones de productos agropecuarios desde ese país cayeron de 1.2 millones a 499 mil toneladas entre el primer semestre de 2011 y el primero de 2012, porque la demora en la vigencia del TLC repercutió en el desplazamiento por parte de otros países con los que ya teníamos acuerdo comercial vigente. El primer semestre de 2013 muestra la recuperación parcial del terreno perdido, al llegar a un monto de 971 mil toneladas.
Un examen detallado de los productos importados desde ese país indica que la variación absoluta anual en el primer semestre fue de 473 mil toneladas y que ella es explicada casi totalmente por cinco productos: tortas de soya, trigo, frijol soya, aceite de soya y lácteos. En todos estos casos las importaciones totales de Colombia registraron variaciones negativas.
En síntesis, toca que los críticos de los TLC busquen otros argumentos; mientras tanto, hay que descontaminar la discusión para llegar a las causas objetivas de la situación del campo y de ahí a las mejores soluciones.
Variación absoluta de las importaciones de productos agropecuarios desde EEUU y el mundo entre el primer semestre de 2012 y el primer semestre de 2013 (miles de toneladas)
Fuente: Dane; cálculos del autor
Achacar al TLC con EEUU, y en general a los acuerdos comerciales, la responsabilidad en la situación del campo que llevó al paro, produce risa y tristeza simultáneamente.
Risa por el oso que hacen quienes, con fines oportunistas, no dudan en repetir cuanto eslogan de crítica van escuchando, sin hacer el menor esfuerzo por verificar los argumentos que lo sustentan. Tristeza, porque reflejan su escasa reflexión sobre los problemas del país; echar culpas por el simple hecho de no compartir la política comercial, desorienta a la ciudadanía, no contribuye a mejorar los diagnósticos y sataniza los instrumentos de política.
El burgomaestre Petro en su tweeter se declara profeta: “Le dije a Uribe que no firmara TLC con EEUU porque iba a destruir el campo de los campesinos”.
El senador Robledo con su palmario pesimismo sentencia: “a punta de TLC aumentan las importaciones y disminuyen las exportaciones, arruinan a los productores y concentran aún más la propiedad de la tierra, a costa del campesinado y de los empresarios pequeños y medianos”.
Y Daniel Samper pretende darle un golpe de gracia al TLC con Estados Unidos, con cifras que no se toma la molestia de poner en contexto: “en el primer año del TLC se dispararon las importaciones agrícolas: la soya subió 467 por ciento, los lácteos, 214, la carne de cerdo, 66, el trigo, 15…”.
Para Estados Unidos el de Colombia no es el primer TLC que firma; además del nuestro tiene vigentes otros 20. La evidencia empírica muestra que en ningún caso ni el campo ni los campesinos se han arruinado; en todos los países el valor agregado agropecuario siguió creciendo; igual pasó con la productividad en el agro; y la balanza comercial agropecuaria ha mantenido su signo y en varios países ha crecido el superávit.
Aun cuando en nuestro medio hay analistas que han hecho eco de supuestas tragedias, como la quiebra de los ganaderos de México, nunca ha aparecido la fuente de tal información.
Como uno de los objetivos de los acuerdos comerciales es crecer el comercio, es normal que aumenten tanto las exportaciones como las importaciones. Estas últimas no tienen que repercutir en la estabilidad de la producción nacional, salvo en los casos teóricos de sustitución de la producción ineficiente de un país por la más eficiente del otro; en tal situación es evidente que habrá una mejora del bienestar de la población, que tendrá acceso a productos de mejor calidad por menor precio.
Pero no es eso lo que está ocurriendo actualmente con las importaciones agropecuarias del país, lo que desvirtúa el argumento de los críticos. El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo ha mostrado que las importaciones de leche en 2012 representan el 3% de la producción nacional y equivalen a 10 días de consumo; y las importaciones de papa en ese año son menos del 1% de la producción y 2.4 días de producción. ¿Estas cifras ponen en riesgo la producción nacional? Dudoso.
Los críticos no han caído en cuenta que sus opiniones sobre los presuntos impactos negativos de los TLC, y en general del comercio internacional, en el campo coinciden con un periodo en el que las importaciones de productos agropecuarios están cayendo. En efecto en el primer semestre de 2013 estas importaciones fueron inferiores en 6.5% a las del primer semestre de 2012, al pasar de 5.0 a 4.6 millones de toneladas.
Pero como las provenientes de Estados Unidos crecieron 94.8% en el mismo periodo, concluyen que nos están inundando. Aparentemente tienen razón quienes eso deducen; pero la realidad es que las importaciones de productos agropecuarios desde ese país cayeron de 1.2 millones a 499 mil toneladas entre el primer semestre de 2011 y el primero de 2012, porque la demora en la vigencia del TLC repercutió en el desplazamiento por parte de otros países con los que ya teníamos acuerdo comercial vigente. El primer semestre de 2013 muestra la recuperación parcial del terreno perdido, al llegar a un monto de 971 mil toneladas.
Un examen detallado de los productos importados desde ese país indica que la variación absoluta anual en el primer semestre fue de 473 mil toneladas y que ella es explicada casi totalmente por cinco productos: tortas de soya, trigo, frijol soya, aceite de soya y lácteos. En todos estos casos las importaciones totales de Colombia registraron variaciones negativas.
En síntesis, toca que los críticos de los TLC busquen otros argumentos; mientras tanto, hay que descontaminar la discusión para llegar a las causas objetivas de la situación del campo y de ahí a las mejores soluciones.
Variación absoluta de las importaciones de productos agropecuarios desde EEUU y el mundo entre el primer semestre de 2012 y el primer semestre de 2013 (miles de toneladas)
Fuente: Dane; cálculos del autor
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