Publicado en Ámbito Jurídico Año XVI, No. 370 del 27 de mayo al 9 de junio de 2013
En un debate reciente en el Senado de la República sobre “Seguridad alimentaria y el sector lechero”, el senador Robledo defendió su conocida posición sobre la soberanía alimentaria, opuesta al concepto de seguridad alimentaria, conceptualizado por la FAO y adoptado por la mayor parte de países del mundo.
Esa posición es coherente con sus ideas sobre el comercio internacional de alimentos: el país “debe hacer esfuerzos por producir sus propios alimentos”, porque, de no hacerlo, “quedamos sometidos al chantaje extorsivo que nos quiera hacer el país o la trasnacional a la que haya que comprarle la comida”. En cambio, “la visión del libre comercio, del neoliberalismo, es que no importa en qué país del mundo se produzca la comida mientras yo tenga dónde comprarla”.
La realidad del mundo muestra que la soberanía alimentaria es una utopía. Todos los países exportan y/o importan alimentos en mayor o en menor medida porque el comercio internacional permite el acceso a una amplia variedad de alimentos y es un canal para reducir los problemas de hambre en las economías en desarrollo.
Para la muestra un botón. En 2010 China importó 92 millones de toneladas de alimentos: ¡casi cuatro veces la producción agropecuaria total de Colombia! Entre ellas, 57 millones de toneladas de soya, 6 millones de maíz, 6 millones de aceite de palma, 690 mil toneladas de carne de pollo y 355 mil de leche en polvo. Y no solo eso. Pasó de ser una economía superavitaria en alimentos a una con un creciente déficit, que llegó a US$20 mil millones en 2011; puesto que la producción local no es suficiente, mediante el mercado internacional pueden atender la mayor demanda de nutrientes de los millones de los chinos que están saliendo de la pobreza.
China no es el único botón: en 2010 Alemania importó 31 millones de toneladas en alimentos; Italia 24 millones de toneladas; Japón 43 millones; Corea del Sur 24 millones; y Egipto 24 millones.
No se conocen, al menos en la historia contemporánea, situaciones de chantaje como las sugeridas por el Senador. En cambio sí son notables los casos de hambrunas en economías comunistas defensoras de la autarquía y, en la práctica, del concepto de soberanía alimentaria (aun cuando este fue acuñado en 1996): Los tres de la Unión Soviética: en 1921-1922 con más de un millón de muertos, en 1932-1933 con estimativos entre 6 y 8 millones de muertos, y en 1946-1947 con más de 500 mil muertos; el de China a finales de los años cincuenta en la que murieron más de 20 millones de personas; y los dos de Corea del Norte: uno de 1994 a 1998 en el que se estima que murieron entre 500 mil y 3.5 millones de personas y otro que ocurre actualmente y se desconoce el número de víctimas.
Estas hambrunas ponen en evidencia que la soberanía alimentaria, que el Senador Robledo considera una garantía de abastecimiento de alimentos, no está exenta de riesgos frente a los desastres naturales o a las decisiones erradas de las autoridades económicas o a las veleidades y vanidades políticas de quienes detentan el poder de forma despótica, y prefieren dejar morir de hambre a sus compatriotas antes que reconocer con humildad que tienen un problema de abastecimiento de alimentos y que necesitan del resto del mundo.
Tal vez por las claras lecciones de esos episodios, los propulsores de la soberanía alimentaria reconocieron, en una cumbre en La Habana en 2001, que ese concepto no significa aislamiento de las corrientes del comercio internacional. En la Declaración Final del Foro sobre Soberanía Alimentaria concluyen: “…La soberanía alimentaria no significa autarquía, autosuficiencia plena o la desaparición del comercio agroalimentario y pesquero internacional”.
En el caso de Colombia, nadie es tan miope para pensar en dedicarse exclusivamente a la exportación de petróleo y carbón, e importar todos los alimentos necesarios. Con la dotación de recursos que tiene el país, lo absurdo es no capitalizar su potencial de producción agropecuaria, en particular cuando hay una creciente demanda de alimentos en numerosos países desarrollados y subdesarrollados. Es crucial fortalecer el trabajo del gobierno y el sector privado para mejorar la productividad y superar los cuellos de botella de infraestructura y sanitarios que aquejan nuestra producción; lo que no podemos es quedarnos en los lamentos por las “barreras sanitarias” o soñar con el relajamiento de los estándares de los demás países para poderles exportar.
Pero tampoco tenemos que producir todos los alimentos. Desde hace décadas (o siglos), está comprobado, por ejemplo, que Colombia no es eficiente en la producción de productos como el trigo y la cebada. Insistir en su producción no deja de ser otra utopía, conducente a una mala asignación de los recursos.
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