Publicado en Ámbito Jurídico, Año XVI, No. 366, 25 de marzo al 14 de abril de 2013
Dicen que a un consagrado escritor –posiblemente Ítalo Calvino, Jorge Luis Borges o Ernst Hemingway– le preguntaron qué son los autores clásicos; su respuesta fue: “los clásicos son unos escritores muy famosos de los que todo el mundo habla pero nadie lee”.
Algo similar está ocurriendo con los TLC en Colombia. No hay día en que no se mencionen en los diarios, la radio y la televisión, las revistas de diversa índole, las conversaciones informales y muchos foros gremiales y académicos. Un amplio porcentaje de los colombianos nos formamos ideas y opiniones sobre los tratados comerciales a partir de estas fuentes.
Pero cuando en la mayoría de ellas se pregunta quién ha leído un TLC, generalmente se producen “silencios embarazosos”. Si eso es así, surge el interrogante sobre cómo formamos nuestras opiniones sobre los tratados comerciales y qué tan bien sustentadas están.
Pareciera que las formamos bajo el supuesto de que quienes hacen las afirmaciones en las diversas fuentes han leído y analizado juiciosamente los tratados. Pero si no lo han hecho, como en muchas ocasiones es evidente, estaremos cayendo en la práctica del teléfono roto, aquel juego infantil en el que se empieza a transmitir un mensaje oral de una persona a otra y al final de la cadena se comprueba que se ha distorsionado, por sencillo que sea.
El problema es que ese teléfono roto, aplicado a temas como los TLC es muy perjudicial. Hace que los ciudadanos se creen falsas ideas tanto sobre las bondades como sobre los riesgos que ellos implican. Lo grave es que parte de esa cadena del teléfono roto la integran formadores de opinión con gran influencia en numerosos lectores.
En un caso reciente, Daniel Samper Pizano, prestigioso columnista, hacía un contraste entre la vieja expresión popular “quién pidió pollo” –con la cual se sentenciaba décadas atrás que era un plato de las élites–, y la realidad actual en la que la carne de pollo está al alcance de la mayor parte de los colombianos. Luego, en dos párrafos se despachó contra el TLC de Colombia con EE.UU.
El autor usa la reminiscencia de la mencionada expresión popular para afirmar que ella volverá a ser vigente porque el TLC presuntamente acabará con la avicultura colombiana. ¿Cómo lo demuestra? Da la cifra de importaciones de “gallinas jubiladas” en enero de 2013 (22.672 kilos) y cita de otro artículo de prensa el monto esperado de las importaciones de cuartos traseros para este año: “2.06 millones de kilogramos”; con esos elementos saca su tajante conclusión: “Nos aguarda una avalancha”.
El columnista incurre en el error de retransmitir un mensaje que ya fue mal emitido por el medio del cual tomó el dato. El contingente o cupo de importaciones de cuartos traseros este año no es “2.06 millones de kilos”, sino 28.1 millones; y si con la primera cifra vaticinó una avalancha, ¿qué apocalíptica conclusión habría sacado con la segunda, que es la del texto del TLC?
Afirmar, ´sin ton ni son´, que por “culpa” del TLC las importaciones de cuartos traseros de pollo desde EE.UU. serán de 28.1 millones de kilos, puede generar temor. Pero si se indica que ese volumen equivale al 2.5% de la producción anual de pollo en Colombia, la interpretación es otra.
Una información balanceada sobre la negociación del pollo en este TLC debería indicar como mínimo: 1. Que el arancel aplicado para las importaciones por fuera del contingente es de 164.4% para los cuartos traseros refrigerados y 70.0% para los condimentados. 2. Que esos aranceles se mantienen iguales para los primeros 5 años en el caso de los refrigerados y de 10 años en el caso de los condimentados; solo después de esos plazos comienza su reducción. 3. Que el plazo total para eliminar los aranceles es de 18 años. 4. Que los contingentes de importación de cada año se negociaron de forma que no pongan en riesgo la producción nacional durante el periodo de desgravación; aun suponiendo que la producción no crezca, en el año 17, las 50.645 toneladas asignadas representarían menos del 5% de la producción nacional. Hay varios elementos adicionales, pero estos serían suficientes para brindar al lector una información de mayor calidad.
Quienes se proclaman como voceros, generadores de opinión, analistas, docentes y conferencistas tienen una seria responsabilidad. En el caso que nos ocupa, tienen la obligación de acudir a las fuentes primarias (es decir, los textos oficiales de los TLC), a las secundarias con alta credibilidad técnica, y sopesar las posiciones antagónicas; así, sus opiniones contribuirán realmente con rigurosos argumentos a cuestionar o a elogiar las decisiones económicas de trascendencia nacional y a orientar a la ciudadanía. En caso contrario, seguirán jugando al teléfono roto.
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