Publicado en el diario La República el jueves 26 de mayo de 2011.
El fantasma de la inflación recorre nuevamente el mundo, como lo indican los precios internacionales de los alimentos y otros productos primarios. El índice FAO de precios de los alimentos de abril de 2011 creció el 36.5% anual, debido a los altos incrementos de los cereales (71.2% anual), los aceites (49.4%) y el azúcar (49.0%).
Pese a que la economía mundial no ha tenido una recuperación plena, el dinamismo de la demanda de las economías emergentes, sumado a situaciones climáticas adversas, explica la presión alcista de los precios de los productos básicos. Si bien los precios de los hidrocarburos y otros minerales no han alcanzado los niveles récord de 2008, los alimentos ya los superaron.
Entre 2007 y 2008 los altos precios de los productos básicos generaron presiones inflacionarias en numerosos países; pero las características del actual aumento, más concentrado en alimentos, han planteado un debate con relación a su impacto en la inflación.
Mientras el nobel de economía Paul Krugman afirma que el efecto de los crecientes precios de los alimentos en la inflación es marginal, el también nobel Gary Becker opina lo contrario. El primero expresó en un blog que “aún si la reciente alza de los precios de los productos básicos es permanente, esto llevará únicamente a un salto temporal en la inflación”; por eso aboga para que la Reserva Federal no endurezca la política monetaria.
En cambio, para Becker el impacto puede ser grande, dependiendo del peso que tengan los alimentos en la canasta de consumo y afectaría especialmente a los más pobres: “Si las familias gastan el 40% de sus ingresos en alimentos y se produjera un aumento del 30% en sus precios, sus ingresos tendrían que aumentar en 12% para que puedan mantener el mismo nivel de consumo. En contraste, una familia que gasta el 15% de sus ingresos en comida, necesitaría solamente un aumento en sus ingresos del 4.5% para mantener su nivel de consumo”.
La experiencia de 2007-2008 mostró que la subida de precios de los alimentos tiene profundas repercusiones no sólo en el bienestar social sino en el comercio mundial. En ese periodo se observaron disturbios en las economías con mayores problemas de abastecimiento; las economías exportadoras de alimentos impusieron barreras a la libre exportación, mientras las importadoras las eliminaron y crecieron su demanda para recomponer inventarios y evitar o controlar el descontento social; también hubo casos en los que impusieron controles a los precios al consumidor o dieron subsidios con el loable propósito de evitar el deterioro de la dieta de los más pobres.
Como señala Becker, estas acciones distorsionan más el mercado, afectan negativamente a los campesinos y a los importadores netos de alimentos y los subsidios, si no están bien focalizados, terminan beneficiando el consumo de los más ricos.
¿Se repetirán estos hechos? Probablemente sí. Autores, como Richard Posner, dicen que la reciente ola de inconformismo y de disturbios en los países árabes, en parte se relaciona con los precios de los alimentos: “los manifestantes que tumbaron los gobiernos de Túnez y Egipto, se quejaban desenfrenadamente por el creciente aumento del precio de la comida”. Y la OMC reporta en lo corrido del año un incremento de las medidas que restringen las exportaciones de alimentos.
El episodio anterior mostró una gran debilidad de Colombia, pues su mentado potencial agropecuario no mostró una capacidad de respuesta para aprovechar la coyuntura. El Banco de la República está elevando las tasas de interés para moderar la demanda, pero el agro debe responder con una oferta adecuada para el mercado interno y para el internacional. ¿Podrá hacerlo ahora que la agricultura está llamada a ser una de las locomotoras de la economía?
Importación de productos “nacionales”
Artículo publicado en el diario La República, el jueves 12 de mayo de 2011
En la discusión sobre la política industrial, alguien planteó que hay empresas colombianas que están importando los productos que ellas mismas fabrican en otros países. Califica esto como un hecho nocivo para la economía, porque es consecuencia de problemas de estabilidad en las reglas de juego, de formación de capital humano y de estímulos a la productividad.
Esa posición, desconoce las decisiones gubernamentales que están mejorando el entorno de los negocios, justamente con el fin de contar con unas reglas de juego claras y estables que incentiven las decisiones de inversión; a tal fin están orientados los TLC, los acuerdos de inversión y los contratos de estabilidad jurídica. Con relación al capital humano, se fortaleció el papel del Sena y, en general, la formación de tecnólogos; se está proponiendo una reforma educativa que busca una mayor interrelación entre la academia y el sector privado; se está impulsando el bilingüismo; y programas como el de transformación productiva permiten detectar las necesidades laborales específicas de los futuros sectores de clase mundial. Adicionalmente, hace unos pocos meses fue sancionada una ley orientada a incrementar el empleo formal como base para el crecimiento de la productividad del país.
Como contraposición al punto de vista mencionado, cabe aventurar dos hipótesis explicativas: el nivel de aranceles de Colombia y las tendencias de la globalización.
Aun cuando una de las justificaciones de la reforma arancelaria de finales del año pasado fue reducir las desventajas competitivas que la estructura de los aranceles estaba ocasionando, hay sectores productivos y de opinión que no aceptan o no entienden el argumento.
Los altos aranceles que tiene Colombia (puesto 101 entre 135 en el WEF antes de la reforma), incrementan los costos de producción de los empresarios, porque los bienes de capital y las materias primas cuestan más que en otros países competidores.
El punto se puede ilustrar tomando como ejemplo el trigo. Colombia, que importa el 97% del consumo aparente de este producto, le imponía un arancel del 15% (con la reforma quedó en 10%), mientras que en Perú lo importan con arancel cero desde Estados Unidos, por el TLC. Como consecuencia, los empresarios colombianos tienen una desventaja en los costos de fabricación de pastas alimenticias y otros bienes de consumo. ¿En esas condiciones, no resulta razonable que un empresario nacional se sienta tentado a mover parte de su producción al vecindario y luego traer el producto terminado con arancel cero? ¿Y si se eliminaran las diferencias no desaparecería la tentación?
La otra hipótesis hace referencia a la fragmentación geográfica de los procesos de producción en la economía globalizada. Es creciente el número de bienes y servicios que pierden su nacionalidad y las empresas tienden a especializarse en partes de un todo; y ellas se fabrican en las regiones del globo en las que exista ventaja comparativa o en las que los costos de producción sean menores. Automóviles, computadores, celulares y otros productos de alta tecnología son ejemplos de productos globalizados; pero también lo son las confecciones, el calzado, entre otros.
Los empresarios que han entendido este fenómeno saben que no pueden seguir fabricando la totalidad de los productos bajo un mismo techo (¿país?), que tienen que especializarse en lo que puedan ser realmente competitivos, aprovechar las ventajas comparativas de cada país e insertarse en las cadenas globales de valor.
En este contexto, la preocupación debe ser cómo acelerar el desarrollo de sectores de clase mundial, vincularse a las cadenas globales de valor, y atraer más empresas que realicen partes de sus procesos de producción en Colombia.
En la discusión sobre la política industrial, alguien planteó que hay empresas colombianas que están importando los productos que ellas mismas fabrican en otros países. Califica esto como un hecho nocivo para la economía, porque es consecuencia de problemas de estabilidad en las reglas de juego, de formación de capital humano y de estímulos a la productividad.
Esa posición, desconoce las decisiones gubernamentales que están mejorando el entorno de los negocios, justamente con el fin de contar con unas reglas de juego claras y estables que incentiven las decisiones de inversión; a tal fin están orientados los TLC, los acuerdos de inversión y los contratos de estabilidad jurídica. Con relación al capital humano, se fortaleció el papel del Sena y, en general, la formación de tecnólogos; se está proponiendo una reforma educativa que busca una mayor interrelación entre la academia y el sector privado; se está impulsando el bilingüismo; y programas como el de transformación productiva permiten detectar las necesidades laborales específicas de los futuros sectores de clase mundial. Adicionalmente, hace unos pocos meses fue sancionada una ley orientada a incrementar el empleo formal como base para el crecimiento de la productividad del país.
Como contraposición al punto de vista mencionado, cabe aventurar dos hipótesis explicativas: el nivel de aranceles de Colombia y las tendencias de la globalización.
Aun cuando una de las justificaciones de la reforma arancelaria de finales del año pasado fue reducir las desventajas competitivas que la estructura de los aranceles estaba ocasionando, hay sectores productivos y de opinión que no aceptan o no entienden el argumento.
Los altos aranceles que tiene Colombia (puesto 101 entre 135 en el WEF antes de la reforma), incrementan los costos de producción de los empresarios, porque los bienes de capital y las materias primas cuestan más que en otros países competidores.
El punto se puede ilustrar tomando como ejemplo el trigo. Colombia, que importa el 97% del consumo aparente de este producto, le imponía un arancel del 15% (con la reforma quedó en 10%), mientras que en Perú lo importan con arancel cero desde Estados Unidos, por el TLC. Como consecuencia, los empresarios colombianos tienen una desventaja en los costos de fabricación de pastas alimenticias y otros bienes de consumo. ¿En esas condiciones, no resulta razonable que un empresario nacional se sienta tentado a mover parte de su producción al vecindario y luego traer el producto terminado con arancel cero? ¿Y si se eliminaran las diferencias no desaparecería la tentación?
La otra hipótesis hace referencia a la fragmentación geográfica de los procesos de producción en la economía globalizada. Es creciente el número de bienes y servicios que pierden su nacionalidad y las empresas tienden a especializarse en partes de un todo; y ellas se fabrican en las regiones del globo en las que exista ventaja comparativa o en las que los costos de producción sean menores. Automóviles, computadores, celulares y otros productos de alta tecnología son ejemplos de productos globalizados; pero también lo son las confecciones, el calzado, entre otros.
Los empresarios que han entendido este fenómeno saben que no pueden seguir fabricando la totalidad de los productos bajo un mismo techo (¿país?), que tienen que especializarse en lo que puedan ser realmente competitivos, aprovechar las ventajas comparativas de cada país e insertarse en las cadenas globales de valor.
En este contexto, la preocupación debe ser cómo acelerar el desarrollo de sectores de clase mundial, vincularse a las cadenas globales de valor, y atraer más empresas que realicen partes de sus procesos de producción en Colombia.
De nuevo el mercado interno
Publicado en el diario La República el 28 de abril de 2011
Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.
Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.
Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.
El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.
Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.
Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.
Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.
Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.
A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.
Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.
Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.
Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.
Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.
Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.
El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.
Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.
Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.
Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.
Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.
A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.
Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.
Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.
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