Artículo publicado en la revista MisiónPyme No. 32 de febrero de 2010
Las décadas de políticas proteccionistas del modelo sustitutivo de importaciones dejaron en el sector empresarial profundas huellas difíciles de borrar. Una de ellas es la escasa vocación exportadora.
Según el censo económico de 2005 en Colombia hay 1.5 millones de empresas. De ellas, escasamente 11.500 exportaron en 2008; aun cuando el número viene creciendo (en 2000 eran 7.648), sigue siendo bajo para una economía abierta.
Los datos del Dane muestran que sólo 671 empresas (6% del total) registraron exportaciones superiores a US$5 millones y contribuyeron con el 91% del total exportado en 2008. En el otro extremo, 8.842 (79% del total) exportaron menos de US$500 mil por empresa y aportaron escasamente el 2% del valor exportado.
Adicionalmente, la presencia de un buen número de empresas en los mercados internacionales no es estable. Siguiendo la metodología de clasificación de empresas exportadoras de Eaton, Eslava, Kugler y Tybout (“Export Dynamics in Colombia: Firm-Level Evidence”), en promedio, el 44.6% son empresas continuas (exportaron en tres años consecutivos), mientras que el restante 55.4% son entrantes o salientes.
Cabe preguntarse por qué es importante aumentar el número de empresas exportadoras y lograr mayor estabilidad en los mercados internacionales. La respuesta tiene una dimensión macroeconómica y una microeconómica.
En la dimensión macroeconómica, hay un impacto notable en el proceso de producción y de logística para la exportación que contribuye a la generación de valor agregado y empleos. Si, por ejemplo, Colombia produjera café únicamente para consumo interno, habría empleo directo para 50 mil familias en el sector rural; pero con la producción de excedentes para exportación se emplean 500 mil familias.
Y el efecto no para ahí, pues el impacto más importante es servir como vehículo de acceso a las importaciones. Sin exportar, el país no podría comprar bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce; y no acceder a ellos implicaría un creciente rezago frente al resto del mundo.
En la dimensión microeconómica, es crucial tener conciencia del impacto de la globalización en la fragmentación de los procesos de producción. Hoy en día muchos productos son la suma de partes producidas en diferentes regiones del mundo. Los empresarios deben entender que realizar todo el proceso de producción “bajo un mismo techo” es algo que va quedando obsoleto.
En este contexto las mipymes tienen grandes ventajas. Son más flexibles, pueden aprovechar economías de escala y adoptar más rápidamente las nuevas tecnologías.
Para aprovechar esas oportunidades, Bancoldex, Proexport y las cámaras de comercio realizan una labor de formación de exportadores y el gobierno está simplificando los trámites de exportación y asegurando mercados con los TLC. Queda entonces en manos de los empresarios la decisión de insertarse en las cadenas globales de valor, ampliar sus horizontes y crecer más.
Demanda interna y crecimiento económico
Publicado en Ámbito Jurídico el 1 de febrero de 2010
En las recientes negociaciones del salario mínimo dos profesores universitarios que asesoraron a los sindicatos, argumentaron que la demanda interna es el principal componente del PIB y que el consumo de los hogares, que es el componente más importante de ella, viene perdiendo participación (El Tiempo, 14 de diciembre de 2009).
En su opinión, estos hechos justifican el incremento del salario mínimo del 8% solicitado por los representantes de los sindicatos, pues no sólo permitiría recuperar la participación del consumo de los hogares en el PIB sino que contribuiría a la reactivación de la economía por el mayor dinamismo de la demanda interna. También afirman que las exportaciones no pueden ser el motor que dinamice la economía por la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano.
Este último punto refuerza las críticas de algunos sectores a la política de internacionalización que adelanta el gobierno. Aseveran que el énfasis de la política económica está en las exportaciones y no en el mercado interno, lo cual consideran erróneo por las diferencias que hay en su peso relativo dentro del PIB.
El argumento es aparentemente sólido. Sin embargo, un análisis cuidadoso muestra que no hay mayor novedad en él y que es errada la interpretación de los supuestos que orientan la política de internacionalización.
En primer lugar, la demanda interna, conformada por el consumo final de los hogares, el consumo del gobierno y la inversión, es el grueso del PIB en casi todas las economías del mundo. En Colombia representó el 102% del PIB en 2006, el 105% en Estados Unidos, 95% en Alemania, 99% en Japón, 97% en Brasil, 101% en México y 95% en Argentina.
En segundo lugar, el actual nivel de participación del consumo de los hogares en el PIB de Colombia (65.7% en 2008) no es atípico respecto a otras economías. Fue el 70.5% en Estados Unidos en 2006, 64.1% en Inglaterra, 58.4% en Alemania, 57.2% en Japón, 59.0% en Argentina, 55% en Chile y 60.4% en Brasil.
En tercer lugar, es cierto que el consumo de los hogares perdió participación, pero ello no significa que en términos reales haya caído, como lo insinúa el argumento de los asesores académicos de los sindicatos. Entre 1994 y 2007 este consumo pasó de $1.20 millones por habitante, en pesos constantes de 1994, a $1.45 millones, lo que equivale a un incremento del 20.3%.
El menor peso relativo responde a la mayor participación del gasto de consumo del gobierno a partir de la reforma constitucional de 1991 y más recientemente a la recuperación de la inversión; el primero pasó del 10% del PIB en 1993 al 23% en 1999, mientras que la segunda aumentó su participación hasta 27% en 2008, a partir del 13% que tenía en 1999.
En cuarto lugar, la política de internacionalización no busca sustituir la demanda interna por las exportaciones. El planteamiento de los críticos nace de una interpretación errada de la relación entre el comercio internacional y el crecimiento económico.
El papel del comercio en el crecimiento se percibe claramente a partir del concepto de los encadenamientos productivos, formulado por Albert Hirschman hace más de 50 años. Más importante que la magnitud de las exportaciones son los efectos que desencadena. No sólo hay unos efectos directos de generación de valor agregado y empleos en la producción y la logística de la exportación, sino unos indirectos que empiezan con la provisión de los medios de pago internacionales que brindan al país el acceso a bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce. Esto abre a su vez una nueva cadena de creación de valor agregado y de empleos que no se darían en igual medida sin el comercio internacional.
El caso de China es un ejemplo contundente. En 1970 la suma de exportaciones más importaciones de bienes y servicios (indicador de apertura comercial) representaba el 5.3% del PIB. Las reformas realizadas a partir de 1978 impulsaron el crecimiento de las exportaciones y, de forma paralela, de las importaciones; entre ese año y 2006 las primeras se multiplicaron por 30, y las segundas por 33. Como consecuencia, hoy en día el comercio equivale a más del 72% del PIB. Pero no por ello se sacrificó la demanda interna; ella es el 92% del PIB, y el saldo neto de exportaciones menos importaciones aporta un 8% del PIB. ¿Podría la economía china crecer al 10% anual con un nivel de apertura del 5%? Pocos economistas en el mundo responderían afirmativamente.
De igual forma, la negociación de tratados de libre comercio que viene realizando el gobierno colombiano busca fortalecer los efectos dinamizadores del comercio internacional a partir del acceso preferencial permanente de nuestras exportaciones en los mercados de los principales socios comerciales.
En síntesis, la alta participación de la demanda interna en el PIB no es una característica exclusiva de Colombia, no es atípico el peso relativo del consumo final de los hogares y no hay evidencia de reducción del valor del consumo expresado en términos reales per cápita. Es razonable concluir que la política económica debe actuar sobre la demanda interna para reactivar la economía, y así viene ocurriendo con el plan contracíclico. Pero no se puede menospreciar el papel del comercio internacional como palanca de crecimiento por el hecho de estar atravesando por una coyuntura adversa.
En las recientes negociaciones del salario mínimo dos profesores universitarios que asesoraron a los sindicatos, argumentaron que la demanda interna es el principal componente del PIB y que el consumo de los hogares, que es el componente más importante de ella, viene perdiendo participación (El Tiempo, 14 de diciembre de 2009).
En su opinión, estos hechos justifican el incremento del salario mínimo del 8% solicitado por los representantes de los sindicatos, pues no sólo permitiría recuperar la participación del consumo de los hogares en el PIB sino que contribuiría a la reactivación de la economía por el mayor dinamismo de la demanda interna. También afirman que las exportaciones no pueden ser el motor que dinamice la economía por la crisis mundial y el cierre del mercado venezolano.
Este último punto refuerza las críticas de algunos sectores a la política de internacionalización que adelanta el gobierno. Aseveran que el énfasis de la política económica está en las exportaciones y no en el mercado interno, lo cual consideran erróneo por las diferencias que hay en su peso relativo dentro del PIB.
El argumento es aparentemente sólido. Sin embargo, un análisis cuidadoso muestra que no hay mayor novedad en él y que es errada la interpretación de los supuestos que orientan la política de internacionalización.
En primer lugar, la demanda interna, conformada por el consumo final de los hogares, el consumo del gobierno y la inversión, es el grueso del PIB en casi todas las economías del mundo. En Colombia representó el 102% del PIB en 2006, el 105% en Estados Unidos, 95% en Alemania, 99% en Japón, 97% en Brasil, 101% en México y 95% en Argentina.
En segundo lugar, el actual nivel de participación del consumo de los hogares en el PIB de Colombia (65.7% en 2008) no es atípico respecto a otras economías. Fue el 70.5% en Estados Unidos en 2006, 64.1% en Inglaterra, 58.4% en Alemania, 57.2% en Japón, 59.0% en Argentina, 55% en Chile y 60.4% en Brasil.
En tercer lugar, es cierto que el consumo de los hogares perdió participación, pero ello no significa que en términos reales haya caído, como lo insinúa el argumento de los asesores académicos de los sindicatos. Entre 1994 y 2007 este consumo pasó de $1.20 millones por habitante, en pesos constantes de 1994, a $1.45 millones, lo que equivale a un incremento del 20.3%.
El menor peso relativo responde a la mayor participación del gasto de consumo del gobierno a partir de la reforma constitucional de 1991 y más recientemente a la recuperación de la inversión; el primero pasó del 10% del PIB en 1993 al 23% en 1999, mientras que la segunda aumentó su participación hasta 27% en 2008, a partir del 13% que tenía en 1999.
En cuarto lugar, la política de internacionalización no busca sustituir la demanda interna por las exportaciones. El planteamiento de los críticos nace de una interpretación errada de la relación entre el comercio internacional y el crecimiento económico.
El papel del comercio en el crecimiento se percibe claramente a partir del concepto de los encadenamientos productivos, formulado por Albert Hirschman hace más de 50 años. Más importante que la magnitud de las exportaciones son los efectos que desencadena. No sólo hay unos efectos directos de generación de valor agregado y empleos en la producción y la logística de la exportación, sino unos indirectos que empiezan con la provisión de los medios de pago internacionales que brindan al país el acceso a bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce. Esto abre a su vez una nueva cadena de creación de valor agregado y de empleos que no se darían en igual medida sin el comercio internacional.
El caso de China es un ejemplo contundente. En 1970 la suma de exportaciones más importaciones de bienes y servicios (indicador de apertura comercial) representaba el 5.3% del PIB. Las reformas realizadas a partir de 1978 impulsaron el crecimiento de las exportaciones y, de forma paralela, de las importaciones; entre ese año y 2006 las primeras se multiplicaron por 30, y las segundas por 33. Como consecuencia, hoy en día el comercio equivale a más del 72% del PIB. Pero no por ello se sacrificó la demanda interna; ella es el 92% del PIB, y el saldo neto de exportaciones menos importaciones aporta un 8% del PIB. ¿Podría la economía china crecer al 10% anual con un nivel de apertura del 5%? Pocos economistas en el mundo responderían afirmativamente.
De igual forma, la negociación de tratados de libre comercio que viene realizando el gobierno colombiano busca fortalecer los efectos dinamizadores del comercio internacional a partir del acceso preferencial permanente de nuestras exportaciones en los mercados de los principales socios comerciales.
En síntesis, la alta participación de la demanda interna en el PIB no es una característica exclusiva de Colombia, no es atípico el peso relativo del consumo final de los hogares y no hay evidencia de reducción del valor del consumo expresado en términos reales per cápita. Es razonable concluir que la política económica debe actuar sobre la demanda interna para reactivar la economía, y así viene ocurriendo con el plan contracíclico. Pero no se puede menospreciar el papel del comercio internacional como palanca de crecimiento por el hecho de estar atravesando por una coyuntura adversa.
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